Europa

Gays y mineros: la inesperada alianza que combatió a Margaret Thatcher

El movimiento obrero británico se encontraba en un momento crítico, por decirlo de forma suave, a mediados de 1980 cuando Margaret Thatcher llegó al poder. Las economías occidentales presenciaron una transición, desencadenada por la crisis del petróleo de 1973, de un modelo productivo neokeynesiano, con una fuerte intervención estatal y basado en la producción en masa de bienes de consumo (como coches o televisores) a un modelo productivo neoliberal y con un peso creciente del sector servicios, en detrimento del sector industrial.

Como consecuencia, el movimiento obrero sufrió una doble sacudida. Primero, su composición interna se vio alterada. Paulatinamente, no de forma radical, la clase obrera pasó de encuadrarse a través de las fábricas y las cadenas de montaje a hacerlo cada vez más de forma atomizada y parcializada, al albur de empresas globalizadas que externalizaban su producción a otros países. Y, al mismo tiempo, estos cambios en la composición sociológica de la clase obrera provocaron que las estrategias de organización y lucha obrera que se habían desarrollado durante décadas se quedaran desfasadas e inservibles.

La posición de debilidad del movimiento obrero fue aprovechada por la revolución conservadora. La referente mundial de los conservadores por aquel entonces, la primera ministra británica Margaret Thatcher, nada más llegar al número 10 de Downing Street puso en su punto de mira a los mineros como uno de los principales colectivos que debía desarticular para debilitar al movimiento obrero y poder llevar a cabo su programa político neoliberal.

Sin embargo, el ejecutivo conservador de Thatcher no sólo pretendía acabar con el movimiento obrero, sino con toda forma de articulación social que no comulgase con su agenda política y moral ultraconservadora. ‘’La sociedad no existe. Hay individuos, hombres y mujeres y familias’’ diría Thatcher, un fiel reflejo de que su programa político sólo podría realizarse a través de la negación y represión de ciertas formas de articulación social, con la consiguiente exaltación de otras, como la familia tradicional.

El movimiento LGTB también figuraba en la lista de las que debían ser negadas y reprimidas. Los años 80 en Reino Unido no solo estuvieron marcados por la conflictividad obrera, sino que también fueron los años de la expansión del SIDA y por consiguiente de revitalización de la criminalización de la homosexualidad. Bajo este contexto, surgiría una alianza entre sectores obreros y sectores LGTB que ni siquiera los conservadores pudieron prever.

La Gran Huelga minera de 1984

Manifestación minera marchando por Londres en 1984. Autor: Nicksarebi, 08/11/2008. Fuente: Flickr / CC BY 2.0
Manifestación minera marchando por Londres en 1984. Autor: Nicksarebi, 08/11/2008. Fuente: Flickr / CC BY 2.0

Un dicho británico rezaba que ningún gobierno británico podía enfrentarse a la Iglesia, a la City y al sindicato minero, el Sindicato Nacional de Mineros (NUM por sus siglas en inglés). Los mineros realizaron una gran demostración de fuerza en la huelga de 1974. Aquel año, aliados con el sindicato de la siderurgia y el de transportes, los mineros declararon la primera huelga general en Reino Unido desde 1926 y consiguieron que sus reivindicaciones se hiciesen notar entre la población, que sufrió durante cuatro semanas una escasez de electricidad, agua caliente y calefacción que no se recordaba desde la guerra.

La fuerza del movimiento se acabó llevando por delante al gobierno conservador de Edward Heath, que perdió una convocatoria de elecciones anticipadas ante el laborista Harold Wilson. Sin embargo, los conservadores tomaron nota para emprender la revancha cuando llegasen de nuevo a Downing Street. Sabían que la fuerza del movimiento obrero residía en la colectividad y que para desarticularlo debían fragmentarlo. Ya se sabe, divide y vencerás.

Tras ganar las elecciones en 1979, los conservadores se propusieron ir primero a por los sindicatos menores y dejar para el final a los más fuertes, en lo que se conoce como ‘’la táctica salami’’. Así pues, en su primera legislatura Thatcher no se atrevió con la minería. Los conservadores ganaron varios conflictos sindicales menores en sectores como la sanidad, la educación y la siderurgia (cuyo sindicato no era muy sólido), al tiempo que almacenaban carbón para lo que se avecinaba.

En 1984, Thatcher, reelegida primera ministra, consideró que era el momento perfecto para ir contra el sindicato minero. Aquel año el desempleo había subido hasta el 12%, de oscilar entre el 2 y el 4% en los 70, y la afiliación sindical había sufrido un retroceso por primera vez en los últimos 50 años. Como resultado, las prácticas de solidaridad que se llevaron a cabo una década antes no pudieron repetirse.

