Perversiones ideológicas de la extrema derecha: del ecofascismo al anarcocapitalismo
La extrema derecha existe prácticamente desde los mismos inicios de los conceptos de izquierda y derecha política. Sin embargo, existen múltiples corrientes ideológicas que se enmarcan dentro de este lugar del espectro político. Algunas de ellas, auténticas perversiones ideológicas, en el sentido estricto del término.
Se enmarcan dentro de este concepto aquellas ideas o teorías que se entremezclan a pesar de ser, en apariencia, totalmente contradictorias. Y, aunque en general son bastante minoritarias e incluso desconocidas para la gran mayoría, tienen su público, sus raíces históricas y su sustento teórico, por muy extraño que pueda parecer en un principio.
En su mayoría, eso sí, han sido intentos de personalidades y organizaciones de extrema derecha por apropiarse de determinadas ideas, conceptos o movimientos comúnmente asociados a la izquierda política, ya fuera porque estaban de moda y así poder ganar adeptos, ya fuera porque en realidad percibían cierto atractivo en ellos pero se negaban a renunciar a su ideología base.
En otras ocasiones, aunque más minoritarias, parecen intentos reales de sustentar ideas de la derecha radical con conceptos progresistas que presentan algún hilo conductor.
Y, por supuesto, existen auténticas aberraciones que, en general, carecen de sentido y sirven para poco más que mofa y, quizá, el minuto de gloria del iluminado o la iluminada de turno.
El ecofascismo
El término ecofascismo ya debería despertar suspicacia en todas aquellas personas que lo lean, pues recuerda vagamente al término “feminazi”, inventado por el locutor, escritor y ultraconservador estadounidense Rush Limbaugh para desacreditar al movimiento feminista. De hecho, Limbaugh (y otros voceros y tertulianos conservadores) ha usado el término ecofascismo para criticar al movimiento ecologista, especialmente a organizaciones como Greenpeace.
También se ha utilizado este concepto para criticar posiciones ambientalistas más radicales, como las partidarias del control de la población mediante políticas antinatalistas, como la limitación de la reproducción humana o similares.
Sin embargo, al contrario de lo que sucede con el feminazismo, sí que existe un pensamiento que combina las ideas ecologistas con las ideas nacionalsocialistas y que, de hecho, al menos según el historiador Roger Griffin, en su ensayo Fascism (2008), tendría raíces históricas en el nazismo tradicional de los años 20 y 30 de Adolf Hitler.
Según el reputado historiador, la admiración por la naturaleza y la preservación de la misma era fuerte dentro del Partido Nacional Socialista Obrero Alemán (por sus siglas NSDAP o, simplemente, partido nazi), uniendo religión, fascismo y naturaleza. Esta relación provenía, a su vez, del movimiento o ideología Volkisch, una manera romántica de entender la cultura y las tradiciones alemanas que fueron el caldo del cultivo del ultranacionalismo y el supremacismo racial de la extrema derecha de la época, pero que también ensalzaba las tradiciones alemanas de un modo bucólico, lo que provocó el interés por el campo, la naturaleza, el ocultismo y el paganismo de los cultos nórdicos anteriores al cristianismo.
Tampoco hay que olvidar que, aunque es falso que la Alemania Nazi introdujera las primeras leyes en defensa del medio ambiente y de los animales en el mundo, es cierto que implementaron estas políticas por primera vez en el siglo XX. No obstante, nunca fueron parte importante de su programa y se fueron alejando gradualmente de la acción política para centrarse en la economía de guerra, la propaganda y otras cuestiones.
También existió, debido al rechazo a la modernidad y al progreso, cierta idealización y tradición por la naturaleza y la preservación del campo en los partidos ultraconservadores. Esto se ha visto especialmente en Europa del este (como en Rumanía), en el norte (Finlandia) o en Reino Unido, donde las organizaciones campesinas a menudo tenían afinidad con ideas derechistas radicales.
A modo de curiosidad, en la película cómica Er ist wieder da (2015) (Ha vuelto, en castellano), donde recrean qué pasaría si Adolf Hitler resucitase a día de hoy, el dictador muestra simpatías hacia el Die Grünen, el Partido Verde de Alemania.
