Cultura

‘El cuento de la criada’, una distopía buscada por la ultraderecha

La historia de ¨El cuento de la criada¨ se ha convertido en un fenómeno global a través de su exitosa serie de televisión. Sin embargo, este relato distópico de una sociedad fascista que tiene como principal característica una misoginia aterradora, tiene su origen en la novela de la escritora canadiense Margaret Atwood, escrita con el mismo título en 1985.

El argumento de la novela es muy similar al de la serie, trasladando la historia a una distópica dictadura estadounidense que se ha instalado en el poder tras un golpe militar en el cual se ha asesinado al presidente. Además, dicho atentado se le atribuye de manera intencionada al terrorismo islámico. Con esta excusa y con toda una atmosfera de confusión social, una organización de fundamentalistas católicos, Los Hijos de Jacob, proclamaba la República de Gilead, acepción proveniente de la palabra Galaad, originaria del Antiguo Testamento de la Biblia y que significa en hebreo «monte del destino».

Gilead, un totalitarismo fascista ultracatólico

Los hechos se precipitan de esta forma debido a que el contexto social donde se sitúa la Humanidad en la novela es de gran delicadeza debido a una baja de la fertilidad drástica fruto de la contaminación donde tan solo una de cada cinco mujeres consigue tener hijos.

Este contexto de inseguridad e incertidumbre es el caldo de cultivo perfecto para que Los Hijos de Jacob lleguen al poder y creen Gilead, adquiriendo adeptos y posiciones de poder. Finalmente, una vez consolidado el golpe de estado, instauran una dictadura de inspiración fascista. Utilizan el argumento de la «salvación» y la defensa de la especie humana como pilares de su legitimación, construyendo un estado autoritario y disminuyendo prácticamente todas las libertades y derechos sociales característicos de la democracia estadounidense.

Tanto el poder judicial, legislativo como ejecutivo pasa a unificarse bajo el yugo de la organización, la libertad de prensa es abolida y, además, ningún tipo de disidencia es permitida, siendo castigados incluso delitos menores con la muerte o el internamiento en un campo de concentración o llevando a los penados a Las Colonias, lugares contaminados con radiación donde deben realizar trabajos forzados hasta la muerte.

Las libertades están restringidas hasta tal punto que la música, el cine, los programas de televisión o los libros están prohibidos. De hecho, para desincentivar la lectura, casi toda la información pública se intenta transmitir mediante dibujos o pictogramas en lugar mediante letreros o carteles.

La sociedad se reorganiza también en base a una rígida estructura vertical con roles asignados en función de la posición social y del género. En la cúspide, se encuentra el Consejo, órgano formado por todos los Comandantes, los máximos líderes de la República de Gilead, que se reparten el territorio bajo su yugo.

De hecho, si hay algo que caracteriza al régimen autoritario de Gilead por encima de los demás rasgos fascistoides es su exacerbada misoginia, mostrada a través de una sociedad patriarcal llevada al extremo, donde las mujeres son consideradas desde todos los puntos de vista como inferiores al género masculino, siendo realmente sometidas a un proceso de deshumanización escalofriante.

Las mujeres son, de hecho, clasificadas por colores y posición con un rol asignado: las de más alta posición, de color azul, son las esposas de los hombres que están en la cúspide de la pirámide y tienen diferentes privilegios; las de rango más intermedio, llamadas «tías» y que visten de marrón, se encargan de las labores de adoctrinamiento, educación y propaganda para el resto de mujeres; seguidamente están las «martas», que se encargan de las tareas domésticas; y, por último, las «criadas», vestidas de rojo, que son las mujeres que pueden tener hijos, que son tratadas como propiedades y esclavizadas, aunque gozan de ciertos privilegios con respecto al resto porque son valiosas para la supervivencia de la especie.

La idea de Los Hijos de Jacob es que las pocas mujeres fértiles que quedan deben servir a la sociedad para asegurar el futuro de la Humanidad, una idea que surge de una interpretación fundamentalista del origen de las 12 tribus de Israel. Según dicha historia, Jacob se casó con sus primas, Raquel y Lía, las cuales le ofrecieron a Jacob sus esclavas para tener mayor descendencia.

Por supuesto, la homosexualidad, a la que llaman “traición de género”, está prohibida, así como cualquier tipo de disidencia u opinión política, que dominan con un férreo sistema de control basado en el ejército y el adoctrinamiento.

