Desmontando los discursos racistas de la ultraderecha
Las migraciones han conformado y conforman el mapa histórico de la Humanidad. Las personas han migrado desde los mismos orígenes de la especie humana, comenzando por el continente africano en un primer lugar y después expandiéndose por el resto del globo. Estas primeras migraciones humanas del paleolítico fueron el primer gran desplazamiento migratorio de la humanidad hace unos 60.000 años. Desde entonces no hemos parado de ser una especie esencialmente migrante, lo que choca con los discursos racistas y xenófobos de la ultraderecha.
Hoy en día, de hecho, las migraciones forman parte del fenómeno de la globalización, siendo una dimensión más de este proceso. Se pueden definir como el conjunto de flujos de población que se desplazan desde un país de origen hacia otro destino. Los motivos de estos desplazamientos suelen ser diversos, predominando los económicos, aunque también se encuentran otras razones pertenecientes al ámbito político o sociocultural, como huir de un conflicto armado o por persecuciones ideológicas.
En la actualidad, se tiende a dar una explicación individualista por parte del “statu quo” y los medios de comunicación sobre los motivos de la inmigración. Es decir, se entiende la inmigración a través de motivaciones personales (del inmigrante) el cual toma la decisión de desplazarse a otro país para obtener unas mejores condiciones de vida. No obstante, aunque esta explicación es válida, deja de lado una parte muy importante del fenómeno migratorio: los motivos contextuales o estructurales.
De esta manera, la migración tiene una motivación estructural que se centra en las relaciones históricas y sociales que existen entre los países de origen y destino. Por tanto, las migraciones no pueden ser comprendidas únicamente a través del prisma individual, sino también entendiendo el contexto, el ambiente, la sociedad, la cultura, la Historia… de las personas que migran.
Lo contrario sería caer en el llamado error fundamental de atribución, una percepción errónea (típica además de las sociedades occidentales) de explicar la conducta de las personas únicamente a cuestiones estrictamente individuales.
Además, se puede añadir a esta explicación que las migraciones forman parte de la globalización, ya que, mientras que se han reducido los controles para el intercambio de productos, capital, información y conocimientos, sin embargo, han aumentado las políticas de control en los movimientos poblaciones en las últimas décadas.
No solo esto, sino que la inmigración ha sido empleada por los diferentes movimientos de ultraderecha (en los países receptores) como un arma argumentativa para sus discursos racistas y xenófobos, ya que estas nuevas corrientes migratorias del Siglo XXI han representado un fenómeno perfecto para que los discursos ultraderechistas generen un relato de “chivo expiatorio” donde la población inmigrante es la supuesta causantes de las problemáticas estructurales que azotan la sociedad occidental o el país en cuestión.
Es decir, la vieja táctica de la extrema derecha de fabricar un enemigo y utilizarlo como elemento para ganar apoyo popular, tal y como hizo Adolf Hitler y el nazismo con etnia judía, pero aplicado a las personas migrantes. De hecho, el discurso antiinmigración constituye la base principal de la mayoría de los discursos de la ultraderecha europea y americana, como Donald Trump (EEUU), Marine Lepen (Francia) o Alexander Gauland (Alemania).
No en vano, la crisis de refugiados procedentes de la Guerra de Siria coincidió con un crecimiento de buena parte de estos partidos, aproximadamente hacia el año 2017.
No obstante, la economía capitalista siempre ha estado caracterizada por procesos migratorios, los cuales han estado vinculados a los contextos sociales y políticos de la época.
Un ejemplo de esto se puede encontrar al inicio del capitalismo moderno, donde el crecimiento de las ciudades a causa de la industrialización se llevó a cabo a través de un éxodo rural que se ha ido repitiendo de forma cíclica.
Por otro lado, la formación de países como Estados Unidos se produjo a través de masas poblaciones europeas durante el siglo XIX y XX.
De este modo, dos fenómenos occidentales como la industrialización y la modernización son fundamentales para entender los flujos migratorios modernos, pues como Santos (2015) indica en su libro Trabajo y Empleo: un enfoque sociológico:
“ La generalización de las relaciones de mercado a partir de la colonización y la paulatina proletarización y occidentalización de los países colonizados explican parte de los movimientos actuales. El desarrollo de formas de producción modernas y la implantación de modos de vida occidentales trae consigo la desorganización de las estructuras tradicionales y el desarraigo de bloques de la población que quedan, así, dispuestos para emigrar a otros lugares en busca de mejorar sus oportunidades de supervivencia. Industrialización y modernización son dos factores que están en el origen de buena parte de los procesos migratorios que conocemos. “ – Santos (2015) Trabajo y Empleo: un enfoque sociológico, p.99
En resumen, el sistema económico, social y político actual, extendido de manera casi global, no puede entenderse sin los flujos migratorios. La mayoría de las ciudades, las economías y los países más modernos y prósperos no podrían entenderse sin este fenómeno.
