Europa

El renacer de la reacción rojiparda

Desde la irrupción de Vox en el panorama político español, los esfuerzos de gran parte de la izquierda se han concentrado en advertir del peligro que las ideas de extrema derecha suponen para las sociedades. Si bien hay que reconocer que el empeño dedicado en esta tarea conlleva, como es lógico, una menor dedicación en señalar otros aspectos como las condiciones materiales de la gente trabajadora o las desigualdades, no es labor menor denunciar la primitiva reivindicación del machismo, el racismo o el clasismo que enarbola la alt-right y que no hace más que apoyarse precisamente en desigualdades y prejuicios ya existentes, cómo ha hecho históricamente la ultraderecha.

Aun así, puede que el foco que se ha puesto en este espectro político haya desviado la mirada de otra corriente de pensamiento que, en ocasiones, es capaz de disputarle la etiqueta de ‘’reaccionaria’’ a la extrema derecha. Se trata de una etiqueta, un tanto vaga, denominada a veces como rojipardismo o «izquierda reaccionaria», un espacio político que agrupa en su seno a actores tan diversos como Ana Iris Simón, Juan Soto Ivars o Roberto Vaquero, que todavía se encuentra en disputa a nivel político y que puede decirse que se caracteriza por la combinación de elementos obreristas o izquierdistas con ideas de la derecha radical.

Normalmente, esta combinación de ideas suele asentarse por la unión de propuestas económicas de izquierdas (desde el marxismo-leninismo hasta la economía mixta) pero sobre una agenda sociocultural ultraconservadora. Así, se da lugar a personas o bien organizaciones de carácter sincrético que, mientras defienden los servicios públicos o la colectivización de la economía, por otro lado reivindican la familia tradicional, el nacionalismo o el antiigualitarismo, pero que no se pueden encuadrar dentro de las etiquetas o espectros políticos más comunes, como el fascismo, el nazismo o el marxismo.

No es menos cierto que abundan los análisis que, tras el éxito en ventas de algunos libros de autores como Daniel Bernabé o la propia Ana Iris, se han lanzado a observar las causas detrás de su popularidad, por lo que existe literatura reciente al respecto. Del mismo modo, también se puede encontrar literatura clásica, ya que los orígenes del rojipardismo, lejos de ser un fenómeno nuevo, se remontan a la Rusia soviética. Es decir, existen antecedentes que sí que han sido investigados y consensuados académicamente.

Por otro lado, el término «izquierda reaccionaria», lejos también de ser científico o unánime por el momento, ya ha sido abordado tanto desde la derecha como desde la izquierda. Desde la derecha, se ha visto por ejemplo en personalidades como Cayetana Álvarez de Toledo, del PP, para intentar tachar a la izquierda institucional de estar anticuada y ser poco moderna por sus planteamientos, un pensamiento reflejado en el libro La izquierda reaccionaria: símbolos y mitología (2011), de Horacio Vázquez Rial. Desde la izquierda, se ha usado de forma análoga al de «rojipardismo». Curiosamente, la derecha suele tener en estima el discurso reaccionario que se reviste de progresismo y que es señalado precisamente desde sectores izquierdistas.

Aun así, tratándose de un fenómeno extensamente estudiado, el modo de abordarlo y entenderlo está un tanto anticuado. Mientras que la forma en la que se entendía el fascismo a mediados del siglo XX dista mucho de la comprensión actual de la derecha radical, por la renovación constante de conceptos para destapar sus tácticas y del estudio de sus formas de proceder; escasean los intentos por actualizar la comprensión del fenómeno rojipardo que, como es obvio, ha evolucionado enormemente desde los primeros nacionalbolcheviques.

De lo que se trata, por lo tanto, más que establecer conceptualizaciones académicas, es de realizar una aproximación a un fenómeno social y político que se está dando actualmente y que se entiende en el marco del auge del discurso reaccionario de la nueva derecha radical y de cómo está impregnando prácticamente todos los espacios políticos, para en última instancia facilitar su comprensión.

Lor orígenes del rojipardismo

Foto de Aleksandr Dubrovin

Para entender el fenómeno rojipardo a día de hoy es necesario conocer su historia. Ahora bien, para concebir todas las aristas que envuelven a un movimiento tan longevo como este, con más de un siglo de historia, se requieren muchas más líneas que las presentes, por lo que el objetivo de las mismas es simplemente reseñar algunos aspectos destacables del pasado.

Conviene referenciar otros análisis, como el realizado por Ángel Ferrero en El Salto Diario en 2018, recogiendo los análisis de otros politólogos sobre el partido Movimiento 5 Estrellas (5S) de Italia. También los análisis de Steven Forti, autor de Extrema Derecha 2.0, que aportamos en Al Descubierto, amén del repaso de la evolución histórica de los movimientos sincréticos que pivotan alrededor de este constructo. Todo es poco para intentar comprender y definir este constructo.

Un buen punto de partida sería ubicar su nacimiento. Al contrario de lo que pronosticaba el propio Karl Marx, ideólogo del comunismo, el primer país al que llegó la revolución comunista fue una Rusia que no aguantaba más el despotismo de los zares en un sistema feudalista y absolutista. En unas semanas, de esas en las que Vladimir Lenin decía que pasaban décadas, el país pasó de ser una monarquía absoluta a convertirse en el referente de los movimientos emancipadores.

