La gran broma final: menos impuestos para los más ricos
Según el informe “¿Bienestar público o beneficio privado?”, elaborado por Oxfam en 2019, las 26 personas más ricas del mundo (dos mujeres y 24 hombres ricos, entre los que se incluyen el español Amancio Ortega) disponen del mismo patrimonio que los 3.800 millones de personas más pobres juntas. En 2018, la cifra de hogares españoles sin ningún ingreso periódico se situó en más de 617.000. Sin embargo, el número de ultramillonarios (personas con activos superiores a 40 millones de euros) aumentó en un 4 por ciento, llegando a casi 1.700 personas en España.
Este hecho, unido al trato especial (en materia económica y fiscal) que sistemáticamente han ofrecido los sucesivos gobiernos del país a las grandes empresas, debería haber derivado –según los grandes gurús del capitalismo– en una contratación masiva y en un aumento “sideral” de los salarios que reciben los trabajadores y las trabajadoras. Especialmente, claro está, en aquellas comunidades que tienen como bandera la defensa del dumping fiscal.
Pero nada más lejos de la realidad. Según la última encuesta laboral del INE (Instituto Nacional de Estadística), en 2017, el sueldo más frecuente entre las mujeres españolas fue de 13.518 euros, mientras que entre los hombres fue de 17.501 euros. El mismo estudio refleja que, entre 2009 y 2017, el salario más frecuente entre las mujeres cayó un 6,7%, mientras que el de los hombres subió un 6%.
En consecuencia, la cifra global permanece todavía congelada en los valores de 2009, pero el resultado es especialmente dañino para las mujeres. Además, el paro afecta cada vez a más familias, sobre todo a las monomarentales y a las que tienen entre sus miembros a jóvenes menores de 25 años.
En junio 2020, el volumen total de personas en desempleo se situó en 3.862.883, con un incremento mensual de 24.240 mujeres. La mayoría de las nuevas contrataciones son temporales. Estas cifras coinciden con la era de mayor deslocalización en materia laboral de las grandes empresas.
Como explica el sociólogo Zygmunt Bauman en su libro ¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos? (2014), en los años 70 del siglo pasado, existía una dependencia mutua entre los empresarios y los trabajadores. En resumen, los primeros necesitaban a los segundos para hacerse más ricos y los segundos necesitaban a los primeros para no ser (tan) pobres.
Ahora, sin embargo, los grandes empresarios han trasladado gran parte de su producción al Tercer Mundo o a países en vías de desarrollo, explotando y trasladando toda la sensación de dependencia al trabajador (tanto el nativo como el extranjero) y liberando completamente al empresario. Con ello, apunta Bauman, “la mano invisible del mercado empezó a funcionar de otra manera”.
En los últimos años, los grandes “empleadores” han aprovechado el viento a favor (en algunos casos, incluso han contado con el aplauso multitudinario de gran parte de la sociedad; véase el ejemplo de Amancio Ortega) para cerrar establecimientos, despedir a trabajadores, dejar de pagar impuestos en su país de origen y trasladar su sede fiscal a países “más colaboradores”.
¿Han apostado estas empresas con menos costos fiscales por contratar a más personas aprovechando ese ahorro? No. ¿Han destinado sus cada vez mayores beneficios a incrementar los recursos humanos? No. De hecho, ¿redujeron las listas del paro los bancos tras el rescate por parte del estado? No, al contrario, incrementaron los despidos y muchos de ellos destinaron el dinero público a repartirse generosos dividendos.
¿Cabe esperar entonces que una bajada masiva de impuestos a grandes fortunas y a los ricos provoque un cambio positivo en el panorama económico y laboral? No, lo que supondría es un empeoramiento aún mayor del vapuleado Estado del Bienestar. Porque menos impuestos para los ricos supone menos inversión en sanidad, educación, ciencia, igualdad y políticas para el empleo. En definitiva, más precarización del mercado laboral, más dependencia y un techo de cristal todavía más elevado y grueso para las mujeres.
Y, por favor, no nos olvidemos de que precisamente las mujeres y la gente joven en general han pagado un precio muy superior al resto en cada una de las crisis económicas del siglo XXI. Si todo se arregla bajando impuestos a los más ricos, ¿por qué, pase lo que pase, sigue aumentando el paro y la desigualdad en estos dos colectivos (y también en la población general?
Porque el empleo, como dijo Nick Hanauer (fundador de Amazon) en una charla TED, lo crean las «clases medias» (si es que todavía existen) con el consumo y con el pago de impuestos. Los empresarios solo contratan personal cuando las ventas suben y el equipo humano no puede hacerse cargo de ese incremento. Es decir, cuando dicha contratación les asegura unos beneficios todavía mayores.
No es una cuestión de conciencia social, es la riqueza lo que los mueve.
Por supuesto, datos similares se repiten en otra partes del mundo cuando se adoptan estas políticas: Estados Unidos, Reino Unido, Rusia o Brasil son claros ejemplos.
¿Por qué entonces partidos como Vox, Partido Popular o Ciudadanos en España, o el Partido Republicano de Donald Trump en Estados Unidos, proponen reducir los impuestos a las rentas más altas? Muy sencillo. Porque, por mucho que lo disfracen de sentido común y de teoría científica y utilicen todos los medios a su alcance para manipular a la población con ese mantra, solo buscan el beneficio económico de cierto sector de la población. No les interesa el bienestar general, sino seguir engrosando sus bolsillos.
Pero tampoco pasa nada, porque siempre pueden acudir a la mal llamada «ingeniería fiscal» y buscar métodos para no tributar en su país, como en las famosas SICAVs o en sociedades pantalla.
Y, si por el camino pueden privatizar algún servicio público y adjudicárselo a sus ricos amigos, mejor que mejor.
Autor: Darío Borja García.
Enlaces, fuentes y bibliografía:
– Foto destacada: Crítica al capitalismo. Autor: Joey Guidone. Fuente: Hbr.org