Europa

El caso de Ana Iris Simón: así es la «izquierda reaccionaria»

Cuando se habla de izquierda o derecha en política, se está tratando de definir a una persona o un colectivo en base a unas características comunes que supuestamente son compartidas por toda la gente afín a una ideología, al menos en cuanto a unos mínimos principios. Así, todo el mundo tiene una idea de qué es ser de izquierdas a partir de una serie de atributos que generalmente son aceptados por la mayoría como propios o definitorios de esta ideología y que son, a su vez, estudiados, explicados, descritos y consensuados por la ciencia política en base a cuestiones históricas, sociales, culturales… En consecuencia, conocer la ideología de alguien sirve como atajo para poder saber cuál será su predisposición acerca de distintas cuestiones.

Sin embargo, en ocasiones se dan combinaciones de valores e ideales que no encajan dentro de lo que el ideario colectivo percibe y considera como de una u otra idea política, por lo que cuesta catalogarla como tal. Frente a esto hay varias opciones: se le puede catalogar como bien de centro político, bien en base a la tendencia mayoritaria (si tengo cuatro rasgos «de derechas» y dos de «izquierdas», entonces soy de izquierdas), bien en base a los rasgos más importantes (por mucho que sea ecologista, si estoy a favor de perseguir a los judíos por pensar que son inferiores seré de extrema derecha), bien definir una nueva categoría (como el caso de los nacionalbolcheviques) o bien meter dicha combinación en un cajón desastre que a menudo se cataloga como de «sincretismo político» si las ideas son muy extremas y contradictorias entre sí, o de «partido atrapalotodo» o «partido escoba» cuando las ideas son de diferentes espectros pero con tendencia a la moderación.

Por supuesto, también se puede optar por otro tipo de calificativos, incluyendo el desechar el eje clásico izquierda-derecha, si bien esta no suele ser la opción de la ciencia política.

En esta línea, ha surgido el término, normalmente despectivo, de considerar «izquierda reaccionaria» a la tendencia ideológica de en lo económico compartir planteamientos redistributivos propios del progresismo clásico, mientras que en otras cuestiones de cáliz social o cultural tienen una visión que hay quienes la califican como conservadora. De hecho, para un sector muy importante de profesionales en la materia este pensamiento no debería ser calificado como de «izquierdas», por lo que señalarlo como «izquierda reaccionaria» no deja de ser una manera de hacer una denuncia explícita de las contradicciones de un discurso que intenta ser progresista pero que, en el fondo, no lo es.

No obstante, este término, aunque lejos de ser científico por el momento, ya ha sido abordado tanto desde la derecha como desde la izquierda. Desde la derecha, se ha visto por ejemplo en personalidades como Cayetana Álvarez de Toledo, del PP, para intentar tachar a la izquierda institucional de estar anticuada y ser poco moderna por sus planteamientos, un pensamiento reflejado en el libro La izquierda reaccionaria: símbolos y mitología (2011), de Horacio Vázquez Rial. Desde la izquierda, se ha usado en los términos descritos en el párrafo anterior. Curiosamente, desde la derecha se suele tener en estima el discurso reaccionario que se reviste de progresismo y que es señalado precisamente desde sectores izquierdistas.

Así, en el presente artículo se pretende analizar cuáles son las características propias de esta última cosmovisión a partir del discurso de la escritora Ana Iris Simón, además de estudiar las similitudes que pueda tener su discurso con la derecha iliberal y radical. Y, por supuesto, cómo este tipo de discursos facilitan la asimilación de postulados conservadores por parte de la sociedad

El caso de Ana Iris Simón

Al abordar la cuestión de la «izquierda reaccionaria», hay varios nombres que no tardar en salir a la palestra en cualquier conversación que se tenga al respecto. Sin lugar a dudas, el de Ana Iris Simón, la autora del bestseller Feria (2020) es uno de ellos.

