EEUU y Canadá

Alt-right y la contracultura: de ‘Joker’ a ‘Matrix’

¿Qué pueden tener en común la figura del icono popular Bane con la llegada del republicano Donald Trump a la Casa Blanca? ¿Y qué relación puede existir entre la creciente ola antifeminista y la figura de Tyler Durdeen, personaje que Brad Pitt interpretó en el film El Club de la Lucha? A priori parecen preguntas sin mucho sentido, pero en su seno guardan una estrecha vinculación: tiene como nexo conductor al movimiento de la nueva derecha alternativa o alt-right.

En este artículo, vamos a tratar de adentrarnos en este hito posmoderno, analizando el porqué de su existencia, sus motivaciones, su estrategia comunicativa, su relación con la llamada cultura pop y otros factores que la convierten en todo un movimiento contracultural en occidente.

¿Qué es la derecha alternativa o alt-right?

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Richard B. Spencer (izquierda) en una conferencia en 2016. Autor: Vas Panagiotopoulos, 19/11/2016. Fuente: Filckr. (CC BY 2.0.). Steve Bannon (derecha) en 2018. Autor: Mike Licht. Fuente: Flickr. (CC BY 2.0.).

Definir a la alt-right es una tarea complicada, puesto que no es un movimiento político clásico: no tiene ni afiliación política ni programa electoral, sus antecedentes son difusos e incluso existen divisiones dentro del propio movimiento. A la definición, orígenes e ideas de la alt-right o nueva extrema derecha se le han dedicado multitud de artículos y publicaciones, por lo que se ofrecer una explicación muy breve y superficial que sirva de contextualización.

La expresión fue acuñada por primera vez en 2008 por el politólogo Paul Gottfried, conocido columnista y escritor estadounidense. El concepto tiene en realidad unas raíces ideológicas más profundas que se remontan a la Nueva Derecha planteada en los años 80 por Alain de Benoist, pero viene a significar básicamente lo que su propio nombre indica: una derecha alternativa a la tradicional.

En un contexto marcado por el comienzo de la crisis económica de 2008 y por la llegada de Barack Obama (Partido Demócrata) a la presidencia de Estados Unidos, parte de la derecha de ese país veía la necesidad de crear una nueva derecha diferente a lo que era el representante clásico de la derecha estadounidense: el Partido Republicano.

Un amplio sector consideraba que el partido se había rendido ante la ola progresista que campaba por el mundo; además de que se oponían a muchos postulados que el movimiento neoconservador si aceptaba: como las leyes igualitarias y la multiculturalidad, la inmigración o el libre mercado salvaje. De la misma manera, necesitaban crear un movimiento político que se separara de otras expresiones más radicales de derecha como el fascismo o el neonazismo. Y los intentos de crear una alternativa derechista desde el Tea Party, de corte más libertario, no resultaron satisfactorios.

El movimiento político surgió a partir de 2008, siendo el término popularizado por el supremacista Richard B. Spencer, como sinónimo de etnonacionalismo blanco y vinculado a nuevas concepciones racistas. Spencer conforma una de las dos facciones del “núcleo intelectual” del movimiento, siendo Steve Bannon (exasesor de Donald Trump) y antiguo director del portal Breitbart News, el otro gran representante.

Así, la corriente más radical (y también la más clásica), tiene a Spencer como máximo exponente y el sitio Radix Journal como arma ideológica; y la vertiente más “mainstream”, con el youtuber Milo Yiannopoulos a la cabeza, además del propio Bannon. Además de los intelectuales del movimiento, el cuerpo político lo conforman los “conservadores naturales” (personas que defienden unas identidades concretas las cuáles sienten que están siendo amenazadas por el progresismo) y el universo juvenil online.

El nacimiento de la comunidad local en red

Logos de los foros de Reddit y 4chan, cuna de la alt-right. Autor y fuente: Reddit y 4chan.

