‘Brexit’: una historia sobre la manipulación política en la era digital
En contra de lo habitual, comenzamos con un spoiler: la película acaba mal. Pero eso ya se sabe. Las interminables y enconadas negociaciones entre el Reino Unido y la Unión Europea por un acuerdo comercial, las colas de camiones agolpados en las autovías a la espera de cruzar la aduana británica o la falta de mano de obra en sectores como los transportes, la agricultura o la restauración han copado los telediarios desde que triunfase el ‘Leave’ en el referéndum sobre la pertenencia de Reino Unido en la Unión Europea de 2016, más conocido como referéndum sobre el Brexit (palabra resultado de mezclar Britiain con Exit)
Una vez se ha consumado este drama político y el Reino Unido ha abandonado definitivamente la UE, lo interesante de la historia no se encuentra tanto en su final, ya de sobra conocido, como en sus entresijos, en aquello que ocurre tras el telón mientras el mago mantiene fija la mirada del público en el espectáculo. Mientras el pueblo británico era cautivado por los políticos en su particular espectáculo de debates electorales, declaraciones polémicas y acusaciones cruzadas, la batalla por la salida o la permanencia de Reino Unido en la UE se jugaba en la trastienda, alejada del foco mediático.
Brexit: the uncivil war pretende mostrar al público esta pugna oculta entre partidarios y opositores alrededor de este suceso. El aclamado actor Benedict Cumberbatch se pone en la piel de Dominic Cummings, el artífice de la campaña «Vote Leave» (Vota Abandonar), para narrar mediante un thriller trepidante los hechos que acontecieron durante el proceso electoral del referéndum del Brexit.
Toby Haynes, el director del largometraje televisivo, se arriesga rompiendo con la norma imperante a la hora de abordar temas de gran calado político en la gran pantalla. Lo común es que los productos culturales, como aquellos que tratan sobre la Segunda Guerra Mundial o sobre la Guerra Civil Española, se realicen muchos años después del acontecimiento, cuando los marcos discursivos sobre este ya están instalados y, como se suele decir, pillarse las manos es más difícil y la polémica queda más lejos de salpicar.
Sin embargo, Brexit fue estrenada precisamente en un punto crítico del propio Brexit, valga la redundancia, tan solo tres años después de la celebración del referéndum y a una semana de que el parlamento votase el acuerdo al que el ejecutivo de Theresa May había llegado tras dos años y medio de tensas negociaciones con la Unión Europea.
Desvelar, justo en ese momento, ante millones de personas en un medio de masas como es el cine, las técnicas de manipulación y estrategias de desinformación utilizadas en la campaña, así como a los mecenas que financiaron la infraestructura necesaria para llevarlas a cabo, es imprudente, pero sin duda necesario. Tan necesario como pararse a pensar qué nos dice Brexit del ciclo político actual.
La era de los datos
Si hay un mensaje presente en toda la película es que la forma de hacer política ha cambiado radicalmente en los últimos años. La crisis financiera de 2008, el incremento del volumen de las migraciones, la acuciante crisis climática o, de forma aún más significativa, lo que algunos llaman Tercera Revolución Industrial, han tenido un efecto considerable en la agenda política, donde han tenido un impacto trascendental es en los métodos y recursos para llevar a cabo proyectos políticos, transformándolos por completo.
El filósofo surcoreano Byung Chul Han se ha dedicado a reflexionar sobre las consecuencias de estos cambios sociales. En línea con la postura de autores como Theodor Adorno o Max Horkheimer, pensadores de la Escuela de Frankfurt y de tradición marxista que criticaban el pensamiento moderno e ilustrado por limitarse a pensar a través de las fórmulas y los atajos matemáticos, perdiendo así toda capacidad de pensamiento que no sea conmensurable y cuantificable, Han dirige su crítica a la incipiente segunda Ilustración.
Este considera que la primera Ilustración se caracterizaba por la veneración de la razón como valor supremo, dejando de lado toda expresión de imaginación, corporalidad o deseo, mientras que la segunda Ilustración se caracterizaría por la veneración de la información, los datos y la transparencia.