Las tendencias migratorias actuales
Hoy en día, los movimientos migratorios se ven caracterizados por el cambio de modelo de producción económico, del llamado fordismo al postfordismo.
Anteriormente, las fábricas eran un núcleo de atracción de migración ya que conformaban el epicentro de la generación del trabajo industrial y, en muchas ocasiones, demandaban o absorbían mano de obra inmigrante.
Así, se desarrollaron, especialmente en las grandes ciudades, aunque también en determinadas regiones, barrios y distritos formado por la mano de obra de dichas fábricas, donde el porcentaje de población migrante era considerable en comparación a otras zonas.
Sin embargo, esto ha ido cambiando posteriormente. La deslocalización de la producción ha propiciado que las fábricas se trasladen a países en vías de desarrollo en la búsqueda de las grandes empresas por una mayor rentabilidad (pues en esos países la mano de obra es más barata).
Esto ha generado que la población inmigrante cada vez más se enfoque sobre la demanda laboral perteneciente al sector servicios, el único que, por pura lógica, no se puede deslocalizar.
En muchos de estos casos los empleos cubiertos por estas personas son los más precarios dentro del sector. De esta forma, no solo ha habido un cambio de sector que absorba o atraiga la población inmigrante. También existe una precarización laboral, desplazándose a su vez unas relaciones laborales subdesarrolladas.
Por lo tanto, la figura del inmigrante antes era la del trabajador incansable de la fábrica para pasar a ser el que limpia una casa, sirve copas o reparte comida.
Por otra parte, las crisis económicas están altamente ligadas a la recepción de occidente sobre la inmigración. En momentos de crisis o recesión económica, las condiciones de entrada de inmigrantes se endurecen, mientras que, en épocas de bonanza económica estas actitudes se suavizan.
Además, durante estos momentos de crisis, parece que surge un conflicto entre los trabajadores autóctonos del país y los inmigrantes, especialmente frente a la falta de trabajo y el conflicto laboral que esto despierta.
Sin embargo, a menudo este conflicto está fabricado y/o alimentado por los discursos racistas de la extrema derecha, siendo uno de los argumentos más sostenidos el ya tan manido “vienen a quitarnos nuestro trabajo” que, por otro lado, en épocas de mayor bonanza económica se transforma en “vienen a vivir de nuestras ayudas”. Aunque ambos discursos pueden llegar a coexistir al mismo tiempo, lo que es una profunda contradicción.
Hay que aclarar que cuando ciertos políticos hablan de manera despectiva sobre la inmigración se olvidan de que la globalización ha sido el proceso por el cual se han generado estos flujos de población conformados por mano de obra enfocada a paliar las necesidades laborales de los países más ricos.
Asimismo, el discurso ambivalente de los países de destino y que varía en función de la tesitura económica del país provoca una situación inestable no solo en las leyes que regulan la entrada y salida del mismo, sino que afecta a la percepción que se tiene de las personas migrantes y a la convivencia.
A su vez, esto provoca una falta de consenso democrático, un debilitamiento de las políticas de integración y una hoja de ruta incapaz de resolver el reto migratorio.
Por otro lado, existe el riesgo de que la extrema derecha (particularmente en épocas de crisis) surja con fuerza a través del discurso xenófobo, especialmente si el resto de fuerzas políticas y la sociedad civil no está preparada para cerrar filas y hacer frente al populismo de la derecha más radical. Una derecha radical que no dudará en apoyarse en bulos y “fake news” para sostener este discurso racista.
De este modo, la falta de acuerdo político por parte de las sociedades occidentales (habituales receptoras de migración) para hacer frente al reto migratorio ha propiciado leyes débiles (en cuanto a protección) o directamente leyes muy duras contra la inmigración cuando la ultraderecha o la derecha conservadora está en el poder. Este contexto genera algunos efectos como “la producción de la clandestinidad” según (Santos, 2015):
“Charles Reeve ha analizado la situación americana llegando a relacionar el endurecimiento de la legislación sobre migraciones con la explotación en el mercado de trabajo. El complejo represivo Estado-empresa consigue mano de obra clandestina que trabaja “por nada” – Santos (2015) Trabajo y Empleo: un enfoque sociológico, p.99
Otro de los efectos provocados es la proliferación de situaciones de indefinición social, ejemplo de esto son las personas refugiadas, sometidas a una posición de incertidumbre legal y a una gran presión social.