La escritora ha tomado una enorme relevancia en los últimos meses principalmente por dos asuntos: uno es el discurso que dio frente al Gobierno de España, en el marco de una serie de ponencias contra la despoblación en las zonas rurales del país, lo que suele denominarse «la España vaciada». El otro es el libro ya mencionado, que ha generado multitud de debates por las cuestiones que trata y sobre todo por la visión que se tiene sobre muchas de ellas.

Su libro Feria aborda su infancia de manera autobiográfica, no centrándose tanto en ella como en las personas y espacios de su entorno. Así, la autora transmite a lo largo de la obra un sentimiento de nostalgia por todo lo que fue y ya no es por los cambios provocados por el binomio globalización-neoliberalismo. Detrás del libro se encuentra la idea de que actualmente se tienen peores condiciones materiales que hace unas décadas. A partir de aquí, y de algunas declaraciones públicas o extractos del libro controvertidos, el debate estaba servido.

Por una parte, se encuentran quienes ven en la obra una acertada crítica a la sociedad neoliberal actual, que en nombre del individualismo ha terminado con todas las instituciones socializadoras, llevando a la sociedad a vivir en una no-comunidad, y que por lo tanto defienden a la autora. De hecho, teniendo en cuenta estrictamente este planteamiento, no se aleja demasiado el discurso crítico que históricamente se ha tenido desde la izquierda contra el sistema económico y social imperante en la actualidad.

Por otro lado, hay quienes afirman que en el libro existe una excesiva idealización de un pasado que verdaderamente nunca fue así, poniendo en tela de juicio la tesis de la autora, además de criticar algunas de sus ideas respecto al rol de la mujer, de la institución familiar o de lo que es una vida deseable, las cuales se acercarían excesivamente a los postulados de la derecha más conservadora.

Sin embargo, ¿quién tiene razón?¿Es el discurso de Ana Iris Simón netamente progresista con ciertos matices conservadores, o no deja de ser todo un alegato conservador con elementos progresistas para distraer del pensamiento real?

Rol de la familia

Tratando de abordar todas las cuestiones que han generado polémica a partir de lo dicho por la autora en entrevistas o en el libro, un tema fundamental es el del rol de la familia, vital en el discurso que sostiene Ana Iris Simón a través de todos estos medios.

Para Simón, la familia actúa como espacio de cuidados, como un lugar seguro ante los cambios vertiginosos de este mundo. De este modo, tiene una concepción de la familia y el amor pro statu-quo. Ana Iris Simón sostiene que el individualismo y las dinámicas de la sociedad actual están detrás del hecho de que las parejas cada vez duren menos y de que, en la práctica, la familia como uno de los principales agentes socializadores y tejedores de sostén emocional se esté resquebrajando.

A través de esto, Ana Iris Simón hace una defensa a ultranza, de hecho, de la familia y de las relaciones sexoafectivas desde un punto de vista netamente tradicional, sin cuestionarse la propia naturaleza de la institución.

Ante este relato acerca de las familias, no son pocas las personas que salieron al paso para criticar lo que consideraron una legitimación de los roles de género. Al respecto de esto, es muy acertado el comentario que realiza Nere Basabe respecto a la nostalgia de la autora sobre temas tan cotidianos como la comida:

Tiene algo de inmaduro, si no de niño mimado, querer volver a comer tan bien como en casa de la abuela sin dedicar a los fogones el tiempo que dedicaba la abuela. De la mía recuerdo que nunca se sentaba a la mesa con nosotros, limitándose a servirnos como en un restaurante. Después, mi abuelo gritaba «¡Aurora, me voy a acostar!», y Aurora apartaba el libro que estaba leyendo para ir (jurando en arameo, eso sí) a abrirle el embozo de la cama. ¿Volveremos a idolatrar aquellos sacrificios humanos? ¿Y a quién inmolaremos esta vez en la pira familiar?

Vinculado con todo esto se encuentra la cuestión de la unión o unidad familiar, que Simón reivindica frente a las relaciones volátiles propias de la sociedad actual, en las que existe un menor arraigo emocional, romantizando así la idea de que la familia debe mantenerse en el tiempo.

