El desastre de la reunificación alemana y el crecimiento de la ultraderecha
Alemania, en 1945, había dejado de existir como Estado. Su territorio fue ocupado por los ejércitos de Estados Unidos, Reino Unido, Francia y la Unión Soviética (URSS) tras ganar la Segunda Guerra Mundial y, con ello, el país se vio sometido por una administración militar hasta su división en 1949, cuando los dos Estados quedaron determinados por sus respectivos ocupantes, creándose la República Federal Alemana (RFA), satélite de las potencias occidentales; y la República Democrática Alemana (RDA), cercana a la URSS. La reunificación alemana no sucedería hasta 1991.
De igual manera, Berlín se dividió en función de este mismo reparto, creándose el famoso muro que duró hasta 1989. No obstante, la llamada “cuestión alemana” todavía tardaría en resolverse, arrastrando una serie de problemas que duran hasta el día de hoy.
La creación de la Alemania occidental y la Alemania oriental
Este proceso se concretó de manera definitiva en 1955 cuando las “potencias supervisoras” otorgaron una soberanía limitada a las autoridades de las dos partes, que se unieron entonces a la OTAN y al Pacto de Varsovia, respectivamente.
Desde entonces, intelectuales como Jürgen Habermas y Dolf Sternberger, han popularizado el concepto de “patriotismo constitucional”. El sentimiento de pertenencia a la nación que fomentó el nazismo de Adolf Hitler durante los años 20 y 30 ya no era admisible en la Alemania posterior a la guerra. Así que, para rellenar ese vacío, teorizaron un tipo de patriotismo o “republicanismo” para Alemania.
Se trataba de que la población alemana se sintiera vinculada a una comunidad política basada en principios universales de democracia, libertad e igualdad, en lugar de en especificidades étnicas e identitarias típicas del supremacismo racial asociado al nazismo y que justificó innumerables discriminaciones y atentados contra los derechos humanos. Pero sin dejar de lado el nacionalismo y el orgullo patrio.
Si queremos enjuiciar con arreglo al principio de utilidad los hechos, movimientos, relaciones humanas, etc., tendremos que conocer antes todo la naturaleza humana históricamente condicionada por cada época. – Karl Marx
Al propio tiempo, Alemania tuvo que sufrir un proceso que se estableció bajo la fórmula de las 4 “des”, a decir de Christoph Klessmann, y que consistió en: “desmilitarización”; “descartelización”; “desnazificación” y “democratización”, lo que ocurrió por iniciativa y bajo supervisión de los ocupantes foráneos.
En ese sentido, podría agregarse una más: el “desmembramiento” de su territorio con la formación de dos Estados dentro de un mismo espacio histórico cultural como resultado de la creación de la RFA y la RDA.
La construcción del Muro de Berlín en 1961 simbolizó la división de Europa en dos sistemas antagónicos: el capitalismo en el oeste, con la RFA como primera línea; y el socialismo en el este, con la RDA en igual condición, luego de lo cual se desplegaron todas las dinámicas de la confrontación del fenómeno estructural que se constituyó durante la Guerra Fría.
Así, tanto la RDA como la RFA sufrieron las consecuencias de la Guerra Fría, reflejándose en multitud de conflictos, entre ellos, el aislamiento que llegó a padecer Berlín en varias ocasiones al encontrarse del lado soviético.
La reunificación alemana
Las protestas pacíficas contra el sistema imperante por parte de los ciudadanos del Este en el otoño de 1989 propiciaron en buena medida la apertura de los pasos fronterizos de Berlín el 9 de noviembre del mismo año, de forma completamente inesperada para todo el mundo, lo que supuso que el Gobierno no tuviese ningún plan o proyecto diseñado sobre cómo hacer frente a un evento de estas características.
Para 1990, los alemanes del Este se estaban desplazando hacia el Oeste a razón de 60.000 por mes, y el desconcierto en la RDA era asombroso, lo que era una clara prueba de que el destino del país artificial estaba sellado.
Así las cosas, el 18 de marzo de 1990 tuvieron lugar las primeras elecciones multipartidistas, que arrojaron un resultado final, que no sorprendió a nadie. El gobernante Partido Socialista Unificado de Alemania (PSUA) salió derrotado en los comicios al obtener un escaso 16% de votos, mientras que la gran mayoría del electorado se inclinó por partidos no comunistas, partidarios todos de la unión social y monetaria de las dos Alemanias como paso previo a su reunificación.