La hegemonía, por aquel momento, de los ideales revolucionarios era tal que la fórmula liberal, que en muchos países se instauró tras la caída de sus monarcas absolutos y del sistema estamental del feudalismo, tan solo se mantuvo unos meses en el poder. Parecía que cualquier propuesta política que no se articulase en torno a la emancipación del proletariado estaba condenada al fracaso. O al menos esa lectura se hacía por buena parte de expertos de distinto signo político.

Por ejemplo, el historiador estadounidense Stephen Kotkin, escritor de biografías críticas de Stalin y poco sospechoso de simpatizar con el comunismo, admite que las posibilidades de la derecha eran tan limitadas que tenía que amoldarse al lenguaje de sus contrincantes, siendo el socialismo ‘’una estructura política inevitable’’.

De esta realidad, surge el primer partido o formación con marcados posicionamentos rojipardos, la Unión del Pueblo Ruso (UPR). Nacida en 1905, se caracterizaba por su ultranacionalismo, antisemitismo y profesión a los zares, pero al mismo tiempo se mostraban anticapitalistas y antiliberales. Como explica el periodista Àngel Ferrero, esta mezcla ideológica le granjeó apoyos entre la pequeña burguesía, pero también entre la clase obrera.

Lo sorprendente de esta organización, que llegó a contar con más de 300.000 miembros, es que se configura como una antesala del fascismo en Europa. Por un lado, su brazo paramilitar, las centurias negras, se decantaba por la ‘’acción directa’’, protagonizando enfrentamientos en las calles con los grupos de izquierdas, que supuso un modelo a seguir para las derechas que pretendían acercarse a las masas trabajadoras.

Portada de la revista Widerstand, revista que sintetizaba lo que más tarde se llamó nacionalbolchevismo
Portada de la revista Widerstand, revista que sintetizaba lo que más tarde se llamó nacionalbolchevismo

Asimismo, se dedicaban a difundir teorías antisemitas, como la invención del régimen zarista para justificar los pogromos (linchamientos multitudinarios) esgrimida en Los protocolos de los sabios de Sión, que advertía de una conspiración judía para controlar el mundo, y de cuya base argumental se sirven las conspiraciones actuales. No debería sorprender a estas alturas que el concepto de ‘’conspiración judeo-masónica’’, que tanto se repetiría durante la dictadura franquista, fuese ideado por uno de sus líderes, Aleksandr Dubrovin.

Dentro del propio Partido Bolchevique, también habían elementos rojipardos. Karl Radek era uno de esos comunistas que abogaban por una revolución con cariz nacionalista. Terminó asesinado en 1939 por su cercanía con Lev Davídovich Bronstein, conocido en castellano como León Trotsky, principal opositor del líder de la Unión Soviética (URSS) creada tras el triunfo de la revolución y la muerte de Lenin en 1924, Iósif Stalin.

Fuera de las fronteras rusas, el escritor, periodista y activista alemán Ernst Niekisch, sin embargo, fue el que más contribuyó a diseminar esta extraña perversión ideológica, sintetizando ideas del socialismo revolucionario y el ultranacionalismo volksich, aunando una voraz crítica al capitalismo con ideas supremacistas, antisemitas, antidemocráticas y socialistas, en una revista llamada Widerstand. El logo de esta revista, un águila con una espada en una garra y una hoz en otra, inspiró a otras organizaciones nacionalbolcheviques.

Mención también, en Italia, a Nicola Bombacci, fundador de La Verità (en imitación al Pravda, el periódico del Partido Comunista de la URSS), donde defendía el régimen fascista de Benito Mussolini pero centrándose en el anticapitalismo; o Enrico Ferri, que llegó a afirmar que el fascismo era la máxima expresión del socialismo en El Fascismo en Italia y la Obra de Benito Mussolini.

El strasserismo: cuando el fascismo intentó ser de izquierdas

Franz Pfeffer von Salomon, Adolf Hitler, Gregor Strasser, Rudolf Hess, Heinrich Himmler (de derecha a izquierda) en Nuremberg en 1927. Autor: Desconocido. Fuente: Bundesachiv, Bild 146-1969-054-53A, bajo licencia CC BY-SA 3.0.

Estas estrategias políticas ideadas por los primeros rojipardos fueron más tarde desarrolladas por el fascismo en países como España, Italia o Alemania. Es precisamente en el país bávaro donde el aumento del antisemitismo y del nacionalismo tras la derrota en la Gran Guerra, paralelamente a los sentimientos anticapitalistas que la severa crisis económica despertó, generaron el caldo de cultivo perfecto para la proliferación de experimentos reaccionarios revestidos de obrerismo.

Hay que tener siempre en cuenta que, tanto el socialismo como el comunismo, eran ideas de casi nuevo cuño, con bastante popularidad, que llega en plena reconfiguración del espectro político y de búsqueda de identidad de un mundo en plena reconstrucción. Es decir, las definiciones no se encontraban tan estancas e inmóviles como hoy en día.

La propia ideología Volkisch, una corriente de pensamiento basado en añorar el mundo rural alemán de forma bucólica, el pasado previo a la irrupción de lo industrial, lo simple y lo llano, esa suerte de romanticismo nostálgico por un supuesto ideal, impregnó en un principio tanto a la derecha política (que lo usaba para justificar los ideales de pureza racial, el conservadurismo y el nacionalismo) como a la izquierda (que lo veía como un punto en común entre la sociedad alemana sobre el que construir conciencia de clase).