El dataísmo sería la ideología, cuasi religiosa, propia de esta segunda Ilustración que de nuevo pretende que todo se exprese a través de los datos e impedir el pensamiento alternativo o subjetivo, pero ahora abarcando (en buena medida gracias a las TIC) esferas de la vida a las que la primera Ilustración no pudo llegar.
Ya en 2014, Han advertía en su obra Psicopolítica de que el dataísmo persigue la transparencia total del individuo, quien la percibe como algo deseable y no impuesto, pero que lo expone sin reparos ante la memoria infinita de Internet. Así, en las elecciones estadounidenses, el Big Data permite a los candidatos adquirir ‘’una visión de 360 grados sobre los electores’’, como señala Han, llegando a ser capaces de predecir el comportamiento de las personas en el futuro, como el electoral, gracias a la psicopolítica.
Posiblemente esta última aseveración de Han sea exagerada, por varias razones. Primero, por la pérdida de capacidad de los partidos políticos para ideologizar y fidelizar a sus votantes; segundo, por la liquidez y menor perdurabilidad de las identidades; y, tercero, por la hegemonía de la ética consumista, de la que habla el sociólogo Zygmunt Bauman, que impregna todas las esferas de la vida de una lógica de usar y tirar, también la política.
Todas ellas son síntomas de una misma época, que hay quien denomina era posmoderna o quien tilda de modernidad líquida, concepto acuñado por Bauman, caracterizada por la incertidumbre y la menor adherencia de categorías antaño mucho más fijas y estables, como los roles de género o la identidad de clase. Los efectos de esta nueva era en el plano político lo hacen enormemente volátil, con experimentos electorales que triunfan y mueren de la noche a la mañana (como Ciudadanos en el caso de España), y se complica por lo tanto predecir los resultados electorales.
La crítica de Han al dataísmo, paradójicamente, parece la de un converso que aunque se quiere deshacer de sus antiguos valores religiosos, se sigue sirviendo de ellos para entender el mundo, otorgando a los datos un poder de decisión y predicción que, por ahora, no tienen. Aun así, es cierto que la hegemonía de las redes sociales, cada vez más presentes en los espacios vitales, ha otorgado una facultad con la que antes no contaban los analistas para conocer el estado de ánimo de la población e intentar sacar provecho de ello.
Brexit refleja esta realidad que permite hablar de una nueva era: la era de los datos. El actor Aden Gillet, en la piel del multimillonario Robert Mercer, propietario de empresas de minería de datos como Cambridge Analytica o Aggregate IQ y uno de los mayores donantes de la campaña de Donald Trump, lo expresa en los siguientes términos: ‘’El dinero es una cosa, pero los datos son poder’’.
En principio, estos datos deberían ser confidenciales y las leyes de los países occidentales no amparan su uso con fines privados, pero han sido sonados los escándalos en los que han ocurrido filtraciones ligadas a la llegada al poder de líderes reaccionarios que los han usado en sus campañas. Incluso si se destapa y se lleva a los tribunales, las empresas pagan una pequeña multa y aseguran que reforzarán sus sistemas de privacidad, como fue el caso de Facebook y la filtración de datos de 87 millones de estadounidenses, pero el sistema sigue funcionando igual en su conjunto.
Recientemente, de hecho, la despedida de Facebook de Peter Thiel, cofundador de Paypal y creador en 2003 de Palantir, otro gigante de la Big Data, ha marcado el fin de una era donde uno de los elementos más conservadores del gigante de las redes sociales hizo todo lo posible por que fuera un nicho de mercadeo de datos privados y de información falsa mientras invertía en empresas que desgranaban esos datos, vulnerando las propias normas de Facebook. Esto, pocos meses después de que Marck Zuckerberg haya sido imputado por el caso de Cambridge Analytica.
