América LatinaAsiaEEUU y CanadáEuropa

Desmontando las falacias de la extrema derecha

El discurso de la extrema derecha y que sostienen no solo partidos políticos como Vox, sino también asociaciones, influencers, medios… tiene unos rasgos muy característicos. Dado que las ideas de este lado del espectro político se asientan necesariamente sobre afirmaciones contrarias al consenso científico, en el negacionismo y en teorías de la conspiración, es muy habitual que se empleen falacias argumentales en el discurso.

Las falacias son argumentos que se presentan como tales pero que, en realidad, no lo son. Y, para entender lo que es un argumento y lo que no lo es, es necesario comprender también la estructura de un debate o de una disertación, conceptos que se dan en una rama de la Filosofía llamada lógica.

Esencialmente, una disertación, ensayo, debate… se centra en la defensa de una premisa, a menudo en contra de la premisa del contrario. La premisa es la idea central que se quiere defender, lo que se da por cierto, el razonamiento principal. Es importante no perder de vista la premisa en un debate, pues inferir una premisa equivocada en el interlocutor, o modificar la premisa a medida que avanza el debate o la disertación, conduce inexorablemente a un mal entendimiento.

¿Cómo se defiende una premisa? Con argumentos. Los argumentos deben cumplir una serie de elementos para ser válidos: consistencia, coherencia, que no se contradiga, que refute y reafirme de forma clara… Por ejemplo, si partimos de la premisa de que los planetas giran alrededor del Sol, podemos defenderla argumentando que La Tierra y Marte son planetas.

De hecho, un argumento puede ser perfectamente válido incluso aunque la premisa no sea cierta. Para que un argumento sea válido, tiene que ser consistente y coherente con la premisa, por resumirlo de un modo simple.

Los rasgos de este tipo de estructuras y conceptos son tan importantes que incluso tienen validez jurídica. En el ámbito judicial, los argumentos reciben el nombre de alegatos y son muy importantes en lo que se conoce como «verdad procesal», un elemento muy importante en los procesos judiciales dentro de los Estados de Derecho.

Por lo tanto, una falacia simplemente es un argumento que no cumple con estos elementos para ser considerado válido. En función de qué punto no cumplan o de qué rasgos lo caractericen, se han descrito multitud de tipos de falacias. Una de las más conocidas es la falacia ad hominem, que consiste en argumentar apelando al interlocutor y no a la premisa. Por ejemplo: El socialismo no funciona porque tú no tienes ni idea y vives en una casa muy grande.

Probablemente, la falacia ad hominem es la más utilizada por todo el mundo. Atacar al interlocutor en un debate para restar validez a sus argumentos es la forma de manipulación más fácil e instintiva y se puede resumir en «no tienes razón porque no tienes ni idea».

Las falacias de la extrema derecha

Evidentemente, las falacias argumentales no son del dominio exclusivo de la extrema derecha. Es más, probablemente nadie se libre de usarlas. Hasta usar como argumento que el interlocutor en un debate argumenta en base a falacias es una falacia en sí misma.

No obstante, el discurso ultraderechista sí suele caracterizarse por el empleo de algunas falacias y técnicas de manipulación concretas que conviene conocer. Por supuesto, muy grosso modo. Al final, cualquiera puede usar cualquier falacia en cualquier momento.

Falacia del hombre de paja

Resulta poco comprensible lo desconocida que es esta falacia y lo común que es en realidad. Consiste en algo tan sencillo como en atribuir al interlocutor una premisa o un argumento que no ha utilizado para desmontar su premisa y sus argumentos originales. Es decir, se trata de fabricar una premisa, a menudo similar al interlocutor, para atribuírsela y construir el argumentario en base a dicha premisa fabricada.

Por supuesto, esta falsa premisa se construye porque resulta más fácil de desmontar que la que estaba defendiendo la otra persona, y así se genera la ilusión de que se ha vencido al oponente dialéctico.

Un ejemplo típico en la extrema derecha:

Interlocutor A: Me parece que es bueno para la sociedad que los modelos de familia sean diversos y variados.

Interlocutor B: Pues yo creo que destruir la familia tradicional no tiene nada de positivo.