Actualmente, el ecofascismo es un término que está ganando adeptos, aunque no se utilice mucho el término. Entre las personalidades a las que se identifica con algún tipo de ecofascismo está el finlandés Pentti Linkola, un ecologista que aboga por un estado totalitario que ha expresado su admiración por el nazismo. Linkola defiende una dictadura ecologista fuerte y centralizada, con duras medidas de control de la población y el castigo brutal de los que él considera son los abusadores del medio ambiente. Sus ideas se encuentran en numerosos ensayos, como Sueños sobre un mundo mejor (1971), Introducción al pensamiento de los 90 (1989) y Podría la vida ganar (2004).
También se definió como ecofascista Brenton Tarrant, ultraderechista que el 15 de marzo de 2019 entró disparando a dos mezquitas de la ciudad neozelandesa de Christchurch, matando a 50 personas. Tarrant entiende que sólo la pureza racial puede salvar La Tierra del colapso mediambiental.
En cuanto a grupos ecofascistas como tal, la que más presencia en redes tiene es Green Line Front, que cuenta con varias facciones: la francófona, la internacional, la rusa, e incluso una iberoamericana, concentrada en Brasil, Chile y España. La mayoría datan de la última década. El Green Line Front utiliza, además, una simbología típica de la ultraderecha, con el Sol Negro de fondo sobre el Algyz o Yr (la runa número 15 de las runas armanen), a su vez procedentes del paganismo nórdico.
Mención especial también a Alain de Benoist, ideológico primitivo de la nueva derecha radical o alt-right y que, en su conocida obra La Nueva Derecha (1982), criticó el neoliberalismo y defendió, dentro de sus postulados ultraconservadores, la defensa del medio ambiente, si bien no sería estrictamente fascismo.
Otro uso del término, aunque menos empleado, hace referencia a los métodos autoritarios y violentos de algunas personas o grupos ecologistas, como el llamado ecoterrorismo. Ejemplos de ello son el Frente de Liberación Animal (FLA), el Frente de Liberación de la Tierra (FLT), el grupo Individualistas Tendiendo a lo Salvaje o Theodore Kaczynski, más conocido como Unabomber.
Sin embargo, aunque los anteriormente mencionados hayan usado atentados o la violencia para sus objetivos políticos, esto no los convierte en fascistas, por lo que sería más bien un término usado de manera despectiva.
El Movimiento Veganista o el nazismo vegano
En cuanto a perversiones ideológicas de la extrema derecha, sin duda el Movimiento Emergente Veganista merecería todo un artículo aparte. Siguiendo la estela del ecofascismo, este grupo surgido en América Latina en 2009 combina el veganismo con el nazismo, contando con ramificaciones en Bolivia, Chile, Perú y Colombia.
Su líder es Pablo Adolfo Santa Cruz de la Vega, divulgador a través de artículos, ensayos y libros de ideas relacionadas con el veganismo y el nazismo a través de su propia editorial, Editorial de La Casa de Tharsis. Defiende que Adolf Hitler era vegano y que, por lo tanto, el nacionalsocialismo debe ir necesariamente unido a las ideas veganas: no comer carne ni productos de origen animal, defender los derechos de los animales, etc.
Los veganistas, como se hacen llamar, han adoptado toda la parafernalia nazi en cuanto a vestimenta y simbología. En lugar de utilizar la esvástica, utilizan la runa Odal, que en el antiguo alfabeto nórdico simboliza la ‘o’ y que ha sido empleada por otros grupos ultraderechistas, como los sanguinarios Ustacha.
También se han inventado un saludo propio diferente al característico del brazo en alto, consistente en extender el brazo en paralelo al cuerpo, con dos dedos flexionados y el resto estirados, mientras se pronuncia «¡Fuerza y Honor!«.
Sus creencias, poco susceptibles de ser tomadas en serio, son un compendio de supremacismo racial ario desde una interpretación muy libre, búsqueda de un estado totalitario al estilo nazi y la defensa de multitud de teorías de la conspiración, como que el Holocausto fue una invención para justificar el Estado de Israel (de modo que, paradójicamente, defienden a Palestina en este conflicto). También acusan a los judíos de comer demasiada carne (entre otras lindezas), se encuadran en la conspiración sobre la supuesta “agenda progre y feminista” oculta, y sostienen que detrás de los atentados del 11-S estuvo el Mossad (el servicio secreto de Israel) o que los extraterrestres nos visitan los primeros jueves de cada mes.