En tercer lugar, relacionado con los descritos en los párrafos de arriba, se encuentran la proliferación de prácticas ilegales provocadas por este desamparo y debilidad legal: mafias, contrabando, tráfico de personas, prostitución… un conjunto de actividades perjudiciales para los inmigrantes que incluso se las ha denominado “la industria de la migración” (Stalker,2000).
La ultraderecha y el discurso migratorio
En los últimos treinta años, podría decirse que, de forma generalizada, la mayoría de países occidentales han tenido experiencias positivas frente a la inclusión y la aceptación de la diversidad.
Las sociedades actuales son cada vez más heterogéneas y multiculturales. Tanto en la Unión Europea (UE) como Estados Unidos, por poner dos ejemplos, han sido lugares donde con más o menos acierto ha existido una voluntad de integración, donde se ha buscado la aceptación social de sus diferentes componentes culturales y raciales y donde cada vez más el racismo y la xenofobia eran peor vistos.
Sin embargo, en la última década se ha producido el surgimiento de discursos racistas y xenófobos por parte de movimientos ultraderechistas. Estos mensajes han entrado con inusitada fuerza en el ámbito político de muchas democracias occidentales y han acabado por poner contra las cuerdas todos aquellos progresos sociales en beneficio de la tolerancia y la convivencia, ya sea por la presión que han ejercido al resto de ideas, ya sea por haber accedido a puestos de poder, como ha pasado en Polonia y Hungría.
Los discursos racistas por parte de la ultraderecha (y la derecha más conservadora) se habían minimizado en épocas de bonanza económica a causa de la necesidad del mercado de mano de obra inmigrante (aunque siempre están presentes en las organizaciones más radicales, como las de carácter neonazi y neofascista).
En la actualidad, sin embargo, los discursos xenófobos crecen exponencialmente, ocupando gran parte del debate político occidental y poniendo contra las cuerdas la agenda de la igualdad, la inclusión y la integración.
Estos mensajes empiezan asentarse con más fuerza a raíz de la crisis de 2008. Históricamente, las personas más perjudicadas por las crisis han sido un segmento de población idóneo para, a través de su malestar, inseguridad y prejuicios previos, utilizar los discursos de odio, responsabilizando total o parcialmente a la población migrante de la situación.
De esta manera, los partidos y organizaciones de ultraderecha presentan frente a problemas complejos y estructurales discursos de miedo que dan soluciones fáciles, donde la culpa de todas las dificultades la tiene un «chivo expiatorio”.
“El otro» “el extranjero” es convertido en una amenaza para la ciudadanía, una amenaza que no es solo laboral sino también identitaria, esto es, se vende la idea de que la gente que viene de fuera del país pone en jaque los valores tradicionales y la identidad nacionalista y patriótica representada, según la ultraderecha, por los ciudadanos “autóctonos”. Como afirma el Coordinador del Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Nador, Marruecos:
“El mundo entero debe darse cuenta de que su verdadera lucha no está contra nuestros semejantes, como predican los populistas de la extrema derecha que están de moda en muchos países del Primer Mundo. Los esfuerzos deben aunarse para no perder los derechos conseguidos con muchos sacrificios, y para reclamar más libertad y más democracia para todos. Las personas no deben ceder ante el chantaje de “seguridad a cambio de libertad”, porque si lo hacemos, terminamos viviendo en un mundo sin seguridad y sin libertad. Y es precisamente lo que se pretende en las muchas campañas de la industria del miedo: menguar nuestra libertad para ser menos reflexivos, menos solidarios y más egoístas” – Arabi, 2019, El discurso xenófobo en el ámbito político y su impacto social, p.168
Es decir, la persona migrante no solo viene a robarte el trabajo y/o las ayudas sociales, sino que además viene a destruir tus valores, tu identidad como nativo, tu cultura, tus creencias y, en definitiva, tu modo de vida. La extrema derecha llega incluso a hablar de invasión, hasta afirmar que existen conspiraciones u organizaciones destinadas a invadir el país desde dentro.
Siguiendo con el análisis, el mensaje racista de la ultraderecha esconde una reacción victimista y violenta contra la democracia, argumentando un deterioro social a causa de elementos socioculturales exteriores, lo cual no solo no es cierto, sino que a menudo es todo lo contrario.
