La guerra cultural de la ultraderecha y los discursos de odio
La cultura es de una de las propiedades que más diferencia a las personas como especie animal, con muy pocas excepciones. El concepto de cultura y ha protagonizado y protagoniza un ámbito de ferviente debate en el seno de las ciencias sociales. En gran parte, esto se debe a la plasticidad y los distintos significados del término, que además ha ido evolucionando con el paso del tiempo, dando lugar a nuevos conceptos derivados, como el de batalla o guerra cultural.
De esta manera, el significado de cultura puede hacer referencia al ámbito de las expresiones o manifestaciones artísticas, es decir, el arte. Por otro lado, existen otras acepciones o significados, por ejemplo, cuando se utiliza para describir un grupo poblacional externo o concreto: la cultura indígena, la cultura española, la cultura catalana, etc. Esto no acaba aquí e incluso se utiliza el término cultura para hacer alusión directa al ámbito del saber y el conocimiento. Así, alguien que posee conocimientos o saberes se le denomina una persona culta o que posee cultura.
No obstante, la definición de cultura más universalmente es la tratada en sociología. Una aproximación al término que define la cultura como un conjunto de conocimientos que posee una determinada sociedad incluyendo artes, ciencias sociales, ciencias exactas, filosofía… los cuales junto a las normas y valores conforman una cosmovisión única. Es decir, la manera particular que posee esa sociedad de enfrentarse a las cuestiones generales del conocimiento, de su presente y de su futuro como comunidad.
De este modo, a través de la definición presentada se puede argumentar que la cultura es un elemento dinámico, pues las normas, los valores y los saberes cambian al igual que cambian las sociedades y, no solo esto, sino que también se transmiten de generación en generación.
Así pues, la transmisión de saberes, normas y valores se lleva a cabo través de instituciones sociales como la iglesia, la escuela, las empresas, los medios de comunicación o la familia, por nombrar algunos ejemplos. No obstante, la transmisión cultural no es exclusiva de las instituciones y también se produce a través de las relaciones y dinámicas sociales en general.
Por tanto, los canales de transmisión culturales son muy importantes para entender el tipo de valores, normas y saberes que se están transmitiendo en una sociedad y que acaban dotándola de una cultura muy concreta. Estos canales han cambiado a lo largo de los siglos. En la época antigua, la transmisión oral en persona y el acceso a textos escritos eran los más utilizados. No obstante, en la actualidad, con el surgimiento de los medios de comunicación de masas y, más recientemente las redes sociales, la magnitud y el dinamismo de los canales de transmisión culturales ha generado un paradigma comunicativo totalmente diferente.
Asimismo, unas de las dimensiones más importantes dentro de la cultura son los tipos de discursos o los relatos que se explican, debaten y contrargumentan en el seno de una sociedad. En realidad, la hegemonía por los discursos es algo fundamental para entender el concepto de guerra cultural, pues quien consiga anteponer su discurso al de los demás conseguirá situar por encima su manera de ver el mundo, sus saberes, sus normas y sus valores, ejerciendo un poder sutil e imperceptible que acaba asentándose como sentido común o statu quo.
La extrema derecha y sus estrategias de desinformación
Como extrema derecha o ultraderecha se pueden entender un conjunto de grupos, movimientos e ideologías políticas que han ido transformándose a lo largo del siglo XX y XXI, aunque con antecedentes desde la propia Revolución Francesa. La máxima representatividad y auge de las ideas de ultraderecha se ven plasmadas en la primera mitad del siglo XX con el surgimiento del fascismo italiano de Benito Mussolini, el nacionalsocialismo alemán, también conocido como nazismo, o el nacionalsindicalismo, nombrado más comúnmente falangismo español.
Estas ideologías tienen en común, en líneas generales, una ultranacionalismo exacerbado, el autoritarismo y/o la limitación de las herramientas democráticas y los derechos civiles, la adopción de valores ultraconservadores a menudo basados en ideas religiosas o en el tradicionalismo, posiciones económicas que van desde el proteccionismo económico, el neoliberalismo a ultranza o el corporativismo de Estado que terminan beneficiando a las clases altas basado en un supuesto «orden natural» y el supremacismo étnico y/o cultural, entre otros rasgos (fuerte liderazgo que roza el culto al líder, manipulación de la realidad social que puede llegar hasta el adoctrinamiento, militarismo y apología al uso de la imposición y la fuerza, populismo…).
De esta forma, con el paso del tiempo y la caída estrepitosa del fascismo y el nazismo tras la Segunda Guerra Mundial, una cantidad notable de grupos conservadores e intelectuales fueron elaborando una nueva agenda ultraderechista para hacerla más aceptable para la sociedad y que tiene su principal logro en el surgimiento de la nueva derecha radical o alt-right. Políticos como Donald Trump, Jair Bolsonaro, Marine Le Pen, Santiago Abascal, el exasesor político Steve Bannon o intelectuales de renombre como Alain Benoist son las caras visibles del resurgir de la extrema derecha actual.