Angela Nagle, escritora estadounidense que ha estudiado muy bien el fenómeno de la alt-right, dijo lo siguiente: “Se equivocan todos los que dictaminan que la nueva sensibilidad de la derecha on-line no es nada más que la vieja derecha y que no merece ninguna atención o diferenciación. Aunque en mutación constante, (…) este fenómeno tiene mucho más que ver con el eslogan de 1968 ´prohibido prohibir´ que con cualquier cosa reconocible en la derecha tradicionalista”

Esta autora escribió eso en su obra Muerte a los Normies de 2018. En ella explicaba como las guerras culturales en las redes sociales e internet habían aupado a Donald Trump en su llegada a la Casa Blanca en 2016.

¿Pero cómo pudieron las redes sociales ser tan determinantes en la carrera presidencial de ese año y por qué ese hecho guarda relación con el eslogan de “prohibido prohibir”?

Con la llegada del primer presidente afroamericano a la presidencia de los EEUU un nuevo periodo social surgió en el país: las cuestiones sociales y de identidades políticas se situaron en el centro de todo debate público; y, como era de esperar, también en Internet.

Los eslóganes de “Hope” o “Yes, we can” de la campaña de Barack Obama ayudaron al nacimiento de una era en la que la tolerancia y “lo políticamente correcto” se convirtieran en lo hegemónico. Los medios de comunicación se centraron en temáticas sociales como el feminismo, la cuestión de las identidades sexuales o en el racismo estructural. Del mismo modo, una crisis económica azotaba el mundo, destruyendo el modo de vida de millones de personas de la erróneamente llamada clase media y llevando a la pobreza a muchísimas otras.

En el fondo de las redes sociales, en portales como 4chan, 8chan o Reddit. se estaba gestando una nueva generación de jóvenes criados en mundo posmoderno y global, y en un ambiente de corrección política que para ellos en ocasiones rozaba casi la censura. En estas redes, ciertos grupos comenzaron a popularizar identificarse con identidades incuestionables y conformadas por constructos sociales radicales como podrían ser los “otherskin”, grupo de personas que dicen poseer una identidad espiritual o genética que los convierte en “no humanos”.

Desde las luchas y movimientos sociales, apoyados y aupados por organizaciones progresistas e izquierdistas en general, vivieron una gran diversificación de ideas precisamente debido al auge y reivindicación de nuevos ejes de opresión social diferente al clásico clase obrera/burguesía o clase baja/clase alta: personas blancas/personas negras, heterosexualidad/homosexualidad, cisgénero/transgénero… en lo que se ha llamado a veces “izquierda posmoderna”.

Paralelamente, el debate social y en las redes sociales se convirtió en parte en un enfrentamiento sobre el papel en la sociedad de estos ejes de opresión y de la legitimidad o no de según qué grupos o según qué personas podían participar de ellos. Enfrentamiento probablemente necesario, pero que en parte devino en toxicidad y malas formas. Un ejemplo se puede ver en el choque entre diferentes corrientes del feminismo.

Al tiempo, con el auge de estos movimientos también saltaron a la palestra nuevas sensibilidades que, a veces mal gestionadas, pusieron en entredicho el paradigma establecido para una gran mayoría de personas, por ejemplo, cuestionando los límites del humor (es decir, hasta qué punto es ético o no hacer según qué chistes), replanteando las formas utilizadas en el lenguaje (como por ejemplo la adopción del lenguaje inclusivo) o señalando las creaciones artísticas (como películas o libros)por su sexismo o su falta de diversidad.

Estas nuevas líneas rojas provocaron que un sector importante de la población se sintiera perdida, censurada, perseguida o señalada, al mismo tiempo que las condiciones de vida de gran parte de la población iban empeorando. Esta cadena de coincidencias provocó que un sector de la población, en principio apolítico o no politizado, se fuera radicalizando como consecuencia de lo que comenzaban a considerar como la “tiranía de lo políticamente correcto”.

