Opinión

Entre el barro y el pueblo, lo colectivo

Son las once de la noche. Un mensaje de WhatsApp del director del centro me avisa de que se suspenden las clases debido a la alerta roja por lluvias torrenciales. Tan solo hacía unas horas que la estridente alarma activada por el servicio de emergencias de la Generalitat había generado un sonido extraño y agudo en el patio de luces de mi finca. La vida continuaba con normalidad aquel día en que los trabajadores del País Valencià seguimos con nuestra eterna esclavitud, mientras unos pocos, dueños consortes de esta tierra que ahora pisamos bajo el lodo, extraen plusvalía de nuestro trabajo, de nuestro tiempo de vida y de nuestro cuerpo.

Las primeras imágenes al despertar al día siguiente fueron radicales: miles de desaparecidos, decenas de muertos y un paisaje apocalíptico. Carlos Mazón, el presidente de la Generalitat, no tardó en ser la cara visible de una gestión política negligente. Aquel pitido que resonaba el día anterior en los móviles del vecindario, aquel pitido que llevaba un simple aviso por alerta roja, advirtiendo que no saliéramos de casa, me había llegado pasadas las 20:00 horas.

Vecinos limpiando las calles de Benetússer. Autor: Álvaro Soler. Fuente: Trabajo propio

No hacía falta un análisis concienzudo para saber que el Partido Popular, con Carlos Mazón a la cabeza, había cometido un error sin precedentes que ha costado centenares de vidas. La historia de barro, lágrimas, coches amontonados y muebles podridos por el lodo solo hizo que aumentar. Al día siguiente, caminando hacia Benetússer para ayudar a un amigo, el nudo en la garganta se hacía cada vez más evidente. Un paisaje distópico que cualquier atrezzo del mejor escenario hollywoodiense no habría podido igualar. La gente, como una marea de transeúntes somnolientos pero conscientes de lo que debían hacer, irradiaba hacia los municipios afectados, achicando barro, sacando muebles, limpiando la riada y todo aquello que había arrastrado, incluidas vivencias y recuerdos.

Al salir a la calle para respirar después de emerger de un piso oscuro, donde cuatro hijas y su madre nos habían pedido ayuda para sacar unos colchones en los que jamás volverían a tumbarse, lo vi. Más bien, me invadió una sensación, una experiencia axiológica, valorativa: los valores colaborativos, comunitarios, colectivistas, la autoorganización, habían salvado esta situación de la catástrofe más absoluta. La gente lo expresaba en redes con el lema “Solo el pueblo salva al pueblo” y, por supuesto, solo el pueblo como entidad humilde, como el sustrato de los de abajo, como aquellos a quienes el barro ha arrastrado hasta L’Albufera o la playa valenciana, se puede salvar a sí mismo.

Solo el pueblo salva al pueblo

Pero, por desgracia, las consignas también se le disputan al pueblo que, sin poder llorar a sus muertos, tiene que ver cómo los cuervos ultraderechistas, la prensa nacional y su carroñera sombra se asoman con sed de poder sobre las desgracias de sus casas inundadas. El pueblo enseguida fue presentado como un ente abstracto, abrazalotodo, una palabra que se quería alejar de la dimensión política de lo que estaba ocurriendo.

Sin embargo, las imágenes contaban una realidad muy diferente: narraban cómo los miles de trabajadores habían sido obligados a trabajar pese a las alertas climáticas; contaban cómo los repartidores de Mercadona habían sido arrastrados dentro de los camiones (aunque la prensa tapara el logo de la empresa) por la DANA, cómo el gobierno valenciano había hecho todo lo posible para ahorrarles a las empresas el coste que les habría supuesto perder un turno de tarde. Eso es lo que vale la clase trabajadora valenciana para el Partido Popular y para la mayoría de empresarios: los pocos euros de plusvalía que extraen en un turno laboral.

El pueblo salva al pueblo, pero el pueblo no son los empresarios ni tampoco sus representantes en el ámbito político que, lejos de representar a una casta difusa e inidentificable, representan a la clase capitalista, a las empresas que obligaron a trabajar a miles de personas mientras los polígonos eran arrasados por el desbordamiento de barrancos, el río Magre y el Túria; al sector turístico, que asfixia a los valencianos con la especulación inmobiliaria, la gentrificación y la turistificación; al sector del ladrillo y el pelotazo, íntimos amigos del PP valenciano, que llenó el País Valencià de edificios construidos en zonas inundables, generando un territorio totalmente vulnerable a las inundaciones.

València siempre ha sido una zona de lluvias torrenciales. Como paisaje mediterráneo expuesto a las DANAs, la provincia de València ha sido escenario de varias riadas y desastres relacionados con el agua, algunos de ellos especialmente devastadores. El 14 de octubre de 1957, la Gran Riada de Valencia causó la mayor devastación registrada en el siglo XX, al desbordarse el Turia y cubrir gran parte de la ciudad; este evento dejó más de 80 muertos y forzó el desvío del río fuera del centro urbano, dando lugar al actual Jardín del Turia (el conocido Plan Sur).

Más tarde, el 20 de octubre de 1982, ocurrió la Pantanada de Tous, cuando el embalse del mismo nombre cedió ante lluvias torrenciales y el río Xúquer arrasó poblaciones como Sumacàrcer, Alzira, Carcaixent y Antella, dejando decenas de víctimas mortales y miles de personas sin hogar. Tras este suceso, en 1987, fuertes lluvias volvieron a hacer que el Xúquer se desbordara, afectando localidades como Cullera, Sueca y Villanueva de Castellón.