Es muy difícil saber cuanta gente está detrás de este nuevo movimiento, pero es fácil presumir que no demasiada.
El homonacionalismo y feminacionalismo
Tanto el homonacionalismo como el feminacionalismo mezclan las palabras “nacionalismo” con “homosexualidad” y “feminismo”, respectivamente. Son etiquetas promovidas para definir la apropiación de la derecha y la extrema derecha de los movimientos LGTBI+ y el feminismo, ya sea mediante una cuestión meramente estética o directamente intentando que estos movimientos no asuman ideas progresistas y se acerquen a los postulados derechistas.
El término homonacionalismo fue originalmente propuesto por la investigadora Jasbir K. Puar para señalar a la justificación de postulados xenófobos o racistas que ciertos partidos, gobiernos o personalidades hacen utilizando las reivindicaciones LGTBI+. Por ejemplo el argumento en rechazo a la población migrante que asume que serán homófobas o que señala las leyes anti-LGTB de sus países.
Por supuesto, esta etiqueta se utiliza en realidad como crítica a este uso negativo del movimiento LGTBI+, de la misma forma que sucede con el término pinkwashing. Este último señala la apariencia superficial de igualdad LGTBI+ que trata de ocultar una discriminación real al colectivo, como si se tratara de un «lavado de cara rosa«. Un ejemplo sería cuando el gobierno de un país da un cargo importante a una persona homosexual pero que al mismo tiempo no apruebe el matrimonio igualitario.
No obstante, existe un término similar, el llamado nacionalismo LGTBI+ o nacionalismo queer, una ideología que argumenta que las personas con una orientación e identidad no heteronormativas conforman un pueblo o una nación diferencida de la del resto. Es decir, estas conductas y actitudes no forman parte de su personalidad, sino que serían una cuestión etnocultural.
Aunque parezcan cuestiones contradictorias e incluso sin demasiado sin sentido, en realidad la idea de conformar una identidad nacional homosexual surge en 1867 de la mano del abogado Karl Heinrichs Urlich. Sin embargo, las primeras reivindicaciones serias de esta idea surgen con la creación de la asociación estadounidense Queer Nation en 1990. Esta organización entendía que, si después de que muchas de las reivindicaciones sobre igualdad LGTB siguen existiendo discriminaciones arraigadas, un país propio sin personas heterosexuales sería una posible solución.
Y no se quedó únicamente en una idea. En 2004, en Australia, hubo una reivindicación territorial, el llamado Reino gay y lésbico de las Islas del Mar de Coral, como protesta por la prohibición del matrimonio igualitario en Australia. También existe la micronación Gay Parallel Republic.
Hay que aclarar, no obstante, que aunque este pequeño movimiento ha sido reconocido como una forma de nacionalismo, se ha mencionado a modo de curiosidad, sin que esto se encuadre en la extrema derecha, sino más bien en una forma de reivindicación y no debe confundirse con el homonacionalismo.
En cuanto al feminacionalismo, sucede algo muy similar. La investigadora Sara R. Farris acuñó la etiqueta para señalar cuando la extrema derecha justifica la xenofobia y el racismo apropiándose de las reivindicaciones del feminismo, tachando a la población migrante o de otros países de ser machista o de discriminar a las mujeres.
De la misma forma que el pinkwashing, existe el purplewashing, una forma de utilizar las reivindicaciones del feminismo como forma de lavar la imagen de empresas, partidos u otro tipo de organizaciones. Por ejemplo, se ha criticado mucho que municipios pongan a la entrada de los mismos carteles de “Ciudad libre de violencia de género” pero que luego no se inviertan los suficientes recursos en prevenirla.
También se ha señalado como feminacionalismo al intento de la ultraderecha por sembrar de ideología derechista y conservadora el movimiento feminista.
La realidad es que, como movimientos que buscan el progreso, la igualdad y la justicia social, tanto el feminismo como el LGTBI+ son del todo incompatibles con ideas ultraconservadoras.