De este modo, la propuesta de la ultraderecha se aleja de la realidad y, en vez de aceptar una realidad social cada vez más heterogénea y, por necesidad inclusiva, aboga por una sociedad homogénea, la cual, debe estar en pie de guerra frente a todas aquellas amenazas que puedan perturbar esta “pureza” nacionalista, cultural o incluso racial.
Sin duda estos discursos son herederos del fascismo clásico de los años 20 y 30. No obstante, actualmente proponen un nacionalismo ultraidentitario, un tipo de xenofobia que se aleja del racismo biológico y se acerca el supremacismo cultural.
Ejemplos de discursos racistas de la ultraderecha occidental
En España, la ultraderecha se ha asentado con Vox. El partido político nacido en 2013 ha aprovechado la crisis económica que azota el país desde el año 2008, amén de otros conflictos políticos y sociales internos como el auge del movimiento independentista de Cataluña, para consolidarse en política.
También ha utilizado el enfrentamiento de los partidos tradicionales en temas como la corrupción, el empleo y, por supuesto, la inmigración. La maquinaria política del partido ha contribuido a construir una imagen nociva de los inmigrantes (sobre todo de origen islámico), que sin tapujos son caracterizados como “una banda de criminales”.
Además, se les vincula como el factor principal que provoca problemáticas sociales como el paro, la delincuencia, la violencia de género, etc. El mensaje se argumenta de una manera clara situando un “yo” víctima en su propio hogar, y un “otro” extranjero que es a su vez un agresor al que hay que combatir.
Destacado y descarado ha sido su ataque a los menores extranjeros no acompañados, etiquetados bajo el acrónimo MENA, que ha sido diana de Vox durante meses, incluyendo la difusión de bulos sobre ellos.
En Italia, el líder del partido de la ultraderecha La Liga, Mateo Salvini, utiliza una estrategia política enfocada en el discurso antinmigración. Su programa electoral descuida las propuestas reales de generación de empleo y bienestar social.
Se centra en su totalidad en generar miedo en la población, proponiéndose él mismo como garante de la seguridad del país y garantizando la lucha contra “la invasión extranjera”.
En Estados Unidos, el sistema bipartidista tradicional, formado por el Partido Demócrata y el Partido Republicano, se posiciona como una tradición inquebrantable.
De esta manera, los mensajes racistas se reproducen (mayoritariamente) dentro de este último. En la campaña electoral de las elecciones de 2016, Donald Trump se alzó con un discurso de odio hacia las mayorías latinas; crimen, drogas, violaciones… son muchos de los actos criminales que Trump utiliza para estigmatizar a este colectivo.
El propio Donald Trump se refiere a la llegada de inmigrantes mexicanos como “la invasión”. De estas conceptualizaciones surgió una de sus propuestas más polémicas: construir un muro en la frontera mexicana para así poder “proteger” a los estadounidenses.
El mensaje de Trump es exageradamente racista y xenófobo y, de una manera premeditada, anima el hostigamiento hacia los inmigrantes en EEUU. La especialidad política de Trump no es otra que la de generar miedo y rentabilizarlo a través de la obtención de votos, como afirma el politólogo Sami Nair:
“El auge del racismo y la xenofobia, de la ideología de supremacía blanca y de los crímenes de odio y el terrorismo nacional es una realidad con raíces muy profundas en Estados Unidos que ha resucitado con intensidad en los últimos años y desde la llegada de Donald Trump a la presidencia.” – NAIR Sami; “El desafío a las derechas”. Diario El País, 6 de mayo de 2019
Destacar que Trump se alzó como referente de la nueva derecha radical al dictado de la estrategia diseñada por Steve Bannon, periodista relacionado con el portal difusor de bulos y “fake news” Breitbart News y uno de los máximos ideólogos de la alt-right. Desde entonces, esta nueva ola de discursos racistas y de odio han seguido una línea muy similar tanto en América como Europa, alimentada además por las redes sociales.
En el Reino Unido, el discurso xenófobo también se encuentra en el centro de la escena política. El país de la democracia parlamentaria por excelencia se encuentra impregnado de un discurso racista, el cual, ha sido el gran vencedor en la campaña del Brexit. Los discursos de odio del Partido Conservador o la propia prensa ultraderechista del Daily Mail, tienen un éxito notable entre las y los ciudadanos británicos, canalizados especialmente a través del ya casi extinto Partido de la Independencia de Reino Unido (UKIP) y, después, el Partido del Brexit, liderado por el ultraderechista Nigel Farage.
Los discursos racistas ponen en jaque a la democracia
El racismo y la xenofobia siempre han existido. Su aparición no debe provocar una sorpresa en sociedades que, tradicionalmente, han defendido posturas racistas y xenófobas, ya fuera por desconocimiento, ya fuera por interés, justificando políticas imperalistas, colonialistas y/o esclavistas. No hay que olvidar que, hace solo 60 o 70 años, todavía existía la segregación racial en Estados Unidos.
