Libertad, mascarillas y el fin de la política
“¡El Gobierno nos quita la libertad!”, grita una serie de manifestantes aglutinados en el exterior de la casa de Pablo Iglesias, vicepresidente segundo del gobierno de España y líder de Podemos. Se escucha la misma protesta en redes sociales al tiempo que se buscan otros responsables. Algunas personas señalan a George Soros o a Bill Gates, quienes querrían imponer un Nuevo Orden Mundial. ¿Qué hay detrás de todas estas protestas en pos de la libertad, en este contexto de crisis sanitaria y económica?
Si bien siempre es necesario tener una postura crítica respecto al estado de cosas, así como de manera más preeminente hacia las autoridades (y más en cuestiones como pueden ser la justicia o la libertad), también se debe analizar esta crítica, así como a qué o quién atiende.
En cuanto a la cuestión que concierne, libertad y pandemia, resulta positivo arrojar una serie de preguntas al aire que servirán como guía para ir explicando la cuestión, si bien son sobre todo una invitación a la persona que nos lee a la reflexión.
La primera de ellas, resulta evidente. ¿Qué es la libertad? Difícilmente se podrá abordar esta cuestión si no se resuelve este interrogante. También habría que preguntarse, a continuación, si la libertad puede ser total dentro de una sociedad. De la misma manera, se deberían analizar cuáles son las condiciones que permiten el ejercicio de la libertad.
Primeramente, respecto a qué es, se pueden dar múltiples respuestas, tantas como corrientes de pensamiento. No obstante, parece acertado hacer un repaso por algunas de las concepciones históricas de la libertad para tener una mayor y mejor comprensión de este término.
¿Qué es la libertad?
Tradicionalmente, desde la ciencia política, se han ofrecido dos visiones de la libertad: la concepción positiva de la libertad o de los antiguos y la concepción negativa de la libertad o de los modernos.
Acogiéndonos a las definiciones empleadas por el filósofo y escritor Benjamin Constant, la primera de ellas entiende que una persona es libre en tanto que puede participar de la cosa pública en condiciones justas, que le permitan incidir en la sociedad y formar parte de la toma de decisiones, si bien este acepta también que otras personas tendrán la misma posibilidad y que la realidad se construirá entra las aportaciones de toda una comunidad. De esta manera, la esfera pública toma parte en casi todos los ámbitos del día a día, estando muy reducida la individualidad.
Cabe destacar, tratando de situarlo en su contexto histórico, que esta concepción se relaciona con la Antigua Grecia, puesto que aquellos que eran esclavos, personas no libres, no podía formar parte de la cosa pública de la ciudad, en tanto que no tienen la consideración de ciudadanas. Así pues, el concepto de ciudadanía estaba profundamente ligado a la participación en la sociedad, por lo que la liberación, esto es, el paso de ser esclava a ciudadana, lo estaba de la misma manera.
Por otra parte, en cuanto a la otra concepción de libertad, la de los modernos, tal y como señaló Constant en su célebre conferencia en París, incide en todo lo contrario. Esta visión liberal considera que la libertad se da en el ámbito privado y que esta se puede ejercer cuando existe una independencia individual proporcionada por un Estado de Derecho, el cual debe preservar una zona de libertad individual ante el peso de la esfera pública.
De esta manera, según esta visión, la libertad estaría relacionada con la privacidad, puesto que se da en este ámbito. Por tanto, la libertad aumentará en tanto que aumente la esfera privada donde se ejerce y se reduzca la pública que la constriñe.
Ambas concepciones siguen vigentes a día de hoy y la sociedad actual se construye sobre ambas visiones de este mismo fenómeno.
Uno de los más grandes opositores de Constant, el flósofo Jean Jacques Rousseau, quién había estudiado en profundidad a los clásicos, recoge y acepta la concepción moderna de libertad que conoció en su tiempo, si bien la matizó, incorporándole a ésta el factor social que había ido desapareciendo. Así pues, en su prestigiosa obra El Contrato Social (1762) afirma que “el ser nace libre, pero en todos lados está encadenado.”
Esta oración camina hacia una visión que trata de aunar ambas concepciones, consciente de la necesidad de recoger lo útil de ambas tradiciones y suplir las carencias que tanto una como otra presentan.
Así pues, a día de hoy, se podría afirmar que: la libertad se puede ejercer cuando las personas participan suficientemente de la cosa pública, esto es, de la política, como para poder sentir que las normas que debe acatar son normas realizadas por ellas mismas. A su vez, estas normas que se proporcionen deben dejar un espacio a la acción individual, puesto que el ser es la sinergia de su individualidad y su colectividad.
Con esta definición, cuya pretensión es la de ser funcional, se va a analizar la cuestión de la libertad en plena pandemia.
Libertad y pandemia
Actualmente, cuando se habla de que se está coartando la libertad, se responsabiliza principalmente al Gobierno o a una élite mundial. Esto está pasando en varios países, como Alemania, Italia o España, por mencionar solo algunos.
Respecto al primero, se considera que su pretensión es mantenerse en el poder y para ello emplea todas las fórmulas posibles con el fin de tener a la gente temerosa y sumisa, siendo alguna de ellas el bulo y el autoritarismo. Es decir, que la crisis sanitaria de Covid19 es una excusa para imponer la autoridad del estado.
