Asia

Palestina: deshumanización y barbarie

Según el Ministerio de Sanidad de la Franja de Gaza hay más de 20.000 personas asesinadas por el ejército israelí desde el 7 de octubre, entre las víctimas hay más de 7.000 niños. Cabe decir que existen muchas más víctimas por confirmar que se encuentran bajo los escombros de una Gaza destruida hasta sus cimientos. Estos datos atisban tan solo en cifras, pues es inimaginable pensar tal barbarie en toda su magnitud a distancia, el proceso de deshumanización y violencia a la que Palestina y su pueblo se está viendo sometido estos últimos meses.

Al parecer, la opinión pública occidental ha puesto el foco del conflicto en ese fatídico día, el 7 de octubre, donde Hamás entró en territorio israelí, mató a 1.200 personas y secuestró a 245, según los datos del Gobierno de Israel. Pero este acto solo fue el detonante de un episodio de violencia indiscriminada aún mayor contra la población civil, en este caso, del pueblo palestino. Dicho ataque terrorista es la última pieza histórica de un largo dominó de apartheid en Palestina, deshumanización e islamofobia por parte de un estado, el de Israel, que ha virado hasta posiciones extremistas a niveles muy alarmantes, siendo perfectamente a nivel sociológico un estado capaz de producir un genocidio sobre el pueblo palestino. Atroz acontecimiento que de hecho ya está perpetrando delante de los ojos de todos los pueblos del mundo.

Como se ha dicho en el párrafo anterior, lo ocurrido desde el mes de octubre es más bien la última pieza de un largo dominó que se remonta hacia un conflicto que empieza a originarse en los albores del siglo XX. La historia de Europa ha estado marcada durante siglos por el antisemitismo y la persecución religiosa de los judíos, así como otros credos que distintos del cristianismo, sobre todo cuando este se empieza a asentar como religión hegemónica.

Cabe recordar, por ejemplo, la expulsión de los judíos sefardíes de la península ibérica entre los años 1492 y 1497. En respuesta a este antisemitismo que no cedería en siglos venideros, surge en el siglo XIX el movimiento sionista, una ideología política de carácter judío que defendía la idea de obtener un estado para todas las personas vinculadas a esta religión. Es, de hecho, y con una extensa evolución ideológica, política y sociológica, la ideología que está detrás de las masacres actuales en Palestina, en su versión más radical.

Por tanto, recapitulando brevemente, a causa de este contexto de antisemitismo en Occidente, muchos judíos comenzaron a emigrar hacía el territorio de Palestina, que al inicio del siglo XX era un protectorado británico. Un territorio considerado por los judíos y especialmente por el movimiento sionista, en base a la interpretación que ellos mismo realizaban de sus textos religiosos, como el hogar por excelencia del pueblo judío. Así pues, la inmigración que se fue prolongando a lo largo del siglo XX en pequeñas oleadas fue cada vez más intensa con las dos guerras mundiales y acabó siendo masiva durante y al término de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto Nazi.

De esta manera, los conflictos y la violencia entre palestinos y colonos israelís no hicieron más que aumentar. Finalmente, el 29 de noviembre de 1947 la Asamblea General de las Naciones Unidas acordó una propuesta de partición territorial llamada Plan de Partición con Unión Económica. Dicha propuesta de la ONU pretendía dividir el territorio palestino en dos: uno judío y otro árabe, quedando las ciudades de Jerusalén y Belén bajo gobierno internacional.

Los dirigentes judíos vieron bien esta decisión, pero fue rechazada por los propios sionistas más extremistas, adscritos al llamado sionismo revisionista. Además, el pueblo palestino, contrario también a esta decisión, se vio abocado a una guerra civil que lo desplazaría hasta la actualidad de sus hogares.

El 14 de mayo de 1948 Israel se declaró estado independiente. Aquí se inició otro conflicto aún de mayor magnitud conocido como la guerra árabe-israelí, donde Israel acabó venciendo a los países árabes vecinos de Palestina: Egipto, Siria, Jordania, Líbano, Irak, Arabia Saudita y Yemen, en 1949. Finalizado el conflicto, Israel acabó con 5.000 kilómetros cuadrados más de territorio que la partición ofrecida por la ONU en 1947. Asimismo, se negó a aceptar a los refugiados palestinos que se situaron hasta hoy en campos de refugiados del Líbano, Siria, Jordania, la Franja de Gaza o Cisjordania. El contexto ocasionado por esta tesitura fue conocido para el pueblo palestino como la “Nakba” (en árabe “Catástrofe”). Todo esto se justificó en base a la «seguridad» del territorio israelí, argumentando que las fronteras anteriores no garantizaban la paz del pueblo judío.