Evidentemente, la autora de Feria pasa por alto que, las familias, como cualquier otro grupo humano o institución social, están travesadas por relaciones de poder, esto es, de dominación. Sobre todo del hombre respecto a la mujer, pero también se ignoran otras muchas variables, como la propia concepción del modelo tradicional de entender cómo debe construirse una pareja, dando a entender que «lo ideal» es el modelo monógamo construido por el binomio hombre-mujer (o, en todo caso, por un binomio).

Entrando en el terreno de lo concreto, el hecho de que el número de divorcios fuera menor hace años responde a una lógica más que evidente, puesto que a pesar de existir igualdad ante la ley, muchas mujeres no tenían empleo y, en consecuencia, tampoco capacidad emancipatoria real, estando así condenadas a soportar las actitudes y acciones de su pareja. Por otro lado, la mentalidad de la época romantizaba e idealizaba mucho más este tipo de relaciones, hasta el punto de condenar socialmente a quienes se divorciaban, especialmente si eran mujeres. Las parejas eran una y no más, para toda la vida. Por supuesto, el arraigo de los valores religiosos católicos tiene mucho que ver en esta cuestión.

Así, la idealización de un pasado donde las parejas duraban mucho más, lo aguantaban todo y no se separaban oculta una realidad en la que existía un abuso de poder, infidelidades, carencias emocionales y multitud de otros problemas que se siguen arrastrando a día de hoy.

Por tanto, si bien es evidente que cada vez más parejas se separan y que la familia ya no es tan estática como antes, es altamente discutible que esto venga dado porque se conciba a las personas como objetos de consumo y no porque el movimiento feminista ha conseguido con su lucha poder mejorar sus condiciones para poder favorecer su emancipación real respecto al hombre, y porque existen cada vez nuevas formas de percibir, entender y construir las relaciones sexoafectivas.

Idealización del pasado

Otro declaración que ha despertado enormes controversias es la que hizo la autora al afirmar literalmente que le daba envidia la vida que tenían sus padres a su edad, a lo que añade: «Cuando lo digo la gente piensa que soy gilipollas y pienso yo: tienes 32 años, cobras mil euros al mes, compartes piso y las muchas cosas que tienes que hacer antes de supuestamente asentarte son ahorrar durante un año para irte a Tailandia, comerte una pastilla y hacer arrumacos a tus colegas».

En este breve párrafo, a Ana Iris Simón le sobra espacio para estigmatizar a los jóvenes adultos con un tópico como el de consumo de drogas a la vez que, de algún modo, trata de poner por encima su concepción moral de cómo debe vivirse la vida, dejando de lado que su forma de hacerlo no es la única ni por supuesto más válida que cualquier otra.

Así, habrá quienes se «asienten» más pronto y quienes lo hagan más tarde, mientras que habrá otras personas que simplemente no estén de acuerdo con el concepto de «asentarse» de Simón, que no es otro que el clásico familia-casa-trabajo, que evidentemente no tiene por qué ser negativo, pero tampoco necesariamente positivo en sí mismo.

Retomando la cuestión, es altamente discutible la afirmación de que la generación anterior vivía mejor que la nueva generación de jóvenes adultos.

Por una parte, es obvio que la estabilidad material es fundamental, al igual que también es obvio que la calidad de vida tampoco puede reducirse a esto. En esta dirección, las nuevas generaciones tienen una mayor formación y (auto) conocimiento que las generaciones anteriores, ya que por lo general han podido vivir un mayor número de experiencias que las han enriquecido culturalmente.

Además, el avance del feminismo, la lucha antirracista o la del colectivo LGTBI ha permitido que todas las personas que no son hombres blancos heterosexuales y en general alejadas de la normatividad estadística puedan poco a poco avanzar hacia la igualdad no solo formal sino también material y subjetiva.

Así, hay muchos ámbitos en los que es claro que las nuevas generaciones viven mejor que en las anteriores, al igual que también lo es que la opresión a la que estaba sometida la mayor parte de la sociedad por parte de ciertos valores y formas de pensar hoy consideradas ampliamente como retrógradas, tras décadas de lucha se ha reducido, lo que se traduce en una mejora de las condiciones de vida para que cada persona pueda ser como es libremente.

