Opinión

La ultraderecha ensalza al Putin “comunista” y el periodismo aparta la vista  

Y de repente, estalla una guerra. Otra más. Mientras muchos analistas decían en los medios de comunicación que el conflicto directo era “improbable”, nos hemos dado de bruces con la realidad. La óptica mediática está ahora en Ucrania y en los refugiados blancos de ojos azules huyendo del “malvado” Putin. Pero, ¿qué hay de las personas que huyen de Siria, Yemen, Tigray, Afganistán, Palestina, Etiopía, Haití, Myanmar, Malí, Níger, Burkina Faso, etc.? Y todavía más, ¿no hay “malvados” en Ucrania? ¿Solo Putin mata gente? ¿Dónde están los medios de comunicación?

Vladimir Putin y Santiago Abascal. Fuente: Elaboración propia
Vladimir Putin y Santiago Abascal. Fuente: Elaboración propia

La ultraderecha: “Sí si eres team Ucrania, no si eres team moro”

En este hueco de la incertidumbre es donde la extrema derecha se mueve, aprovechando todos y cada uno de los canales de difusión a su alcance. Desde la esfera mediática, hasta, como no, las redes sociales, pasando por el ámbito institucional. Sin ir más lejos, el propio mandamás de Vox, Santiago Abascal, se ha tomado la libertad de decir quiénes “sí son refugiados” y quiénes no. Es decir, quiénes “sí deben ser acogidos” y merecen amparo y quiénes no porque “invaden” el país y “atacan” las fronteras de Europa. ¿El criterio? El color de piel y la cultura.

Es fuerte que en pleno siglo XXI se sigan permitiendo retóricas que potencian esta discriminación absurda. Y todavía es más fuerte resumiendo el enfoque de la ultraderecha: Dependiendo de la parte del mundo que vengas, tendrás más o menos derechos. Tú no eliges dónde naces, pero apáñatelas. Tu dignidad no vale nada si vienes de alguna zona más al sur o si crees en Alá en vez de en Dios. 

 ¿Dónde están los medios de comunicación?

Ahora, ¿qué hacen los medios? Cogen el cable del altavoz, lo enchufan a la luz y empiezan a catalizar sandeces. Puede ser por la necesidad de audiencia o, simplemente, porque los grandes magnates que hay detrás de los medios nacionales piensen igual. Hablando de la luz, esta premisa también se ha reflejado con la crisis energética y la subida de los precios.

Todos sabemos que las eléctricas tienen la mano metida en los conglomerados mediáticos. Pero que no se planteen soluciones desde el periodismo, teniendo en cuenta todos los factores influyentes en el aumento y que solo se justifique el incremento del coste de una garantía mínima social por la guerra de Ucrania (pista: sí, pero no) y no se critique más allá de la movida que hay en el este de Europa, da pistas de la mala praxis.

Volviendo a la catalización mediática del discurso ultra antiinmigración, pero proucranianos (da risa solo escribirlo). Sea la razón que sea, la función social de la profesión se está perdiendo y junto a ella, la democracia se va erosionando más y más.

De hecho, la Unidad de Inteligencia del diario londinense The Economist, en su informe sobre el Índice de Democracia de 165 países del mundo, ya reveló que España cayó en 2021 a la categoría de “democracia imperfecta”. Algo que no sorprende tras ver la aceleración de la fragmentación social y pérdida de libertad que supuso la polarización ideológica desde los inicios de la pandemia.

Por lo menos están las redes sociales. Pista: no

Cuando las redes sociales se postularon como una vía más para el ejercicio de la libertad de expresión, tanto expertos, como no tan expertos hablaban de la mejora de la calidad democrática. Incluso el propio periodismo comenzó a abrirse huecos estratégicos en estos espacios para potenciar el periodismo ciudadano o periodismo 2.0. Pero con el discurso ultraderechista ha pasado igual que con este tipo periodismo, donde personas alejadas de la esfera mediática producen contenidos que, en ocasiones, dan pie a que las líneas rojas sean inexistentes.

