La deriva irracional: ¿está la educación fallando en nuestra sociedad?
¿Es posible que la sociedad sea cada vez menos reflexiva?¿O quizá más irracional?¿Puede que más conspiracionista?¿En cierta manera más imprevisible?¿Más desinformada?¿Más anticientífica?¿Menos crítica? Todos estos interrogantes ya han sido planteados por grandes pensadores décadas atrás. El divulgador y astrofísico Carl Sagan o el escritor de ciencia ficción y académico Isaac Asimov ya advirtieron en los años 90 sobre los claros indicios de ignorancia creciente en la sociedad, sobre todo en los ámbitos del pensamiento que conciernen a la reflexión crítica, objetiva y científica.
En aquella época las pseudociencias empezaban a consolidarse como fieles competidoras de la ciencia moderna. Carl Sagan trató en el libro El mundo y sus demonios (1995) cómo las pseudociencias, teorías de la conspiración y demás relatos similares estaban empezando a sustituir al discurso mítico/religioso al revestirse de un lenguaje, unas formas y una imagen similares a la ciencia.
Es decir, estaban ocupando en la sociedad ese espacio discursivo que apelaba más a lo metafórico, a lo metafísico, al mito o a la moraleja abstracta, métodos de explicación útiles durante siglos cuando el conocimiento teológico era hegemónico, pero que habían sido desplazados por el discurso científico, pues este, aunque no puede llegar a verdades absolutas y universales, es un método más fiable para comprender la mayoría de incógnitas que se presentan a través de la realidad.
Una mente crédula… encuentra el mayor deleite en creer cosas extrañas y, cuando más extrañas son, más fácil les resulta creerlas; pero nunca toma en consideración las que son sencillas y posibles, porque el mundo puede creerlas.
Samuel Butler (1667-1669).
Por tanto, las pseudociencias, teorías de la conspiración y en general el pensamiento anticientífico han encontrado un nicho social donde asentarse que, además, ha encontrado gran facilidad en las redes sociales y en Internet para encontrarse, comunicarse y, en general, mejorar su discurso. La irracionalidad de lo místico y lo pseudocientífico se ha ido aceptando progresivamente como algo válido para explicar la realidad.
Prueba de esto es cómo creencias como el terraplanismo (la creencia de que La Tierra es, en realidad, plana, y existe una conspiración para ocultar esta realidad) o el movimiento antivacunas han ganado adeptos de una manera exponencial en los últimos años muy a pesar de las grandes evidencias que existen acerca de estos temas. Ya no se trata de negar la teoría de la evolución o el cambio climático, que son cuestiones realmente complejas de hacer llegar al gran público. Es que hasta se han visto casos de gente que niega la existencia de la nieve o que la erupción de un volcán es falsa o ha sido provocada.
En cierto modo, este proceso de irracionalidad creciente tiene mucho que ver con el modelo económico y las dinámicas sociales en un contexto de avance del sistema capitalista.
La función olvidada de la educación
Existe en la actualidad una función olvidada de la educación: ser una herramienta para transmitir el saber, un saber científico y lógico que permita a los ciudadanos ser individuos libres o al menos tener las herramientas al alcance para poder serlo.
El saber cómo herramienta de libertad es posiblemente uno de los factores fundamentales del progreso social y humano. No en vano la ignorancia es una de las principales ventajas que un grupo que ostenta el poder puede usar en contra de otro grupo al cual domina:
Tiranos y autócratas han entendido siempre que el alfabetismo, el conocimiento, los libros y los periódicos son un peligro en potencia. Pueden inculcar ideas independientes e incluso de rebelión en las cabezas de sus súbditos.
Carl Sagan, El mundo y sus demonios. Pág; 390.
Es decir, la función de la educación no tiene que ver únicamente con el aprendizaje y la transmisión del conocimiento, sino también de las destrezas que permitan un análisis crítico, lógico y, sobre todo, racional de la realidad y de los acontecimientos.
En un primer lugar, el sistema económico actual, o por lo menos parte de sus procesos, han ayudado a la normalización progresiva de la ignorancia y el acientifismo. De esta manera, la escuela ha pasado a ser como nombra el sociólogo Pierre Bourdieu, una institución que reproduce el orden social y, por tanto, que reproduce la desigualdad y la dominación de unas clases sociales sobre otras.
Paradójicamente, la escuela, en lugar de ser un espacio de liberación, es una parte más del engranaje de dominación. Pero más allá de esto, la escuela también es un pilar fundamental para la construcción de las personas como sujetos productivos.
Por tanto, la educación que se recibe hoy en día lejos de dotar a la ciudadanía de herramientas para la vida en sociedad enfocada a una mejor convivencia en todos los ámbitos, se centra más bien en dotar de herramientas a los individuos para que sean buenos trabajadores dentro del sistema capitalista.