No obstante, esto no acaba aquí, puesto que la idea de que la generación anterior vivía mejor debido a que tenían una mayor estabilidad tampoco es del todo cierta.

Al respecto de esto, cabe destacar que la estabilidad laboral (y vital) existente anteriormente se ha basado en la idea de que el hombre se encargaba del trabajo productivo y la mujer del reproductivo. Rota esta división tradicional del trabajo, obviamente la «estabilidad» que ella produce también se extingue.

Además, por lo que hace a otros aspectos necesarios para tener una vida estable como por ejemplo la garantía de tener un hogar, es necesario decir que si bien es cierto que la anterior generación tuvo mayores facilidades para adquirir vivienda, no es para nada un modelo óptimo y reseñable, puesto que es el modelo que estaba ya entonces gestando la burbuja inmobiliaria que terminaría por estallar en el año 2008, haciendo que miles de familias perdieran su hogar.

En el mundo del trabajo, un poco más de lo mismo. Es cierto que antes había una mayor estabilidad laboral, al igual que también lo es que ésta se asentaba sobre un modelo productivo industrial que era (y es) insostenible. En consecuencia, jamás puede ser una opción realista la de querer volver al modelo productivo anterior, por mucho que no guste el actual. Probablemente, la solución en este ámbito pase por el hecho de asumir que los derechos laborales y los trabajos dignos no se reclaman mirando al pasado sino al futuro.

Concluyendo el tema de la idealización del pasado, se puede afirmar que no es cierto que las generaciones anteriores hayan vivido mejor que la de jóvenes adultos, puesto que para la mayoría de personas y en la mayoría de ámbitos no es así, mientras que en aquellos que sí podría serlo, como los últimos vistos, esta calidad de vida se sostenía sobre modelos de sociedad insostenibles en el tiempo y que son el germen de muchas de las últimas crisis del sistema capitalista.

Así, enfatizar e idealizar ciertos aspectos positivos negando el contexto y todo lo negativo, responde a una visión muy conservadora del pasado, a la que normalmente se acogen, precisamente, los discursos más reaccionarios: el progreso es malo, la tradición y el pasado son buenos.

Inmigración y natalidad

A pesar de que no sea una cuestión fundamental en su discurso, sí vale la pena destacar las declaraciones que ha realizado Simón en materia migratoria, donde afirmaría, también en relación a la natalidad que «mientras les pedimos a los inmigrantes que paguen nuestras pensiones, no les estamos permitiendo pagar las de sus padres ni las de sus abuelos en sus países de origen» y que eso le sonaba a «robarle la mano de obra a los que hace siglos les robaron el oro».

En este planteamiento, que rechaza la inmigración invocando no el interés propio sino el ajeno, la autora parece desconocer la realidad de las migraciones en el capitalismo global, donde las personas inmigrantes muchas veces dejan sus hogares no solo para buscar una mejor vida ellos, sino para proporcionar también recursos a los familiares que se han quedado en su país de origen dado que envían parte de sus ingresos a su hogar para contribuir en la economía doméstica.

Por otra parte, existe una gran preocupación por parte de la autora con respecto a la baja natalidad en España, lo cual si bien es cierto, no es un problema de los últimos años, puesto que ya desde hace décadas la tasa de fertilidad se encuentra por debajo de los dos hijos por persona gestante, siendo ésta la tasa necesaria para que, sin contar los flujos migratorios, se mantenga constante el número de población en España.

Así, cabe destacar que se trata de un fenómeno complejo, que no se circunscribe únicamente a la precariedad vital de la juventud, tal y como señala Ana Iris Simón, sino que también se deben tener en cuenta otros factores como la incorporación de la mujer al mercado laboral o su creciente libertad para poder elegir qué hacer con su vida, en la cual muchas de ellas no quieren asumir la función reproductiva.

En consecuencia, si se quiere aumentar la tasa de fecundidad, no solo hay que acabar con la precariedad, sino que habrá que repensar las relaciones sociales ahora que las mujeres ya no tienen un rol únicamente familiar.