Otro ejemplo:

Interlocutor A: En momentos de pandemia, hay que aceptar restricciones de movilidad para disminuir los contagios.

Interlocutor B: Imponer un totalitarismo dictatorial socialcomunista va en contra de la libertad y no hay que aceptarlo.

A menudo se incluye también como falacia de hombre de paja la fabricación de argumentos ficticios atribuidos al interlocutor. Por ejemplo:

Interlocutor A: Creo que es bueno que gente de fuera venga a aportar y a trabajar a nuestro país.

Interlocutor B: Yo creo que lo que quieres es que los inmigrantes nos roben nuestros empleos.

Lo cierto es que, al igual que desde las posiciones de extrema derecha se fabrican enemigos inexistentes al que culparles y responsabilizarles de todos los males habidos y por haber, como atribuir la criminalidad a los menores extranjeros o la inflación a los comunistas, este mismo hecho se traslada a la forma de argumentar.

No tiene nada de malo, en principio, inferir intenciones en un rival político. Desde la izquierda, se asume que partidos como Vox impondrán un modelo político más autoritario. De hecho, esto puede ser una premisa a defender con argumentos. Sin embargo, en un debate, utilizar inferencias como afirmaciones que defiende el interlocutor es una falacia. Es decir, desde Vox nunca han dicho eso ni lo han defendido, así que sería una falacia atacarles por eso.

La falacia de hombre de paja tiene la virtud de facilitar la imposición de marco de debate ajeno al punto que le dio origen. En los ejemplos anteriores, es fácil que el pobre Interlocutor A se ponga a hablar sobre el respeto a la familia tradicional, que el comunismo no es dictatorial o que por qué en ningún momento ha querido decir nada sobre que las personas migrantes quitan trabajo a las nativas. Hábilmente, el Interlocutor B ha centrado el debate donde quería, en un hombre de paja.

Sin embargo, una vez descubierta, es fácilmente desmontable, lo que nos permite volver a centrar el debate en la premisa original.

Falacia de la pendiente resbaladiza

Esta es también una de las falacias más utilizadas, pero pasa bastante desapercibida. Incluso mucha gente que conoce la existencia de las falacias y los tipos más básicos no ha oído hablar de esta.

La falacia de la pendiente resbaladiza consiste en asumir que un paso en una dirección te llevará al punto más extremo de una dirección. Es decir, se basa en la asunción de que una acción desencadenará otras muchas hasta un punto imprevisible y, por supuesto, desastroso. Por ejemplo:

Interlocutor A: Creo que es positivo permitir el matrimonio igualitario y que las personas homosexuales adopten.

Interlocutor B: Y lo siguiente es que nos casemos con perros, que todo el mundo se vuelva gay y que la civilización desaparezca.

Otro ejemplo:

Interlocutor A: Si queremos evitar el cambio climático, debemos empezar por moderar nuestro consumo.

Interlocutor B: Si consumimos cada vez menos, aumentará el paro, el país entrará en quiebra y todo será mucho peor que con el cambio climático.

Un ejemplo más:

Interlocutor A: Se debe plantear y regular la autodeterminación del género para representar la realidad de las personas transgénero.

Interlocutor B: Entonces los hombres empezarán a declararse mujeres, a violar a mujeres en las cárceles y en los baños y las mujeres serán borradas de la sociedad.

Y otro, un clásico:

Interlocutor A: El consentimiento sexual debería explicitarse de algún modo por la seguridad de las mujeres.

Interlocutor B: Acabaremos firmando un contrato antes de tener sexo y grabando en vídeo que la otra persona consiente para que los hombres no sean denunciados sistemáticamente por violación.

Por supuesto, no hay nada de malo en plantear las posibles consecuencias negativas de una premisa. Pero esto forma parte de una premisa en sí misma y debe, en consecuencia, sostenerse con argumentos adicionales para defender qué sucesos van a facilitar esa conexión entre ambos eventos. Es decir, describir y argumentar en qué momento que dos hombres o dos mujeres se casen provocará que todo el mundo sea gay, o en qué punto estudiar la regulación de la autodeterminación de género hará que los hombres comiencen en masa a cambiarse de género legalmente sin consecuencia alguna.