Es más: tanto la derecha como la izquierda intentaron utilizar denominaciones que atrajeron al obrero medio. El Partido Obrero Alemán (DAP, en alemán), antecedente del partido nazi, es muestra de esto. Pero es que, cuando se transformó en el Partido Nacional Socialista Obrero Alemán (NSDAP), también. Las referencias al socialismo en el nombre del partido o la adopción del color rojo son también reflejo de la indefinción que caracteriza a esta época.

Así, de la mano de personalidades como los hermanos Otto y Gregor Strasser, el cabecilla de las SA (Sección de Asalto, las milicias del partido nazi) Ernst Röhm, el periodista Ernst Niekisch o incluso el famoso ministro de propaganda de Hitler Joseph Goebbels, se intentó formular una alternativa tanto al liberalismo como al comunismo, que mantuviese la estructura organizativa y la retórica de los comunistas pero que se enmarcase en una lógica nacionalista y supremacista.

El denominado strasserismo, ponía énfasis en las ideas antiliberales y anticapitalistas por encima de la agenda sociocultural del nazismo, abogando incluso por buscar una alianza con la URSS para derrotar a las potencias europeas, pues bajo su óptica, Stalin estaba más cerca de sus ideas que las sociedades capitalistas. Además, rechazaba ciertas posturas del totalitarismo fascista, aceptando el parlamentarismo y la libertad de información, expresión y prensa. Esto último especialmente entraba en grave conflicto con Hitler.

De esta forma, estos postulados, si alguna vez tuvieron futuro o relevancia en el panorama político alemán, la perdieron tras la alianza de Hitler con la burguesía alemana. Después de que el dictador trasladase a los empresarios y banqueros alemanes su nula intención de traer el socialismo al país, estos le financiaron como baluarte contra el auge del movimiento obrero, convirtiéndose la facción izquierdista del NSDAP en un cabo suelto a eliminar.

Así pues, quienes se desmarcaron de esta corriente, como Goebbels, salvarían el cuello, mientras que quienes le mantuvieron el pulso a Hitler o tardaron demasiado en desmarcarse como para no ser dignos de confianza, fueron asesinados en la conocida Noche de los cuchillos largos, en la que morirían entre otros Ernst Röhm y Gregor Strasser, a diferencia de Otto Strasser que consiguió escapar. En los años 60 volvería y trataría, sin éxito, de refundar el strasserismo en Alemania.

El»ala izquierdista» del partido nazi, con su centro neurálgico en Berlín, tuvo un éxito increíble al principio, rivalizando en liderazgo a la facción de Adolf Hitler. De hecho, el gobierno alemán intentó aliarse con Gregor Strasser para dividir al partido nombrándolo vicecanciller, pero Hitler le ordenó que no lo hiciera, tachándolo de traidor. Si le hubiera hecho caso, la mayoría de historiadores coincide en que entre 60 y 100 diputados le hubieran seguido, pero su decisión supuso su muerte, política y literal.

Estos intentos de conjugar supremacismo y anticapitalismo se repetirían en otros fascismos europeos, aunque con el mismo resultado fallido. Es el caso, por ejemplo, de la Falange Española, cuyo fundador, Ramiro Ledesma, fue expulsado del partido por sus críticas a la formación que decía se había aburguesado y por su simpatía con movimientos obreristas como la CNT, con la que llegó a plantear una alianza contra la Segunda República.

No obstante, el strasserismo es considerado uno de los ejemplos más coherentes de sincretismo político. O, al menos, el que mayor recorrido ha tenido, pudiendo haber cambiado radicalmente el curso de la Historia. Por otro lado, podría ser lo contrario: una prueba de que las ideas de izquierda no pueden conjugarse con los elementos de la extrema derecha por la increíble incoherencia que suponen.

La reorganización del movimiento rojipardo

El rojipardismo, hasta entonces inseparable de los ideales supremacistas que fueron derrotados en la Segunda Guerra Mundial, pasó décadas en la sombra, hasta Mayo del 68. Esta fecha suele asociarse con la movilización en Francia de masas trabajadoras y estudiantiles, que se extendería por todo occidente en forma de proceso de concienciación política global, haciendo de aquellos años los más convulsos de la segunda mitad del siglo XX.

Pero, como explica el historiador Xavier Casals, el neofascismo también aprovechó esta coyuntura para reorganizarse. No solo la izquierda aprendió del mayo francés. Inspirados por las teorías de autores de cuño marxista como Antonio Gramsci, algunos intelectuales de derechas franceses, reconociendo la incapacidad del neofascismo para llegar a puestos políticos de poder, insistieron en que la derecha debía poner el foco en disputar la hegemonía cultural, como pensaban que estaba haciendo hasta entonces la izquierda.

Esta corriente intelectual, que se conoce como Nouvelle Droite francesa (Nueva Derecha, en castellano) y cuyo máximo exponente es el filósofo Alain de Benoist, pretendía conseguir que las ideas clasistas o racistas que por aquel entonces eran denostadas, volvieran a extenderse a través de una reformulación de la retórica y lenguaje utilizados para presentarlas, con lo que podrían llegar a impregnar incluso a sus adversarios.