Por otro lado, este rechazo de la inmigración aludiendo al bienestar propio de la sociedad de origen de la persona que emigra no es nuevo y fue ideado por el escritor y politólogo francés Alain de Benoist en su concepto de «etnopluralismo», en el cual redefinía el clásico rechazo de la inmigración por parte de la extrema derecha precisamente diciendo que eso era lo mejor tanto para la cultura de destino como la de origen. Así, decía que el desarrollo óptimo de las culturas y de las personas se desarrollaba en sus lugares de nacimiento.

Ese mismo discurso ha sido se ancló en el movimiento de la Nueva Derecha francesa en los años 80 y nutre buena parte de los discursos de la «derecha alternativa» o alt-right. Al final, no es más que revestir de empatía, de preocupación, de humanidad y de dignidad lo que en el fondo no deja de ser un paternalismo y supremacismo étnico que rechaza buena parte de la realidad de la configuración de las sociedades.

Un discurso que encaja bastante con el defendido por Ana Iris Simón en esta materia.

Feminismo, sexualidad nuevas masculinidades

Al ser preguntada sobre si se consideraba feminista, la autora de Feria rehusó dar una respuesta con un monosílabo para afirmar que ella creía «en la igualdad entre mujeres y hombres, pero también entre mujeres y mujeres y entre hombres y hombres, además de entre clases sociales».

Con esta declaración, Simón trataba al mismo tiempo de reafirmar su compromiso con la igualdad a la vez que evitaba ponerse la etiqueta de feminista debido a sus discrepancias con algunos de los postulados del feminismo hegemónico en España.

No obstante, Simón no pudo salvarse de las críticas debido a algunos fragmentos presentes en su libro, que han sido considerados machistas por multitud de feministas. En uno de ellos, al hablar de la igualdad entre hombres y mujeres, comparte una inquietud que tenía y que había hablado en una ocasión con una amiga.

Así, afirmaría, refiriéndose al rol de las mujeres, que «igual nos habíamos igualado por el lado malo. Yo quería ser un poco mujer florero. Creo que en realidad no quería decir mujer florero, sino ama de casa» para continuar hablando con sus amigas «de la flamante moto que se nos había vendido con lo de la incorporación de la mujer al mercado laboral como vía emancipatoria y de que igual no teníamos que haber reclamado trabajar también nosotras a cambio de un salario, sino que ellos trabajaran menos»

Evidentemente, su concepción del rol que deben jugar las mujeres en la sociedad ha sido rechazado frontalmente, considerando que se trataba de un retroceso en la adquisición de derechos pero sobretodo en la búsqueda de la igualdad subjetiva, esto es, la igualdad de status con respecto a los hombres, sin que éstas queden relegadas a la vida privada por no poder participar en los espacios públicos.

Por otra parte, también se ha criticada su idea de lo que debe ser el género masculino, llegando a afirmar que «lo de los hombres deconstruidos es una filfa serrana», atacando posteriormente las nuevas estéticas masculinas en contraposición a la idea clásica de lo que debe ser un hombre.

En consecuencia, se considera que la posición tradicionalista de Ana Iris Simón, la cual aboga por mantener el status quo, contribuye al mantenimiento de los roles patriarcales de género.

En esta misma dirección, la autora también tiene una posición conservadora respecto a lo que la sexualidad se refiere. Llegaría a afirmar que la juventud estudiantil se encuentra «copulando desordenadamente en Bruselas gracias a eso que llaman Erasmus y que no es sino una estrategia de unión dinástica del siglo XXI, una subvención para que las clases medias europeas se crucen entre ellas y pillen ETS europeas y celebren que eso era Europa».

De esta forma, reduciría un programa de movilidad internacional que ofrece a la clase media-baja la oportunidad de formarse y viajar a otros países que sí tiene la clase alta a una mera herramienta que contribuye a la promiscuidad sexual.

