Cómo diferenciar a la derecha de la extrema derecha
Tradicionalmente, las ideologías políticas se definen en parte por su ubicación en el llamado “espectro político”, un amplio abanico de etiquetas que van desde la extrema izquierda hasta la extrema derecha, desde sus posiciones más extremas hasta las más moderadas.
Sin embargo, a lo largo de las décadas y con el devenir histórico, estas definiciones se han ido desdibujando muy a pesar de los intentos de la ciencia política por definir cada posición de este espectro. Como suele suceder, la terminología académica se distorsiona y tergiversa cuando llega al gran público, bien por desconocimiento, bien por intereses particulares.
Así, no es raro que se tache al otro de extremista o de radical, con acepciones como “rojo”, “facha” o “terrorista”, lo sea realmente o no. Curiosamente, tampoco es extraño lo contrario: muchas personas y organizaciones buscan “superar” dicho espectro y acogerse, bien a definiciones más concretas, bien a otras más amplias, o bien a ninguna.
Por supuesto, otra dificultad añadida es que la política es muy dependiente del contexto social, político y cultural del momento. Lo que era radical en el siglo XIX puede no serlo ahora. Y, además, el mundo ha ido experimentando una complejidad creciente a medida que nuevos problemas han saltado a la arena política, como las cuestión medioambiental o el papel de las llamadas nuevas tecnologías.
Debido a esto, las definiciones también varían según el lugar. Así, por ejemplo, ser liberal en Estados Unidos equivale a ser progresista, mientras que en Europa equivale a ser de derechas. Esto es porque en Estados Unidos entienden el liberalismo aplicado al plano social y en Europa se entiende el término aplicado al plano económico. Y esto sucede porque el liberalismo económico está mucho más interiorizado en el país norteamericano que en el viejo subcontinente.
También hay que tener en cuenta que las organizaciones políticas no son estancas. A menudo, abarcan un conjunto de ideas y/o evolucionan a lo largo del tiempo. O incluso tienen corrientes ideológicas muy diferenciadas.
Pese a todo, igual que las disciplinas académicas evolucionan y se adaptan a las problemáticas actuales, la ciencia política también intenta definir qué es cada etiqueta y qué lo caracteriza, intentando alejarse de todo lo posible de definiciones interesadas.
Actualmente, con la aparición de la denominada “nueva derecha radical” o alt-right y los movimientos libertarios, donde la extrema derecha se cobija con una imagen y un discurso renovados consiguiendo así multiplicar sus éxitos, se hace muy necesario tratar de definir qué es derecha y qué es extrema derecha.
Izquierda y derecha: el origen del espectro ideológico
Como suele ser habitual, entender los antecedentes de la terminología que se maneja es importante para ahondar en una explicación más profunda.
Las definiciones actuales sobre lo que es izquierda y derecha resulta que proceden de la misma raíz del parlamentarismo europeo, por lo que se encuentran en la misma génesis de la política actual, siendo un embrión de la misma.
Durante la Edad Media y hasta el siglo XVIII, la práctica totalidad de las potencias europeas (por no decir casi todo el mundo) se encontraba dominado por monarquías de corte absolutista donde un rey a menudo de carácter divino concentraba todos los poderes en sociedades estamentales, esto es, divididas en nobleza, clero y pueblo llano. A este periodo hoy en día se le conoce como Antiguo Régimen.
La aparición de la burguesía, una clase social que se había enriquecido gracias al comercio, junto a un importante avance del conocimiento y la cultura, terminó por desencadenar (junto a otros factores) la Revolución Francesa en 1789. Se creó la Asamblea Nacional, un parlamento donde, por motivos azarosos, los sectores partidarios de la revolución y de los cambios se sentaron a la izquierda, mientras que los sectores más conservadores se sentaron en el lado derecho. Un sencillo gesto que marcaría la política de por vida.
De entre dichos sectores, se encontraban los ultrarrealistas (o ultramonárquicos), un conjunto de personas que no solo eran contrarias a los ideales republicanos, sino que abogaban por volver al Antiguo Régimen y llegaron a ser tildados de ser “más monárquicos que el propio Rey”.
Esta gente se organizó en sociedades secretas y en bandas armadas, dirigidas en las sombras por sectores de la nobleza (liderados entonces por el Conde de Artois, hermano menor de Luis XVIII, rey de Francia) en lo que se conoce como el Terror Blanco.
Los ultrarrealistas eran revanchistas, perseguían a sus rivales políticos y buscaban la restauración de la monarquía absoluta, donde el rey se consideraba designado por Dios. Se les considera el antecedente más claro de la extrema derecha moderna.
Durante esta época, intelectuales como Jean-Jacques Rousseau, John Locke o Charles Louis de Secondat dibujaron aspectos de la democracia representativa moderna que todavía se manejan, como la separación de poderes en legislativo, ejecutivo y judicial.
El movimiento obrero y la reacción posterior
A lo largo del siglo XIX, se produjeron importantes cambios en todos los ámbitos que terminarían por dar forma al mundo moderno. De todos ellos, la Revolución Industrial es sin duda uno de los más importantes.
