Entrevista exclusiva a los jóvenes de ascendencia magrebí que se organizaron contra los ultras en Torre Pacheco
Al Descubierto fue el único medio de comunicación al que permitieron acceder al parque del barrio de San Antonio en Torre Pacheco donde se reúne el comando de jóvenes de origen magrebí que ha centrado el debate público español durante la última semana. Este acceso privilegiado fue posible gracias a una historia de confianza iniciada la noche del 14 de julio entre el colectivo de jóvenes y quien escribe este reportaje.
Unidos por el odio a la ultraderecha
Durante las cargas policiales del 14 de julio en Torre Pacheco, un reportero de un medio ultraderechista comenzó a increpar a los jóvenes mientras intentaban explicar su situación. Su actitud provocó que los chavales se mostraran más nerviosos ante la prensa, lo que atrajo el cerco de los antidisturbios de la Guardia Civil. Hasta entonces había mantenido cierta serenidad, pero en ese momento increpé al periodista, recriminándole su intención de alterar a los muchachos para justificar la carga policial. Mi reacción —que mereció una reprimenda del director de Al Descubierto— descolocó a la prensa y a los concentrados. Cuando el reportero intentó enfrentarse a mí, varios jóvenes de San Antonio en bicicleta decidieron erigirse en mi escolta personal. Los supuestos «delincuentes juveniles» me protegieron así de mis «colegas periodistas».
Desde ese momento nació una preciosa relación de confianza entre ellos y yo. Tras retirarse periodistas y policías, me pidieron que los acompañara a una plaza cercana donde compartimos risas. Al día siguiente volví a hablar con varios de ellos, y esa misma noche, mientras montaban guardia en la plaza neurálgica de la barriada, me pidieron que me acercara para contar su verdad. Por seguridad, solicitaron que no grabara ni fotografiara el encuentro. Así me convertí en un miembro más de aquel grupo de proscritos.
Periodistas de otros medios se acercaron para entrevistarlos. Los jóvenes los expulsaron con enfado y alta tensión, temiendo que las imágenes pudieran identificarlos. Uno de los chavales, que no tendría ni 14 años, intentó echarme a mí también, pero otro de los mayores me reconoció y calmó a su amigo, invitándome a unirme al grupo.
Una noche entre colegas en Torre Pacheco
Este no es un reportaje al uso, sino más bien una conversación entre colegas donde desaparece la distancia deontológica entre ellos y yo. Mis escasas notas tomadas al vuelo se intercalan con charlas coloquiales entre cigarros y risas. Bromean sobre mi match en Tinder con alguien del pueblo, sobre fútbol y mi bigote. La confianza acumulada en días anteriores hace que no nos apetezca hablar solo de política.
«Que se vayan de mi pueblo y que nos dejen en paz. Aquí no hay inmigrantes ilegales, somos todos españoles, nacidos aquí, los que dicen que nos quieren echar, ¿a donde se supone que nos tienen que echar?» exclamó Mohamed (nombre ficticio). Hablaron de Hassan (nombre ficticio), detenido arbitrariamente la noche anterior por gritar que solo quería paz. También mencionaron impactos de pelotas de goma. Mohamed planteó su dilema: «sí vamos por separado nos agreden los de las patrullas racistas, si vamos en grupo nos persigue la policía, si no hacemos nada destrozan los comercios de nuestros padres».
Un colectivo antifascista organizado
Me pidieron que contemos su historia, están hartos de canutazos reporteriles donde les obligan a condenar acciones ajenas. «De los tres detenidos por la agresión, solo uno es marroquí, los otros dos son un gitano y un español» exclama Yunnes (nombre ficticio) «¿Porque tienen que venir a por nosotros y no a por el resto? No tiene ningún sentido».
