Europa

Antonio Gramsci y sus conclusiones sobre el nacimiento del fascismo

El fascismo es probablemente uno de los temas que en la historia contemporánea del pensamiento occidental produjo la mayor cantidad de estudios. Una enorme producción con diferentes abordajes y muchas implicaciones interdisciplinares. En la historiografía, en la sociología, en la ciencia y en la filosofía política eso ha producido múltiples cánones interpretativos, caracterizados por concentrar la atención sobre este o aquel elemento (histórico, económico, social o mora) constitutivo o predominante del fenómeno del fascismo. Hablando de fascismo, muchas veces, se encuentran lecturas bastante superficiales que atribuyen esa definición para cualquier movimiento conservador o fenómeno autoritario.

En la realidad, el fascismo tiene sus propias características, que precisan ser conocidas. Estudiar todo el conjunto complejo de acontecimientos y luchas en las trincheras de Occidente, con una perspectiva más amplia, no limitada al período 1922-1945, es esencial para comprender un período entre los más dramáticos en la historia de la humanidad contemporánea.

En ese sentido, la lectura del filósofo, periodista, sociólogo y escritor Antonio Gramsci (1891 – 1937) es un divisor de aguas interpretativo esencial, exactamente porque nunca acepta las simplificaciones que reducen por esquema o ecuaciones matemáticas las dinámicas del «mundo grande, complicado y terrible», donde cada acción realizada sobre la complejidad despierta ecos insospechados.

Así, los escritos, ensayos y, en general, la obra de Gramsci, se considera fundamental para entender la evolución de los movimientos políticos posteriores, desde la izquierda hasta la derecha, sirviendo de inspiración tanto a las nuevas teorías socialistas y comunistas que se dieron a partir de los años 70 y 80, como a el movimiento de la Nouvelle Droite (Nueva Derecha) francés y que se encuentra en el origen de la nueva derecha radical.

Lecturas del fascismo por Antonio Gramsci

Retrato de Antonio Gramsci en 1922
Retrato de Antonio Gramsci en 1922

Las lecturas de Gramsci acerca del fascismo escapan de las rígidas clasificaciones y, por eso, son consideradas muy originales en el panorama intelectual de su tiempo. Ellas tienen como eje fundamental el materialismo histórico y, por lo tanto, una trama general que localiza el factor determinante en los elementos económicos y sociales, pero considera también los factores ideológicos, incluida la crisis moral de la burguesía.

También Gramsci interpreta el fascismo como una reacción a una fase de profundas transformaciones sociales ligadas a la Primera Guerra Mundial y sobre todo a la Revolución de Octubre de Rusia. Pero él no considerará la burguesía y su modo de producción como un bloque homogéneo. Gramsci lee en el interior del bloque social dominante diferenciaciones y contradicciones que se develan en el período de nacimiento y afirmación del fascismo.

En particular, investiga, por detrás del fascismo, el intento de centralización de los intereses burgueses, pero lo considera un fenómeno nacido entre la pequeña y la media burguesía urbana, por precisas razones históricas, y que se desarrolló con el apoyo de los propietarios de tierras y del gran capital industrial. En suma, Gramsci no estaba satisfecho con la lectura del fascismo como simples reacción contra el proletariado, aunque haya afirmado también la esencialidad de este factor.

Se podría decir que Gramsci interpretó el fascismo en su relación con la debilidad de las clases dirigentes y con los límites de la unificación política y modernización económica que marcaron la historia de Italia. Así es que para Gramsci el fascismo es un fenómeno históricamente determinado. Pero su origen precisaría ser investigado también en relación a los procesos observados en contexto europeo, como el fin de la fase expansiva de la revolución burguesa y el cambio de la «guerra maniobrada» para la «guerra de posición».

En las diferentes lecturas sobre la obra de Antonio Gramsci se afirmó una tendencia favorable a la teoría de la discontinuidad entre las reflexiones precedentes y aquellas que siguieron a la prisión del intelectual marxista. Esta tendencia, determinada por exigencias más políticas que científicas, se reveló sin rigor filológico, mostrando en poco tiempo todos sus límites. Es exactamente en torno del fascismo (aunque no solo) que la tesis de la discontinuidad demuestra toda su debilidad conceptual. Él señala una profunda continuidad y organicidad analítica, que de inmediato a la posguerra aparece en la idea de crisis orgánica y en el análisis que apunta para la tendencia de las clases dirigentes a la subversión reaccionaria.