Así, se convertían en caldo de cultivo para las ideas del Radix Journal y el Breitbart News y de una nueva estrategia para que la extrema derecha calase entre la población.

El momento cumbre: El Gamergate.

Anita Sarkessian, crítica cultural feminista y una de las afectadas por el “Gamergate”. Autora: Susanne Nilsoon, 21/08/2013. Fuente: Flickr (CC BY-SA 2.0.)

El año 2014 marcó el punto de inflexión para el desarrollo de esta cultura de alt-right en Internet. Pero, además, no solo para Internet: muchos académicos consideran al Gamergate como un punto de inflexión en la metapolítica estadounidense. Y, como consecuencia, para la metapolítica mundial.

Todo comenzó cuando el ex novio de una desarrolladora de videojuegos, Zoe Quinn, publicó una serie de posts en redes sociales acusando a su ex-pareja de haber mantenido relaciones sexuales con miembros de la prensa especializada del mundo de los videojuegos con el objetivo de conseguir mejores críticas para su trabajo.

Esto llevó a una investigación interna dentro de los medios acusados en la cual no se encontró evidencia alguna que corroborara esas acusaciones. Pero era demasiado tarde, puesto que la polémica había comenzado y ya era imparable.

La incorporación de las mujeres en el mundo de los videojuegos (un ámbito ampliamente masculinizado) trajo consigo una revisión del modelo tradicional del sector en la línea expresada anteriormente, algo que no sentó muy bien a parte de la comunidad gamer, la cual sentía que la oleada feminista (que ya sentían que “había atacado” todos los ámbitos de su vida) pretendía “destrozar” ahora su último bastión: el mundo de los videojuegos. Tampoco ayudaron críticas de parte de articulistas de opinión como Anita Sarkeesian, críticas centradas en señalar una cuestión evidente: el amplio machismo existente tanto en los videojuegos como en la propia comunidad, pero que no sentaron nada bien en general.

Como respuesta, desde portales como 4chan se llevaran a cabo ataques organizados contra muchas de esas nuevas críticas feministas o personas afines a esa línea “reformista” en el mundo de los videojuegos. Hackeo de cuentas, acoso, insultos o incluso amenazas directas de “posibles tiroteos” en las charlas que críticas culturales feministas ofrecieran, forzaron a que Zoe Quinn y su familia tuvieran incluso que mudarse.

Este hecho abrió un debate enorme dentro del sector, pero políticamente hablando significó algo aún mayor: la primera gran batalla de la alt-right contra la supuesta cultura hegemónica progresista. O, al menos, una de las primeras de relevancia.

Se creó una “cadena de equivalencias”, siguiendo el lenguaje de Ernesto Lacrau, entre una subcultura de Internet que llevaba años gestándose y que unió a los ya clásicos usuarios de 4chan, 8chan o Reddit, con muchos otros usuarios de otras plataformas como Twitter o Youtube. ¿Qué consecuencias reales tuvo esto?

“La controversia de los juegos politizó a un amplio grupo de gente joven, la mayor parte varones heterosexuales, que pasaron a organizar tácticas en torno a cómo devolver el golpe en la guerra cultural desencadenada por la izquierda”, señala Angela Nagle.

La batalla contracultural había comenzado. El objetivo era claro: todo lo relacionado con el progresismo (feminismo, multiculturalismo, corrección política…) o con los movimientos sociales enfocados en estas nuevas reivindicaciones.