Y, por supuesto, no existe nada remotamente parecido al feminazismo, una acepción empleada por parte de sectores conservadores para denostar al feminismo, concretamente el la corriente feminista radical o RadFem, acusándola de querer imponer una especie de matriarcado donde las mujeres sean superiores a los hombres.
El nacionalbolchevismo, el nacionalcomunismo o nazis comunistas
Las diferentes corrientes comunistas y la izquierda en general se caracterizan, al menos de forma global, por ser internacionalistas. Esto significa que, por encima de las naciones, lo que une a las personas es su posición dentro de la lucha de clases y que, el trabajador alemán, francés o español comparten una misma opresión y unas mismas reivindicaciones por su condición de persona asalariada.
Es por eso que las izquierdas en general se han mostrado contrarias al nacionalismo y las reivindicaciones y posturas nacionalistas, salvo excepciones. En general, teóricos izquierdistas han considerado que la causa nacionalista termina favoreciendo a los intereses de las élites económicas y políticas y enfrentando a la clase obrera. Por ejemplo, el discurso de la ultraderecha contra la población migrante obedece a esta misma retórica.
Es por eso que los países que han tratado de adoptar un régimen comunista han adoptado banderas similares.
No obstante, el nacionalbolchevismo (abreviado nazbol) reniega del internacionalismo típico de las izquierdas y aboga por la construcción de un estado comunista con los rasgos característicos (colectivización y planificación de la economía, fin de la lucha de clases…) pero uniéndolo al ultranacionalismo (reivindicación de la propia nación sobre otras, supremacismo cultural…) e ideas nacionalsocialistas, como el ultraconservadurismo y el rechazo a la democracia representativa, si bien reniegan de la cuestión racial.
Sí, “nacionalbolchevismo” es una forma un tanto técnica de llamarles “comunistas nazis”. De hecho, como nota de curiosidad, fueron parodiados en un capítulo de la afamada serie Los Simpsons de Matt Groening.
No obstante, el nacionalbolchevismo, aunque no deja de ser una perversión ideológica de la extrema derecha más de entre otras tantas, tiene sus raíces históricas y un curioso desarrollo durante el pasado siglo.
A principios del siglo XX, mientras se fraguaba la Revolución bolchevique en Rusia, hubieron quienes no compartían esta idea del internacionalismo. En aquel momento, los partidarios de derribar el régimen de los Zares e instaurar un nuevo orden, se dividían en muchos grupos. Dentro de los propios comunistas, existían varias corrientes.
Karl Radek era uno de esos comunistas, del Partido Bolchevique además, quienes abogaban por una revolución con tintes nacionalistas. Terminó asesinado en 1939 por su cercanía con Lev Davídovich Bronstein, conocido en castellano como León Trotsky, principal opositor del líder de la Unión Soviética (URSS) creada tras el triunfo de la revolución y la muerte de Lenin en 1927, Iósif Stalin.
Sin embargo, el término “nacional-bolchevismo” en realidad nació en Alemania en los años 20. Empezó a usarse de manera peyorativa por la ultraderecha hacia aquellas personas que abogaban por una alianza entre la República de Weimar y la nacido URSS, pues a Rusia se le seguía viendo enemiga no solo por el nuevo gobierno comunista, sino por haber combatido a Alemania durante la Primera Guerra Mundial (1914 – 1918).
No obstante, entre 1918 y 1919, los sindicalistas Heinrich Laufenberg y Fritz Wolfheim, dirigentes del Consejo de Obreros y Soldados de Hamburgo, comenzaron a hablar del término “revolución nacionalista” en contraposición a la “revolución comunista” y se enfrentaron a la Liga Espartaquista, grupo marxista liderado por la conocida teórica Rosa Luxemburgo (entre otras personas) para derrocar la República de Weimar e instaurar un régimen comunista.
Estos mezclaban también características tanto del ultranacionalismo de la extrema derecha de la época como elementos comunistas y socialistas.
Pero el primero en apropiarse del término como un concepto político fue el periodista Karl Otto Paetel, tras militar en movimientos conservadores que abogaban por una “revolución nacionalista”, trató de alejarse de las posiciones nazis creando el Gruppe Sozialrevolutionärer Nationalisten. Grupo al que, por cierto, se unieron Laufenberg y Wolfheim.