Ronald Reagan da la bienvenida a Margaret Thatcher antes de reunirse en Camp David. 15/11/1986. Dominio Público.
Ronald Reagan da la bienvenida a Margaret Thatcher antes de reunirse en Camp David. 15/11/1986. Dominio Público

En marzo de 1984, el gobierno conservador anunció su intención de cerrar 20 pozos mineros, lo que supondría una pérdida de alrededor de 20.000 puestos de trabajo. El golpe era todavía más duro para algunas poblaciones de Gales, Escocia y Yorkshire cuya economía se sustentaba principalmente de esas explotaciones mineras y de las actividades que se derivaban de ellas. Además, Thatcher anunció su intención de cerrar solamente las minas ‘’no económicas’’, lo que ahondó en la división del movimiento obrero, ya que los mineros de las minas más modernas no se sintieron igualmente interpelados.

Como respuesta, el NUM convocó una huelga general que a pesar de las dificultades consiguió un seguimiento masivo. Esta se conoce a día de hoy como la Gran Huelga y es considerada la última gran batalla del movimiento obrero británico. En los primeros meses el seguimiento fue de un 73% en todo el país, destacando el sur de Gales (99%), Yorkshire (97%), Kent (96%) y Escocia (94%), y durante todo el año que duró, hasta 1985, el seguimiento no bajó del 60% de media. En cifras totales, cerca de 150.000 mineros secundaron el paro y el coste para la economía británica fue de unos 1.500 millones de libras.

Thatcher estaba decidida a mantener el pulso y desplegó todos los recursos a su alcance para sabotear la huelga. Sus intenciones no eran ocultas y su estrategia de demonización de la clase obrera caló en una parte de la sociedad inglesa. «Tuvimos que luchar contra el enemigo en el exterior, en Las Malvinas. Pero siempre tenemos que estar alerta del enemigo interno, el cual es más difícil de combatir y más peligroso para la libertad». Solo así se verían los conservadores legitimados y capaces de confiscar los fondos del sindicato minero y de emprender una represión policial sangrienta que se saldaría con 3 muertos y 10.000 detenidos.

Los mineros pidieron a sus compañeros de la siderurgia que detuvieran la producción en apoyo a su causa, pero estos no estaban en posición de ayudarles. ‘’Aunque nuestra simpatía estaba con los mineros, ¿cómo podríamos estar de acuerdo con la amenaza de cierre de nuestra industria? El acero había experimentado años muy duros. Todos nuestros trabajadores estaban luchando por la supervivencia’’ cuenta Bill Sirs, el secretario general del sindicato principal de trabajadores del acero. La solidaridad sindical estaba en horas bajas, lo que abrió la puerta a otras formas de solidaridad.

Lesbians and Gays Support Miners (LGSM)

Miembros de la LGSM en un coloquio después de visionar la película Pride. Autor: Fae, 28/03/2015. Fuente: Wikimedia Commons (CC BY-SA 4.0)
Miembros de la LGSM en un coloquio después de visionar la película Pride. Autor: Fae, 28/03/2015. Fuente: Wikimedia Commons / CC BY-SA 4.0

Mark Ashton tenía razones de sobra para enemistarse con Thatcher. Antes de cumplir la veintena, el joven de origen irlandés se trasladó a Londres a finales de los 70 para trabajar como camarero y drag queen en el Conservative Club, donde entraría en contacto con los movimientos sociales de la capital. Asimismo, en 1982 viajaría a Bangladesh para visitar a sus padres que se encontraban allí por motivos de trabajo, presenciando de primera mano las condiciones de miseria de las trabajadoras del textil bangladeshís.

A su vuelta a las islas británicas se implicaría más decididamente tanto en el movimiento obrero como en el movimiento LGTB, afiliándose a las juventudes comunistas británicas, la Young Communist League, al mismo tiempo que colaboraba como voluntario en un teléfono de ayuda para personas del colectivo LGTB de la ciudad, el London Lesbian and Gay Switchboard.

La política antiobrera de los gobiernos conservadores no le hacía sombra a su represión del movimiento LGTB. Margaret Thatcher había sido una de las pocas parlamentarias de los tories que votaron a favor de despenalizar la homosexualidad en 1967. Aun así, la Dama de Hierro no tardó en volver a subirse al carro de la homofobia. Apoyar leyes sociales no te impide convertirte en un ferviente propagador del odio si el viento político empieza a soplar en otra dirección.

