Discursos de odioEuropa

«Por qué los intelectuales pueden sentirse atraídos por una ideología totalizadora»: el silencio de las cúpulas universitarias ante el genocidio palestino.

Examinaba Hannah Arendt a sus alumnos en 1955 con el siguiente ejercicio: ‘explica por qué los intelectuales pueden sentirse atraídos por una ideología totalizadora’. En España, la izquierda ha repetido hasta la saciedad la famosa frase atribuida a Unamuno: ‘El fascismo se cura leyendo y el racismo viajando’.  Con la humildad que confiere este espacio hay que decirle a Unamuno que, como ya entendió antes de su ejecución, estaba muy equivocado.

Mucho se ha escrito ya sobre el genocidio palestino. No es tarea de este artículo crear una genealogía sobre la colonización palestina o convencer al lector de que estamos frente a un genocidio. El objeto de este artículo es traer a examen la preocupante situación que están viviendo aquellos intelectuales en Europa y Estados Unidos que se atreven a nombrar la palabra genocidio en la atrocidad que está viviendo el pueblo palestino. Hoy, parece que la única valentía que le queda al intelectual universitario es la palabra.

En todas las universidades europeas y estadounidenses se está persiguiendo a catedráticos y profesores universitarios por significarse, por atreverse a emplear la palabra genocidio. Lo doliente de Palestina, no es el genocidio de su gente, lo que arrasa, lo que enloquece, es la visión en streaming de la historia occidental. La negación del genocidio del pueblo palestino por parte de las naciones europeas y estadounidenses tiene una visión más amarga en el repudio a aceptar incluso el último relato de la ONU que señala claramente que Israel está cometiendo un genocidio en Gaza.

La mayoría de naciones europeas, especialmente la alemana, atribuyen su negación a considerarlo genocidio atribuyendo que las cifras de muertes y la ‘legítima defensa’ de Israel es más que suficiente para no poder hablar en términos de genocidio palestino.

Si se permite en este espacio un poco de cinismo podría decirse que no existe tal cosa como el genocidio palestino. Si se adopta una posición racionalista, al más puro estilo de la inteligencia occidental y comparamos cifras, en términos absolutos no existe tal cosa como el genocidio palestino. Desde la primera Intifada hasta el día de hoy, las cifras de asesinatos de Israel hacia el pueblo palestino se sitúan en, aproximadamente, 54.000 muertos. En Yemen, desde 2014 hasta 2021 ya habían sido asesinados 377.000 almas. En la última cifra de 2013, en la frontera sur, es decir, Marruecos-Andalucía, desde 2014 han muerto más de 57.000 seres humanos. Recientemente han perdido la vida 50 personas más:

Si atendemos a cifras absolutas, no, no puede decirse que hay un genocidio palestino en Gaza. Pero este espacio no está para hablar de cifras, está para reflexionar sobre el papel de las universidades, los intelectuales del mundo occidental y de poner en el foco a aquellas resistencias universitarias que son hoy, en el mundo occidental, un campo de batalla. Pero esta historia ya viene de lejos.

En la primera parte de este artículo se tratará la estrecha relación entre las universidades españolas, las cúpulas de poder universitario que aún hoy perduran y la dictadura franquista. En la segunda parte se pondrá el foco en las resistencias de los campos universitarios y se tratará de comprender la violencia de las represiones de sus estudiantes.

Las cúpulas de la universidad española están plagadas de fascistas

La institucionalización de los hombres con derechos

Para este primer punto, se ha empleado el libro ‘Ni una, ni grande, ni libre’ recientemente publicado en 2024 por el autor Nicolás Sesma. El libro desencarna la dictadura franquista desde 1939 hasta 1977. El autor saca del foco al dictador Francisco Franco evitando el mal llamado relato de excepcionalidad española que como afirma el autor; ‘sin restar un ápice de importancia en la figura de Franco, pueda recalibrarse el papel jugado por su clase política, las instituciones y el conjunto de la sociedad’.

Portada del libro «Ni una, ni grande, ni libre». Nicolás Sesma.

Es por este mismo cometido que el autor dedica ya en su primer capítulo, varias páginas al papel que jugaron los intelectuales españoles en el golpe fascista y cómo, de ‘iure’, las cúpulas de poder de las universidades fueron administradas por intelectuales afines al fascismo español.

Antes de comenzar con la institucionalización del franquismo en las universidades españolas, es importante una aclaración. Si bien se ha vaciado de toda intelligentzia a el aparato franquista por su carácter militar, el franquismo no era una dictadura militar, no sólo. El régimen se estableció como partido único que de llamarse partido de la Falange Española Tradicionalistas y de las JONS pasó a denominarse Movimiento Nacional.

