Turquía, una historia de vulneración de derechos humanos, de represión y de autoritarismo de extrema derecha
Artículo original de Oier Zebeiro para Eulixe: Vulneración de derechos humanos y represión en Turquía
El fallido golpe de estado de julio de 2016 y el referéndum constitucional celebrado en 2017 aumentaron considerablemente y de forma progresiva el poder del actual presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan. El autoritarismo es la norma y la represión su consecuencia. A medida que el nuevo «sultán» se hizo con el poder, la democracia ha ido menguando hasta convertir Turquía en un régimen híbrido donde los derechos fundamentales y las libertades civiles básicas están puestas en entredicho.
Erdogan, el nuevo sultán
La sociedad turca ha estado muy polarizada debido al proceso de secularización llevado a cabo por Mustafá Kemal Atatürk, primer Presidente de la República de Turquía (1923-1938), y la culturalización según el islam, tan patente en las últimas dos décadas.
El sistema político que se instauró con Atatürk rompió con el pasado del país relacionado con el Imperio Otomano y fue derivando de manera progresiva, sobre todo a partir de la década de los 50 con la implantación del multipartidismo hacia una democracia liberal, si bien con ciertas carencias democráticas, por ejemplo con limitaciones en la libertad de prensa, pocas garantías procesales… Mientras, durante el periodo de Atatürk, el ejército se instauró como un instrumento esencial para el pulso modernista, garante del nuevo sistema político.
Poca gente lo sabe o lo recuerda, pero Turquía registró numerosos golpes de estado (1960, 1971, 1980, 1997) que demostraron precisamente que las fuerzas armadas era uno de los principales pilares del carácter secular del régimen, así como el instrumento encargado de asegurar que el islam quedase fuera de la política y mantener la unidad territorial, controlando los nacionalismos periféricos, en especial los movimientos soberanistas del pueblo kurdo.
Durante los años 80, se consolidó la primera formación islamista, el Partido del Bienestar, liderado por Necmettin Erbakan, padre político de Erdogan. En 1995, ganó las elecciones y ejerció como primer ministro hasta el golpe de estado de 1997, que se efectuó para frenar el avance islamista, en el cual Erbakan fue destituido y apartado de la política.
En 2002 el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), de tendencia derechista y ultraconservadora, ganó las elecciones, por lo que un joven Erdogan se convirtió en primer ministro el 14 de marzo de 2003, cargo que mantendría hasta 2014, cuando se convirtió en Presidente de la República.
Debido al reciente golpe de estado de 1997, el AKP se mostró muy prudente y moderado al principio. Se manifestaron de manera muy cauta sobre el uso del velo, así como sobre los derechos humanos y la libertad de conciencia. Por otra parte, su programa incidió en acabar con la pobreza promoviendo el crecimiento económico y un mejor reparto de la riqueza, tratando de adoptar una línea progresista en estos términos.
Durante la primera legislatura (2002-2007), de hecho, tuvieron lugar muchos avances y reformas, motivadas por el objetivo de entrar en la Unión Europea. Por ejemplo, durante este periodo se estableció la apertura de las negociaciones con Bruselas y se apoyó por parte del Gobierno el plan de la ONU para la reunificación de la isla de Chipre en 2004. En esos años, el mundo miraba con mejores ojos a Turquía y Erdogan gozó de cierta popularidad.
Al final de esta etapa, se ralentizó el ritmo de las reformas y, a partir de 2007, recién conseguida una nueva mayoría absoluta, el lenguaje político del consenso comenzó a perder fuerza y se convirtió en cada vez más excluyente y arrogante. También se empezó a percibir con mayor claridad la deriva islamista del régimen de Erdogan.
Desde que accedió a la presidencia, Erdogan está acelerando […] el proceso de consolidación de la versión más islamo-conservadora del nacionalismo turco. El objetivo es concentrar el poder en torno a su persona y limitar el pluralismo del espectro político, a fin de transitar hacia un sistema autoritario que acabe con cualquier obstáculo que pueda suponer un riesgo para su permanencia en la jefatura del Estado.