A medida que el modelo de democracia representativa se iba extendiendo por todo el mundo occidental, especialmente en Europa y América, la burguesía fue aumentando su capital, accediendo a los puestos de poder y convirtiéndose en la nueva clase social dirigente, especialmente teniendo en cuenta que el sufragio en muchos casos era censitario, es decir, únicamente podía votar quien pagara una cantidad determinada. De esta forma, los propietarios de las fábricas de forma generalizada se hicieron con el poder económico y político.
En aquella época, evidentemente, no existían prácticamente regulaciones a la actividad económica. Los pactos entre propietarios, el control de los precios y de la producción, las jornadas laborales eternas o el trabajo infantil eran comunes y provocaron una desigualdad creciente.
Paradójicamente, el fin del absolutismo no mejoró las condiciones de la mayoría de la población, sino que dio origen a nuevas clases sociales basadas en la capacidad adquisitiva y la propiedad privada. Además, no fueron pocos los gobiernos que, pese a ser elegidos democráticamente, llevaron a cabo políticas autoritarias, prohibiendo el derecho a sindicación, a huelga o a la libre expresión.
Surge así el movimiento obrero, un fenómeno social y político en el cual los trabajadores y las trabajadoras de las fábricas buscaron mejoras en sus condiciones laborales y la consecución de derechos y libertades políticas. El movimiento se tradujo en varias vertientes, desde el sindicalismo, pasando por las protestas, huelgas y el uso de la violencia, hasta por la participación política, resultando en la aparición de los primeros partidos progresistas. Y, por supuesto, en el nacimiento de la dicotomía entre liberalismo económico e intervencionismo, con académicos como Adam Smith y su libro La riqueza de las naciones (1776).
La clásica alternancia de gobernanza entre progresistas y conservadores (o liberal-conservadores, ya que eran partidarios de la libertad económica pero en contra del progreso social) también nace en este periodo. En España existe el ejemplo de Antonio Cánovas del Castillo (conservador) y Práxedes Mateo Sagasta (progresista), en lo que se ha llamado el Pacto del Pardo, un turnismo bipartidista del gobierno que, en el fondo, no hizo avanzar sustancialmente los derechos del pueblo llano.
En este contexto, aparecen Karl Marx y Friederich Engels y en obras como El Capital (1867) básicamente criticaron el sistema democrático de la época por ser favorable a los intereses de la burguesía, ya que el poder real no estaba en manos de los gobiernos elegidos, sino de los propietarios de los medios de producción. Y que la verdadera democracia vendría cuando la clase trabajadora conquistase dicho poder, poniendo fin a la llamada lucha de clases.
Es decir, igual que la burguesía desplazó a la nobleza en su particular lucha de clases, la clase trabajadora debía desplazar a la burguesía. Para Marx, esta era la evolución lógica, pues creía que el motor de la Historia no estaba en las ideas, sino en cómo las condiciones materiales han evolucionando a lo largo de los siglos, un enfoque conocido como materialismo histórico.
Así, el movimiento obrero se dividiría en nuevas vertientes: las más radicales, partidarias de una revolución obrera y que evolucionaría en las corrientes comunista, socialista y anarquista; y otras más moderadas, como la socialdemocracia, partidarias de puntos de vista mixtos y más afín al progresismo clásico. Es el nacimiento de la extrema izquierda.
Esto es importante porque, por razones también evidentes, la extrema izquierda fue alcanzando una popularidad creciente de forma a veces exponencial. De hecho, apenas 70 años después de la redacción del Manifiesto Comunista (1848), nació la Unión Soviética (URSS), poniendo fin a la Rusia absolutista de los zares.
Por lo tanto, para la burguesía y los sectores conservadores, era necesario, tal y como intentaron los ultrarrealistas años atrás, detener como fuera esta nueva ola revolucionaria.
El auge de los totalitarismos: fascismo, nazismo y franquismo.
El parlamentarismo, incluso en manos de las fuerzas más conservadoras, poco podía hacer para frenar el avance de ciertas manifestaciones populares. Cuando de lo que se habla es de tomar las calles y apropiarse de los medios de producción, no basta con hacer política conservadora.
Tras la Primera Guerra Mundial (1914 – 1918), en Alemania, se dio el Levantamiento Espartaquista en 1919, una sublevación obrera que tomó las calles de Berlín y que finalmente fue sofocada por el ejército y las Freikorps, grupos paramilitares formados por excombatientes y veteranos de la guerra que usaban la violencia para fines políticos.
Aunque las Freikorps serían ilegalizadas en 1920, durante unos dos años fueron permitidas porque venía bien tener una fuerza de choque en las calles que detuviera las aspiraciones de la izquierda, especialmente ante el mermado ejército alemán. Más tarde, las Freikorps nutrirían las Sturmabteilung o SA (o “camisas pardas”), la milicia del Partido Nacional Socialista Obrero Alemán, más conocido como NSDAP o partido nazi, a partir de 1921.
