Asia

La guerra de Nagorno Karabaj: cómo la extrema derecha gana en este conflicto

El pasado 27 de septiembre, en medio de una de las mayores crisis sanitarias que se recuerdan, dos países del Cáucaso, Armenia y Azerbaiyán, pusieron a todo el mundo con los ojos fijos en ellos. Ambos países declararon la Ley Marcial y movilización a sus poblaciones. A fecha de octubre, en torno al 50% de la población de Karabaj, unas 75.000 personas, han tenido que ser desplazados de esa pequeña zona.

Una pequeña tregua humanitaria se firmó el sábado día 10 de octubre para que ambos países pudieran intercambiar prisioneros de guerra y los cuerpos de las víctimas de cada país. Tregua en realidad altamente frágil pues ambos países ya se han acusado mutuamente de romperla.

Y es que se ha reabierto un conflicto histórico entre ambos países que ya se ha cobrado la vida de decenas de civiles en combates y de soldados de ambos bandos. ¿El responsable? Pues, como en todos los conflictos que se alargan tanto en el tiempo y en el que se suman años y años de ataques mutuos entre ambos bandos, encontrar al responsable resulta muy complicado puesto que todo responde a una suma constante de acciones por años y a la intermediación de varios factores sociales, políticos, culturales…

Como es habitual, ambos países se responsabilizan mutuamente de la escalada de violencia, escalada que cada día se torna más violenta y que tiene en el horizonte cercano todo un posible conflicto internacional.

Para entrar de lleno en el conflicto es necesario realizar un recorrido histórico del mismo, desde su comienzo hasta llegar a la actualidad. Se muestra a continuación por qué el mundo entero tiene los ojos puestos en esa pequeña región del mundo: su importancia estratégica. Y también, se trata de explicar la principal cuaestión: que es un conflicto en el que la extrema derecha tiene mucho que ganar.

Y es que, los actores principales, los ocultos detrás del conflicto, guardan una estrecha relación con los valores de la extrema derecha y con movimientos extremistas antidemocráticos. Además, la extrema derecha ya está usando el conflicto como recurso para intentar justificar su argumentario xenófobo y nativista, enfocando el conflicto en torno a las diferencias culturales y religiosas entre ambos países, para justificar la “teórica” incompatibilidad entre diferentes culturas.

Aproximación histórica al conflicto en Nagorno Karabaj

Ejército de Azerbaiyán durante un conflicto armado en Karabaj 1992. Autor: Ruaf Mammadov, 06/01/1992. Fuente: AHP (CC BY-SA 4.0.)
Ejército de Azerbaiyán durante un conflicto armado en Karabaj 1992. Autor: Ruaf Mammadov, 06/01/1992. Fuente: AHP (CC BY-SA 4.0.)

Primero de todo, hay que remontarse a 1918, cuando con la caída del Imperio Ruso debido a la Revolución bolchevique de 1917 y tras un intento fallido de modelo federal en la región del Cáucaso, nacen varios estados: Georgia, Armenia y Azerbaiyán. Con la invasión del movimiento bolchevique sobre la región en 1921, las peleas fronterizas finalizaron, configurándose una división territorial al gusto del nuevo estado ruso, la cual no respetaba las diferencias culturales y religiosas de los Estados preexistentes.

La zona del Alto Karabaj fue adjudicada para Azerbaiyán; mientras que en el este de Armenia se creó un territorio también azerbaiyano, la franja de Najichevan. El Alto Karabaj se convirtió en un “oblast” autónomo (una especie de provincia) dentro del territorio azerbaiyano. Esta división territorial se tradujo en protestas y problemas, ya que la zona del Alto Karabaj es de mayoría armenia, por lo que se produjeron problemas de integración de la población en un estado completamente diferente al suyo.

Durante los años de existencia de la recién creada Unión Soviética (URSS), la situación en la zona puede decirse que estuvo controlada. Pero en los últimos años de vida del gigante soviético (años 80 y 90) el contexto cambió. Unos años antes de la desintegración de la Unión Soviética se desató un conflicto por el control de la zona que duró 8 años, solo que esta vez también se vio involucrado otro Estado: Turquía.

