La globalización como arma política de la ultraderecha
La globalización o mundialización se puede definir como un proceso de carácter multidimensional que engloba al ámbito económico, tecnológico, político, social y cultural, siendo un fenómeno que consiste en el aumento progresivo de la comunicación e interrelación entre diferentes países, continentes y culturas del mundo.
Sin embargo, el proceso de la globalización se presenta como un debate abierto en las ciencias sociales. Algunos investigadores afirman que se debe considerar este proceso desde que la civilización europea llega a las costas de América y se fueron tejiendo redes entre todos los continentes poblados por la Humanidad.
No obstante, aunque se parta desde esta premisa, es innegable la gran importancia que tiene la revolución industrial en este proceso de globalización.
Así pues, la revolución industrial, un conjunto de cambios en el modelo productivo que condicionó la forma de organización de las sociedades en prácticamente todos los ámbitos, supuso un punto de inflexión para que se conformara una sociedad globalizada como la actual.
Los avances tecnológicos y científicos supusieron, a su vez, un gran paso hacia delante en materia comercial, económica y también de calidad de vida, principalmente de la población occidental.
En la actualidad, a través de la revolución digital, la comunicación entre personas de diferentes lugares ha conseguido romper las barreras del espacio.
Las posibilidades comunicativas que se tienen en la actualidad son de un gran potencial. Personas de diferentes continentes pueden intercambiar información de todo tipo en tiempo real.
Además, la cantidad de información que se produce y se intercambia es cada vez mayor, generando lo que algunos científicos sociales llaman la sociedad del conocimiento y el aprendizaje.
Antecedentes de la globalización: oportunidad y reto
La globalización es un fenómeno complejo, el cual de por sí no tiene por qué ser negativo o positivo, sino que depende de las acciones colectivas humanas dirigidas a hacer frente a los retos de convivencia que exige un mundo globalizado. Es decir, puede tener tanto aspectos positivos como negativos, y de cómo se gestione por parte de los seres humanos dependerá el maximizar la parte más amable y reducir o incluso eliminar la más perjudicial.
De este modo, a día de hoy, la globalización presenta un mundo donde diferentes culturas, cosmovisiones, ideologías y estados-nación están en continua interacción, haciendo necesario el entendimiento y la aceptación de la diferencia, así como la cooperación y la colaboración algo necesario para armonizar una convivencia de carácter global.
La globalización es un proceso que cuanto más aumenta su intensidad más aumenta el riesgo de conflicto, pero, a su vez, también crece exponencialmente el beneficio de cooperar y beneficiarse a través de alianzas.
Sin embargo, los antecedentes de cómo la humanidad se ha ido enfrentando a la globalización y a la interacción con otras culturas y países no es alentadora.
El colonialismo y el imperalismo como consecuencias de la globalización
La Historia está repleta de exterminios, conquista, guerra y persecución de unos pueblos sobre otros. Quizá el ejemplo más claro de cómo la globalización puede ser un proceso con consecuencias arduamente negativas para ciertas sociedades es el colonialismo.
El colonialismo es un tipo de sistema social, político y económico en el que un estado extranjero somete, domina y gobierna en contra de su voluntad a otro estado o territorio que pasa a denominarse “colonia”.
Existen una gran cantidad de ejemplos negativos sobre el colonialismo, como puede ser la época histórica que concierne al dominio de España y Portugal hacia los territorios de América Latina. La cual supuso una gran cantidad de asesinatos, muerte e imposición de una cultura hegemónica, en este caso la española y portuguesa, frente a culturas indígenas como la Inca o la Azteca, por nombrar las más conocidas.
Otro ejemplo similar fue la persecución y el exterminio de casi la totalidad de la población de indios norteamericanos. En un primer lugar, por europeos holandeses, franceses e ingleses y finalmente, por el gobierno de Estados Unidos, acabando con las pocas poblaciones indígenas viviendo en reservas (aun existentes en la actualidad).
Sin embargo, puede que sea el colonialismo de Europa sobre África en el siglo XIX el que más estrechamente esté ligado a la globalización. Un colonialismo que se produjo a causa de la necesidad del capitalismo industrial de expandirse y encontrar nuevos mercados y regiones donde poder extraer materias primas.
Este colonialismo, conocido como imperialismo, se diferenció de los dos descritos anteriormente, pues no se pretendía simplemente conquistar e imponer la cultura occidental en estos países (o al menos no era el objetivo principal) sino que se perseguía gobernar los territorios con fines de explotación económica.
Fue de esta manera como las principales potencias europeas comenzaron una carrera para el control del resto de continentes. Este proceso desembocaría en la denominada conferencia de Berlín de 1884, la cual perseguía llegar a un acuerdo para el reparto del continente africano por parte de las potencias europeas.
El denominado imperialismo dejó imágenes y algunos de los episodios más oscuros de la Humanidad, como el maltrato, esclavismo y asesinato de la población autóctona del Congo por parte del Reino de Bélgica gobernado por Leopoldo II. Muchos historiadores cifran las muertes del denominado genocidio congoleño entre 10 y 15 millones de personas.
