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Así intenta la ultraderecha instrumentalizar la crisis migratoria afgana como en 2015

La victoria de los Talibán tras la toma de Kabul tendrá un profundo eco en el panorama político que atravesará las fronteras de Afganistán. Los cambios que producirá la nueva dictadura teocrática y ultraconservadora está provocando que una buena parte de la población afgana, temerosa del nuevo régimen, estén intentado huir del país y provocando lo que podría ser una nueva crisis migratoria.

Y este hecho es el que esta intentando ser instrumentalizado por parte de la extrema derecha europea. Y esta estrategia no es nueva. La xenofobia, el racismo y el miedo al diferente han sido uno de los principales acicates que impulsaron a estas formaciones, ya sea desde su mismo génesis o en los últimos años.

Sin ninguna sorpresa, el quinquenio 2015-2019 resultó de un enorme éxito político para las formaciones políticas de derecha radical. Es cierto que esta batallaba sobre diversos frentes políticos, pero el más importante de estos fue su rechazo a la inmigración en general, discurso motivado por la oleada de refugiados sirios que huían de la Guerra Civil que estalló en el país y cuyas consecuencias todavía perduran.

Esta oleada, que inicialmente fue acogida con benevolencia, se convirtió rápidamente en un problema político y marcaría en cierta manera el futuro de la Unión Europea, aun a pesar de que la gran mayoría de personas refugiadas no acabó en países europeos, sino en los de su entorno. La estrategia tuvo tanto éxito que, amén de otros factores, los resultados electorales de estos partidos se multiplicaron exponencialmente.

Ahora, este mismo tipo de organizaciones trata de agitar el miedo al diferente y de apelar a una supuesta repetición de los eventos de 2015 para intentar ganar votos.

La xenofobia como base de la extrema derecha

El éxito del discurso xenófobo y racista de la extrema derecha es innegable. Ha sido este discurso el que ha catapultado a la mayoría de formaciones de la extrema derecha a cierto éxito político, con especial relevancia a formaciones como Alternativa para Alemania o La Liga en Italia, aunque ha beneficiado a la totalidad de partidos afines a estas ideas.

Sin embargo, de la misma forma que la derecha radical moderna disfraza su discurso para que sea lo más aceptado posible entre la sociedad, ha experimentado varios cambios en comparación al que se mantenía en los años 20 y 30. Ahora, en vez de ser eminentemente racista y hablar de características físicas o de la biología para intentar argumentar una supuesta inferioridad de tipo racial, intenta camuflarse en varios campos: el económico y el cultural.

En el campo económico, las personas inmigrantes son vistos como rivales por los recursos materiales en una Europa golpeada por la crisis y una recuperación económica desigual. Incluso en los países ricos, a estos migrantes y refugiados se le ve como extractores de los recursos públicos. Es decir, se intenta argumentar que no hay suficientes recursos para todos y que, por lo tanto, lo que se le dé a las personas que vienen de fuera supondrá que una persona que haya nacido en el país se quede sin dicho recurso. Esto vale para hablar de ayudas sociales, de servicios públicos, de empleo… y se utiliza para provocar un enfrentamiento y una brecha que, en realidad, no es real.

En el campo sociocultural, se plantea que estas personas vienen con una cultura, religión e ideas propias, que se presentan como incompatibles con el modo de vida occidental y con la sociedad moderna. Es decir, se dibuja a la persona inmigrante como alguien de ideas arcaicas, diferentes y peligrosas, incluso como un potencial delincuente (violador, asesino, ladrón…) cuya forma de pensar conducirá inevitablemente a un aumento del crimen y de la inseguridad ciudadana para las personas nativas.

En el fondo en este campo hay una agreste pelea religiosa, donde la extrema derecha defiende los pilares de la religión cristiana como la base de Europa frente a una sustitución por la llegada del valores procedentes de otras religiones, especialmente la islámica. Pero lo enmascara en base a la defensa de la sociedad moderna, cuando las ideas de la ultraderecha europea coinciden más con los fundamentalistas de otras confesiones que con los ateos de su región.