Por ejemplo, el supremacismo ya no se exponía como la exaltación de una raza concreta, sino que se articulaba mediante la protección de la cultura, valores y civilización europeos, frente a quienes supuestamente quieren acabar con ellos. Para todo ello, Alain de Benoist fundó el think tank GRECE, con el que entrarían en contacto varios autores que posteriormente serían claves para la reconfiguración de la derecha radical moderna y del universo rojipardo.

La influencia de estos postulados en la extrema derecha actual es notoria y evidente, pero menos conocida es su impronta rojiparda. Desde la nouvelle droite se criticaban valores de izquierdas como el igualitarismo, el progresismo o el multiculturalismo, pero también se oponían al «globalismo» o al neoliberalismo. La mayor parte de sus ideas están reflejadas en el libro La Nueva Derecha, escrito por De Benoist en 1981.

De hecho, se menciona poco que autores como Paul Gottfried, máximo exponente del paleoconservadurismo, quien entró en contacto con GRECE, agitan un discurso que explora una tercera vía entre el progresismo y el discurso neoconservador y neoliberal que asumieron la inmensa mayoría de partidos políticos de centro derecha y de derecha conservadora (e incluso alguno socialdemócrata).

Es en esta remodelación donde el rojipardismo encuentra una forma de volver a presentar su proyecto político en sociedad, ya que su corpus ideológico no se alejaba demasiado del de Alain De Benoist.

De este modo, como explica el historiador Steven Forti, la defensa del ‘’etnopluralismo’’ enarbolada por esta nueva derecha, entendido como la separación social en base a criterios étnicos para que no se produzcan procesos de intercambio cultural, es perfectamente asimilable por el rojipardismo; hasta tal punto que De Benoist ha mostrado en ocasiones su simpatía hacia el Partido Comunista Francés, que lo ha llegado a invitar a través del Instituto de Estudios Marxistas a dar alguna conferencia.

Con ello, volveríamos a asistir a experimentos rojipardos, como Lotta di Popolo, una organización italiana que contó con algunos centenares de miembros entre 1969 y 1973 y que se calificó de nazi-maoísta, por su defensa de las luchas de liberación nacional en Asia y África y su anticapitalismo a la vez que exhaltaban la cultura europea; o como la Sache des Volkes / Nationalrevolutionäre Aufbauorganisation, que propugnaba a mediados de los 70 la revolución nacional, socialista y ecológica en Alemania e intentó integrarse, con sus entre 200 y 400 miembros, sin éxito en Los Verdes.

La vuelta al mapa político de los ‘’nazbols’’

Bandera del Partido Nacional Bolchevique.

Los intentos de volver a resucitar esta corriente fracasaron siempre a los pocos años, sin que se acercasen mínimamente si quiera al poder que tuvo el strasserismo en la Alemania nazi, dado que el neoliberalismo de Reagan (EEUU) y Thatcher (UK) de los años 70 y 80 era imperante por aquel entonces. Pero, tras este periplo, el rojipardismo volvería a alzarse y gozar de poder político en el país que le vio nacer, Rusia.

En 1948 se creó el Frente Europeo de Liberación (ELF) que, aunque se disolvió en 1956, volvió a surgir en 1990. Este frente agrupa a partidos y organizaciones que tratan de que esta perversión ideológica de ideas socialistas, ultranacionalistas y supremacistas funcione de alguna forma. Destacan la Alternativa Europea-Liga Social Republicana, con sede en Cataluña, España, que adopta el logo de la revista Widerstand y que sistematiza su ideario en el libro Fascismo Rojo (1998); el Movimiento Social Republicano, escisión de Alternativa Europea, ya disuelto; Devenir, en Bélgica; Revolution, en Grecia; y, como no, el Partido Nacional Bolchevique de Rusia.

La herida nacional y el caos político que provocó la disolución de la URSS, en sintonía con la irrupción del movimiento europeo de la Nouvelle Droite francesa, permitieron que el rojipardismo volviese al mapa político. Inspirados en las ideas de Nikolái Ustriálov, un político y pensador ruso que durante los primeros años de la revolución bolchevique defendía que el comunismo podía servir para que Rusia volviera a ser una potencia internacional, Eduard Limónov y Aleksandr Guélievich Dugin entre otros fundaron en 1993 el Partido Nacional Bolchevique (PNB).

Ustriálov, quien primero formó parte de las fuerzas contrarrevolucionarias rusas, acabó sosteniendo que el bolchevismo evolucionaría hacia posiciones nacionalistas, por lo que no debía ser el enemigo a abatir, y fue uno de los primeros en utilizar como catalizador político la denuncia de una decadencia de las naciones occidentales, que tan utilizada es por rojipardos y ultraderechistas hoy en día.

Él mismo, que no se consideraba comunista, comenzó a definirse como un nacionalbolchevique, término que había leído en los textos del anteriormente nombrado Ernst Niekich. Estas ideas fueron recogidas por el PNB, que en un contexto de crisis política y social, pretendía volver a conjugar políticamente el socialismo, el ultranacionalismo y el supremacismo.

Mediante una estética y retórica provocadoras, como la adopción de la bandera nazi solo que cambiando la esvástica por una hoz y un martillo, atrayeron a muchos jóvenes y se ganaron el apodo de ‘’nazbols’’. Sus acciones violentas contra la administración de Putin le costaron al partido la ilegalización y llevaron a la cárcel a algunos de sus miembros, como a su líder Limónov.

