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¿Qué es el sionismo? La ideología tras la masacre en Gaza

El gobierno del Estado de Israel, en manos del veterano Benjamín Netanyahu y cuyo ministro de Finanzas Bezalel Smotrich afirma en sus propias palabras ser «fascista y homófobo», ha sabido históricamente jugar sus cartas a la hora de desplegar una propaganda de guerra efectiva. El mismo origen del Estado de Israel tiende a fijarse erróneamente en el propio Holocausto nazi, como una especie de contrapartida histórica al pueblo judío, que sufrió una brutal persecución en toda Europa, en lo que se ha denominado como «sionismo».

Con el nuevo frente abierto en el conflicto palestino-israelí y que ya se ha saldado con miles de víctimas en la Franja de Gaza en lo que diferentes gobiernos, organizaciones pro derechos humanos, personalidades… han calificado de catástrofe humanitaria, crímenes de lesa humanidad, violación del derecho internacional e intento de genocidio, cabe preguntarse qué justificación hay detrás de la creación del Estado de Israel y, más concretamente, de sus acciones contra la población civil palestina.

Sin embargo, la idea de la emancipación política de un estado judío se remonta al siglo XIX y que constituye el pilar central del sionismo, es bastante anterior a los terribles crímenes del nazismo y está vertebrada de varias corrientes, enfoques y perspectivas que, además, no son compartidas por la totalidad de la población judía.

El origen del sionismo

El sionismo surge a finales del siglo XIX en el contexto de un despertar político y social en Europa. La discriminación hacia la población judía, esto es, el antisemitismo, ha existido desde siglos y continuó también tras la Ilustración. Esta persecución y estos prejuicios, alimentados tanto por el cristianismo como por el islam, empujó a las comunidades judías a emigrar y a desarrollar un sentimiento de pertenencia.

Theodore Herzl, considerado el padre del sionismo, en 1897.
Theodore Herzl, considerado el padre del sionismo, en 1897.

Presumiblemente y, entre otras cuestiones a tener también en cuenta como esta persecución histórica, la presión demográfica y por ende, económica, condujo en que ya a partir de 1821 y con un aumento en 1881, se produjeran una serie de progromos en toda Europa y en el Imperio Ruso, lo que a su vez, indujo y obligó a gran cantidad de comunidades judías a reaccionar y emprender un movimiento migratorio hacia el continente americano.

Junto a este sentimiento de pertenencia, surge también un sentimiento nacionalista hebreo, fuertemente inspirado por el judaísmo. Porque, ¿qué mejor forma de librarse de esta persecución que tener un país propio en un suelo propio? Ese suelo no podía ser otro que el de «Eretz Yisrael», un término histórico empleado en las tradiciones judía y cristiana para referirse a los antiguos reinos de Judá e Israel y que desde el judaísmo recibe el nombre de “La Tierra Prometida” y que, al tenor de ciertas citas bíblicas, en Palestina.

Ya en la segunda mitad del siglo XIX, habían surgido de entre los hebreos algunos pensadores que se ocupaban de discernir lo que es ser judío, ya que la línea que separa lo religioso de lo étnico de lo social en este caso es enormemente difusa. Ser judío no consiste solo en asumir creencias religiosas, sino también en unos lazos sociales y culturales. Si bien existió, desde la Ilustración, un movimiento laico en el seno de las comunidades judías en su intento de integrarse en las sociedades donde vivían, conocido como la Haskalá, no tuvo demasiado éxito. De hecho, el sionismo fue impulsado en parte por el rabinato.

En 1882, un pequeño grupo de estudiantes fundó en Viena una sociedad político-cultural llamada Kadima. Fue en esa misma ciudad, cuando Nathan Birenbaum, creador del diario Selbstemanzipation utilizó por primera vez el término «sionismo» para describir con una sola palabra el ideario judío de retorno a Tierra Santa.

Así, establecen al respecto dos principios fundamentales:

1. Los judíos, estén donde estén, forman una nación que se basa en la posesión de un pasado y una historia comunes, y en la esperanza de conseguir la restauración de esa gloria pasada.

2. La política que esté al servicio de dicho ideal nacionalista tiene que ser construida por los propios judíos y únicamente por ellos.

Sionismo laborista y sionismo liberal

El incipiente sionismo, que empezó a cobrar cierta predominancia entre la juventud, tuvo también diferentes lecturas y corrientes.

Los sionistas laboristas, con fuertes influencias de las ideas socialistas muy relacionadas a su vez por el incipiente movimiento obrero, abogaban por el establecimiento de un estado judío en Palestina, dando énfasis a la igualdad, la justicia y la cooperación comunitaria. Figuras prominentes como Ber Borochov y A.D. Gordon desempeñaron un papel crucial en la promoción del sionismo de base socialista. Borochov, por ejemplo, articuló la necesidad de una sociedad judía en la que los medios de producción fueran propiedad común y donde la justicia social fuera un pilar fundamental. Es decir, la emancipación judía y obrera eran una misma cuestión.