Además, dichos procesos no solo generan trabajadores ejemplares, sino también unos consumidores concienzudos, poco reflexivos e irracionalmente impulsivos. El sociólogo polaco Zygmunt Bauman realizó una extensa obra sobre el consumismo y su efecto en la sociedad. Para Bauman los impulsos de consumo y sus lógicas giran en torno a muchos aspectos de nuestras vidas, siendo una pieza fundamental de nuestra identidad actual, donde la educación capitalista tiene un papel vital en la socialización de las personas como fervientes consumistas.
De esta forma, si la educación enseña a las personas a ser buenos trabajadores y buenos consumidores, pero no les dota de herramientas para detectar un discurso de odio, para vivir en comunidad, para discernir entre ciencia y pseudociencia, sin duda se allana el panorama para discursos políticos como el de la extrema derecha, los cuales apelan a la parte más irracional de nuestra psicología a través de la mentira y la manipulación para obtener rédito político.
Por supuesto, ningún sistema educativo es igual a otro, y hay enormes variables que influyen en función del país, el tipo de sociedad, la formación del profesorado, etc. Pero resulta evidente que la educación está cada vez más orientada a las salidas laborales, a las destrezas y el desempeño en el puesto de trabajo, al aprendizaje de las normas sociales orientadas a no protestar y a acatar las directrices superiores y a la memorización pura de contenidos en muchas ocasiones sin un entendimiento real de lo que se está aprendiendo.
Existen ejemplos evidentes: en general, las carreras universitarias cada vez duran menos, cada vez se exigen más másteres y especializaciones orientadas a conseguir un trabajo, se pone mucho más en valor de forma más palpable la formación profesional, se han intentado retirar asignaturas como la Filosofía, la escuela privada en algunos países cada vez gana más peso, como es el caso de España o de Chile… y aunque es cierto que hay aspectos muy positivos y aprovechables en la educación y, por supuesto, es más deseable una escuela pública actual que no recibir ningún tipo de educación, es evidente que el enfoque no está siendo el adecuado, una cuestión cada vez más defendida por innumerables autores y profesionales en la materia.
Y es que, en el fondo, quizá no es tan extraño. No hace falta irse al análisis de las dinámicas de mercado aplicadas al sistema educativo, bastaría con centrarse en una reflexión bastante más sencilla: a la gente poderosa y con privilegios nunca le ha interesado demasiado que la mayoría de la población piense demasiado.
La irracionalidad, la clave para el auge de la hegemonía capitalista
Un indicio claro de cómo la faceta más irracional de nuestra psicología es explotada en nuestra sociedad de manera intencionada es la publicidad.
Un buen ejemplo podrían ser los anuncios de perfume, donde llama la atención como se recrean escenas de carácter onírico y con alta tensión sexual. ¿No sería más lógico/racional que si se anuncia un perfume se describa por ejemplo las características u atributos del producto?
En realidad, lo que se vende a través de esta estrategia son sensaciones, emociones, deseos frustrados… Se intenta vender al potencial cliente la sensación de sentirse libre como aquella mujer u hombre del anuncio que cabalga encima de ese caballo blanco, o el deseo de poseer un cuerpo perfectamente esculpido como el de los actores y actrices que salen en pantalla, todo eso es lo que realmente se expone en muchas ocasiones con los anuncios: una publicidad que intenta conectar con nuestro lado más irracional.
Sin embargo, que las personas poseen una parte irracional, instintiva y emocional es obvio y no es un aspecto negativo de por sí. No obstante, lo que sí que resulta un profundo inconveniente es cuando la parte racional, la parte crítica y el pensamiento científico está en horas bajas en términos colectivos.
Esto es un verdadero problema, pues se quiera o no, se acaba abrazando la ignorancia, y si una democracia es un reto de por sí mayúsculo, la verdad es que se vuelve una quimera si la mayoría de la ciudadana toman las decisiones en base a conocimientos falsos, irracionales o pseudocientíficos. A esto se le suma que los medios de comunicación, a menudo concentrados en pocas manos, controlan en buena medida lo que la gente consume. Tampoco ayuda en absoluto que ciertas opciones políticas, como la nueva derecha radical, se apoyan en bulos y «fake news» y en teorías pseudocientíficas para apoyar su mensaje populista.
Esta cuestión también ha sido tratada por muchos autores, incluyendo economistas como José Luis Sampedro, quien llegó a decir que «sin libertad de conocimiento y de información no hay libertad», es decir, que poder elegir quién te gobierna tiene poco sentido si no puedes analizar adecuadamente lo que estás eligiendo.
El nombrado en párrafos anteriores Carl Sagan, en su obra El mundo y sus demonios (1995), ya se adelantó a esta época de demonios surcadores del imaginario colectivo, demonios que se presentan en forma de relatos anticientíficos, teorías de la conspiración, miedo, incertidumbre, desinformación e irracionalidad a raudales.