En efecto, la Asamblea Popular, máximo órgano legislativo, aprobó el 23 de agosto de 1990 en sesión extraordinaria, la adhesión de la RDA a la Alemania Federal, lo que se consumaría de manera completa y definitiva el 3 de octubre de 1990, cuando los cinco Estados de la Alemania Oriental (Brandemburgo, Mecklemburgo-Pomerania Occidental, Sajonia, Sajonia-Anhalt y Turingia) formalmente se incorporan a la República Federal Alemana. El Berlín actual fue el resultado de la fusión entre Berlín Oriental y el Occidental, creándose un estatus especial pero que no se puede considerar como uno de los Estados federados.
Sin embargo, esto no marcó el fin de la “cuestión alemana” y mucho menos puso término a los rezagos históricos de la derrota germana en la Segunda Guerra Mundial, como a menudo suele asumirse desde la cultura y la sociedad occidental.
Una reunificación alemana: una cuestión fallida
La absorción de la RDA por la RFA produciría substanciales transformaciones en el escenario germano, que modificaron, de manera radical, no solo a la sociedad, sino que también el estatus como potencia regional de ese país resultó beneficiada al incrementarse sus atributos geopolíticos.
Por tanto, no se puede soslayar el hecho de que la reunificación alemana revivió justificados recelos en sus vecinos, sobre todo si se tiene en cuenta que el Estado teutón fue una potencia agresiva en otros períodos históricos, lo que es una amenaza real para el proyecto de unidad cultural, simbolizado hasta hoy en la construcción de un hogar común en la diversidad dentro Unión Europea (UE).
Josep Ramoneda en el prólogo al libro El día en que acabó el siglo XX, de Martín Font, da una visión de la reunificación: “Ahora sabemos que la RDA acabará siendo una nota a pie de página en los manuales de historia, que no reflejarán nunca la tragedia escrita en la biografía de muchas personas. Despojando del miedo pero portador de memoria, el muro sigue sirviendo a las apariencias: es una ficción para hacer crecer que en el otro lado todavía hay un Estado y que la fusión la están negociando dos Estados. No hay fusión. Hay anexión”.
La brevedad con la que se llevó la reunificación se debió a la presión de Helmut Kohl (elegido canciller) y su partido, la Unión Democrática Cristiana de Alemania (CDU, el mismo partido de la presidenta actual, Ángela Merkel) para presentarse como el artífice de la unidad alemana en elecciones del 1990. Refiriéndose a este proceso, el escritor Gunter Grass denunció entonces la exacerbación del nacionalismo y advirtió que ello conduciría, como efectivamente ha sucedido, al fortalecimiento del radicalismo de derecha, particularmente en el Este.
Tal es así que el nacionalismo alemán, suprimido durante años, resurgió con la caída del Muro de Berlín. De manera que, con los cambios políticos generados por una coyuntura diferente, que se agravó con la recesión económica de 2008, el desempleo, la crisis estructural a escala global y el continuo flujo de inmigrantes en fecha posterior a la reunificación alemana, propició la aparición del discurso de la intolerancia, que se movió en su hábitat, buscó (y siempre encontró) uno o varios grupos minoritarios a los que discriminar, segregar, marginar, convertir en chivo expiatorio, y en consecuencia, atribuirle toda clase de “culpas”. De este escenario no escaparon ni los alemanes del este.
El fracaso de la “solidaridad” alemana
Ahora bien, la reconversión de una economía planificada en una economía de mercado y los costos de la unificación constituyen otro importante aspecto a tener en cuenta.
Durante los primeros años de la reunificación, se transfirió una suma considerable de dinero del Oeste al Este de Alemania para tratar de ofrecer las mismas condiciones de vida a la ciudadanía de la antigua RDA. En total unos dos millones euros, según historiadores. Hubo incentivos como el llamado dinero de bienvenida 100 marcos alemanes para cada alemán del Este o el cambio uno a uno de marcos del este a marcos alemanes.
Desde 1991, se recauda el denominado “impuesto de solidaridad”, que en la actualidad se eleva al 5,5% sobre el impuesto de renta, instaurado por el gobierno de Helmut Kohl para restaurar la infraestructura a los niveles de la parte occidental.
En los primeros momentos se dio en un escenario en que había un boom económico. Sin embargo, en el contexto actual, se ve afectado por la recesión mundial y la deuda pública que amenaza la estabilidad de Alemania.
