Acerca de la libertad y su reapropiación por la extrema derecha
En una sociedad tan mediatizada como en la actual, probablemente nadie dude en afirmar que, hoy quizá más que nunca, en la política ha ganada un enorme peso el elemento discursivo. Así, cabe considerar que, debido al desarrollo de las posibilidades comunicativas habido en las últimas décadas especialmente debido al avance de los grandes medios de comunicación y la libertad de estos para actuar, que permite interpelar constantemente a la ciudadanía, probablemente sea la época en la que más se escucha lo que dicen los gobernantes, miembros de los partidos políticos y otras personalidades.
En consecuencia, analizando todas las intervenciones, notas de prensa, comunicados oficiales y demás vías de expresión empleadas por los actores políticos, no se tardaría en observar que, más allá de las propias políticas públicas que llevan a cabo unos u otros partidos, un elemento diferenciador entre los mismos son los términos que emplean en sus declaraciones públicas.
De este modo, cabría considerar que, ciertamente, hay palabras empleadas en el ámbito de lo político que son más utilizadas por los partidos que quieren situarse en el espectro ideológico de la izquierda y otros que usan quienes quieren ubicarse en posiciones derechistas. En el caso de la izquierda, algunos de los conceptos empleados son el de “redistribución” o “socialización”, mientras que en la derecha destacan otros como “liberalización”, por poner varios ejemplos.
Estos términos son usados esencialmente (o de manera mayoritaria) o bien por unos o por otros, pero difícilmente por partidos de izquierdas y de derechas indistintamente, en tanto que son palabras o conceptos que se refieren directamente a políticas públicas o acciones con las que no todos los partidos estarán de acuerdo.
Por ejemplo: la izquierda difícilmente hablará jamás de “liberalización”, puesto que es contraria a la realidad específica a la que se refiere. Lo que hará será referirse al mismo hecho concreto que la derecha pero usando distintos conceptos capaces de expresar otros matices distintos. Así, si la derecha habla positivamente de “liberalización”, la izquierda expresará que se trata de un proceso de mercantilización de bienes públicos y privatización de los beneficios. De hecho, probablemente alguien de izquierdas sustituiría «liberalización» por «privatización».
Sin embargo, ¿todos los términos vinculados con “lo político” tienen un significado único y unívoco que hace que solo sean empleados por aquellos partidos que están de acuerdo con el mismo y que obligan a acuñar o emplear otros conceptos a quienes están en contra del fenómeno o hecho al que se refieren? La respuesta es clara y sencilla: no.
¿Qué son los significantes flotantes?
Para entender esto, es necesario referirse a la teoría de los significantes flotantes y las equivalencias y a los conceptos desarrollados en los trabajos de Jackes Lacan y Ernest Laclau que, si bien provienen originariamente del psicoanálisis, no tardaron en saltar al ámbito político.
Si bien se trata de términos de una elevada complejidad teórica, que difícilmente se pueden explicar en unas pocas líneas, la clave es entender que se trata de que existen conceptos, palabras, que no tienen una única significación “literal”, una única traslación a la realidad, sino que ésta dependerá de la lucha ideológica por su significado, que permite darle una identidad determinada a un concepto que se entiende como ambiguo en un momento dado por la ciudadanía.
En política, se habla de conceptos que son deseados por la población y a los que ningún partido quiere renunciar debido a que, más allá de su materialización o significación concreta, son considerados positivos por la población en su forma abstracta, sin especificarse a que se refieren. Algunos de los significantes flotantes más comunes a nivel global son el de «democracia» o «igualdad», pero también del de «libertad«. Es decir, se trata de palabras que, por sí mismas, se relacionan con sentimientos y sensaciones que la mayoría de la gente experimenta como buenas o positivas.
Tal y como se puede imaginar, independientemente de que puedan existir nexos o puntos comunes al referirse a la libertad, la izquierda y la derecha no defienden en su totalidad un mismo concepto de libertad, lo que provoca que se trate de un término que está en constante disputa y, en consecuencia, en constante riesgo de resignificarse según la capacidad de los distintos actores sociales para hacerlo.
Es decir, que existirán dos o más posturas dispuestas a definir lo que es la libertad, y dado que este concepto es recibido por la gente como algo bueno, quien consiga relacionarlo con sus ideas políticas, convencerá más fácilmente a las personas de que dichas ideas son buenas.
Acerca de los dos conceptos de libertad
Analizando lo que se ha entendido históricamente por libertad, vale la pena detenerse a realizar la distinción entre la libertad positiva y la libertad negativa, también conocidas como libertad de los antiguos y de los modernos, en referencia al célebre discurso que realizó Benjamin Constant el 20 de febrero de 1819.
Al respecto del primer concepto de libertad, propiamente republicano, éste se encuentra enormemente vinculado con la vida en la sociedad, así como en el derecho y capacidad para poder participar de la res pública. Así, cabe recordar que en la Antigua Grecia los hombres libres eran aquellos que no se encontraban relegados únicamente a sus asuntos privados sino que, por el contrario, podían realizarse colectivamente, participar en sociedad.
En consecuencia, la libertad venía de la mano de la ciudadanía, condición que se le negaba a los esclavos y personas sin propiedades, además de a las mujeres. Era libre pues quien podía intervenir en la polis griega, participando libremente en el destino de su comunidad.