Otro gran pensador del sionismo socialista fue Moisés Hess, probablemente el primero en aunar tesis izquierdistas y sionistas, como se desprende de su obra Roma y Jerusalén (1862), además de ser el primer libro en poner sobre la mesa los elementos constituvios del nacionalismo judío, aunque sin llamarlo sionismo todavía.

El kibutz, una forma de comunidad agrícola colectiva, se convirtió en el símbolo más tangible del sionismo socialista. Estos asentamientos promovieron la autogestión y la cooperación, y se multiplicaron en Israel. El sionismo socialista también influenció a movimientos políticos como el Partido Laborista Israelí, que desempeñó un papel crucial en la fundación y consolidación del Estado de Israel en 1948. Líderes como David Ben-Gurión, un firme defensor del sionismo socialista, contribuyeron a dar forma a la política y la estructura social de Israel en sus primeros años. Su legado perdura en organizaciones como Meretz, aunque hoy en día su apoyo se ha visto muy reducido, especialmente a partir de 1977.

Moisés Hess, figura clave del sionismo socialista
Moisés Hess, figura clave del sionismo socialista

El Herzlismo (de base nacionalista liberal) es la corriente nuclear del movimiento sionista y parcialmente contrapuesta al enfoque socialista, debe su nombre a Theodor Herzl. Herzl, un periodista austrohúngaro, fue el impulsor principal de este sionismo. Su obra El Estado Judío, publicada en 1896, presentó el concepto de una patria judía soberana como respuesta al antisemitismo y los desafíos que enfrentaba la comunidad judía en Europa.

Herzl se vio muy influenciado por el Caso Deyfrus donde, a finales de 1894, el capitán del Ejército Francés Alfred Dreyfus, de origen judío-alsaciano, fue acusado de haber entregado a los alemanes documentos secretos. Enjuiciado por un tribunal militar, fue condenado a prisión perpetua y desterrado por el delito de alta traición. A pesar de que posteriormente se demostró su inocencia, el Estado Mayor se negó, sin embargo, a reconsiderar su decisión. El caso, de hecho, tuvo un gran impacto en la población y es usado de ejemplo de la discriminación hacia la población judía.

El Primer Congreso Sionista en Basilea, Suiza, en 1897 sentó las bases para la Organización Sionista Mundial, con Herzl como su primer presidente hasta su muerte en 1904. El sionismo liberal también abogaba por la creación de una infraestructura económica y social para apoyar la inmigración judía a la Tierra de Israel, lo que sucedió parcialmente gracias a figuras como Arthur Ruppin, que dirigió la Agencia Judía entre 1933 y 1935, una organización creada en el VIII Congreso sionista (1929) que se encargó de comprar tierras en Palestina y gestionar la emigración. Esta perspectiva pragmática fue fundamental para la posterior fundación del Estado de Israel en 1948 y marcó la decisiva influencia de la visión de Herzl y el sector liberal en la construcción del nuevo estado judío.

El sionismo liberal se distingue por su enfoque pragmático y político para alcanzar el objetivo sionista. Herzl creía en la necesidad de obtener apoyo diplomático de las potencias mundiales y establecer acuerdos formales para la creación del estado judío.

El sionismo revisionista 

A diferencia de las corrientes predominantes del sionismo, el sionismo revisionista surgió como una perspectiva alternativa a principios del siglo XX y se hizo fuerte en 1920 como respuesta al ascenso del fascismo en Europa. Liderado por Ze’ev Jabotinsky, este movimiento emergía de la frustración ante la incapacidad del mainstream sionista de cumplir sus objetivos desde su enfoque ético y pacifista y abogaba por una visión tercerposicionista, proponiendo una política más agresiva en la obtención de un estado judío.

Desfile del Irgún, organización paramilitar israelí, en 1948
Desfile del Irgún, organización paramilitar israelí, en 1948

El núcleo de la ideología revisionista residía en la creencia de base teocrática de que los judíos tenían derecho a la totalidad de la tierra de Israel, incluidas las áreas que no estaban contempladas en los acuerdos internacionales de la época. Jabotinsky defendía la necesidad de una presencia judía fuerte y defensiva en la región.

