Opinión

Después de Errejón: «parar a la ultraderecha» diciendo la verdad

La izquierda española se encuentra en un momento de enorme debilidad, un crash aumentado por lo sucedido con Errejón. Esta debilidad no sólo pone en riesgo a la izquierda como equipo humano y simbólico. Existe toda una serie de colectivos vulnerables cuyas condiciones de vida empeorarían significativamente bajo un gobierno con la influencia de la ultraderecha. No creo que haga falta desarrollar mucho esta idea, ya se han encargado los dirigentes de la izquierda oficial proceso tras proceso electoral de llamar a filas ante el riesgo de una ultraderecha con hambre de discriminar y perseguir. “No votar es un privilegio”, se nos recuerda —no sin parte de razón— visibilizando además a aquellos que no pueden votar.

Si las noticias que durante este mes conocíamos acerca de la densa sombra de sospecha sobre el PSOE ya dibujaban un panorama desolador, la caída en desgracia de Íñigo Errejón ha dejado en la UCI la actual articulación de la izquierda alternativa en el gobierno. Ante este hecho que obliga a la sensatez, no obstante, la izquierda institucional ha respondido con una gestión desastrosa de la crisis. La cual no es problema de nadie más que esta misma izquierda hasta que nos afecta a todos: acercando el riesgo de un gobierno con la ultraderecha. En este crucial momento, no preocuparse por la situación esun privilegio”, igual que lo era no votar en el párrafo anterior.

No solo Errejón: el pacto patriarcal de silencio

La política es un mundo turbio, no solo en España. Cantidad de novela negra y otros contenidos culturales (muy populares por ejemplo en Netflix) abordan desde el albor de los tiempos esta dimensión oscura de la política. La política es un mundo que se articula alrededor del poder; y en ese sórdido mundo podemos encontrar exacerbadas las mismas contradicciones que encontramos en la sociedad. Se trata de un mundo repleto de cocaína y otras substancias, con escenas de cama que esconden tráfico de influencias, adulterio, adrenalina, muchísimo sexo, violencia clandestina, negocios turbios en todas las esquinas y por descontado, machismo: relaciones sexoafectivas abusivas, de dinámicas de poder, comportamientos deshonestos y muchísima información sórdida oculta al público.

Este engranaje no funcionaría jamás sin pactos de silencio; desde el nivel municipal y asociativo hasta el mundial existen secretos de alcoba entre enemigos íntimos. Los partidos dependen de su imagen, y por encima de los protocolos éticos el instinto de conservación mandata otros protocolos (escritos o no). Uno de estos protocolos es el encubrimiento de cualquier clase de elemento que pueda embrutecer esa imagen por nimio que sea: existe una lógica defensiva necesaria para resguardarse de los ataques. Pasa casi a diario en todos los entornos de la sociedad. El escándalo con Errejón de estos días no es el primer caso ni será el último.

La honestidad: la única vía

Llegados aquí, el problema es de relato; atenta contra la razón entender que cualquier persona que actúa de forma sostenida dentro de un entorno con conductas poco éticas lo haga como un elemento aislado y no como parte de un sistema en el que esa actuación está institucionalizada y normalizada; es decir, normalmente esta persona no actúa sola si no que puede sobrevivir en la estructura política porque existe otra gente que se comporta como él y aprueba su comportamiento. Es habitual en las relaciones de maltrato y abuso que el entorno ampare al agresor. Un panorama así, desolador pero realista, nos enfrenta a una imagen de la política como un mundo en el que el machismo campa a sus anchas y los partidos están obligados a taparlo para tratar de sobrevivir.

No obstante, hay ocasiones —como la actual tras lo sucedido con Errejón— en las cuales las contradicciones agitan tanto las hojas que taparlo deja de ser una opción viable; no tiene ninguna base creíble sostener que nuestros espacios son inocuos a la sociedad y no están preñados de conductas misóginas y «neoliberales». Supone un retroceso fingir que los dirigentes de la izquierda desconocen que esa clase de situaciones se viven a menudo en el seno de los partidos políticos, se normalizan, se consienten e incluso se ocultan. Puesto que forma parte del día a día de las militancias y son los propios portavoces en la sociedad de los partidos de izquierdas quienes no pueden dar credibilidad a ese relato. Además de ello, cuando este tipo de marcos de impunidad trabajan en decadencia generan una rumorología a su alrededor imposible de combatir, que al confirmarse totalmente hace del todo inverosímil defender que los líderes políticos a su alrededor estaban en la inopia (son algunos ejemplos de estas rumorologías el presunto alcoholismo de Rita Barberá o la ficticia adicción a la cocaína de Albert Rivera).

Esta desconexión tan enorme entre el relato oficial y la realidad hace tosco y ridículo cualquier intento de negar lo obvio. Evidencia la mentira incluso para el más crédulo del electorado. Hace insostenible seguir huyendo hacia adelante. Exige acción. El peligro de la ultraderecha es más real que nunca, ante este peligro hay que poner los medios que hagan falta y los sacrificios que sean necesarios. Son medios y sacrificios ejercidos por un bien mayor: «detener a la ultraderecha». Y en situaciones como la que vivimos la honestidad es la única arma que queda. Decir la verdad —aunque de vértigo— es la única forma de reconciliarte con el público después de instalarse en la mentira hasta extremos insostenibles. Hablar desde el corazón de cómo funciona la política por dentro y las dinámicas que se dan en ella, incluyendo las que se aceptan como parte del juego por utilitarismos tácticos o estratégicos es la única explicación razonable, creíble y humanizadora que puede hacer comprensible la dimensión del escándalo.

El peligro de la ultraderecha llama a reaccionar, fingiendo desconocimiento de las dinámicas en las que Errejón gozó de impunidad en realidad se está fingiendo el desconocimiento de las dinámicas machistas y las espirales de silencio que habitan los espacios políticos desde la izquierda a la ultraderecha, insistiendo en reforzar el pacto colectivo de silencio patriarcal. Y eso es inaceptable en un espacio político que se presenta como feminista, amén de imposible de creer por una mayoría social posiblemente cercana a la totalidad de la ciudadanía progresista.

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Denis Allso

Articulista. Estudiante de Ciencias Políticas. Activista y cofundador en varias organizaciones sociales y sindicales de izquierda valencianista. Primer coordinador de BEA en la UMH y ex-rider sindicado. Analizar al adversario es la única forma de no perder la perspectiva de lo que se hace y es un deber moral cuando de ello dependen las vidas de las personas más vulnerables.

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