Toni Alaranta
La progresiva islamización de la sociedad llevó consigo el alejamiento de Occidente y la correspondiente negación de las esencias que caracterizaron la República Kemalista. Por ejemplo, Erbakan veía a Turquía como un país no integrado en las organizaciones occidentales y liderando el mundo musulmán, estableciendo como aliados fundamentales a Pakistán, Malasia, Egipto o Indonesia.
La islamización tanto religiosa como social se aceleró a partir de la victoria en las urnas en 2007. Se impulsó la construcción de mezquitas, se introdujeron restricciones sobre el consumo de alcohol, condenas por blasfemia, reformas del sistema educativo para potenciar la enseñanza religiosa, censura en los medios de comunicación, y un largo etcétera, además de una progresiva represión de los derechos fundamentales, incluyendo la persecución política.
Erdogan, por su parte, buscaba «limpiar» el camino de cualquier obstáculo que le pudiera limitar su poder para hacerse con el control absoluto del país. Para ello, debía legitimar el sistema que quería imponer mediante la celebración de un referéndum, así como acabar con las oligarquías burocráticas del antiguo régimen que dominaban la vida política y social.
El sistema kemalista estaba monopolizado por oligarquías y lobbies que controlaban los sectores sociales y los resortes del poder […]. Todavía está presente en las mentes de los turcos la imagen de los salones y cafés atestados de humo del tabaco de los generales, académicos, altos funcionarios y jueces, que se reunían para deliberar sobre ascensos, promociones, reparto de subvenciones y para determinar a quién depurar o no en función de si era comunista, islamista o si alguien representaba alguna amenaza a su monopolio exclusivo de un establishment bien asentado. Todos los partidos políticos han estado ligados de una forma o de otra a estos grupos de poder y se han retroalimentado mutuamente para beneficiarse y no permitir que nadie altere ni obstruya su monopolio y control
José A. Albentosa Vidal
Tal y como se ha mencionado anteriormente, cuando el AKP alcanzó el poder en 2003 y Erdogan tomó el cargo de primer ministro, comenzó a socavar el sistema anterior, pero lo hizo de una forma muy suave para no despertar excesivos recelos en el establishment que tenía la capacidad de provocar un golpe de Estado. En ese aspecto, fue paciente, moderado y cuidadoso.
Para ello, según algunos analistas, se apoyó en el Movimiento de Fethullah Gülen. El AKP y Gülen fueron de la mano durante los primeros años del mandato de Erdogan con el objetivo de erosionar el sistema kemalista y a los secularistas.
El partido gobernante se ocupaba de purgar con mucho tiento a militares, jueces, académicos, profesores, etc., y esos puestos, una vez vacíos, eran ocupados por gülenistas, de tal modo que lo que se estaba haciendo era cambiar unos oligarcas que se oponían a toda forma de islamismo en el sistema por otros afines al partido gobernante
José A. Albentosa Vidal
En 2013, no obstante, Erdogan y los suyos se dieron cuenta que los gülenistas había adquirido un enorme poder, convirtiéndose así en un peligro para el AKP y sus aspiraciones.
El 28 de mayo de ese mismo año, siguiendo la lógica de la Primavera Árabe, se inició una oleada de protestas intensas y masivas en la plaza de Taksim en Estambul que se extendieron al resto de las ciudades del país, convirtiéndose en una oleada contra el AKP, al que se le acusaba de ser antidemocrático, represivo y corrupto. Si bien todo comenzó por las protestas para no acabar con un parque natural, pronto el descontento se extendió por toda Turquía como una ficha de dominó, en un momento en el que las protestas tenían alcance global.
Erdogan acusó a los gülenistas de orquestar una campaña de acusaciones de corrupción contra el Gobierno, y fue entonces cuando purgó a este grupo, con el objetivo de apartarlos no solo del Estado sino del propio país, señalándoles como los culpables de los problemas.
Los puestos que dejaron vacíos fueron ocupados poco a poco por el personal afín a Erdogan, es decir, por islamistas. De nuevo se efectuó un cambio de unos oligarcas por otros. Poco a poco, se evidenció que Erdogan había salido reforzado del descontento popular, hasta el punto de que en 2014 alcanzó la Presidencia de la República de Turquía.
