100 años del asesinato de Giacomo Matteotti, el hombre que se enfrentó al fascismo
Un 10 de junio de 1924 fue secuestrado el político socialista italiano Giacomo Matteotti por la Milicia Voluntaria para la Seguridad Nacional (MVSN o más conocidos como camisas negras) de Mussolini. Su cuerpo fue encontrado el 16 de agosto, 6 días después, en un avanzado estado de descomposición. De acuerdo con los documentos y textos que se conocen sobre él fue una persona implicada con la sociedad en la que le tocó desarrollarse y crecer, todo un icono y un símbolo del valor frente a la barbarie del fascismo.
Su sacrifico, tortura y asesinato son, tal vez, prueba de que, por muy negativo que se vislumbre el horizonte, la sociedad dispone de las herramientas suficientes para luchar por la inalienable dignidad de los seres humanos y sus derechos como personas trabajadoras, migrantes, mujeres o de cualquier otra condición.
Los inicios de Giacomo Matteotti
Matteotti había nacido en Fratta Polisene, en la región del Véneto, Italia, el 22 de mayo de 1885. Estudió derecho en la Universidad de Bolonia y allí mismo entró en contacto con el creciente y fulgurante movimiento socialista, que empezaba a gozar de cierta popularidad en Europa.
En 1914 estalló la Primera Guerra Mundial y, desde un inicio, Matteotti defendió la imperiosa necesidad de que Italia se mantuviera al margen de la contienda, sosteniendo su neutralidad a toda costa y a riesgo de enfrentamiento diplomático con cualquiera de los dos bandos contendientes.
“ Llegan hasta una de las casas y se oye la orden: «Rodead la casa». Son de veinte a cien hombres armados con fusiles y revólveres. Llaman al jefe de la Liga y le ordenan que baje. Si este no obedece se le dice: «Si no bajas, quemaremos la casa, con tu mujer y tus hijos». Entonces el jefe de la Liga baja. Se abre la puerta, lo cogen, lo atan, lo suben al camión, donde le someten a las torturas más inverosímiles, simulando que lo van a ahogar o a matar, y después lo abandonan en pleno campo atado a un árbol, desnudo. Si, por el contrario, este es un hombre con agallas, que no abre la puerta y utiliza algún arma para defenderse, entonces el resultado es el asesinato inmediato del ciento por uno.” – Giacomo Matteotti. Discurso de marzo de 1921.
Esta postura en pro de la neutralidad italiana le costó probar las humedades y el aislamiento de una cárcel siciliana durante algún tiempo. En 1919, aproximadamente un año tras el fin de la guerra, entró a formar parte del Parlamento italiano como diputado socialista.
Pero, en esos precisos momentos, tanto el Partido Socialista como el resto de la sociedad italiana, se veían inmersos y aquejados de una gran crisis estructural, económica, de principios y de valores que los efectos colaterales de la guerra mundial les habría legado, tal y como le pasó a Alemania.
Es por ello que, en el año 1921, el Partido Socialista se fracturó por la división entre los sectores más revolucionarios (cercanos a la Revolución bolchevique de Rusia de 1917) y los más reformistas, siendo expulsados estos últimos y, con ellos, Filipo Turati.
Se fundó así el Partido Socialista Unitario, con Matteotti como secretario, responsabilidad a la que accedió al ser consciente de la necesidad de unidad de la izquierda y de dejar a un lado las rencillas internas que habitualmente se venían produciendo en su seno, partiendo en mil pedazos la unidad de acción tan imprescindible en política, más aún en tiempos de crisis como los que se vivían en aquel momento.
Durante todo el periodo de posguerra, con la misma certidumbre, Matteotti se mostró como un firme opositor del clima de violencia política instaurado paulatinamente por los «escuadristas» y los «camisas negras«, los grupos paramilitares del Partido Fascista Italiano creado por Benito Mussolini, anterior miembro del Partido Socialista, también expulsado por sus ideas, esta vez por estar demasiado alejadas del socialismo en sí, los cuales usaban la violencia para imponer sus ideas y atacar a rivales políticos, especialmente de izquierdas (sindicalistas, comunistas, socialistas…).
El ascenso del fascismo al poder
Durante el periodo que siguió a la Primera Guerra Mundial la palabra «fascio» se hizo omnipresente en toda Italia, aunque todo hay que decirlo, la liturgia propia del fascismo, el modo por el cual se expresaba su mensaje, no fue ni mucho menos exclusiva obra de Mussolini, sino más bien el resultado de un constructo potenciado por las fuerzas más reaccionarias de la sociedad italiana.