En el seno de este partido existían todo tipo de sensibilidades ideológicas, desde falangistas, hasta tradicionalistas, monárquicos y militantes del catolicismo político. Es decir, la dictadura franquista no fue en esencia una dictadura militar, era, ante todo, un movimiento ideológico, y como toda ideología comporta la lectura sosegada de quién se acoge a su seno. Así que ya podría decirse que no, un fascista no se cura leyendo, un fascista es un señor bastante ‘leído’.

Nicolás Sesma en un lenguaje provocador fulmina dos mitos de la dictadura franquista que, pese a que se naturalizaron en lo que se conoce como ‘franquismo sociológico’, no dejan de ser falsos; en primer lugar, asevera que la dictadura no era una mera dictadura militar, un mero paréntesis de la vida política española. En segundo lugar, la guerra civil no fue una guerra ‘entre hermanos’.

La desposesión ciudadana y la institución del castigo

Los derrotados de la guerra civil eran la ‘anti-España’. La dictadura franquista haciendo uso no de la fuerza bruta sino del derecho, publicó en el BOE, Bolentín Oficial del Estado de 1939 lo que se conocía como Ley de Responsabilidades Políticas (LRP), que significaba toda una reordenación, ‘incluso temporal’, de lo que serían dos tipos de ciudadanos en el Estado español.

“Esta ley retrocedía hasta el intento insurreccional de octubre de 1934, con la que imputaba al conjunto de la izquierda y a los separatismos la culpabilidad en el desencadenamiento de la guerra civil. En consecuencia, todo aquellos que hubieran formado parte de cualquier organización de esta naturaleza, por acción o por omisión, podían en justicia ser considerados responsables.”

La ley contemplaba tres tipos de sanciones, acumulables según la gravedad; la inhabilitación parcial o total para el ejercicio de determinadas profesiones, entre las que estaban incluidas, por supuesto, las funciones públicas, la imposibilidad de moverse libremente por el territorio, con penas de confinamiento o destierro de la localidad de residencia, y la penalización económica que en muchos casos significó la pérdida total de los bienes que se poseía.

La Ley de Responsabilidades Políticas era el trend habitual de la práctica habitual que las naciones de entreguerras emplearon entre sus poblaciones. El movimiento de lo que Nicolás Sesma recuerda como ‘el derecho a tener derechos’. Altos mandos del ejército español, falangistas y auditores militares colaboraron en lo que se conoció como la ‘revolución pendiente’, la revolución judicial. En la cúspide de una constelación de cortes regionales, se situó el Tribunal Nacional, cuya presidencia se designaba por el gobierno de concentración nacional falangista y cuyo primer titular fue Enrique Suñer, catedrático en pediatría, y como ya suponemos, un señor bastante leído.

Suñer entendió que el gran error de la dictadura de Primo de Rivera había sido mostrarse ‘excesivamente débil para derramar sangre’, no de los rojos subversivos, sino sobre todo de los integrantes de la Institución Libre de Enseñanza (ILE). La ILE fue un proyecto pedagógico que se desarrolló en España desde 1879 a 1939 inspirado en el filósofo Friedrich Krause. El filósofo fundó la ciencia conocida como ‘biótica general’.

El proyecto pedagógico español de la ILE se basaba en esta biótica general que comprendía que, las personas morales que se entiendan y abarquen su condición de seres humanos, viviendo en armonía con su arraigo natural, podían conocer a toda la humanidad. Esa búsqueda por el entendimiento de la humanidad, basada en el arraigo vecinal y natural, no estaba exenta de la búsqueda de la paz universal, lo que entendían como ‘las humanidades de otros mundos’.

La represión de la ILE

Los intelectuales españoles que promovieron la ILE fueron separados de la Universidad Central de Madrid por defender la libertad de cátedra y negarse a ajustar sus enseñanzas a cualquier dogma religioso, político o moral, por lo que continuaron su proyecto pedagógico al margen del Estado creando la ILE. La dictadura franquista, convirtió a la ILE, y a todos los intelectuales que pertenecieron a ella, en la ‘bestia negra’ de la enseñanza. Y como lo contrario al respeto es la risa (Hannah Arendt, Orígenes del Totalitarismo), se sirvió de la mofa, tachando a la institución de ‘pedantes y bárbaros’, siendo la responsable directa de ‘arrancar del corazón de muchos maestros todo sentimiento de piedad cristiana y amor a la gran patria’.