Así, el multiculturalismo se ve como un problema que enfrentará a la sociedad y que hará desaparecer a la sociedad europea, fetichizada en la Europa blanca, y diluida en un Europa mestiza e islamizada. En esto la extrema derecha vuelve a usar el enemigo exterior y el usual endogrupo (nosotros) versus el exogrupo (ellos) para intentar dividir aún más a la sociedad en base al supremacismo étnico y cultural.

La crisis migratoria de 2015, las políticas de acogida y el auge ultraderechista

Crisis migratoria europea. Solicitantes de asilo en Europa entre el 1 de enero y el 30 de junio de 2015. Autor:  Maximilian Dörrbecker (Chumwa), 15/09/2021. Fuente: Wikimedia Commons (CC BY-SA 2.0).
Crisis migratoria europea. Solicitantes de asilo en Europa entre el 1 de enero y el 30 de junio de 2015. Autor:  Maximilian Dörrbecker (Chumwa), 15/09/2021. Fuente: Wikimedia Commons (CC BY-SA 2.0).

En 2015 estalló la Guerra Civil siria, que produjo uno de los mayores crisis migratorias de la historia reciente de Europa, y también del mundo en líneas generales. Más de un millón de personas escaparon en dirección al viejo continente en busca de un futuro ante un país devastado por la guerra y múltiples conflictos sociales, políticos y económicos.

Las formaciones de extrema derecha se opusieron a que los países europeos acogieran a las personas refugiadas, pero aunque posiblemente hubiera un precio político, la mayor parte de las organizaciones políticas (algunos en base a una visión liberal, otros en base a ideas progresistas) aceptaron este flujo migratorio, mientras una oleada de solidaridad recorría Europa ante las dramáticas imágenes de Siria. Famosos fueron los carteles de «Refugees welcome» que se colocaron en numerosos edificios públicos y que encabezaron protestas y concentraciones.

Algunas personas iban a recibir a los refugiados a los aeropuertos y estaciones, mientras los países negociaban las cuotas que asumiría cada uno, en general con la única oposición total de gobierno de la extrema derecha como el Fidesz del húngaro Viktor Orbán o Ley y Justicia en Polonia.

A medida que los primeros refugiados llegaban, se vio que el goteo sería una ola, con más de un millón personas pidiendo asilo. La solidaridad se transformó rápidamente en indiferencia y posteriormente en rechazo, mientras el discurso ultraconservador iba ganando protagonismo. A este discurso se le sumaron buenas dosis de bulos y «fake news», que comenzaban a perfilarse como un pilar de su estrategia comunicativa.

Algunos de los socios europeos empezaban, por otro lado, a descolgarse de la estrategia de cuotas, mientras otros hicieron un gran esfuerzo como la Alemania de Merkel, que acogió a más de un millón de refugiados, superando las primeras previsiones del gobierno alemán que la situaban en 800.000. La CDU, el partido del gobierno, pagó el precio ante el crecimiento de Alternativa para Alemania y su hundimiento en las elecciones de 2016.

La extrema derecha salió fortalecida de esta crisis migratoria, utilizando el discurso de la xenofobia y el miedo al otro. Gracias a esto, las formaciones ultraderechistas alcanzaron puestos relevantes como formaciones estatales en buena parte del mapa europeo. Un momento dorado para la ultraderecha que aún colea en Europa y que ha causado profundas grietas entre la sociedad y entre los socios europeos.

Las acciones de la extrema derecha

Ahora mismo, la extrema derecha clama contra la llegada de refugiados, exigiendo que no sean acogidos, repitiendo el mismo modus operandi que en 2015 y en los años sucesivos en los que la crisis en Siria vivió su momento más álgido.