En los orígenes, Benito Mussolini no encarnaba el único candidato a Duce o líder supremo de este movimiento protofascista, puesto que cohabitaban a una parecida altura otros individuos del mismo pelaje, que ya fuera por sus especiales cualidades políticas, su notoriedad o su carisma, rivalizaban con Mussolini por ocupar el puesto de líder del incipiente movimiento fascista.
Uno de los principales adversarios en cuanto al caudillaje de la nueva derecha (o Tercera Posición, como a menudo se hacían llamar, al no querer etiquetarse ni como de izquierdas ni como de derechas), se llamaba Gabriel D’Annunzio, conocido escritor y pseudointelectual de la Italia del momento.
D’ Annunzio apareció en la disputa por el poder en octubre de 1922, aunque por entonces el escritor estaba impedido por las heridas sufridas a causa de una extraña e inexplicable caída desde una ventana. Mussolini, alertado ante el carisma del escritor, supo jugar todas sus bazas, de tal manera que, en relativamente poco tiempo, consiguió su propósito de aplacar todas las opciones de D’Annunzio, confinándole estratégicamente en el Vittoriale, un palacio próximo a Saló, donde el literato tendría la oportunidad de disfrutar de su nuevo título de Príncipe de Montenevoso y así renunciar a toda influencia política.
De esta sibilina manera, Mussolini se libró del último y más peligroso de sus rivales en pro de la corona de laureles del nuevo césar fascista.
Allá por 1922, Italia era una monarquía parlamentaria cuya jefatura de estado estaba ocupada por el rey Víctor Manuel III, de la dinastía de los Saboya.
Tras la Primera Guerra Mundial, Italia se sumió en una profunda crisis, provocando una enorme conflictividad social y un clima de extrema violencia, alimentada por la ultraderecha. En agosto de de 1922, las fuerzas políticas y sociales de la izquierda convocaron una huelga general que corría el peligro de convertirse en una huelga de carácter revolucionario, todo un órdago contra el estado y el sistema existentes.
Esta delicada situación dio pie para que las milicias fascistas neutralizaran dicha huelga con el apoyo de los grandes empresarios, oligarcas y la derecha política del país.
Desde esta precisa coyuntura, el Partido Fascista y sus camisas negras obtuvieron las simpatías de los cuadros y estructuras del poder económico, mediático, aristocrático y de las burocracias burguesas.
En octubre de ese mismo año se convoca una segunda huelga general, por lo que los fascistas chantajean y amenazan al estado; si el gobierno no actúa de inmediato, impidiendo la consecución de los objetivos de esta segunda huelga, estos tomarán por asalto las instituciones democráticas e instaurarán el dominio de un partido único, el Partido Nacional Fascista.
En aquel momento, el partido fascista tenía 37 diputados, 35 de ellos obtenido en las elecciones de 1921 en las cuales se presentó bajo el paraguas de la lista Bloques Nacionales, conjuntamente con otros partidos de derechas, como el Partido Liberal Italiano, el Partido Democrático Social o la Asociación Nacionalista Italiana. Unas elecciones que ganó el Partido Socialista Italiano pero que, tras un pacto, gobernaron las fuerzas de derecha, incluyendo a la coalición Bloques Nacionales.
A pesar de que, al tenor de los datos expuestos, las fuerzas de Mussolini no representaban ni el 7% del parlamento, entre el 27 y el 29 de octubre miles de personas se movilizaron y desde todos los rincones de Italia, marcharon sobre Roma bajo el mando o coordinación de un cuadrunvirato elegido por Mussolini, en el que figuraban Michel Bianchi, Italo Balbo, Emilio de Bono y Cesare María de Vecchi.
Las palabras que Benito Mussolini pronunció antes de la marcha sobre Roma no dejan lugar a duda:
«O nos dan el gobierno o lo tomaremos bajando a Roma».
Finalmente, tras la marcha, logró formar gobierno el 30 de octubre de 1922 gracias al apoyo de las altas esferas políticas y económicas (que creyeron que lo podrían manipular para sus intereses) y, por supuesto, con la complacencia del Rey Víctor Manuel III, temeroso a partes iguales, de perder la jefatura del estado como de que en Italia se produjera una revolución bolchevique, algo que le producía mucho más repudio que el propio fascismo.