Paralelamente, en Italia, aparecieron las Fasci Italiani di Combatimento (o “camisas negras”), un movimiento nutrido también por excombatientes (los arditi) e inspirado en movimientos revolucionarios de izquierda, pero para oponerse a las aspiraciones comunistas, socialistas y anarquistas. Este movimiento sería el núcleo del Partido Nacional Fascista y daría lugar al fascismo, con Benito Mussolini como líder.
En España, por su parte, existió la Falange Española y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (FE de las JONS), movimiento inspirado en el fascismo que también usaba la violencia para oponerse tanto al parlamentarismo como al movimiento obrero.
Los tres movimientos y formaciones políticas tenían aspectos en común que serían heredados por la extrema derecha moderna:
1. Rechazaban el espectro político tradicional, considerándose tanto contrarios al liberalismo económico (mostrándose partidarios de la intervención económica e incluso de la economía dirigida por el estado) como al comunismo, acuñando el término “tercera posición” o “tercerposicionismo”.
2. En la práctica, se aliaron con las facciones conservadoras, yendo incluso en coalición a las elecciones como en el caso del partido fascista italiano, o votando conjuntamente leyes represesivas, como la Ley Habilitante de 1933 y que convirtió a Alemania en una dictadura totalitaria en manos de Adolf Hitler. Durante sus gobiernos, las clases altas mantuvieron y gozaron de sus privilegios.
3. Surgieron como una reacción a la ola revolucionaria del movimiento obrero y ante la incapacidad de las jóvenes democracias y del parlamentarismo para detenerla.
4. Se aprovecharon de las leyes y del sistema establecido del momento para torcer las tornas a su favor, aprovechando las herramientas democráticas para hacerse con el poder absoluto.
5. Se apropiaron de elementos de la izquierda para tratar de captar el apoyo de la clase obrera y de la población más empobrecida. Por eso, por ejemplo, el partido nazi incluyó la palabra “socialista” en su nombre.
6. Se basaron en teorías de la conspiración y en pseudociencias para sostener su discurso político. Así, fabricaron enemigos y agendas políticas ocultas inexistentes, como el ataque a la población judía en el caso del nazismo o la “conspiración judeo-masónica-marxista internacional” en el caso del franquismo; y sostuvieron teorías sociales inciertas, como el darwinismo social, la eugenesia o el supremacismo basado en la superioridad de la raza aria.
7. Emplearon discursos de odio y la llamada antipolítica, esto es, el ataque indiscriminado a los colectivos más vulnerables a partir de la fabricación de enemigos del estado, la contraposición al sistema político imperante, considerado decadente e ineficaz, y el ataque al rival político. Hacían una diferencia entre el Yo y el Otro, dividiendo y generando fuertes dicotomías sociales.
8. Se apoyaron en ideas muy similares basadas en un enaltecimiento exagerado de “la nación”, en postulados muy conservadores que proponían la vuelta a posiciones políticas muy antiguas y casi extintas para volver a un pasado glorificado, en la transformación radical del sistema basado en el retroceso de libertades fundamentales y en el supremacismo étnico, cultural, religioso y/o racial.
9. Justificaron prácticamente cualquier método con tal de ostentar el poder, adaptándose a lo que las circunstancias requirieran, desde la violencia a la persecución política. En este sentido, se apoyaron y glorificaron el uso de la fuerza, así como en el ejército, especialmente en el caso de España.
Con esta particular idiosincrasia, estas fuerzas ostentaron el poder en sus respectivos países imponiendo dictaduras de carácter totalitario y corporativista donde los derechos fundamentales estaban suspendidos, el gobierno buscaba controlar todos los aspectos de la sociedad y donde se cometieron atrocidades y crímenes que a día de hoy se recuerdan, como el Holocausto, además de provocar la Segunda Guerra Mundial, con un balance de unos 80 millones de muertes.
Nace el fascismo, que considera que el progreso alcanzado ha provocado la corrupción de la sociedad pero, además, sostiene que el parlamentarismo (mediante sufragio universal) y el liberalismo generan decadencia. En esta línea, se defiende que “el fin justifica los medios” por lo que, en pos del triunfo de “la nación” por encima de las demás y de un esplendoroso futuro, se emplean todo tipo de medios para controlar la vida y el pensamiento de la gente: represión policial, manipulación de los medios de comunicación, propaganda, fin de las libertades de manifestación, reunión o prensa… Es decir, el pensamiento debe ser único, el correcto, porque cualquier otro pone en peligro la paz social y provoca la corrupción de “lo natural”.
Y nace también el concepto de extrema derecha.
La Guerra Fría y las nuevas dictaduras de extrema derecha
Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial (1939 – 1945) y la caída de los totalitarismos nazi y fascista, el mundo se dividió en dos esferas de influencia: el bloque occidental/capitalista, liderado por Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) por un lado; y, por otro, el bloque oriental/comunista, liderado por la URSS y el Pacto de Varsovia.