Niños palestinos en una escuela improvisada durante la Nakba (1948). Autor: Hanini. 01/01/ 1948. Fuente: Hanini.org / CC BY-SA 3.0 
Niños palestinos en una escuela improvisada durante la Nakba (1948). Autor: Hanini. 01/01/ 1948. Fuente: Hanini.org / CC BY-SA 3.0 

El concepto de apartheid y su relación con la deshumanización

El concepto de apartheid tiene su origen en la segregación racial dentro de la sociedad sudafricana que se produjo desde el año 1948 hasta el 1990, segregando a la población negra de la población blanca a través de políticas sustentadas en el supremacismo blanco. Sin embargo, este concepto a nivel sociológico se ha utilizado de manera más amplia y viene a describir un sistema de segregación que está institucionalizado y que establece divisiones sociales, políticas y negación de derechos para una parte de población en un territorio determinado.

De esta forma, siguiendo esta definición, múltiples ONG como Amnistía Internacional o incluso la ONU han señalado el apartheid como una práctica habitual que traspasa la vida de los palestinos. Esta tesitura es fundamental para entender el proceso de Palestina y la deshumanización, de rechazo y de construcción de una percepción identitaria por parte de los israelís frente a la población palestina.

Muro de separación en un barrio de Belén. Autor: Bgabel. 23/02/2009. Fuente: Wikimedia Commons  / CC BY-SA 3.0 
Muro de separación en un barrio de Belén. Autor: Bgabel. 23/02/2009. Fuente: Wikimedia Commons / CC BY-SA 3.0 

Pruebas de como la deshumanización de Palestina se traduce en políticas urbanísticas de segregación directa se pueden ver en la construcción del Muro de Separación, también llamado Muro de la Vergüenza, que traspasa el territorio de Cisjordania y tiene como intención separar a la población israelí de la palestina.

Este muro construido en los años 2000 y controlado por las autoridades militares israelíes obliga a todo ciudadano palestino a pasar por puntos de control, siendo una herramienta fundamental para controlar socialmente y, además, minar la moral de los palestino; separándolos de familiares, de sus lugares de trabajo, de escuelas, centros médicos u otros enclaves fundamentales para hacer una vida cotidiana.

Lo descrito es un claro signo de cómo se va institucionalizando una política de apartheid hacia una comunidad concreta. Despojada de su condición de ciudadano de facto, se ve obligada a sufrir políticas vejatorias, siendo tratados a través de políticas xenófobas en el territorio donde han residido desde hace generaciones.

Y esto no es ningún invento: el Tribunal de la Haya declaró que el muro de Cisjordania era contrario al derecho internacional en 2004 porque impedía la capacidad de autogobierno del pueblo palestino. En 2021, abrió una investigación por los asentamientos israelíes y posibles crímenes de guerra en Gaza.

El sociólogo George Simmel hablaba de la sociología del extraño, haciendo especial mención a esa figura arquetípica del «extraño», del «otro», una figura que siempre ronda la psique sociológica de los pueblos y los grupos sociales. Como Simmel argumentaba, en ocasiones no hace falta ser un otro extranjero o foráneo, sino simplemente ser de una etnia, una orientación sexual o tener detrás todo un entramado de historicidad que convierte a un grupo en extraño en su propio hogar. Esto es lo que le ocurre, paradójicamente, al pueblo palestino, siendo tratado como un extraño amenazante en la tierra donde vivió por generaciones.

Es esta misma condición de extraños y extranjeros a ojos del estado israelí, que los palestinos se enfrentan no solo a un control social, persecución y maltrato policial, persecución política y limitación de movilidad, sino también a una discriminación legal, con leyes que favorecen constantemente a los israelís a todos los niveles, siendo considerados ciudadanos de segunda y violando derechos universales como la vivienda, la educación, la sanidad o el acceso al empleo.

