Capitalismo y muerte: una mirada hacia la necropolítica
La necropolítica es un concepto que indica cómo las inercias políticas de una sociedad se vinculan y tienen como principal matriz de gestión a la muerte. Este contexto está unido a una crisis climática que acorrala de una manera cada vez más evidente a todas las sociedades actuales, también al auge del autoritarismo a nivel mundial y, por último, al reciente contexto pandémico, el cual ha servido como ventana de presentación para comprender hasta qué punto la necropolítica dirige el curso social de la humanidad.
De esta manera, la necropolítica se presenta como un término muy interesante para entender las inercias a escala macro que la gestión de los gobiernos y empresas emplean sobre la población. Además, es también un término necesario para entender muchos de los procesos de control que se han dado durante la pandemia.
Fuera de teorías conspiracionistas y demás elucubraciones, la pandemia ha sido un espejo donde mirar y entender lógicas de control y poder a gran escala ejercidas por los gobiernos (también reacciones a escala micro, de la ciudadanía y sus interacciones cotidianas).
Asimismo, la palabra necropolítica fue utilizada por el historiador Achille Mbembe para englobar un conjunto de iniciativas y estrategias políticas que cobran sentido alrededor del control de los cuerpos biológicos en relación directa con la muerte. Es decir, generar un entorno de control donde la muerte y sus dimensiones son la principal esfera utilitaria para el dominio:
Las formas contemporáneas de subyugación de la vida al poder de la muerte obligan a algunos cuerpos a permanecer en diferentes estados de estar situados entre la vida y la muerte
Mbembe, Achille (2003). «Necropolitics». Public Culture 15 (1): 11-40.
En otras palabras, la necropolítica no sería directamente exterminar a la población, sino generar contextos de precariedad donde la exclusión y el abandono van acorralando a segmentos poblacionales y la muerte va ganando terreno en sus vidas. Sería algo parecido a convertir la vida de ciertos colectivos en una existencia proyectada constantemente frente a la precariedad más absoluta. Una precariedad que desdibuja los criterios de dignidad a los que un ser humano debería tener acceso para vivir.
Como decía la socióloga Saskia Sassen, hemos pasado de un sistema basado en la inclusión (por lo menos en parte) de la población en el mercado de consumo, a un sistema capitalista que buscar excluir, que la sobra gente, y ahí entra la necropolítica.
La necropolítica sería un tipo de biopolítica, concepto proveniente de Michel Foucault, donde le gestión biológica de los cuerpos a gran escala que caracteriza al capitalismo se decanta hacia la muerte. Esta inercia tanatopolítica se encuentra en múltiples ejemplos a lo largo de la historia del capitalismo. Es más, se puede entender la historia de la evolución del capitalismo como la historia de la necropolítica y su auge.
El apartheid en Sudáfrica, el genocidio del pueblo Palestino, las hambrunas en Asia o África, el Holocausto, las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki, etc. La necropolítica se ha ido expandiendo y ha dejado de marcar el hilo de la historia con acontecimientos aislados para asentarse como un riesgo global en el siglo XXI, sobre todo después de la pandemia. Ya nadie está seguro, todos somos posibles pacientes cero.
Un riesgo globalizado, un miedo globalizado y unas políticas mundializadas sobre esta tesitura: las políticas sobre la muerte. En su libro Dysphoria mundi, Paul B. Preciado nos recuerda que la historia de la necropolítica tiene su origen en las industrias cárnicas, donde el modelo productivo de optimización de la muerte de animales para obtener pedazos de carne es adoptado por Henry Ford para fabricar coches. Estas mismas lógicas impregnarán todas las dimensiones de la vida social. También serán una inspiración para la matanza sistemática de personas en el Holocausto, como el sociólogo Zygmunt Bauman nos contará en su obra cumbre Modernidad y Holocausto.
De esta manera, volviendo a Preciado, cabe destacar su noción de necrobiopolítica. Es decir, al concepto de biopolítica de Foucault, donde según el francés los cuerpos eran optimizados hacia la vida para ser más productivos y sacar su máximo rédito en el capitalismo moderno, hay que darle una vuelta de tuerca:
Tras el capitalismo petrosexorracial y sus contemporáneas formas mutantes (el tecnopatriarcado racial, el capitalismo farmacopornográfico y cibernético), no hay tecnología de poder biopolítica que no funcione al mismo tiempo como tecnología de muerte: por eso, ya no hablaremos de biopolítica, sino de necrobiopolítica
-Paul B. Precidado, Dysphoria mundi (2022), pag; 117.
El final de este texto nos presenta una dualidad, algo que Preciado sin duda odia, pero es posible que sea útil para poder entender a lo que nos enfrentamos: la vida frente a la muerte. Es fácil de concebir, objetivamente es sencillo apoyar una posición que defienda una política enfocada hacia la vida, aunque el capitalismo se empeñe en virar la balanza hacia la muerte.
El autoritarismo como contexto idóneo para la necropolítica
El autoritarismo es una inercia política cada vez más presente en los gobiernos de todo el mundo. Incluso en las llamadas democracias liberales existe un proceso continuo y paulatino de erosión de los valores democráticos que sostenían dichas sociedades. El auge de la extrema derecha y la radicalización de los partidos conservadores en Europa han sumido al viejo mundo en un preocupante contexto sociohistórico que evoca paralelismos inquietantes con los años treinta del siglo pasado.
Las grandes potencias capitalistas como Estados Unidos, Rusia y China, caminan hacia postulados reaccionarios donde el colectivo LGTBIQ+, las minorías étnicas, las mujeres o la clase trabajadora sufre las medidas disciplinarias de sus estados.
