Europa

El Holocausto: una mirada hacia la naturaleza social del mal

En hebreo es conocido como Shoá, “la catástrofe”. El régimen nazi lo bautizó con el nombre de “solución final de la cuestión judía”. En castellano es comúnmente conocido como el Holocausto. Los tres términos hacen referencia al genocidio que tuvo lugar en todos los territorios ocupados por la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial a la población judía y que resultó en la muerte de unos 6 millones de personas, sin contar todas aquellas que sufrieron también los crímenes de la Alemania Nazi y que no eran judías.

El Tercer Reich gobernado por el partido nazi protagonizó uno de los episodios más crueles, atroces y desgarradores de la historia humana. El Holocausto se ha convertido en el acontecimiento reconocido, estudiado y prueba histórica más innegable del daño que las ideologías de extrema derecha pueden llegar hacer a las sociedades.

A comienzos del otoño de 1941 se inició el proceso de exterminio sistematizado de la población judía en los llamados campos de exterminio, siendo el más conocido Auschwitz, pero habiendo muchos otros ejemplos como el campo de Nordhausen o el campo de Buchenwald. Ambos también históricamente famosos y que formaban parte de una red de 25.000 campos de exterminio situados en los países bajo dominio alemán durante la Segunda Guerra Mundial.

El punto más álgido del genocidio se produjo en la primavera de 1942. Las víctimas eran transportadas en masa en trenes que exclusivamente realizaban esa función. Una vez en los campos eran despojados de sus ropas y pequeñas pertenencias, rapados, desposeídos de su identidad, marcados con un número de serie y agrupados en barracones. Un proceso escalofriante de deshumanización donde posteriormente las personas que sobrevivían a la inanición, los trabajos forzados, las enfermedades o el maltrato, eran finalmente asesinados en las cámaras de gas.

Las cámaras de gas son una herramienta utilizada para matar humanos u otros animales, la cual está formada por una cámara sellada en la que se introduce un gas letal venenoso o asfixiante como el dióxido de carbono o el cianuro de hidrógeno.

Cámara de gas en el campo de concentración de Majdanek, Alemania. Autor: Jolanta Dyr, 16/06/2013. Fuente: Wikimedia Commons (CC-BY-SA-3.0-PL) 
Cámara de gas en el campo de concentración de Majdanek, Alemania. Autor: Jolanta Dyr, 16/06/2013. Fuente: Wikimedia Commons (CC-BY-SA-3.0-PL

Estás cámaras de la barbarie son un enclave característico para entender la frialdad, la sistematización y la meticulosa racionalización que se dio acabo en el asesinato masivo de personas durante el régimen nazi. En realidad, las cámaras de gas ya se utilizaron bajo el mandato de Hitler para asesinar a personas con diversidad funcional o discapacidad en 1939 bajo su programa de eugenesia.

Este mismo método fue trasladado a los campos de concentración en 1942, causando el mayor genocidio del siglo XX. Cabe añadir que los asesinatos no fueron hacia personas únicamente de etnia judía, ya que el asesinato masivo también se realizó sobre otros grupos étnicos: comunistas, disidentes políticos, millones de polacos, gitanos, discapacitados, homosexuales y prisioneros de guerra.

En la actualidad, sigue existiendo una dificultad para concretar las cifras. En muchas ocasiones se ha utilizado el número simbólico de los seis millones de judíos como una aproximación fiable. No obstante, el consenso de académicos e historiadores pone en el total de asesinatos una cifra mínima de once millones de personas.

De este modo, para hacerse una idea de la concienzuda organización logística, humana, industrial y burocrática que el Tercer Reich puso en el asesinato de estas personas, se debe tener en cuenta que los nazis utilizaron unas 42.500 instalaciones para dicho fin. Es decir, para confinar y matar a estos grupos poblacionales. Así pues, participaron directamente en la organización, ayuda y ejecución del Holocausto entre 100.000 y 500.000 personas, no siendo la cámara de gas el único método usado, sino también el ahorcamiento, los trabajos forzados, la experimentación pseudocientífica, el maltrato, el hambre, la tortura y la muerte por golpes físicos.