Además, episodios de gota fría han causado graves inundaciones de forma recurrente en la provincia. En 1982 y 1987, estos episodios generaron fuertes crecidas en los ríos Turia y Xúquer, mientras que, en 2007, el área de Gandía y la comarca de La Safor sufrieron importantes daños materiales. Más recientemente, en 2019, la gota fría afectó localidades como Ontinyent y Alzira, dejando viviendas y terrenos anegados y 6 fallecidos, contando las víctimas valencianas y murcianas. Y ahora, esta catastrófica DANA ha dejado a más de 200 muertes.

Sin embargo, lejos de tener una explicación únicamente ambiental, lo ocurrido está indisolublemente unido a lo social y político. Pues el territorio y su morfología siempre están directamente relacionados con cómo nos organizamos y cómo se produce y reproduce la actividad humana en dicho espacio vivido.

El cambio climático, un problema global con consecuencias locales, se manifiesta en desastres como el que estamos viviendo en Valencia. Esta crisis climática es provocada por un sistema político —el capitalismo—, incompatible con una vida digna para la clase trabajadora, para aquello que hoy nombramos con el sustantivo “Pueblo”. Han sido los empresarios, con su ritmo frenético y caníbal, subidos a lomos de la producción y el trabajo asalariado como ejes primordiales para organizar la vida social, quienes han generado esta situación a nivel local y a corto plazo, al obligar a la gente a trabajar. Han sido los gobiernos capitalistas, como el del PP, que representan a estos capitalistas y siguen su mandato económico, quienes ignoraron las advertencias climáticas y antepusieron el beneficio capitalista a la vida de los valencianos. También son responsables a nivel global, al someter un ecosistema planetario entero a un extractivismo constante y a una actividad económica y material en todas sus dimensiones, totalmente suicida y subordinada a las lógicas del capital: lógicas frías, mudas e inmisericordes con la dignidad humana de la clase trabajadora.

Lo vivido en València está siendo un reflejo embarrado de las muchas luchas que vamos a tener que librar para poder sacar adelante un proyecto colectivo diferente. Una sociedad que ponga lo social en el centro, que huya de reformas socialdemócratas que son inoperantes y nos ignoran, ejemplificadas a la perfección en la actuación del gobierno central de Pedro Sánchez, pero aún más de proyectos nacionalistas basados en el ecofascismo y la reacción más intolerable.

Como he dicho al inicio de este texto, que es un conjunto de reflexiones en voz alta de algo que estoy viviendo muy de cerca, las consignas políticas lo envuelven todo, incluso aquellas que se disfrazan de antipolítica, aunque detrás tengan partidos políticos muy concretos y un movimiento determinado, como es la extrema derecha. Esta, además de tener un gran poder mediático, defiende los intereses de los causantes directos de la masacre y vampiriza el odio y las pulsiones de venganza que los valencianos puedan tener. Es un hecho que lo están intentando, y hay que denunciarlo y ofrecer alternativas políticas frente a lo que ellos proponen: un chovinismo racista, segregador y violento.

Pero no caigamos en derrotismos. La realidad de lo que he visto hasta hoy es que la ayuda y el voluntariado que han socorrido a las localidades afectadas están permeados por los movimientos de base, asociaciones vecinales, sindicatos de vivienda y colectivos de izquierdas, organizados por la clase trabajadora valenciana. Es decir, por un pueblo apátrida al que une algo mucho más trascendental y propio que el nacionalismo: la clase social.

Al meu país la pluja no sap ploureO plou poc o plou massa
Si plou poc és la sequera
Si plou massa és la catàstrofe
Qui portarà la pluja a escola?
Qui li dirà com s’ha de ploure?
Al meu país la pluja no sap ploure.
No anirem mai més a escola
Fora de parlar amb els de la teua edat
Res no vares aprendre a escola.
Ni el nom dels arbres del teu paisatge
Ni el nom de les flors que veies.
Ni el nom dels ocells del teu món
Ni la teua pròpia llengua.
A escola et robaven la memòria
Feien mentida del present
La vida es quedava a la porta
Mentre entràvem cadàvers de pocs anys.
Oblit del llamp, oblit del tro
De la pluja i del bon temps
Oblit de món del treball i de l’estudi.
“Por el Imperio hacia dios”
Des del carrer Blanc de Xàtiva.
Qui em rescabalarà dels meus anys
De desinformació i desmemòria?
Al meu país la pluja no sap ploure
O plou poc o plou massa
Si plou poc és la sequera
Si plou massa és la catàstrofe
Qui portarà la pluja a escola?
Qui li dirà com s’ha de ploure?
Al meu país la pluja no sap ploure. 

RAIMON AL MEU PAÍS NO SAP PLOURE

Marine Le Pen será procesada por una presunta trama de malversación de fondos públicos 

Álvaro Soler

Articulista. Sociólogo y gestor medioambiental, con suerte de poder compartir vocación y formación. Las Ciencias Sociales son una parte muy importante de mi vida. Considero la divulgación a través de la sociología como una gran herramienta para destapar las injusticias sociales y arrojar luz sobre la actualidad diaria contribuyendo así a ser un poco más libres y justos.

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