Esta falacia no solo facilita poner el foco del debate en un futurible no demostrado (y a veces bastante absurdo), sino que también infiere miedo en los posibles receptores. «¡Cuidado, si aceptamos el lenguaje inclusivo en las escuelas, terminarán por censurar, revisar y reescribir toda nuestra Historia!», sería el ejemplo del vídeo insertado más arriba.

La falacia de la pendiente resbaladiza es tan utilizada que incluso se han descrito varios tipos en función de dónde se ponga el foco.

La clave aquí es no dejarse llevar por ese futurible y centrarse en los argumentos de la premisa, además de solicitar al interlocutor argumentación que sostenga esa concatenación improbable de sucesos.

Falacia de reducción al absurdo o de apelación al ridículo

Esta falacia se confunde mucho con la anterior, ya que parten de elementos similares. La falacia de reducción al absurdo consiste en ridiculizar, como su propio nombre indica, la premisa del interlocutor. Se utiliza de forma conjunta con otras falacias como las dos anteriores, especialmente la del hombre de paja.

Por ejemplo:

Interlocutor A: Deberíamos reducir nuestro consumo de carne si queremos reducir el impacto del cambio climático.

Interlocutor B: Poniéndonos todos a comer lechuga no vamos a solucionar nada (apelación al ridículo + hombre de paja)

Interlocutor C: ¡Acabaremos todos comiendo lechuga para nada! (apelación al ridículo + hombre de paja)

Otro ejemplo:

Interlocutor A: Los fósiles encontrados en África sugieren que el Homo sapiens está emparentado evolutivamente con los primates.

Interlocutor B: Eso quiere decir que entonces somos todos monos. ¡Qué tontería!

Y otro más:

Interlocutor A: En el 99% de los casos, las violaciones las cometen hombres, ya sea a otros hombres o a otras mujeres, por lo que hay una diferencia en cuanto al género según el tipo de delito.

Interlocutor B: Ya están las feminazis diciendo que todos los hombres somos unos violadores.

Y este otro:

Interlocutor A: Las imágenes satelitales sugieren que La Tierra es redonda.

Interlocutor B: Si fuera redonda, ¡nos caeríamos y flotaríamos en el espacio!

Como se puede ver, la falacia persigue que el argumento o el dato aportado por el Interlocutor A se vea estúpido, absurdo, tonto e improbable. A menudo, como consecuencia improbable (pendiente resbaladiza) o como una inferencia atribuida al interlocutor (hombre de paja).

El objetivo de esta falacia es la desacreditación de la premisa, poniendo el foco en una estupidez que nada tiene que ver con el punto de partida. Es muy fácil recurrir a esta falacia porque, sin ningún tipo de conocimiento sobre el debate o la disertación en cuestión, se puede desarmar y dejar en aparente evidencia a alguien cargado de argumentos.

Es decir, no importa cuánto se prepare alguien un debate: la ridiculización es un arma accesible al común de los mortales. Sin embargo, también es fácil de desmontar: no hay que caer en provocaciones ni aceptar la imposición de un marco de debate ajeno al original. Se le puede pedir al interlocutor que profundice en el tema, que explique por qué piensa eso, pero siempre partiendo de la premisa de punto de partida. En el proceso de buscar argumentos, se puede volver a retomar a la premisa original.

La mayoría de las falacias se basan en desviar la atención para evitar tener que buscar argumentos válidos. No hay que dejar que eso suceda.

Falacia del francotirador

Con toda probabilidad, la falacia favorita de negacionistas y adeptos a las teorías de la conspiración. Se podría resumir en la construcción de argumentos en base a la fabricación artificial de patrones inexistentes. Es decir, asumir que ciertas correlaciones tienen algún tipo de significado, cuando en muchas ocasiones son el resultado de sesgos perceptivos.

Por explicarlo de forma más simple. La falacia del francotirador consiste en argumentar teniendo como base que ciertos eventos, sucesos o elementos que son coincidentes lo son por alguna explicación que se infiere o se interpreta en base a esas coincidencias, pero que no tiene ninguna base real.