Dejando de lado la evidente falsedad y el prejuicio de esta afirmación, tampoco es comprensible el tono rencoroso que agita. Al igual que en ocasiones anteriores, pareciera que la autora tiene el estándar de lo que debe hacer un joven adulto que, a la vista de sus declaraciones, parece que no es viajar ni tener sexo. Tampoco bailar, ridiculizando los bailes populares entre la juventud diciendo que le «gustaría saber cuántos banqueros han sido guillotinados con la técnica de romper el piso moviendo el culo hasta abajo».

De nuevo, como en muchos de los ejemplos vistos anteriormente, Simón trata de defender posiciones conservadoras e incluso reaccionarias a partir de argumentos que apelan a la revolución o al obrerismo. No obstante, es evidente, a pesar de esto, que trata de plantear una relación inexistente entre dos cuestiones inconexas.

En esta dirección, deslegitimar la lucha de determinados sectores de la juventud por cómo tienen sexo, la música que escuchan o la manera en la que bailan es, en el mejor de los casos, simplemente contraproducente, dado que contarás con un menor capital humano debido a crear militantes de primera y de segunda.

En el peor de ellos, es una postura totalmente reaccionaria, puesto que al juzgar la validez y capacidad de determinadas personas para realizar cualquier acción política (y en consecuencia pública) por asuntos tan banales como los vistos esconde tras de sí la pretensión de que esta parte de la ciudadanía, o bien no participe de lo público, o si lo hace que sea manteniendo aspectos de su vida como el ocio o su sexualidad en un segundo plano cuando no en privado.

Dicho de otro modo, quien baila, tiene sexo habitualmente, viaja y se droga, es tan válido para ejercer sus derechos y tener un proyecto vital positivo como quien opta por un estilo de vida más normativo y tradicional. De hecho, es difícil de entender cómo se puede intentar defender un discurso supuestamente progresista apelando a un sector de la población en base a un supuesto estilo de vida incorrecto porque, además, no se hace referencia a conductas concretas, sino a las personas que las sostienen.

Equidistancia e idea de decadencia

Acabando el análisis a esta autora, se encuentra una idea que, si bien no siempre se hace explícita, sí se encuentra constantemente tras el discurso de Ana Iris Simón: la «idea de la decadencia de España y de Occidente», o más bien sus valores.

Este pensamiento de que «cualquier tiempo pasado fue mejor», vinculado con la idealización de la vida de las generaciones pasadas, trae consigo necesariamente un anhelo de volver a una época y a un contexto totalmente inexistente, siendo ésta la idea base del pensamiento reaccionario, el cual afirmaría que los cambios sociales han terminado por suprimir los elementos que cohesionan y hacen grande a una sociedad.

Esta es la idea que, de forma velada, introduce Simón en muchas de sus intervenciones, empleando no tanto el concepto de patria grande (el país) como el de patria chica (familia y pueblo).

Por otra parte, también es destacable su equidistancia en determinadas cuestiones, y más cuando en algunas entrevistas trata de presentarse como revolucionaria o rupturista con este sistema. Así, a tenor de una agresión homófoba, afirmaría que hay quienes «también omiten cuando y lo que les interesa: un día te dicen que España es uno de los países más tolerantes con el colectivo —y se adjudican la medalla— y otro que hay una banda aguardando en cada esquina para darle una paliza a un homosexual.»

En consecuencia, para Simón parece contradictorio que España sea uno de los países más avanzados en la lucha contra LGTBIfobia pero que ésta siga existiendo y se siga manifestando de la forma más violenta posible. Evidentemente, tal contradicción no existe, puesto que decir que España es en ocasiones un ejemplo en esta lucha no implica que exista igualdad, sino que en otros países la desigualdad y la opresión es mayor.

Respecto a la cuestión de a quién se le debe atribuir la responsabilidad de estas agresiones, Simón ridiculizaría lo que ella considera que son dos bandos al afirmar que ambos buscan «echarle en cara la víctima al otro: los unos, que si aquello era culpa de Vox, acusándolos de ser un partido homófobo. Los otros, que si seguro que habían sido inmigrantes, que igual eran menas porque al final Teresa Rodríguez no se los llevó a su casa aunque fueran sus niños».