Ya en 1920, Gramsci tuvo consciencia de eso y escribió que la contra-ofensiva de las clases dominantes, más allá de barrer la lucha política de los trabajadores, habría apuntado a la absorción, en el interior del Estado burgués, de las instituciones de asociación económica y social de las clases explotadas.

Y es exactamente lo que va a acontecer en la década de 1920, con la edificación de las instituciones corporativas sobre el fascismo. Según Gramsci, el fascismo no tiene una ideología suya originaria, sino que recoge sugerencias provenientes de diferentes doctrinas. Así, en primer lugar, sería políticamente deudor del nacionalismo de Corradini, en particular en lo que refiere al concepto de la lucha entre «naciones proletarias» y «naciones capitalistas», que según el jefe del nacionalismo italiano habría llevado a las «jóvenes naciones» a sustituir a aquellas viejas y decrépitas en la conducción de la humanidad, un concepto prestado de la teoría del conflicto de clase y trasladado en clave nacionalista en el enfrentamiento de la política internacional.

En el calor de la Gran Guerra, el joven Gramsci, en un artículo de 1916, percibe el peligro de esa operación (premisa de la trágica idea de «espacio vital» que más tarde esgrimiría el nazismo), que exprime la lucha política a través de la guerra, de la conquista de los mercados, de la «subordinación económica y militar de todas las naciones a una sola, aquella que con el sacrificio de la sangre y de su bienestar inmediato, demostró ser la elegida, la digna».

En el plano cultural, el fascismo fue deudor del irracionalismo y del futurismo del poeta Tommaso Marinetti, con su nihilismo de apariencia innovadora, pero en la realidad confusamente reaccionario. El manifiesto político de Marinetti era para Gramsci un insípido programa liberal, en el cual veía ya las convulsiones de una burguesía disimulada y desorientada, todavía, la distancia entre esta forma disimulada de liberalismo y la estatura política de una figura como Cavour, era para Gramsci sideral.

Tomaso Marinetti, identificado por Gramsci como el precursor del fascismo
Tomaso Marinetti, considerado el padre del fascismo italiano

En el artículo L’unità nazionale, publicado por L’Ordine Nuovo el 4 de octubre de 1919, Gramsci escribe que la historia puede forjar contextos en que de una clase espiritualmente saludable y unida, puedan surgir individuos «políticamente desagregados», despegados de cualquier realidad económica concreta.

De hecho, una parte significativa de la burguesía asumió D’Annunzio como punto de referencia ideal y contraponiendo a la autoridad y disciplina legal del gobierno central, así como para la organización armada contra el gobierno de Fiume (la ciudad reivindicada por Italia después de la Primera Guerra Mundial y ocupada militarmente el año 1919 por los legionarios de D’Annunzio), transformando así «gesto literario en fenómeno social».

Eran las primeras manifestaciones de aquel subversivismo reaccionario a través del cual Gramsci ya divisaba la guerra civil desencadenada por la burguesía para el dominio (armado) en el seno de la sociedad y del Estado. Como explicó en el artículo Gli avvenimenti del 2-3 dicembre, L’Ordine Nuovo de 6-13 de diciembre de 1919, a través de la guerra, con la militarización de la producción y la transformación de ciudades, fábricas, burocracia estatal en un gran cuartel, la pequeña y media burguesía se vio repentinamente en el centro de los acontecimientos. O sea, para llevar a cabo esta «monstruosa construcción», el Estado y las asociaciones capitalistas se sirvieron de la pequeña burguesía.

La desmovilización de la guerra, la retórica de la victoria mutilada, la crisis económica, el fenómeno de la proletarización de las camadas medias, serían las causas del desasosiego de la pequeña burguesía durante y después de la guerra, bien como los orígenes del llamado subversivismo reaccionario, que encontró en el nacionalismo de D’Annunzio y en el fascismo de Mussolini la razón de su revolución social.

Uno de los ejemplos más significativos de este tipo de análisis acerca de la base social del fascismo en Gramsci se puede encontrar en el artículo Il popolo delle scimmie (El pueblo de los monos), publicado en el L’Ordine Nuovo de 2 de enero de 1921.

En este artículo él describe la trayectoria de la pequeña burguesía italiana desde los años ochenta del siglo XIX hasta el nacimiento del movimiento fascista. Con el desarrollo del capitalismo financiero esta clase perdió su función en la producción, volviéndose «pura clase política», especializada en el «cretinismo parlamentar», sea con el giolittismo, sea con el reformismo socialista.