La joven derecha posmoderna

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Montaje realizado con diferentes fotogramas de vídeos de YouTube de youtubers que difunden mensajes de ultraderecha. Autor: Desconocido. Fuente: Poderpopular.info

Este movimiento tiene un marcado carácter juvenil. Su gran presencia en las redes sociales y su oposición a la sociedad actual le ofrece una enorme energía revolucionaria. Critican todos o casi todos los aspectos de ella, corrompida según ellos por el progresismo (siguiendo paradójicamente la misma línea ultraconservadora de la extrema derecha clásica). Es un movimiento grande y sin gran cuerpo teórico. No tienen propuestas consensuadas y se definen más por lo que rechazan que por lo que quieren, por la llamada “antipolítica”, una suerte de rebeldía enfocada a unas supuestas élites políticas que conspiran en la sombra para introducir su “agenda progre” allá donde se pueda y así corromper al individuo mediante la privación de su naturaleza y de su libertad.

A pesar de que no ofrecen un proyecto futuro de sociedad, como por ejemplo si podría ofrecer en su momento el proyecto marxista, sí reciben una gran recompensa personal: la sensación de ser parte de un proyecto identitario propio. Ante esa supuesta censura y las críticas de los sectores progresistas (esa “dictadura progre”), este movimiento les proporciona apoyo y autoafirmación en la defensa de su identidad “normativa”. Ofrecen apoyo a los “redneck”, “whitetrash”, o “hilibillies”: el prototipo de estadounidense medio, pobre y humilde, tradicionalmente caricaturizado de forma clasista en los medios de forma estereotipada y que, por no ser objeto principal de las nuevas reivindicaciones de la izquierda posmoderna tras décadas de tener un sitio privilegiados entre ellas, no se sienten atendidos por ésta.

Milo Yiannapoulos, youtuber y uno de los principales líderes del movimiento de la alt-right, relacionó a los movimientos universitarios y sociales del mayo del 68 con el actual movimiento de la derecha alternativa. ¿Podría estar acertado?. Es un hecho, que a pesar del marco contextual que la izquierda quiere establecer, socialmente (a pesar de que los poderes económicos y ejecutivos siguen en mano de la derecha) todas o casi todas las batallas culturales y sociales posteriores a la Segunda Guerra Mundial han sido ganadas por el pensamiento progresista, hasta el punto en el que, poco a poco, los partidos conservadores han ido aceptando parte de esta agenda social. Algo, por otro lado, lógico con el paso de las décadas.

También es cierto que, si bien las reivindicaciones actuales son más que legítimas, los grandes poderes económicos tratan de hacer suyas ahora estas demandas para conseguir beneficios económicos o bien son utilizadas por gobiernos o partidos de manera cosmética para lavar su imagen (por ejemplo, el llamado pinkwashing). En este sentido, son movimientos como la alt-right (paradójicamente basados en concepciones misóginas, racistas y homófobas) los que están luchando contra un tipo de status quo, aunque sea de manera superficial y el verdadero establishment político y económico siga siendo capitalista.

Además su concepción de la lucha encaja en el posmodernismo porque juega alrededor del marco creado por los movimientos progresistas y de izquierda y lo convierte a su favor, utilizando para ello los marcos ideológicos considerados por la sociedad como válidos. Un ejemplo de marco asumido socialmente es como las identidades y las verdades son definidas a partir del propio sujeto desde la perspectiva que le da su rol social en los ejes de opresión estructurales de la sociedad. A través de él, la alt-right aplica la estrategia de la posverdad y la disonancia ideológica. ¿Cómo hacen eso?

El ejemplo más claro lo ofrece el propio Milos Yiannapoulos, persona de ascendencia griega y orientación homosexual, el cual realizó una gira por las universidades de Estados Unidos dando charlas sobre el etnonacionalismo blanco y contra el movimiento LGTBI. “The Dangerous Faggot tour” lo llamó. Otro ejemplo más cercano sería el de Vox, teniendo entre sus diputados a una persona de ascendencia africana.

Siguiendo el marco hegemónico actual: las personas negras tienen preferencia y deberían ser más escuchadas a la hora de hablar de racismo con respecto a las personas blancas, que es la opresión que sufren socialmente. Entonces, ¿cómo va alguien a llamar racista a Vox (a pesar de sus argumentos claramente etnonacionalistas) si tiene en su partido a una persona negra que niega el propio racismo?