Palestina: deshumanización y genocidio

La deshumanización es un proceso por el cual un grupo poblacional empieza a ser tratado como si no fueran seres humanos con todos sus derechos, su dignidad e incluso como si no fueran seres vivos sintientes. La deshumanización está vinculada con un proceso donde, de manera normalmente progresiva, gran parte de una sociedad pierde la empatía sobre un grupo u otra comunidad, a los cuales se los describe en base a prejuicios, etiquetas y estereotipos a menudo negativos que refuerzan la falta de empatía y discriminación hacia dicho grupo o comunidad.

Un ejemplo clásico de cómo una sociedad puede estar inserta en un imaginario de deshumanización frente a otro grupo poblacional es la caricaturización y la bestialización del grupo deshumanizado, el cual se presenta como salvaje, primitivo, con rasgos animalescos que lo alejan de lo humano.

Por ejemplo, los nazis caricaturizaban a los judíos con grandes narices, cuerpos delgados que se asemejaban a alimañas carroñeras o incluso ratas. Las personas negras han sido también (y siguen siendo) caricaturizadas en el cine y la televisión, muy especialmente en la publicidad o en la animación. Se ha visto algo parecido en diversos videos virales en redes sociales por parte de ciudadanos israelís, los cuales se burlaban del aspecto físico de los palestinos, de su muerte o de los bombardeos sistemáticos que han llevado a la destrucción de la Franja de Gaza y al asesinato de más de 17.000 palestinos.

Dicho proceso se puede manifestar de muchas maneras, pero siempre suele estar relacionado con discursos de odio previos que acaban hilando una telaraña de intolerancia la cual es el puente a la posterior agresión directa. Y ya no solo a la misma agresión, sino también a la justificación ideológica de esta y su banalización.

Se podría decir que en pro de la justificación de la barbarie y de la intencionalidad de expulsar de un territorio y hacer una limpieza étnica sobre un pueblo, se inician unos mecanismos discursivos que buscan banalizar, incluso presentar en clave de burla y humor lo que es a todas luces unas de las mayores atrocidades, sino la mayor, que una sociedad puede ejercer sobre otra.

Las ciencias sociales vislumbran ciertos ámbitos propensos a la deshumanización. Por ejemplo, contextos donde conviven comunidades de diferentes etnias o religiones, como es el caso de Palestina, suelen ser ámbitos sociales donde se puede fomentar una percepción del otro (otra etnia, otra religión) como una otredad diferenciada de la propia identidad de grupo. Algo que no tiene porqué, pero azuzado por discursos de odio racistas o xenófobos puede desembocar en una deshumanización sobre el que pertenece al exogrupo.

Aparte de estos contextos, la deshumanización también se ve incrementada en conflictos armados y guerras, como es también el caso de Palestina, donde se busca a través de este proceso facilitar la justificación ideológica del asesinato y las atrocidades. Un contexto que se ha visto relanzado a su situación actual por el auge de la extrema derecha dentro de Israel, posicionándose las ideas más radicales e islamófobas en el epicentro del discurso político, desencadenando después de los asesinatos del 7 de octubre por parte de Hamás, la excusa perfecta para llevar a cabo el exterminio, el desplazamiento y la limpieza étnica que los sionistas más radicales llevan décadas esperando.

Las últimas declaraciones de los altos cargos del Gobierno de Benjamín Netanyahu, actual primer ministro del Estado de Israel, son claras. Bezalel Smotrich, ministro de Finanzas y líder del ultraconservador Partido Sionista Religioso, declaró el 31 de diciembre de 2023 que había que «fomentar la emigración» de unos dos millones de palestinos que viven en la Franja de Gaza,lo que supone la casi el total de la población del enclave, y sugirió el establecimiento de asentamientos judíos en ese lugar.»Si hubiera entre 100.000 y 200.000 árabes en la Franja y no dos millones, toda la conversación sobre el día después [de la guerra] sería completamente diferente», declaró a la Radio del Ejército.

Lo que propone Smotrich es, en pocas palabras, la casi total destrucción de la identidad del pueblo palestino y su sustitución por el Estado de Israel.