En este escenario se da el Pacto de Solidaridad II, que entró en vigor en 2005 y que constituye la base financiera para el adelanto y la promoción especial de la economía de los nuevos Estados federales hasta el 2019. Demostró que fue insuficiente y todo hace indicar que la reconstrucción económica de la Alemania del Este se conseguirá a un plazo mucho más largo de lo que se previó.
En tal sentido, la mayor parte del dinero, un 65%, se aplicó en las prestaciones sociales y también en el desarrollo de infraestructura, a la modernización de las fábricas obsoletas unido a la competitividad de las empresas estatales.
De hecho, muchas de las empresas fueron transferidas a una agencia federal para ser esencialmente reformadas o vendidas. Esto significó una incertidumbre por lo menos en términos de empleo para los alemanes del Este: para el año 2000 la tasa de desempleo llegó hasta el 18,8 %.
El estado actual de la reunificación alemana: auge de la ultraderecha
30 años después de la reunificación existe una brecha socioeconómica que divide al país. El salario mínimo en el Este es casi menor de 500 euros con respecto al Oeste. La zona de la antigua RDA esta atrasada en términos de empleos y pensiones fundamentalmente en las regiones donde la industria carbonera es la mayor fuente de empleo, un descontento del que se aprovecha la extrema derecha.
Por ejemplo, en Barnim, pequeña cuidad de Brandeburgo, el 64% de los electores en las ultimas elecciones regionales votaron por Alternativa para Alemania (AfD), el partido de extrema derecha que no cesa de ganar una popularidad creciente.
Desde la transición del Este al Oeste, se desmoronó toda la infraestructura económica de la ciudad y, desde entonces, cambió todo. Las principales industrias (la textil, química y la de papel) desaparecieron.
Todavía perdura el sector del carbón, aunque tiene los días contados ya que Alemania piensa abandonar la explotación de los combustibles fósiles para las próximas décadas. Con el posible cierre de la industria carbonera, se van a perder más empleos y va a decaer el poder adquisitivo.
En las elecciones regionales de septiembre del 2019, los habitantes de Barnim votaron por AfD, único partido que en su campaña abogó por mantener la industria carbonera: “queremos terminar la revolución tranquila en aras de poder y conseguir lo que la gente salió a reclamar en la calle 1989”. Denunciar los fracasos de la reunificación ha resultado ser un discurso eficaz para la extrema derecha.
Las elecciones en el estado federado de Turingia, por otro lado, provocaron una crisis política en Alemania, a raíz de la elección de Thomas Kemmerich como presidente de Turingia. Este político, representante del Partido Liberal (FDP), ha sido elegido con el apoyo de la formación ultraderechista AfD y de la CDU.
Al igual que los otros partidos, la CDU aún no ha encontrado la fórmula para recuperar a los votantes atraídos por el nacionalismo xenófobo de AfD, cuya popularidad ha crecido en los últimos tiempos.
Con una retórica antiinmigración y antiislam, tiene legisladores en los 16 parlamentos estatales de Alemania. Sus campañas centradas en la migración y la identidad nacional han roto los viejos tabúes alemanes y desplazado la política hacia la derecha. A nivel nacional, la AfD tiene 92 escaños en el Bundestag, de un total de 709, lo que lo convierte en el mayor partido de oposición.
Asimismo, grupos de ultraderecha cada vez campan más a sus anchas, aumentando las incidencias de delitos de odio y crispando la política y la sociedad alemanas.
De todas formas, la aparición de AfD no es algo nuevo. Desde la reunificación alemana han existido varios partidos políticos con ideas y argumentaciones similares que han sabido captar al elector decepcionado por la política tradicional.
Este se trata de un proceso que no ha afectado sólo a Alemania del Este, sino que puede observarse en Polonia con el partido Ley y Justicia (PiS), o en Hungría con el partido Fidesz, cuyo autoritarismo de extrema derecha, con su presidente Viktor Orbán, cada vez asusta más. Por no hablar del auge de la extrema derecha europea.
Este proceso puede estar asociado sobre todo con el postcomunismo vinculado con el ambiente sociomoral del catolicismo reaccionario, el nacionalismo y el antiliberalismo. De ahí que este escenario argumenta que no debe identificarse el ascenso de la extrema derecha solo con la brecha económica entre las dos Alemanias porque está ocurriendo también en países que no fueron reunificados. Además, el crecimiento del extremismo en algunos países de Europa se estaba dando en un contexto de bonanza económica casi sin desempleo.
Las «dos Alemanias» y la dificultad de reunificación
De manera que se debe tener en cuenta también el fenómeno de las mentalidades dejadas atrás por la sociedades que fueron sovietizadas en valores tradicionales y conservadores que implementaron un modelo autoritario. Esto se está reproduciendo en lo político en los países de la Europa del Este.