Afirmar que todo lo publicado por los ciudadanos en la web es mentira o de baja calidad al no estar bajo el filtro mediático sería una falacia categórica. Existen contenidos circulando por internet que, con creces, desbancan a muchos contenidos periodísticos. Sin embargo, el pluralismo sin debate que se gesta en el terreno digital da pie a nuestras queridas fake news, a retóricas polarizantes, a simplificaciones de la realidad, a un tratamiento pesimista y catastrofista de los acontecimientos y, como no, a la legitimación de barbaridades discriminatorias de la mano de la (no tan) idílica democracia liberal. 

Toda una paradoja que continúa gestándose en el ecosistema comunicativo actual, donde la extrema derecha sí que ha sabido cómo explotar bombas en el terreno de las plataformas digitales. Tirando de la emoción y de la espectacularización la extrema derecha nacional (Vox) ha sabido captar lo que atrae en las redes.

Con una exhaustiva labor de investigación, un análisis de las tendencias, una brutal identificación y segmentación del target, una actualización constante y una adaptación (de la que muchos medios deben aprender) impresionante al soporte, han conseguido ya no solo generar comunidad, interacción constante y engagement, sino que han roto las barreras entre la esfera civil y la mediática.

Esto también ocurre con el periodismo ciudadano, cuando hay un tema circulando por internet que tiene a toda la sociedad apartando la vista del televisor y mirando los teléfonos móviles, los medios de comunicación se apropian de él y ganan audiencia. Misma dinámica que con los discursos de Vox. Cuando toda España esta mirando el Twitter, el Instagram, el TikTok, el Facebook o el canal de YouTube de militantes de Vox, de repente, pasa a la agenda setting y aparece en las escaletas de las televisiones, en las parrillas de las radios, entre las páginas del periódico o en la portada del diario digital de turno.

Es comprensible. Los medios de comunicación todavía están recuperándose del azote de la crisis de 2008 y, aunque parezca increíble, no logran adaptarse al cien por cien a las redes sociales. Continúan buscando qué publicar y cómo hacerlo en función del soporte. ¿Temas blandos o temas duros? ¿Texto, vídeo o foto? ¿Humanización o datos? ¿Autorreferencialidad o nuevos contenidos?

Entre otras preguntas que se hacen los medios cuando miran las redes sociales. Quizás el periodismo encuentre su hueco en las plataformas cuando los nativos digitales tomen las riendas y los boomers abandonen el quehacer mediático. Es pronto para determinarlo.

Aun así, aferrarnos a los medios (tanto en sus espacios de operatividad tradicionales, como en el entorno de las redes sociales) para atajar los problemas de difusión del discurso de la extrema derecha, está más que descartado. Lo hemos visto con la guerra de Ucrania. ¿Cómo es posible que si la ultraderecha nacional dice que Putin es comunista los medios de comunicación no informen correctamente y expliquen que esto es una falacia como el Burj Khalifa de grande?

¿Cómo es posible que si Santiago Abascal dice que a tope con Ucrania todos nos creamos que no hay milicias neonazis que también matan personas?

Un poco contexto del amor – odio Putin – Abascal y la estrategia detrás de “El malvado Putin es comunista”

Claro. Cuando el líder ruso comenzó a desplegar tropas, los expertos, como el catedrático en Relaciones Internacionales, Rafael Calduch, decían: «La probabilidad de una guerra convencional en el país, como consecuencia de una invasión general de tropas rusas a Ucrania, es baja aunque no descartable». Y Abascal se aferró a ello. No obstante, cuando el 24 de febrero la operativa militar se puso en marcha y ya se escuchaba la palabra “invasión” en la esfera mediática, rápidamente, el gabinete de comunicación de Vox empezó a pensar qué hacer.

El contexto es que, hasta ahora, Santiago Abascal nunca había dicho una palabra en contra de Putin. Recordemos que hace tres años iba a reunirse con él y cuando todos los preparativos estaban en marcha, se echó atrás “por prudencia”, como bien le confesó al escritor Fernando Sánchez Dragó. Siempre le ha tratado con tibieza, pero de una forma inteligente tanto a nivel discursivo, como a nivel institucional.

Se refleja, por un lado, en que nunca ha pugnado a Putin ya que dijo al mismo escritor que jamás “se había metido con él” y, por otro, en que Vox no está en el grupo parlamentario europeo Identidad y Democracia (el nido de ultras de la Eurocámara), sino en el grupo de los Conservadores y Reformistas Europeos (derecha y extrema derecha cogidos de la mano, pero con una imagen pública menos radical que los del grupo anterior).

