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El marxismo cultural: la fantasiosa rebelión de la ultraderecha contra la corrección política

Un fantasma recorre las soflamas de la derecha alternativa. Un enemigo común contra el que se erigen todas las fuerzas y líderes reaccionarios de un lado y otro del charco. Por estas tierras es conocido por el sobrenombre de marxismo cultural.

En los años 90, una vez cayó el «telón de acero» y la Unión Soviética fue abocada a su disolución, los movimientos reaccionarios se quedaron sin un antagonista, sin alguien a quien señalar como el origen de todos los males. Quienes proclamaban las bondades del capitalismo se envalentonaban hasta el punto de decretar el fin de la historia y de las ideologías, mientras que quienes señalaban las miserias capitalistas se veían obligados a reorganizarse, a reformular sus estrategias y e incluso a reconocer varios de sus errores.

A día de hoy, no hay pueblo que pueda escapar a la economía-mundo. Este concepto acuñado por el sociólogo Imannuel Wallerstein, hace referencia a una entidad económica que se remonta a la Europa del XVI y que se caracteriza por extenderse más allá de los límites de los Estados-nación. Si bien actualmente los Estados gozan de cierta autonomía política, se encuentran sujetos a una economía-mundo capitalista que ni siquiera la URSS consiguió transformar.

No se trata de una victoria absoluta del capitalismo. En un sentido gramsciano, podríamos decir que la hegemonía siempre está acompañada de contrahegemonía. Los sindicatos de clase, los derechos laborales o los impuestos redistributivos de la riqueza son expresiones de las conquistas del movimiento obrero. Precisamente, la extrema derecha, como fuerza reaccionaria, tiene en su gen acabar con estas conquistas y retrotraer a las sociedades a momentos del pasado que se empeñan en vender como gloriosos. Pero nos encontramos en un momento histórico en el que, como dijo el crítico literario Fredric Jameson, es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo.

Por ello, las fuerzas reaccionarias tienen cada vez más difícil agitar el fantasma del comunismo (aunque sigan haciéndolo, tildando casi cualquier avance progresista de poco menos que estalinista). En su lugar, han encontrado otro fantasma que exprimir. Se trata del marxismo cultural, el nuevo cajón de sastre de la alt-right donde todo cabe. Desde la ‘’estafa climática’’ a la ‘’ideología de género’’ el comunismo habría desplegado todo un aparato censor para recuperar aquellas batallas que no pudo ganar antaño y acabar con la moral occidental. ¿En qué se basan para sostener tales afirmaciones?

Qué son y qué no son el marxismo y la cultura

Monumento a Marx en Chemnitz, antiguamente parte de Alemania del Este. Autor: Ralf Steinberger, 15/09/2021. Fuente: Flickr / CC BY 2.0
Monumento a Marx en Chemnitz, antiguamente parte de Alemania del Este. Autor: Ralf Steinberger, 15/09/2021. Fuente: Flickr / CC BY 2.0

De entrada, si alguien habla de marxismo cultural, es muy probable que no sepa ni qué es la esfera cultural ni mucho menos qué es el marxismo. El marxismo, como corriente de pensamiento, trata de explicar fenómenos, cambios y estructuras sociales. En esta tarea, se tienen en cuenta las diferentes esferas que componen el todo social, como la económica, la política o también la cultural. Es decir, no puede haber un marxismo cultural porque el marxismo siempre ha tenido en cuenta la cultura como parte fundamental de su análisis.

El filósofo Karl Marx se dedicó activamente a criticar muchos de los postulados de la Economía Política de Adam Smith o David Ricardo, pero también a criticar la filosofía hegeliana y kantiana o a estudiar las formas de enajenación de la conciencia de los obreros como en los Manuscritos del 44. Economía, política y cultura han estado siempre presentes por partes iguales en cualquier línea que Marx haya escrito y por tanto se estudia tanto en las facultades de economía como en las de filosofía o sociología.

En palabras de su camarada Friedrich Engels ‘’según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda.’’