Ambas esferas se enfrentaron en los planos social, ideológico, cultural y político, sin llegar nunca a un conflicto armado, ya que eso hubiera supuesto la destrucción mutua y, seguramente, del planeta. Y ambos bloques emplearon herramientas diversas para asegurarse su superioridad, incluyendo la propaganda y la persecución política.
Un ejemplo ampliamente mencionado es el de la Operación o Plan Cóndor, una operación dirigida por Estados Unidos que tuvo como objetivo el apoyo directo de regímenes autoritarios y dictatoriales de derecha y extrema derecha, así como la colaboración y coordinación mutua entre ellos. Esto explica el ascenso de Augusto Pinochet en Chile (1973), Alfredo Stroessner en Paraguay (1954), Juan María Bordaberry en Uruguay (1973), Hugo Bánzer en Bolivia (1971), Humberto de Alencar en Brasil (1964) o Jorge Rafael Videla en Argentina (1976).
También existió la Operación Gladio, desarrollada para entrenar en secreto a grupos paramilitares en Europa con el objetivo de, teóricamente, impedir una eventual invasión de las tropas soviéticas.
En la práctica, sin embargo, se dedicaron a acciones terroristas, infiltración, torturas… y un sinfín de acciones en todos los países europeos que tenían como objetivo desacreditar a todos los partidos y movimientos políticos no afines a la política estadounidense. El ascenso al poder de Georgios Papadopoulos en Grecia (1967), diferentes atentados y ataques en países europeos, así como la aparición de grupos terroristas, se relacionan con esta operación, si bien es cierto que no siempre se ha podido probar esta conexión.
De nuevo, las supuestas democracias liberales se apoyaban en la ultraderecha desde los sectores más derechistas para mantener el statu quo.
Estas dictaduras militares, si bien no fueron estrictamente fascistas, sí que incorporaron muchos de los elementos comunes de la extrema derecha, aplicándose además diferentes teorías económicas contrarias al intervencionismo económico, como el neoliberalismo, un conjunto de doctrinas surgidas en la Escuela de Chicago de la mano de economistas como Milton Friedman y en la Escuela de Austria, de personalidades como Frederick Von Hayek.
El surgimiento de estas nuevas doctrinas y el papel de la derecha y la extrema derecha en el contexto de la Guerra Fría, además del nacimiento del ecologismo en los años 80 y del auge de los movimientos contraculturales en los 60 y 70, como el Movimiento por los Derechos Civiles de la población negra en Estados Unidos o el feminismo, diversificó ampliamente el espectro ideológico, incluyendo a la extrema derecha.
Es de hecho en 1968 cuando el filósofo político Alain de Benoist funda GRECE, un think tank que busca, a partir de los principios de la extrema derecha clásica, generar un nuevo discurso y una nueva agenda política que busque al mismo tiempo alejarse del fascismo y el nazismo. De entre todos sus libros, destaca La Nueva Derecha (1982), considerado el antecedente más directo a de la nueva derecha radical o alt-right.
Esta nueva diversidad ideológica estaba respondiendo a una creciente demanda social. No se trataba ya únicamente de las desigualdades subyacentes a la división entre burguesía y clase trabajadora, sino también a otros ejes de poder social que producían otro tipo de discriminaciones: población blanca/población negra, población migrante/población nativa, lenguas regionales/lenguas globales, heterosexualidad/LGTBI, hombres/mujeres… además de problemáticas complejas como la contaminación.
La medida del espectro ideológico
Con todo este cóctel de ideas, movimientos y tendencias, el poder analizar y clasificar desde un punto de vista académico partiendo de la concepción ideológica tradicional para así poder poner al día a la ciencia política era una necesidad imperiosa.
Sin embargo, hay expertos que han propuesto otros ejes para diferentes contextos políticos. Por ejemplo, en Irlanda, el eje político está más definido por la gente partidaria de la unión con Reino Unido y la gente más partidaria de la soberanía de la isla. Ambos son nacionalistas a su manera, como sucede en España con el soberanismo catalán y vasco en contraposición a la unidad del territorio, un rasgo en principio no afín a la izquierda (con muchos matices), por lo que es más complicado establecer definiciones estancas.
En los países latinoamericanos, por ejemplo, el antiimperialismo también define un eje político importante, entre las fuerzas partidarias de oponerse a las antiguas metrópolis y a las injerencias externas (Estados Unidos principalmente) y aquellas más cercanas a las potencias occidentales, si bien es cierto que la izquierda a menudo es antiimperialista.
Pero existen más: por ejemplo, la intervención en la economía. El estatismo o la economía dirigista ha sido empleada tanto por la extrema izquierda como por la extrema derecha, e incluso por fuerzas más moderadas, si bien para fines y objetivos muy diferentes.
Es por ello que se han propuesto modelos de medida del espectro que, partiendo de dos ejes, abarcan definiciones diversas.
