Parler y Gab, las redes sociales de la extrema derecha
La derrota de Donald Trump en las elecciones del 3 de noviembre ha sido un seísmo que ha movilizado aún más a sus seguidores. Durante dos meses, el presidente saliente ha intentado demostrar un fraude que no existe y que se ha encontrado con el rechazo de todos los tribunales de Estados Unidos (incluso el Supremo, el partido de Trump tiene el 66% de los puestos).
Eso no ha evitado que estos meses la crispación, la polarización y la división social haya seguido en aumento y Donald Trump y sus seguidores difundieran teorías de la conspiración y bulos sobre el resultado electoral.
Esto a su vez produjo que las grandes tecnológicas como Twitter o Facebook habilitaran nuevos mecanismos para limitar la difusión de bulos y falsedades, con mayor o menor acierto.
Este hecho, que soliviantó a muchos conservadores, sirvió para que Parler y Gab, dos redes sociales donde apenas existe la moderación de publicaciones y donde ya se alojaba todo tipo de contenido supremacista, nazi y ultraconservador, hayan crecido enormemente en los meses posteriores y servido como redes de conexión para las movilizaciones de la ultraderecha y para el intercambio de contenido ultraderechista.
Solo en el caso de Parler, esta creció de 4 a 8 millones de usuarios en la semana posterior a la victoria de Joe Biden.
Investigaciones sugieren que estas plataformas fueron esenciales para el asalto al Capitolio, en especial en el caso de la más grande, Parler. Ahora esta red se encuentra con la retirada del servicio de las grandes tecnológicas que evitan verse relacionadas con estas plataformas extremistas tras el ataque interno más llamativo a la democracia estadounidense desde hace casi dos siglos.
¿Qué es Parler?
Parler es una red social fundada en 2018 por John Matze, Rebekah Mercer y Jared Thomson con sede en Nevada, Estados Unidos.
Su funcionamiento es similar al de otras redes, pareciéndose más a Twitter. Se pueden publicar mensajes de hasta 1000 caracteres (incluyendo videos y fotografías) y hay dos botones, uno para compartir memes y otro para GIFs. El típico me gusta se convierte aquí en el voto de aprobación y el modo de compartir similar al retweet se llama eco.
La red social se vendía a sí misma como un espacio para libre expresión sin temor. Y desde luego, en esta red se podía publicar cualquier tipo de contenido, ya que no había prácticamente ningún tipo de moderación en la red social, salvo casos aislados.
Esto estaba empezando a cambiar debido al foco de los medios y de las autoridades, y el “sitio de la libertad de expresión” ya incluía al menos 20 temas sobre los que censuraba y 200 moderadores.
Pese a todo, la laxitud en el control de contenidos ha convertido a la red social en un refugio para supremacistas blancos, filonazis, “fake news” (que no se limitan en modo alguno) y seguidores de las teorías de la conspiración, como denunció la Liga Antidifamación (ADL) una de las entidades más antiguas de EEUU en la lucha contra los discursos de odio.
Actualmente esta red se encuentra inhabilitada, ya que Google y Apple inhabilitaron su descarga por incumplir sus condiciones y estar relacionada con el asalto al Capitolio.
Aunque la red esperaba sobrevivir pese a esto, Amazon rescindió los servidores donde alojaba a la plataforma (Amazon Web Services).
Tal y como reconoció el CEO de Parler “es probable que estemos bloqueados más de lo esperado».
Sobre los fondos que sostenían a Parler, vale la pena poner el foco en una de sus fundadoras, Rebekah Mercer, Rebekah es miembro de la familia Mercer, una de las mayores donadoras a la campaña de Trump, dueña del medio ultraderechista Breitbart News y ex inversor principal de Cambridge Analytica.
¿Qué es Gab?
Gab es la hermana menor y ahora supervente a Parler, que se presenta como la gran apuesta ultraconservadora.
Gab fue creada en 2016 por Andrew Torba, fiel seguidor de Donald Trump y figura destacada de la nueva derecha radical o alt-right. La creación de esta red buscaba desarrollar un espacio “libre y neutral” donde no hubiera ningún tipo de moderación de contenidos. Esto fue en la época donde Twitter empezó a moderar los contenidos basados en discursos de odio y llamados a la violencia y en general cuando las grandes redes sociales empezaron a ejercer un control más directo sobre el contenido que publicaban los usuarios.