A esta degeneración de la pequeña burguesía corresponde aquella del Parlamento, convirtiéndose en una casa de discusiones demagógicas y escándalos, un medio para el parasitismo. Un Parlamento corrupto que inspira desconfianza y pierde progresivamente prestigio entre las masas populares, llevándolas a localizar en la acción directa de la oposición social el único instrumento de control y presión para afirmar la propia soberanía contra los arbitrios del poder. Es así que el intelectual de Cerdeña interpreta la semana roja de junio de 1914. A través del intervencionismo, del nacionalismo de D’Annunzio y del fascismo, la pequeña burguesía imita a la clase obrera y baja a las calles.

Benito Mussolini. Autor: Desconocido, 1930. Fuente: Bundesarchiv, Bild 102-09844 (CC-BY-SA 3.0)
Benito Mussolini. Autor: Desconocido, 1930. Fuente: Bundesarchiv, Bild 102-09844 (CC-BY-SA 3.0)

A precipitarse los acontecimientos, con la difusión de las violencias fascistas en el país, Gramsci escribe el importante artículo Sovversivismo reazionario (L’OrdineNuovo, de 22 junio de 1921, 1, n. 172), que fija uno de los principales retratos ideológicos del líder fascista Benito Mussolini, en el momento de su estreno parlamentar, cuando reivindicó su origen subversivo.

Según el dirigente comunista, sería preciso una rigurosa investigación para filtrar el mito de Mussolini y recolocarlo en su justa dimensión humana y política. Entre sus argumentaciones estaba la exacta autodefinición de Mussolini como blanquista de primera hora. El blanquismo era la teoría social del golpe de mano de una minoría armada, dominadora, y tanto el Mussolini subversivo como aquél reaccionario encontraban un punto de absoluta continuidad con exterioridad ideológica de esta doctrina, la «idea de revolución sin programa». En este punto, no existía diferencia entre el Mussolini socialista, protagonista de la semana roja en el año 1914, y aquél de las expediciones de las escuadras reaccionarias fascistas.

Entre sus intervenciones más significativas y representativas que hizo seguramente está el discurso titulado Origen y finalidad de la ley sobre las asociaciones secretas, unas de las piezas fundamentales de conexión entre su producción antes y después de la cárcel sobre el tema fascismo/clases dirigentes. Se trata del discurso pronunciado a la Cámara de diputados el 16 de mayo de 1925, contra el proyecto de ley Mussolini-Rocco, que se proponía eliminar la masonería.

Entre otras, aquí se encuentra una cuestión particularmente importante: esa ley según Gramsci era la prueba de que el régimen no consiguió fascistizar toda la burguesía y el aparato del Estado. Eso confirma la insatisfacción de Gramsci para las lecturas simples y superficiales que describen un único frente monolítico y orgánico de las clases dominantes atrás del fascismo. El fascismo quería ejercer esa función de dirección centralizada, pero aún había contradicciones, por lo tanto, la eliminación de la masonería, que aún congregaba parte significativa de la burguesía, era funcional a esa tarea.

La masonería, dadas las modalidades de unificación nacional y la debilidad de su burguesía, aparecía para Gramsci como el único partido real y eficiente que las clases dirigentes italianas tuvieron por mucho tempo. La masonería fue el principal instrumento a través del cual la burguesía defendió la creación del nuevo Estado unitario liberal contra las amenazas provenientes del Vaticano y de su brazo armado en el país, esto es, los jesuitas, atrás de los cuales se concentraban todas las fuerzas más reaccionarias del país, tanto en el Norte como en el Sur.

La masonería, por tanto, era la organización y la ideología oficial de la burguesía italiana. Declararse antagónico a ella significaba afirmar estar en contra de su principal tradición política y mismo con el Risorgimento, impensable sin su presencia y centralidad.

Otro punto fundamental acerca del tema del fascismo que conecta la producción de Gramsci antes y después de la cárcel, se encuentra en las famosas Tesos del Congreso de Lyon, consideradas el eje del giro político de la acción comunista en Italia en relación a la concepción de partido y de análisis de la sociedad.

En ambos casos, se trataría de la superación completa de las Tesis elaboradas por Bordiga en el Congreso de Roma de marzo de 1922, que se revelaron totalmente incapaces de comprender el peligro fascista, así como de construir una adecuada resistencia comunista a su ascenso.