Así, con una marcha sobre Roma de apenas 30.000 personas, Mussolini fue nombrado primer ministro.
“ Rechazamos el pacifismo (…) sólo la guerra puede elevar todas las energías humanas al máximo (…) Además de combatir el socialismo, el fascismo ataca todo el conjunto de las ideologías democráticas ( …) El fascismo niega que el numero, por el solo hecho de ser número, pueda dirigir las sociedades humanas ( …) afirma la desigualdad irremediable, fecunda y beneficiosa de los hombres(…) Ya basta de socialismo de estado. Negamos que existan dos clases,(…) negamos vuestro internacionalismo (…) Italia tiene que reafirmar su derecho de realizar su completa unidad geográfica e histórica (…) tiene que imponer de manera solida y estable el imperio de la ley sobre pueblos de nacionalidad ligados a Italia. El fascismo reconoce la función social de la propiedad privada, que es un derecho y un deber. El Partido Nacional Fascista se esforzará por disciplinar las luchas de intereses entre las diversas clases. (…). “ – Discurso de Benito Mussolini, 1921
El 6 de abril de 1924 se celebraron elecciones generales. En aquellos momentos en Italia regía la Ley Acerbo, que establecía que el partido con la mayor parte de los votos a su favor se vería recompensado con dos tercios de los escaños en el parlamento, con la condición de que éste recibiera más del 25% de los votos.
Gracias a esta ley electoral, convenientemente creada por Mussolini, el Partido Nacional Fascista consiguió 374 escaños frente a poco más de un centenar de la fraccionada oposición que, en muchos casos, prefirió no actuar frente a la toma de poder paulatina del fascismo. De hecho, la Ley Acerbo salió favorable no solo por el voto de las derechas, sino también por la ausencia de 53 diputados de la oposición.Serían las últimas elecciones libres que vería Italia hasta 1946.
No obstante, estos comicios estuvieron plagados de irregularidades, durante los cuales asesinaron a uno de los candidatos, se produjeron palizas, amedrentamiento y amenazas generalizados, e incluso, la apropiación indebida por parte de los fascistas de tarjetas de empadronamiento, sustraídas a sus legítimos titulares.
Ante este panorama de caos, violencia, intimidaciones y suplantaciones de electores, Giacomo Matteotti, portavoz del Partido Socialista Unitario (el cual se había estrenado con 24 escaños, convirtiéndose en la tercera fuerza parlamentaria) con gran audacia, se armó de determinación y, en sesión parlamentaria, solicitó la total invalidación de las elecciones. A lo largo de su discurso, los gritos, los alaridos, los insultos y la bronca maliciosa brotaron como un exabrupto atronador desde la bancada fascista.
La situación alcanzó tal grado que al volver a tomar asiento, Matteotti giró lentamente la cabeza y, con tono resignado y ceremonioso, se dirigió al diputado Antonio Priolo y le susurró que debían ir preparando una oración fúnebre por él. Algo en su interior le advirtió a Giacomo Matteotti de su próximo y cercano final.
“ Con mi discurso he denunciado los peligros del fascismo. Yo ya he hecho mi discurso. Ahora os toca a vosotros preparar el discurso fúnebre para mi entierro. ” – Giacomo Matteotti, 1924
Secuestro, tortura y asesinato de Matteotti
El 10 de junio de 1924, a escasos metros de su domicilio, Matteotti sería secuestrado e introducido a la fuerza en un automóvil alquilado para tal fin por un grupo de escuadristas, los camisas negras que tan bien reflejó la película Novecento.
Durante casi dos meses estuvo en paradero desconocido hasta que, el 16 de agosto de ese mismo año, su cuerpo apareció en un avanzado estado de descomposición en un bosque a las afueras de Roma, en dirección a los montes Sabinos.
El brutal y terrible hallazgo conmocionó hondamente y, de igual manera, a la oposición política al fascismo y a la opinión pública italiana. Por doquier surgieron voces que pedían una exhaustiva investigación con el objetivo de aclarar la autoría del magnicidio. Por otra parte, la oposición al completo decidió retirarse del parlamento en señal de protesta, en lo que se conoció como «la Secesión del Aventino», llamada así en memoria de la marcha de la plebe a dicha colina como acto de rebeldía contra los patricios en el año 494 a. C.