Sin embargo, en la lectura que los ultraderechistas hacen de Marx y de sus herederos y herederas, interpretan que ha habido un giro cultural con respecto al primero que pretende controlar la sociedad por otros medios. Autores como el italiano Antonio Gramsci o miembros de la Escuela de Frankfurt como Herbert Marcuse o Theodor Adorno son señalados por los ultraderechistas como los primeros artífices de este giro cultural.

Como explica el periodista Miquel Ramos, uno de los mayores pecados de la izquierda es creer que la extrema derecha es por esencia tonta o iletrada. Ojalá el fascismo se curase simplemente leyendo, pero hace tiempo que la extrema derecha lee y estudia a sus adversarios. Ahora bien, que la derecha lea a autores de izquierdas, no implica que siempre vayan a entenderlos.

En la lectura que la ultraderecha hace de Gramsci interpretan que el italiano pretendía alentar a los militantes socialistas a infiltrarse en las organizaciones sociales, en referencia a lo que él llamaba ‘’guerra de posiciones’’, frente a la ‘’guerra de maniobra’’ que consistiría en una toma del poder por asalto como es el caso de la revolución bolchevique. Pero, cuando uno se aproxima a una lectura con la mochila llena de prejuicios y en con el propósito de confirmar una teoría previa, se induce a sí mismo irremediablemente al fallo.

Cuando Gramsci escribió sus famosos Cuadernos de Cárcel se encontraba, efectivamente, en la cárcel, apresado por el régimen fascista de Benito Mussolini. La preocupación que persigue pues su obra no es la de una revolución socialista, sino la de comprender cómo masas de millones de proletarios han podido apoyar a una fuerza reaccionaria como el fascismo, entendido por él como la última trinchera del capital ante la inminencia de la revolución obrera.

Así pues, la conclusión a la que llega el italiano es que la dominación no se mueve solamente en la esfera económica sino también en la esfera subjetiva. Contradice por tanto la premisa de que a una determinada posición en la estructura social le corresponde un estado determinado de la conciencia, o en otras palabras, que por ser obrero hubieras de ser socialista o que por ser mujer hubieras de ser feminista.

En cambio, explicará que los diferentes grupos o instituciones sociales (iglesias, escuelas, medios de comunicación, etc.) juegan un papel determinante en la construcción de hegemonía de una clase, en la generación de un sentido común que la legitime en el poder. Pensar que un análisis tan fino como el de Gramsci se limita a alentar a que los socialistas se infiltren en los medios de comunicación o en las iglesias es tomar muy poco en serio a Gramsci.

Horkheimer y Adorno, miembros de la Escuela de Frankfurt, estrechándose la mano. Autor: Jeremy J. Shapiro, abril 1964. Fuente: Wikimedia Commons / CC BY-SA 3.0
Horkheimer y Adorno, miembros de la Escuela de Frankfurt, estrechándose la mano. Autor: Jeremy J. Shapiro, abril 1964. Fuente: Wikimedia Commons / CC BY-SA 3.0

Un error muy similar es cometido por la alt-right cuando se acercan a los textos de los pensadores de la Escuela de Frankfurt. Sus miembros, entre los que se cuentan algunos judíos para mayor regocijo de los supremacistas conspiracionistas, vivieron la época de la derrota del fascismo y de esplendor del Estado del Bienestar, pero también la de expansión de la sociedad de consumo y de capitalismo tardío.

En consecuencia, las temáticas de los autores de la Escuela de Frankfurt están dirigidas a revelar las nuevas formas de autoritarismo que estaban presentes en las sociedades capitalistas de los años 50 y 60. Por ejemplo, en Autoridad y familia el filósofo Max Horkheimer estudia la interiorización del conflicto y del autoritarismo de los niños en la familia y junto a su colega Adorno denuncian en Dialéctica de la Ilustración la existencia de una nueva disposición cultural, a la que llaman Industria Cultural, que describen como una estructura que abarca a todas las artes y que las remite a una planificación orientada al mercado, esto es, que el arte ya no es la expresión de una idea, sino la consecución de un beneficio.

Por su parte, Marcuse explica en El hombre unidimensional que en la sociedad de masas es imposible formarse una opinión propia porque los medios de masas organizan no solo el pensamiento, sino hasta la agencia de conciencia, al controlar los temas a debatir o las palabras a utilizar, condenándonos a la unidimensionalidad.

