¿Qué es el antifascismo?
Con el aumento de la popularidad de la extrema derecha en todo el mundo, el movimiento antifascista ha retomado parte de su fuerza y visibilidad. Un ejemplo lo tenemos en el famoso tuit de Donald Trump catalogando a los grupos afines a dicho movimiento como terroristas. Pero, ¿qué es el antifascismo?¿De dónde surge?¿Cuál es su historia?¿Qué ha conseguido a lo largo de las décadas pasadas? Y, lo más importante, ¿por qué es necesario?
En una época donde los «Trumps» y «Bolsonaros» se multiplican, con la extrema derecha presente en todas las principales instituciones de países tanto de América como de Europa y de Asia, conflictos y debates ya teóricamente superados han vuelto a la palestra. Esto, a la postre, redunda en un peligro para conquistas sociales que costaron años y años conseguir. Peligro que, en última instancia, hace tambalear los cimientos mismos de la democracia.
Por su forma histórica cambiante, arraigada en lo popular y carente de estructura, no hay una definición de manual sobre que es el antifascismo ni un concepto histórico que pueda valer para todo caso y momento. Se puede definir como el conjunto de movimientos e ideas que se oponen frontalmente a gobiernos autoritarios, generalmente vinculados a la extrema derecha (como el fascismo o el nazismo), así como a las organizaciones o personas que los apoyan.
Sus integrantes históricamente han pertenecido a corrientes ideológicas de corte socialista, comunista, anarquista y del movimiento obrero en general, generalmente situándose desde la izquierda a la extrema izquierda del espectro político. No obstante, atendiendo a su propia definición y siendo justos con todos sus antecedentes históricos, el antifascismo a agrupado a personas afines también de otras ideologías: liberales de derechas y de centro-derecha, moderadas de centro, ecologistas, pacifistas, etc. Un ejemplo lo tenemos en la presidenta de Alemania, Angela Merkel, quien a pesar de pertenecer a un partido de centro-derecha, se ha declarado abiertamente antifascista.
Este abanico relativamente amplio de ideologías se debe a que la principal razón del antifascismo es la lucha contra el fascismo, grupos e ideas afines al mismo.
Puede sonar de perogrullo, pero es importante entender que es un movimiento que, a diferencia de otras corrientes de izquierda, no intenta extender su poder ni llegar a las instituciones, sino realizar una lucha material contra los agentes fascistas. Y es en esta lucha donde tiene su origen.
El origen del antifascismo
Bandera militar de las Arditi del Popolo. Autor: F l a n k e r, 12/10/2008. Fuente: Associazione Walter Rossi, bajo licencia CC BY 3.0..
Si bien hay autores que determinan que el antifascismo puede tener algunos orígenes anteriores incluso al propio fascismo (en forma de grupos organizados que ya se oponían a los movimientos reaccionarios que fueron el germen del mismo), en general se acepta que como tal se oficializó en los años 30 del siglo pasado.
Sus primeros integrantes fueron los Arditi del Popolo, un grupo italiano fundado en 1921 que se enfrentaba al nuevo partido fascista de Mussolini. Pertenecían a las corrientes socialistas, marxistas y anarquistas, estando profundamente relacionados con el movimiento obrero.
A diferencia del resto de la izquierda italiana, esta formación aceptaba la lucha violenta contra las milicias fascistas de camisas negras que poblaban Italia. Lamentablemente, en esta empresa prácticamente actuaron en solitario.
En 1924, con la mayoría de sus líderes asesinados por fascistas o en la cárcel, se disolvieron forzosamente. Así, los Arditi del Popolo cayeron, pero otros grupos tomaron su antorcha durante las siguientes décadas de manera distribuida por toda la geografía.
Uno de los más importantes fueron “las Brigadas Internacionales”, unidades militares compuestas por decenas de miles de personas voluntarias de diferentes nacionalidades y de corrientes izquierdistas que viajaron a España para combatir contra el bando sublevado en la Guerra Civil (1936 – 1939). La II República Española, en peligro por el alzamiento de parte del ejército comandado por Francisco Franco y apoyado por grupos de derecha radical y de inspiración fascista, no recibió ayuda de la comunidad internacional debido a una política de neutralidad que la Italia de Benito Mussolini y la Alemania de Adolf Hitler no respetaron. Las Brigadas Internacionales buscaron así frenar el avance del fascismo en España en previsión de un futuro conflicto a escala mundial en Europa. Aunque no tuvieron éxito, asentaron un precedente que a día de hoy todavía se recuerda.