Por ello, el PNB no acabaría siendo más que un partido bisagra de la oposición rusa, como señala Àngel Ferrero, que se ha integrado en diversas coaliciones con liberales y otros opositores, hasta su disolución en 2010. Aun así, su influencia se puede apreciar en la política exterior rusa con Finlandia y Ucrania o en el hecho de que Duguin haya acabado siendo asesor de Putin, que haya estado en contacto con Alain de Benoist y que sea referente de algunas personalidades rojipardas, demostrando cómo el rojipardismo, lejos de ser una ideología política muerta, puede volver a presentar batalla en momentos de convulsión política.

Hoy en día, Dugin puede considerarse uno de los máximos exponentes del nacionalbolchevismo y del universo rojipardo. Sus escritos, entre ellos, La Cuarta Teoría Política (2009), son un gran ejemplo de su visión política y ha estado en contacto, no solo con Alain de Benoist, sino con Jobbik (Hungría), Amanecer Dorado (Grecia), Agrupación Nacional (Francia), Unión Nacional de Ataque (Bulgaría) y con Steve Bannon, exasesor de Donald Trump.

Cabe añadir, siguiendo a Forti, que fue precisamente en los 90 cuando se popularizó el término ‘’rojipardo’’, utilizado por el entonces presidente ruso Boris Yeltsin para atacar a sus adversarios del Frente de Salvación Nacional ruso, en el que se integró el PNB, y también por izquierdistas franceses para denunciar el acercamiento del Partido Comunista Francés a miembros de la nouvelle droite.

La galaxia rojiparda española

En la actualidad, el auge de los movimientos sociales tales como el feminismo o el antirracismo, asociados mayoritariamente a las posiciones de izquierdas, dificulta la articulación de discursos que unan elementos de la extrema izquierda como de la extrema derecha. Los intentos de encauzar esta articulación a través de un partido político se concentran en el Frente Obrero.

Esta formación, ligada al Partido Marxista-Leninista de Reconstrucción Comunista (PML-RC), ha ganado notoriedad en los últimos años, especialmente por los escraches que ha realizado a dirigentes de izquierdas como Iñigo Errejón (Más Madrid), Mónica Oltra (Compromís), Yolanda Díaz (IU) o Pablo Iglesias (Podemos). Se presentan como ‘’el único movimiento político que representa a los trabajadores en España’’ y dicen pretender reconstruir el movimiento obrero.

Sin embargo, también manifiestan ‘’querer recuperar la soberanía nacional española’’ y ponen entre sus principales prioridades la resolución de los conflictos migratorios en Canarias y Ceuta y Melilla, liderando manifestaciones ante la embajada de Marruecos y mostrándose en contra de religiones que consideran más agresivas que el cristianismo, como el Islam (Roberto Vaquero, su líder, ha hecho declaraciones en contra de «la islamización de Europa» en El Toro TV, una cadena ultraconservadora). Además, equiparan «todos los nacionalismos», rechazando los movimientos independentistas vascos y catalanes y poniéndolos a la misma altura que el ultranacionalismo de Vox.

Concentran sus apoyos entre la juventud, a la que cautivan con su retórica combativa y con su crítica a la izquierda institucional, pero sus posicionamientos en contra del feminismo, que consideran contrarrevolucionario, o su posición cercana a la extrema derecha respecto al colectivo LGTB, entre otros, lo alejan de la mayor parte de la juventud de izquierdas. Incluso ex miembros del partido han denunciado dinámicas internas parecidas a las de las sectas y agresiones a quien deja el Frente Obrero o habla mal del mismo.

No son pocas las declaraciones de personalidades del Frente Obrero contra el feminismo (que califican de reaccionario y que no representa a la «mujer obrera»), contra el multiculturalismo (Roberto Vaquero, llegó a decir que un Estado que no controla sus fronteras es un Estado fallido), contra el resto de la izquierda, contra el movimiento LGTB (llegaron a afirmar que la discriminación al colectivo LGTB es simbólica o que en los barrios no hay personas LGTB) y, en definitiva, contra lo que consideran «posmodernismo», que justifican dentro de las clásicas posturas «antirrevisionistas» del comunismo, pero adoptando un calco del discurso y de la agenda cultural de la nueva derecha radical.

Sin embargo, la fuerza actual del rojipardismo no se concentra tanto en el brazo político, ya que el Frente Obrero no concentra más de algunos centenares de militantes y en otras formaciones, como el PCE, las posiciones rojipardas son por ahora ultraminoritarias. En cambio, su poder real reside en el ámbito mediático.

Los grandes medios de comunicación en España dan voz continuamente a pensadores rojipardos que son entrevistados o escriben columnas semanales para exhibirlos como representantes de una supuesta diversidad ideológica y de opinión, magnificando así la representatividad de sus ideas en la izquierda española, que como se aprecia en las citas electorales, es exigua.

Asimismo, personalidades del Frente Obrero, como de otras representaciones del rojipardismo, comparten espacios con referentes de la derecha radical, ya sea en medios, en entrevistas, en debates… mientras que, en cambio, parece extraño verles compartiendo espacios con gente de izquierdas, como si realmente fueran el verdadero enemigo a batir.