Aquí no solo victimiza a Vox, siendo este un partido político que ha defendido abiertamente tesis homófobas, sino que equipara las críticas fundadas que se le pueden hacer a este partido de extrema derecha con los bulos con las acusaciones que se vierten por parte de ésta para deslegitimar y perjudicar a las personas inmigrantes.

Estos son solo dos ejemplos de la supuesta equidistancia de la que Ana Iris Simón hace gala en su artículo Politizar el dolor no era esto

Finalmente, también es destacable que la autora se proclame antiliberal y afirme que no se encuentra cómoda dentro del eje izquierda-derecha, puesto que esta es la tesis que defendía el fascismo clásico al argumentar que se trataba de un movimiento ajeno a las lógicas del espectro ideológico clásico cuyo fin era crear una tercera vía superadora del liberalismo y el socialismo.

En esta dirección, es importante señalar que en su libro Feria llega a alabar la figura de Ramiro Ledesma, importante ideólogo español de lo que sería el pensamiento reaccionario en España y frecuentemente citado por la extrema derecha española.

Conclusión

Tal y como se ha podido comprobar a lo largo del artículo, la ideología de Ana Iris Simón no está clara, compartiendo elementos tanto de la izquierda revolucionaria como del pensamiento conservador.

El riesgo de esto es evidente, dado que la introducción de elementos propios del discurso de la derecha por parte de personas que son consideradas por la opinión pública como progresistas puede terminar provocando que las ideas conservadoras, las cuales quieren evitar que nada cambie, o las reaccionarias, que quieren que los cambios que se dan sean para deshacer los avances realizado-, pueden acabar siendo hegemónicas dentro del pensamiento de izquierdas, teniendo esto enormes consecuencias para los colectivos y sectores más vulnerables.

En consecuencia, probablemente no se pueda afirmar que Ana Iris Simón sea una persona de extrema derecha o reaccionaria, pero sí que se debe decir que muchas de sus ideas sí lo son, y que se trata de posicionamientos que de ningún modo pueden ser asumidos por el progresismo.

Por lo tanto, no se trata de atacar, señalar o categorizar a Ana Iris Simón como persona, sino de analizar su discurso y sus ideas, así como sus posibles consecuencias dentro del panorama y contexto sociopolítico y cultural actual.

De nuevo, como en muchas otras ocasiones, los movimientos populares deben cuidarse de introducir en su seno actores políticos e ideas que puedan dividir y restar fuerzas a sus luchas, puesto que si bien uno nunca sabe cuándo puede estar metiendo en su hogar al Caballo de Troya, sí que tiene el deber de intentar prevenirlo. Y así, dejar esa «izquierda reaccionaria» Al Descubierto.

Enlaces, fuentes y bibliografía:

– Foto de portada: Ana Iris Simón. Autor: Ana Iris Simón. Fuente: Twitter

Tomás Alfonso

Articulista. Activista por el derecho a la vivienda y los servicios públicos. Convencido de que la lucha contra la ultraderecha es condición de posibilidad para una democracia plena.

3 comentarios en «El caso de Ana Iris Simón: así es la «izquierda reaccionaria»»

  • Lo reaccionario es defender al Islam y llamarse feminista, defender a la clase trabajadora pero tambien querer inundar el país de inmigrantes economicos que trabajaran por la mitad, y una serie más de sinfines que hace que VOX donde saque más votos sea entre la clase trabajadora.

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  • Buenas.

    Por supuesto, no tiene nada de reaccionario asumir el mismo discurso que el sacerdote del pueblo del Opus, cargar contra la inmigración como lo acabas de hacer o tirar de tópicos ridículos contra la izquierda.

    Un saludo y gracias por comentar.

    Respuesta
  • Hola, ¿en que universo Vox saca más votos entre la clase trabajadora? En las elecciones de Madrid el voto de barrios obreros fue su última vía de voto.

    Vox tiene la mayoría de voto de la clase alta o la clase media-alta. También ha sido así en las últimas elecciones generales, donde si bien mejoró su penetración en barrios obreros, sigue siendo la última fuerza.

    Hay que informarse más y no tragarse bulos y desinformación.

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