Además, los colegas ultraderechistas europeos de Santiago Abascal, Marine Le Pen y Matteo Salvini, se sienten “como en casa” cuando están en Rusia. Normal, teniendo en cuenta que los oligarcas y bancos rusos han metido dinero en sus respectivas formaciones políticas para que no caiga su influencia en Europa.

Sin ir más lejos, Le Pen recibió de un banco cercano al Kremlin la llamativa cifra de 9,6 millones de euros con los que afrontar las elecciones presidenciales de Francia, según confirmó El País, y también dijo que levantaría las sanciones a Rusia si ganaba los comicios. Es más, en enero de este año, un informe de la Eurocámara reveló los partidos de extrema derecha que colaboran con el gobierno de Putin. 

Pero es que esto va más allá de sus vínculos con el líder del Kremlin basados en “el que es amigo de mi amigo es mi amigo”. Numerosos expertos como el historiador especializado en extrema derecha contemporánea, Steven Forti, corroboran que Vox podría haber recibido financiación indirecta de Putin por medio del lobby ultraderechista CitizenGo.

Con todos estos antecedentes, ¿cómo iba a enfrentarse el gabinete de comunicación de Vox a que Putin arrancase con la invasión ucraniana? Pues ni nada más ni nada menos que… ¡Agitando el fantasma comunista! Causa-efecto, simplificación discursiva, mecanismos retóricos basados en binomios, dicotomías polarizantes y… ¡Victoria! ¡A lavarse la cara y a desvincularse del Kremlin metiéndose de forma falaz con el gobierno de coalición nacional se ha dicho!

Brevemente, hay dos puntos tácticos: arremeter contra el gobierno vinculándolo con Rusia bajo el falso acuñamiento de Vladimir Putin como comunista (pista: es conservador) y ensalzar a Ucrania dejándose detalles como las milicias neonazis (por cierto, alimentadas armamentísticamente por España y otros países europeos). Es decir, todo una falacia sustentada en argumento ad hominem y alimentada con la mejor herramienta de la comunicación política: la emotividad. 

El razonamiento es sencillo: si se consigue modular la opinión pública en contra del gobierno de coalición (especialmente, a la formación de Unidas Podemos), Santiago Abascal puede volver a posicionarse como el líder imperante y salvador alejado del único y malvado causante de todos los problemas actuales (Putin).

Por otro lado, simplificando el problema se consigue enganchar al target jugando con la potencia discursiva de la emoción con la mera simplificación y descontextualización (eludiendo la carga de prueba) en la que se aprovecha el juego binómico de buenos-malos y amigo-enemigo.

Meter en el paquete de los malos-enemigos al gobierno y a Rusia, hace que la necesidad de rellenar huecos de nuestra mente posicione en el bando buenos-amigos al emisor del mensaje y a los contrarios al malo. Es decir, carga de emoción positiva tanto a Abascal, como a Ucrania.

Con respecto a Ucrania, una vez posicionada en la opinión pública como la víctima a la que hay que defender, cuyos refugiados hay que acoger y a quienes hay que proteger del malvado Putin, ahora vas tú y le explicas a las masas que Ucrania también ha matado a personas. Concretamente a rusos (que no a Putin). Ni más ni menos que las milicias neonazis como el Batallón Azov, entre otras, llevan cargando contra civiles desde que en 2014 la guerra del Donbass estalló. Pero esto no se escuchara en exceso en la esfera mediática o, por lo menos, no se le dará la cobertura que merece desde una perspectiva parcial.

Querido Abascal: Internet no olvida (y Twitter menos)

El profesor de ciencia política de la Universidad Carlos III de Madrid especializado en derechas radicales, Guillermo Fernández Vázquez, habló en una entrevista a Cadena Ser sobre el empeño de la extrema derecha española de deshacer públicamente sus vínculos con el Kremlin: “La mayoría sabe que en estos momentos esa afinidad es una lacra para los sociedades europeas. La Rusia de Putin puede ser para Vox lo que la Venezuela de Maduro fue para Podemos, SYRIZA o la Francia insumisa de Jean Luc-Mélenchon: un fardo», dijo.