A través de estos juegos contextuales (y trampas un tanto evidentes) es como el movimiento consigue provocar a los sectores progresistas, haciendo que caigan en incoherencias ideológicas, aunque estas sean relativamente fáciles de desmontar. Por poner un ejemplo, la gira de Milos por las universidades estadounidenses acabó en la mayoría de las ocasiones en intentos de boicot por parte del movimiento estudiantil, movimiento considerado popularmente como liberal, anticensura y pro-libertad de expresión. Si bien una protesta o un boicot es una legítima defensa a lo que se puede considerar un ataque racista u homófobo, es aprovechado por la alt-right para venderlo como censura o incluso «dictadura».

Por supuesto este juego no siempre es funcional dada las grandes incoherencias que tienen que sostener los miembros de los colectivos oprimidos que se ofrecen a representar discursos ultraderechistas. Primero porque si una única persona de un grupo social va en contra del consenso sostenido por decenas de miles de personas de su grupo social, puede valer para atraer a personas radicalizadas, pero es poco práctico para atraer a personas neutrales o de otras corrientes políticas.

En segundo lugar está la duración de los personajes y sus propias incoherencias internas. En el caso de Milo Yiannapoulos el personaje cayó en desgracia por no tener límite en sus aseveraciones incluso en el contexto de la derecha radical. De hecho, toda la corriente ideológica de la alt-right más afín a Spencer le criticó muy duramente por una cuestión sencilla: una persona gay y judía no podía representar a la ultraderecha. El primer punto de inflexión de su rechazo en el ámbito conservador fue cuando hablo con cierta ironía de cómo había sido violado por un sacerdote cuando era menor.

Posteriormente los intentos de convertirlo en un LGTBI que defendía a la derecha radical sirviendo de chivo expiatorio a la homofobia no acabaron de funcionar. En una de sus grandes intervenciones ante el Partido Republicano, reconoció que odiaba su vida, a sí mismo y que jamás tendría un hijo por el miedo a que fuera gay y tuviera que vivir lo que vivió. Todo un alegato que demuestra la endofobia de Milo (es decir, el odio a sí mismo) y que tiene una lectura incluso que legitima más la lucha contra la homofobia.

Además, Milo mostró su apoyo a grupos abiertamente antisemitas y neonazis, cuestión alejada del lavado de cara discursivo que trata de presentar la nueva derecha radical. Y, para acabar, unas declaraciones racistas fueron la gota que colmó el vaso y que ocasionaron el cierre en cadena de distintas plataformas digitales.

En el caso de Bertrand Ndgongo, el personaje ha tenido mucho menos recorrido y ha sido en parte ocultado por sus estridencias. Incluso también se ha marcado que el hecho de que es “el negro de Vox” demuestra que en el partido hay un absoluta falta de diversidad racial, papel que se le ha achacado también a Milo, al ser el único personaje gay abiertamente conservador de la derecha radical estadounidense. Al final, tanto uno como otro han terminado convirtiéndose en una versión a lo grande de la típica excusa «yo no soy racista porque tengo un amigo negro».

Pero las incoherencias son algo habitual para la alt-right, como seve en el caso de Trump, solo que, a diferencia de la izquierda, parecen pasarle menor factura, muy probablemente debido a su alcance mediático y a las circunstancias ya expuestas.

Por ejemplo, en el caso nombrado antes, la identidad de “white angry man” o más usada en castellano “hombre blanco heterosexual”. Esta denominación ha erizado sensibilidades en la alt-right y en parte de la población, al ser percibida como un insulto a su identidad. Pero “hombre blanco heterosexual” demuestra que ni siquiera hay una palabra que sirva para atacarles en conjunto. Es decir, no existe siquiera un insulto. En cambio existen más de una decena de palabras para atacar al género femenino o decenas de ellas en el caso de las personas LGTBI.