Por ejemplo, durante mucho tiempo, se volvieron populares los vídeos donde se interpretaba que ciertas personalidades famosas del mundo del arte, la política o la economía pertenecían a sectas como los Illuminati solo porque algunas palabras de ciertos discursos, o ciertos gestos con las manos, eran similares.

Otro ejemplo dialéctico:

Interlocutor A: Se ha demostrado que las vacunas funcionan porque las personas vacunadas presentan una mortalidad y una gravedad frente a la enfermedad más baja que las no vacunadas.

Interlocutor B: No es cierto, de hecho, son las vacunas las que provocan la enfermedad porque desde que acabó la campaña de vacunación, comenzaron a subir los casos de contagios.

Otro más:

Interlocutor A: Las personas LGTB sufren discriminación ya que presentan peores tasas de empleabilidad, salud mental y esperanza de vida.

Interlocutor B: Las personas LGTB en realidad dominan el mundo mediante lobbies porque todas las empresas grandes se ponen la bandera LGTB en sus logotipos, por lo que esos datos son inventados y forman parte de un plan para instaurar un gobierno mundial.

¿Por qué se llama falacia del francotirador? Porque se inspira en una historia en la cual un francotirador, para ser admitido como tal, disparó al azar y luego sobre los disparos pintó una diana. Esto es muy ilustrativo y que es una analogía de cómo el interlocutor, en esta falacia, enfoca su percepción y su razonamiento en la información y los datos que favorecen su premisa, ignorando todo lo demás. Es decir, la falacia es producto de un sesgo cognitivo conocido como sesgo de confirmación y una señal de ser víctima de una burbuja de realidad.

Esto significa que, de forma consciente o no, se selecciona la información y los datos a emplear para realizar interpretaciones e inferencias que posteriormente se usan en premisas y en argumentos, que por definición serán falaces.

Contraargumentar esta falacia es muy difícil por esto mismo. Señalar que «correlación no implica causalidad» y que los hechos coincidentes no implican ningún patrón no suele bastar. Esto es así porque sostener esta falacia implica que ya se ha desechado total o parcialmente los argumentos válidos (basados en datos objetivos, lógica y coherencia).

Además, es una de esas falacias que a menudo se emite de forma poco consciente, es decir, quien la utiliza realmente ve estos patrones y realmente se cree lo que dice. No está intentando evadir nada, es más, cree que es el otro el que se está evadiendo. En función de la profundidad de la falacia y de la premisa que haya detrás, normalmente requiere mucho tiempo para desmontarla.

Falacia del falso dilema

«O estás conmigo o contra mí». Este podría ser perfectamente un resumen de la falacia del falso dilema. Consiste en reducir el debate a dos polos únicos y opuestos, negando la posibilidad de tramos intermedios, escalas de grises y otras variables. Las alternativas al «falso dilema» son omitidas, censuradas o apartadas sin ningún tipo de argumentación.

Es bastante común en el discurso de la extrema derecha reducir los debates a cuestiones dicotómicas (y categóricas), ya que parte de su estrategia se asienta precisamente en la construcción de un «nosotros» contra un «ellos», de presentar el debate político como una confrontación de «los buenos» contra «los malos». Los que quieren «destruir España» contra los que quieren «salvar España».

Es decir, la extrema derecha no tiende a aceptar grises o medias tintas. Así, para intentar manipular al interlocutor en un debate, lo pueden poner contra la espada y la pared empleando este tipo de falacias. Por ejemplo, el lema tan repetido de Vox en redes sociales, #SoloQuedaVox, es en sí mismo un falso dilema. Lo que quieren decir es: o eliges a Vox, o lo que eliges es erróneo.

Otro ejemplo:

Interlocutor A: No estoy de acuerdo con las propuestas de Vox en materia de igualdad porque creo que pueden discriminar a las personas.

Interlocutor B: Vaya, entonces apoyas el comunismo y a los etarras.

Otro ejemplo:

Interlocutor A: Creo que sería positivo para la democracia debatir acerca del acercamiento de presos.