En las Tesis la debilidad del Estado y de la estructura social que lo soporta encuentra orígenes bien definidos, representando ya una anticipación de la lectura de la Cuestión meridional y de los Cuadernos de la Cárcel. Italia se tornó Estado unitario principalmente por la concomitancia de situaciones favorables a nivel internacional, utilizadas con inteligencia por los liberales de Cavour. El fortalecimiento del Estado nacido del Risorgimento aconteció a través de un compromiso entre el capitalismo industrial y las clases propietarias (latifundistas y pequeña burguesía), y sobre las cuales la nueva nación podía ejercer una hegemonía muy limitada.

Proceso de unificación italiana, el llamado Risorgimento. Autor: Artemka, 29/04/2013. Fuente: Wikimedia Commons (CC BY-SA 3.0)
Proceso de unificación italiana, el llamado Risorgimento. Autor: Artemka, 29/04/2013. Fuente: Wikimedia Commons (CC BY-SA 3.0)

El compromiso, base de la unidad nacional y que sustentaba el bloque histórico de las clases dirigentes, tenía su fundamento en el desarrollo desigual entre Norte y Sur, razón por la cual el enriquecimiento del primero era inversamente proporcional al empobrecimiento del segundo. Este tipo de desarrollo aparecía para las poblaciones meridionales como una situación colonial, asumiendo la grande industria septentrional el papel de las metrópolis capitalistas.

Los grandes propietarios agrarios y la pequeña burguesía del Sur tenían la misma función de las camadas sociales que en las colonias se aliaban a las metrópolis para conservar la condición de subalternidad de las clases trabajadoras. Desde los orígenes del Estado unitario, la tarea de las clases dirigentes fue exactamente conservar esta condición de sujeción de los subalternos. Pero en una perspectiva histórica más amplia, este compromiso acababa por mostrarse inadecuado, pues representaba un freno al pleno desarrollo de las fuerzas productivas, presentándose como el principal fermento de movilización de las masas contra el Estado.

El fascismo encuentra una unidad ideológica y organizativa en las formaciones paramilitares que heredan la tradición del «arditismo» y lo aplica a la guerrilla contra las organizaciones de los trabajadores. Para las Tesis, el fascismo realiza su plan de conquista del Estado con la mentalidad del «capitalismo naciente», aquella que proporciona a la pequeña burguesía una homogeneidad ideológica en contraposición a los viejos grupos dirigentes.

Todavía, con la toma del poder, el método fascista de defensa del orden, de la propiedad y del Estado no consigue llevar adelante, pronta y totalmente, este nivel de centralización de la burguesía. Por el contrario, la traducción política y económica de sus propósitos produce muchas resistencias en las propias clases dirigentes.

Las dos vertientes tradicionales de la burguesía liberal italiana no se dejan doblar totalmente con el ascenso al poder del fascismo. Eso explica la lucha contra los grupos no asimilados y contra la masonería. En el plano económico, el fascismo trabaja totalmente a favor de las oligarquías industriales y agrarias, frustrando las expectativas de su verdadera base social.

Eso acontece en las políticas comerciales, con el proteccionismo, en la política financiera, con la centralización del sistema de crédito bancario en total beneficio de la gran industria, en la productividad, con el aumento de los horarios de trabajo y la reducción de los salarios. Sin embargo, el verdadero punto de llegada del fascismo está en la política externa y sus aspiraciones imperialistas, en relación a las cuales las Tesis describen una idea que irá a concretarse catorce años después.

El plan de estudio de los ‘Cuadernos de la cárcel’

Cuadernos de la cárcel, una de las obras cumbre de Antonio Gramsci
Cuadernos de la cárcel, una de las obras cumbre de Antonio Gramsci

Ya en el primer Cuaderno aparece analizado un tema que es orgánico a toda la obra de Gramsci, como es, la debilidad de las clases dirigentes italianas: la interrupción en el desarrollo de la civilización comunal y la falta de la formación de un Estado unitario moderno, los límites del Risorgimento, la ausencia de una dialéctica parlamentar en la edad liberal, el fenómeno del transformismo.

Este último, para Gramsci, no es apenas un problema de las malas costumbres políticas, sino un preciso proceso de cooptación con el cual, del Risorgimento al fascismo, las clases dominantes consiguieron la consolidación de su poder por medio de la decapitación de los grupos opuestos al Estado.

Estos análisis, que esbozan los términos de una «biografía nacional», son esenciales tanto para la historia como para la Ciencia política, y en ellas están contenidas algunas tendencias que cíclicamente se repiten en la vida política italiana, especialmente en sus períodos de crisis. Sin embargo, la originalidad que ellas encierran está en la definición del Estado como una sociedad civil bien organizada. Cada sistema de poder no se sustenta solo con la utilización de la fuerza, sino también a través del consenso, o sea, la capacidad de formar políticamente, culturalmente e socialmente lo que es consenso en la opinión pública.