Jürgen Habermas durante un debate en la Munich Shcool of Philosophy. Autor:
Wolfram Huke, 15/01/2008. Fuente: Wikimedia Commons / CC BY-SA 3.0
Jürgen Habermas durante un debate en la Munich Shcool of Philosophy. Autor: Wolfram Huke, 15/01/2008. Fuente: Wikimedia Commons / CC BY-SA 3.0

Ya más tarde, algunos de los continuadores de esta primera generación de la escuela siguen su línea, como el filósofo Jurgen Habermas que en su obra Teoría de la acción comunicativa argumenta que el capitalismo ha sustituido los lenguajes cotidianos, como los saberes populares, por medios lingüísticos no comprensivos como el dinero o el poder y que esto provoca que lo sistémico se imponga inexorablemente sobre los aspectos micro de la vida.

Como se puede ver, los objetos de estudio de estos autores se corresponden simple y llanamente con los fenómenos y problemáticas característicos de su época como el auge del fascismo o la expansión del consumismo, que Marx no pudo presenciar. Además, los ultraderechistas acuden a estos autores que innovaron en temáticas, pero ignoran conscientemente a otros igualmente destacados en el marxismo como Rosa Luxemburgo, Erik Olin Wright o Thomas Pikkety que como se dedicaron más activamente a estudiar la esfera económica contradicen su patraña sobre el marxismo cultural.

Las raíces de la teoría de la conspiración

Donald Trump dando un discurso en Maryland. Autor: Gage Skidmore, 15/03/2013.
Fuente: Flickr / CC BY-SA 2.0
Donald Trump dando un discurso en Maryland. Autor: Gage Skidmore, 15/03/2013. Fuente: Flickr / CC BY-SA 2.0

Podemos rastrear la teoría de la conspiración del marxismo cultural hasta tierras anglosajonas a principios de los años 90. En la revista Fidelio, publicación del Instituto Schiller que a su vez pertenece al movimiento supremacista LaRouche, apareció en 1992 un artículo titulado La Nueva Edad Oscura: La Escuela de Frankfurt y la Corrección Política escrito por Michael Minnicino.

Según Minnicino, Estados Unidos, tan solo unos meses después de la caída de su némesis la URSS, se encontraba en una Edad Oscura. En esta nueva época asistíamos según el autor a un abandono de los ideales del Renacimiento que una vez guiaron a la república estadounidense. Minnicino, quien parecía desconocer a Gramsci, acusa a los miembros de la Escuela de Frankfurt de ser los únicos responsables de una conspiración que perseguía destruir los valores occidentales mediante una campaña de infección cultural, desplazando de la centralidad los valores cristianos y dando comienzo a esta Nueva Edad Oscura.

No sería hasta 1999 que uno de sus seguidores daría con el término perfecto para difundir esta teoría de la conspiración. El escritor estadounidense William S. Lind realizaría un documental, de la mano del think tank ultraconservador The Free Congress Foundation, llamado Los Orígenes de la Corrección Política en el que denunciaba la existencia de una corrección política o marxismo cultural, que utilizaba como sinónimos, que buscaba derrocar los valores cristianos.

Para Lind, todo comenzaría cuando marxistas como Gramsci o Lukács, según él, identificaron los valores de la cultura occidental como un impedimento para la revolución socialista. Posteriormente, los autores de la Escuela de Frankfurt continuarían esta empresa y, en su conspiranoia, su exilio al continente americano tras la llegada al poder del nazismo en Alemania no respondería a una huida indeseada de su país natal sino a un plan de implantación de su régimen totalitario en suelo extranjero. Por ello, ubica todas las ideas de estos autores como antiestadounidenses, identificando la condición de estadounidense con la afiliación a la moral ultraconservadora, y acaba concluyendo que toda idea tanto liberal como izquierdista es intrínsecamente extranjera a los Estados Unidos

Como explica el periodista de The Guardian Jason Wilson en la actualidad la historia varía según quién la cuenta, pero se ha convertido en una parte integral del imaginario de la derecha contemporánea que hay un marxismo cultural o dictadura de la corrección política contra la que tienen que rebelarse. La teoría se ha extendido hasta el punto de que es utilizada indistintamente por todos y cada uno de los líderes y referentes de la alt-right. E incluso en otros espacios ajenos a la derecha.