Interlocutor B: Vaya, entonces apoyas el comunismo y a los etarras.

Y otro:

Interlocutor A: La sentencia del procés catalán me parece desorbitada.

Interlocutor B: Entonces estás con los separatistas que quieren destruir España.

Y más:

Interlocutor A: Me parece bien que las personas homosexuales adopten.

Interlocutor B: Si estás a favor de eso entonces es que quieres destruir a la familia tradicional.

Los ejemplos anteriores describen decisiones dicotómicas falsas. Plantear un debate político como «o apoyas las ideas de Vox o entonces eres comunista, separatista o etarra», que es lo que se deduce de los ejemplos anteriores, es una falacia. Se puede estar a favor del acercamiento de presos y condenar al terrorismo; se puede discrepar con la sentencia del procés y no apoyar el independentismo; y se puede querer que los homosexuales adopten sin denostar el modelo tradicional de familia.

Lo cierto es que esta es una de las falacias argumentales más comunes, no solo en la extrema derecha, sino en general. Y es que reducir el debate a dos alternativas, y que una de esas alternativas sea mi premisa y la otra una totalmente inventada a la que relaciono con mi interlocutor (un poco hombre de paja hay aquí), sale muy rentable en términos discursivos.

Es tan rentable que no solo ha protagonizado el lema de Vox en redes sociales y en los mítines. Isabel Díaz Ayuso, actual presidenta de la Comunidad de Madrid por el Partido Popular (PP) utilizó como lema de campaña una falsa dicotomía: «Comunismo o libertad». Y desde la izquierda se respondió con otra falsa dicotomía, cayendo totalmente en la trampa tendida por el equipo de campaña de Ayuso: «Fascismo o libertad».

Desde la izquierda se utilizan las falsas dicotomías para criticar la equidistancia frente a las injusticias, a menudo anclada en la falacia del punto medio (argumentar que la virtud está siempre en el punto medio). Es decir, son un recurso propagandístico más que retórico. Sin embargo, tanto la derecha como la izquierda caen en esta falacia de forma constante, como por ejemplo se está viendo en la guerra de Ucrania, donde o se está del lado del imperialismo estadounidense y otanista, o del lado del dictador Putin y el discurso prorruso.

Sin embargo, la realidad es que la gente suele presentar una diversidad de opiniones e ideas. Y en general, se podría decir que la mayoría de los debates no implican necesariamente una dicotomía. Por otro lado, si la dicotomía está argumentada, es coherente y consistente, no tiene por qué implicar una falacia. A menudo, las posibles alternativas son en sí mismo absurdas y poco probables.

Por ejemplo, en un debate sobre qué hacer si te apuntan con una pistola, normalmente las opciones son o ceder o luchar. Cualquier otra alternativa acaba casi seguro en un disparo.

Afortunadamente, no es difícil desmontar estas falacias. Normalmente, basta con sacar a relucir posibles alternativas y defenderlas con argumentos, señalando la complejidad y las opciones posibles en el debate.

Falacia ad antiquitatem o apelación a la tradición

Esta es también una de las falacias más conocidas. Consiste en defender algo apelando al tiempo que se lleva haciendo. Es decir, si un determinado pensamiento, una idea, una conducta… se viene haciendo desde hace mucho tiempo, entonces debe ser bueno. Se podría resumir en que si A tiene más tiempo que B, A es mejor que B.

Apelar a que «esto se ha hecho así de todo la vida» o que «esto es así desde siempre» es una falacia muy recurrente cuando se intenta argumentar contra un estamento social, político o económico. Sin embargo, no solo pasa en el ámbito del pensamiento conservador. A veces, la novedad intenta disfrazarse de tradición para parecer más atractiva. Por ejemplo, cuando se venden pseudoterapias «milenarias» o «ancestrales»; o se intenta dar valor a un producto por ser «muy antiguo», cuando en realidad puede no valer nada.

Otro ejemplo:

Interlocutor A: Creo que sería positivo que fuera legal el matrimonio igualitario.

Interlocutor B: El matrimonio es entre un hombre y una mujer, de toda la vida.