De hecho, la inmensa mayor parte de las declaraciones y de las críticas a la izquierda, además de señalar que ha abandonado las causas materiales de la clase obrera, se centran de forma bastante prominente precisamente en estas cuestiones sociales y culturales: reivindican la familia tradicional, rechazan los movimientos igualitarios, etc.

En general, las críticas que se han hecho desde personalidades de izquierdas de todo el espectro se han centrado en lo que consideran incongruencias con los ideales izquierdistas.

Una nota de curiosidad es como personalidades del Frente Obrero y de este universo rojipardo reciben el aplauso, la atención y el respeto de declarados militantes y afines de posiciones derechistas e incluso ultraconservadoras. El propio Santiago Abascal se ha dirigido a ellos con un respeto inusual en él a través de las redes sociales.

Dentro de esta galaxia mediática rojiparda, se suele encuadra a Ana Iris Simón, con columna semanal en El País y que en su libro Feria utiliza referencias del falangista Ramiro Ledesma pero también de muchos otros como su pareja Hasel París, quien tiene como referentes a Duguin o a De Benoist y que escribe en medios como El Español, Vozpopuli o Infolibre, medio en el que también tiene una columna semanal Daniel Bernabé. A su vez, Hasel París, también imparte clases en el ISSEP, el think tank ultraderechista de Marion Marechal Le Pen, sobrina de Marine Le Pen (Agrupación Nacional, Francia), que fundó una delegación de dicha organización en Madrid en 2018 gracias al apoyo de Vox.

También gozan de cierto eco mediático Juan Soto Ivars, que dirige sus críticas hacia la cultura ‘’woke’’ o el feminismo radical desde El Confidencial y ha aparecido en diferentes programas de la RTVE; Guillermo del Valle que, tras su paso por UPyD, desde la fundación El Jacobino y en sus apariciones en Trece TV o EsRadio se opone a la izquierda institucional y denuncia la deriva de los nacionalismos vasco o catalán, mezclando una suerte de defensa de los servicios públicos con nacionalismo español; o Diego Fusaro, fundador del partido Vox Italia, que definió como «soberanista, socialista y populista», colaborador de la revista del grupo neofascista Casa Pound y que declaró que su referente es, precisamente, Alain de Benoist.

Pero la galaxia rojiparda ha mutado desde su aparición en la Rusia pre-soviética. Más allá de algunas manifestaciones racistas o nacionalistas, las manifestaciones del rojipardismo en la actualidad se realizan especialmente contra los movimientos sociales en su conjunto, que consideran una manifestación del neoliberalismo imperante en la sociedad, como dejó escrito Bernabé en La Trampa de la Diversidad.

Un punto controvertido del rojipardismo, pero que merece la pena mencionar, reside en las posturas feministas transexcluyentes, denominadas como TERF (acrónimo de Trans Exclusionary Radical Feminist), si bien existe todavía debate académico sobre si la etiqueta «TERF» es o no un término despectivo en sí mismo, o simplemente describe una realidad política.

Las posturas críticas con la concepción del género que se sostienen desde el espacio feminista transexcluyente (que puede ser de la corriente Feminista Radical ‘Radfem’ o no, y que puede defenderse desde diferentes posicionamientos ideológicos) defienden que las mujeres trans no deberían formar parte del movimiento feminista.

Asimismo, suelen rechazar el transfeminismo y el feminismo queer, abogando por una concepción binaria del género y como un constructo íntimamente ligado al sexo biológico. Esto les ha llevado a presentar nexos en común con las posturas conservadoras radicales agitadas por la ultraderecha y, por lo tanto, de este punto dentro de su agenda sociocultural, si bien no comparten necesariamente el resto de sus postulados.

Sin embargo, sí que les ha llevado a compartir ciertas formas en el discurso e incluso algunos espacios políticos. Una de sus referentes, la abogada penalista Paula Fraga, colabora con El Jacobino o El Español y dedica su activismo político a criticar a la izquierda institucional, como la reforma laboral de Yolanda Díaz, a la par que se muestra en contra del reconocimiento de derechos a las personas trans. Criticada también ha sido la autora Lidia Falcón por sus declaraciones homófobas acerca de la inexistente vinculación entre el colectivo LGTB y la pedofilia, una retórica muy empleada por organizaciones ultraconservadoras.

Además, la famosa frase del autobús tránsfobo rentado por la organización ultracatólica Hazte Oír, «los niños tienen pene, las niñas tienen vulva», en contraposición al alegato trans «hay niños con vulva y niñas con pene», concuerda con los alegatos de este sector transexcluyente. Otras personalidades que han aplaudido este discurso, como la escritora Lucía Etxebarría, han sido criticadas por su cercanía a Vox y su desprecio al activismo LGTB.

Por lo tanto, podría decirse que la esfera rojiparda se expresa en el movimiento feminista a través de los sectores transexcluyentes teniendo en cuenta las similitudes en discurso, argumentos y ámbitos.

No obstante, la cuestión de la identidad y la construcción de género, así como la evolución y la configuración del feminismo, se encuentra actualmente en una abierta disputa donde entran en juego muchos más factores, si bien parece claro que la extrema derecha puede aprovechar este conflicto para sumar adeptos a su guerra cultural y medrar en todo tipo de ámbitos políticos: en la izquierda, en el comunismo, en el feminismo… e incluso en el anarquismo y en el ecologismo, como se puede ver en la corriente paleolibertaria o «libertariana» o en el ecofascismo.