En dicha historia existe una protagonista, June, interpretada en la serie por Elisabeth Moss. Una mujer que es separada de su marido y su hija a la fuerza en el proceso de instauración de la dictadura. June es una de las pocas mujeres capaz de engendrar hijos, una «criada». Por tanto, es perseguida y apresada. Por otro lado, su marido está a punto de ser asesinado, pero logra escapar. No obstante, su hija de muy pocos años de edad es capturada y dada en adopción de manera forzada a una de las familias ricas de Gilead.

El marido de June, llamado Luke, logra cruzar la frontera hacia Canadá, país que es consciente del escalofriante genocidio que está ocurriendo en Estados Unidos, pero que, con temor actuar por una represalia bélica, se limita a recibir a los refugiados que consiguen huir del infierno en que se ha convertido el país.

Desde Canadá, su marido hará todo los posible para ayudar a June y a su hija. Ella, sumergida en la oscura dictadura de Gilead se verá sometida a todo tipo de vejaciones y torturas por parte del gobierno ultracatólico y dictatorial que ahora gobierna el país de las barras y las estrellas. Sin embargo, esto no le impedirá buscar a su hija e intentar hacer frente a la omnipresente dictadura.

De June a Defred: el proceso de deshumanización en «El cuento de la criada»

En la nueva vida de June bajo el manto de Gilead es despojada de sus derechos más básicos, incluso de su propia identidad. En dicha sociedad ella jamás volverá a llamarse June, siendo bautizada como Defred. Este nuevo nombre es una alusión directa a su nuevo dueño el comandante Fred Waterford, señalando en la etimología de su nuevo nombre que deja de ser una persona y pasa a ser una propiedad de la familia del comandante, interpretado en la serie por el actor Joseph Fiennes.

De esta forma, la vida de Defred se sumerge en una cárcel social sustentada en la misoginia, donde a ella con su nueva condición de criada únicamente es considerada como un «útero andante», un recipiente vacío para un fin: engendrar.

En Gilead a las mujeres en general se les reducen los derechos sociales al máximo a través de un rígido sistema de castas, pero las criadas son las que más sufren este maltrato. En el seno de dicha dictadura, para las criadas quedan prohibidos derechos tan básicos como tener propiedades, cobrar algún tipo de salario, salir del hogar sin permiso o solas, leer, hablar sin previo permiso con alguien que no sean sus propietarios, actividades de ocio y todo tipo de autonomía sentimental y, por supuesto, sexual.

Por supuesto, «El cuento de la criada» no es un relato inocente. Hace una alusión y una crítica directa a las condiciones de vida que las mujeres se están viendo sometidas en los países gobernados por el fundamentalismo islámico, condiciones que llevan pasando décadas en países como Qatar, Arabia Saudí, Irán y, el ahora en boca de toda la opinión pública, Afganistán, entre algunos otros.

Por otro lado, tanto el libro como la serie están criticando también el machismo estructural que sufre el mundo en líneas generales y las ideas retrógadas y reaccionarias que se sostienen desde los países occidentales en cuanto a los derechos de las mujeres.

Pese a todo lo anterior, quizá el acontecimiento más impactante de «El cuento de la criada» sea la primera escena de violación que muestra. Las criadas, para satisfacer el rol social impuesto de engendrar descendencia, son obligadas a mantener relaciones sexuales con su comandante, mientras la mujer de este participa en dicha violación sujetando a la criada. Día tras día, las miles de criadas de Gilead son violadas en lo que es denominado «La Ceremonia«, un ritual creado por Los Hijos de Jacob alrededor de esta violación basado en la interpretación extremista del capítulo 30 del Libro del Génesis, donde se nombran algunos personajes bíblicos como Raquel, Bilhá y Jacob.

Existen otros rituales más atroces si cabe, como la lapidación a las criadas por parte de otras mujeres de su mismo estamento social si han cometido algún acto considerado delito grave, la mutilación genital, el internamiento en un campo de concentración hasta la muerte, torturas, encarcelamiento y un largo etcétera que convierten a Gilead en un auténtico infierno. Las ejecuciones por castigo reciben el nombre de «Salvaciones».

Las mujeres en «El cuento de la criada»

Como se ha descrito anteriormente, un estricto y demencial sistema de castas vertebra el papel de las mujeres en la República de Gilead. Los deberes y obligaciones y las limitaciones de casa casta son invariables y están condicionadas por ciertos factores como la clase social, el pertenecer Los Hijos de Jacob o la condición de ser fértil.