La organización paramilitar «Irgún Tzvai Leumi«, liderada por Menájem Beguin entre 1943 y 1948, fue el brazo armado del sionismo revisionista, relacionado también con el Partido Revisionista y la asociación juvenil Betar (1923). El Irgún, surgido como una escisión de la Haganá, organización paramilitar creada en 1920 por las comunidades judías en Palestina para defenderse de los progromos y ataques de árabes, adoptó tácticas violentas y etnicistas, llevando a cabo operaciones que buscaban presionar a las autoridades británicas para la apertura de las puertas de Israel a la inmigración judía y la independencia, ya que por aquel entonces Palestina (y la actual Jordania) estaba bajo el mandato de Gran Bretaña en el llamado Mandato Británico de Palestina desde 1917, arrebatado al extinto Imperio Otomano.

El Irgún llegó a tener otra escisión, Leji, en 1940, más enfocada en confrontar a las autoridades británicas, que no permitían la llegada de personas judías a la región. En 1945, todas las fuerzas paramilitares israelíes se unificarían en el Movimiento de Resistencia Judía desde 1945 hasta 1948, confrontando tanto a británicos como árabes en la lucha por la independencia.

El Irgún, no obstante, se oponía al grupo Haganá que, aunque también paramilitar, tenía un enfoque menos agresivo y más defensivo. Fue David Raziel, comandante del Irgún entre 1938 y 1941, quien acuñó el concepto de Defensa Activa. Esto significa que, a su juicio, la defensa de la población judía frente a los ataques y/o discriminaciones de la población árabe en Palestina debían ser respondidas con violencia y que la consecución del Estado de Israel solo podría conseguirse así.

Las ideas supremacistas del fascismo y el nazismo inspiraron a adeptos del sionismo revisionista. De hecho, Ruppin, en obras como Los judíos del presente, defendía el darwinismo racial y la pureza de la raza judía, inspirado claramente en las teorías raciales del nazismo. Se sabe que Ruppin llegó a conocer a Hans F. K. Gonther, mentor del jerarca nazi Heinrich Himmler.

Tras la creación del Estado de Israel en 1948, tanto el Irgún como la Haganá tuvieron que integrarse en el ejército israelí y/o buscar alternativas. El sionismo revisionista se hegemonizó en la escena política israelí a través del establecimiento del partido político Herut (Libertad, en castellano), liderado por Menájem Beguin. Herut eventualmente se fusionó con otros partidos para formar el Likud, la fuerza del presidente Netanyahu que se ha mantenido como el primer partido en la política israelí hasta la actualidad.

El sionismo revisionista, pues, en la práctica dejó fuera de juego al socialista y absorbió al sionismo liberal y tuvo un papel central en la creación del Estado de Israel, no solo por su papel activo en la lucha por la independencia del mismo sino también por su influencia en cuanto a ideas políticas y en la administración y gestión de la inmigración judía a tierras palestinas.

El dilema moral: «¿Sionismo o ultraderecha?»

Es un hecho indiscutible que hoy en día el sionismo como identidad política está totalmente secuestrado por el sionismo revisionista. Absolutamente todo el marco cultural del sionismo está centrado en un enfoque etnicista supremacista basado en la retórica victimista de la permanente amenaza exterior. A este elemento se une una reivindicación del pasado del holocausto y el antisemitismo.

Una prueba es que la coalición de la derecha gobernante incluye diversos partidos minoritarios de ultraderecha nítida que se reconocen en esta corriente que, además es firmemente religiosa y defiende el exterminio étnico del pueblo palestino, adopta una perspectiva autoritaria, ultraconservadora, homófoba y clasista a todos los efectos. Se puede hablar, por tanto, de extrema derecha. De esta forma, la ultraderecha del sionismo revisionista persigue a población LGTB, mujeres, cristianos, musulmanes y árabes entre otros grupos sociales históricamente discriminados.

No obstante, no todo el sionismo actual encaja en el sionismo revisionista. El sionismo revisionista se encuentra enfrente a organizaciones minoritarias como el partido político Meretz o diversos sindicatos que mantienen el pulso por la identidad real del sionismo desde la solidaridad con todas estas identidades e incluso solidaridad con el pueblo palestino en diversas manifestaciones.

Sin embargo, sí se les puede criticar cierta incapacidad para marcar la agenda del movimiento que comúnmente deriva en seguidismo de su línea reaccionaria y etnicista. Así como la falta de autocrítica degeneración del ideal mutualista de los kibutz en comunidades de colonias de exclusión étnica basada en la conquista violenta de las guerras. Además, a una escala epistemológica cabe preguntarse la vigencia histórica de la necesidad de defender desde un nacionalismo étnico civil la reafirmación nacional del estado judío en un periodo histórico como el actual donde no existe una amenaza consistente a la perdurabilidad de Israel pero si una instrumentalización de esta causa para fortalecer una limpieza étnica. Hecho que unido a que el principal partido del socialismo sionista (Meretz) ha sido adelantado en el Kneset por Hadash, izquierda no sionista homologable al eurocomunismo y al ecosocialismo.