La deshumanización y su vigencia

¿Y qué dice la historia sobre la deshumanización y su vigencia? Porque esta pregunta, porque se suele tener la idea de que el mundo civilizado está libre de ella (sobre todo desde Occidente), pero las pruebas advierten de que esto no es así, que lo ocurrido en Palestina no es un hecho aislado, y que, además, está perpetuado con el consentimiento del mundo occidental y civilizado.

Los demonios incrustados en la matriz de la modernidad capitalista son expuestos por estas inercias mortuorias. Lo que se observa en Gaza es la forma más cruel de violencia, un proceso social por el cual se justifica moralmente la eliminación de todo un pueblo. Todo ello a través de un proceso de deshumanización de Palestina y los palestinos, que quedan expuestos a objetivos y simples dianas. Lo paradójico del proceso de deshumanización es que despoja de humanidad al propio portador de dicha visión de la realidad.

La situación de Gaza ha pasado de acciones políticas de control extremo sobre la vida y la muerte de la población a través de la implantación de barreras físicas, ocupación, bloqueo, control de acceso, de recursos, maltrato y la exposición constante a riesgos de muerte a, directamente, la fase más radical de la necropolítica, que sería el exterminio indiscriminado del grupo poblacional en cuestión. Es decir, un genocidio.

En palabras del historiador Mbembe sobre estos procesos

La “necropolítica” está en conexión con el concepto de “necroeconomía”. Hablamos de necroeconomía en el sentido de que una de las funciones del capitalismo actual es producir a gran escala una población superflua. Una población que el capitalismo ya no tiene necesidad de explotar, pero hay que gestionar de algún modo. Una manera de disponer de estos excedentes de población es exponerlos a todo tipo de peligros y riesgos, a menudo mortales. Otra técnica consistiría en encerrarlos en zonas de control. Es la práctica de la zonificación.

El filósofo Günther Anders utiliza el concepto de «supraliminal» para hablar del fenómeno moderno por el cual es más difícil acercarse éticamente a un contexto de muerte, donde las dimensiones de esta retan a la capacidad de comprensión o de consciencia a corto plazo. El enfrentarse éticamente a la destrucción de poblaciones enteras, incluso de la sociedad humana tal y como se conoce, se ve limitado a causa de una conciencia atomizada y traspasada por la modernidad y sus lógicas, las cuales han ido construyendo al sujeto moderno. Al ciudadano actual le cuesta ver la deshumanización y, si la detecta, es posible que le paralice, porque ha vivido, sobre todo en Occidente, cubriendo un tupido velo sobre la barbarie que ha seguido haciendo su camino en pro del capitalismo en el resto del mundo.

Paul B. Preciado en su libro Dysphoria Mundi (2022) recupera esta noción, aplicándola a la actualidad como el caso de Palestina. Una noción que pone los pelos de punta y que advierte de que ha llegado el momento de movilizarse socialmente y plantarle cara a la deshumanización, el odio y la intolerancia:

Para la generación que creció dentro de la estética del capitalismo industrial petrosexoracial, la posibilidad de muerte de la totalidad de la vida animal vertebrada sobre el planeta Tierra o de aquellos cuerpos humanos que han sido marcados como femeninos, racializados, extranjeros, judíos, musulmanes o uigures no parece poder ser percibida como un fenómeno ético o político relevante. Para poder activar otra respuesta política, es preciso, por tanto, cambiar la infraestructura misma de la percepción.

Ha llegado el momento de poner cara al espejo a los supuestos civilizados, a las democracias occidentales. A aquellos que se llenan la boca de la palabra libertad y exigirles cuentas sobre qué posición toman frente a un crimen de guerra atroz. La clase obrera y la ciudadanía deben solidarizarse con el pueblo palestino y humanizar la mirada entre los pueblos. La clase capitalista y los estados que gobiernan en su nombre ya hace tiempo que al parecer perdieron su humanidad. O puede que quizá nunca la hayan tenido.

Palestina: deshumanización y barbarie 

Álvaro Soler

Articulista. Sociólogo y gestor medioambiental, con suerte de poder compartir vocación y formación. Las Ciencias Sociales son una parte muy importante de mi vida. Considero la divulgación a través de la sociología como una gran herramienta para destapar las injusticias sociales y arrojar luz sobre la actualidad diaria contribuyendo así a ser un poco más libres y justos.

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