El escritor, periodista y activista Ernst Niekisch, sin embargo, fue el que más contribuyó a diseminar esta extraña perversión ideológica, sintetizando ideas del socialismo revolucionario y el ultranacionalismo volksich, aunando una voraz crítica al capitalismo con ideas supremacistas, antisemitas, antidemocráticas y socialistas, en una revista Widerstand. El logo de esta revista, un águila con una espada en una garra y una hoz en otra, inspiró otras organizaciones nacionalbolcheviques.
Todos los anteriormente mencionados se caracterizaron posteriormente por una radical oposición al régimen nazi, al que consideraban haberse vendido al capital.
Pero el máximo exponente de este intento de aunar nazismo con la izquierda fue Otto Strasser y su hermano Gregor Strasser. Ambos, venidos desde colectivos socialistas, trataron de defender un nacionalsocialismo más social que nacional, defendiendo el parlamentarismo, las libertades civiles básicas, como la libertad de expresión, y rechazando el totalitarismo fascista. A su tendencia ideológica, tan particular, se le conoce como strasserismo.
Gregor Strasser, quien contribuyó a la expansión del partido nazi con sus ideas izquierdistas llegando incluso a disputar el liderazgo de Adolf Hitler, fue apartado del partido acusado de “bolchevización política de Alemania” y asesinado en la Noche de los cuchillos largos. Su hermano Otto sobrevivió y regresó y fundó un partido Unión Social Alemana, pero se disolvió en 1967 por falta de apoyos.
Los hermanos Strasser tuvieron sus homólogos en la italia fascista de Benito Mussolini en las figuras de Niccola Bombacci y Enrico Ferri, quienes, provenientes del Partido Socialista Italiano y del Partido Comunista Italiano respectivamente, trataron lo que denominaron “socialización fascista”. El intento de Bombacci de hacer virar el fascismo a la izquierda acabó con su asesinato por el régimen de Mussolini (Ferri había fallecido de muerte natural en 1929).
Strasser sirvió de inspiración para una larga tradición de organizaciones y partidos. En 1979 hasta su ilegalización en 1995 se fundó el Partido Obrero Alemán de la Libertad (FAP) de inspiración strasserista.
En 1948 se creó el Frente Europeo de Liberación (ELF) que, aunque se disolvió en 1956, volvió a surgir en 1990. Este frente agrupa a partidos y organizaciones que tratan de que esta perversión ideológica de ideas socialistas, ultranacionalistas y supremacistas funcione de alguna forma.
Destacan la Alternativa Europea-Liga Social Republicana, con sede en Cataluña, España, que adopta el logo de la revista Widerstand y que sistematiza su ideario en el libro Fascismo Rojo (1998); el Movimiento Social Republicano, escisión de Alternativa Europea, ya disuelto; Devenir, en Bélgica; Revolution, en Grecia; y, como no, el Partido Nacional Bolchevique de Rusia.
El Partido Nacional Bolchevique fue fundado en 1992 por el afamado escritor Eduard Limónov, fallecido en 2020. Limónov buscaba que construir una Rusia comunista y nacionalista, recuperando todos los territorios rusos perdidos y buscando la justicia social. El escritor Aleksandr Guélievich Duguin también formó parte del partido (hasta 1998) y en su artículo de 1997 titulado Por un fascismo rojo y sin fronteras, aboga por «un genuino, auténtico espíritu radicalmente revolucionario y fascista en Rusia».
En este sentido, los nacionalbolcheviques modernos recuperan las figuras de Niekisch, Ferri o Bombacci y tratan de aunar los elementos de la extrema izquierda con la extrema derecha para oponerse al libre mercado y al capitalismo. Duguin, en su ensayo Cuarta teoría política (2009), argumenta que tanto el liberalismo, como el comunismo, como el fascismo (que se autodenominó a sí mismo Tercera Posición o tercerposicionismo en los años 20 y 30, en un intento por rechazar el espectro ideológico clásico) han fallado y que el nacionalbolchevismo sería la Cuarta Posición y, por supuesto, la teoría definitiva.