Otros ejemplos incluyen asumir que si una determinada idea, pensamiento, acción… no se ha hecho en el pasado, es porque ha sido descartada. En general, la falacia asume dos postulados falsos: el primero, que los fundamentos que rodearon a la premisa en el pasado son los idóneos; y el segundo, que el contexto que rodeó a esos fundamentos se puede aplicar en la actualidad.

Sin embargo, la gente pudo equivocarse en el pasado y el contexto puede cambiar, haciendo la premisa desechable en favor de otras. Por supuesto, no hay que caer en la falacia contraria, que es asumir que todo lo novedoso es lo mejor.

Lo cierto es que es una falacia muy cotidiana. Los seres humanos son de hábitos, costumbres y rutinas, y a menudo se actúa simplemente porque se ha hecho siempre así. «Todo tiempo pasado fue mejor», «más vale bueno conocido que malo por conocer»… son frases que definen el profundo arraigo del cerebro humano a lo que reduce su incertidumbre y que deviene en un sesgo que hace a las personas muy permeables a estas falacias.

Esta apelación a la tradición y al pasado, llegando al punto de la glorificación, el revisionismo, la idealización y la encumbración de estos elementos, están muy presentes en la extrema derecha. Una obra que reúne todos estos puntos es Feria, el libro de Ana Iris Simón, que aprovecha un relato nostálgico del pasado que llega a justificar varias ideas conservadoras.

Sin embargo, está muy presente en el discurso de la extrema derecha en general. La preservación de los valores tradicionales de Occidente es uno de los pilares ideológicos y discursivos, y a menudo es un punto de apoyo argumentativo con poco contenido real, más allá de apelar a las emociones.

Falacia ex populo

La falacia ex populo básicamente consiste en afirmar que una premisa es cierta porque así lo sostiene una hipotética mayoría, cuando no directamente la totalidad categórica del planeta. «Todo el mundo lo sabe», «todo el mundo lo hace», «la gente opina así»… son algunos ejemplos sencillos. Es decir, el interlocutor se arroga un supuesto apoyo popular a su premisa para reforzarla frente a la del interlocutor que, por descarte, sería una premisa marginal o con un apoyo reducido.

La falacia actúa independientemente de que el hecho sea cierto o no. Es decir, aunque una premisa sea del dominio popular y de verdad «todo el mundo» lo crea, sigue siendo una falacia: que todo el mundo crea algo u opine de una determinada manera no implica que estén en lo cierto. Sin embargo, al tratarse de una afirmación categórica, tiende no solo a ser falsa, sino a constituir una burda exageración fruto de sesgos perceptivos.

Es más, las afirmaciones categóricas y dicotómicas (bueno-malo, a favor-en contra, todo-nada…) suelen ser la señal de que el interlocutor se encuentra bajo fuertes sesgos de confirmación, como sucedía con la falacia del francotirador. Cuando una persona desarrolla sus opiniones y sus discursos políticos en base a este tipo de sesgos, como suele filtrar y descartar automáticamente la información que no le conviene, puede llegar a tener la sensación real de que su pensamiento es de dominio público. Al menos en parte.

Esto no significa que sea inconsciente. Más bien es una proyección del propio sesgo hacia el interlocutor, una manera de reforzar la propia postura y poner en duda a la persona que tiene delante.

En general, cuanto más minoritario, absurdo o extremo sea el pensamiento, más constituye el uso de esta falacia un aviso de que el debate, el diálogo o la disertación va a pivotar alrededor de pocos argumentos válidos.

Interlocutor A: Creo que Pedro Sánchez lo ha hecho bien, lo votaré en las próximas elecciones.

Interlocutor B: No deberías, todo el mundo sabe que Pedro Sánchez es masón y que está a sueldo de Joe Biden y de las élites globalistas.

En la esfera política, el discurso de la extrema derecha emplea estas falacias como parte del llamado «principio de unanimidad», un principio comunicativo descrito por el autor Leonard W. Doob en Goebbels’ Principles of Propaganda en 1950 en la publicación The Public Opinion Quarterly de la Universidad de Oxfor, donde describió 19 principios comunicativos de la Alemania Nazi desarrollados por Joseph Goebbels, y que autores posteriores han reducido a 11. 