Pues bien, según la alt-right, la mayoría de estos insultos son solo palabras sin más implicaciones y no hay que molestarse por usarlas, mientras que el conjunto de palabras “hombre blanco heterosexual” que ni siquiera forma un insulto propio, constituyen una designación terrible. La contradicción se muestra sola, una vez más.

Pero, como decía uno de los autores marxistas más antiguos y a la vez contemporáneos, Antonio Gramsci:todo es política y, en política, todo es cultura”. Es decir, la alienación de las conciencias es mucho más importante que las promesas que haga un partido o los programas que lleve un gobierno. Y eso bien lo saben los principales ideólogos de la alt-right.

Y es que ellos saben que no importa si Obama bombardea Siria o está durante los 8 años de su mandato en guerra constante, puesto que lo que le importa a la gente es que defiende al colectivo LGTBI y ataca al racismo. Del mismo modo no importa si Santiago Abascal, líder de Vox, es neoliberal (cosa que cada vez está más en duda por el constante giro de Vox a posturas más obreristas que se parecen sospechosamente a las sostenidas por los viejos fascismos) y con sus recetas económicas acaba destrozado la calidad de vida de las familias españolas, puesto que lo importante es que dice defender a la familia tradicional.

Por esta misma razón el movimiento se alineó en favor de Donald Trump. No porque esté de acuerdo con muchas de sus medidas sociales o económicas, sino porque representaba el ascenso de un político «políticamente incorrecto» y que desafiaba al estatus quo progresista. Representaba una opción real contra la cultura progresista. Y el hecho de que fuera criticado también por los sectores conservadores tradicionales no hizo sino darle más alas.

Pero, cCómo realiza la función de contracultura el movimiento?

La guerrilla cultural: los memes y el trolleo

Imagen de Pepe the Frog

En 2005, el dibujante Matt Furie creó sin saberlo, una ilustración que sería decisiva para el futuro: creó la imagen de “Pepe The Frog”. Esta rana se convertiría en un icono de los blogs juveniles online con el paso de los años. En especial se convirtió en una imagen característica entre los usuarios de 4chan.

La rana era utilizada como sátira para diferentes contextos, como demostraciones de ira, frustración o nihilismo, creciendo en popularidad con el paso de los años hasta ser usada por celebridades como Katy Perry o Nickie Minaj. En 2015 fue catalogado como uno de los memes más usados del mundo, pero su salto a la fama total pasó en 2016. Ese mismo año, la Liga Antidifamación lo situó dentro de su lista de símbolos de odio junto a la esvástica nazi o a la cruz ardiendo del Ku Klux Klan. ¿Cómo pudo convertirse en un símbolo de odio de forma tan repentina?

La carrera presidencial del año 2016 enfrentaba a Donald Trump, icono políticamente incorrecto y “outsider” del sistema (pese a ser un multimillonario de alta cuna, otra contradicción), contra Hilary Clinton, una de las personas que mejor representaban el statu quo estadounidense y que además basó su campaña en una apropiación de todas las temáticas relacionadas con el progresismo cayendo en el error de que la mayoría de esos grupos sociales se sentía poco identificados con la privilegiada ex-primera dama por más que intentara sumar sus luchas. Como se ha señalado antes, el progresismo tolera peor las incoherencias.

Los usuarios de 4chan y demás redes sociales, que ya habían comenzado la batalla cultural años atrás con el escándalo del Gamergate, llenaron las redes sociales de imágenes satíricas de “La Rana Pepe”: la convirtieron en la mascota de Donald Trump. Eso llevó a que la propia Clinton afirmara que los seguidores de Trump y las personas que usaban ese meme, eran personas “deplorables”. Acaba de convertir la imagen en un símbolo.

A partir de ese momento, los jóvenes internautas comenzaron a llenar las redes sociales de imágenes de la rana caricaturizada con símbolos odio: vistiendo con simbología del KKK, nazi o de supremacismo blanco… La técnica del trolleo. Mientras más se intentaba censurar a Pepe, más crecía su popularidad y su poder como símbolo contra la “moral progresista”.