Así pues, al igual que muchos otros grupos políticos, la ultraderecha ha centrado su objetivo en librar una auténtica batalla cultural en los últimos años intentando lograr espacios para sus discursos, en ocasiones generando debates hace décadas enterrados o que habían llegado a un consenso relativo dentro del ámbito democrático.
Poner en duda la violencia de género, el cambio climático o criminalizar la inmigración desde países pobres hacia países occidentales son algunos de los muchos discursos que han ido avanzando poco a poco en la sociedad actual impulsados por esta nueva agenda reaccionaria, paradójicamente, haciéndola retroceder en cuanto a visión progresista de la realidad social y dañando la democracia y los derechos y libertades civiles básicas.
Así, la ultraderecha, desde su agenda reaccionaria, ha invertido gran cantidad de dinero, tiempo y esfuerzo en ser una potencia política mundial en generación de contenido en las redes sociales y a través de los medios convencionales, amén del desarrollo de medios propios a través de una compleja red de influencias que incluye empresas, partidos políticos, fundaciones…
En muchas ocasiones, su estrategia en redes se basa en generar una gran cantidad de información de manera sistematizada y organizada a través de «fake news» y bots en una auténtica campaña de desinformación masiva. Campañas muy bien orquestadas que incluso influyen notablemente en los resultados electorales o ponen en duda los propios resultados aludiendo un ficticio fraude electoral. Esta estrategia la ha seguido Donald Trump, el partido español Vox o la política Keiko Fujimori tras perder las últimas elecciones en Perú este mismo mes .
No obstante, su estrategia política no solo se reduce a comunicarse a través de las redes sociales. La ultraderecha a conseguido naturalizar su discursos en los debates televisivos. Por ejemplo, en España el periodista ultraderechista Eduardo Inda es uno de los tertulianos con mayor porcentaje de horas televisivas en pantalla. Además, su medio, OkDiario el cual se ha visto en continuas polémicas a causa de la difusión indiscriminada de bulos y «fake news» es también uno de los medios con mayor representación televisiva a través de sus múltiples colaboradores repartidos por la mayoría de cadenas españolas.
El ejemplo de España no es el único y existen contextos similares en la televisión francesa, donde tertulianos como Éric Zemmour o el eurodiputado Gilbert Collard, perteneciente a la rama más extremista del partido de Le Pen, Agrupación Nacional (antes Frente Nacional), destacan por su continua participación en la cadena conservadora CNews.
La estrategia de la ultraderecha es tan exhaustiva con la expansión de su discurso dentro de la batalla cultural que incluso ha conseguido articular los nuevos canales de comunicación (redes sociales) con espacios televisivos de gran audiencia. Ejemplo de esto se puede encontrar en algunos programas que ha emitido el conocido presentador español Iker Jiménez, donde se ha dado espacio televisivo a conocidos youtubers ligados al discurso ultraliberal y ultraderechista español como Un Tío Blanco Hetero, Javier Negre, Roma Gallardo o Jano García.
Los discursos de odio: el arma de la ultraderecha para la guerra cultural
De este modo, haciendo referencia a lo expuesto cabe resaltar la pregunta: ¿en qué consisten los discursos de odio la ultraderecha? En la gran mayoría de ocasiones, pueden parecer discursos muy similares a los que ensalzan los partidos políticos conservadores tradicionales. Sin embargo, una de las características que pueden propiciar a desenmascararlos es su insistencia en hablar y atacar en sus discursos a ideologías o minorías de manera sistemática. En muchas ocasiones se realizará desde un mensaje sutil y educado, pero, en otras, se hará desde una semántica mucho más agresiva en cuanto al lenguaje que utilizan.
A veces es difícil determinar que es un discurso de odio, sus consecuencias y como hacerle frente, pues es igual de dañino que alguien niegue la violencia de género con educación y buenas palabras a alguien que utiliza un discurso soez que denigra a la mujer de forma clara.
Intentando hacer un acercamiento a la definición sobre lo que significa un discurso de odio, Yéssica Esquivel Alonso, Doctora en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid, presenta la siguiente reflexión sobre cómo definirlos:
Son discursos que pueden difundirse de forma oral, escrita, audiovisual, en los medios de comunicación o en internet y buscan apelar a la emoción más que a la razón y resaltar cierta actitud de dominio de uno sobre otro y de esta forma silenciar a determinados grupos sociales. Los discursos más recurrentes son aquellos que subrayan diferencias étnicas, sociales o sexuales y religiosas – (Cfr. Esquivel, 2016)
No obstante, aun se puede acotar más para intentar detectar un discurso de odio utilizado por la ultraderecha:
En primer lugar, el discurso de odio va dirigido a un grupo que históricamente ha estado o está en una situación de vulnerabilidad. No tiene sentido hablar sobre discursos de odio cuando se hace referencia a vejaciones u ataques discursivos (igualmente reprochables) sobre grupos que no están sometidos a una discriminación estructural. Los ataques por ejemplo al hombre blanco heterosexual desde el paradigma del género no se pueden considerar como discursos de odio, ya que no sufren una violencia estructural como las mujeres o el colectivo LGTB. Al no existir esta discriminación estructural, estos ataques discursivos no tienen como consecuencia que se genere una discriminación sistemática y sistémica. Por supuesto, el discurso de odio nunca se dirige contra grupos sociales, organizaciones o élites privilegiadas.