En América Latina, el contexto se enfrenta a dimensiones similares: la lucha contra el narcotráfico y la criminalidad está relacionada con la corrupción política, el auge de gobiernos populistas de derechas y extrema derecha. El último ejemplo de autoritarismo desmedido lo podríamos encontrar en El Salvador, donde el presidente Nayib Bukele emprendió una guerra sin cuartel contra los pandilleros, grupos violentos asociados a la delincuencia que causaban un auténtico terror social en forma de agresiones o asesinatos en el país.
Sin embargo, lejos de solucionar el problema de una manera coherente, Bukele ha aprovechado esta tesitura para instaurarse como líder autoritario, formando cárceles donde un gran porcentaje de la población supuestamente vinculadas a las pandillas ya han sido encarceladas. La realidad es que numerosos informes apuntan a que al menos uno de cada seis encarcelados es inocente. Además, se han documentado muertes y torturas, siendo comparadas estas cárceles por un reciente informe de la ONU con campos de concentración.
El contexto descrito es preocupante, facilita el surgimiento y la implantación de la necropolítica. El autoritarismo genera un proceso de deshumanización de la población, donde esta deja de ser una vida para convertirse en un futuro cadáver. Ejemplos como el de Bukele no son ni los únicos ni los más terroríficos, solo hay que observar como los supuestos países civilizados dejan morir a decenas de personas en el mediterráneo, o como en Asia los fundamentalismos islámicos socavan la libertad de toda la ciudadanía, en especial de las mujeres.
El capitalismo ha entrado en una fase donde se ha normalizado gestionar a parte de la población como residuos, daños colaterales del imparable e imprescindible dios del capital. Sigue habiendo aún más ejemplos que los nombrados como las imágenes de niños encerrados en jaulas en la frontera entre Estados Unidos y México.
O las personas de la tercera edad abandonadas a su suerte en la pandemia tras negligentes actuaciones de los gobiernos en países como España, Brasil, Reino Unido o el propio Estados Unidos.
También se podría hablar de la negación de vacunas en los países pobres, sobre todo los situados en África, mientras en los países ricos se ponían dos y tres dosis de la misma. O también se podría hacer referencia a los ecosistemas esquilmados por la explotación continua del sistema capitalista, las personas a las que afecta y a las aun más especies animales que condena a la muerte. La necropolítica está en todas partes.
La necropolítica: hija de un capitalismo autodestructivo
“Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”. Cuando el físico Oppenheimer observó la prueba Trinity que confirmaba el éxito de la bomba atómica, le vino a la cabeza la frase anterior.
El mundo y sus demonios. El infierno de Dante en un sólo acto en forma de hongo nuclear. Algunos historiadores afirman que este fue el acontecimiento clave que propició el fin definitivo de la Segunda Guerra Mundial. Otros, defienden la postura de que se habría llegado al mismo punto de encuentro sin que Estados Unidos lanzara las bombas de Hiroshima y Nagasaki.
La muerte parando a la muerte. El precio de vencer a Lucifer fue pactar con el padre de la mentira ¿Se acabó alguna vez la Segunda Guerra Mundial? ¿Se puso fin al Holocausto? Se puso. Pero no se derrumbaron los cimientos de las estructuras de poder que perpetuaron tales crímenes: el racismo, el miedo, el odio, el patriarcado, el capitalismo.
Ahora la humanidad vive con el riesgo en la espalda, como diría Ulrich Beck, en La sociedad del riesgo; donde siempre existe la posibilidad de que todo se acabe, de que una amenaza global cambie la vida para siempre.
La sociedad actual es hija de las cámaras de gas de Buchenwald y Auschwitz, de las bombas atómicas abrasando el suelo de Japón, del Napalm cayendo en la población de Trang Bang.
El sociólogo Zygmunt Bauman decía que el Holocausto no era un hecho aislado y extraordinario que jamás podría volver a ocurrir. El Holocausto era únicamente comprensible desde las condiciones sociales de la modernidad y el imperialismo. Solo podía entenderse tal atrocidad observando la historia del colonialismo europeo, la implantación de la fría lógica optimizadora del capitalismo y su revolución industrial/productiva y, como reacción a una emancipación de la clase obrera, un surgimiento del fascismo que buscada atornillar los privilegios de las élites capitalistas.
No se ha roto con esas inquietantes sombras alargadas. Los palestinos sufren un apartheid por parte de los sionistas israelíes, los inmigrantes mueren en el mediterráneo abandonados y agredidos por el mundo “civilizado”. Europa, paraíso de la libertad, vuelve a sumergirse en sus demonios. La necropolítica avanza junto con la extrema derecha, el autoritarismo, el racismo, la misoginia y el antiecologismo. Los demonios incrustados en la matriz de la modernidad capitalista son expuestos por estas inercias mortuorias; unos demonios que ya fueron derrotados, quizá, esta vez, debería la humanidad asegurarse de hacerlo hasta sus cimientos.
Lo que ayer fue realidad, en la medida que sus presupuestos fundamentalmente no han variado, es igualmente posible de nuevo hoy; que, pues, el tiempo de lo monstruoso no haya sido más que un simple interregno.
Günther Anders, nosotros, los hijos de Eichmann (1964).
Articulista. Sociólogo y gestor medioambiental, con suerte de poder compartir vocación y formación. Las Ciencias Sociales son una parte muy importante de mi vida. Considero la divulgación a través de la sociología como una gran herramienta para destapar las injusticias sociales y arrojar luz sobre la actualidad diaria contribuyendo así a ser un poco más libres y justos.