Durante la noche del 15 al 16 de julio de 2016, se registró un intento de golpe de estado contra el Presidente Erdogan, en el cargo desde el 2014, capitaneado por algunas facciones dentro de las Fuerzas Armadas de Turquía. La movilización militar se realizó principalmente en la capital política, Ankara, y en la ciudad de Estambul.
Aunque los sublevados lograron inicialmente controlar los lugares estratégicos, la situación evolucionó en las horas siguientes en contra del golpe, ya que se registró un rechazo masivo de la ciudadanía, que salió a protestar en las principales ciudades. El intento de golpe pareció perder impulso después de que un desafiante presidente Erdogan declarara que su Gobierno tenía el control, a primeras horas del sábado.
Erdogan capitalizó el fallido golpe de estado para impulsar una masiva purga en todos los sectores sociales, desde militares a académicos, profesores, miembros de la fiscalía y de la judicatura, y por supuesto periodistas. Una auténtica caza de brujas que se extendió por todo el país.
Se llegó a decir que el golpe lo habría producido el mismísimo Erdogan y los suyos, o bien que sabían que iba a producirse pero que no hicieron nada, debido precisamente a que salió muy reforzado de esta crisis.
El presidente ha creado un clima de miedo e intimidación al llevar a cabo una purga masiva que afecta a todos los sectores y que se ha llevado por delante a más de 100.000 funcionarios, periodistas, académicos, jueces, etc., entre detenidos y despedidos de sus puestos. A ello se añade los 265 muertos durante la asonada, y el autoexilio de una gran cantidad de profesionales liberales a otros países.
José A. Albentosa Vidal
El mismo Erdogan declaró que el golpe fue un «regalo de Dios« ya que le daba una razón para “limpiar” el ejército, donde en aquellos instantes estaba muy presente el rechazo al neo-otomanismo de Erdogan. Por otra parte, el Presidente acusó al clérigo Fethullah Gulen de estar detrás del levantamiento y exigió a Estados Unidos su arresto y extradición.
En enero de 2017, después de intensos debates, el Parlamento aprobó el conjunto de reformas que iban a trasformar el régimen político del país. El AKP, con el apoyo del ultraderechista Partido de Acción Nacionalista (MHP), sacó adelante los profundos y sustanciales cambios constitucionales que iban a propiciar la permanencia de Erdogan en el poder, blindando su figura y aumentando su poder, convirtiendo a Turquía en un régimen presidencialista. El 16 de abril se convocó un referéndum para medir el apoyo que tenía este cambio en la sociedad turca. Según los datos oficiales, el SÍ ganó con un 51.41% de los votos.
Así, desde la llegada al poder de Erdogan, Turquía está viviendo un considerable retroceso en materia de derechos humanos. El Presidente ha desmantelado el modelo político que se instauró con Atatürk en la década de 1920 y, amparándose en el islamismo (muy presente en las zonas rurales) y en las políticas expansionistas y de influencia, como en su intervención en Oriente Medio y en la crisis de refugiados, pretende crear una especie de “nuevo Imperio Otomano” que traiga de vuelta las épicas de un pasado “glorioso”. Una tónica muy habitual en la extrema derecha, por otro lado.
A día de hoy, el nuevo «sultán» impone su ley, y la represión se ha convertido en el mecanismo para depurar a aquellos que puedan representar algún tupo de amenaza, ya sea real o irreal, a las aspiraciones de consolidar y aumentar su poder.
Libertad de prensa en Turquía
Según la organización Reporteros Sin Fronteras (RSF), a día de hoy, la libertad de prensa se encuentra en una situación “difícil” en Turquía. En palabras de esta ONG fundada en Francia, el país se encuentra en la posición 154 de una lista de 180. Por ejemplo, países como Afganistán o México gozan de una mayor libertad de prensa que Turquía. El Centro para la Libertad de Estocolmo avala esta situación: desde el intento de golpe de estado en Turquía, se han juzgado y condenado a 62 periodistas, 192 han sido detenidos y sobre 142 pesa una orden de búsqueda.