En segundo lugar, se encuentra el criterio de humillación. Los discursos de odio buscan menospreciar o humillar a un grupo social concreto. Jamás utilizan la crítica constructiva. Señalan al grupo o a la persona perteneciente al mismo de forma despectiva, hasta el punto de la despersonalización. Por ejemplo, cuando llaman «mena» a un menor extranjero no tutelado, o tildan la llegada de personas migrantes como «invasión» o «manadas de menas», se estaría cayendo en este criterio.
En tercer lugar, está el criterio de intencionalidad. Los discursos de odio tienen una intención muy concreta y no son expresiones discursivas espontáneas o inconscientes. Es decir, es un discurso con un mensaje premeditado que busca estigmatizar, culpabilizar y deshumanizar a un grupo o colectivo concreto.
De esta forma, este tipo de herramienta discursiva acaba conformando una pieza fundamental de la guerra cultural de la ultraderecha, siendo su principal baza para elaborar un relato de chivo expiatorio: grupos, ideologías o colectivos que la extrema derecha estigmatiza y culpabiliza de la totalidad de las amenazas o riesgos que afectan a la sociedad. Y, en esta guerra cultural, el relato contrario se compone, precisamente, de las ideas y valores que, con mayor o menor acierto, abogan por el aumento de la igualdad, el fin de la discriminación, la mejora de la calidad de vida de los grupos vulnerables o el aumento de la calidad democrática y de los derechos humanos, entre otras cuestiones.
Los discursos de odio y las redes sociales
La introducción de las nuevas tecnologías y las redes sociales provoca que los discursos de odio tengan una capacidad mayúscula de expansión y difusión. Además, se debe comprender que los discursos de odio en las redes y en los medios de comunicación hegemónicos no son una problemática únicamente cultural, sino que se extiende a otros ámbitos.
De este modo, que se de visibilidad y voz a este tipo de relatos puede ser el primer paso para alentar acciones físicas reales como insultos, amenazas o agresiones físicas. Es algo bastante obvio que el aumento de estas conductas pone en un serio aprieto la convivencia democrática en una sociedad. Además, vulneran los derechos fundamentales de los grupos agredidos.
En España, por ejemplo, parece que se están empezando a materializar las consecuencias de dar espacio masivo a los discursos de odio ultraderechistas. El Observatorio Contra la Homofobia ya avisaba que en el año 2019 habían recibido el doble de denuncias en Barcelona respecto al 2018 y 2017. En lo que llevamos de 2021 ya se llevan contabilizadas en Catalunya 80 agresiones homófobas
El aumento de las agresiones a inmigrantes también ha sido la tónica habitual de los últimos años. Sin ir más lejos el supuesto caso más reciente de agresión por motivos de odio racial en España ha sido un asesinato:
La violencia de género también presenta cifras alarmantes, contabilizando 19 asesinatos machistas en 2021 y siendo 1055 mujeres asesinadas desde el año 2003. Cabe añadir que el partido de extrema derecha Vox sigue argumentando la inexistencia de la violencia de género y, además, se niega a participar en los actos políticos oficiales en repulsa de los asesinatos machistas.
Por supuesto, España solo es un ejemplo. Estos datos se han repetido de manera similar en países como Francia, Alemania, Rusia, Suecia, Reino Unido, Polonia o Hungría, por citar otros, como así lo señalan diversos estudios e informes donde el aumento al ataque a personas LGTB, inmigrantes e incluso a activistas progresistas se ha multiplicado de manera considerable.
En definitiva, existe como sociedad la necesidad de delimitar, entender y castigar los discursos de odio. Evidentemente esto es un tema delicado para toda la sociedad civil y el ámbito judicial, ya que dentro de la persecución de este tipo de discursos siempre cabe la posibilidad de que se vea perjudicada el derecho a la libertad de expresión. Sin embargo, recae en el ámbito jurídico realizar una legislación clara que pueda separar las simples ofensas de las campañas políticas enfocadas a estigmatizar y provocar el odio frente a un grupo determinado de personas.
Además, la responsabilidad de todas las personas que forman parte de la sociedad también juega un papel fundamental para hacer frente a este tipo de discursos. Siendo las tareas de sensibilización, educación y concienciación social vitales para tener una ciudadanía empoderada que pueda detectar, aislar y hacer frente a este tipo de discursos provenientes de la ultraderecha y que buscan la implantación de una agenda para ganar una guerra cultural contra valores progresistas y democráticos que, al final, permita a la gente poderosa conservar sus privilegios.
Enlaces, fuentes y bibliografía:
– Esquivel A. (2016): “El discurso del odio en la jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos”, Revista Mexicana de Derecho Consitucional, nº35.
Articulista. Sociólogo y gestor medioambiental, con suerte de poder compartir vocación y formación. Las Ciencias Sociales son una parte muy importante de mi vida. Considero la divulgación a través de la sociología como una gran herramienta para destapar las injusticias sociales y arrojar luz sobre la actualidad diaria contribuyendo así a ser un poco más libres y justos.