La década de los 80 fue la de la expansión del SIDA en países como EEUU o Reino Unido, una pandemia que según las estimaciones ha llegado a infectar a cerca de 80 millones de personas a nivel global. El desconocimiento de la enfermedad, de sus formas de transmisión y de sus consecuencias generó un pánico generalizado en unas sociedades occidentales que no hacía mucho internaban a los homosexuales en psiquiátricos.

Los partidos y medios conservadores se aprovecharon de ello para emprender una ofensiva que detuviese los cambios en la moralidad y en los hábitos de vida que se venían produciendo desde hace unos años. En el Reino Unido, se inició una campaña homófoba desde medios afines al gobierno como The Sun, que se mofaban de la enfermedad. ‘’Un joven gay va a casa de sus padres y les dice que tiene dos noticias, una mala y otra buena. La mala es que soy gay. La buena es que tengo SIDA’’ se podía leer en el tabloide inglés.

El propio director de The Sun en este periodo, Kelvin Mackenzie, contaba que altos cargos del ejecutivo conservador se plantearon usar la pandemia para criminalizar la homosexualidad y consideraban la posibilidad de crear campos de concentración para gays y lesbianas. Los tories no llegaron a tal extremo, pero en 1988 aprobaron una norma que obligaba a los profesores a ‘’acabar en las escuelas con cualquier aceptabilidad de la homosexualidad como una supuesta relación familiar’’, ley que no se derogó hasta 2003.

Era de la opinión de Thatcher por aquel entonces que ‘’a los niños se les está educando en que tienen un derecho inalienable a ser gays. Todos están siendo engañados desde el comienzo de sus vidas’’. En la misma línea, como recoge el periodista Yago García, el jefe de policía en Manchester describía a los enfermos de sida como ‘’desechos humanos’’ y a los mineros como ‘’terroristas’’. En definitiva, el programa político thatcherista pasaba por crear un clima de odio generalizado contra ciertos colectivos sociales.

Mark Ashton, líder de la Young Communist League y cofundador de LGSM. Autor: Johny Orr, 1986. Fuente: Wikimedia Commons (CC BY-SA 4.0)
Mark Ashton, líder de la Young Communist League y cofundador de LGSM. Autor: Johny Orr, 1986. Fuente: Wikimedia Commons / CC BY-SA 4.0

Ashton fue uno de los pocos que se percató de la estrategia thatcherista y de que la única forma de hacerle frente era aunando fuerzas. Junto a varios compañeros, como su amigo Mike Jackson, fundaron la organización Lesbians and Gays Support the Miners (LGSM) en julio de 1984, cuando los mineros ya llevaban 4 meses de huelga.

Ashton y Jackson ya habían recaudado unos días ante fondos para los mineros en la marcha del Orgullo, pero decidieron que los mineros necesitaban más ayuda de la que dos jóvenes de clase obrera podían brindarles y fundaron la LGSM. La asociación traspasó las fronteras londinenses y se extendió a 10 ciudades más. La LGSM consiguió recaudar 20.000 libras, unos 70.000 euros al cambio actual, convirtiéndose en el principal grupo de apoyo económico de los mineros

El mayor evento de recaudación fue un concierto celebrado en el London’s Electric Ballroom en el que se recaudaron más de 5.650 libras. El concierto se llamaba ‘Pits and Perverts’ (Pozos y Pervertidos) en clara alusión a un titular del periódico The Sun, que utilizó la ayuda de gays y lesbianas a los mineros para su estrategia de demonización del movimiento obrero. Sin embargo, la LGSM se reapropió las descalificaciones para simbolizar su desafío a los políticos y medios thatcheristas.

El desarrollo de la alianza obrera-LGTB

La historia de Ashton, quien falleció en 1987 a causa del SIDA, y de la LGSM, fue ignorada por la BBC y la escena audiovisual inglesa durante décadas. Algunos filmes del cine social inglés como Tocando el viento o Billy Elliot habían contado la lucha de los mineros en los años 80 contra la Dama de Hierro. Sin embargo, la ayuda que el movimiento LGTB había brindado a los mineros cayó en el olvido, hasta que la película Pride, dirigida por Matthew Warchus, recuperó la historia para el gran público.

La historia reciente de los movimientos sociales británicos no se entiende sin la confluencia de mineros y LGTB contra Thatcher. Los mineros perdieron la batalla contra los conservadores y decidieron en una votación al año de comenzar la huelga volver a los pozos. El desenlace no era inevitable, cerca de un 60% de la población desaprobaba la política contra los mineros de Thatcher y la primera ministra llegó a reconocer que la huelga ‘’podría haber derrocado al gobierno’’, como ocurrió en el 74, pero los conservadores acabaron por imponerse y asestaron un fuerte golpe al movimiento obrero.