Además, profundizando en las consecuencias de esta etapa globalizadora de expansión del capitalismo, hay que tener en cuenta que las rivalidades que surgieron entre las potencias europeas por los territorios colonizados fueron el caldo de cultivo perfecto para que se fueran forjando los sentimientos bélicos y de rivalidad que desembocarían en la Primera Guerra Mundial.
Es decir, la globalización puede suponer la imposición de unos pueblos, culturas y valores por sobre otros a través de diferentes formas, desde la influencia más o menos indirecta, hasta la imposición absoluta, el dominio, el conflicto, la guerra e incluso el genocidio, poniendo en peligro culturas y grupos sociales con menos recursos y capacidad de defenderse.
La globalización a día de hoy: el sistema-mundo como punto de partida
La globalización actual se presenta diferente a la descrita en los párrafos anteriores. La revolución digital y los avances tecnológicos han propiciado un aumento de los intercambios de información, de comunicación, de comercio y de los propios flujos migratorios.
En la actualidad, todos los conflictos, problemáticas y acontecimientos a escala local tienen su relación y su repercusión a escala global. Un ejemplo de esto podría ser la denominada crisis subprime de 2008 que se inició en Estados Unidos pero que rápidamente afectó también al sistema financiero de otros países (obteniendo una dimensión mundial).
También, otro ejemplo más reciente aún sería la crisis sanitaria del COVID19, que se inició en Wuhan, China, pero que se expandió rápidamente a todos los lugares del mundo.
Estos acontecimientos descritos en los párrafos anteriores muestran como el carácter global que adquieren los procesos sociales a día de hoy son todo un reto para la convivencia de las diferentes sociedades.
Si de pronto una importante ciudad del mundo se viniera abajo, casi automáticamente se notaría en todas partes del mundo. Esto hace más difícil que se den guerras totales, por ejemplo.
En muchas ocasiones se tiene la percepción de que el colonialismo se acabó cuando las colonias consiguieron independizarse. Sin embargo, gran parte de la comunidad sociológica inició un análisis crítico de la globalización en los años 1970 a través de la denominada teoría del sistema-mundo del sociólogo Immanuel Wallerstein.
Wallerstein estudió a fondo la globalización y describió el moderno sistema mundial a través de unas relaciones económicas globales desiguales, donde las naciones históricamente más desarrolladas siguen explotando tanto la mano de obra como los recursos y materias primas de los países menos desarrollados.
Este sistema mundo en el que se encuentra la civilización humana hoy en día es la evolución de las relaciones coloniales históricas anteriormente descritas. Además, su consecuencia principal es la dificultad del desarrollo de los países pobres, garantizando que los países ricos sigan aprovechándose de las cadenas globales de materias primas.
El propio Immanuel Wallerstein hace una extrapolación de las teorías de Karl Marx sobre la explotación capitalista, trasladándolas hacia el ámbito de la globalización y la relación entre los estados. En el sistema de explotación capitalista descrito por el filósofo Karl Marx, la clase burguesa se apropia de la plusvalía generada por el trabajo realizado por la clase trabajadora a través de una relación de poder desigual basada en la propiedad privada de los medios de producción.
Por otro lado, en la teoría del sistema-mundo se describe algo similar a las teorías de Marx, Wallerstein considera tres tipos de países que pertenecen a tres clases sociales diferentes. Así pues, existen los países “centrales” que son sociedades desarrolladas con alta tecnología donde se elaboran productos complejos. Estos a su vez dependen de las “periferias” (los países pobres) para obtener materias primas y mano de obra barata. Por último, también están las “semiperiférias”, países quecomparten características de los dos tipos de naciones anteriormente descritas.
Si bien es cierto que la teoría del sistema-mundo ha sido redefinida y matizada. Pues en la actualidad muchos de los productos (incluso los de alta tecnología) no se elaboran en los países occidentales e históricamente centrales. La desigualdad entre países a causa de unas relaciones sociohistóricas de dominación sigue siendo muy obvia, una desigualdad que no da indicios de disminuir sino incluso de aumentar en muchas zonas del mundo.
La globalización: una oportunidad para el auge de la ultraderecha
Una consecuencia directa de esta desigualdad global es un flujo constante de personas migrantes desde los países periféricos y semiperiféricos hacia los países centrales. Los motivos de estos desplazamientos son diversos: guerras, falta de oportunidades, hambrunas, regímenes totalitarios… lo cierto es que como bien se ha apuntado antes, los motivos locales no pueden ser entendidos sin la influencia del mundo globalizado.
En este contexto de inmigración que se ha visto intensificada con acontecimientos como la Guerra de Siria y la denominada crisis de los refugiados, han florecido discursos xenófobos por todo el globo de mano de partidos ultraderechistas, dejando la puerta abierta a “soluciones” violentas y discriminatorias frente al reto de convivencia y tolerancia que se presenta constantemente en nuestro mundo actual.
Los discursos xenófobos y racistas de la ultraderecha proponen “soluciones fáciles”, irreales y drásticas frente a los retos que plantea la globalización. De esta manera, desafíos como la integración de las personas inmigrantes que vienen a los países occidentales en busca de una vida mejor son rechazados, ignorados y abordados con medidas como el cierre de fronteras y la deportación masiva.