Por el contrario, la libertad negativa o de los modernos, vinculada con el liberalismo político, tiene como eje fundamental la no intervención de terceros en la vida privada de cada cual. Por consiguiente, los liberales defenderán la idea de que los individuos no deben someter su voluntad a nada ni nadie salvo a la ley, la cual será entendida además como un pacto entre individuos para justamente salvaguardar esta libertad. De esta forma, Constant definirá la libertad de la siguiente manera:
La libertad es el derecho de no estar sometido sino a las leyes, no poder ser detenido ni maltratado de manera alguna por el efecto de la voluntad arbitraria de uno o de muchos individuos…de ir y venir a cualquier parte sin la necesidad de obtener permiso, ni de dar cuenta a nadie de sus motivos o sus pasos…
Benjamin Constant
En consecuencia, según este concepto, la libertad sería el derecho a la no injerencia de terceros en la autodeterminación de la vida del individuo. Es decir, la libertad individual estaría por encima de la libertad colectiva.
Contraponiendo ambos conceptos, la libertad positiva está vinculada con la cosa pública, mientras que la negativa tiene como fin principal salvaguardar el ámbito privado. La primera requiere de la participación activa de las personas mientras que la segunda es un derecho pasivo.
¿A qué se refiere la extrema derecha cuando habla de libertad?
Al tratar de analizar el significado que la da la ultraderecha a la libertad, un primer acercamiento sería el de que su idea se basa en una deformación del concepto de libertad negativa, el cual llegan incluso a proyectar en el ámbito público.
De esta forma, comprenden la libertad como el derecho a no tener interferencias de terceros en las actuaciones que llevan a cabo en su día a día, siendo su visión de la libertad una interpretación interesada, casi satírica, del concepto liberal de libertad, en tanto que consideran una coartación a la libertad incluso muchas de las leyes de las que una sociedad se dota para (auto) protegerse.
Esto se vio de manera clara durante la época en la que las restricciones fueron más severas en la pandemia, en la que acusaban al Gobierno de no dejarles ejercer su libertad por el hecho de establecer medidas de seguridad recomendadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y tomadas en Europa para reducir el riesgo de contagios, siendo éstas además tomadas por un Gobierno legítimo nacido de la voluntad mayoritaria de la ciudadanía.
Y es que, tal y como se ha comentado, proyectan esta idea deformada de libertad incluso al ámbito público, considerándose libres para, por ejemplo, ir sin mascarilla a pesar de que esto afecte a terceros o estar en grandes aglomeraciones de gente a pesar de que el aumento de posibilidades de transmisión vírica aumenten y esto afecte a toda la población, no solo a quienes participan de este tipo de eventos.
Se trata pues de una idea de libertad que pretende imponerse sobre las demás, sin tener en cuenta los prejuicios sociales que pueda provocar. Esto les lleva incluso a, amparados en el concepto de «soberanía» o «libertad nacional», renegar de tratados y organismos internacionales que buscan, aún con todos sus fallos y debilidades a ciertos grupos de presión, buscar soluciones coordinadas a problemas globales, como la pandemia o el cambio climático.
Evidentemente, esto no se circunscribe o limita a la pandemia, sino que es la base de que sirve para justificar sus acciones, comúnmente egoístas, defendidas bajo el argumento de la libertad. Una idea que choca frontalmente con el despliegue de autoritarismo del que hace gala la extrema derecha, no solo dentro de sus propios partidos sino también en la práctica política, donde son reacios a llegar a acuerdos con rivales políticos o a mantener debates políticos que busquen puntos en común con el resto de fuerzas políticas.
Otro ejemplo que se ha visto en España tiene que ver con el «pin parental», una propuesta de Vox para censurar o vetar ciertos contenidos obligatorios en los centros escolares públicos cuando traten cuestiones no estrictamente académicas. Esta propuesta se ha defendido bajo el argumento de preservar la libertad de los padres. En cambio, cuando se trata de los derechos reproductivos de las mujeres o de la muerte digna, las ínfulas de libertad se evaporan como por arte de magia.
Con la ultraderecha actual, la cual se encuentra altamente ligada a las sociedades de consumo, libertad y apetencia jamás habían ido tan de la mano.
Una última reflexión sobre la libertad
Durante la Comuna de París, nacida en el contexto de la Revolución Francesa, fueron muchas las fachadas que amanecían pintadas con el siguiente lema “Liberté, Egalité, Freternité ou la mort”, en castellano, “Libertad, igualdad, fraternidad o la muerte”. Con el paso de los años, el lema mutaría hasta el conocido a día de hoy, en el cual se suprime toda referencia a la muerte.
No obstante, lo interesante es ver como no se entendían estos conceptos de forma aislada (más allá del significado concreto que se le diese a cada uno de ellos), sino que se pensaba que eran indisociables unos de otros, puesto que no podía existir libertad sin igualdad ni igualdad sin libertad, y que todo esto no podía producirse sino en un contexto de fraternidad, es decir, de cooperación y de entendimiento social.
Evidentemente, han pasado siglos desde esto, y no se entiende exactamente de la misma forma estos conceptos hoy en día. Sin embargo, más allá la necesaria contextualización histórica, hay una cuestión que no ha cambiado: la libertad, necesaria para el desarrollo humano y para una buena vida en sociedad, no se puede ejercer, tal y como hace la extrema derecha, aislada del resto de valores, puesto que de lo contrario, la libertad no es más que la libertad de unos, casi siempre con poder, para coaccionar, impedir o perjudicar a otros.
Enlaces, fuentes y bibliografía:
– Foto de portada: Autobuses del PP durante la campaña madrileña. Autor: PP Madrid, 01/05/2021. Fuente: Flickr (CC BY 2.0)
Articulista. Activista por el derecho a la vivienda y los servicios públicos. Convencido de que la lucha contra la ultraderecha es condición de posibilidad para una democracia plena.