En este sentido, el nacionalbolchevismo ruso es partidario del movimiento eurasiático, que busca aunar diversos territorios de la Rusia actual con otros de Oriente Medio y Próximo.
En 2010, el Partido Nacional Bolchevique se disolvió y algunos de sus afiliados fundaron La Otra Rusia, una organización que ha girado bastante más a la izquierda que su predecesora.
Otro conocido partido nazbol es el Parti Communautaire National-Européen (PCN) de Bélgica, fundado en 1984, inspirado en las ideas del político neonazi Jean-François Thiriart.
La realidad es que este intento de mezclar neofascismo con comunismo soviético no deja de ser eso: una perversión ideológica de la extrema derecha. De hecho, estas organizaciones son calificadas por la mayoría de analistas como grupos violentos, ultraconservadores y ultraderechistas que, aunque se centren en reivindicaciones de carácter obrerista, no dejan atrás su cariz fascista.
Casualmente todos los ideólogos modernos del nacionalbolchevismo han bebido de las ideas de la Nueva Derecha promovida por Alain de Benoist comentada anteriormente y que ha terminado por configurar una nueva ultraderecha disfrazada de modernismo, anti-establishment y defensora de la libertad, la llamada alt-right. Y todos formaron parte de GRECE, el think tank creado en 1968 por Alain de Benoist para la configuración de esta “nueva derecha”.
El anarcocapitalismo
Si tratar de unir dos ideologías antagónicas como el comunismo y el fascismo parecía una perversión ideológica sin sentido, todavía se puede apostar más fuerte.
El anarcocapitalismo, también denominado a sí mismo libertarismo, trata de congraciar ideas del anarquismo (como la ausencia de autoridad estatal) con ideas del capitalismo (como el libre mercado). Básicamente y, por tratar de resumirlo mucho, creen que la protección de la libertad y de la soberanía del individuo debe de asegurarla el mercado libre y la propiedad privada.
Por lo tanto, los poderes públicos tales como los tribunales, la policía o el ejército, no se financiarían mediante impuestos a través de la gestión pública, sino mediante iniciativas particulares en dinámicas de mercado a través de la gestión privada. Así, en una hipotética sociedad anarcocapitalista, los servicios públicos en su totalidad, incluyendo la justicia y la seguridad, serían ofrecidos por libres asociaciones empresariales en un mercado competitivo.
¿Y cómo se protegería el individuo de los abusos de estas asociaciones? A través de la libre asociación entre personas para proteger sus intereses, la autogestión y la solidaridad. El anarcocapitalismo sostiene que la existencia del Estado es contraria a la libertad individual ya que, si la libertad individual solo la asegura el libre comercio y el Estado ejerce influencia sobre el mismo, entonces el Estado debe desaparecer para dar paso a libres organizaciones de personas.
El anarcocapitalismo se basa en axiomas o principios centrales, como el de “no agresión”, que básicamente dice que cada individuo tiene soberanía sobre sí mismo y, por lo tanto, nada ni nadie tiene derecho a coaccionarle. Esta ideología entiende que esta coacción la ejercen no solo las personas sino también los poderes públicos al imponer impuestos, regulaciones o cualquier otra acción que vulnere su propiedad privada.
“Yo defino la sociedad anarquista como una donde no hay posibilidad legal para la agresión coercitiva contra la persona o los bienes de cualquier persona. Los anarquistas se oponen al Estado, ya que tiene su propio ser en tal agresión, es decir, la expropiación de la propiedad privada a través de los impuestos, la exclusión coercitiva de otros proveedores del servicio de defensa de su territorio, y todas las otras depredaciones y coacciones que se basan en estos dos focos de invasión de los derechos individuales”– Murray Rothbard en Sociedad sin Estado
Otro principio que merece interés es el de “apropiación original”. Los anarcocapitalistas entienden que una persona adquiere una propiedad cuando no es de nadie y cuando la trabaja. A partir de ahí, solo puede adquirir una propiedad mediante el comercio o mediante el regalo.
También existe el concepto de propiedad común. Si una propiedad ha sido trabajada por varias personas (por ejemplo, construyendo un camino), nadie tendría derecho a apropiarse de ella de forma individual.