Esta está siendo, por ejemplo, la oposición de Matteo Salvini en Italia, que solo quiere acoger a unas decenas de personas que hayan colaborado con la embajada italiana, o Vox en España, exigiendo que sean los países limítrofes los que absorban a los refugiados, ignorando el hecho de que esto ya ocurre: según el informe de ACNUR de 2016, el 90% de los refugiados afganos acababan en países musulmanes.

En la misma línea, se esta pronunciado el partido ultraderechista Alternativa para Alemania, que tras acoger en estos meses a los antivacunas y sus propuestas, ahora quiere salir beneficiada políticamente con la crisis afgana en un intento por remontar tras unos meses de pérdida de apoyos electorales y con las elecciones a la vuelta de la esquina.

De la misma manera, se están pronunciado los estados con la ultraderecha en el poder, como es el caso de Hungría y Polonia, que junto a sus aliados del Grupo de Visegrado (compuesto por Polonia, Hungría, Eslovaquia y República Checa y unido por su cultura en común) han mostrado su oposición a cualquier cuota de refugiados.

Estos son solo un ejemplo de una actitud en común de los partidos afines a la nueva derecha radical que buscan rentabilizar esta crisis como la de 2015. Además, sus satélites mediáticos intentan vender el miedo a que se dé un escenario similar a la crisis migratoria de 2015, aun cuando parece que esto va a estar muy lejos de suceder.

El cambio en los líderes europeos

El presidente francés Emmanuel Macron, durante una reunión con el presidente ruso Vladimir Putin (Versalles). Autor: Servicio de prensa del presidente de la Federación de Rusia, 29/05/2017. Fuente: Kremlin (CC BY 4.0).
El presidente francés Emmanuel Macron, durante una reunión con el presidente ruso Vladimir Putin (Versalles). Autor: Servicio de prensa del presidente de la Federación de Rusia, 29/05/2017. Fuente: Kremlin (CC BY 4.0).

A pesar de que, como suele ser habitual, la extrema derecha abandera el discurso xenófobo, los líderes europeos parecen los más temerosos a un escenario similar al de 2015. Por esta razón, la anterior y benevolente acogida europea se esta topando con un cambio de 180 grados dispuesto a obstaculizar cualquier acogida, o al menos cualquier acogida que se dé sin unas condiciones preestablecidas.

Una de las primeras voces fue la del canciller austríaco Sebastián Kurtz, que ha basado parte de sus políticas en el rechazo a la inmigración. El canciller se ha negado a acoger refugiados en Austria.

En esta línea similar parece que le seguirán los grandes de Europa: por un lado, la Alemania posterior Merkel y el nuevo periodo que abrirá ahora la CDU bajo el liderazgo de Armin Laschet ha dado una vuelta a la política de la Canciller, exigiendo parar los futuros flujos migratorios ilegales. Esto tiene una visión claramente estratégica ante las elecciones de septiembre de este año, donde saldrá el nuevo canciller y temiendo que Alternativa para Alemania les robe en el caladero de votos conservador.

De la misma manera se ha pronunciado Emmanuel Macron, que ya ha anunciado un plan conjunto contra los flujos irregulares de personas en coordinación con otros agentes europeos. El presidente ha incidido que Europa no puede cargar con el peso de estos flujos.

Además, electoralmente esto le pondría en un horizonte muy complejo para las elecciones presidenciales de 2022, con Los Republicanos (la derecha conservadora francesa) en un momento de fuerte repunte y con Marine Le Pen, la principal líder ultraderechista, debilitada, pero en el centro de los conflictos raciales en Francia.

En esta línea, aunque Le Pen no pase por su mejor momento, la mayor parte de la derecha y el centroderecha ha copiado su discurso contra la inmigración. Una muestra de esto fue el debate televisado entre Le Pen y ministro del interior francés, Gerard Darmanin, llegando a decir este que Le Pen le parece demasiado blanda y que necesita ser más radical.