El expresidente estadounidense Donald Trump no dudó en apoyar estas tesis durante su etapa presidencial. En un discurso próximo al final de su mandato, advirtió a los estadounidenses, concordando con Minnicino y Lind, de que existe una campaña ‘’para borrar nuestros valores y adoctrinar a nuestros hijos’’. Trump insistía: ‘’en nuestras escuelas, en nuestras habitaciones y en nuestras salas de juntas existe una nueva extrema izquierda fascista que demanda lealtad absoluta’’. Así, relacionaba esta campaña con el marxismo y con movimientos sociales como el Black Lives Matter.

En la misma línea, el todavía presidente brasileño Jair Bolsonaro, aunque no por mucho tiempo según indican las encuestas, también se adhirió a la conspiración del marxismo cultural. El ejecutivo de Bolsonaro defendió un recorte en educación para las universidades con el objetivo de vencer al ‘’marxismo cultural’’ y al ‘’izquierdismo’’ en una campaña contra la ‘’ideología’’ en las escuelas, especialmente contra la de género decía el brasileño.

No sorprende pues que recientemente su ministro de exteriores, Ernesto Araújo, en un discurso en el think tank estadounidense The Heritage Foundation advirtiera de los peligros del marxismo cultural, una alianza según su creativa visión del ‘’narcotráfico y las ideas de Antonio Gramsci’’.

Pero no hay que viajar tanto para encontrar a políticos ultraconservadores rebelándose contra el marxismo cultural. El líder de Vox, Santiago Abascal, se muestra especialmente dispuesto a sumarse a esta teoría de la conspiración en cada declaración pública que realiza. Sin embargo, es difícil descifrar qué es exactamente el marxismo cultural para el ex del PP, porque lo usa de forma indistinta según le convenga.

En una entrevista reciente, Abascal afirmó que ahora las masas obreras votan mayoritariamente a partidos conservadores, afirmación que como el ‘’Olona presidenta’’, es más bien un anhelo que una realidad. Aun así, según él este hecho ha provocado que el marxismo cultural persiga ‘’dividir a la sociedad de otra manera porque ya no puede hacerlo con la lucha de clases’’. En otras ocasiones, utiliza el término para referirse a las instituciones europeas, aunque el 60% del parlamento europeo lo compongan conservadores y liberales, o como ariete contra el PP cuando a su parecer no son lo suficientemente hostiles con las personas migrantes o con las mujeres feministas.

Para el periodista Sergio C. Fanjul, incluso se puede encontrar esta misma lógica en el lema de campaña de la actual presidenta de la Comunidad de Madrid Isabel Díaz Ayuso ‘’Comunismo o Libertad’’. De esta forma, Ayuso consiguió erigirse como baluarte de la libertad frente a un intento del comunismo de retornar por otros medios. No en vano, el ejecutivo de Ayuso emprendió una guerra contra la ideología en la educación similar a la de Bolsonaro, tratando de eliminar palabras directamente de los libros de texto como ‘’objetivos de desarrollo sostenible’’ o ‘’emergencia climática’’.

Así pues, la mejor aproximación al marxismo cultural sería la de un concepto multiusos, un término catch-all como lo denomina el periodista Pablo Stefanoni, que le permite a la ultraderecha reprocharle a sus adversarios todo lo que les molesta de ellos y a su vez relacionarlos con el marxismo y con malévolas intenciones ocultas. Porque si bien no todos los ultraderechistas son tan inocentes como para creer que ha habido una conspiración orquestada para implantar el marxismo por otros medios, sí que defienden a pies juntillas que la izquierda busca demoler los valores occidentales a través de la infección cultural.

¿Dónde está la dictadura de la corrección política?