Turquía mandó tropas a la frontera, amenazando con intervenir en el conflicto. Sus motivos se basaban en la idea de que Armenia se anexionaría la zona de la Franja de Najicheván. Por lo tanto, se situó del lado de Azerbaiyán, con el que comparte religión y una lengua muy similar, y se enfrentó con Armenia, país con el que comparte una historia de enfrentamientos históricos (solo hay que pensar en el Genocidio Armenio, donde solo un tercio de los 2 millones de armenios residentes en Turquía sobrevivieron durante la Primera Guerra Mundial y que Turquía siempre ha negado).

La respuesta rusa fue enviar tropas a la zona para intentar controlar la situación. Lo consiguió por un tiempo; pero, en 1991, con la desintegración de la URSS, el conflicto estalló de nuevo. Alto Karabaj se declaró a sí mismo como república independiente, al igual que hicieron Armenia y Azerbaiyán. El problema es que ningún país internacional reconoció la declaración de independencia de Alto Karabaj.

El ejercito de Armenia apoyó a las milicias de Alto Karabaj, tomando control de la zona y expulsando a la población azerí (unas 80.000 personas). Y no solo tomaron control de la zona, sino que el ejército armenio conquistó las zonas colindantes no en disputa (en torno a un 20% del territorio azerbaiyano). Se declaró la República de Artsakh, la cual, en teoría en independiente, pero de facto funciona como una parte más de Armenia. De hecho, los tres primeros presidentes de Armenia tras su independencia, estuvieron fuertemente vinculados con la región de Alto Karabaj.

Tras ello, se configuró en 1992 el Grupo de Minsk (liderado por Rusia e integrado por muchas potencias occidentales) para que actuara como mediador entre Armenia y Azerbaiyán, el cual no logró, ni ha logrado muchos avances. La posición azerbaiyana exigía la retirada de tropas armenias de las zonas colindantes a la región, ofreciendo una alta autonomía tras ello a la región de Alto Karabaj; por otro lado, la posición armenia exigía sí o sí la independencia de la región; lo que, en otras palabras, significaría su incorporación total a Armenia.

La guerra, que acabó en principio en 1994, se cobró unas 30.000 vidas y afectó a alrededor de un millón de personas en desplazamientos forzosos. Por fortuna, en los siguientes años el conflicto se mantuvo estable a pesar de que la tensión en la frontera era constante entre ambos países, teniendo algunos picos de conflicto en 2008, 2010 y 2011, los cuáles se saldaron con unos 20 muertos por año. El punto más tenso dentro de esta “estabilidad” se dio en 2016, en la conocida como Guerra de los 4 días, donde se dieron unas 200 bajas entre soldados y milicianos de ambos bandos.

Y, finalmente, estalla el conflicto en septiembre de 2020. Pero, ¿qué importancia tiene realmente este pequeño territorio?

El Alto Karabaj como zona estratégica

Ilustración geográfica del conflicto en Nagorno Karabaj. Autor: Achemish Fuente: Wikipedia Commons
Ilustración geográfica del conflicto en Nagorno Karabaj. Autor: Achemish. Fuente: Wikipedia Commons

La Región de Nagorno Karabaj, o del Alto Karabaj, es reconocida oficialmente por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) como parte de Azerbaiyán, aunque ocupada ilegalmente por Armenia. La zona se encuentra situada en el Cáucaso Sur, teniendo como grandes ciudades a Jankendi y Shusha. Tiene aproximadamente una población de 140.000 habitantes, los cuáles, en su mayoría, son de ascendencia armenia y de religión cristiana predominantemente. Pero lo verdaderamente importante de esta región es su poder geopolítico, ya que se encuentra en una zona de influencia fundamental en la zona.

Dos de los mayores yacimientos de hidrocarburos están en el fondo del Mar Caspio y le corresponden a Azerbaiyán. Esos son: Azerí-Chirag-Gunashli y Shaj-Denis. El grueso de la economía del país depende directamente de las extracciones de petróleo o, indirectamente, de la relevancia que le ofrece su situación privilegiada.