De algún modo, los movimientos de resistencia a la ocupación alemana e italiana durante la Segunda Guerra Mundial (1939 – 1945) también se pueden considerar antifascistas, conocidos por el nombre de partisanos. Se podría destacar la Resistencia Francesa (organizada alrededor de las Fuerzas Francesas Libres), el Frente Nacional de Liberación de Eslovenia (originalmente llamado Frente Anti-imperialista) o la Resistencia Italiana, que se opuso a la ocupación nazi del norte de Italia entre 1943 y 1945. Los partisanos italianos fueron los creadores en estos años de la popularizada canción Bella Ciao.
Glorieta de las Brigadas Inernacionales en Puerto Real, Andalucía, España. Autor: Emilio, 21/12/2016. Fuente: Flickr (CC-BY-SA 2.0.)
Aunque estos y otros grupos antifascistas se dieron así en la mayor parte de Europa, fueron perdiendo popularidad con la derrota de las potencias de El Eje en 1945 y el paso a la clandestinidad de las organizaciones ultraderechistas. Si bien quedaron algunos otros grupos de renombre moviéndose, como El Grupo 43, que se dedicó a perseguir nazis tras la guerra, o los maquis en España, grupos armados que se enfrentaron a la dictadura franquista, en general vivieron un declive progresivo a lo largo de los siguientes años.
Y así fue hasta la década de los 70. En estos años, la popularidad que los partidos socialdemócratas y las políticas económicas keynesianas habían experimentado como alternativa al comunismo (alentado desde el bloque soviético durante la Guerra Fría) y al capitalismo salvaje, cayó de manera considerable, en buena medida por una gran crisis económica propiciada por el aumento de los precios del petróleo.
Es un momento, pues, del auge brutal del neoliberalismo, del conservadurismo radical y del renacimiento de las organizaciones ultraderechistas que asentarían los precedentes de algunos de los partidos actuales de extrema derecha. Y es también una época donde se dieron sucesivos gobiernos dictatoriales de inspiración fascista en América Latina, apoyados por Estados Unidos para frenar el avance del comunismo y de la izquierda en general en el llamado Plan Cóndor.
En esta década, el antifascismo también cobró fuerza en Estados Unidos, aunque de manera diferente a Europa. La razón es obvia: este país, que además entró en la Segunda Guerra Mundial a partir de 1941, no sufrió directamente el fascismo ni la destrucción de sus territorios, por lo que las raíces del antifascismo estadounidenes reside en los movimientos antirrascistas. Hay que recordar que la segregación racial en Estados Unidos se mantuvo hasta 1964.
Estas formaciones tuvieron su apogeo a finales de los años 80, ligados a los grupos Anti-Racist Action, más adelante The Torch Network o simplemente Torch Antifa. Estos grupos estuvieron ligados a la escena musical hardcore punk que, a modo de curiosidad, tuvieron su nacimiento en Minneapolis, Minnesota, epicentro de las últimas protestas antirracistas. También guardan estrecha relación con la subcultura skinhead de Reino Unido y los colectivos anarquistas. Estos grupos sirvieron de inspiración para el antifascismo en todo el globo.
Fue en esta época en la República Federal de Alemania cuando, debido a que no se podían usar esvásticas de manera pública, surgieron grupos denominados Acción Anti-Fascista que desarrollaron una simbología propia que ha terminado usándose por movimientos antifascistas en todo el mundo hasta la actualidad.
Graffiti en algún lugar de Polonia con el lema «Punk Is Not Dead», título del Albúm de 1981 de The Exploited,
popularizado como reivindicación contracultural.
Pese a eso, los grupos antifascistas no consiguieron apoyo popular y, en muchos casos, se convirtieron en rasgos identitarios de subculturas, tribus urbanas y movimientos contraculturales. Tras su apogeo, a mediados de los años 90 comenzó su declive.
En aquel momento, el fascismo solo estaba protagonizado por pequeños grupos de extrema derecha que usaban la violencia física como principal arma. Como los antifascistas se enfrentaban físicamente a estos, los medios los señalaron como grupos de gamberros antagónicos, minusvalorando su lucha y degradándola a peleas callejeras y al abuso de drogas. Tenemos el ejemplo del Ku Kux Klan en Estados Unidos o el Frente Nacional de Reino Unido.
Así, el antifascismo siguió moviéndose en la cultura underground, hasta que el auge de la alt-right estadounidense que eclosionó en la victoria de Donald Trump en las elecciones de 2016 hiciera que el antifascismo estadounidense empezara a recuperar cierto poder de movilización, apoyado de nuevo en el movimiento antirrascista, que ha vivido un renacimiento a partir de 2013 con el Black Lives Matter.