Por otra parte, esta élite mundial, formada por las estructuras supranacionales y sus líderes, actuaría de manera similar, en tanto que también se basaría en la creación del miedo a través de bulos, que al calar en la población contribuirían a poder realizar políticas de corte autoritario o bien imponer una determinada agenda política, las cuales propician un mayor control de la ciudadanía de cara a la posibilidad de imponer el “nuevo orden mundial”.
También existen, evidentemente, teorías que aúnan las dos explicadas, siendo los Gobiernos los títeres de esta élite que permanecería en la sobra.
Como se puede apreciar, en ambos casos, existen multitud de similitudes. Así pues, las personas que sostienen estas versiones, tienen el temor de imposiciones que limiten su libertad, así como un total sentimiento de desconexión respecto a las normas o leyes que se adoptan y le influyen. Es decir, no las entienden como propias y comunes sino como una imposición de un grupo determinado con unos intereses concretos que pretende manipular su conducta en pos de su propio beneficio.
Así pues, el factor fundamental y común de todas estas personas es el siguiente: se entiende que las leyes y las decisiones políticas son imposiciones de un grupo minoritario a una mayoría y no un consenso social. Ojo con esto, no se pretende negar la distribución desigual de poder y los intereses privados que en él se esconden. Se trata de señalar a estos responsables e indicar la necesidad de la participación popular en la cosa pública para poder tener una sociedad sana que confíe en las normas de las que se dota.
Resulta evidente que la desafección o desconexión política, entendida en su sentido más amplio, esto es, entendiéndola como desconexión no solo ante los partidos y la política institucional sino ante toda cosa pública, provoca un creciente grado de incertidumbre en las personas, que se notan desposeídas del control de su vida y, en consecuencia, tratan de recuperar el control (más bien la sensación) de la misma a partir de la negación del cumplimiento de ciertas normas o decisiones que considerar que forman parte o contribuyen a esta dominación.
Dicho de otra manera, cuando las personas no participan activamente de la esfera pública y de la construcción de su propia realidad, entienden las leyes y las decisiones como ajenas, por lo que mostrarán más comúnmente su rechazo, no tanto porque de manera racional vayan a pensar que es lo mejor para ellas y ellos mismos sino porque considerarán (en un extraño ejercicio de una especie de desobediencia civil) que de esa manera podrán recuperar la libertad de la que habían sido privados debido a las leyes o las decisiones tomadas.
Por supuesto, esto es aprovechado por grupos políticos de carácter derechista y ultraderechista como Vox para avivar estas creencias y aprovecharlas en su beneficio. No en vano, precisamente estas creencias favorecen su propia agenda política y reafirman su campaña de descrédito al gobierno, al que tachan de ilegítimo, de impositivo y de autoritario, al tiempo que se toman la libertad de pedir la intervención del ejército.
Y es que la ultraderecha es experta en aprovechar el descontento popular, las crisis y las contradicciones del sistema para medrar en los parlamentos y en los pensamientos y conseguir el apoyo popular suficiente para conquistar el poder.
Irónicamente, de hecho, el nuevo discurso de extrema derecha (también conocido como Derecha Alternativa o alt-right) se basa precisamente en una especie de discurso antisistema, de forma que ese sentimiento de rebeldía y desconexión hacia los gobiernos y desafección por “la élite” acaba favoreciendo precisamente a las élites.
Siempre, eso sí, con el apoyo de determinadas personalidades y medios de comunicación, a menudo representantes de los mismos intereses ocultos.
Conclusiones
En definitiva,, se podría afirmar que cuando se agota la política empiezan los monstruos. Si se tiene la pretensión de poder revertir esta creciente tendencia de escepticismo y negacionismo, (no solo en cuestiones derivadas de la pandemia sino en todos los ámbitos como puede ser el de la política medioambiental) es necesario abogar por una mayor participación de la sociedad.
Se le debe otorgar un mayor peso político a la ciudadanía. Para esto, se deben habilitar cauces democráticos y transparentes, especialmente en las estructuras supranacionales, puesto que son las que gozan de un mayor desconocimiento de cara a la población y en consecuencia son las que causan más rechazo. No obstante, se debe seguir incidiendo en la democratización y descentralización de las estructuras del Estado, con la finalidad de acercar lo máximo posible las tomas de decisiones al pueblo.
A su vez, se tendrá que seguir avanzando hacia una democracia que no sea solo representativa sino que apueste, dentro de lo posible, por la introducción de elementos propios de las democracias directas o deliberativas.
Así pues, una de las principales vías para poder contrarrestar el miedo al autoritarismo y las teorías conspirativas que de él subyacen es la de la participación y el aumento de la calidad democrática. Un pueblo que participa de las decisiones que le atañen es un pueblo activo y seguro, que mira sin miedo al futuro, consciente de que éste está en sus manos.
Por otro lado, es necesario también contrarrestar con mayor transparencia e información los bulos y los fake news de los que se sirve la extrema derecha para alentar este tipo de descontento. La labor de pedagogía, coherencia y constancia es fundamental. Y quizá esta sea la tarea más difícil.
Por el contrario, aquellos pueblos que permanezcan ajenos a la cosa pública, por la incertidumbre y temor que esto provoca, empezarán a ver fantasmas y monstruos entre sus conciudadanos, en su propia sociedad. Cuídense estos pueblos de que el monstruo que han imaginado no se haga de carne y hueso y termine por devorarlos.
Articulista. Activista por el derecho a la vivienda y los servicios públicos. Convencido de que la lucha contra la ultraderecha es condición de posibilidad para una democracia plena.
Muy de acuerdo con esta opinión