En torno a un 60% de su PIB procede del sector del petróleo o del gas y, en los últimos 15 años, a través de su boom económico, ha reducido su pobreza absoluta: ha pasado de afectar a la mitad de su población en 2001 a solo afectar al 7,6% en 2011.

La comunidad internacional ha salido en masa a pedir paz y tranquilidad en la zona (una zona, la de Oriente Medio, que alberga múltiples conflictos activos e históricos) y tiene un motivo: los yacimientos de gas y petróleo del mar Caspio y los oleoconductos y gaseoductos que cruzan Azerbaiyán. Lo clave en esto es que abastecen directamente a Europa.

Hace unos años, en Bakú, capital de Azerbaiyán, existían 167 empresas petrolíferas, de las cuáles 55 eran armenias. Y es que este fervor por la extracción de su petróleo viene desde lejos, ya que, tras acabar la guerra en 1994, el país, firmó el conocido como “Contrato del Siglo” con once compañías petroleras de 8 países distintos. Algunas de estas empresas pueden ser: BP, de Reino Unido; Ramco de Escocia; Lukoil de Rusia; Amoco, Pennzoil, UNOCAL, McDermott y Delta Nimir de EEUU; TPAO, de Turquía; Statoil, de Noruega; o SOCAR, de la propia Azerbaiyán.

Hay que tener en cuenta que ninguno de estos oleoconductos pasa por la zona del Alto Karabaj debido a que es una zona de tensión constante y de conflictos militares. Los conductos son reconducidos a través de Georgia, evitando así la zona de conflicto a pesar de ser un camino más largo. Pero, sí es cierto que muchos conductos subterráneos, tanto de gas, como de petróleo, pasan cerca de la autoproclamada República de Artsaj. De aquí proviene la preocupación mundial por lo que está sucediendo. Si un conflicto demasiado grande estalla en esa zona, gran parte del mundo occidental sufrirá las consecuencias económicas de ello.

Además de la dimensión económica, el enfrentamiento se ubica en una zona estratégica regional que ninguna de las grandes potencias cercanas quiere dejar escapar. Y por eso Rusia y Turquía están tan involucradas en el tema.

Rusia, en principio, tiene buenas relaciones con ambos países, pero su socio preferencial es Armenia. El país cristiano ortodoxo es el país del mundo con más dependencia de Rusia, ya que es la única garante de su seguridad en la región.

Rusia tiene un acuerdo de seguridad con Yereván y dos bases militares en el país. El acuerdo de seguridad permite a los rusos moverse libremente por todo su territorio, como ya se vio cuando, a finales del año pasado, movilizó a unos 7000 soldados en la frontera turca con Armenia durante el mini conflicto por el derribo de un avión ruso por Turquía.

Además, Armenia es parte de los bloques económicos y militares que ha configurado Rusia en la región: pertenece a la OTSC y a la Unión Económica Euroasiática. Por otra parte, Azerbaiyán no pertenece a esos bloques, ni comparte religión o cultura con Rusia, pero sí que guarda gran relación económica con el país de Putin: Rusia provee armamento militar a Azerbaiyán por millones de euros y tiene fuertes vínculos empresariales con el país musulmán por el petróleo y el gas.

En este sentido, la postura oficial de Rusia en el conflicto pasa por hacer de mediador; ya que de este modo mantendría su papel de garante de la seguridad de ambos y evitaría que se desatase un conflicto a gran escala, situación que le obligaría a posicionarse en favor de alguno de los dos bandos.

Además, el mantener buenas relaciones con el país azerí le permite tener un mayor control sobre la producción de petróleo y gas, y poder por tanto tener mayor control sobre occidente y Turquía. La prueba de esta posición es que ha sido este país el que ha ayudado a firmar la tregua del sábado pasado, sentando a negociar a Armenia y Azerbaiyán.

Turquía, por el contrario, se ha posicionado rápidamente apoyando a Azerbaiyán. Las relaciones con el país armenio son nulas, ya que desde 1993 sus fronteras comunes están cerradas, y desde 2011, con el giro más radical del presidente turco Erdogan, el país ha apoyado más activamente a Bakú.