No son un grupo homogéneo, hay muchachos de toda estratificación social. Desde autónomos hasta estudiantes universitarios, desde chicos de la calle hasta adolescentes tímidos y sensibles. Mohamed, por ejemplo, es dueño de un comercio local y emplea a varios españoles. «Mis amigos más cercanos son españoles, yo el otro día quería ver el partido del PSG con ellos pero no pude ir por miedo a las (mal llamadas) patrullas ciudadanas», explica Brahim (nombre ficticio). «Mi padre ha tenido que cerrar la tienda durante dos tardes seguidas y es la única fuente de ingresos de nuestra familia» añade un par de conversaciones después. Otro de los chicos explica «mi novia es española, sus padres siempre me han tratado bien y desde que empezó esta mierda tienen miedo de que me junte con su hija, han conseguido que crean que soy un delincuente. Y yo soy el primero que reventaría al chaval que hizo eso al anciano», lamenta irritado.
Lo único que les une es la experiencia contra el odio. No son ni más ni menos que un colectivo antifascista organizado. Sean o no conscientes de ello. El único colectivo antifascista organizado en Torre Pacheco en un momento en el que es más necesario que nunca. Puede que el colectivo más ejemplar, disciplinado y puro que haya visto jamás. «Tengo veintiseis años y conozco a todo el pueblo» dice Mohamed «ninguno de los que nos atacan son de aquí». Ellos sin embargo si han nacido aquí, viven aquí y conocen su barrio como la palma de su mano, sienten una gran pertenencia a la comunidad de San Antonio e improvisadamente, sin ninguna clase de tutela política del antifascismo blanco, sin formación política mainstream, se politizaron de forma espontánea y aprendieron a defender su comunidad inspirándose en otras experiencias históricas recientes de lucha de las comunidades marginales en España.
La escena superaba visualmente al mejor videoclip de Morad. Una treintena de muchachos con camisetas en la cara, mascarillas y pasamontañas para cubrir su identidad vigilan su espacio. Estuve tentado de grabar a escondidas, pero respeté la confianza depositada en mí. «Hemos acordado con el alcalde no acercarnos al centro (donde se encuentra concentrada la extrema derecha) a cambio de que la policía nos deje en paz. Estamos defendiendo nuestra casa» dice con orgullo Youssef (nombre ficticio) quién hace las veces de portavoz del grupo junto a Mohamed.
La mayoría carece de antecedentes penales; unos pocos tienen faltas administrativas menores. Son jóvenes como cualquier otro del pueblo, pero con distinto origen. Son como tú a su edad. Han tenido la mala suerte de ser víctimas de un circo mediático. Nos cuentan que no conocen al agresor de Domingo (el anciano agredido). Incluso uno de ellos está convencido erróneamente (gracias a la desinformación de las redes sociales) de que este hombre «vive en Almería y no en Torre Pacheco».
Una vez fuera de la plaza uno de los treintañeros con la cara descubierta, que vigilan que no se acerque nadie, nos indica que han tenido problemas con niños pequeños que han sido agredidos esos días fuera del foco mediático. No habla castellano, pero el compañero Annas Harrak (creador de contenido mallorquín de ascendencia marroquí que nos acompaña mientras abre directo en TikTok) hace de intérprete. El vigilante se muestra sorprendido de que yo (el único no-marroquí en la conversación) no les tenga miedo.
Al salir del barrio todo ha terminado. El líder de Deport Then Now ha sido detenido. La concentración de la ultraderecha que se desarrolla en el centro del municipio se ha ido deshaciendo tras el ‘pinchazo’ inicial, solo quedan de ella algunos borrachos en los bares cercanos y un coche deportivo de gama media de color blanco que me acosa y vigila hasta que llego a mi destino.
En última instancia, la pregunta no es solo si Trump optará por el aislacionismo o la intervención, sino si podrá mantener unida a su coalición en un momento en que las tensiones internas amenazan con fracturarla. Como dijo el senador Mitch McConnell a CNN el 18 de junio, «ha sido una mala semana para los aislacionistas». Pero, con figuras como Carlson, Bannon y Greene liderando la resistencia, el debate está lejos de resolverse.


Articulista. Estudiante de Ciencias Políticas. Activista y cofundador en varias organizaciones sociales y sindicales de izquierda valencianista. Primer coordinador de BEA en la UMH y ex-rider sindicado. Analizar al adversario es la única forma de no perder la perspectiva de lo que se hace y es un deber moral cuando de ello dependen las vidas de las personas más vulnerables.