El acuerdo llegó hasta tal punto entre ambos políticos que hablando sobre integrismo islamista e inmigración el presentador del debate, Thomas Soto, expresó: “Tenemos la sensación de que ustedes dicen y piensan lo mismo”.

Así, Bélgica, Dinamarca, Alemania, Grecia, Países Bajos y Austria ya han pedido a la Comisión Europea que frene la llegada masiva de inmigrantes irregulares y refugiados de Afganistán, actuando de manera muy diferente a la crisis migratoria de 2015.

Una crisis migratoria diferente

Barrera en la frontera entre Hungría y Serbia. Autor: Délmagyarország/Schmidt Andrea, 21/07/2015. Fuente: Délmagyarország (CC BY-SA 3.0).
Barrera en la frontera entre Hungría y Serbia. Autor: Délmagyarország/Schmidt Andrea, 21/07/2015. Fuente: Délmagyarország (CC BY-SA 3.0).

Pero aunque la llegada de inmigrantes afganos es una posibilidad, la realidad es que la gran cantidad de personas que partieron de Siria en 2015 queda muy lejana en comparación a la que está saliendo y saldrá de Afganistán.

En primer lugar, Afganistán se encuentra muy mal comunicado con Europa. Para llegar hasta las fronteras de la UE, habría que cruzar la amplitud de Irán y después Turquía. La llegada por mar se antoja aún más difícil, ya que el principal corredor sería Irán, Irak y luego Siria. Otro viaje mas tortuoso aún sería atravesando Azerbaiyán, Georgia y Rusia.

En segundo lugar, hay que recordar que, en la anterior crisis de refugiados, ocurrida durante la guerra de Siria, este país se encuentra en frontera con Turquía.

En tercer lugar, también hay que entender que la ola de refugiados sirios se produjo en un muy corto periodo de tiempo durante un uso desmesurado de la fuerza entre varios frentes en muy poco tiempo, mientras que el conflicto afgano ha sido diferente, con combates muy localizados y distribuidos a lo largo de veinte años, y con una rápida toma de poder sin apenas resistencia sin apenas intervención internacional.

Y a estas dificultades geográficas se suma el rechazo de los países fronterizos. Grecia y Turquía han anunciado una política de mano dura con los flujos de refugiados, al contrario que sucedió en 2015.

En el caso de Turquía, este es el país del mundo con más refugiados sirios gracias a un acuerdo de miles de millones con la UE para evitar su llegada a Europa. Turquía no quiere la posibilidad de verse llena de refugiados afganos, por lo que ha aumentado los recursos a la creación de un muro fronterizo, que sería uno de los más largos del mundo.

En el mismo sentido ha actuado Grecia, erigiendo una valla de 40 kilómetros en su frontera con Turquía. Esta valla de 5 metros de alto contará con alambre en la parte superior y un sistema de videovigilancia. La política de Grecia, de hecho, ha quedado muy clara tras la visita del ministro de Protección de los Ciudadanos de Grecia, Michalis Jrisojoidis, a la valla: Nuestras fronteras permanecerán inviolables».

Todos estos cambios harán imposible que una crisis migratoria como la de 2015 se reproduzca, con unos flujos migratorios más débiles, unas fronteras mucho más impermeables y unas políticas europeas contra la llegada de los refugiados.

Así es posible que la extrema derecha no pueda sacar réditos electorales de la crisis migratoria de Afganistán, si bien su discurso ya ha ganado la partida


Juan Francisco Albert

Director de Al Descubierto. Estudiante de Ciencias Políticas y máster en Política Mediática. Apasionado del estudio y análisis del hecho político, con especial interés en el fenómeno de la extrema derecha, sobre la que llevo formándome desde 2012. Firme defensor de que en política no todo es opinable y los datos, fuentes y teorías de la ciencia social y política deben acompañar cualquier análisis.

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