La estrategia de Erdogan es muy similar a la de Putin: conseguir mayor influencia regional y ser más independiente energéticamente; en ese caso, de la propia Rusia. Además, el hecho de avivar este conflicto y de alterar los mercados internacionales supone otro pulso más del turco a la Unión Europa, ya que pone en jaque una de sus principales fuentes energéticas.

La postura de la Unión Europea es la esperable: pedir paz y tranquilidad en la región. El Grupo de Minsk intentará intervenir, porque como se ha visto, los países occidentales tienen muchos intereses económicos en la región y no saldrían ganando en ninguno de los escenarios posibles de un gran conflicto militar.

Y es que, en cierto modo, ya sea Rusia la beneficiada, o lo sea Turquía, saldría perdiendo todo el mundo y ganando la extrema derecha. Y es que ambos líderes tienen una vinculación enorme con la extrema derecha tanto en su discurso como en sus relaciones políticas.

El Zar” Putin y el Grupo Wagconfner

Imagen de Vladimir Putin en una rueda de prensa. Fuente: Pixabay
Imagen de Vladimir Putin en una rueda de prensa. Fuente: Pixabay

Hablar de la figura de Vladimir Putin es imposible sin percibir su gran parecido con los antiguos zares del Imperio Ruso, principalmente debido a su forma de extender, ampliar y hacer efectivo su poder e influencia, que es cada vez más autoritario. Además, se puede encontrar en él muchísimos rasgos y conexiones con la extrema derecha.

Vladimir Putin fue miembro de la KGB, el servicio de espionaje de la URSS, y lleva vinculado a cargos públicos en Rusia desde su desintegración en el 1991. Fue presidente del Comité de Relaciones Exteriores de San Petersburgo, vicealcalde de la ciudad y, a partir de 1996, se dio paso a la política a nivel estatal.

En 1999, el presidente Boris Yeltsin lo nombró primer ministro del país y, tras la dimisión de este por escándalos de corrupción, se presentó a las elecciones legislativas de 1999. Quedó segundo con su recién creado partido, Unidad (luego se convertiría en la actual Rusia Unida), pero pudo gobernar gracias al apoyo de otros partidos de derecha. Desde entonces ha sido el caudillo de Rusia, alterando su precoz democracia hasta convertirla en un régimen autoritario a su imagen y semejanza.

En el mismo año 2020, el país ha aprobado una serie de reformas constitucionales, entre las cuales le permiten seguir en el poder hasta más allá de 2024. Y es que Putin ha modificado en incontables ocasiones el sistema electoral, judicial, ejecutivo… para ponerlo a su servicio. Del mismo modo, acabó con las élites económicas que se formaron tras la disolución de la Unión Soviética, sustituyéndolas por oligarcas y empresarios leales a su persona.

También controla a la oposición política del país; recurriendo incluso a la violencia si es necesario. La lista de opositores muertos o que han sufrido intentos de asesinato es amplia: el exdiputado, Denis Voronenkov; el periodista Pavel Sheremet; los empresarios Boris Berezovsky o Alexander Perepilichny, funcionarios como Alexander Litvinenko; o el más reciente, el opositor Alexei Navalni, que fue envenenado en un viaje de avión.

Putin ha vuelto a construir un relato ultranacionalista, recordando a los tiempos de la URSS o del Imperio Ruso. Del mismo modo, ha prohibido constitucionalmente movimientos secesionistas; ha incluido a Dios en la Constitución Rusa, como parte de su estrategia de acercamiento a la Iglesia Ortodoxa Rusa; ha reprimido y legislado en contra del movimiento LGTBI y del matrimonio homosexual; ha configurado un sistema de prevalencia de la Ley Fundamental Nacional respecto al derecho internacional, lo que en la práctica se traduce como un rechazo al sistema de defensa de los derechos humanos… y un largo etcétera.