Esta idea ha sido escenificada, parodiada y criticada ampliamente, pero muy especialmente en las sociedades típicas de la ciencia ficción cyberpunk, donde grandes corporaciones, a través de alianzas y un ejército privado, gobiernan de facto sobre territorios. Un ejemplo puede verse en la novela Snow Crash (1992) de Neal Stephenson. Este tipo de literatura trata, de hecho, de criticar qué sucedería si las dinámicas capitalistas no tuvieran ningún límite: espionaje, represión, desastre medioambiental, amplias desigualdades…
Y, sin embargo, aunque estas perversiones ideológicas parezcan modernas, el anarcocapitalismo tiene raíces históricas relativamente antiguas. De hecho, la primera persona que defendió que la propiedad privada se adquiere mediante el trabajo o el intercambio, uno de los principios básicos del anarquismo de mercado, fue el conocido filósofo John Locke en el siglo XVII.
No obstante, fue Jakob Mauvillon en el siglo XVIII quien argumentaría que la privatización de la propiedad permite la libertad individual, a lo que se sumaron en los años 1840 Julius Faucher y Gustave de Molinari. Este último se pronunció en contra de que el Estado tuviera el monopolio sobre la seguridad, argumentando que esto provocaba precios altos y baja calidad.
Si bien estos autores fueron los primeros en esbozar lo que más tarde serían principios del anarcocapitalismo, se considera que el abogado Lysander Spooner es el predecesor más inmediato de esta extraña mezcla de ideas. A través del ensayo No Treason: The Constitution of No Autorithy (1870), defendió que las empresas estatales que impedían el desarrollo de servicios privados equivalentes atentaban contra la ley natural.
Autores posteriores como Benjamin Tucker, venidos de la tradición anarquista, enfatizaron el valor de la propiedad privada. Anticipó la idea de que la defensa es un servicio como cualquier otro, un trabajo y una mercancía sujeta a la ley de la oferta y la demanda. Y que, por lo tanto, nadie tiene derecho a tener su monopolio.
Es notable, sin embargo, que las mayores contribuciones al anarcocapitalismo provienen de la tradición liberal, no únicamente a través de John Locke, sino a también de la Escuela de Austria, donde hunde sus raíces una de las corrientes neoliberales modernas (junto a la Escuela de Chicago).
Fundada en 1871 por Carl Menger (Principios de economía, 1871), parió una buena cantidad de economistas, como el Ministro de Finanzas de Austria Eugen Böhm Von Bawerk (La teoría de la explotación del socialismo-comunismo; Teoría Positiva del Capital, 1889), Ludwig von Mises (La acción humana, 1949) o, quizá el más conocido, Friederich von Hayek (Camino a la servidumbre, 1944), que defendía que la autoridad pública sobre la economía conduce al totalitarismo.
Fue el estadounidense Murray Rothbard, discípulo de Mises, el que intentó fusionar la tradición austriaca con el liberalismo clásico y el anarquismo individualista. Rothbard es uno de los principales referentes del anarcocapitalismo y quien, de hecho, acuñó el término en 1949. Pasó por el Partido Republicano, adscribiéndose a la Old Right (Vieja Derecha) por su oposición a las políticas de intervención en la economía procedentes del llamado New Deal (a su vez influenciado por el economista John Mainard Keynes); después trató de congeniar sus ideas con las de la economista “objetivista” Ayn Rand, quien también rechazaba el intervencionismo; y, finalmente, acabó en el Partido Libertario en 1971.
Sus obras sintetizan todo el sentir anarcocapitalista Hombre, economía y Estado (1962), Poder y mercado (1970), Hacia una nueva libertad (1973) y La ética de la libertad (1982).
Actualmente, hay muchas organizaciones que se declaran anarcocapitalistas, incluyendo partidos políticos. O que, al menos, recogen esta tradición. Un ejemplo son los partidos libertarios, que cuentan con presencia en muchos países, como Estados Unidos, España, Italia, Costa Roca, Canadá, Suecia, Rusia, Dinamarca o Alemania.
A su vez, existen economistas actuales, como Juan Ramón, Jesús Huerta de Soto, David D. Friedman o Robert P. Murphy.