Por su parte, América Latina también vivió un auge del antifascismo durante las décadas de los 60 y los 70, especialmente en forma de organizaciones anti-imperialistas (y, por lo tanto, con cierto carácter nacionalista), a favor de los movimientos indígenas y en resistencia a los gobiernos dictatoriales que se dieron en países como Brasil, Bolivia, Chile, Argentina o Paraguay, entre otros. Así, el antifascismo latinoamericano tiene un marcado carácter identitario y de reivindicación de los derechos y libertades civiles como parte de la lucha por la soberanía de sus territorios.
En los años 80 y 90, no obstante, los colectivos antifascistas tuvieron una clara inspiración en la subcultura punk nacida en Reino Unido, compartiendo un destino muy similar.
Por último, destacar que en varios países han existido grupos armados y organizaciones terroristas de inspiración antifascista especialmentre entre los años 60 y 90, como es el caso de ETA en España, las FARC en Colombia, los Tupamaro de Uruguay o el Congreso Nacional Africano, en Sudáfrica, entre muchas otras. Sin embargo, por su carácter violento, perdieron su sentido con la llegada de la democracia moderna y han perdido mucha popularidad.
El antifascismo en la actualidad
Manifestación antifascista frente a protestas del colectivo ultraderechista Patriot Prayer.
Autor: Old White Truck, 09/12/2017. Fuente. Flickr (CC BY-SA 2.0.)
La reaparición de la nueva extrema derecha en todo el mundo ha reactivado en cierto modo a los grupos antifascistas. No obstante, de la misma forma que la derecha radical ha sufrido un gran lavado de cara para distanciarse de su pasado más oscuro, actualmente el antifascismo también presenta diferencias con sus antecedentes históricos.
Los colectivos antifascistas siguen estando representados por personas afines a corrientes socialistas y comunistas. Sin embargo, poco a poco ha cobrado importancia la presencia de anarquistas y, en general, la oposición al capitalismo como una de sus luchas prioritarias, especialmente a consecuencia de las políticas económicas de corte neoliberal afianzadas en los años 80 y aplicadas con crudeza durante la crisis financiera global del año 2008.
Además, han añadido a sus luchas el feminismo y la defensa del colectivo LGTB, e incluso el ecologismo y el veganismo. En general, ideas que se oponen a la derecha conservadora, a posiciones reaccionarias y al establishment, conservando en cierto modo su componente contracultural. Esta diversificación de las luchas es lo que se conoce como interseccionalidad y se encuentra en el centro del debate de muchas organizaciones de izquierda. Esta diversificación también se ha reflejado en el empleo de nuevas formas de activismo. Un ejemplo lo tenemos en la Operación Libero en Suiza.
No obstante, en función de la zona geográfia el peso de unas u otras ideas es diferente. Por ejemplo, en Estados Unidos ha cobrado especial fuerza la oposición al capitalismo y el antirracismo; en Europa, el ecologismo, el feminismo y la defensa del colectivo LGTB; y, en América Latina, el feminismo y el anti-imperialismo.
Mencionar que ha cobrado en los últimos años cierta popularidad el «hacktivismo» o la lucha contra el autoritarismo a través de herramientas tecnológicas que se emplean en Internet, dando origen a nuevas formas de protesta individual y colectiva. La defensa de la privacidad, de la cultura libre y de la libertad de información se ha convertido también en bandera del antifascismo.
Los métodos de organización no han variado prácticamente. El movimiento antifascista se compone de grupos autónomos, descentralizados y flexibles. Se podría destacar que el auge de Internet y el amplio uso de las redes sociales ha pasado a ser una de las herramientas de organización más utilizadas.
Pese a todo, el principal objetivo es la lucha contra la extrema derecha, a la que ya no se le identifica únicamente con los partidos fascistas clásicos. También con toda aquella idea, entidad u acción destinada a provocar opresión, discriminación y/o abuso de poder a la totalidad de la sociedad o bien a parte de ella. Fieles a sus raíces históricas, carecen del deseo de conseguir poder.
Así, no tienen organizaciones políticas autónomas que los representen, sino que intentan enraizarse en la cultura popular, de barrio y de clase. A nivel individual pueden identificarse o incluso formar parte de una gran varidad de organizaciones políticas siempre que éstas abracen el antifascismo de forma clara.