Así pues, el racismo estructural, (esto es, una serie de valores, creencias y actitudes racistas incrustadas en la sociedad y que se transmiten de generación en generación) existe y es una realidad que hay que combatir día a día.
No obstante, que los propios discursos de odio usen las instituciones democráticas como altavoz de sus mensajes con total impunidad, y no solo eso, sino también con un éxito notable, tiene que hacer reflexionar acerca de la posibilidad de que se esté dando un retroceso en los progresos sociales alcanzados y que, en mayor o menor medida, sustentan los valores que hacen posible la democracia. O, al menos, lo que más se parece a una democracia.
Las democracias occidentales, aparentemente consolidadas, se presentan como una zona política donde es factible el comportamiento sin límites ni ética que divulga la ultraderecha. Y donde, cualquier intento de penalizar estos comportamientos, es tachado automáticamente de censura.
Sorprende como estos mensajes están expandiéndose a través de todas las clases sociales y dejando en jaque a todos los conceptos democráticos que hace años se habían consolidado.
La democracia parlamentaria está siendo manipulada por los intereses antidemocráticos de la ultraderecha y está empezando a perder la dirección de su verdadera utilidad: hacer política para mejorar la vida de la gente, garantizar el bienestar social y los derechos de la ciudadanía.
De esta forma, los discursos de odio están avanzando lentos pero seguros a través de los retos y problemas sociales de la UE y Estados Unidos.
Tanto a la izquierda como la derecha democrática tienen que entender que el panorama sociopolítico está exigiendo cambios estructurales hacia una política común de gestión democrática e integradora de los flujos migratorios.
La ultraderecha no ha venido a construir. Ha venido, como antaño, a destruir, a agitar la antipolítica y agitar consensos para diseñar un mundo a su imagen y semejanza donde aquella persona que no encaje en él será automáticamente apartada o eliminada.
Y, como se decía anteriormente, sin una capacidad para cerrar filas y construir un discurso coherente y estable, también como antaño, corre peligro de que arrase lo poco que se había conseguido.
La solución: más democracia, democracia real
En las sociedades occidentales se debe iniciar un nuevo esfuerzo para conservar, respetar e integrar la diferencia y la diversidad.
La gestión de la crisis migratoria debe posicionarse como uno de los temas prioritarios de las agendas políticas al nivel de otros temas de gravedad como el cambio climático o la igualdad.
Hacen falta pactos de estado que generen una hoja de ruta para la gestión democrática de los flujos migratorios. Además, se necesitan acuerdos para dejar de demonizar a los extranjeros y poner freno a los discursos de odio de la ultraderecha.
Habría que plantear incluso si la criminalización de las personas inmigrantes debería ser castigada y perseguida penalmente con dureza en el caso de que se pueda intervenir judicialmente sobre aquellas figuras políticas que lanzan mensajes de odio.
La ciudadanía debe intentar mejorar las democracias participando y proponiendo nuevas formas de gobernanza donde el respeto al ser humano, a la diversidad y a la convivencia de los pueblos del planeta sea el eje del avance democrático.
En definitiva, los partidos demócratas tienen que entender la gran amenaza que supone la ultraderecha y la xenofobia, una amenaza que apunta directa al corazón de la democracia.
Por tanto, la responsabilidad de los partidos y las organizaciones políticas es atender realmente las necesidades de la comunidad.
Solo de esta manera se podrá contrarrestar la ofensiva de los discursos de odio los cuales se alimentan de la frustración y las problemáticas sociales.
Enlaces, fuentes y bibliografía:
– Arabi Hassan (2019); “El discurso xenófobo en el ámbito político y su impacto social”
– NAIR Sami; “El desafío a las derechas”. Diario El País, 6 de mayo de 2019. https://elpais.com/elpais/2019/05/03/opinion/1556897611_958101. html
– Santo Ortega y María Poveda (2015).; “Trabajo y Empleo: un enfoque sociológico”. Editorial Ramón Llull
– Stalker (2000); “Workers without frontiers, OIT, Ginebra
Articulista. Sociólogo y gestor medioambiental, con suerte de poder compartir vocación y formación. Las Ciencias Sociales son una parte muy importante de mi vida. Considero la divulgación a través de la sociología como una gran herramienta para destapar las injusticias sociales y arrojar luz sobre la actualidad diaria contribuyendo así a ser un poco más libres y justos.