Y he aquí la función esencial de los intelectuales en una sociedad moderna, el gran tema de la sociedad civil, una función articulación en el ámbito de una esfera más amplia, también definida como Estado. En los Cuadernos de la cárcel, también las reflexiones sobre el proceso de la unificación nacional italiana, el Risorgimento, tienen una perspectiva en la cual las dinámicas de las conquistas hegemónicas, en particular a través de la producción historiográfica y de la acción ideológica de los intelectuales, son centrales.

A partir de esta dinámica, Gramsci destacó las modalidades de composición de las clases dirigentes, a través de un proceso de cooptación y absorción metódica de los nuevos elementos surgidos de las nuevas dinámicas sociales, lo cual marcó toda la historia de Italia, del Risorgimento al fascismo. De esta forma, también grupos inicialmente hostiles fueron progresiva y molecularmente absorbidos por los aparatos del Estado hasta tornarse un soporte de él.

La hegemonía moderada sobre el Partito d’Azione es, para Gramsci, uno de los temas más paradigmáticos de la historia de las clases dirigentes italianas y constituye, de modo general, uno de da aquellos momentos cruciales para comprender la función de los intelectuales en la definición de las estructuras de hegemonía y dominación de una sociedad.

En los Cuadernos, el transformismo fue delineado como una de las formas históricas fundamentales de la dupla «revolución-restauración» o «revolución pasiva», en la formación del moderno Estado italiano. El transformismo constituía un documento histórico de la naturaleza de los partidos que se presentaron como revolucionarios en la fase de la acción militante.

De esta dinámica formaba parte la historia de las clases dirigentes italianas, del Risorgimento en adelante, y Gramsci la dividió en dos fases distintas: a) de 1860 a 1900, caracterizada por el «transformismo molecular», con la absorción de numerosas personalidades políticas surgidas en los partidos democráticos de oposición a las bases de dominio de la clase política moderada y conservadora; b) de 1900 en adelante, con el pasaje de grupos enteros para el campo de los moderados y reaccionarios, como en el ejemplo del pasaje del sindicalismo revolucionario y de grupos anarquistas para las filas del nacionalismo, durante la guerra da Libia y, posteriormente, con el intervencionismo.

Desfile fascista en Milán, Italia. Autor: Desconocido, 1928. Fuente: Bundesarchiv, Bild 102-06851 (CC-BY-SA 3.0)
Desfile fascista en Milán, Italia. Autor: Desconocido, 1928. Fuente: Bundesarchiv, Bild 102-06851 (CC-BY-SA 3.0)

Esos conceptos son articulados a través de una perspectiva histórica de más amplio alcance en los apuntes del Cuaderno 10 titulado «Paradigmas de la historia ético-política», según el cual, a través de la transformación del Estado y de la creación del corporativismo, el proprio fascismo producía cambios en la estructura productiva en dirección de la socialización y cooperación en la producción, sin afectar las modalidades individuales y privadas de apropiación del lucro.

Concretamente, eso significaba que, por medio del fascismo, se buscaba un desarrollo de las fuerzas productivas industriales sin quitar la dirección de las manos de las clases tradicionales, permitiendo así al capitalismo italiano salir de su crisis orgánica y competir con las potencias capitalistas detentoras del monopolio de materias primas y de mayor capacidad de acumulación.

Italia fue el punto neurálgico de la crisis de la civilización europea de posguerra, no siendo por lo tanto casual que el fascismo haya nacido allí. Y lo que hacen los Cuadernos es justamente analizar las causas y los efectos de este proceso. Cuando una clase pierde el consenso y deja de ser dirigente, limitándose a ser dominante a través del uso de la fuerza, significa que las grandes masas son destacadas de las ideologías tradicionales y de los valores de los viejos partidos. He ahí por qué Gramsci sintetiza la crisis que se abre después de la guerra con esta frase que se volvió muy famosa: «lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer».

Concluyendo, toda la obra de Gramsci (cartas, artículos, documentos políticos, notas) nos conduce a un cuadro orgánico íntimamente marcado por el drama del fascismo. Y en el estudio de esta obra es preciso saber identificar las diferencias cualitativas entre los materiales, como por ejemplo aquellos escritos antes y después del advenimiento del fascismo.