Así, Gab se presentó como un bálsamo contra otras redes que “defienden el pensamiento de izquierdas” y la “cultura de la ultracorrección política”. Gab definió a su audiencia como “los cerca de 50 millones de usuarios conservadores, liberales, nacionalistas y populistas que buscan plataformas alternativas como Breirbat.com, DrudgeReport.com, Infowars.com y otras”.
De hecho, su símbolo es toda una declaración de intenciones, ya que es una rana que emula a Pepe The Frog, el símbolo de la alt-right, adoptado por supremacistas de todo tipo.
Se puede publicar cualquier tipo de contenido, exceptuando pornografía ilegal, llamadas explicitas a actos violentos o información confidencial de otros usuarios.
Su funcionamiento es aún más similar a Twitter que Parler. Se pueden publicar los Toots con un límite de 300 caracteres. Incorpora características de otras redes, como los GabTV, similares a los IGTV de Instagram o la característica de Reddit de poder votar mensajes de otros usuarios para que aparezcan los primeros en el “Timeline” de noticias.
Al no limitar contenido, Gab es un lugar de referencia para contenidos supremacistas, nazis, xenófobos y homófobos.
Gab como sucesora de Parler
Ahora mismo Parler se encuentra en una difícil situación, Con las grandes operadoras que han rescindido sus servicios y los pequeños proveedores huyendo, los dirigentes de Parler prevén una operación desde 0 para recuperar la plataforma.
En este contexto, muchos ven a Gab como la sucesora natural. Y esto es porque Gab es completamente independiente de las grandes operadoras, ya que esta plataforma sufrió su propio “asalto al Capitolio” y la huida de todos sus socios en el pasado.
En enero de 2018, Robert Bowers se unió a Gab. Su primer mensaje fue: “los judíos son hijos de Satán”. Este comportamiento, siendo cotidiano, no levantó la menor queja en la red.
Durante 2018, Bowers siguió publicando contenido antisemita y fotografías disparando en galerías de tiro.
Finalmente, en octubre de 2018, poco antes de entrar con fusiles en la que se conocería como la masacre de la Sinagoga de Pittsburgh, Bowers dejó escrito en la red social: “No puedo permanecer sentado y seguir viendo cómo mi gente es sacrificada. Que le den a vuestro punto de vista. Voy a entrar”.
Tras el tiroteo y aunque Gab accedió a colaborar con la investigación, sufrió un éxodo de aliados y socios que la hizo caer en el ostracismo y perder a buena parte de su audiencia.
La plataforma sufrió varios años sin conseguir recuperar a sus seguidores, cosa que podría ser un indicio de lo que podría ocurrir con Parler en el caso de que pueda volver a ponerse en marcha.
Ahora Gab ha tenido un enorme crecimiento que le ha hecho sumar más de 600.000 usuarios en los últimos días.
El poder de las Big Tech y la legalidad de la expulsión
La expulsión de estas redes sociales del ecosistema controlado por las grandes Big Tech ha abierto todo un debate sobre el poder de estas, la legalidad de sus decisiones y la manera en la que afecta a la libertad de expresión.
Parler ha realizado acciones legales, denunciando a Amazon para que vuelva a darle sus servicios, lo cual tiene un recorrido legal bastante corto.
“Los procesos que Parler ha implementado para moderar o prevenir la propagación de contenido ilegal y peligroso han resultado insuficientes”, ha declarado Amazon aclarando que Parler ha roto los términos del servicio. Esto lleva a Amazon a poder rescindir el servicio en cualquier momento.
Por su lado Parler acusa a estas empresas de un ataque coordinado. Este hecho en sí no es excesivamente probable, ya que ante otros casos mediáticos, las grandes empresas han sido siempre las primeras en retirar publicidad, fondos y apoyos a cualquier escándalo que salpicase su imagen corporativa.
