Opinión

El Síndrome del Extraño

Vivimos en una sociedad de extraños y de lo extraño. Nos cuesta formar una identidad. Nos cuesta encontrar respuestas a los problemas colectivos que nos rodean. Vivimos extrañados. Este perpetuo extrañamiento genera miedo, incertidumbre y nos patologiza como sociedad.

Somos una sociedad con muchas patologías. Quizá siempre lo hemos sido, pero hoy en día somos conscientes de ello, aunque no podemos ponerle freno. Las condiciones laborales generan un estrés progresivo y acumulativo en la población, por lo menos en lo que concierne a la clase obrera: turnos laborales estrictos, salarios bajos, muchos trabajos no gratificantes y muchas relaciones dentro del entorno laboral marcadas por la autohumillación, explotación y deshumanización.

El trabajo en el capitalismo actual se ha convertido en una estructura fría y autónoma que nos exprime al máximo. Quizá, esta sea una de las características, sino la característica por antonomasia del capitalismo: exprimir. El capitalismo se caracteriza por ser un sistema social que en su propia lógica busca la optimización de todas las esferas con el fin de obtener más beneficios de la manera más eficiente posible.

Ya nos avisaban Lilly y Lana Wachowski en Matrix. Nos hemos convertido en una gran colmena de pilas que dan energía a un sistema que ha cobrado autonomía propia, y que, como todo lo colectivo, se escapa a nuestro control. Pero como digo, esto quizá siempre ha sido así, lo colectivo siempre supera lo individual, aunque nos cueste admitirlo.

Es muy difícil entender los procesos sociales en su totalidad, las acciones sociales en definitiva suelen tener consecuencias imprevisibles en la sociedad. Sin embargo, van dejando huella en nuestras estructuras mentales y nuestros cuerpos. Quizá la diferencia actual es que somos más conscientes (por los menos parte de la población) de estas huellas, sobre todo si son nocivas y, desgraciadamente, estas décadas se están caracterizando por eso.

Extraño comprando cosas extrañas porque sienten que viven una vida extraña

Como especie animal que somos, por mucho que nos adornemos bajo mantos de artificios, estamos totalmente condicionados por nuestro entorno ecosistémico. La problemática medioambiental está afectando de manera directa a nuestra extrañeza. Gran parte de la población ha desconectado de la parte natural que nos corresponde.

No, no hablo de espiritualidad barata, hablo de que somos una población que sigue defendiendo la existencia de una diferencia real entre lo humano y lo natural, como si fuéramos entes superiores que pueden manejar el planeta a su antojo viendo a este como una variable económica más. Pensamientos necios, si algo perdurará como bien de mercado será el planeta Tierra y el despido improcedente nos llegará únicamente a los humanos si seguimos con estas inercias.

Muchos los sabemos, otros lo intuyen, pero nos seguimos sintiendo de manera rara, alienados, enajenados, extrañados. Intentamos hacer cosas, nos manifestamos, reciclamos, reutilizamos, cambiamos nuestros hábitos alimenticios… pero todo sigue igual, el gran monstruo con sus rostros relucientes mostrados en la pantalla sigue a la suya. La patología social tiene un síntoma claro e inequívoco, y es que muchas de las caras de las personas que ocupan posiciones de poder parecen precisamente eso, locas. Nos lo tomamos con humor, “con tiempo y esfuerzo las cosas cambiarán”, nos autoengañamos.

Para suplir esta carencia, el sistema nos ofrece una solución de lo más peculiar: consumir, consumir mucho, tirar, derrochar y consumir más. Nos sentimos extrañados de nuevo porque para formar una identidad consumiendo al nivel que se nos exige debemos estar siempre a la moda, y claro, estar siempre a la moda es literalmente cambiar de calcetines cada media hora.

Así que cuando llegas de ese trabajo precario el cual te exprime como una pila y te hace sentir extraño y desorientado a la par que cansado, intentas paliar estas carencias comprando cosas que en realidad no te hacen falta pero que te hacen sentir por un momento identificado con el resto del mundo que también compra esas cosas. Extraños comprando cosas extrañas porque sienten que viven una vida extraña.

Hasta la física cuántica parece más fácil que estos dilemas existenciales. Bueno, no todo va a ser malo, tenemos la televisión, una realidad paralela, que nos puede servir para escapar. Hay que tener en cuenta que una de las herramientas más fáciles de un preso para salir de su cautiverio es inventar otra realidad. La televisión nos viene de perlas, nos da la opción de consumir programas que hablan de las relaciones sentimentales, aunque nos sintamos extrañados y no sepamos bien como mejorar en ese aspecto, o muestra como tener un cuerpo bonito, aunque nos sintamos inseguros e incluso extraños con el nuestro, o mejor aún, nos enseña una serie en la que todas las personas que se sienten extrañas y que saben que las están explotando como las pilas humanas de Matrix se matan entre sí. Esa serie nos suele encantar, es una especie de Síndrome de Estocolmo maravilloso. Aunque yo lo rebautizo como el Síndrome del Extraño.

El Síndrome del Extraño también afecta a como nos relacionamos con el otro, con la otredad. Es decir, otras culturas, otras ideas políticas, otras maneras de amar y, en general, formas diferentes de relacionarnos con el mundo.

La diversidad es una marca indisoluble de la humanidad. No obstante, enfrentarnos a la diferencia puede ser la manera más directa de enfrentarse también a lo extraño. Una sociedad ya de por si extrañada, enajenada y alienada en muchas ocasiones tiene dificultades para encarar el gran reto de la tolerancia, la comprensión y la necesidad de llegar a puntos de encuentro en un mundo cada vez más globalizado.

El racismo, el antifeminismo, el clasismo y todas las ideologías políticas que defienden dichas posturas pueden ser también comprendidas como parte de esta reflexión. Por tanto, como la forma negativa y agresiva que tienen los colectivos sociales para relacionarse con la diferencia, con la otredad y en muchas ocasiones con lo desconocido reflejado en una forma distinta de ver el mundo y la realidad social.

En definitiva, no lo negaré, hoy me siento especialmente extraño escribiendo esta reflexión. Pero tampoco nos volvamos locos y locas que cosas más extrañas nos han sucedido y hemos superado. Eso sí, en muchas de estas ocasiones las personas no nos veíamos como extraños sino como viejos conocidos.

Álvaro Soler

Articulista. Sociólogo y gestor medioambiental, con suerte de poder compartir vocación y formación. Las Ciencias Sociales son una parte muy importante de mi vida. Considero la divulgación a través de la sociología como una gran herramienta para destapar las injusticias sociales y arrojar luz sobre la actualidad diaria contribuyendo así a ser un poco más libres y justos.

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