Capitalismo moderno y Holocausto, un binomio del horror

Existe en la actualidad una tendencia sobre la comprensión del Holocausto que dificulta quizá, el poder entender este escalofriante acontecimiento en su totalidad. El sociólogo Zygmunt Bauman en su obra Modernidad y Holocausto (1989), reflexiona sobre cómo se ha intentado justificar este acontecimiento tildándolo únicamente de excepcional, como si fuera algo que pasó en un lugar y tiempo determinados de manera irrepetible.

Sin embargo, la comprensión del Holocausto va más allá, debe hacerlo para prevenir de que vuelvan a ocurrir acontecimientos similares. En palabras del propio Bauman:

El Holocausto no fue un acontecimiento singular, ni una manifestación terrible pero puntual de un «Barbarismo» persistente, fue un fenómeno estrechamente relacionado con las características de la modernidad. El Holocausto se gestó y se puso en práctica en nuestra sociedad moderna y racional, en una fase avanzada de nuestra civilización y en un momento culminante de nuestra cultura, es, por lo tanto, un problema de esa sociedad, de esa civilización y de esa cultura.

Sacando a los judíos ya muertos del tren del Holocausto en Rumania viajando durante 7 días en total, julio de 1941.
Sacando a los judíos ya muertos del tren del Holocausto en Rumania viajando durante 7 días en total, julio de 1941.

De esta forma, para intentar entender el Holocausto se debe hacer un análisis del sistema capitalista y de las lógicas surgidas con este. La revolución industrial supuso un punto de inflexión para el surgimiento del capitalismo moderno, los avances tecnológicos tuvieron un impacto sin precedentes en la producción, consumo y estilos de vida de las poblaciones occidentales del siglo XIX y XX.

Junto con estos cambios tecnológicos vinieron otros no tan perceptibles de manera material pero que se fueron insertando en las lógicas sociales, asentándose como hegemónicos. Uno de ellos, quizá el principal, es la capacidad y la necesidad del sistema de optimizar todas las facetas de la vida social y económica de las poblaciones, con el objetivo de extraer el máximo beneficio desde un punto de vista económico. La eficiencia, la eficacia y la organización racional pasaron a formar parte de la administración de las poblaciones.

Michel Foucault, psicólogo y filósofo francés, puso nombre a estas nuevas lógicas características del capitalismo que empezaban a dominar el curso de las sociedades modernas: el biopoder y la biopolítica.

Con biopoder, Foucault hacía referencia a los intereses y las prácticas enfocadas en regular la vida biológica de la población que surgen en la época moderna. Así, la biopolítica el conjunto de políticas que van encaminadas o que tienen la intención de gestionar el biopoder.

De este modo, a partir del siglo XIX los gobiernos empiezan a preocuparse por la vida biológica de la población en su conjunto. Prueba de esto es el surgimiento de disciplinas como la demografía: censos, control de crecimiento de la población, natalidad, mortalidad, etc.

Para Foucault, la biopolítica no es mala por sí misma, simplemente es un hecho histórico que caracteriza a la modernidad y la expansión del capitalismo moderno. Así pues, se pueden encontrar diferentes ejemplos buenos y malos sobre formas de biopolítica.

Por un lado, se encuentran los llamados estados de bienestar, los servicios públicos, la sanidad, la educación universal, etc., los cuales lograron un aumento de la calidad de vida de la población. Por otro lado, también se dan ejemplos negativos como el Holocausto, ya que gran parte de su biopolítica se tradujo en exterminar a grupos de población que estaban bajo su dominio.