En el hogar donde June es obligada a vivir se puede observar los diferentes estatus y roles que las mujeres tienen en la sociedad de Gilead. Por un lado, está Serena Joy, la esposa sumisa del comandante Waterford. Las esposas tienen más autonomía que el resto de mujeres: son completamente sumisas frente a los hombres, pero pueden salir a la calle, reunirse entre ellas y asistir a ciertos actos sociales y públicos. Además, tanto las criadas como los otros dos estamentos, las «martas» y las «tías», están subordinadas a su voluntad.

Es curioso el paralelismo que se observa a través de esta clasificación, pues muestra como dependiendo de la clase social y el estatus económico (todas las esposas pertenecen a familias ricas), el patriarcado y la opresión del hombre es más severa. Incluso las esposas son un activo fundamental para entender la situación de opresión de las criadas y las martas, siendo en muchas ocasiones maltratadas directamente por estas.

Las martas son la cara de la otra moneda: mujeres también infértiles pero pobres, las cuales se ven obligadas a ejercer labores de cuidado u otras actividades que el Consejo considere. Gracias a su trabajo, las mujeres de clase alta no deben preocuparse por estas labores. Sin duda, la dimensión de clase social transvasa las relaciones patriarcales que describe la serie, siendo este binomio entre esposas y martas el más claro.

Por otro lado, existen otros dos estamentos ligados a la reproducción: las criadas y sus insobornables guías llamadas «tías», que agreden y adoctrinan a las criadas para que acepten el destino que se les ha impuesto, un destino que conlleva no tener una vida más allá de ser violadas continuamente para que después se les arrebate a su hijo o hija, que será criado por alguna familia rica.

De este modo, se puede observar también un paralelismo con los polémicos vientres de alquiler o gestación subrogada, donde gente con una alta cota de poder adquisitivo paga a mujeres para que tengan un hijo que después les es entregado en adopción, un hecho que amplios sectores del feminismo consideran una manera de aprovecharse de personas con pocos recursos, y una forma de mercantilizar las vidas humanas, simbolizando uno de los actos más drásticos que el capitalismo actual ejerce sobre el cuerpo de la mujer y el ámbito de la maternidad. Un acto que queda plasmado en la serie de «El cuento de la criada» a través de los tres estamentos de mujeres: vientre gestante (criada), adiestradora de gestadoras subrogadas (tía) o cuidadora de hijos (esposa).

¿Vivimos tan alejados de «El cuento de la criada»?

Una distopía tiende a exagerar los peores rasgos de una sociedad para denunciarlos o comprenderlos en mayor amplitud. Como se ha visto en los párrafos anteriores, la dimensión de clase u acciones como la gestación subrogada se aproximan bastante a las lógicas de opresión patriarcal descritas en esta historia, solo que elevadas a la enésima potencia.

Además, en la actualidad, pese al avance del feminismo y los logros conseguidos respecto a los derechos de las mujeres, el auge de la extrema derecha en todo el mundo a propiciado una reacción reaccionaria y ultraconservadora que se opone profundamente a que las mujeres u otros colectivos como el LGTB tengan los mismos derechos que los hombres blancos heterosexuales.

Sin ir más lejos, en Texas, Estados Unidos, se ha vivido hace poco un episodio de claro retroceso en cuento a los derechos de las mujeres, pues en dicho estado, el cual esta gobernado por la rama más ultraconservadora del Partido Republicano, se ha aprobado una ley que prohíbe el aborto incluso antes de que muchas mujeres sepan que están embarazadas.

También en Europa, la extrema derecha y su consolidación en el poder en países como Hungría o Polonia está resultando un grave retroceso en los derechos de las mujeres y el colectivo LGTB. En Latinoamérica ocurre un proceso similar, y en muchos países los números de feminicidios son alarmantes. También en Asia, como se ha dicho antes, existen países gobernados por el fundamentalismo islámico que realmente se parecen mucho a lo descrito en «El cuento de la criada».

El patriarcado está más vivo que nunca y sigue sin soltar su yugo frente al colectivo que ha dominado históricamente.

¿Qué es el patriarcado? El gran enemigo de «El cuento de la criada»

El concepto de patriarcado como eje central de la dominación masculina es algo fundamental para entender las posturas feministas y para comprender los contextos de dominación y opresión atroces como los descritos en párrafos anteriores y, por supuesto, en «El cuento de la criada».