Además, es necesario señalar que las disidencias dentro del movimiento feminista se concentran, en realidad, en unos elementos que tal vez sean demasiado concretos como para considerar que sus corrientes internas son diametralmente opuestas (si bien es cierto que cada una se arroja a sí misma ser «el verdadero feminismo», tachando de reaccionaria a la otra parte, por otro lado algo que parece habitual en la izquierda en general).

Por lo tanto, el debate sobre qué se debe considerar dentro del espacio rojipardo o no sigue siendo una cuestión controvertida. La especificidad del rojipardismo ya no puede ser entendida como la combinación de elementos obreristas y nacionalistas en un mismo discurso, o al menos no únicamente, ya que, en realidad, es habitual encontrar grupos y personas que crean en una combinación de elementos de diferentes lados del espectro ideológico. Ningún partido político es monolítico en sus planteamientos y en sus acciones políticas.

El rojipardismo, por el contrario, parece estar liderado en la actualidad por una reacción ante los diferentes movimientos sociales que, a través de concepciones muy vagas de lo que es el materialismo, la clase obrera o la posmodernidad, los identifica como una herramienta neoliberal para dividir a la clase trabajadora e imponer su agenda. Esto les hace compartir una serie de elementos comunes.

El nexo de unión del movimiento rojipardo: la identidad como competición

Foto de una silueta femenina con varias manos. Autor: Geralt, 30/08/2017. Fuente Pixabay

A tenor de todo lo anterior, es complicado aglutinar dentro de un mismo conjunto ideológico a actores políticos tan diversos como al Frente Obrero, a Ana Iris Simón o incluso a pensadores afines al espacio de Unidas Podemos como Daniel Bernabé o Manuel Monereo, considerado por algunos el padre político de Pablo Iglesias y exdiputado por Podemos, que ha sido acusado de blanquear en España a Diego Fusaro.

Hablar de un movimiento cohesionado, de una etiqueta concreta e incluso de un espacio común dentro del rojipardismo es, todavía, al menos desde el punto de vista académico, una quimera. Más bien, se trata de una serie de ideas, pensamientos, discursos, grupos… que, como ha quedado evidenciado, combinan elementos obreristas y conservadores.

Por otro lado, que dos discursos combinen estos elementos, no implica que ambos estén igual de presentes ni que apunten en la misma dirección, por lo que no son comparables el strasserismo o el nacionalbolchevismo con las ideas expuestas por Bernabé en La Trampa de la Diversidad, aunque se puedan identificar con este nexo común, y que conviene desarrollar para entender por qué es, pese a todo, una etiqueta útil para describir una realidad política y social.

El elemento común a todos los rojipardos, que se ha hecho más evidente en los últimos años, es su concepción competitiva de la identidad. Ya los primeros comunistas articulaban su proyecto político frente al internacionalismo obrero, que pretendía articular la lucha de clases en todos los países, mientras que los nacionalbolcheviques solo la entendían dentro de la identidad nacional.

En la actualidad, asistimos a un incremento de las identidades, que algunos han llamado posmodernidad, que rompe con los marcos identitarios tradicionales y permite que el individuo complejice su identidad a partir de nuevos polos identitarios que antes no eran tenidos en cuenta o no eran tan relevantes por cuestiones históricas.

Este proceso, que se trata de una realidad palpable, lo conciben los rojipardos como un proceso negativo, ya que entienden que los procesos revolucionarios solo pueden tener éxito a través de un sujeto con una misma identidad política, que casualmente suele coincidir con la del hombre trabajador blanco heterosexual, que se identifica como lo universal.

Por todo ello, el rojipardismo se configura como una reacción al auge de los movimientos sociales y a la diversidad de identidades que conlleva la posmodernidad, asimilándolo con una trampa neoliberal para perpetuar el capitalismo. La incomprensión e incertidumbre que genera este abanico identitario ha abonado el campo para que la reacción rojiparda viva un renacer en forma de crítica a toda identidad que no es la suya.

De hecho, lo que comparten Roberto Vaquero, Ana Iris Simón, Hasel Paris o Guillermo del Valle es, precisamente, su posicionamiento respecto a las cuestiones socioculturales. En cuanto a los aspectos económicos, uno defenderá un modelo de producción comunista, otro socialdemócrata, otro más socialista… pero el nexo común, que también los une a la derecha radical, es el mismo.

Lo que no llegan a comprender los rojipardos, muchos de los cuales dicen ser gramscianos, es que en todo producto cultural hay fuerzas hegemónicas y contrahegemónicas que son las que en última instancia determinarán el devenir del mismo. Es decir, el feminismo puede ser burgués o puede ser revolucionario, pero no es per se un movimiento opuesto al socialismo.

Basta con pasarse por una asamblea del movimiento antirracista, del movimiento LGTB o del movimiento feminista para comprobar como las diferentes luchas articulan sus identidades en relación con el resto de movimientos, teniendo siempre en cuenta los efectos de la cuestión de clase y económica en las discriminaciones que sufren, desde una perspectiva de la identidad como complementaria, como forma de entender el mundo que les rodea, contraria a la que plantean los rojipardos.