En diciembre de 1940, Enrique Suñer fue sustituido por Wenceslao González Oliveros, catedrático universitario obsesionado con la ILE. Wenceslao fue un buen conocido por el balance represivo como gobernador civil de Cataluña que le valió del crédito suficiente para ser presidente del Tribunal Nacional de Responsabilidades Políticas y vicepresidente para la Represión de la Masonería y el Comunismo. De esta forma, Wenceslao representó el matrimonio perfecto de institucionalización del castigo.

El paso de un castigo que ya no se determinada por la conducta, sino por lo que Foucault definió como una forma de castigo del alma. Las instituciones universitarias y científicas como la criminología, la antropología criminal o incluso la sociología se convirtieron en la principal herramienta de justificación del castigo. Si se conoce al doctor Menguele de la época nazi, no está demás mencionar a nuestro Menguele nacional, el doctor Antonio Vallejo-Nágera que decidió demostrar las íntimas relaciones entre el marxismo y la inferioridad mental mediante experimentos psiquiátricos con brigadistas cautivos en los campos de concentración y las presas republicanas de la cárcel de Málaga.

Dr. Antonio Vallejo-Nágera (1951)

El insurgente, en la dictadura franquista, como en cualquier nación europea de la época, era el objeto de estudio de proyectos de investigación nacionales que, al tipificarlo, legitimaban el castigo no ya de lo que se hace, sino sobre lo que se es, y lo que se será. El sujeto deja de ser sujeto para ser criminal. Esta proyección no es más que la piedra angular de todo el sistema de pensamiento moderno (Quijano & Wallerstein, 1992) basado en la racionalidad positiva y que llegó a su máxima expresión en la época fascista de los años 40, gracias a que básicamente, tuvieron la financiación para hacerlo posible.

Como hemos apuntado, gracias a la Ley de Responsabilidades Políticas, miles de personas fueron expulsadas e inhabilitadas para ejercer cargos en la función pública. La reducción de las plantillas de las universidades se cifró en un 50 %, ‘lo que favoreció un doble proceso de reemplazo que iba a consolidar aún más la lealtad al régimen. Por un lado, se incorporó una nueva generación no contaminada de pasados errores. Por otro lado, se produjo igualmente una forma de relevo intergeneracional, ya que ganaron mucho protagonismo profesores relegados hasta entonces “a puestos de menos proyección pública”. (Nicolas Sesma).

El decreto de ley de agosto de 1939, reservaba el 80% de las plazas de organismos públicos para excombatientes franquistas y víctimas de la represión republicana. ‘Indudablemente, a todos aquellos que se habían asegurado un trabajo, se habían visto favorecidos en antiguos pleitos de propiedades o se habían beneficiado de algún expolio, no les apetecía que represaliados y exiliados pudieran algún día estar en condiciones de pedirles cuentas’ (Nicolas sesma). La dictadura franquista se aseguró de mantener la lealtad de sus ciudadanos de primera, que no eran otros que ciudadanos con derechos, frente a lo que de iure se convirtieron en sombras de ciudadanía del Estado español.

Los rectorados y las acampadas universitarios: violencia simbólica, genocidio palestino y financiación.

Lo que estamos presenciando hoy en las diferentes acampadas universitarias que tratan de que sus instituciones universitarias no participen en la promoción, soporte, colaboración y financiación de un genocidio es, en gran medida, una preocupación histórica, una batalla dialéctica, cargada por varias aristas de violencia. No es el objeto de este artículo desentrañar estas luchas porque no podría ser suficiente con una tesis doctoral, sin embargo, desde nuestra humilde aportación para mejorar la comprensión de la dura represión que están recibiendo los estudiantes que se manifiestan hoy en gran parte de los campus del estado español, vamos a terminar con una reflexión sobre la violencia simbólica, que tiene finalmente su expresión en la materialización de la violencia de la represión de todos aquellos estudiantes y profesores que se han manifestado contra la colaboración de sus estados al genocidio palestino.

Los sociólogos Bourdie y Passeron (1990), argumentaron que la violencia simbólica trata de la imposición de significados que se impondrán como legítimos para disimular las relaciones de poder que están en la base de esta fuerza. Es precisamente el poder que está en la base de esta fuerza la que añade su propia fuerza, es decir, su fuerza simbólica. La violencia simbólica está estrechamente ligada a la dominación de un grupo social por otro mediante la naturalización de relaciones de poder desigual.