En la actualidad, también existen muchas situaciones donde la biopolítica es el eje central de ciertas acciones de los gobiernos. Las vacunas o los programas de salud para prevenir ciertas enfermedades se pueden considerar un buen uso de la biopolítica. Pero también hay otros ejemplos negativos como la prohibición del aborto legal, seguro y accesible. Este último, sería un tipo de biopolítica nociva pues pone en peligro la vida de las propias mujeres y cuestiona sus derechos fundamentales.

Estos ámbitos de control donde la racionalidad, la eficiencia y la eficacia se sitúan en pro de la optimización de las poblaciones, tienen como aliado fundamental en el siglo XX a la burocracia y como espacio predilecto, al trabajo, más concretamente a las fábricas fordistas.

No es casualidad que los puestos dentro del engranaje de los campos de exterminio y todas sus infraestructuras colaboradoras, así como su personal estuviera claramente jerarquizado, controlado, divido por departamentos, tareas y funciones. En realidad, el Holocausto fue una aplicación bastante exacta de las lógicas de producción capitalistas, con la única diferencia que el objetivo final no era producir una mercancía sino el asesinato de personas de la forma más rápida y eficiente posible.

De nuevo, el sociólogo Zygmunt Bauman apuntaba a la organización capitalista del trabajo moderno como pieza indispensable para comprender la participación de tanta gente en el asesinato de millones de personas. Para el polaco es obvio como la división social del trabajo sumada a la burocracia capitalista facilitan un contexto de disociación donde “Toda división del trabajo crea una distancia entre la mayor parte de los que contribuyen al resultado final de la actividad colectiva y el propio resultado” (Bauman Modernidad y Holocausto, p. 124.)

Tomar distancia del resultado final hace que las personas pasen a ser un engranaje más de la cadena de montaje, de decisiones jerarquizadas que tienen consecuencias que ellos no ven directamente. Esto facilitaba que la mayor parte de funcionarios u puestos organizativos del Holocausto dieran órdenes sin ver de manera directa sus efectos.

Esto a su vez fue estudiado por el psicólogo Stanley Milgram, que en un famoso experimento explicó como personas aparentemente normales pudieron participaran en actos tan atroces, descrito en 1963 en la revista Journal of Abnormal and Social Psychology bajo el título Behavioral Study of Obedience (Estudio del comportamiento de la obediencia) y resumida en 1974 en su libro Obedience to authority.

Además, se debía sumar a dichos aspectos todo un proceso de deshumanización reflejada en el lenguaje, algo muy característico de la organización burocrática industrial, pero también de la administración pública, donde las personas pasan a ser muchas veces cifras y todo lo que se gestiona dentro de la fábrica, empresa o institución solo se hace referencia a ello a través de un lenguaje cuantitativo y estadístico.

Es menester recordar que las personas asesinadas en los campos de exterminio eran marcados con un número, pasaban a ser una cifra estadística y dejaban de ser personas, algo que facilitaba un contexto de agresión hacia ellos, pues se les despojaba de su humanidad.

"Selección" de judíos húngaros en la rampa de Auschwitz-II-Birkenau en la Polonia ocupada por los alemanes, mayo / junio de 1944, durante la fase final del Holocausto. Los judíos fueron enviados a trabajar o a la cámara de gas.
«Selección» de judíos húngaros en la rampa de Auschwitz-II-Birkenau en la Polonia ocupada por los alemanes, mayo / junio de 1944, durante la fase final del Holocausto. Los judíos fueron enviados a trabajar o a la cámara de gas.

La deshumanización está inseparablemente unida a la tendencia más importante de la burocracia moderna, la racionalización… Se dice a los soldados que disparen contra blancos que caen cuando se les da. A los empleados de las grandes empresas se les anima a que destruyan la competencia. Los funcionarios de los centros de asistencia social manejan bonificaciones discrecionales, en algunos casos, y, en otros, créditos personales. Sus objetos son los receptores de ayudas complementarias. Es difícil percibir y recordar que hay seres humanos tras todos estos términos”

Bauman, Modernidad y Holocausto, p. 129.

