Nos jugamos la democracia
Observo bastante preocupada la polarización política y la progresiva degeneración de la democracia en España. Aunque estaba acostumbrada a las palabras bruscas, a las barbaridades de algunos políticos, a las exageraciones, esta vez la cosa va más allá.
Nunca había visto un Congreso de los Diputados con tanta crispación, donde se gritasen “asesinos” o “viva el Rey” contra otros diputados y diputadas, ni a un partido con tanto odio como Vox. Y me preocupan aún más las buenas relaciones de este partido con los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado y con el ejército.
No es ningún secreto. Como decía un compañero mío de profesión “en la izquierda tenemos maestros e intelectuales, en la derecha militares y empresarios. Lo que nos define, vamos”.
Y, en general, este tema siempre ha causado preocupación y resentimiento en la derecha, con sus falsas acusaciones de “adoctrinamiento”, como si a los maestros nos preocupase transmitir ideas políticas propias en vez de simplemente formar buenos ciudadanos y, sobretodo, buenas personas.
Pero, en un escenario de tensiones como este, somos quienes deberíamos preocuparnos. Lamentablemente, que la derecha y estos cuerpos tienen una buena relación no es un tópico. Es una certeza. Una inercia muy difícil de cambiar.
En su momento, hubo un partido de izquierdas que intento ganar el voto militar (incluso poniendo un general como cargo). Fue Podemos, prometiendo cambiar la injusta situación que viven muchos militares al llegar a los 45 años. Y falló horriblemente, porque los ideales de cada lado son los que son.
En las últimas elecciones, observé horrorizada los resultados electorales, viendo como Vox sacaba sus mejores resultados en cuarteles de la Guardia Civil, zonas de militares o con altos cargos del ejército.
Tienen todo el derecho a votar lo que quieran. Y esto no importaría mucho si no fuera porque este partido no para de pedir una actuación contra los “enemigos de España”. Que somos todos los que no encajan en la España ultraconservadora. Y que somos mayoría por cierto.
Desde que llegaron al congreso, ya han sido varias veces las que Vox y sus satélites han pedido un golpe de Estado. Lo más grave es que lo hayan hecho la diputada Rocío de Meer y el eurodiputado Hermann Tertsch, además sin pestañear.
Y es que, a la extrema derecha en general y a Vox en particular, no le gusta la democracia. Lo demuestra teniendo como aliados a Viktor Orbán, que está literalmente, convirtiendo en una dictadura a Hungría paso a paso. U otros como Bolsonaro o Trump que han hablado en público de que la democracia no funciona.
A la extrema derecha lo que le gusta es imponer su ideal de sociedad única y autoritaria. Lo que les pase al resto no les importa en absoluto.
Este ambiente de polarización me recuerda horriblemente a la Segunda República. Veo a Santiago Abascal y me imagino a Calvo Sotelo pidiendo un golpe de Estado en 1936.
No debemos minusvalorar cómo flotan estas ideas en el ideario colectivo. Porque lo que más sorprende es ver cómo en las últimas manifestaciones de la derecha se decía que España estaba sin libertad, en una dictadura. Una auténtica barbaridad que no está apoyada por ningún dato. No hay nadie preso por sus ideas, ni restricciones al voto, ni nada. Al menos no más que en cualquier otro gobierno. Pero, si lo dicen, es que hay gente que se lo cree.
Rendición de milicianos republicanos en Somosierra. 1936. Autor desconocido. Fuente: Arts and Culture. Dominio público.
Y, si se lo cree un peluquero (por poner un ejemplo), quizás no haya más problemas que una charla desagradable en la peluquería. Pero imaginemos que esta idea ronda en la mente de ciertos militares de alto rango o de líderes policiales.
Si esta idea está en sus cabezas, una chispa puede encender el golpe reaccionario: negociaciones con ERC, nuevas leyes de izquierda, una crisis económica, etc…. Y, si no la enciende, quizá sea una gota que vaya llenando un vaso a rebosar y una conspiración se teja en las sombras.
Quizás una de estas personas podría creer que, en nombre de la libertad y la democracia, debe acabar con un gobierno legítimo y poner el que le dé la gana. O incluso aupar a un dictador. Suena estúpido, ¿verdad? Pues ya pasó en el 36.
Y lo peor es que les funcionó. Mediante una terrible masacre de todos los que consideraban “enemigos de España” consiguieron mantenerse en el poder 40 años. Para luego transicionar hacia puestos de poder en una joven democracia.
Pero, ¿qué podemos hacer contra esto? Lo primero, dejar claro que con la democracia no se juega. Que es un debate que va más allá de izquierda o derecha. Que es sagrada. Aunque pueda parecer lógico, esto no parece estar tan claro a día de hoy. Muchos estudios muestran que hay una constante pérdida de fe en la democracia en la sociedad moderna, un preludio que recuerda a pasados nada alagüeños.
Por poner un ejemplo, Brasil era uno de los países de América Latina con menos fe en la democracia. Sin embargo, ganó Bolsonaro con una corte de militares. Y, si ahora cae, lo sucederá un general.
Puede llegar a entenderse por todo lo que hemos vivido estos años el considerar que la democracia tiene sus problemas y ha tenido grandes fallos: leyes injustas, políticos corruptos, ineficacias, etc… No es un sistema perfecto y siempre hay cuestiones que son mejorables.
Pero el problema es idealizar lo contrario. Hay gente que habla bien de las dictaduras y, hasta cierto punto, pudiera ser que en ellas haya menos corrupción. Si todo pertenece a los ganadores, si todo es de un bando, los que mandan no tiene que robar. El abuso de poder y de disponer de los bienes y la vida de los demás no es un problema.
En cambio, resulta que hasta esto es mentira: la corrupción es una normalidad en las dictaduras, como demuestra todo lo que sabemos del orden franquista o las noticias de corrupción que llegan desde Arabia Saudí o China. La corrupción no es un problema de un sistema, es un problema social y humano que además aumenta cuando la opacidad de las instituciones es mayor. Y se tiene que solucionar en su campo.
Tenemos que poner en valor la democracia. Hablar de sus bondades: que es un sistema donde la mayoría decide, donde podemos rectificar, donde los derechos están garantizados, donde toda la población puede participar independientemente de sus características, donde hay una constante evolución (quizás eso sea lo que no le guste a la derecha) y sobretodo que hay libertad.
“La democracia no es el mejor sistema, es el menos malo.” Pues no, ya basta. Comparándolo con los señoríos feudales, las monarquías católicas, el Antiguo Régimen y las dictaduras militares, a mí me parece muy bueno.
Tenemos que decir que “¡Viva!” la democracia, pero decirlo de verdad, no con la boca pequeña. Tenemos que hacerlo y no permitir a la extrema derecha, ni a nadie, que vaya en contra. Porque si perdemos la democracia, podemos perderlo todo.
Fuentes, enlaces y bibliografía:
Foto destacada: Desfile militar México 16 de Septiembre 2013. Autor: Carlos Ortega, 16/09/2013. Fuente: Flickr. Licencia CC BY-NC-SA 2.0.
Autora: Anónima, profesora de instituto público, activista.