De esta manera, el término patriarcado es un concepto fundamental dentro del feminismo. Este concepto hace referencia a un sistema social o modelo de sociedad el cual se rige por la dominación masculina, es decir, al hecho de que ciertos valores y roles sociales sexistas se encuentren inmersos en la sociedad y se transmitan a través de las generación justificando, de un modo u otro, diferentes desigualdades que perjudican especialmente a las mujeres.

En la teoría las “sociedades patriarcales puras” se caracterizarían por una organización social donde los hombres (patriarcas) tendrían el control y se encargarían de la protección sobre las mujeres y su grupo familiar (hijos e hijas).

Asimismo, el origen del patriarcado es un debate abierto dentro de las ciencias sociales y en el propio movimiento feminista. Pues, aunque ciertas corrientes dentro de éste hacen referencia al “matriarcado originario”, es decir, un modelo de sociedad donde el control y la organización social recaía en las mujeres (sería el equivalente antagónico a un patriarcado puro) que, supuestamente desapareció cuando el hombre se fue apropiando del fruto del trabajo de la mujer y su capacidad reproductiva. Se debe apuntar que no existen evidencias claras sobre esta hipótesis que se acerca bastante a la dimensión de lo mítico.

No obstante, a partir de los años 60 y 70, muchas disciplinas como la historia, la sociología o la antropología, empezaron a formularse desde una perspectiva feminista la siguiente cuestión: ¿dónde se puede encontrar el origen de la opresión de los hombres hacia las mujeres en el seno de las sociedades?

De esta forma, muchas posiciones académicas argumentaban que la dominación sobre la mujer había existido desde siempre (y que es constitutiva de las sociedades humanas) y que, además, tenía una explicación biológica, psicológica o ambas. Sin embargo, numerosas autoras sostenían y sostienen un planteamiento diferente: el sistema de dominación social llamado patriarcado se fue instaurando como la consecuencia de acontecimientos y procesos sociales complejos, los cuales llevaron a la mujer a una posición de subordinación frente al hombre. Es decir, que existen numerosas variables y factores que se han ido dando con el paso de los siglos y que han dado como resultado la configuración social actual.

El debate sigue siendo actual. Muchos estudios de género que adoptan un punto de vista marxista señalan que el origen de la dominación hacia la mujer proviene de un conjunto de cambios económicos y sociales, los cuales están ligados al paso de la propiedad colectiva o grupal a la propiedad privadaque se produjo con el aumento de producción y la consecuencia de este (la generación de excedente, la apropiación y la distribución del mismo).

Es decir, desde ciertos puntos de vista relacionados con el marxismo y con las teorías del capital de Karl Marx, así como desde la izquierda, se sostiene que las desigualdades y las dinámicas sociales del sistema económico capitalista actual han propiciado, facilitado y/o impulsado la desigualdad entre hombres y mujeres. Y, si bien esto es muy debatible, es cierto que el desarrollo del capitalismo y del patriarcado están íntimamente ligados, aunque sea desde un punto de vista estrictamente histórico, ya que se han desarrollado de forma paralela a lo largo de los últimos siglos.

En definitiva, la consecuencia de este punto de vista es claro: si el patriarcado surge de una configuración histórica y, por tanto, no es constitutivo de las sociedades humanas, existe la posibilidad de generar una sociedad no patriarcal, la cual esté libre de la opresión con motivo de género.

El feminismo como arma frente «El cuento de la criada»

El patriarcado, como constructo definible y demostrado a través de diferentes estudios, datos e investigaciones, es una realidad, en mayor o menos medida, y en diferentes expresiones y formas, en prácticamente todo el mundo. Por tanto, la mayor arma frente a este sistema de dominación social, es el movimiento político, social e ideológico que critica, deconstruye y denuncia al patriarcado: el feminismo. Este punto es esencial también para entender «El cuento de la criada» en toda su extensión, así como los grupos de resistencia y el activismo social que existe de fondo y se desarrolla a lo largo del relato.

Desde el punto de vista de las ciencias sociales, el feminismo es una corriente ideológica y un movimiento social que busca la igualdad entre hombres y mujeres. No obstante, ha sufrido múltiples ataques y tergiversaciones por parte de una reacción misógina, en gran medida promovida por partidos o movimientos sociales conservadores o de ultraderecha.

Dependiendo de a quien se escuche hablar sobre feminismo, la gente se puede encontrar con respuestas totalmente dispares: desde que es “un movimiento que busca poner a las mujeres por encima de los hombres” o que es un movimiento social llevado a cabo por lunáticas o “feminazis”.

