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Pararles los pies con más derechos: la estrategia contra la extrema derecha

La semana pasada, la diputada de Vox Carla Toscano atacaba frontalmente a Irene Montero, ministra de Igualdad, no solo con exabruptos tales como tildarla de «libertadora de violadores», sino también dando a entender que su único mérito era tener una relación sentimental con Pablo Iglesias. El ataque machista sufrido por la ministra fue respondido de forma contundente: «vamos a pararle los pies a esta banda de fascistas con más derechos», sentenció. Más allá de que se considere una buena o una mala respuesta, ¿tiene sentido? O yendo más allá, ¿qué estrategia puede ser útil para «pararles los pies»?

Es prudente sospechar de cualquiera que afirme conocer la estrategia correcta para hacer frente a la extrema derecha. En realidad, es probable que todas las imaginables ya hayan sido planteadas y teorizadas una y otra vez, pero acostumbran a esconder problemas ante una derecha reactiva y populista capaz de influir por ella misma en la agenda.

Las teorías antifascistas son muchas y a menudo contradictorias pero sobre todo tienden a caer en la aseveración y en la fe autorreferencial en estas “vacunas contra el fascismo”, que siendo mas o menos lógicas se encuentran todas en fase de pruebas sin demasiados resultados esperanzadores, con alguna que otra excepción. Lo más certero que se suele escuchar suele ser, en boca de expertos en la materia como el periodista Miquel Ramos, es que no existe una fórmula mágica, o que las estrategias dependen en gran medida de los actores y los contextos implicados.

Desde la irrupción en España de movimientos como Vox y el resurgir global de la ultraderecha se han desplegado estrategias y teorías muy variadas. Las más reseñables puede que sean la maniobra del silencio, hacer como que no existe el adversario y evitar reproducir sus mensajes; la del integracionismo en el sistema ya sea de forma más entusiasta o más pragmática y la confrontación directa ya sea discursiva o violenta.

Como resultado de todas estas, la política institucional ha desplegado el mecanismo del “cordón sanitario” contra la antipolítica, que implica el pacto de todas las fuerzas consideradas democráticas para dejar fuera de los acuerdos a la extrema derecha y así evitar que toquen poder y tengan visibilidad. Negación, negociación, ira y depresión. Pero ninguna de esas ideas puede alardear de resultados, al menos desde un punto de vista categórico.

La estrategia del silencio

La llamada estrategia del silencio, propia de los momentos de irrupción y novedad, propicia que sean ellos mismos quienes ocupen el vacío discursivo que deja ese silencio y controlen la contestación a través de su propia influencia, favoreciendo la victimización además cuando esta se lleva a cabo por medios de comunicación.

Los medios por separado controlan el clima de opinión pero como conjunto no son una institución bien valorada por la sociedad y menos todavía en los sectores más antipolíticos. Vox, de hecho, se ha dedicado a vetar el acceso a corporaciones comunicativas y ha buscado interesadamente no estar presente en la discusión colectiva en los principales micrófonos del país, donde la clase política generalmente encuentra una acogida cómoda.

Buena parte del éxito político se mide en detractores y la complicidad de toda la sociedad política en la idea de omitir a una fuerza parlamentaria, si es la idea más razonable a nivel teórico, a nivel práctico le otorga el poder sobre el relato de ella misma y su papel en el sistema, dejando indefensa a la sociedad de sus mentiras y sus hábiles estrategias para influir en el debate público.

Para que el fascismo triunfe, antes es necesario que sus ideas existan en la sociedad y, el silencio lejos de desacreditar, otorga. Antes que una diputada de Vox en el Congreso acusase a la ministra de Igualdad Irene Montero de deber su carrera a su relación con Pablo Iglesias, una sociedad enormemente machista extendió esa misma falsedad en el espacio público y privado generando esa idea preconcebida sobre ella sin encontrar suficiente contestación. Jamás se hubiese producido este evento sin esa complicidad colectiva.

En resumen, ignorar un problema no lleva precisamente a que se solucione. Sí que es cierto que prestar una excesiva atención y foco a fuerzas e ideas que son, quizá, minoritarias o que tienen un peso muy escaso en comparación, pueda ser contraproducente. Pero, desde luego, una vez estas fuerzas e ideas se han consolidado en el espacio público, no parece que tenga mucho sentido hacer como que no existen.

La estrategia de la integración

Por otro lado, como ya desarrolló el filósofo Karl Popper, tratar de integrar el fenómeno extremista de derechas en el sistema pone en riesgo al propio sistema y los derechos mínimos arrancados. Esta intención suele partir de los sectores derechistas y liberales del consenso antifascista, en los casos más escandalosos para justificar sus complicidades con estas fuerzas o ejercer la equidistancia ante lo que denominan interesadamente “la ultraizquierda”, y en los más constructivos apela a combatir sus ideas desde el reconocimiento de la legitimidad de su adversario, como demostración práctica de la fortaleza del sistema liberal frente a las ofensivas extremistas.