Además, aceptan la lucha contra el fascismo desde cualquier método. Esto incluye la persecución del discurso fascista, provocando marchas y manifestaciones contra sus oradores o portavoces, hasta llegar a la violencia física si es necesario. El antifascismo no considera legítimo ni aceptable el discurso nazi y considera que debe combatirlo haya donde se presente. Es decir, no consideran que las expresiones racistas u homófobas deban estar amparadas por la libertad de expresión. Se alude así a la paradoja de la tolerancia, formulada por Karl Popper en 1945.
Pero, ¿es necesario el antifascismo?
Logo del Movimiento Antifascista, usado en muchas veces en Alemania, debido a que es ilegal mostrar una esvástica.
Se ha popularizado en todo el mundo. .
Hoy el antifascismo es más importante que nunca. Buena parte del mundo ha olvidado el terror que provocaron las dictaduras totalitarias de inspiración fascista tras muchas décadas de desaparición, especialmente acabada la Guerra Fría y tras la caída de las últimas dictaduras latinoamericanas.
Con la llegada de las nuevas tecnologías, la nueva derecha radical ha conseguido visibilizar y normalizar su discurso, ocupando puestos de representación en la mayoría de países del mundo, un fenómeno que no ocurría desde los años 30.
Gracias a esto, su discurso de odio contra las mujeres, contra homosexuales, contras las personas racializadas y contra todos aquellos que les molestan está empezando a legitimarse, a convertirse en una opción más, tan válida como el resto. Y, como ha pasado en diferentes momentos décadas atrás, en muchos casos estos discursos están siendo apoyados o blanqueados por élites económicas y políticas y por los medios de comunicación.
Por eso a la fuerza opuesta y positiva es necesaria. Hace falta la implicación de gente con valores y principios que recuerde a la sociedad que el fascismo y la ultraderecha son problemas reales, que solo ha estado latente y que hay que atreverse a dar el paso y movilizarse de manera material y efectiva contra él. Y recordar que siguen teniendo recursos y amplios apoyos desde grupos de poder.
Pero el antifascismo no puede ser la ideología de un grupúsculo minoritario de anarquistas y anticapitalistas. Toda la gente demócrata debe ser antifascista. Sino, como en los años 30, el fascismo podría volver a ganar.
Es imperativo recordar que, por muchas críticas que se le puedan hacer al sistema actual y por muchas crisis que rodeen a las democracias representatitvas, la extrema derecha deriva en el autoritarismo, la represión e incluso la muerte de los grupos a los que odia.
En definitiva, hay que ser antifascistas para evitar que el pasado vuelva a repetirse.
Fuentes, enlaces y bibliografía:
– Foto de portada: Protestas antifascistas en Dresden, Alemania. Autor: Die Linke, 10/02/2010. Fuente: Flickr (CC BY 2.0)
Jefe de Redacción de Al Descubierto. Psicólogo especializado en neuropsicología infantil, recursos humanos, educador social y activista, participando en movimientos sociales y abogando por un mundo igualitario, con justicia social y ambiental. Luchando por utopías.
Critican a la supuesta extrema derecha cuando son partidos democráticos y apoyan al anti(neo)fa q es tan extremista de verdad a ni partido podría tener … esta página es muy cínica
Muy buenas.
¿Sabes quién ha reivindicado también el antifascismo? Macron y Merkel, los presidentes de derechas de Francia y de Alemania, respectivamente.
La extrema derecha es enemiga de la Humanidad y el antifascismo es la cura. No hace falta ser de izquierdas o comunista para entenderlo. Es cuestión de sentido común y de valorar la democracia y los derechos humanos por encima de todo.
Que no se te olvide.
Un saludo y gracias por comentar.
Pues para mí creo que los movimientos antifascistas están siendo financiados por el globalismo, gente como Soros y al final están siendo utilizados para destruir el modelo actual hacia otro
Muy buenas.
Los partidos que critican tanto el globalismo son los que pertenecen a una amplia red internacional financiada desde Estados Unidos, concretamente desde la llamada Red Atlas. Fundaciones como FAES, Disenso, Instituto Juan de Mariana y gente como Agustín Laje, Juan Ramón Rallo o Herman Tertsch son algunos ejemplos.
No hay evidencia ninguna de que los movimientos antifascistas estén siendo financiados por nadie. De hecho, los movimientos antiglobalización fueron en sus orígenes movimientos de izquierdas, y sigue existiendo un componente muy crítico con la globalización en las organizaciones de izquierdas.
Los únicos que están destruyéndolo todo son las formaciones de extrema derecha, a la que le interesa criticar al globalismo para tirar por tierra todos los organismos internacionales que ponen obstáculos a sus ínfulas de poder absoluto.
Un saludo.