¿Cómo ha llegado Estados Unidos a esto? La polarización en la era Trump
La noche del 6 de enero de 2021 quedará guardada en la memoria de la mayoría de la población como uno de los hechos más graves ocurrido en las democracias occidentales en los últimos 40 años y como una de las consecuencias más visibles de la polarización social y política de un país.
Ese día sucedió el asalto al Capitolio por parte de los seguidores de Donald Trump, el polémico presidente por parte del Partido Republicano. Este hecho es llamativo precisamente por ocurrir en la única superpotencia mundial existente, en un país dotado de un proceso constitucional casi ininterrumpido y más acostumbrado a interferir en las políticas interiores ajenas que ver las propias rotas.
Muchos analistas se preguntaban cómo ha llegado el país norteamericano a esto. La realidad es que lo sucedido el miércoles es un paso casi inevitable en un largo proceso de polarización política, crispación y división social.
Este proceso, ocurrido a su vez en la mayor parte de las democracias representativas de modelo occidental, no es nuevo y ha ido creciendo lentamente hasta eclosionar en la elección de Donald Trump en 2016. Y si bien el magnate tiene mucho que ver con su aceleración, Trump no es la causa de la polarización: es un síntoma de esta.
La realidad social de los EEUU es la realidad de una sociedad dividida, partida por un fuerte conflicto racial y social, pero sobretodo, partidista, que la nueva derecha radical o alt-right a contribuido en potenciar, consolidar y mantener para poder sostener sus cuotas de poder.
Este proceso ha ido en aumento año tras año desde la década de los 80. Pero ha sido a partir de la llegada de los años 2000, la sociedad de la información y la modernidad líquida, cuando este proceso se aceleró de forma exponencial, mostrando las divisiones de la sociedad americana.
Si bien podría hablarse del gobierno de George W. Bush, posiblemente el acto más significativo de esta polarización social de los años 2000 venga con la crisis económica de 2008 (la Gran Recesión) y el gobierno de Barack Obama.
La llegada al poder de Obama y la crisis económica
2008 fue un año muy significativo para EEUU (y también para el resto del mundo) por dos razones.
Por un lado se celebraban las elecciones presidenciales entre el demócrata Barack Obama y el republicano John McCain.
Estos serían unos comicios sino fuera porque por primera vez un hombre negro podía llegar al poder en Estados Unidos, mostrando que la América homogéneamente blanca era un anacronismo propio de tiempos pasados. Este movimiento, no obstante, causó una reacción inmediata que sería el inicio de una profunda polarización del país.
Si bien John McCain era uno de esos conservadores que tienden al centro y los consensos, su candidata a la vicepresidencia era Sarah Palin del Tea Party, una corriente radical del Partido Republicano (o GOP, Grand Old Party) basada en la religión y la américa blanca como un pilar fundamental. El Tea Party se considera, de hecho, el primer intento de la derecha ultraconservadora de hacerse con el control del país y de dar la batalla cultural al progresismo, tratando de construir una nueva derecha radical sobre la base del neoliberalismo y el neoconservadurismo.
La influencia de este movimiento neoconservador era creciente y se vio reforzada con la llega de Obama, si bien el Tea Party solo consiguió influencia entre la generación del Baby Boom y anteriores, no consiguiendo aumentar el voto clásico de los conservadores. Es decir, el Tea Party no logró conectar del todo con las clases medias y blancas, ni tampoco en sectores juveniles, muy a pesar de haber adoptado un cierto discurso anti-establishment. Obama ganó.
Por otro lado, llegó la crisis económica de 2008 con la caída de Lemhan Brothers. Esta dolorosa crisis se transformó en un auténtico shock para los EEUU y para la mayor parte del mundo. Todas las economías modernas sufrieron una gran recesión cuyos efectos todavía se notan, provocando por primera vez desde hacía decadas una desafección hacia los propios pilares del sistema y dejando al descubierto las propias contradicciones y fallos del mismo.
Esta crisis fue el hecho que más afectó a la polarización ya que, por un lado, golpeó las expectativas y sueños de la generación millenial, la primera generación en décadas que viviría peor que sus padres, con una merma del poder adquisitivo y peores condiciones laborales.
Por otro lado, esta crisis aumentaría la desigual distribución de la riqueza, golpeando especialmente a las clases medias y bajas, hasta el punto de hacer desaparecer a estas primeras casi en su totalidad.
Ambas cuestiones se ahondaron con la aplicación en casi todos los países afectados de la receta neoliberal, esto es: recortes presupuestarios, reducción y privatización de servicios públicos, eliminación y/o simplificación de prestaciones sociales y aumento de impuestos indirectos. Todo ello acompañado de medidas de represión y mantenimiento del orden público que se vio en las famosas leyes para el control de la información en Internet, como SOPA o PIPA.
Aunque Obama intentó ser un candidato de consenso, las posturas entre ambos partidos se encontraban radicalizadas. El Partido Republicano fue un furibundo detractor del mandatario.
Las consecuencias de la crisis económica espolearía las divisiones sociales, además de empujar a los jóvenes al activismo, fuera de carácter revolucionario o reaccionario. De hecho, 2011 y 2012 fueron años de movilizaciones en todo el mundo, especialmente promovidas por el movimiento Occupy Wall Street (EEUU), el Movimiento 15M (España), la Primavera Árabe (norte de África y Asia Occidental), United for Global Change (Global), Yoy Soy 132 (México) o Anonymous (Global).
La nueva derecha radical o alt-right: artífices de la polarización
Durante la legislatura de Obama y como consecuencia de la crisis de 2008, se disparó el uso de redes sociales y foros de Internet. No en vano, los intentos de controlar Internet mediante leyes con la excusa de proteger los derechos de autor fue una constante precisamente porque se convirtió en el principal medio de comunicación e información del activismo moderno.
Algunos de estos de carácter más privado fueron los foros 4chan o Reddit. Estas comunidades anónimas sirvieron para descargar la frustración surgida a raíz de la crisis y fueron el origen de muchos de los memes que después poblaron el resto de Internet e incluso los medios de comunicación tradicionales. Además, había un perfil muy concreto de participante: hombre blanco menor de 30 años.
Estos foros se hicieron famosos por los “trolleos”, las bromas y el humor negro. El contenido en principio se hacía fortheLulz, es decir, “por las risas”. Pero sus principales objetivos eran todo lo no era esa comunidad: mujeres, personas LGTB o racializadas. Con la excusa del humor, el contenido racista, machista, xenófobo y homófobo era común. No obstante, también hay que decirlo, sectores de dichas comunidades se caracterizaron justo por lo contrario y se redirigieron a un activismo de corte más progresista cercano al anarquismo, lo que dio lugar, por ejemplo, al concepto de Anonymous.
Esto generó una comunidad identitaria que sería el germen para la alt-right. Mientras la mayoría de la izquierda moderna, aunque apoyándose en Internet y las redes sociales, seguía con métodos tradicionales como el activismo presencial, las marchas o las acampadas, la nueva extrema derecha crecía en los rincones oscuros de Internet, disfrazando su odio de humor negro protegido tras el anonimato.
Así aparecieron dos referentes de este movimiento: Breitbart News y Radix Journal. Estos lugares virtuales serían los lugares donde el corpus de la alt-right crecería y se desarrollaría, naciendo una ideología basada en el nacionalismo, el etnocentrismo blanco, el conservadurismo social y el antiliberalismo.
De hecho, poco después, el movimiento tendría dos «corrientes» más o menos definidas: una más cercana a Breitbart News con Steve Bannon como su principal referente, más desenfadada, políticamente incorrecta y centrada en el etnocentrismo de carácter más territorial; y otra más cercana a Radix Journal con Richard B. Spencer como principal portavoz, más clásica y tradicional y más enfocada al etnocentrismo blanco y al antisemitismo.
A cualquier observador que conozca la historia, verá las amplías similitudes de este movimiento con el fascismo clásico.
Lo importante de la alt-right además no es solo su ideología, que es la clásica de la extrema derecha, sino su amplio manejo de las redes, su penetración el discurso juvenil y su capacidad para crear agenda. Al fin y al cabo, la alt-right sentó sus bases ideológicas en lo que una vez intentó el Tea Party, así como en las teorías de Alain de Benoist, escritor de La Nueva Derecha (1981) y del paleoconservadurismo del escritor Paul Edward Gottfried. Lo novedoso de la nueva derecha radical es el uso de tácticas comunicativas que le permiten romper el techo de la extrema derecha clásica.
Así, usando un tono irreverente, sarcástico y “políticamente incorrecto” consiguió elevar a límites nunca vistos el apoyo a estos discursos, sirviendo de sustento para toda la extrema derecha global y de base para la polarización que estaba por venir.
Identidad, polarización, división social y partidismo
Si bien Barack Obama intentó ser un candidato de consenso, jamás hubieron acercamientos entre ambos partidos, fruto de la polarización constante. Este hecho queda visible en la polarización asimétrica defendida por los politólogos Mann y Ornstein: el Partido Republicano ha girado mucho más a la derecha que el demócrata a la izquierda.
Así, la mayoría de personalidades del GOP han cambiado de los grandes centristas a los conservadores, mientras que si bien en el Partido Demócrata han aparecido nuevos izquierdistas (incluso socialistas democráticos como Bernie Sanders u Ocasio-Cortez) son los grandes centristas los que manejan el partido (como Hillary Clinton o Joe Biden).
El giro ultraconservador del Partido Republicano hizo que la mejor manera de definir a cada formación política sea por su oposición al otro. Y esto mutó a su electorado (y viceversa), pues terminó por arrastrar el debate político al fango y marcar la agenda de una oposición progresista que no ha sabido estar a la altura.
La división por partidismo es la principal división de la sociedad estadounidense, por encima de la raza, religión o sexo, según los análisis sociológicos.
Si en 1994 menos de un 20% consideraba que ser del otro partido era algo inaceptable, en 2014 un 38% de demócratas consideraba que era intolerable ser republicano y un 43% de republicanos consideraba que era intolerable ser demócrata, según las medias anuales del prestigioso Pew Research Center.
Esta crispación ya se podía percibir con Obama, ya que, candidato tras candidato, cada partido valoraba peor a su oponente: el 81% de los demócratas aprobaban la gestión de Obama por solo el 14% de los republicanos, según los datos del Pew Research Center. Este proceso se repitió y aumentó con Trump.
Hoy, el voto a un partido define los valores personales mucho mejor que la raza, estudios o edad. Y esto a su vez ha traído una división identitaria bastante evidente: por ejemplo, la gran mayoría de afroamericanos votan al Partido Demócrata. A su vez, es muy posible que un estadounidense blanco sin estudios superiores sea un votante del GOP.
Aunque el perfil de votantes de uno y otro partido siempre ha estado más o menos definido, siempre ha habido una gama de grises puesto que las posturas de los candidatos de ambos partidos no han sido
El fenómeno Trump y el voto de la ira
Conforme EEUU se iba abriendo a la modernidad, la sociedad y la cultura hacían un reflejo: la sociedad multirracial, del feminismo, la diversidad sexual y del mundo urbano. Y, con estos avances, el progresismo posmoderno iba de la mano, lo que se ha reflejado en la vertiente más izquierdista surgida del descontento de la crisis económica, dando lugar al feminismo de Tercera Ola, al avance del ecologismo o al Black Lives Matter, que analizaban ejes de opresión y discriminación más allá del clásico eje trabajador-propietario.