Con todo lo explicado no se quiere justificar de ninguna manera los asesinatos cometidos por los nazis en el Holocausto, simplemente arrojar luz sobre un acontecimiento tan horrendo que a veces dificulta encontrar una explicación sobre lo que pasó. Lo cierto es que como la investigación sociológica de Bauman apunta, las condiciones de que pasara algo así no eran extraordinarias, sino más bien cotidianas a aquella época. Además, muchas de ellas siguen muy presentes en las sociedades capitalistas actuales.

La naturaleza social del mal

¿Es el humano malo por naturaleza o es el contexto quien lo vuelve malvado? El psicólogo social Philip Zimbardo realizó un experimento en la Universidad donde trabajaba, un experimento social que se bautizó como El experimento de la cárcel de Stanford, un conocido experimento del cual se ha hablado mucho y del cual se han hecho documentales y películas.

Dicho experimento social buscaba precisamente generar un contexto con jerarquías muy marcadas entre prisioneros y guardias, y así es como se distribuyó aleatoriamente a los participantes, todos ellos jóvenes alumnos de la universidad. Cada bando, guardias y presos, vestían con sus distintivos correspondientes.

Además, se prohibió a los dos bandos que se dirigieran utilizando sus nombres propios, intentando generar la mayor impersonalidad posible. Existían una lista de reglas que hacían que los presos fueran humillados y despojados de manera sutil de su dignidad humana.

Las consecuencias del experimento fueron bastantes drásticas para lo esperado por los investigadores. Los guardias abusaron de manera clara de los presos, les obligaban a defecar en cubos que no dejaban vaciar, limpiar los retretes sin guantes y demás vejaciones. El experimento planteado para dos semanas se tuvo que parar a la primera por miedo a consecuencias graves en el cuerpo y la mente de los sujetos.

Que unos chicos sin ninguna patología mental previa diagnosticada se transformaran en tan solo unos días en auténticos oficiales de las SS ayuda mucho a entender cómo las personas son totalmente influenciables por el contexto social. Esto no excluye a nadie de la responsabilidad de sus acciones, pero ayuda a comprenderlas.

El efecto durmiente se refiere a esa característica latente de la personalidad de los individuos proclives a la violencia, tales como autócratas, tiranos y terroristas, cuando se establecen las adecuadas relaciones. Entonces el durmiente se levanta de la fase normativa de sus pautas de comportamiento y se activan las características aletargadas de las personas propensas a la violencia. En cierto modo, todas las personas son durmientes ya que todas tienen un potencial violento que se puede activar en condiciones determinadas.

John Steiner. Popular Opinion and Political Dissent, pp.275.

Sin embargo, dentro de este tipo de entornos sociales. Es decir, dentro de situaciones sociales donde unas personas tienen un poder total sobre otras, existen dos polaridades, dos lados durmientes de una misma cara, una persona podrá participar en el mal, dejarse llevar por los engranajes de la cadena de montaje, o, por otro lado, resistirse al mal, aun poniendo su vida en juego.

Existen miles de personas anónimas, incluso alemanes que pusieron su vida en riesgo y a muchos les costó la misma para ayudar a la población judía a sobrevivir. Estos contextos puede que saquen la parte más oscura de la especie humana, pero también enseñan resquicios de luz entre tanta muerte.

Enlaces, fuentes y bibliografía:

– Foto de portada: Grupo de judíos en el campo de exterminio de Auschwitz. Autor: Ernst Hofmann o Bernhard Walte, 1944. Fuente: Bundesarchiv (CC BY-SA 3.0) 

El Holocausto: una mirada hacia la naturaleza social del mal

Álvaro Soler

Articulista. Sociólogo y gestor medioambiental, con suerte de poder compartir vocación y formación. Las Ciencias Sociales son una parte muy importante de mi vida. Considero la divulgación a través de la sociología como una gran herramienta para destapar las injusticias sociales y arrojar luz sobre la actualidad diaria contribuyendo así a ser un poco más libres y justos.

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