La primera persona que diseñó un sistema de dos ejes fue Hans Eysenck en su libro 1964 Sense and Nonsense in Psychology (1964). A partir del espectro tradicional “derecha-izquierda”, Eysenck añadió un eje vertical que iba de las tendencias autoritarias a las tendencias democráticas. El efecto de este nuevo eje es que aquellos que tienen ideas muy diferentes con respecto a la autoridad, pero tienen las mismas en el eje derecha-izquierda, puedan ser distinguidas. Eysenck consideraba que el autoritarismo no era un rasgo inherente ni suficiente en para ambos lados del espectro.
Sin embargo, las más modernas y conocidas son el Diagrama de Nolan y el Gráfico de Pournelle.
El primero fue creado por el libertario David Nolan en 1971, con dos ejes (económico y político) perpendiculares entre sí. Este gráfico muestra lo que él considera “libertad económica” (materias fiscales, comerciales y de libre empresa) en su eje X; y lo que él considera «libertad personal» (legalización de drogas, aborto, servicio militar…) en el eje Y. Esto sitúa a los izquierdistas y socialistas en el cuadrante izquierdo, a los libertarios y anarquistas arriba, a los derechistas y conservadores a la derecha, y a los autoritarios y populistas abajo.
Este gráfico tiene el problema de tener una visión demasiado libertaria, ya que considera que la libertad económica no se puede solapar nunca con la libertad personal, cuando en la realidad se ha demostrado que una puede ir en detrimento de la otra.
El segundo, creado por Jerry Pournelle, se diferencia del de Nolan en que el eje X (llamado estatismo) se refiere a la actitud ante el Estado y el gobierno centralizado (siendo el extremo de la derecha el culto por el Estado) y el extremo izquierdo la idea del Estado como «el mayor de los males» prefiriendo la libertad individual; y el eje Y (llamado racionalismo) se refiere al grado en que se cree que los problemas de la sociedad pueden ser o serán resueltos mediante el uso de la razón (siendo el extremo superior la completa confianza en el progreso social planificado y el extremo inferior el escepticismo hacia aquellos esquemas, los que son vistos como utópicos).
Además, aquellos en la parte superior de este eje tienden a desprenderse de la costumbre tradicional, si no entienden a qué propósito sirve (considerándola anticuada y probablemente inútil), mientras que los de la parte inferior tienden a mantener la costumbre (considerándola probada por el tiempo y probablemente útil).
Este gráfico, aunque útil, deja fuera otras perspectivas y se centra únicamente en la acción política y no tanto en la teoría.
Otros movimientos, como el feminismo o el ecologismo, han sido también adoptados tanto por organizaciones de izquierda como de derecha. Por lo tanto, ¿dónde se pueden ubicar? Porque, aunque existan modelos de múltiples ejes, seguir añadiéndolos no resulta práctico ni eficiente.
Las definiciones más comúnmente aceptadas son que la izquierda política aboga por el progreso social y por el establecimiento de medidas igualitarias que acaben con la división jerarquizada de la sociedad y con la discriminación entre grupos sociales, mientras que la derecha tiende a pensar que determinadas jerarquías son inevitables como producto de la naturaleza de los individuos, del desarrollo de la economía, de la cultura o de la tradición, por lo que influir en la libertad individual para “corregir” dinámicas sociales atenta contra el individuo de distintas formas.
Debido a esto último, la mayoría de expertos encuadra el feminismo y ecologismo en la izquierda o, al menos, en el centro político.
Diferencia entre derecha y extrema derecha
Debido a la problemática surgida a raíz de la diversificación ideológica, los analistas y expertos en ciencia política suelen acudir a modelos de dos ejes izquierda – derecha aunado a un análisis histórico de la teoría y la práctica política para poder discernir dónde se encuentra una determinada idea o dónde categorizar una organización política.
Se ha expuesto a lo largo de los párrafos anteriores las definiciones clásicas de los términos y la evolución histórica de los mismos, marcando en cada siglo y en cada década cuáles han sido los elementos comunes de uno y otro lado del espectro.
La deducción lógica más clara es que, para poder definir una idea y/o una formación política, hay que acudir sus características para encontrar dichos elementos comunes. Habitualmente, se analiza el programa electoral y el discurso pero, dado que por cuestiones de interés político a menudo las personalidades de los partidos disfrazan su ideología, se analiza también la acción política, las alianzas y el recorrido histórico de los cargos más importantes.
A menudo, afines a la ultraderecha achacan a los grupos progresistas de tachar de “fascista” o de “extrema derecha” a todo el que no piensa como ellos. Que, para un “progre”, todo es extrema derecha, y que esto lo hace precisamente para negar cualquier alternativa a su agenda política.
Sin afirmar que esto pueda ser cierto o no (y aceptando que pueda serlo en algunos casos) se exponen las siguientes diferencias fundamentales:
1. La derecha, normalmente, no es contraria al establishment. Muestra su adhesión a los preceptos básicos del estado, adherencia a las leyes y al sistema y lo respeta por antonomasia, tanto en sus discursos como en su práctica política. Normalmente, no busca grandes cambios, ni progresistas ni conservadores. Incluso si critica a los partidos de la oposición, no suele tener reparos en llegar a acuerdos con otras fuerzas políticas de diferente ideología y desarrollar su actividad parlamentaria dentro de los márgenes correctos y aceptables.