Inmediatamente después del intento de golpe militar, según recoge Público, se cerraron por decreto 16 canales de televisión, 23 emisoras de radio, 45 periódicos, 15 revistas y 29 editoriales bajo la acusación de estar vinculados al presunto organizador del golpe, y después los cierres se extendieron arbitrariamente a los medios de izquierdas o a los kurdos, incluyendo su canal de programación infantil. Algunos de estos cierres se pudieron verse en directo, con la policía entrando en plena emisión.
Se calcula que sólo tras el intento de golpe militar perdieron su trabajo 2.500 periodistas. A día de hoy, el país se mantiene como el país con el mayor número de periodistas encarcelados en el mundo. Concretamente en 2016, un tercio de los periodistas y personal o directivos de prensa encarcelados en todo el mundo se encontraban en Turquía.
Por ejemplo, el 25 de abril de 2018, después de un juicio con carácter marcadamente político que se prolongó diecisiete meses, el poder judicial turco dio un paso más en la restricción de la libertad de prensa y condenó a catorce trabajadores del periódico independiente más destacado de Turquía, el centro izquierdista y laico Cumhuriyet.
La sentencia destacó por su dureza y por ser totalmente desproporcionada. Condenó a los 14 trabajadores del medio (directivos, periodistas y caricaturistas) a penas de entre dos años y medio y siete años y medio de prisión por sus ejercer su profesión.
Los profesionales de Cumhuriyet fueron condenados en virtud de las acusaciones falsas de haber apoyado y ayudado a tres grupos diferentes que se consideran organizaciones terroristas proscritas en Turquía: el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), el Frente revolucionario de Liberación Popular y el Movimiento Gülenista. Los cargos se relacionaban directamente con las actividades periodísticas del medio de comunicación y su postura crítica con el Gobierno de Erdogan.
Desde que fue fundado en 1924, Cumhuriyet ha sido el periódico independiente más importante de Turquía. En 2016, fue galardonado con el prestigioso Right Livelihood Award, conocido como el Premio Nobel Alternativo “por su periodismo de investigación valiente y su compromiso con la libertad de expresión frente a la opresión, la censura, el encarcelamiento y las amenazas de muerte”. A lo largo de los años, cinco de sus empleados han sido asesinados y, pese a ello, ha seguido proporcionando información crítica sobre cuestiones de derechos humanos, igualdad de género, laicidad y protección del medio ambiente.
La libertad es un bien maravilloso y uno se da cuenta de su valor al perderla. Tanto el periódico Cumhuriyet como sus periodistas dicen la verdad en todas las circunstancias y siempre lo hemos hecho. El periodismo no es un delito
Murat Sabuncu, director del periódico condenado a siete años y seis meses de prisión en 2018
Los ataques a la libertad de prensa no se han limitado, no obstante, solo a los rotativos. Las webs bloqueadas se cuentan por decenas de miles, por ejemplo. Plataformas como YouTube, Facebook o Twitter han sido habitualmente bloqueadas en momentos de protestas y violencia política. Por poner otro ejemplo, en junio de 2017, Wikipedia llevaba ya dos meses bloqueada. A raíz de una negativa de retirar información sobre la relación de Turquía con grupos yihadistas en Siria y con estados fundamentalistas, las autoridades decidieron bloquear la enciclopedia entera.
Otra estrategia que se ha vuelto habitual en los últimos años ha sido la no renovación de contratos para la emisión a través del satélite. Estas denegaciones de servicio no necesitan estar justificadas, y obedecen a los mandatos que vienen desde “arriba”.
En otras ocasiones el camino escogido para neutralizar a un medio incómodo mediante el poder ha sido abrirle una inspección de hacienda e imponerle una multa cuantiosa. Por ejemplo, esto es lo que le ocurrió al grupo Dogan, tras cubrir sus medios unos casos de corrupción relacionados con la familia del Presidente.
Por otra parte, suceden también incautaciones de medios, que son colocados bajo la gestión de los administradores estatales, o llevados directamente a subasta pública. Es fue el caso del diario de tirada nacional Sabah. El medio pasó a ser controlado por un grupo de empresarios liderados por el yerno del propio Erdogan, y su línea editorial se transformó en una especie de altavoz del partido del Gobierno.