En un inicio, todas las miradas se volvieron hacia Mussolini, considerándolo el urdidor y el principal responsable del crimen político que se acababa de perpetrar. Pero éste lo negaba reiteradamente, sintiéndose ofendido y acorralado y argumentando la inexistencia de pruebas que apuntaran a su autoría intelectual.
Hay que señalar, igualmente, que el secuestro y posterior asesinato de Giacomo Matteotti fueron los catalizadores de una importante crisis para el emergente fascismo y para la vida de Mussolini, más en concreto.
¿Fue él el responsable del crimen o pudieron haber sido elementos incontrolados?. Uno de sus biógrafos, De Felice, afirma desde siempre que no, o al menos, no directamente responsable. Sin embargo, un historiador más reciente y con acceso a los últimos datos y más novedosos documentos, Mauro Canali, no está de acuerdo con la opinión expresada años atrás por De Felice y atribuye una responsabilidad intelectual, política y directa al Duce.
Según Canali, en junio de 1923, se habría creado una «Ceka» o, lo que es lo mismo, una organización criminal secreta a las órdenes de Mussolini.
Caben muy pocas dudas de que Mussolini, desde sus primeros pasos como líder del fascismo, había aprobado y fomentado la utilización partidista de la violencia y el asesinato. Al fin y al cabo, las “camisas negras” se habían impuesto prácticamente por la fuerza. El odio que profesaba por tampoco era ningún secreto Matteotti.
El grupo de escuadristas dirigido por Dumini planeó la operación con el pleno asentimiento de los más altos cargos del Partido Fascista y con la directa colaboración de otros personajes, entre los que se encontraban Marinelli, Finzi, Césare Rossi y Filipo Filipelli, el director de Il Corriere italiano. Y, por supuesto, con la inestimable ayuda del mundo de las finanzas sin cuya connivencia no hubiera sido posible el asesinato de Giacomo Matteotti.
En enero del año siguiente, después de que Dumini confesara, ante la crisis política desatada, el Duce asumió la responsabilidad del caso Matteoti.
» Declaro aquí, ante la asamblea y ante todo el pueblo italiano, que yo, y solamente yo, asumo la responsabilidad política, moral e histórica de lo que ha sucedido. Si el fascismo es una banda de criminales, entonces yo soy el caudillo de esa banda de criminales» – Benito Mussolini, 3 de enero 1925.
Acorralado ante su propia militancia y la oposición, este discurso dio paso a toda una serie de leyes que sumieron a Italia en una dictadura totalitaria fascista cuyo único partido legal era el Partido Nacional Fascista.
Reflexiones
He aquí la violencia política, organizada y urdida por los arribismos del poder político, económico, financiero, aristocrático y monárquico. Mussolini no tuvo reparo en reconocer su responsabilidad última en toda la sangre vertida y en la derramada por el socialista Giacomo Matteotti a manos de sus «camisas negras» y sus «escuadristas, vulgares milicias de apaleadores, torturadores y asesinos, como también lo fueron las S.A. del partido nazi (si bien nunca mencionó expresamente el nombre de Matteotti).
Pero, no conforme con ello, utilizó la confesión para rearmarse cínicamente, para destapar la caja de la verdadera esencia del fascismo, de su pensamiento y filosofía, de su concepción del ser humano y del mundo, en Italia, en Alemania, en España, en tantos y tantos lugares que fueron presa de sus garras; y esa esencia, ese aroma de muerte que transita sobre la oscura Historia reciente, no es otra que «la mentira», la patraña y la cobardía.
Giacomo Matteotti demostró que para hacer frente al fascismo no hace falta únicamente la burocracia o la participación política. Hace falta no mirar hacia otro lado, asumir con valentía la responsabilidad de defender las libertades y los derechos fundamentales y de organizarse para ello.
Pues, cuando la extrema derecha empieza a coger fuerza, consigue fácilmente alianzas entre los poderes fácticos y los grupos económicos y políticos con mayor fuerza del país o de la sociedad. El fascismo venció aupado por estos, aprovechando la disgregación de la oposición, la mirada ajena de parte de la sociedad y el uso de la violencia y tácticas de guerra sucia.
Que el caso Matteotti sirva de ejemplo para el futuro inmediato.
Articulista. Nacido en Valladolid, pero cántabro de espíritu, soy colaborador habitual en los medios lapiedradesisifo.com y Lapajareramagazine.com. Autor del poemario «Transido de un abismo» y de títulos de próxima aparición como «La poliantea de los sentidos» y «Crónicas claudinas».