La extrema derecha, por otro lado, suele ser antipolítica, poco constructiva y desarrollar su actividad parlamentaria alrededor de la crispación y los discursos de odio. La nueva derecha y las vertientes más modernas de la extrema derecha no rechazan el parlamentarismo y, por lo tanto, no buscan per se establecer un gobierno autoritario, pero sí muestran posturas antidemocráticas y favorables a reducir el debate político. Por ejemplo, suelen abogar por un centralismo radical o la reducción del poder de los parlamentos.
2. La derecha puede llegar a ser muy conservadora (o neoconservadora), pero se mantiene, de nuevo, dentro de unos márgenes acordes al contexto político del momento. Puede mostrarse reacia al progreso social o incluso favorable a modificaciones de leyes, servicios o cuestiones presupuestarias pero, traspasada cierta línea, no busca retrotraerse al pasado. Por ejemplo, hoy en día, prácticamente toda la derecha acepta los derechos de las personas LGTB o las leyes igualitarias.
Sin embargo, la extrema derecha es ultraconservadora o paleoconservadora, es decir, no solo busca detener el progreso social, sino que desprecia los avances conseguidos. Es por ello que busca la derogación y la marginación de legislaciones y decisiones que favorecen a colectivos o grupos sociales vulnerables. Así, la ultraderecha es profundamente antifeminista, racista, xenófoba y antiLGTB. Y, aunque su discurso a veces diga lo contrario, es fácil verlo cuando están en el poder, en segundas lecturas de sus programas electorales o en sus potenciales aliados.
3. En línea con lo anterior, la derecha a menudo es también reaccionaria, pero el tema principal de las formaciones derechistas no es la batalla ideológica o cultural, sino la económica. Aunque asuman (a veces) posturas muy conservadoras, no suelen constituir el punto central de su actividad política. El discurso derechista gira alrededor de los recortes presupuestarios, las privatizaciones, la desregulación económica o los impuestos.
En cambio, el eje principal de la extrema derecha es el discurso de odio, la cuestión ideológica, cultural e identitaria.
4. De nuevo, la derecha es a menudo bastante patriota y tiende a ensalzar los “símbolos nacionales”, siendo favorable a la unidad del país y usando también la identidad cultural de “la nación” como un valor a defender. Sin embargo, ni suele ser tampoco un pilar central del discurso, ni tiende a ser una línea roja para establecer pactos políticos o desarrollar la práctica política. Es decir, no todo gira alrededor de la patria y de la bandera.
En cambio, para la extrema derecha no solo esto es intocable, sino que es utilizado como chivo expiatorio para defender el resto de sus posturas ideológicas. De esta forma, aquella persona o grupo que no está de acuerdo con su perspectiva, constituye una traición al país, hasta el punto de pedir la ilegalización, castigo, prohibición o medida penal contra quienes atenten contra su idea de “la nación”.
Es decir, la derecha es nacionalista (y a veces la izquierda también), pero la derecha es ultranacionalista.
5. El discurso de la derecha puede ser muy populista y ser engañoso (también el de la izquierda) pero no suele apoyarse ni en conspiraciones, ni en teorías pseudocientíficas, ni suelen ser anti-intelectuales. O al menos no de forma exagerada, ni por mucho tiempo. Además, la derecha no suele atacar a la ciencia, sino presentar sus propias alternativas y a sus propios intelectuales afines.
Para la extrema derecha, en cambio, esto no solo es así de forma permanente, sino que no se puede entender su discurso sin la fabricación de fake news, sin la pseudociencia y sin recurrir a la conspiración. La extrema derecha suele tirar por tierra el discurso científico y revestir de verdad y de tergiversaciones datos falsos o desfasados, lo que se ha llegado a llamar posverdad.
Por ejemplo, la derecha no niega la violencia de género e incluso se puede mostrar favorable a las leyes feministas. La ultraderecha, en cambio, sí la niega, tildando estas leyes de censoras y contrarias a la libertad.
6. La derecha, aunque pueda asumir un discurso contrario a las personas migrantes o discriminarlas en la práctica política, no suele estar en contra de la inmigración ni atacar a este colectivo. Y, cuando lo está, se aluden a motivos económicos, como el desempleo.
En cambio, para la ultraderecha es el origen de casi todos los males, tanto por una cuestión de identidad (ya sea religiosa, cultural o racial, rechazando el multiculturalismo) como por una cuestión de seguridad ciudadana. De hecho, la extrema derecha se refiere de forma peyorativa a la inmigración calificándola de invasión y difundiendo todo tipo de discursos de odio. Un ejemplo está en el muro que Donald Trump dice querer construir en la frontera con México.
7. La derecha no es favorable, normalmente, a la guerra sucia en política. No suele recurrir a la desnaturalización del rival político ni de sectores sociales vulnerables, ni mostrar gran agresividad en sus discursos, ni son favorables al uso de la violencia, ni suelen usar discursos de odio.