Como sostiene Wacquant, la dominación simbólica es el resultado último del poder simbólico, ‘la capacidad de imponer e inculcar medios de comprensión y estructuración del mundo, que contribuyen a la reproducción del orden social a representar el poder económico y político en formas disfrazadas que les confiere legitimidad y/o la mejor garantía de longevidad a la que puede aspirar cualquier orden social.’ (Wacquant, 1987: 66).

Siendo nada categórica y provocadora, a la pregunta que Hannah Arendt expuso a sus alumnos en 1955 ‘explica por qué los intelectuales pueden sentirse atraídos por una ideología totalizadora’, podemos responderle que el principal mecanismo de atracción de los intelectuales por una ideología totalizadora es la financiación. El miedo a la pérdida de financiación de proyectos de investigación que la mayoría de las universidades en España tiene con universidades de Alemania, proyectos de financiación europea, estadounidense e israelí es lo que mantiene a las cúpulas universitarias silenciadas.

Los estudiantes, la voz contra el genocidio palestino en las universidades

Por espacio y por la propia característica que representa la publicación de este artículo, no podemos explicar en profundidad lo que ha significado todo el aparataje de dominación simbólica que ha impuesto el estado de Israel (se ha decidido escribir la palabra estado en minúscula por razones ideológicas) sobre la población palestina, pero sí que ya podemos entender que la represión en los campus universitarios es en realidad una muestra de violencia simbólica.

Las acampadas en las universidades son el intento de la población estudiante, no constreñida por la financiación de los departamentos de sus profesores, los que traen en forma simbólica el genocidio palestino a la vista de quién justifica la matanza de civiles al ‘derecho de defenderse’. Si se me permite una nueva provocación, Alemania tuvo derecho a defenderse con la instauración de un régimen nazi por el reparto desigual de las colonias africanas después de la primera guerra mundial.

Los movimientos sociales y los estudiantes que hoy defienden que se ponga freno al genocidio palestino son reprimidos y silenciados en Alemania, Estados Unidos y en España y son señalados de antisemitas. Hoy finalizamos con un extracto de Hannah Arendt de su ensayo “Nosotros, los refugiados”, a fin de que pueda el lector comprender como la historia nunca se repite, pero siempre rima:

«Aunque la muerte ha perdido para nosotros su horror, no hemos llegado a tener ni la voluntad ni la capacidad de arriesgar nuestras vidas por una causa. En primer lugar, los refugiados nos hemos acostumbrado a desear la muerte a amigos o parientes; si alguien muere, nos alegramos al imaginar todo el sufrimiento del que se ha librado. Finalmente, muchos terminamos por desear también para nosotros la posibilidad de ahorrarnos algún sufrimiento, y actuamos en consecuencia. (…)

Hablo de hechos impopulares; y el que, para probar mi opinión, no dispongo siquiera de los únicos argumentos que impresionan a la gente de hoy – las cifras- aún empeoran las cosas. Incluso aquellos judíos que niegan con vehemencia la existencia del pueblo judío nos dan bastantes probabilidades de supervivencia por lo que hace a las cifras: ¿de qué otra manera podría probar que sólo unos pocos judíos son criminales y que muchos judíos están muriendo como buenos patriotas caídos en tiempo de guerra?

Aquellos pocos refugiados que insisten en contar la verdad, aun a riesgo de caer en la inconveniencia, obtienen a cambio de su impopularidad una apreciable ventaja; la historia deja de ser para ellos un libro cerrado y la política ya no es el privilegio de los gentiles. (…) Los refugiados empujados de país en país representan la vanguardia de sus pueblos si conservan su identidad. Por primera vez la historia judía no cae por separado, sino ligada a la de todas las demás naciones. El entendimiento entre los pueblos europeos se hizo añicos cuando y porque permitió que su miembro más débil fuera excluido y perseguido.»

Hannah Arendt, Nosotros los refugiados

Bibliografía adicional:

Arendt, H. (1943). “Nosotros, los refugiados”.

Bourdieu y Passeron (1970). «La reproducción. Elementos para una Teoría del sistema educativo”.

Foucault (1975). “Vigilar y Castigar”.

Quijano, A y Wallerstein, I. (1992) “Americanity as a Concept or the Americas in the Modern World-System”

Sesma, N. (2024). “Ni Una, Ni Grande, Ni Libre. La dictadura Franquista”.

Tatiana Fernández

Articulista. Socióloga mediocre y Politóloga de mercadillo. Doctoranda en la Universidad de la Calle y azote de la academia universitaria. Como trabajadora precaria he sufrido a tu cuñado, a tu prima la moderna del pueblo y a tu colega que pasaba el tiempo en 4Chan y hoy hace guiños a la ultraderecha.

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