Sagan avisó en su obra sobre la gran problemática que había en Estados Unidos en aquella década de los 90, pues existían considerables porcentajes de población apenas alfabetizados y con una falta evidente de cultura científica. Además, desde que Sagan escribió su libro, las teorías de la conspiración y los partidarios de las pseudociencias no han hecho más crecer.
Esta especie de histeria colectiva por intentar entender la realidad a través de relatos inverosímiles parece muy relacionada con la denuncia que Carl Sagan ya articulaba sobre la deficiente educación estadounidense en 1995. Una educación que se ha desligado de dotar de una capacidad crítica y científica a la ciudadanía, dejando una sociedad indefensa ante una realidad paradójicamente cada vez más científica y compleja donde los avances tecnológicos/digitales avanzan a velocidades vertiginosas y donde los problemas ocasionados a través de la aplicación de estos avances a la producción y el consumo deben ser afrontados.
En la actualidad, parece que para parte de la población, de momento no mayoritaria, es más fácil negar las evidencias: el cambio climático no existe, el Covid 19 tampoco, el capitalismo es un complot de élites concretas (principalmente familias de judíos), la tierra es plana, existen milagrosos remedios para curar enfermedades, las enfermedades pueden ser curadas a través de tratamiento pseudopsicológicos, los extraterrestres nos visitaron en el pasado y están detrás de muchas cuestiones inexplicables… la lista es interminable.
En realidad, es poco sorprendente teniendo en cuenta la polémica que saltó hace ya varios años, cuando el creacionismo y la teoría de la evolución fueron puestas al mismo nivel en varias escuelas estadounidenses.
De este modo, con este contexto expuesto, la visión democrática y crítica para tomar decisiones coherentes se reduce considerablemente. Con dicho panorama es comprensible que auténticos narcisistas como el expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, puedan llegar al poder a través de relatos o mentiras basadas incluso en teorías de la conspiración.
Carl Sagan ya predijo los demonios que podrían surcar la sociedad estadounidense en un futuro no muy lejano. El astrofísico poco se equivocó, pues a día de hoy Estados Unidos es uno de los países que más negacionistas del cambio climático alberga. Además, es uno de los países desarrollados que más gente se niega a ponerse la vacuna.
El país más rico del mundo parece ser que necesita la ignorancia para perpetuar su hegemonía. Es algo obvio ya que su modelo posiblemente lleve a un empeoramiento drástico de la vida tal y como se conoce, obviamente con colaboración de los demás países del mundo. Si la mayoría de la población fuera consciente de esto, las inercias sociales y económico-productivas es posible que cambiaran. De hecho, en un mundo moderno, en ciertos países resulta incomprensible que servicios esenciales se encuentren totalmente mercantilizados y en manos privadas. Y, más aún, que ideologías que propugnan que los sistemas de producción y de ofrecimiento de servicios sean todos privados en su totalidad, parece que están volviendo a resurgir.
En conclusión, toda la sociedad debe luchar y exigir herramientas educativas y comunicativas éticas, igualitarias, de calidad y comprometidas con los derechos humanos que ayuden a poder decidir libremente en una democracia menos deficiente que la actual.
Como sociedad civil, las personas tienen el derecho y el deber de recibir información rigurosa y honesta. Un ciudadano o ciudadana no tiene que ser considerado únicamente como un trabajador, productor o consumidor, sino también como un individuo respaldado por unas instituciones públicas enfocadas a conformar una sociedad que aspira a vivir mejor y a tomar buenas decisiones.
En definitiva, para poder progresar hacia un futuro sostenible se debe combatir la ignorancia y la maldad de quienes instrumentalizan y cultivan dicha ignorancia para mantener sus privilegios, aunque esta maldad se esconda detrás de peligrosos discursos políticos que cada vez cuestan más detectar.
Aunque tengamos el corazón endurecido ante la vergüenza y la miseria que experimentan las víctimas, el coste del analfabetismo para todos es muy alto: el coste en gastos médicos y hospitalización, el coste en crimen y prisiones, el coste en educación especial, el coste en baja productividad y en mentes potencialmente brillantes que podrían ayudar a resolver los problemas que nos preocupan.
Carl Sagan, El mundo y sus demonios (1995), Pág: 391.
Articulista. Sociólogo y gestor medioambiental, con suerte de poder compartir vocación y formación. Las Ciencias Sociales son una parte muy importante de mi vida. Considero la divulgación a través de la sociología como una gran herramienta para destapar las injusticias sociales y arrojar luz sobre la actualidad diaria contribuyendo así a ser un poco más libres y justos.
muy interesante-colega-Álvaro.