Para las formaciones ultraderechistas el problema y la solución se minimiza en frenar la inmigración, evitando hablar de las relaciones desiguales entre países y las condiciones estructurales que fomentan los flujos migratorios masivos.
De esta forma, se victimiza a las personas residentes de los países receptores y se deshumaniza a los inmigrantes. Además, estos mismos discursos están altamente traspasados por una dimensión clasista, pues los discursos antinmigración de la ultraderecha solo van dirigidos a los flujos migratorios de los países pobres.
La extrema derecha no da una solución real a los retos que presenta la globalización. Ejemplo de esto son las medidas que el expresidente Donald Trump ha abanderado en contra de la inmigración latinoamericana (principalmente de México). Es paradójico que el país con más recursos del mundo opte por levantar un muro y aislarse de las problemáticas en lugar de utilizar todo su potencial intelectual, técnico y material para resolver el reto de la inmigración de manera ejemplar.
La extrema derecha también se ha apropiado en buena medida del discurso antiglobalización que en los años 70, 80 y 90 se agitó desde postulados progresistas y que pretendía, en sus orígenes, reivindicar las culturas y países más desfavorecidos contra el imperialismo propio de esos “países centrales”, especialmente Estados Unidos y la Rusia soviética, y que tenía mucho que ver con el movimiento de los “países no alineados”.
Sin embargo, lo que busca la extrema derecha con este discurso contrario al globalismo es impedir que organizaciones internacionales y tratados en favor de los derechos humanos pongan barreras a su agenda reaccionaria. Lo que buscan es una reivindicación del ultranacionalismo para justificar el intercambio de conocimiento, culturas e ideas que puedan confrontar las suyas.
En un momento en el que la civilización humana se enfrenta a retos de escala global y que obliga a los estados-nación a cooperar, la extrema derecha propone darle la espalda al mundo.
Así pues, las medidas de la ultraderecha no solo no son eficaces (ya que ignoran los motivos estructurales de las problemáticas) sino que además atentan contra la ética más básica y pueden derivar fácilmente en episodios crueles de violencia, asesinato y maltrato de poblaciones enteras, además de un retroceso serio en derechos y libertades.
El mismo presidente Donald Trump y el gobierno de EEUU violaron claramente los derechos humanos a través del trato desproporcionado e inhumano que recibieron las familias mexicanas que intentaban cruzar la frontera entre México y Estados Unidos, llegando a separar a los menores de edad de sus familias y encerrándolos en jaulas.
De esta manera, la extrema derecha usa el reto migratorio global como arma política; lo criminaliza, saca rédito electoral de ello, no propone una solución real y encima causa daño psicológico y físico a las personas involucradas.
Además, no solo se observa esto en el ámbito de la inmigración, sino en otras temáticas como el cambio climático, donde gran parte de la ultraderecha es abiertamente negacionista. Sin ir más lejos, el expresidente Donald Trump se retiró del Acuerdo de París en su mandato, negando la problemática del cambio climático, posiblemente el reto global de mayor calado y gravedad de las próximas generaciones.
La extrema derecha no aporta soluciones a los retos globales. Es más, utiliza la incertidumbre y los conflictos que puedan surgir en el contexto mundializado como: los choques culturales, la inmigración, la desigualdad, el cambio climático, etc. para sacar rédito político, las soluciones de la extrema derecha pasan por la discriminación, la intolerancia y en última instancia por la violencia y las medidas drásticas.
De esta forma, ignoran las consecuencias iniciales de los problemas globales y en la mayoría de ocasiones apoyan la solución violenta de los conflictos. El apoyo masivo a los ataques de Israel frente al estado Palestino por parte de la ultraderecha mundial son un ejemplo de cómo este tipo de partidos enfocan los problemas globales.
Sin embargo, cuando se trata de regular el libre mercado a escala global, buena parte de la extrema derecha no dice nada al respecto. Si bien algunos partidos han propuesto medidas basadas en el proteccionismo económico, como Donald Trump o Marine Le Pen en Francia, la mayoría sí apuestan por alianzas internacionales que sustenten sus ideas ultraderechistas, ya sea desde un punto de vista social (ultraconservadurismo, tradicionalismo…) o económico (neoliberalismo, libre mercado…).
Es decir, el globalismo es rechazado o aceptado en función del interés de las élites económicas que están detrás de este tipo de fuerzas políticas. E, indudablemente, se aprovecha de la globalización de las ideas para expandirse.
En definitiva, la ultraderecha no busca soluciones, tan solo busca afianzar su posición política al precio que sea, aunque eso suponga hundir a la sociedad en un problema global de difícil retorno.
Articulista. Sociólogo y gestor medioambiental, con suerte de poder compartir vocación y formación. Las Ciencias Sociales son una parte muy importante de mi vida. Considero la divulgación a través de la sociología como una gran herramienta para destapar las injusticias sociales y arrojar luz sobre la actualidad diaria contribuyendo así a ser un poco más libres y justos.