Además de por sus políticas, la sombra de Putin está muy vinculado con los movimientos de extrema derecha. Dentro del país partidos como Rodina (partido ultranacionalista que pidió la expulsión de los judíos del país en 2005) o el Partido Liberal-Demócrata (imperialista, anti-minorías religiosas y culturales, a favor de la pena de muerte…) tienen enormes lazos con el partido del presidente; del mismo modo, organizaciones neonazis como Unidad Nacional Rusa han apoyado al mandatario, participando incluso a su favor en los conflictos de Chechenia y Ucrania. Como dato, desde 2014, los ataques de la extrema derecha han crecido en el país un 320%. Además, resulta curioso que estos partidos aprueben sistemáticamente todo lo que Rusia Unida presenta a la cámara.

Internacionalmente, Putin tiene grandes vínculos con muchos partidos de extrema derecha. Se han destapado conexiones con la Liga Norte de Salvini; con Alternativa para Alemania; con FPO austriaca: con el UKIP británico; e incluso con el partido de Santiago Abascal, VOX. Además, múltiples investigaciones han destapado la influencia y participación de Rusia en conflictos como el Brexit, la llegada al poder de Donald Trump o el conflicto independentista catalán en España.

Reunión del presidente ruso Vladimir Putin con el líder del Partido Nacional del Frente Nacional francés Marine Le Pen, 24 de marzo de 2017. Autor: The Russian Presidential Press and Information Office. Fuente: Kremlin.ru (CC-BY 3.0.)
Reunión del presidente ruso Vladimir Putin con el líder del Partido Nacional del Frente Nacional francés Marine Le Pen, 24 de marzo de 2017.
Autor: The Russian Presidential Press and Information Office. Fuente: Kremlin.ru (CC-BY 3.0.)

Y es que la estrategia exterior de Putin pasa por eso: desestabilizar todo lo posible a los países occidentales y a la Unión Europea, realizando al mismo tiempo un expansionismo a lo largo de muchas zonas de influencia.

Así lo reflejó con su participación en los conflictos de Libia y Siria, como en los conflictos de Ucrania y Chechenia. Del mismo modo, está intentando aumentar su influencia en Latinoamérica a través de Venezuela y en África a través de Sudán o República Centroamericana. La estrategia seguida en el conflicto de Alto Karabaj es exactamente la misma. Y aquí entra en escena un actor importante: el Grupo Wagner.

El Grupo Wagner es en teoría una de las muchas compañías militares privadas, como pudiera ser la estadounidense Blackwater (renombrada Academy), pero la realidad es otra: analistas coinciden en que funcionan como un grupo mercenario paramilitar al servicio de Putin. Son uno de los instrumentos fundamentales para entender la política exterior rusa: le permiten involucrarse en conflictos internacionales sin tener que estar marcados directamente como responsables.

El líder del grupo es Dmitry Utkin, ucraniano nacido en 1970 y formado en las fuerzas especiales de la inteligencia rusa. El grupo recoge a ultranacionalistas rusos de extrema derecha. Sus primeros pasos se remontan al conflicto sirio en 2013, siendo por entonces conocidos como Slavonic Corps. En 2014, ayudaron al gobierno ruso en la anexión de Crimea a través de ejecutar la oposición al gobierno de Ucrania y de garantizar la lealtad hacia Moscú del bando pro-ruso del sector separatista ucraniano.

Es a partir de aquí, que comienzan a ser conocidos como Grupo Wagner (Utkin lo nombra así en honor al músico alemán Richard Wagner tanto por su amor por la música como por su admiración al III Reich, nombre dado por los nazis a la Alemania que gobernaron entre 1933 y 1945) y a trabajar codo con codo con el Kremlin, sede del gobierno ruso.

El punto de conexión entre Putin y el grupo, es la figura del oligarca ruso Yevgeny Prigozhin, conocido popularmente como “el cocinero de Putin”.Este hombre se convirtió en millonario tras salir de la cárcel a través de su carrera en la restauración. Pasó de tener un puesto de perritos calientes a estar ligado a las minas de oro y diamantes de África Central gracias a los múltiples contratos de Estado concedidos por Vladimir Putin como recompensa por sus servicios y apoyo. El empresario y el mercenario se conocieron cuando el segundo actuó como encargado de seguridad del primero.

Desde entonces, este ejército no oficial ha participado en operaciones conjuntas con el ejército ruso, como por ejemplo en Siria, protegiendo los campos petrolíferos y los oleoconductos en los que había inversiones rusas o realizando operaciones especiales para Al Assad, presidente del país.