Esto guarda relación con el eterno debate entre democracia militante y democracia no militante. Esto es, ¿deben los sistemas democráticos articularse con mecanismos legales, burocráticos, institucionales… para frenar a la extrema derecha y su discurso de odio?¿O, por el contrario, deben estos discursos y estas fuerzas políticas entrar en el juego político y ser confrontados como cualquier otro partido político?

Prohibir la apología al nazismo o al franquismo serían ejemplos de mecanismos de una democracia militante, y existen personas a favor y en contra de todas las ideologías. Por ejemplo, el actor Guillermo Toledo defiende que no se prohíba la apología al franquismo, y es precisamente conocido por su ideología antifascista.

Sin embargo, esta resiliencia del liberalismo o del patriotismo social frente a la capacidad de la extrema derecha de subvertir y terminar con el orden político está históricamente en tela de juicio sin necesidad de recurrir a la historia fundamental de Europa en el siglo XX.

La hegemonía de la ultraderecha hoy en Italia y antes en Estados Unidos o Hungría se ha querido minimizar pretendiendo que los márgenes del estado serían capaces de contener sus extremismos. Y, hasta el momento, mientras los mercados han doblegado a gobiernos socialistas como el de Alexis Tsipras en Grecia o ultraliberales como el de Liz Truss en Reino Unido, las políticas de todos los estados donde los neofascismos han gobernado en los últimos años han cambiado para siempre, puesto que se trata de una familia ideológica precisamente diseñada para subvertir el orden liberal y aprovecharse de sus debilidades y su voluntad de integración y debilitamiento de las fuerzas impugnatorias para destruirlo.

Las únicas excepciones han sucedido en aquellos países donde la extrema derecha ha sido rápidamente desalojada del poder pero, aún así, los efectos de sus discursos en la sociedad se han dejado notar, aumentando la polarización política y la crispación social, como ha sucedido en Brasil o en Estados Unidos.

La estrategia de la confrontación

La estrategia de la confrontación directa, por el contrario, sí consigue obtener penetración en la discusión pública, pero entrando al terreno propicio para el adversario puesto que dota de contenido emocional a la narración y la derecha antipolítica se aleja del debate de gestión y se centra en vender emociones.

https://twitter.com/MarionLpz/status/1484599824204931073

Además, la sitúa frente a la izquierda aprovechándose del rechazo identitario que genera la izquierda para ofrecerse como garantía conservacionista del orden establecido y presentar el antifascismo como una alternativa violenta y extremista.

Ahora, si esta forma de actuar no ayuda a contrarrestar a la ultraderecha, sí que tiene el efecto contrario de nutrir a sus adversarios de cierta visibilidad positiva entre sus bases sociales. En este sentido, es muy notorio el poder de movilización que tuvo la izquierda en 2019 basándose en la apelación a la urgencia de evitar que Vox tome el poder pidiendo un voto más pragmático que ideológico para evitar la catástrofe.

La estrategia de rechazo total llegando a recurrir a la acción directa violenta contra Vox desarrollada en la última campaña electoral catalana por miembros de las CUP ofrece una ventana paradigmática de este fenómeno. En los resultados electorales territorio a territorio y avances de encuestas podemos observar un crecimiento paralelo y simultáneo de ambos partidos conforme avanzaba esta confrontación con episodios de violencia llegando ambos a darles la vuelta a las encuestas y ponerse por delante del resto de referentes minoritarios dando el sorpasso a PP, Ciudadanos y En Comú Podem.

Resultados de las elecciones en Catalunya en 2017 y 2021. Fuente: Europapress
Resultados de las elecciones en Catalunya en 2017 y 2021. Fuente: Europapress

No obstante, esta estrategia también tiene su riesgo, que no es otro que el de caer en los marcos de debate de la extrema derecha y ahondar en las diferencias entre los sectores poblacionales que la terminan apoyando por uno u otro motivo y entre el resto de partidos políticos y discursos, dificultando la toma de otras opciones una vez comenzada dicha confrontación. Por estos motivos, al menos desde las instituciones, suele ser un recurso más bien de última hora.

La estrategia del cordón sanitario

La última estrategia, la parlamentaria y electoral del cordón sanitario, se ha demostrado efectiva en diversas experiencias y ha fracasado en otras. Tiene la desventaja de erosionar a todo el resto de agentes políticos que se verán abocados a contradicciones y discusiones internas, estresando más al sistema político, favorecer sus narrativas victimistas y de complot elitista y otorgarle un eterno papel de alternativa a lo sistémico que permanece impoluto mientras sus oponentes manchan sus manos de los gajes de la gestión de gobiernos y oposiciones proactivas.