Como señalan algunos expertos, como el profesor de IE Business School, Enrique Dans: “No ha habido ningún ataque coordinado. Simplemente se han roto relaciones con un servicio que incumplía claramente sus términos de servicio porque congregaba a un montón de radicales que se dedicaban a llamar a la violencia, a quemar Washington hasta sus cimientos y a coordinarse para llevar a cabo acciones como las de la semana pasada, mientras los gestores del sitio simplemente decían que «hacer de baby-sitters de sus usuarios no era su trabajo”.
Así, si bien las denuncias de Parler posiblemente no lleguen a ningún sitio, sí que se ha abierto un debate sobre el poder de las grandes tecnológicas para abrir y cerrar negocios.
Desde luego, este punto tendría que ser regulado con grandes pactos entre los diferentes actores: empresas, estados y sociedad civil, para fijar marcos comunes que reduzcan el poder de estas grandes empresas.
Lo sorprendente es que hasta hace pocos años, la mayoría de Big Tech y las redes sociales habían hecho poco o nada contra los discursos de odio.
De hecho, como ya se adelantó en este artículo de Al Descubierto, Facebook sabía que el discurso de odio y las opiniones políticas estaban polarizando a la sociedad, pero no quería hacer nada ya que era un modelo de negocio rentable y moderar esto afectaba especialmente a los conservadores, que en ese momento se encontraba en el gobierno de EEUU.
Personajes de la derecha española se unen a estas redes
Varios políticos y personajes afines a la derecha española y más ligados a la extrema derecha han dado el salto a Parler y Gab.
Vox ha sido uno de los partidos que más ha impulsado esta plataforma entre sus seguidores. De esta manera, su líder, Santiago Abascal, ha invitado a sus seguidores a unirse en ambas plataformas.
Al llamado de Santiago Abascal, distintos miembros destacados de su partido se unieron, entre ellos su portavoz parlamentario, Iván Espinosa de los Monteros, el europarlamentario y polémico periodista Hermann Tertsch o el vicesecretario de comunicación de Vox, Manuel Mariscal.
Pero que la extrema derecha se una a Gab, una plataforma ante todo usada por neonazis, no debería ser tan extraño. Lo llamativo es que distintos personajes de la derecha española de partidos teóricamente más moderados se hayan unido a Gab.
En el PP destaca Bea Fanjub, líder de Nuevas Generaciones del Partido Popular (PP) y del ala dura del sector vasco, entregada a la radicalidad para evitar la fuga de jóvenes conservadores a Vox.
Sus palabras fueron la misma proclama que lanzaron los seguidores de Trump en el asalto al Capitolio.
Por su parte, algunos de los personajes más escorados a la derecha del antiguo Ciudadanos también han dado el salto a la nueva red social. Este es el caso del ex UPYD y portavoz en Valencia de Ciudadanos, Toni Cantó.
El polémico Juan Carlos Girauta también se unió a la red social.
¿Libertad de expresión o discursos de odio?
Por supuesto, uno de los primeros frentes de ataque que han abierto estas redes de extrema derecha es un “ataque a la libertad de expresión”, un discurso del que se ha apropiado especialmente la extrema derecha.
Estos llamados a la libertad de expresión solo suelen ser excusas para poder seguir lanzando mensajes de carácter racista, homófobo o misógino, además de velados llamados a la violencia.
De hecho, el derecho a la libertad de expresión siempre va relacionado con otros derechos como el derecho a la privacidad de los demás, las calumnias, la difamación o la información veraz.
La ONU ya advirtió de un preocupante ascenso de una retórica indiciaria para atacar a grupos y minorías en desventaja social.
Según la ONU, estos discursos de odio se definen como: “cualquier forma de comunicación de palabra, por escrito o a través del comportamiento, que sea un ataque o utilice lenguaje peyorativo o discriminatorio en relación con una persona o un grupo sobre la base de quiénes son o, en otras palabras, en razón de su religión, origen étnico, nacionalidad, raza, color, ascendencia, género u otro factor de identidad.”
La libertad de expresión no puede amparar a los discursos de odio, porque la no limitación de estos, acabará inevitablemente en llamados a la violencia, expulsión de comunidades y ataques.
Además, la libertad de expresión no es lo que persigue la extrema derecha, sino el vehículo de infiltración con el que intentar vender su ideario. Es decir, no deja de ser una estrategia.