Se basa en un detalle que parece nimio: vender la idea de que el discurso o el relato que justifica la agenda política es una realidad compartida, además, por “todo el mundo”. Esto incluye actuar como si los hechos fueran ciertos y comprobados y, por lo tanto, no sujetos a discusión o debate. Afirmar, por ejemplo, que todos los habitantes de un país están preocupados por un problema en concreto también sería una aplicación del principio de la unanimidad.

Así, la falacia ex populo se utiliza, en resumidas cuentas, como intento de convertir una premisa en una verdad innegable e irrebatible. Sin embargo, se puede rebatir señalando el hecho de que, precisamente, no solo es casi imposible que todo el mundo comparta una misma premisa, sino que, aunque sea así, esto no implica nada. Famosa es la frase «millones de moscas no pueden estar equivocadas, come mierda». Por no hablar de que existen multitud de ejemplos donde la masa a tomado decisiones erróneas.

Conclusiones

Por supuesto, hay bastantes más falacias, pero estas son probablemente las más comunes dentro del discurso de extrema derecha. En algunos vídeos propagandísticos y/o políticos, son sorprendentemente abundantes. A menudo, un discurso o una campaña entera se sostiene sobre una falacia, lo que hace difícil entrar a debatir en igualdad de condiciones hasta el punto en el que parece que se estén hablando de temas distintos. La realidad es que, muchas veces, no tiene nada que ver con el contenido, sino con la forma de debatir y de plantear el debate.

Y es por eso también que no siempre merece la pena entrar en ese juego. El empleo concienzudo y buscado de falacias es a menudo un síntoma de que el interlocutor no desea llegar a ningún punto en común. Y esta debería de ser una de las premisas básicas de todo intercambio de opiniones.

¿Quiere decir esto que toda la gente afín al discurso de extrema derecha emplea falacias? En absoluto. De entrada, las personas manejan una diversidad de ideas y de opiniones, y la coincidencia con el espectro ultraderechista no tiene porque ser del cien por cien, ni del setenta por cien. Por otro lado, según el tema que se toque, quién sea el interlocutor o cómo se aborde, el uso de falacias puede variar. Y, al fin y al cabo, a todo el mundo se le escapa alguna que otra.

La cuestión es que, cuando hay falacias presentes en la extrema derecha, teniendo en cuenta las ideas y los discursos que suelen manejar, estas son las más comunes más allá de las típicas y las más conocidas. Y por eso, conviene dejarlas Al Descubierto.

Desmontando las falacias de la extrema derecha

Adrián Juste

Jefe de Redacción de Al Descubierto. Psicólogo especializado en neuropsicología infantil, recursos humanos, educador social y activista, participando en movimientos sociales y abogando por un mundo igualitario, con justicia social y ambiental. Luchando por utopías.

2 comentarios en «Desmontando las falacias de la extrema derecha»

  • Estas estrategias son propias de TODOS los partidos políticos sin excepción. No es difícil encontrar ejemplos en cualquiera de ellos. Me parece un artículo muy sesgado.

    Respuesta
  • Muy interesante artículo, he aprendido mucho de el.
    No estoy familiarizado con las posiciones y argumentos de los diferentes partidos políticos españoles. Pero si aplico lo dicho en el artículo a mi país, Venezuela, en lugar de decir «extrema derecha» podría decir «régimen chavista/madurita» y tendría mucho sentido.
    Por ejemplo en este párrafo poniendo la sustitución entre paréntesis sería:
    «Es bastante común en el discurso de la extrema derecha (del chavismo/madurismo) reducir los debates a cuestiones dicotómicas (y categóricas), ya que parte de su estrategia se asienta precisamente en la construcción de un «nosotros» contra un «ellos», de presentar el debate político como una confrontación de «los buenos» contra «los malos». Los que quieren «destruir España» (los apátridas pro-imperialistas) contra los que quieren «salvar España» (liberar la patria del imperialismo).
    ¿O estoy haciendo uso de algún tipo de falacia? Ya me he vuelto un lío, creo que hago una reducción al absurdo.

    Respuesta

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *