El muchacho de Dachau
La idea de escribir este texto surgió a raíz de la contemplación de una fotografía. Se trataba de el retrato de un muchacho de unos dieciocho años de edad con el rostro profundamente marcado por el horror. Los pómulos hundidos, la mandíbula marcada en toda su extensión, las cuencas de los ojos cadavéricas y una mirada alucinada, pasmada por un dolor infinito, incomprensible, lanzada desde algún penumbroso lugar o interioridad de su ser. Una calavera viviente recubierta de piel. Esta fotografía me trajo a la memoria algunos momentos que yo, personalmente, pude vivir en primera persona en cierto lugar de trabajo donde se aplicaban, y se siguen aplicando, técnicas de despersonalización y de terror muy semejantes a las que se probaron en campos como el de “Dachau”, “Sobibor” , “Treblinka” o “ Ravensbrück”.
Pero ustedes me dirán, eso que nos cuenta usted es cosa del pasado, de otros tiempos, el fascismo fue derrotado al término de la Segunda Guerra Mundial, ¿cómo es posible, entonces, tal aseveración?.
Craso error, les contesto. Para nada es una cuestión del pasado, ya que en muchos aspectos esenciales de nuestra vida se siguen implementando técnicas y estrategias de control, supervisión, explotación y degradación humana que fueron teorizadas, experimentadas y puestas en práctica por la Alemania nazi y sus aliados. Sin ir más lejos, una de ellas sería la forma de producción fordista ideada por el industrial norteamericano Henry Ford, íntimo amigo del dictador alemán Adolf Hitler, por cierto.
No voy a abundar más en esto, pero créanme, tanto mis compañeros como insignes politólogos, que haberlos, haylos, lo tienen muy claro: siempre encuentran los matices, las diferencias, los tecnicismos, entre capitalismo, extrema derecha y fascismo; sin embargo, me sigue costando mucho encontrar diferencias significativas entre unos y otros, cualesquiera de los tres conceptos, ideologías, formas de organización política o como quieran darse en llamar. Me parecen un calco el uno del otro y el de más allá de el de más acá. Como me atreví a sugerir en un reciente debate, el fascismo y la extrema derecha me han parecido siempre los hijos bastardos del capitalismo y los sobrinos putativos del neoliberalismo.
Dachau: una historia de horror
Antes de contarles los horrores de los que el muchacho de la fotografía fue seguramente testigo presencial, quiero iniciarles, aunque sea someramente, en la historia del campo de concentración de Dachau.
Este campo se encontraba a unos 13 kilómetros de distancia al noroeste de la ciudad bávara de Münich, siendo inaugurado en marzo de 1933, dos meses después del ascenso del Partido Nazi con Adolf Hitler a la cabeza, al poder. El primer comandante que estuvo al cargo del campo fue Theodor Eicke, (dirigente nazi conocido por su fanatismo y brutal eficacia en la administración de los campos de concentración a través de las SS– Totenkopfverbände, y el haber participado junto a Michael Lippert en el asesinato de Ernst Röhm durante la Noche de los cuchillos largos.
Los primeros prisioneros en llegar a Dachau fueron socialdemócratas y comunistas, que en aquellos momentos fueran declarados como un peligro para el tipo de estado y la estructura jurídica que estaban estableciendo los nazis.
Con el tiempo, al campo fueron llegando otro tipo de presos políticos y otros colectivos sociales y étnicos considerados como “ despreciables”, entre los que se encontraban gitanos, homosexuales, testigos de Jehová e, incluso, sacerdotes católicos que por alguna u otra razón habían manifestado disconformidad o directamente, disentido, de las proclamas y políticas llevadas a cabo por el Partido Nazi.
Entre ellos se encontraba el conocido como “ángel de Dachau”, el padre Engelmar Unzeitig, (sacerdote alemán que fue detenido y enviado al campo de concentración de Dachau. Los espías nazis lo denunciaron por defender a los judíos perseguidos; considerar a Cristo, y no al Führer, como su Señor supremo) que prefirió morir atendiendo a los enfermos de tifus antes que esperar a ser liberado.
Camaradas de las SS! Todos sabéis para qué nos ha llamado el Führer. No estamos aquí para tratar a esos cerdos de ahí dentro de modo humano. No les consideraremos hombres como nosotros, sino como hombres de segunda clase. Hace años que venimos aguantando su criminal naturaleza. Pero ahora tenemos el poder. Si esos cerdos hubiesen llegado al poder, nos habrían cortado a todos la cabeza. Por ello no tendremos miramientos. Quien de entre los camaradas aquí presentes no sea capaz de ver la sangre, no es de los nuestros y debe renunciar. Cuantos más de esos perros matemos, menos tendremos que alimentar.
Jefe de las SS de Dachau
Finalmente, los prisioneros de origen alemán se quedaron en minoría, siendo el grupo más numeroso el de los presos polacos, seguidos de los de la Unión Soviética (URSS).
Se cree que llegaron hasta Dachau más de 200.000 prisioneros de treinta nacionalidades diferentes, de los cuales dejaron vida en el campo más del setenta por ciento. Esto nos da una idea de las atroces condiciones de vida a las que eran condenados.
En Dachau, el doctor Sigmund Rascher (tercer hijo del médico alemán Hans- August Rascher, fue un médico alemán de las SS. Sus experimentos mortales, de altitud e hipotermia, con seres humanos, previstos y ejecutados en el campo de concentración de Dachau, fueron juzgados como inhumanos y crueles durante los juicios de Nüremberg) creó una factoría de cobayas humanas y realizó numerosos estudios científicos encaminados a conocer cuál era el límite del dolor que era capaz de resistir el ser humano. Para ello no dudó en someter a los presos a todo tipo de torturas, desde vivisecciones hasta hipotermia severa.
En este sentido, uno de los experimentos que más llaman la atención es el que realizaban en relación establecer las posibilidades de contagio de la malaria, para ello introducían a uno de los presos en una urna con cientos de miles de mosquitos para comprobar el posible ratio o porcentaje de infección.
Una vez que ya no pude soportar el dolor, hice un intento de resistencia contra los mosquitos, suponiendo que no sería visto. Pero el médico, si se puede llamar así a una bestia como esa, vio mi intento de resistencia en el espejo. Por esto fui castigado a siete días de detención estricta. Pero antes, recibí 25 latigazos con un látigo de cuero
Testimonio de un prisionero de Dachau
Otro de los que padecieron reclusión en Dachau fue nada menos que el psiquiatra y neurólogo austriaco Viktor Frankl, su pavorosa experiencia le condujo a escribir El hombre en busca de sentido, todo un alegato a favor de la dignidad del ser humano por encima de cualquier circunstancia, contexto o condición en la que se pueda encontrar. El sentido de la vida según Viktor Frankl reside en encontrar un propósito, si tenemos un “por qué”, seremos capaces, más tarde o más temprano, de encontrar un “cómo”.
Posteriormente, Viktor Frankl se destacaría por ser uno de los referentes más importantes de la psicología del siglo XX, y su benéfica sombra vitalista se mantiene inalterable hasta nuestros días.
Llegados a este punto, he de reconocer que nunca estimé en demasía a la psiquiatría por considerarla un atributo más de los abusos de autoridad del poder establecido. Recordemos al infausto y brutal doctor Juan Antonio Vallejo-Nágera y sus delirantes investigaciones sobre el supuesto “gen rojo”. No obstante, en todas y cada una de las profesiones, también en la medicina, surgen personas de inestimable humanidad y valor, y ese fue el caso de Viktor Frankl.
A medida que las fuerzas aliadas avanzaban hacia el interior de Alemania, los nazis comenzaron a trasladar los prisioneros de los campos cercanos al frente para evitar su liberación, esto provocó que en Dachau se llegaran a concentrar hasta 67.665 reclusos. Las epidemias de tifus proliferaron debido al hacinamiento, a las condiciones sanitarias y al estado de debilidad generalizado en el que se encontraban los prisioneros.
El 26 de abril de 1945, los alemanes organizaron la llamada “marcha de la muerte» , con la que pretendían trasladar a unas 7.000 personas, en su mayoría judíos, desde Dachau hasta Tegernsee, algo más al sur. Los alemanes se dedicaron a fusilar a todos aquellos que dieran muestras de no poder continuar, los que no eran aniquilados, morían de frío y agotamiento.
El 29 de abril de 1945, una avanzadilla del ejército norteamericano liberó el campo de Dachau. Por el camino se encontraron de bruces con lo macabro, con la penumbra de la condición humana, un convoy de treinta vagones con miles de cuerpos en avanzado estado de descomposición, y que presumiblemente tenía su destino en Dachau.
Fascismo: un legado de terror
Tras la liberación, un reportero español, Carlos Sentis, se convirtió en uno de los primeros periodistas del mundo en visitar Dachau cuando aún se hacinaban en aquel lugar miles de prisioneros desnutridos y agónicos.
Conforme avanzamos, parece que vamos a entrar en una exposición o una feria de muestras. Ya es eso en parte. Las muestras que hay cerca de la entrada veré después que son las mejores, porque, por lo menos, pueden andar sin arrastrarse y no son contagiosos como otros que se hallan en pabellones cerrados, de los cuales, a pesar de morirse día a día, y después de una semana de la entrada de los americanos, todavía no pueden salir
Carlos Sentis. Periodista
Hasta aquí el relato de la tragedia, desarrollo y liberación del campo de concentración de Dachau, donde estuvo retenido el muchacho ruso que fue retratado e inmortalizado en la fotografía que suscito este breve, pero muy sentido artículo.
Ahora, y después de esta pesadilla de tintes psicodélico-macabros, que me propongo utilizar como materia ejemplarizante, intentaré alertarles sobre los grandes peligros que podrían llegar a amenazarnos en cuanto cualesquiera partidos, organizaciones, sectas ultrarreligiosas o fanáticos de extrema derecha, ocuparan y tomaran a su servicio las instituciones propias de las democracias liberales, que a mi juicio, no son tales democracias ya que solo permiten libertades formales y, en ningún caso, reales. Aún así, son las únicas herramientas de las que disponemos y, sí éstas nos fueran arrebatadas o, por algún otro mecanismo de índole totalitario, bloqueadas, podrían llevarnos a vivir una tragedia humanitaria de dimensiones desconocidas.
Cuando ante la más que plausible posibilidad de que volviera a emerger el fascismo en Europa, le preguntaron al historiador Emilio Gentile, su respuesta fue contundente:
No, no lo creo absolutamente porque en la historia nada vuelve, ni siquiera de una manera diferente. Lo que existe hoy es el peligro de una democracia que, en nombre de la soberanía popular, puede asumir características racistas, antisemitas y xenófobas. Pero en nombre de la voluntad popular y de la democracia soberana, que es absolutamente lo opuesto al fascismo, porque el fascismo niega absolutamente la soberanía popular.
Emilio Gentile
Tal como he afirmado desde el principio, yo no las tengo todas conmigo, es cierto que en caso de volver, el fascismo no adoptaría la misma forma, sino que se disfrazaría bajo diferentes identidades y apariencias y, en eso, se lo aseguro, son verdaderos especialistas.
Uno de los disfraces al que suelen recurrir es al de obreros populistas, simpaticones, desenfadados. Bajo este disfraz, suelen apelar a las entrañas, a ciertas formas de bestialismo y a la simplonería intelectual, una simplonería que, por desgracia, está muy extendida en muchos países como Italia, Francia o España.
Se muestran, igualmente, como corderos que empatizan con las carencias de la población en general, ya sean de naturaleza económica, fiscal o laboral. Con ello intentan invisibilizar el depredador social que llevan dentro, su verdadera naturaleza, lo que el gran poeta Antonio Machado dio en llamar “señoritos andaluces”, haciendo una clara referencia a los caciques y terratenientes de toda la vida.
Otra de las herramientas de las que suelen disponer con frecuencia es sacar partido de los miedos atávicos que en ocasiones atenazan a buena parte de las sociedades sin cultura política, sin otros referentes a los que agarrarse.
La extrema derecha y el fascismo están convencidos de que “pensar” y “reflexionar” son formas de castración, en el sentido, por supuesto, que pueden llegar a impedir la consecución de sus objetivos políticos.
Son, por tanto, el “antipensamiento”, la “no-razón”.
Para conseguir la destrucción es capaz de aliarse con grupos o elementos que, aunque pareciera que no son aliados naturales, son abducidos fácilmente por éstos. Me estoy refiriendo a la jerarquía de la iglesia católica, ortodoxa, evangelistas, nacionalismos minoritarios e, incluso, ciertas capas de la población sumidas en lo que el marxismo llamó el lumpenproletariado.
Por último, me gustaría aclarar que tanto la extrema derecha como el fascismo, no son una ideología más a tener en cuenta dentro del espectro ideológico. Son, por el contrario, un fenómeno de odio que persigue la destrucción del ser humano de manera integral, es decir, tanto física, psicológica, como espiritualmente.
Cuántos Dachau experimentamos cotidianamente, siempre que padecemos un empleo precario, vivimos un Dachau, cuando somos desahuciados de nuestra vivienda, vivimos un Dachau, en el momento en que no podemos acceder a una pensión digna, vivimos un Dachau, cuando no nos es posible crecer y desarrollarnos en un entorno sano, con acceso a la cultura y que nos facilite el libre desarrollo de nuestras potencialidades y personalidad, vivimos un Dachau…
Por esto mismo, me resulta tan difícil desligar capitalismo, fascismo y extrema derecha. En mi opinión, son la trinidad de la muerte, el mismo concepto, iguales objetivos, idéntica radicalidad contra todo lo bello que contiene el ser humano.
Cualquiera de nosotros puede ser “el muchacho de Dachau”.
Articulista. Nacido en Valladolid, pero cántabro de espíritu, soy colaborador habitual en los medios lapiedradesisifo.com y Lapajareramagazine.com. Autor del poemario «Transido de un abismo» y de títulos de próxima aparición como «La poliantea de los sentidos» y «Crónicas claudinas».