Varios periódicos españoles con publicidad del banco Santander en portada. Autor:
Gumersindo Lafuente, 2015. Fuente: elDiario.es / CC BY-NC 4.0
Varios periódicos en España con las portadas iguales. Autor: Gumersindo Lafuente, 2015. Fuente: elDiario.es / CC BY-NC 4.0

Como hemos señalado, para los ultraderechistas la conspiración comienza entre las pizarras y pupitres de las universidades alemanas, pero luego se extiende mucho más allá de los muros de las instituciones educativas. Una vez los marxistas han infectado las escuelas y han conseguido que el marxismo sea la religión impartida en todas las aulas, el virus se extiende hasta las tribunas de los periódicos, los informativos, los sets de rodaje, los estudios científicos sobre la emergencia climática, las asambleas feministas, etc.

Así lo creía el terrorista y neofascista Anders Breivik, conocido por perpetrar el atentado en la isla noruega de Utoya en la que asesinó a 77 jóvenes de las juventudes laboristas noruegas porque les acusaba, entre otras cosas, de ser responsables de la expansión del marxismo cultural. De este modo, la teoría de la conspiración del marxismo cultural se ha convertido en un habitual en los manifiestos de terroristas de extrema derecha, como la teoría del Gran Reemplazo.

Su artífice, Minnicino, se retractaría de lo que una vez sostuvo tras conocer que Breivik se había amparado en su teoría para cometer el atentado. ‘’Ya no sostengo lo que un día escribí y encuentro desafortunado que se siga recordando’’, diría. Pero, los líderes ultraderechistas no comparten sus reservas y siguen utilizando el marxismo cultural como lema porque les sirve para azuzar su idea de que son unos rebeldes en armas contra la tiranía de la corrección política.

Pero esta realidad que intentan dibujar no puede ser calificada nada más que de paralela. Para comenzar, si las universidades estuvieran llenas de marxistas, también lo estarían los asientos del Congreso y no es el caso. En cambio, los profesores que dedican algún tiempo a impartir obras de Marx o de algunos de sus herederos se pueden contar con los dedos de las manos.

De hecho, es a menudo el movimiento estudiantil el que tiene que pelear por la modernización de los temarios, y no precisamente el profesorado. Por ejemplo, ni siquiera en las ciencias sociales, a las que se relegó a las mujeres durante años porque se defendía que no valían para las ‘’ciencias duras’’, se estudian a referentes femeninos. “Es una vergüenza que en una carrera de Lengua y Literatura, en la que supuestamente se ofrecen estudios superiores avanzados, sólo hayamos tratado a una o dos escritoras en cuatro años de carrera” denunciaba Mercedes Candel, miembro de una plataforma de alumnas de la UM que protestaba por la ausencia de referentes femeninos en el temario.

Aun así, en el imaginario de la extrema derecha son los referentes masculinos los que están siendo desplazados por la corrección política. Pero este imaginario ni se corresponde con el día a día de las aulas universitarias ni tampoco con las de secundaria. Un estudio de la Universitat de València concluía que solamente un 7’5% de los referentes culturales y científicos de los libros de la ESO son mujeres, o lo que es lo mismo, ni siquiera 1 de cada 10 referentes en los libros son mujeres, lo que demuestra que al feminismo le queda mucho camino por recorrer en las aulas.

Y no solamente en las aulas. Hollywood es otro de esos objetivos que la ultraderecha tiene marcados en su diana como propagadores del marxismo cultural. Sin embargo, la realidad les lleva la contraria de nuevo, como se vio con el escándalo de la película de Lightyear. Un estudio revela que la representación en Hollywood, lejos de avanzar, sigue brillando por su ausencia. Tan solo un 31,8% de los personajes que hablan en las películas de la industria estadounidense, ya no digamos que tienen un papel destacado, son mujeres. Una paupérrima mejora frente al 30,6% de media de la última década.

Lo mismo ocurre con respecto al color de piel. La inmensa mayoría, un 70,7%, de los personajes con líneas de diálogo son blancos, mientras que solamente un 12,1% son negros. Más sangrante resulta si cabe la infrarrepresentación latina, que a pesar de constituir un 49% de la población de Los Ángeles, un escueto 4’5% de los papeles con líneas de diálogo son para personas latinas. Asimismo, detrás de las cámaras se reproducen estos patrones y solo un 5’2% de los directores eran negros o un 4’3% mujeres.