También en 2017, comenzó a formar a las fuerzas especiales de República Centroafricana, realizó servicios de vigilancia de zonas mineras y se introdujo dentro del gobierno a través de puestos de asesoramiento de seguridad. Su presencia se puede advertir también en países como Libia (ligados al mariscal Haftar), Mali, o Mozambique. En los últimos años, también desembarcaron en Venezuela con el objetivo de entrenar a grupos paramilitares al servicio de Nicolas Maduro que, pese a ser un gobierno de corte socialista, interesaba por su enemistad con Estados Unidos y el resto de países de la región.

Finalmente, y en relación con el conflicto de Alto Karabaj, en los últimos días, diferentes informadores reportan que el Grupo Wagner ha desembarcado en la zona de conflicto. Aún es pronto para conocer las implicaciones que tendrá el grupo, pero se puede intuir que se encargarán de ofrecer seguridad y protección en zonas donde existan intereses económicos directos para el país, manteniendo así Rusia su fachada de mediador en el conflicto de Karabaj mientras controla los tiempos a su gusto.

Los yihadistas y el “Nuevo Sultán” Erdogan

Recep Tayyip Erdogan, presidente de Turquía. Fuente: Pixabay
Recep Tayyip Erdogan, presidente de Turquía, podría salir muy beneficiado del conflicto en Nagorno Karabaj. Fuente: Pixabay

Putin no es el único que ha mandado mercenarios al conflicto en Karabaj, ya que Armenia denunció hace unos días a través de su primer ministro, Nikol Pashinian, que Azerbaiyán y Turquía estaban luchando “con la ayuda de mercenarios terroristas”.

En los siguientes días, el presidente francés, Enmanuel Macron, aseguró que tenía información de la llegada de combatientes sirios pertenecientes a “grupos yihadistas” a través de Turquía a la región de Alto Karabaj.

Estas informaciones fueron contrastadas por múltiples medios internacionales e incluso por el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos.

Y es que no es la primera vez que el presidente turco utiliza esta carta en los conflictos en los que ha participado: por ejemplo, durante su implicación en la guerra de Libia, mandó, según datos estimados, a unos 18000 mercenarios sirios a luchar en favor del Gobierno de Acuerdo Nacional de Fayez Sarraj. Esta misma estrategia la utilizó también en el conflicto en Siria o Irak.

La mayoría de estos soldados son yihadistas con pasados ligados a organizaciones terroristas, como Daesh o Al-khaeda, y trabajan bajo contrato para las operaciones exteriores turcas. Y es que Recep Tayyip Erdogan, al igual que su homónimo Putin, aplica una política interna y externa que recuerda mucho a los movimientos de extrema derecha: una política externa expansionista y una política interna de autoritarismo y represión basada en el ultranacionalismo, el ultraconservadurismo, el tradicionalismo, el supremacismo (étnico, cultural y/o religioso) y la persecución política.

El actual presidente fue alcalde de la ciudad de Estambul desde 1994 hasta 1998, siendo este su primer gran cargo político. Fue acusado por recitar un poema islamista y condenado a 10 meses de prisión por las leyes laicas del país. Más adelante, con el inicio del nuevo milenio, lideró una de las mejores etapas en la historia contemporánea de Turquía, consiguiendo en sus años como primer ministro un enorme crecimiento económico, desarrollo social y modernización del país. Del mismo modo, lideró las negociaciones con la Unión Europea para que Turquía fuera aceptada miembro, cuestión que a día de hoy parece complicada.

Con el paso de los años, el político fue adoptando un perfil cada vez más autoritario e islamista, siendo el punto de inflexión las Protestas de Taksim, inspiradas por la Primavera Árabe, las cuáles se saldaron con una enorme represión policial. Poco a poco, y gracias a su enorme apoyo electoral, fue modificando el sistema político turco, concentrando más y más poder en su figura. Todo ello desembocó en el intento de golpe de Estado que sufrió en 2016 y que le abrió una ventana de oportunidad para consolidarse aún más en el poder.