Sin embargo, hay que aclarar que el propio espectro de la ideología libertaria de derechas incluye más puntos de vista, no únicamente el anarcocapitalista. Existe también la corriente minarquista (que hunde sus raíces en la Escuela de Chicago de Milton Friedman), el paleolibertarianismo (a caballo entre la nueva derecha radical o alt-right y el Partido Libertario de EEUU), el objetivismo de Ayn Rand o incluso el propio neoliberalismo.
A menudo, todas estas corrientes se agrupan bajo el símbolo de una serpiente enroscada sobre fondo amarillo y la frase “Don’t tread on me”, conocida como la bandera de Gadsden y utilizada por los estadounidenses durante la Guerra de Independencia contra Reino Unido. También suele usarse el símbolo de un puño sujetando una antorcha en llamas que es empujada por el viento. Sin embargo, debido a las diferencias y críticas entre ellas, no deben confundirse. De hecho, cada partido político u organización libertaria se inclina más hacia una postura u otra, siendo la predominante la rama minarquista, la liberal clásica y la paleolibertaria.
Como nota de curiosidad, los anarcocapitalistas aluden a ciertos momentos en los cuales existió una sociedad que cumplía con sus ideales, destacando la República de Cospaia, un pequeño país que existió entre Florencia y los Estados papales (actual Italia) entre 1440 y 1826 que carecía de leyes, prisiones o ejército pero que sobrevivió gracias al comercio.
La mayoría de los analistas políticos modernos coinciden en que el anarcocapitalismo, en la práctica, no deja de ser una especie de “capitalismo puro”, donde las dinámicas de mercado en manos de la propiedad privada son las que rigen la sociedad, por lo que se enmarca en la derecha política e incluso en la extrema derecha.
De hecho, la mayoría de los discursos agitados por los libertarios, más aún por los anarcocapitalistas, relacionan cualquier regulación e intervención en la economía con el socialismo o con el comunismo. Esto se desprende de los discursos de Juan Ramón Rallo o de Jesús Huerta de Soto, que critican a la derecha política tradicional por ser demasiado intervencionista.
Una línea discursiva similar se desprende de influencers o youtubers como Libertad o lo que Surja o Spanish Libertarian o Wall Street Wolverine.
Junto al discurso del anarcocapitalismo (o incluso el libertarianismo en toda su extensión), se encuentra la oposición a cualquier acción política de índole estatal, lo que deriva en estar en contra de cualquier medida que abogue por la justicia social, la igualdad o el medio ambiente. A su vez, esto les lleva a asumir una postura antifeminista, antiLGTB e incluso racista (aunque en menor medida).
A esta mezcla de conservadurismo y libertarianismo es lo que se llama paleolibertarianismo, nexo que los une a la nueva derecha radical y a la tradición del paleoconservadurismo del autor Paul Edward Gottfried, antecedente ideológico de la alt-right.
Por supuesto, todo lo anterior es del todo incompatible con el anarquismo, puesto que el capitalismo y la propiedad privada en sí mismas es considerada por los anarquistas como una forma de coacción en sí misma. Y, de hecho, el anarquismo nació como una forma de oposición al capitalismo. También hay quienes, por otro lado, piensan que todas las formas de anarquismo (individualista, socialista, sindicalista, comunista, capitalista…) son compatibles y pueden convivir.
Al contrario de lo que sucede con otras perversiones ideológicas aquí expuestas, el anarcocapitalismo (y otras formas de libertarianismo) cuenta con un apoyo creciente, especialmente entre las generaciones más jóvenes. De la mano del auge de la ultraderecha y alimentado por la falsa rebeldía del discurso antipolítico y anti-establishment de la nueva alt-right, estas ideas cada vez tienen más cabida y no es extraño encontrar su presencia en redes sociales, organizaciones y otros ámbitos.
Pero, como el nacionalbolchevismo, no deja de ser eso: perversiones ideológicas de la extrema derecha que busca formas de justificar el mismo discurso de siempre.
Jefe de Redacción de Al Descubierto. Psicólogo especializado en neuropsicología infantil, recursos humanos, educador social y activista, participando en movimientos sociales y abogando por un mundo igualitario, con justicia social y ambiental. Luchando por utopías.