Ante estas cifras, hablar de diversidad impuesta por la corrección política no tiene ningún sentido. Como tampoco lo tiene hablar de religión climática, cuando es irrefutable que el aumento de la temperatura global ya se acerca al límite de los 1’5 grados marcado en los Acuerdos de París, sin vistas de frenar y con científicos y científicas de todas las ideologías conviniendo en las consecuencias catastróficas que ello tendrá para la vida en nuestro planeta.

Una situación similar se vive en los medios de comunicación, que lejos de ser un pilar de la «dictadura progre», están en su práctica totalidad controlados por los grandes empresarios y funcionan de forma oligopolística, como se ha podido comprobar con los audios de Florentino o de Ferreras. Si hay algún producto televisivo o cultural que rompe con las dinámicas señaladas esto responde más bien a que los empresarios saben que existe un nicho de mercado que demanda estos productos y que puede seguir llenando sus carteras.

Todo ello se aleja bastante de la Nueva Edad Oscura que describía Minnicino. Es más, si hay algún mimbre de verdad en toda esta teoría del marxismo cultural, como por ejemplo el desmoronamiento de la familia tradicional, una liberación sexual o la expansión de una ética hiperconsumista, no se plantea que esto responda a las propias dinámicas internas del sistema capitalista y no a un plan marxista.

De hecho, en el Manifiesto Comunista, escrito en 1848, mucho antes del supuesto plan de infección cultural, Marx y Engels ya decían lo siguiente: ‘’Las relaciones inconmovibles y mohosas del pasado, con todo su séquito de ideas y creencias viejas y venerables, se derrumban, y las nuevas envejecen antes de echar raíces. Todo lo que se creía permanente y perenne se esfuma, lo santo es profanado y, al fin, el hombre se ve constreñido, por las fuerzas de las cosas, a contemplar con mirada fría su vida y sus relaciones con los demás’’.

Pero, en el fondo, no toda la extrema derecha cree en una conspiración judeomasónica marxista, ni siquiera muchos creen que vivamos en una dictadura de la corrección política. Sin embargo, como explica el periodista Pablo Stefanoni en su libro ¿La rebeldía se volvió de derechas?, algunos referentes ultraderechistas admiten por lo bajo utilizar el término más por el impacto que genera que por su precisión conceptual, en tanto que les permite mantener vivo un discurso anticomunista tras la caída del Muro de Berlín hace ya tres décadas.

En la misma línea, para el periodista de The Guardian Jason Wilson ‘’el cuento de hadas del marxismo cultural proporcionó un adversario poscomunista ubicado específicamente en el ámbito cultural: académicos, Hollywood, periodistas, activistas por los derechos civiles y feministas. Desde entonces ha sido un pilar del activismo y la retórica conservadores’’.

De esta forma, los ultraderechistas buscan ubicarse en el plano político como ajenos al statu quo y como rebeldes frente a la dictadura de lo políticamente correcto. Una estrategia arriesgada, ya que en muchas ocasiones son las opciones políticas que se perciben a ojos del electorado como justas y populares las que acaban teniendo mayor éxito. Es decir, mucha gente suele apostar por el caballo ganador.

Pero la ultraderecha, que ya tiene asegurado el favor económico de muchos empresarios, no está tan preocupada por ganar elecciones como por su batalla cultural. Así, con la retórica que el fantasma del marxismo cultural les permite desplegar, se rebelan en armas contra toda organización, iniciativa o ley que atente contra la moral ultraconservadora que pretenden imponer señalándolo como obra del marxismo cultural.

Como resultado el marxismo cultural se evidencia como uno de los principales elementos discursivos de la extrema derecha para conseguir su ansiado sueño de crear un sentido común en el que sus propuestas clasistas, machistas, homófobas y racistas sean vistas a ojos de todos como sensatas propuestas ante el ataque indiscriminado de los comunistas a los valores occidentales.

Una simbiosis que no debemos olvidar para evitar ser engañados por lo que son, en su amplísima mayoría, ficciones inventadas con un interés político.

El marxismo cultural: la fantasiosa rebelión de la ultraderecha contra la corrección política

Vicente Barrachina

Articulista. Apasionado por la Sociología y la Ciencia Política. Periodismo como forma de activismo. En mis artículos veréis a la extrema derecha Al Descubierto, pero también a mí.

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