Este nuevo marco fue el responsable de que la campaña de Hilary Clinton fuera un absoluto fracaso en redes sociales, dándole visibilidad y hegemonía a los debates que el multimillonario presentaba en su ascenso a la presidencia estadounidense.

Y es que en eso se basa la guerrilla cultural de la alt-right en internet: en el uso de memes como arma política y en el trolleo como estrategia de lucha.

Es, de nuevo, una táctica posmoderna y muy alejada de otras formas de lucha social usada por antiguos movimientos de extrema derecha. Utilizan las tácticas situacionistas del “desvío cultural” y del “atasco cultural”: usar los símbolos y las representaciones populares, relacionados con la cultura hegemónica, modificando su significado inicial y produciendo un efecto crítico con el sistema. Exactamente la misma táctica usada por la izquierda contracultural en los años 50 y 60 y por el movimiento “punk” posteriormente.

El poder del meme es enorme, porque produce, como dice Angela Nagle: “…deseo irreverente de blasfemar, de romper las reglas y decir todo lo indecible. ¿Por qué? Porque es divertido”. El meme otorga capacidad de trasgresión sin consecuencias, porque los límites entre su uso como arma política o como simple “broma” son altamente difusos. Las personas normalmente se escudan en que es simple humor, pero no son conscientes de su verdadero poder, pues indirectamente están contribuyendo a configurar un nuevo marco contextual.

Tanto es así que, por ejemplo, un simple trolleo colectivo surgido en 4chan hace unos años, cuyo objetivo era llenar las redes sociales con el símbolo de “OK” como sinónimo de “White Power”, desembocó en que colectivos de extrema derecha se apropiaran de él. Así, Brenton Tarrant, tras asesinar a 50 personas en una mezquita de Nueva Zelanda, acabó realizando el gesto a la cámara.

El uso de los iconos populares

Joker, interpretado por Joaquín Phoenix; uno de los iconos de la altright. Fuente: Me Pixels

Como decía el filósofo y situacionista francés Guy Debord, vivimos en una sociedad de espectáculo, en la cual nos relacionamos no a través de las experiencias vividas, sino a través de imágenes. Estas se construyen en los medios de comunicación y en los medios culturales. Por eso, la lucha contracultural de la alt-right se basa en apropiarse y trasgredir las grandes representaciones e iconos de la cultura popular, alterando su significado inicial o realzando los aspectos más negativos de éstas.

Es por eso que personajes como Tyler Durdeen (El Club de la Lucha), representación de la masculinidad tóxica y crítico del sistema neoliberal, es aceptado por las hordas juveniles de la alt-right como ejemplo de todo lo que debería ser un hombre. A través de su uso, crean una alarma social antifeminista con el argumento del declive de la masculinidad occidental que, como dice la periodista Susan Faludi, solo responde al miedo de perder su identidad como hombres, a la posibilidad de perder los privilegios que conforman esa identidad.

Es por eso también que usan otras representaciones populares como la “píldora roja” de Matrix. Esta píldora permite en la película ver el mundo tal y como es, sin engaños, lo que en su momento fue una alegoría del miro de La Caverna de Platón y una crítica a la sociedad. Así, la alt-right cambia su significado, convirtiéndola en un antídoto ante el progresismo, la cual permite a los jóvenes escapar de las “mentiras progres”. Lo que no tiene el menor sentido para cualquiera que haya visto la película.

De esta manera, se entiende mejor que, en su discurso de investidura, Donald Trump parafraseara muchas frases del villano populista Bane de la película El Caballero Oscuro: La Leyenda Renace. El personaje interpretado por Tom Hardy es el arquetipo de político populista del futuro, el cual es capaz de “romper” literalmente a la mayor representación del sistema, Batman, y devolver el poder a la ciudadanía de Gotham.