La extrema derecha suele ser más partidaria de “el fin justifica los medios”. Aunque no toda la ultraderecha recurre a la violencia, a la desacreditación excesiva o a la degradación del adversario (hay que recordar que no toda la ultraderecha es fascismo), en general sí se apoya en estas herramientas.
Tanto es así que, en tiempos de crisis o de popularidad de la izquierda, la derecha es permisiva con la extrema derecha o directamente la utiliza precisamente por el empleo de estos métodos para frenar el avance de las ideologías progresistas, como se ha visto en numerosos casos históricos ya citados.
De igual manera, la extrema derecha menos violenta se muestra indulgente con la extrema derecha más violenta.
Sin embargo, de nuevo, hay excepciones. En Alemania, en Francia o en los países nórdicos europeos, existe el llamado “cordón sanitario”, un pacto no escrito mediante el cual las formaciones políticas de todo el espectro dejan de manera sistemática fuera de cualquier acuerdo a las formaciones ultraderechistas.
8. La extrema derecha, al contrario que la simple derecha, cae a menudo en la indefinición en cuanto a sus posturas económicas, precisamente porque su discurso gira alrededor de otros pilares. Así, mientras que la derecha se adhiere a posiciones basadas en la economía liberal en diferentes grados, la ultraderecha va desde el puro estatismo corporativista (en el caso del fascismo) pasando por el proteccionismo (alt-right) hasta el neoliberalismo (Vox).
En general, la derecha radical utiliza el discurso económico como una cuestión netamente populista, adaptándolo según el contexto del momento.
9. La derecha reniega con mucha más facilidad al pasado que la extrema derecha. Así, mientras que ésta última suele glorificar épocas pasadas e incluso utilizar simbología afín (aunque sea de forma no oficial) o, como mínimo, no condenar dichas épocas, la derecha sí que trata de no hablar de ellas, especialmente en referencia a regímenes fascistas.
Aquí por supuesto hay excepciones. Alternativa para Alemania reniega de forma explícita al nazismo, mientras que el Partido Popular en España sigue sin condenar de forma explícita el franquismo.
10. La derecha, aunque puede tratar de modular su definición ideológica, no suele renunciar al espectro ideológico. Puede definirse como fuerza de centro o centro derecha, o como conservadores, pero rara vez hablarán de “no ser ni de izquierdas ni de derechas”.
La ultraderecha sí lo hace, de forma añadida a su discurso antipolítico.
Por supuesto, podríamos hablar de más diferencias, pero daría para una lectura demasiado extensa.
La nueva derecha radical… ¿es extrema derecha?
Pese a conocer la evolución histórica de la ultraderecha, saber sus elementos definitorios y partir de los mismos para establecer diferencias con la derecha tradicional, todavía puede seguir siendo difícil establecer etiquetas concretas.
Por ejemplo, se puede encontrar una formación política que, de los nueve elementos anteriores, cumpla cinco. O cumpla varios, pero de manera no muy clara. Es por eso que analistas de la ciencia política terminan por recurrir a definiciones poco concretas, por ejemplo, diciendo que la ideología de un partido va desde la derecha a la extrema derecha, o definiéndolo desde el punto de vista social por un lado y desde el punto de vista económico por otro.
La nueva derecha radical o alt-right, así como el lavado de cara de la extrema derecha moderna, trata precisamente de huir (aunque no siempre) de las definiciones clásicas, incluso usando de forma peyorativa términos como fascismo o nazismo, utilizándolos para atacar a la izquierda.
Sin embargo, prácticamente todos los elementos anteriores están presentes en esta nueva ultraderecha, ya sea en sus discursos como en su práctica política.
Desde personalidades políticas, portavoces de partidos hasta influencers y youtubers, utilizan un discurso muy similar:
1. Rechazan el espectro político tradicional. A veces, se definen como “libertarios” o “a favor de la libertad”. A veces utilizan otros eufemismos.
2. En la práctica, son más cercanos a las facciones conservadoras que a las progresistas. Ven con buenos ojos a las élites económicas e incluso a personalidades de alto poder adquisitivo y suelen afirmar premisas conservadoras. Influencers han llegado a entrevistar y tratar de forma amistosa a líderes ultraderechistas como Santiago Abascal en España o a Jair Bolsonaro en Brasil.
3. Han surgido como una reacción a los avances sociales promovidos desde los sectores progresistas y ante la incapacidad de los gobiernos por solventar las crisis económicas y políticas. Un ejemplo se puede ver en el movimiento independentista de Cataluña, en la crisis de refugiados de la Guerra Civil de Siria o en las leyes igualitarias.
4. Se aprovechan de las leyes y del sistema establecido del momento para torcer las tornas a su favor, aprovechando las herramientas del parlamento para hacerse con el poder. O bien aprovechando herramientas democráticas habitualmente utilizadas para luchar por injusticias sociales para dar altavoz a ideas retrógadas.