Es obviamente la última contramedida efectiva cuando la crisis ya está encima de la mesa, como el extintor para las llamas, pero no es, ni pretende ser, una forma resolutiva de abordar el fenómeno de raíz, sino que se trata más bien de una manera de “convivir con la pandemia” en la que el sistema, en estado de depresión, observa desde la impotencia cómo se deshacen los grandes consensos políticos social-liberales y de hecho reserva a la antipolítica un espacio privilegiado en el sistema de partidos como eterno impugnador.

Como añadido, a menudo se trata también de una cuestión ética o de principios más que una estrategia orientada a conseguir determinados resultados. Y es por eso que el cordón sanitario es un pacto muy empleado en países como Francia o Alemania.

Así, Marine Le Pen lleva desde 2017 siendo la eterna candidata finalista a la segunda vuelta de las presidenciales francesas sin grandes esperanzas de que vaya a cambiar esto en el futuro próximo. El Partido Popular jamás se ha decantado por esta vía, preceptiva en Europa, sino que elige integrar extremistas en sus gobiernos y la izquierda jamás se ha tomado enserio esta posibilidad prefiriendo emplear el concepto como arma electoral contra el PP. Pero su aura de solemnidad que a menudo se le atribuye es inmerecida, puesto que se trata de una reacción del sistema paralizante y con cantidad de renuncias implícitas al debate normal.

¿Cuál es la mejor estrategia?

Es costumbre que las estrategias para “frenar a la ultraderecha” oculten estos fallos de cálculo por muchas razones. Además del dinamismo de los movimientos políticos y la capacidad para adaptarse a estas, un factor clave que se suele obviar es el coyuntural. Sí, hay que defenderse de la extrema derecha, pero ¿defender qué? ¿El régimen económico, político y social que ha generado las brechas representativas que le dan impulso?

Pasando por alto las implicaciones en justicia social o análisis electoral, no parece un enfoque que aborde el problema de raíz. El problema de la derecha populista no es su populismo, sino ser derecha de carácter extremista. Al final, en la práctica municipal y a largo plazo, la mejor forma de desplazar sus efectistas y poco trabajadas propuestas es combatiendo las ideas con ideas.

Cuando la ultraderecha apunta a la brecha social, si es posible antes de que esto ocurra, hay que atenderla de una forma muchísimo más ambiciosa que la que consiente la estrechez de la gestión pública sin descuidar avances. Esto precisa no solo de acción institucional, sino que también requiere de la complicidad comunitaria para que esta atención a la agenda social no quede en buenas voluntades burocráticas y solidifique en hechos y nuevas formas de orientar la sociedad y la gobernanza donde las lógicas del mercado pierdan peso.

Esto exige de un gran esfuerzo de transformación desde lo local hasta lo global hacia el cual generacionalmente solo podemos iniciar el camino. Si algunos diagnósticos del antifascismo caen en el error de equiparar o dicotomizar incorrectamente el orden liberal de un nuevo orden de la extrema derecha, un orden político que no es capaz de blindarse a sí mismo contra la antipolítica no es un orden que sea prudente preservar. Y en consecuencia la búsqueda de un orden donde la ultraderecha no pueda prosperar es la única planificación que a largo plazo va a atajar verdaderamente el fenómeno.

Al final, el discurso de la extrema derecha triunfa por su populismo, por el uso de técnicas de comunicación torticeras apelando a lo emocional, lo irracional y los medios de la gente; por el empleo de fake news, bulos y teorías de la conspiración; y por apoyarse en una red de agentes sociales y políticos con un gran reguero de dinero y recursos detrás. Pero las brechas por las cuales se asienta proceden del descontento social y de la incapacidad del sistema actual en muchos casos de satisfacer las necesidades de la gente.

El sencillo acto de iniciar este camino con propuestas valientes y confrontación real con los poderes fácticos locales e internacionales a través de alianzas sólidas y construidas desde el tejido social ya es una forma nueva y útil de estudiar derribarla, puesto que pese a su puesta en escena bravucona y la eficacia sociológica de su obrerismo poujadista antiburocrático, en España por ejemplo todavía se da la ventaja de contar con una derecha hondamente colonizada por los poderes financieros que no puede permitirse demasiadas iniciativas dirigidas a la mayoría social, ni siquiera cara a la galería, que generen nerviosismo a sus principales accionistas. Negada, negociada, combatida y asimilada la pandemia, aceptar la situación traerá el poder de transformarla.

Autor: Denis Allso

Pararles los pies con más derechos: la estrategia contra la extrema derecha

Denis Allso

Articulista. Estudiante de Ciencias Políticas. Activista y cofundador en varias organizaciones sociales y sindicales de izquierda valencianista. Primer coordinador de BEA en la UMH y ex-rider sindicado. Analizar al adversario es la única forma de no perder la perspectiva de lo que se hace y es un deber moral cuando de ello dependen las vidas de las personas más vulnerables.

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