En la película se plasma la reunión secreta que hubo entre Dominic Cummings y Zack Massingham, presidente de Aggregate IQ, en el que este último le ofrece el algoritmo que han desarrollado para utilizarlo en su campaña. Este algoritmo sería capaz de ‘’distribuir miles de anuncios que cambian en función de a quiénes van dirigidos’’ y que se actualizan en tiempo real según el comportamiento del usuario con respecto a estos anuncios, llegando al extremo de incluso saber cuando ‘’se ha acabado el amor con tu pareja’’.
Cummings, así como el otro principal grupo de campaña a favor del Brexit, Leave.EU, utilizaron los servicios de Aggregate IG y el final, como ya saben, fue un 52% de votantes que se decantaron por la salida de Reino Unido de la Unión Europea. Una historia que se ha repetido incluso en España, cuando se detectó que cientos de miles de cuentas falsas contribuyeron a cambiar la opinión de la sociedad española respecto a la pandemia.
La mitificación del héroe
La representación que en Brexit se hace de Dominic Cummings, recurrente en la gran pantalla, es la del llanero solitario que, fiel a sus ideales y convicciones, se enfrenta a una sociedad decadente e inmoral. En este caso, Cummings es un dataísta redomado, como diría Han, que debe enfrentarse a los burócratas de los partidos políticos como Nigel Farage, empeñados en hacer las cosas «the old way», a la vieja usanza, y guiándose por su instinto, mientras Cummings prefiere dejar que el ritmo lo marquen los datos y los algoritmos.
Haynes, el director, se sirve de este recurso narrativo para dar a conocer al responsable de la campaña «Vote Leave», que había sido eclipsado en su responsabilidad por figuras como Boris Jonshon, pero que lideró la estrategia de la campaña y fue el artífice del famoso lema «Take Back Control» o de la falsa promesa estampada en un autobús de que el Reino Unido podría invertir 388 millones de libras diarios en sanidad si abandonaba la UE.
A pesar de ello, ni Cummings, ni nadie por sí solo es capaz de escribir la historia a su antojo. El Brexit no se puede explicar simplemente por un eslogan acertado, en una posmodernidad incierta en la que ansiamos ‘’recuperar el control’’, o la difusión de fake news, sino que responde también a factores contextuales concretos: la pérdida de capacidad de cohesión de la Unión Europea, tras el fiasco de la Constitución Europea y las políticas económicas neoliberales impuestas en la crisis de 2008, el resurgimiento del nacionalismo (cada vez más extremo) y el auge de los discursos ultraconservadores en Occidente.
Craig Oliver, el jefe de campaña de los opositores a la salida del Reino Unido de la UE, lo desvela cuando, pocos días antes de la votación, las encuestas no les son favorables: ‘’Su campaña comenzó hace 20 años. Más. Un goteo ininterrumpido de miedo y odio que nadie ha querido contrarrestar. O peor, porque nosotros hemos echado leña. ¿Cuántos de nuestro bando hemos culpado a Europa o a los de fuera cuando nos convenía? Y ahora se espera que en una semana hagamos retroceder esa marea’’.
Pero esta parte de la historia no se aprecia, ya no porque sea más compleja, sino simplemente porque no parece creíble. La sociedad actual, marcada por un individualismo feroz, produce sujetos que se creen protagonistas y dueños de su vidas, imbuidos por un discurso meritocrático y de supuesta libertad que marca sus pensamientos, creencias y acciones.
Los productos culturales, como las películas, son reflejo de esta ideología imperante. Sin la mitificación de un protagonista con el que el público se pueda identificar y que tenga un papel primordial en los hechos que se narran, no se puede construir una historia creíble.
Por ello, Brexit: the uncivil war a la vez que expone a la figura desconocida del estratega político que consiguió sacar al Reino Unido de la UE, también puede alejar de la resolución de los conflictos que están en la base del problema si se deja que sean opacados por una figura personal y que son los que realmente deben quedar Al Descubierto.
Articulista. Apasionado por la Sociología y la Ciencia Política. Periodismo como forma de activismo. En mis artículos veréis a la extrema derecha Al Descubierto, pero también a mí.