Ahora bien, la alianza puntual entre el movimiento obrero y el movimiento LGTB labró una semilla que germinaría con el paso de los años. Los mineros se convirtieron en el principal aliado del movimiento LGTB en Reino Unido. Solo unos meses después de la finalización de la huelga, una comitiva de unos 150 mineros encabezó la marcha del orgullo en Londres.

En 1985, el Partido Laborista haría suyas las reivindicaciones del colectivo LGTB en la conferencia de Bournemouth gracias a la sección del sindicato minero, que goza de un papel destacado en el partido, y los mineros fueron de los principales aliados del colectivo contra la ley anti-LGTB de Thatcher de 1988. Un año antes, en 1987, una representación de mineros acudiría al funeral de Mark Ashton.

En la actualidad el Reino Unido y unos tantos otros países occidentales asisten a una fractura en esta alianza. La nueva oleada de lucha y derechos del movimiento LGTB con una expansión del reconocimiento del derecho de matrimonio, del derecho de adopción o del derecho de autodeterminación ha sido contestada con una ola reaccionaria.

Los partidos conservadores, como hiciera Thatcher en su momento, no se opusieron a la legislación pro-derechos LGTB e incluso la impulsaron en algunos casos, como hiciera la expresidenta de la Comunidad de Madrid Cristina Cifuentes. A pesar de ello, arrastrados por el auge de los partidos de extrema derecha, han ido cambiando de postura. Ahora, se rasgan las vestiduras ante legislaciones que ellos mismos aprobaron.

Esta ola reaccionaria no ha afectado únicamente a los conservadores, sino que ha llegado a calar en algunos sectores izquierdistas. Desde hace años ha adquirido relevancia la opinión de que algunas luchas, como la del movimiento feminista o la del movimiento LGTB, podían distraer de la lucha del movimiento obrero, llegando a extremos en las que los movimientos sociales son vistos como contrarios a la lucha obrera.

Es la tesis defendida por Daniel Bernabé en su obra La trampa de la diversidad y que han llevado hasta el extremo organizaciones rojipardas como Frente Obrero, que considera que el feminismo es contrarrevolucionario y que hacen de las campañas homófobas una de sus principales líneas políticas.

En el plano parlamentario, algunos partidos socialdemócratas han vacilado con retroceder en legislación pro-derechos LGTB. En el caso de España ha emergido un sector minoritario en el PSOE contrario a la ley de reconocimiento de la autodeterminación del género o ‘’ley trans’’. De forma casi paralela, el aspirante a primer ministro laborista, Keir Stamer, ha evitado posicionarse sobre las declaraciones tránsfobas de algunos de sus parlamentarios y se ha opuesto junto a los conservadores a la ley de autodeterminación escocesa.

Estos planteamientos responden, además de al oportunismo político, a una visión competitiva de lo identitario. Partiendo de una concepción maniquea de la realidad, no conciben la diversidad de los colectivos sociales o la convergencia de identidades. Una personalidad como Mark Ashton, referente LGTB y líder de la Young Communist League, les resulta pues incomprensible.

Ashton solo es un ejemplo de la multiplicidad de relaciones de poder que nos atraviesan y de las que puede surgir una forma determinada de conciencia. Estas formas de conciencia no tienen porque ser competitivas, no solo porque no necesariamente una lucha debe estar reñida con otra, sino porque un mismo individuo puede y es común que sufra varias formas de opresión. Si la estrategia thatcherista es divide y vencerás, resulta evidente que la forma más efectiva de combatir y superar el modelo neoliberal de sociedad que proponía es mediante la estrategia que puso en práctica la LGSM, mediante la confluencia de luchas e intereses frente a un enemigo común.

No hay mejor manera de acabar que con una estrofa de la canción For a Friend que el grupo The Communards le dedicó a Mark Ashton tras su fallecimiento:

El verano llega y recuerdo cómo marchábamos
Marchamos por amor y orgullo, juntos hombro a hombro
Las lágrimas se han convertido en ira y desprecio
Nunca te fallaré, he encontrado una batalla.

Los gays y los mineros que combatieron a Margaret Thatcher juntos

Vicente Barrachina

Articulista. Apasionado por la Sociología y la Ciencia Política. Periodismo como forma de activismo. En mis artículos veréis a la extrema derecha Al Descubierto, pero también a mí.

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