En resumen, los elementos que parecen comunes a toda esta esfera y a este fenómeno político podrían ser los siguientes:

  • Parten de una lógica y aceptable crítica a los partidos políticos de izquierdas hegemónicos, como Unidas Podemos o el PSOE, y a los sindicatos mayoritarios.
  • Consideran que la mayor parte de los movimientos sociales actuales que señalan ejes de opresión distintos al clásico burguesía-clase obrera no tienen una base material y, por lo tanto, distraen o debilitan el verdadero objetivo de la izquierda, que es atacar al capitalismo. Se oponen, por lo tanto, a aceptar la interseccionalidad del activismo y las desigualdades estructurales (total o parcialmente).
  • Consideran que el planteamiento progresista que se genera alrededor de estos ejes, que califican de «posmo», «woke», etc., es consecuencia de las dinámicas capitalistas, no representando a la clase obrera y que, por lo tanto, no deberían ser un objetivo político de la izquierda.
  • Como consecuencia de lo anterior (en mayor o menor medida y dependiendo del grupo o autor), se oponen al movimiento LGTB, el multiculturalismo, a la inmigración, a los movimientos soberanistas y regionalistas…
  • También como consecuencia de lo anterior, comparten una agenda social y cultural conservadora: la familia tradicional y la monogamia, la idealización del pasado y de la vida rural, lo «femenino», el nacionalismo español, el discurso antipolítico… de forma que constituye parte esencial de su eje discursivo y no como elemento accesorio, comunicativo o estratégico.
  • Centran la mayor parte de su discurso en la crítica a la izquierda hegemónica y en los aspectos socioculturales (y, según ellos, no materiales, de esta). Mientras critican que la izquierda «de ahora» ha dejado de lado lo que consideran «condiciones materiales de la clase obrera», la mayor parte de su acción política se centra en hablar de estos elementos no materiales. Además, critican bastante más y con mayor agresividad a la izquierda que a la derecha. Es decir, se suman a una especie de guerra cultural contra la izquierda.
  • Comparten un espacio común de debate entre ellos (citándose, mencionándose, entrevistándose…) y con medios, organizaciones y personalidades de derecha y de extrema derecha. En muchas ocasiones, trabajan para ellos.
  • La derecha y la extrema derecha, con excepciones, les trata con más respeto y admiración que a la izquierda que critican, señalándoles como lo que la izquierda debería de ser en realidad.

Estos elementos comunes pueden darse de manera intermitente y con diferente intensidad. Además, existen otros que no se repiten en todos los casos pero que sí son habituales. Por ejemplo, suelen tener de referentes a ideólogos de extrema derecha y/o haber militado anteriormente en organizaciones de derechas.

Por supuesto, estas organizaciones y personas, como se ha indicado anteriormente, claman ser los verdaderos representantes de la izquierda, y tildan al resto de reaccionarios, revisionistas, progres, etc. Y es que, como les sucede a muchas personas que simpatizan con la agenda cultural nueva derecha radical (como los «libertarianos» y/o anarcocapitalistas), intentan definir su ideología política exclusivamente desde su punto de vista sobre o que es la organización de la actividad productiva. Así, Hasel Paris no ve incompatible defender los servicios públicos y, al mismo tiempo, trabajar para el ISSEP.

El rojipardismo ha podido resurgir de sus cenizas gracias a la reacción que ha despertado en algunos sectores el auge de los movimientos sociales, pero más allá de servir a la derecha para simular división e indecisión en el seno de la izquierda, continuarán siendo incapaces de articular proyectos políticos de calado mientras sigan con su comprensión limitada y estereotipada de la diversidad identitaria de nuestro tiempo.

Por cuestiones demostradas por la historiografía y por la ciencia política, la izquierda y la derecha no se han articulado nunca por un único eje, sino que son ámbitos plurales que abarcan un gran número de identidades, corrientes y pensamientos. Por definición, la izquierda es internacionalista y emancipadora, y busca el progreso social yendo a la raíz de las desigualdades, que entiende como estructurales al sistema capitalista. El mismo sistema capitalista no se entiende únicamente como una estructura económica, sino como una macroestructura.

Por lo tanto, hacer un activismo militante alrededor de un discurso rojipardo, teniendo en cuenta que el sistema capitalista es hegemónico y que la extrema derecha gana enteros en los últimos años, muy probablemente te sitúe más cerca de esta derecha radical que de la izquierda, por mucho que digas rechazar esta idea. En este sentido se han pronunciado periodistas, investigadores e historiadores, como Lucio Martínez Pereda.

Como nota aclaratoria, esta aproximación no necesariamente trata de señalar a las personas, sino a sus ideas y a sus discursos y, más concretamente, a sus consecuencias. De intentar separar el grano de la paja y, más que poner etiquetas y nombres, establecer rasgos comunes y lo que puede suponer para el activismo antifascista y para la defensa de los derechos humanos.

Y es que, cuando Roberto Vaquero señala la inmigración como un problema, Ana Iris Simón reivindica la familia tradicional o Guillermo del Valle el nacionalismo español, están aceptando parte del discurso que le interesa a la extrema derecha promover. En consecuencia, este fenómeno, del que claramente se aprovecha el discurso reaccionario, puede suponer un problema en plena pugna por la hegemonía cultural y de búsqueda de las claves para frenar a la extrema derecha. Y, por eso, es necesario dejarlo Al Descubierto.

Polonia

Vicente Barrachina

Articulista. Apasionado por la Sociología y la Ciencia Política. Periodismo como forma de activismo. En mis artículos veréis a la extrema derecha Al Descubierto, pero también a mí.

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