Es importante señalar que el Este era más rural antes de la división de Alemania, que sufrieron 40 años de régimen autoritario y aislado del resto del mundo donde se congelaron esencialmente las mentalidades y actitudes de la sociedad, mientras que la RFA fue vulnerable a diversos cambios progresistas a partir de los años 60 (y esencialmente desde 1968), además de todo ese proceso de modernización que ha contribuido a crear el mundo moderno de hoy día. Así, todavía queda una brecha, esencialmente cultural, que podría ser más importante que la brecha socioeconómica.
Entonces, la reunificación alemana no sólo ha sido costosa en su aspecto material y social, sino también lo ha sido en su aspecto psicológico. Según una encuesta dirigida por Harenberg en 1990, se mostró que la población del Este se percibía inferior a la del Oeste en cuestiones de disciplina, independencia, flexibilidad, creatividad, tolerancia, capacidad de solución de problemas, motivación y autoestima. En total, el 75% de la muestra se consideraba “ciudadano de segunda clase” y, 5 años después, el 27% de los alemanes sostenían dicha opinión.
Todavía existe, pues, un muro mental invisible en Alemania. Esa condición está alimentada, además, porque en el Oeste en estos momentos hay muchas más oportunidades en términos de educación y empleo. De la 50 grandes que hay en Alemania, 47 están en la parte del Oeste y solamente tres están en la parte del Este. Los salarios son mejores en el Oeste y los principales cargos públicos en términos de empresa, educación y política, la gran mayoría están ocupados por personas del Oeste.
En estos momentos, en Alemania del Oeste la población es aproximadamente de 68. millones, mientras que en Alemania del Este solamente es de 13 millones. El tema de los salarios provoca una migración interna y que las personas que están en el Este tengan que salir para buscar mejores oportunidades y mejorar su calidad de vida. A pesar de ello, la tasa desempleo es una tasa relativamente baja: un 4.4% del Oeste y un 6.6% del Este antes que comenzaran los efectos de la pandemia del coronavirus.
Debido a estas migraciones internas, Alemania está viviendo una segunda reurbanización: la gente joven y cualificada se está trasladando a las grandes ciudades mientras que en las zonas rurales en general vive una población anciana. Esto afecta de manera directa al Este que, históricamente, siempre ha sido una zona rural, lo que se traduce en cierre de centros educativos, dejadez en los servicios públicos, etc.. Se trata de problemas invisibles para muchos cargos políticos pero que repercute la sociedad.
Sin embargo, el problema de las migraciones internas no solamente es un fenómeno de Alemania sino que se está dando en todo el mundo. Una de las propuestas para desarrollar las regiones rurales son los mecanismos de la economía rural. En esos campos está en juego el tema de la soberanía alimentaria.
Se debe, pues, reconstruir esta sociedad del Este dentro de los escenarios de movilidad social pero, sobre todo, incluyendo aquellas personas que se sienten excluidas para que puedan, a partir de sus capacidades, aportar a los procesos de desarrollo social y económico del país unificado. Por ejemplo, en el tema de las energías renovables, es uno de los grandes.
Conclusiones
Efectivamente, el diálogo y el entendimiento entre ambas “Alemanias” se está desarrollando, pero con sus limitantes para llevar acabo una verdadera reunificación alemana y poner fin a la “esquizofrenia alemana”.
Todo ello en medio de una Europa también fragmentada. El muro invisible es solo un aparte de las fronteras que nunca sanaron. Las fragmentaciones son una parte inherente no solo al proceso de reunificación alemana sino a la propia experiencia de integración de la Unión Europea.
Estas grietas son oportunas no solo para el surgimiento de estas fuerzas de extrema derecha emergentes, sino para la promoción de su discurso en las mentes y los sentimientos de los ciudadanos europeos, víctimas de la decepción y la desidia que dejan tras sí las crisis y siempre traen la añoranza de tiempos mejores de bonanza económica, así como el olvido de la historia. Una reunificación alemana real y no tan desastrosa facilitaría el freno de las fuerzas de extrema derecha, sin lugar a dudas.
Enlaces, fuentes y bibliografía:
– Foto destacada: Caída del Muro de BerlínAutor: Fotógrafo anónimo, 09/11/1989, publicado por Lear 21 at English Wikipedia. Fuente: Wikimedia Commons (CC BY-SA 2.0.)
Autor: Angel Rodríguez Soler