5. Se apropian de elementos de la izquierda para tratar de captar el apoyo de la clase obrera. Por ejemplo, el discurso anti-élites y anti-establishment, muy utilizado por Donald Trump durante su campaña de las elecciones 2016.
6. Se basan en teorías de la conspiración y en pseudociencias para sostener su discurso político. Fabrican enemigos y agendas políticas ocultas inexistentes, como que la OMS la maneja China, que entidades supranacionales y las productoras de cine buscan adoctrinar a la población con una agenda oculta progre (llamada incluso “dictadura progre”) o que las mujeres se organizan para denunciar en falso a hombres por maltrato, por mencionar algunos ejemplos. El negacionsimo del cambio climático es otro ejemplo clásico.
7. Emplean discursos de odio y la llamada antipolítica. De hecho, el discurso de estos sectores políticos gira alrededor del ataque al feminismo, al antirracismo y al progresismo en general, así como a colectivos vulnerables, además del ataque peyorativo al rival, a la burla y al meme constante. Aunque a menudo dicen adherirse “a la ley” o a “la Constitución”, entre sus propuestas siempre se encuentra la derogación de muy buena parte de las mismas.
8. Se apoyan en ideas muy similares a la ultraderecha tradicional, como el supremacismo étnico, cultural, religioso y/o racial, o el ultranacionalismo. Aunque es cierto que las corrientes más libertarias huyen de esto, a menudo sí afirman que las personas migrantes y/o las minorías étnicas (o tradicionalmente discriminadas, como la población negra) en realidad no sufren discriminación o que incluso tienen privilegios. Es decir, niegan las desigualdades estructurales, convirtiendo a la víctima en verdugo.
9. Justifican prácticamente cualquier método con tal de ostentar el poder. Por ejemplo, la ilegalización de partidos, el aumento de las penas de cárcel para delitos políticos (por ejemplo, castigar la quema de banderas, las pitadas al himno o a los movimientos soberanistas) e incluso llegan a ejercer o justificar la violencia o el acoso, como las concentraciones en la casa del vicepresidente segundo de España y líder de Podemos Pablo Iglesias.
Aunque existen más elementos, podría decirse que las nuevas tendencias ultraderechistas han conservado la esencia de las tradicionales, por mucho que en ocasiones huyan de este tipo de definiciones. Y aunque ahora, en lugar de ir por la calle con la cabeza rapada, alzando el brazo con un tatuaje de una esvástica y propinando palizas, lleven el pelo largo, perilla y pendiente, se tatúen la bandera de Tabarnia y se dediquen a hacer vídeos atacando a «progres», en el fondo son la evolución lógica de la extrema derecha adaptada a los tiempos modernos y al contexto actual.
Conclusiones
En resumen, es inevitable que surja confusión respecto a las definiciones políticas teniendo en cuenta el contexto actual. Es muy probable, de hecho, que muchas personas, ideas y formaciones se encuentren a medio camino entre la derecha y la extrema derecha, o incluso en algunos aspectos en un lado y en otros en otro lado.
Por lo tanto, la mejor manera es efectuar un análisis exhaustivo de los elementos definitorios expuestos para estrechar el margen de error todo lo posible.
Se quedan muchas cuestiones por tratar, como las posturas antiglobalización y euroescépticas de la extrema derecha europea y estadounidense, o los pocos pero reseñables casos donde la extrema derecha trata de hacer política izquierdista, heredera del strasserismo. O también los llamados partidos “big tent” o “atrapatodo”, que incorporan numerosas corrientes a veces incluso contradictorias entre ellas.
No obstante, la derecha se diferencia de la extrema derecha y es importante entender en qué ámbitos se mueven unas y otras para poder dejarlas Al Descubierto.
Enlaces, fuentes y bibliografía:
– Foto destacada: Montaje realizado con: Fotografía del líder del partido ultraderechista español Vox Santiago Abascal (izquierda). Autor: Vox España. Fuente: Flickr, 2019; y de Ángela Merkel, líder del derechista CDU y presidenta de Alemania (derecha). Autor: Armin Linnartz, 2010. Fuente: Armin Linnartz site / CC BY-SA 3.0
Jefe de Redacción de Al Descubierto. Psicólogo especializado en neuropsicología infantil, recursos humanos, educador social y activista, participando en movimientos sociales y abogando por un mundo igualitario, con justicia social y ambiental. Luchando por utopías.
Leí de una el artículo completo, pero es abrumador. Necesito leerlo al menos dos veces más.
En particular haría una crítica, solo una por ahora (y audaz, además): Hay elementos que yo he comprobado que no son teorías de las conspiración, pero entiendo el concepto.
Gracias por responder a muchas dudas que tenía en mi cabeza. Lo leeré otra vez, y contrastaré puntos con otros pensadores no religiosos como Miklós Lukács, Gerardo Fernández Noroña y Ramón Freire, entre otros.
Por cierto, su cuenta de Twitter ya vi funciona, al menos la liga que ponen aquí ya no.
Saludos desde la capital de México.