Trump dijo en su discurso: “Hoy no solo estamos transfiriendo el poder de una administración a otra o de un partido a otro. Estamos transfiriendo poder de Washington D.C. y te lo devolvemos a ti… el pueblo”. Cita bastante similar a la que en la película dice el villano: “Tomamos Gotham de los corruptos. Los ricos… y te lo devolvemos a ti… el pueblo”.

La figura de Bane ha sido recurrente en los foros juveniles de la alt-right, teniendo hasta sus propias secciones: las llamadas “Baneposting”. Y es que la mitificación de su figura por la extrema derecha llevó incluso a que durante protestas del movimiento #BlackLivesMatter en 2014, un grupo de ultraderechistas fueran a enfrentarse con los manifestantes mientras gritaban: “The fire rises!”, frase utilizada por el villano para justificar la violencia.

Pero el villano de DC no es el único glorificado por la alt-right. Existe otro icono popular con aún más importancia. Ese es el payaso criminal, Joker, también archienemigo del superhéroe Batman.

Y es que hay que entender qué representa la figura del Joker, puesto que su significado es extremadamente relevante. El personaje ha tenido múltiples interpretaciones en el cine popular, pero destacan sobre todas las que representaron el actor Heath Ledger en 2008 en El Caballero Oscuro y Joaquín Phoenix en Joker en 2019.

La primera representa el espíritu más violento del personaje, un monstruo nihilista que solo quiere mostrar la hipocresía de una sociedad que según él estaba construida sobre mentiras. El personaje representa perfectamente la filosofía nietzscheana: está en contra de los ídolos y de la razón moderna. No es casualidad que su figura haya sido un pilar central del contenido “memico” de la alt-right. Concuerda perfectamente con lo que siente gran parte de esa generación juvenil en el mundo actual. De ahí su poder simbólico.

La segunda gran representación del villano fue la que le otorgó un Óscar a Phoenix, reflejando una versión más oscura, íntima y dramática del personaje. La película de “Joker” creó una gran controversia por su temática y el contexto social en el que surgió y, como era de esperar, fue usado como icono de gran parte de las protestas sociales alrededor del mundo: Chile, Hong Kong, e incluso por la alt-right.

Aidan McGarry al hablar sobre las protestas dice lo siguiente: “La protesta llega cuando existe gente que se siente excluida o marginada, o incluso “activamente silenciada o ignorada. Al preguntarle sobre el poder de las representaciones iconográficas dijo lo siguiente: “Estos artefactos culturales y su iconografía les hacen sentir que son parte de algo, es una muestra de solidaridad”

Y es que no es casualidad que, como en todos los casos anteriores, los jóvenes vinculados a la alt-right tomen a estos símbolos. Son jóvenes que no encajan dentro del sistema actual y que ven a su propia persona o identidad atacada. Son personas que, con unos argumentos que se pueden considerar amorales y egoístas (ya que solo hace unas décadas eran el centro del universo) intentan enfrentarse al statu quo actual: tienen poder revolucionario. Por eso no se pueden comparar con otras expresiones políticas conservadoras o reaccionarias.

Hay una frase del personaje de Phoenix que define a la perfección lo que este grupo siente y es imprescindible (aunque sea irónico ante un grupo tan poco empático) que nosotros comprendamos ese sentimiento:

Me he pasado la vida sin saber si realmente existía, pero existo, y la gente está empezando a darse cuenta.

Una frase que podría valer para cualquier grupo oprimido anterior al año 2000.

Pero, como ya se ha comentado, la alt-right navega con tranquilidad sobre un mar de contradicciones.

Valentín Pozo

Articulista. Estudiante de cuarto de Ciencias Políticas y apasionado de la investigación. Experiencia en movimientos estudiantiles y sociales. En mis artículos intento ofrecer un enfoque analítico más orientado a las ideologías y teoría política.

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