El discurso de odio en el tiempo
Sobre esto cabe recordar la Paradoja de la Tolerancia del filósofo Karl Popper. En ella el filósofo argumenta que una sociedad ilimitadamente tolerante acabaría destruida por los intolerantes. Así, aunque parezca contradictorio, una sociedad tolerante debe ser intolerante con la intolerancia.
Pero este no es solo un juego de palabras, sino que es algo muy real. Existen grandes eventos históricos donde los discursos de odio que no se limitaron acabaron en persecuciones, muerte y guerras.
Y que mejor ejemplo que los fascismos de los años 30. En esta época, la sociedad se debatía sobre la necesidad de actuar contundentemente contra el fascismo o, por el contrario, dejarles actuar, llegar a acuerdos con ellos y esperar que pudieran ser absorbidos por el sistema. Se escogió la segunda opción, que desembocaría en el Holocausto y la Segunda Guerra Mundial.
En la Italia del dictador Benito Mussolini, los liberales y los grandes industriales aliados con el fascista confiaban en poder controlar al “Duce” una vez accediera al poder. No sucedió.
Seguidamente, durante los primeros años de gobierno de Mussolini, hubo una persecución total de los socialistas, comunistas y en general de la izquierda y toda aquella idea o persona que no encajaba dentro del Estado Fascista.
El discurso de odio contra grupos caló tan hondo que en 1938 se aprobó el “Manifiesto de la raza” que supuso el principio de la aprobación de una gran cantidad de leyes antisemitas.
En el caso de Adolf Hitler en la Alemania nazi, los grandes teóricos de las relaciones internacionales de la época, posteriormente conocidos como idealistas, abogan por un mundo en paz, gobernado bajo el Imperio de la ley.
Así, en vez de condenar la persecución a la que Hitler sometió a homosexuales, minorías étnicas, discapacitados físicos y enfermos mentales, estos teóricos optaron por un acercamiento a Alemania, esperando que Hitler aceptara el orden internacional con el paso del tiempo. Los conservadores decidieron no luchar con él y aliarse, esperando que pudieran controlar al Fürher y, de paso, utilizar su rechazo al comunismo para frenar el avance de la Unión Soviética, que se atisbaba como una gran potencia económica.
“La composición del gabinete no deja a Herr Hitler la menor posibilidad de colmar sus ambiciones dictatoriales” – The New York Times, 31 de enero de 1933
Nada de eso pasó. No hace falta explicar el final de una historia que todo el mundo conoce.
Qué hacer en el presente
Pero no hay que irse tan lejos. Observando el caso de Hungría y Polonia, allí sus gobiernos han adoptado el término de “democracias iliberales” es decir, democracias donde todos los derechos civiles no están reconocidos.
En Hungría, hay una feroz persecución contra la población inmigrante y las personas LGTB. En Polonia, la situación es similar, sólo que su persecución sobre la inmigración fue tan eficiente que apenas existe ya. Ahora las personas LGTB son enemigas del Estado y un habitual objeto de ataque por parte del partido en el gobierno, Ley y Justicia.
No luchar contra los discursos de odio en su momento provocó una de los períodos más oscuros que la Historia recuerda. Ahora, ese periodo empieza a repetirse, sonando todas las alarmas de la vuelta de la extrema derecha y, por extensión, del fascismo.
Las sociedades occidentales se enfrentan a su mayor enemigo interno desde hace casi 100 años. No hacer nada y esperar que la situación se encarrilará por su cuenta no funcionó de nada entonces.
La polarización política ha llegado a límites donde la convivencia está siendo tensada. El asalto al Capitolio de EEUU es solo un síntoma de esto. Si el proceso no se revierte, es posible que se sucedan eventos históricos que ya parecían superados y el alzamiento de nuevos autócratas.
Ahora es necesario un gran pacto social para evitar que las fuerzas extremistas sigan polarizando y rompiendo la sociedad, si es que esto aún es posible.
Director de Al Descubierto. Estudiante de Ciencias Políticas y máster en Política Mediática. Apasionado del estudio y análisis del hecho político, con especial interés en el fenómeno de la extrema derecha, sobre la que llevo formándome desde 2012. Firme defensor de que en política no todo es opinable y los datos, fuentes y teorías de la ciencia social y política deben acompañar cualquier análisis.