Pero, afortunadamente, aunque las redes sociales sean un espacio de libertinaje discursivo para la ultraderecha, estas tampoco olvidan. Maldita.es, especialista en acabar con bulos y contar la verdad, reveló que el tuit donde Abascal retuiteaba a Putin era totalmente cierto.

En él, Putin amenazaba a los responsables de la explosión de una avión de pasajeros de Rusia donde los causantes podrían estar vinculados con las milicias neonazis ucranianas. Según informó la BBC: “Los investigadores del servicio de seguridad del Reino Unido dicen que sospechan que alguien con acceso al compartimiento de equipaje del avión insertó un artefacto explosivo dentro o encima del equipaje justo antes de que el avión despegara”. 

Ahora, Abascal aprovecha las redes como armas arrojadizas de su discurso bajo el paraguas de una estrategia de desvinculación del Kremlin, donde las publicaciones de odio y las difusiones que hay que coger con pinzas reciben miles de retuits, likes, se comparten y como no, se hacen eco en los medios de comunicación masiva. 

Un rayo esperanzador: el periodismo de soluciones como herramienta para hacer frente a  los discursos de la ultraderecha

Surge la duda de qué puede hacer la ciudadanía para identificar y obviar este tipo de relatos que se conforman como parte de una serie de tácticas de reposicionamiento político de Vox tras las controversias del estallido de la guerra entre Ucrania y Rusia.

La responsabilidad del periodismo es, coger cada una de las informaciones difundidas, ya bien sea en el ámbito institucional, en las redes sociales e incluso en los medios de comunicación y desenmarañarlas con la profundidad, el contexto, el análisis y los hechos reales en la mano. Además de acabar con el pesimismo en torno a las mismas, ya que derivan en la desafección social frente a la actualidad internacional, entre otros males que, por “a” o por “b” acaban erosionando el sistema democrático. 

Esta práctica tiene un nombre y es el periodismo de soluciones. Tenemos un problema y es que la extrema derecha está dominando el discurso en todas las esferas. Ya se hizo con la esfera institucional cuando recibió escaños. Le siguió la esfera mediática, cuando empezó a hacer de altavoz de lo que decían y les facilitó una silla en tertulias televisivas y radiofónicas y en entrevistas en periódicos.

Y ahora, la esfera civil en las redes sociales, donde aprovechan cada una de sus potencialidades para canalizar y catalizar su ideología, normalmente sujetas a unas estrategias de ética cuestionable. Ahora, ¿la solución?

Quizás el periodismo (tanto nacional como internacional) debería poner el foco en casos de otras partes del mundo para hacer frente al auge de la ultraderecha y la apropiación de los espacios de comunicación. Además, claro está, de educar y alfabetizar a la sociedad de cómo identificar estos discursos, hacerles frente y no alimentarlos llegando a su viralización.

Por ejemplo, a nivel institucional, Alemania ha sido uno de los referentes, no han dudado en poner cordones sanitarios a los partidos radicales que promovían ideas ultraderechistas cercanas al nazismo. A nivel mediático, no vale solo con ponerse críticos como hace Público frente a las retóricas de la extrema derecha, hay que mostrar, ubicar y tumbar sus falacias, como llevan haciendo medios alemanes como Der Spiegel desde el ascenso de Alternativa para Alemania (AfD) en el país.

Solo quedaría por cubrir el terreno de las redes sociales, donde las políticas de uso cada una de las plataformas ponen los límites y se encargan de censurar ciertas cuentas que promueven el odio, como hizo Twitter cerrando la cuenta de la ultraderechista española Isabel Peralta que hacía apología abiertamente al nazismo. 

Desde esta óptica, la profesión periodística, podría hibridar el rigor de la concepción teórica del periodismo de soluciones, con el periodismo de servicios. Es decir, hacer más hincapié en facilitar una “caja de herramientas” para la sociedad en su conjunto que permita acabar con barbaridades como que los únicos refugiados válidos son los ucranianos, mentiras estratégicas como que Putin es comunista o simplificaciones tan banales que derivan en que se genere en el ideario de la opinión pública que en Ucrania no hay malvados y que los neonazis son tan solo una invención del Kremlin. 

Melisa Higueras

Articulista y editora. Periodista internacional y friki de las redes sociales. Apasionada de la comunicación en todas sus formas y vertientes. Desmontando y criticando injusticias sociales desde que tengo uso de razón.

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