Tras el fallido golpe, realizó una enorme campaña de represión que aún sigue vigente: fueron detenidas más de 160.000 personas, destituyó a más de 130.000 empleados públicos, purgó el ejercito y las fuerzas policiales, cerró cadenas de televisión y encarceló periodistas, atacó y registró las sedes de los partidos opositores, realizó torturas y violaciones de derechos humanos… Todo ello bajo el pretexto de considerar a todos ellos como participes del intento de golpe que sufrió.

Tras ello, convocó un referéndum de reforma de la constitución que le garantizó concentrar aún más poderes. Estos cambios constitucionales le permiten en principio seguir gobernando hasta 2023, pudiendo extenderse incluso hasta 2033.

Junto con su creciente autoritarismo, dentro del país ha seguido las líneas principales de la extrema derecha. Ha adoptado un discurso ultranacionalista, rescatando la cuestión religiosa (en este caso el islam), obligando al uso de velo en lugares públicos, prohibiendo el alcohol, creando colegios islámicos… Al igual que Putin, reprime cualquier acto de la comunidad LGTBI en base a los “valores tradicionales”, postergando a un segundo plano también el papel de la mujer en la sociedad.

La represión de las minorías y de los medios de comunicación es otro pilar fundamental en el régimen de Erdogan: la lucha contra todo lo kurdo y el terrorismo del PKK son fundamentales. Y ya, Turquía, se sitúa en el puesto 157 de 180 en la Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa.

Erdogan gobierna junto al partido de extrema derecha, el Partido de Acción Nacionalista, o MHP en turco; junto con el que aprobó las reformas constitucionales y con el que diseña sus políticas. Entre ellas su política exterior, la cuál ha estado marcada por la búsqueda y participación constante en conflictos: Siria, Libia, el Mediterráneo, y ahora en el conflicto de Alto Karabaj.

Conclusiones

Por todo lo expuesto, tanto Erdogan como Putin son dos caras de la misma moneda dentro del contexto del conflicto entre Armenia y Azerbaiyján. Esos nuevos “hombres fuertes” que entienden la política como un juego constante de guerra, la visión hobbesiana del “lobo del hombre”. Ambos comparten unos valores ligados a la extrema derecha (ultranacionalismo, belicismo internacional, ultraconservadurismo, represión social, gobierno autoritario…), además de tener vínculos nacionales e internacionales con fuerzas de extrema derecha.

El núcleo del conflicto en Alto Karabaj no responde a causas religiosas o culturales como muchos sectores de la extrema derecha quieren dar a entender. Simplemente con observar la alineación de países que apoyan a cada uno de los beligerantes el argumento cae: Israel, país judío y contrario a países musulmanes como Irán o Palestina, le ha proporcionado misiles y armamento al musulmán Azerbaiyán; del mismo modo que ha estado haciendo la cristiana Rusia. Irán, país musulmán chií, en teoría debería sentir cercanía y apoyar a Azerbaiyán, país laico, pero de mayoría musulmana chií. Pero no, ya que, por cuestiones geopolíticas, su apoyo preferente es al país cristiano Armenia.

De hecho, y siendo realistas, el propio Azerbaiyán es un país constitucionalmente laico y de los países de cultura musulmana más occidentalizados del mundo; por lo que el argumento de la cuestión religiosa o cultural no tiene sentido. El estallido del conflicto responde principalmente a intereses económicos y geopolíticos, vinculados a su vez a la ultraderecha.

La cuestión clave: los que más tienen que ganar de ello son Putin y Erdogan y, consecuentemente, la extrema derecha. Sea Rusia la que salga beneficiada del conflicto en Karabaj, aumentando su influencia internacional, o lo sea Turquía, quien en realidad saldrá perdiendo será la ciudadanía, la gente demócrata y quien se oponga al avance progresivo de las fuerzas ultraderechistas, que hay que dejar Al Descubierto.

Valentín Pozo

Articulista. Estudiante de cuarto de Ciencias Políticas y apasionado de la investigación. Experiencia en movimientos estudiantiles y sociales. En mis artículos intento ofrecer un enfoque analítico más orientado a las ideologías y teoría política.

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