El caso de Sabah ilustra la acción gubernamental de crear un universo de medios privados afines al Gobierno. Este universo incluye medios dispuestos a variar los porcentajes obtenidos en estudios de intención de voto durante las elecciones, o la realización de entrevistas al Presidente en momentos de crisis.
La prensa extranjera ha conocido también el carácter de la represión ejercida por Erdogan:
Der Spiegel, el mayor semanario europeo, apenas puede trabajar en Turquía, ya sea porque a su corresponsal se le niega la acreditación, ya sea por sufrir amenazas anónimas tras informar sobre temas relacionados con la familia de Erdogan. Deniz Yucel, corresponsal de Die Welt, está en prisión, y el freelance francés Loup Bureau, con experiencia en Ucrania, Pakistán y Egipto, también está entre rejas tras informar sobre temas kurdos
Público (2017)
Represión contra rivales políticos y sociales
Erdogan, con el objetivo de afianzar su poder y neutralizar a las voces disidentes está purgando a los colectivos “no deseables”. Bajo las acusaciones de “ser miembro de una organización terrorista armada” o de realizar “apología del terrorismo”, son miles las personas que se encuentran en prisión o bajo fianza.
Según el Consejo General de la Abogacía española, Turquía está abusando permanentemente de sus leyes antiterroristas y esto significa que cientos de miles de ciudadanos turcos han sido encarcelados con pocas o ninguna prueba de actividad terrorista real.
La definición demasiado amplia de terrorismo y de pertenencia a una organización delictiva y la tendencia del poder judicial a ampliarlas aún más no es un problema nuevo en Turquía, como lo atestiguan numerosas sentencias del Tribunal Europeo de Derechos Humanos … su problema ha alcanzado niveles sin precedentes en los últimos tiempos… Estos procedimientos, combinados con un uso gratuito de la detención preventiva, ponen injustamente en peligro la vida de muchas personas en Turquía, incluidos muchos defensores de los derechos humanos
Dunja Mijatovic, Comisionada de Derechos Humanos del Consejo de Europa (2019)
Si bien en 2013 se imputaron a 8.416 personas por delitos definido en el artículo 314 del Código Penal (pertenencia a una organización terrorista armada), el número de acusaciones aumentó a 146.731 en 2017 y finalmente a 115.753 en 2018.
Si se refiere con una misma etiqueta a un alcalde preocupado por los problemas de sus ciudadanos, estudiantes y académicos que critican al Gobierno, a un profesor de un colegio de Gülen en Indonesia, a un periodista que critica la operación de Siria, y también a alguien que mata a la gente con morteros, una definición tan amplia de terrorismo no pasaría la prueba de respetar el Estado de derecho y los derechos humanos. Entonces, ¿todo el mundo es un terrorista? Si lo usas para todo y para todos, nada ni nadie es un terrorista, al fin y al cabo
Nacho Sánchez Amor, relator del Parlamento Europeo para Turquía (2019)
No obstante, la impecable represión no ha logrado amedrentar a ciertas voces díscolas, que siguen día a día con su lucha. Este es el caso de la banda de folk Grup Yorum. Durante sus 35 años de existencia, el colectivo musical formado por decenas de miembros ha destacado por producir canciones políticas de temáticas socialista y antiimperialista. A día de hoy, siete miembros del grupo están acusados de “terrorismo” por supuestos vínculos con el Partido Frente Revolucionario de Liberación del Pueblo.
El 7 de mayo de este año, la tragedia volvió a rodear de nuevo a este grupo musical, ya que el músico turco y miembro de la banda Ibrahim Gökçek falleció tras 323 días en huelga de hambre. Gökçek es el tercer miembro del grupo que muere por esta protesta, ya que anteriormente Helin Bölek y Mustafa Koçak también perdieron su vida.
Este ejemplo ilustra un movimiento de resistencia muy heterogéneo y amplio que sigue luchando por recuperar los derechos y las libertades que están siendo neutralizados a una velocidad vertiginosa y en pos de crear un país más justo que respete tanto las reclamaciones de las minorías nacionales como las sociales. Mientras, Erdogan sigue implementando su agenda tanto a nivel nacional como internacional, utilizando para ello todos los recursos que dispone.