También hemos de tener presente la existencia de otras vertientes del concepto de sionismo que rompen con la hegemónica. Es el ejemplo del sionismo etíope, asociado al rastafarismo alrededor del dictador etíope Tafari Makonnen, más conocido como Haile Selassie, que creen que descendía directamente del rey bíblico Salomón. Esta vertiente tiene diversas ramificaciones generalmente cercanas al laborismo. Parte de sus seguidores de la diáspora etíope viven actualmente en Israel, donde son una etnia conocida como «beta Israel» y sufren de prácticas racistas de los defensores del sionismo revisionista que van desde la violencia hasta tentativas eugenésicas.

Así, por una parte se puede considerar que el sionismo revisionista es percibido políticamente como la única visión existente del sionismo por su carácter hegemónico dentro del movimiento. Por otra parte, en realidad abraza otros movimientos minoritarios que confrontan ya abiertamente con el principal. Además, no tiene ninguna utilidad clasificativa la referencia específica a un fenómeno político regional cuyo discurso se referencia en la misma supervivencia al holocausto y en aspectos religiosos.

Benjamín Netanyahu (izquierda), actual primer ministro de Israel. Autor: Fuerzas de Defensa Israelí, 16/03/2011. Fuente: Flickr / CC BY 2.0
Benjamín Netanyahu (izquierda), actual primer ministro de Israel. Autor: Fuerzas de Defensa Israelí, 16/03/2011. Fuente: Flickr / CC BY 2.0

No hay ninguna necesidad de reforzar la identidad de grupo de la defensa de lo hebreo en su cara más reaccionaria y racista existiendo un término más adecuado para describir esa pulsión irracional centrada en un antipueblo étnico. El sionismo revisionista es una forma de fascismo. Sería absurdo negar que es sionismo cuando se trata de la visión exacerbada de este movimiento pero que lo sea no es motivo para asumir en el terreno semántico su victoria sobre las demás concepciones.

Así pues, podría ser más útil calificar el movimiento de afirmación étnica que actualmente gobierna Israel y la encamina hacia la teocracia etnicista de corte iliberal como de extrema derecha o incluso como una forma de fascismo para poder abordarlo en una dimensión comprensible y exportable. Una perspectiva justa con el pueblo israelí que es también diverso y plural y con la capacidad de los sionismos minoritarios de disputar el significante del término otorgándoles la verdadera esencia social y antirrepresiva del movimiento, por mucho que se pueda y se deba confrontar la idea general del marco sionista desde un punto de vista anticapitalista.

El antisionismo no es un sinónimo de antisemitismo. Sin embargo, el enemigo no es el amplio y poliédrico movimiento sionista sino fundamentalismo hebreo que se ha identificado históricamente como una rama minoritaria del sionismo que ha terminado siendo la principal. De hecho, la llamada «solución de dos Estados» responde también a las demandas de una parte de ese sionismo que no quiere exterminar al pueblo palestino.

Hay pues que plantar cara a este sector hegemónico del sionismo prioritariamente junto a la sociedad israelí para poder establecer un diálogo antifascista también con esos otros sionismos. Por esto la lucha contra el sionismo revisionista no es una lucha diferente tampoco de la lucha contra el nacionalismo marroquí que somete al Sáhara Occidental, de la lucha contra el apartheid en Sudáfrica o incluso de la lucha contra el antisemitismo de Hitler que fue y es reproducido en toda Europa

Enfocarlo como la manifestación extremista y radical que es también apela a combatirla a los movimientos antifascistas del mundo, mientras que presentar el fenómeno meramente como «sionista» emborrona la densidad del problema y entra en el marco de autodefensa étnica que este fascismo busca relatar, contraponiendo además esta lucha por los principios más básicos de la convivencia humana a una suerte dispar de movimientos que abordan desde el rastafarismo hasta parte de la misma oposición a Netanyahu.

El antifascismo es un lenguaje político universal capaz de trascender el contexto cultural puntual de cada adaptación regional del fenómeno fascista. El antisionismo, por otro lado, es un lenguaje especializado para personas altamente geopolitizadas que, además, no es ajeno al lenguaje de las ultraderechas antisemitas, que disfrazan su antisemitismo con un pretendido y falso antisemitismo. Por esto, para señalar el fenómeno de forma clara y directa, quizá sería mejor repensar el concepto.

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Denis Allso

Articulista. Estudiante de Ciencias Políticas. Activista y cofundador en varias organizaciones sociales y sindicales de izquierda valencianista. Primer coordinador de BEA en la UMH y ex-rider sindicado. Analizar al adversario es la única forma de no perder la perspectiva de lo que se hace y es un deber moral cuando de ello dependen las vidas de las personas más vulnerables.

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