Sin embargo, el feminismo no tiene nada que ver con estas caracterizaciones despectivas. Se puede definir como: la búsqueda de igualdad de derechos entre mujeres y hombres. De esta manera, existen varios puntos de vista desde los que se definen las diferentes dimensiones que engloba el feminismo.

En primer lugar, el feminismo es una idea o un conjunto de ideas que buscan hacer frente a la discriminación y la opresión por parte del sistema patriarcal hacia las mujeres y, en general, a todo aquel que se vea amenazado o estigmatizado por este.

En segundo lugar, el feminismo es un movimiento social que se apoya en estas ideas de igualdad. Dentro de este movimiento social hay tanto mujeres como hombres que entienden el mundo desde la perspectiva feminista y usan la movilización social para intentar conseguir una sociedad más justa e igualitaria.

El feminismo al ser un movimiento social es también un movimiento histórico, el cual tiene más de un siglo de historia: 

La primera ola feminista se sitúa entre el siglo XIX y principios del XX. Esta primera movilización feminista reivindicaba el derecho a votar junto a otros derechos fundamentales como el acceso a educación. Es por eso que muchas de estas mujeres recibieron el nombre de «sufragistas». En general, reclamaban el acceso a los derechos civiles y políticos que tenían los hombres. Cabe decir, no obstante, que aunque esta es la primera ola del feminismo, existen antecedentes de la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres incluso en la Edad Media.

La segunda ola feminista se sitúa en la década de los años 60 y 70. Este nuevo auge del movimiento puso en la palestra debates sobre la desigualdad de la mujer en ámbitos como la sexualidad, la familia, el trabajo, los derechos productivos, la desigualdad frente a la ley, etc. Su lema más conocido fue “lo personal es político”, haciendo referencia a todas aquellas estructuras de poder misóginas que se encontraban en la sociedad no solo en el ámbito público, sino también en el privado, dispuestas de una manera sutil. Esto abarcaba desde el trabajo doméstico hasta el trabajo laboral o la esfera social. Surgen dos corrientes que se enfrentaron en su momento: el feminismo de la igualdad y el feminismo de la diferencia.

La tercera ola del feminismo, se sitúa en los años 90. Dentro de esta se enmarcan muchas corrientes. No obstante, lo que más la caracteriza es el énfasis en la la transversalidad de la lucha de la igualdad entre hombres y mujeres con otro tipo de discriminaciones y opresiones (etnia, geográfica, clase social…). Por tanto, la interseccionalidad es la característica de esta tercera ola, relacionando la dominación de las mujeres con otros ámbitos o variables de dominación. Surge, por ejemplo, el feminismo negro o el transfeminismo.

En la actualidad, se habla sobre una cuarta ola feminista. Sin embargo, parece prudente esperar un tiempo para poder delimitar mejor sus características, ya que hay quienes opinan que todavía estamos en la tercera ola. No obstante, se observa a día de hoy una clara lucha por la libertad sexual, incluyendo al colectivo LGTBI, que está reivindicando sus derechos de una manera justa y modélica conjuntamente al movimiento feminista. También una gran concienciación sobre el derecho al aborto, la violencia de género, la sexualización de los cuerpos, la educación de los más pequeños y pequeñas, etc. Además, otro dato muy importante es la globalización del movimiento, existiendo reivindicaciones feministas por todos los continentes y naciones.

Por tanto, aunque muchos movimientos conservadores o reaccionarios como la ultraderecha dicen lo contrario, el feminismo es un punto de unión, con sus contradicciones, su margen de mejora y todos los errores que activistas puedan cometer, pero con un trasfondo de búsqueda de una sociedad justa, igualitaria e inclusiva.

En conclusión, el feminismo no es una lucha únicamente de las mujeres, es un movimiento social que repercute en toda la sociedad y debe comprometer también a los hombres. No se debe olvidar que todo sistema de dominación sea de clase, etnia o género, repercute a la sociedad en su totalidad. Un punto central para entender dónde colocarse si no se quiere vivir un «Cuento de la criada» que deje de ser tan solo un cuento.

Álvaro Soler

Articulista. Sociólogo y gestor medioambiental, con suerte de poder compartir vocación y formación. Las Ciencias Sociales son una parte muy importante de mi vida. Considero la divulgación a través de la sociología como una gran herramienta para destapar las injusticias sociales y arrojar luz sobre la actualidad diaria contribuyendo así a ser un poco más libres y justos.

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