Se puede afirmar que los Cuadernos son un trabajo más sistemático, que intenta volver a las causas más profundas del fascismo. Sin embargo, esta obra desarrolla y articula algunas intuiciones ya bien presentes en los escritos precedentes a su encarcelamiento. No son el fruto de un giro ideológico, ni, menos aún, el resultado de su alejamiento del mundo político al cual dedicó toda su existencia.

El fascismo era una forma moderna de poder autoritario en comparación con los viejos regímenes reaccionarios, dada su constante búsqueda del consenso popular y el uso hábil de la demagogia. El corporativismo cabía en esta exigencia y, no obstante su presencia desde el inicio del movimiento, es necesario no olvidar que la teoría de la «Tercera posición» (ni comunismo, ni capitalismo) fue desarrollada solo después de 1930, con el objetivo de afrontar la crisis y el descontento popular, dadas las peores condiciones de vida y trabajo imperantes.

La afirmación de la paridad entre capital y trabajo fue solo retórica y la exigencia de conciliar los intereses contrapuestos, en verdad mal escondía la tarea primaria de suprimir el conflicto social de la subjetividad política de los trabajadores.

La característica más moderna del proyecto autoritario del fascismo está en la capacidad de abrir nuevas trincheras para la tarea de controlar las masas. Y aquí está el papel de las palabras de orden, orientadas a prospectar un futuro de grandeza. Por tanto, la habilidad de ejercer también dominio y dirección, hablando con categorías gramscianas: fuerza más hegemonía.

El hombre nuevo fascista no era un individuo convertido en consciente por si y patrón del propio destino, sino el ciudadano-soldado, que vacía la propia individualidad para dejarse absorber integralmente en la comunidad totalitaria.

Por eso el régimen centralizó las funciones de la educación con la reforma escolar realizada por el filósofo fascista Giovanni Gentile. Y organizó estructuras como los «hijos de las lobas» y los jóvenes balilla para niños y jóvenes, grupos de universitarios fascistas, los littoriais de la cultura, la obra del postrabajo fascista y muchas otras articulaciones con la tarea de garantizar siempre una participación pasiva en la vida política y cultural del régimen.

El fascismo es una forma nueva y moderna de régimen autoritario, típica de una fase histórica marcada por la política de masas, porque se impone la tarea de involucrar el pueblo en todas las manifestaciones de existencia y autorrepresentación del régimen, organizando todos los aspectos de la vida individual en función del interés nacional.

El fascismo invirtió grandísimos recursos para desarrollar una industria autónoma de cine nacional, capaz de difundir valores culturales independientes del padrón de la otra gran industria mundial, la de Estados Unidos. Así fueron creados los grandes estudios da Cinecittà e la Muestra Internacional de Cine de Venecia, lanzando los fundamentos de una gran tradición que encontró su fase de mayor éxito y desarrollo después de la Segunda Guerra Mundial.

El aspecto más moderno del fascismo es exactamente la utilización de los instrumentos de la comunicación de masas, cine, radio, periódicos, artes figurativas, para construir el consenso y el mito de la invencibilidad del Duce. Para eso es constituido el Ministerio de la Cultura Popular, Prensa y Propaganda, que será a inspiración fundamental para el régimen nacionalsocialista de Adolf Hitler en Alemania y en particular de su propagandista Joseph Goebbels.

Artículo original de Hemisferio Izquierdo: Gramsci y el fascismo

Enlaces, fuentes y bibliografía:

– Foto de portada: Benitto Mussolini y Adolf Hitler. Autor: Marion Doss, 1940. Fuente: Flickr (CC BY-SA 2.0)
– Gramsci, A. Per un rinnovamento del Partito socialista,“L’Ordine Nuovo”, II, 1, 8 maggio 1920. In L’Ordine Nuovo 1919-1920, Einaudi, Torino, 1978, p. 510.
– Gramsci, A. Lottadi classe e guerra, «Avanti!» ed. piemontese, 19 agosto 1916.
– Gramsci, A. Scritti giovanili 1914-1918, Einaudi, Torino, 1975, pag. 41.
– Gramsci, A. L’Ordine Nuovo 1919-20, Einaudi, Torino, 1987. p. 351
– Gramsci, A. Socialismo e Fascismo, Einaudi, Torino 1978. P. 9.
– Gramsci, A. Cadernos do Cárcere, Einaudi, Torino, 1975, p. 1229.
– Gentile, E. La via italiana al totalitarismo. Roma: Carocci, 2008, p. 148.

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