Y había un conjunto social que no se veía representada en esta forma de ver la vida. Una parte de la sociedad que veía muy lejos los grandes medios de comunicación liberales, la luz de las ciudades y la corrección de los políticos de Washington D.C..
Esta clase estaba participada por un gran conjunto de obreros de áreas urbanas, rurales y la llamada “White Trash” (basura blanca) los blancos de los estados pobres y agrarios de EEUU, social y culturalmente estigmatizados y parodiados de múltiples maneras.
Obama había sido un elemento de polarización para estas clases que se enfrentaban por primera vez a un presidente negro.
Hillary Clinton, la candidata a sucesora de Obama, volvía a repetir el patrón. Aquí entraba no solo el sexismo de la primera mujer presidenta, sino también, ver a Hillary Clinton como la representación política del establishment de Wahisngton. De hecho, en una sociedad en constante polarización, Clinton tampoco consiguió seducir al electorado más progresista precisamente por estos motivos, por mucho que fuera una mujer.
El desprecio al rival también quedó patente cuando Hillary Clinton llamó deplorables a los seguidores de Trump.
Y entonces apareció Donald Trump. Parecía poco lo que podía hacer un multimillonario de cuna para identificarse con esta clase blanca. Pero, apoyado por la alt-right de Steve Bannon, representando estos valores paleoconservadores y reaccionarios y mediante el uso de una comunicación incorrecta, vulgar y directa, Trump conseguía conectar con esa masa que se sentía olvidada, incluyendo a la juventud.
Y para, sorpresa de las élites liberales y progresistas, venció. Y este no era un hecho tan sorprendente: en las distintas encuestas, se veía que Hillary Clinton estaba en peor posición para ganar a Trump que Bernie Sanders (el otro candidato del Partido Demócrata). Al menos, Bernie Sanders sí conseguía conectar con el electorado más de izquierdas y opuesto a Trump y no pertenecía a la vieja élite demócrata (hecho por el cual probablemente no ha conseguido nunca ganar las primarias).
Así, movido por este voto de la ira, coincidiendo varios factores como la alt-right y la masa blanca descontenta, Donald Trump consiguió vencer.
El Partido Republicano: de la derecha moderada a la polarización radical
Trump representaba perfectamente a una buena parte del votante republicano. De hecho, su presencia consiguió acabar de transformar el GOP en un partido prácticamente más cercano a la extrema derecha que a la derecha clásica, posición que la corriente representada por Hillary Clinton terminó por ocupar.
Según una encuesta hecha a más de 2000 expertos en análisis de partidos, tomando para este análisis los valores sociales (liberal Vs conservador) y económicos (izquierda Vs derecha), el Partido Republicano encaja como partido conservador autoritario.
En el panel sobre la defensa de los derechos democráticos y las minorías, el GOP destaca entre los partidos más radicales a la derecha junto por ejemplo, Fidesz, la extrema derecha de Hungría.
Y esto no debería sorprender a nadie: en la CPAC, el gran evento de los conservadores americanos, la extrema derecha europea y de América Latina han sido los invitados de honor de los últimos 5 años.
Pese a todo, en este proceso de radicalización, el GOP ha luchado por no ser devorado por el trumpismo. Dado que aún existen republicanos enfrentados al Presidente y también por la prematura derrota de Trump, es posible que puedan enfrentar esta nueva corriente. Al fin y al cabo, el discurso antipolítico y anti-establishment de Trump y que ha roto consensos ya establecidos históricamente entre el bipartidismo estadounidense, no ha gustado a todo el mundo en las filas republicanas, donde coexisten varias corrientes y grupos de poder. Por otro lado, la pésima gestión de la pandemia y sus declaraciones acientíficas le han granjeado también muchas voces en contra.
El Partido Republicano en los próximos años tendrá que decidir si enfrentar el trumpismo mientras las viejas élites conservadoras retoman el control del partido o dejarse arrastrar por la nueva hornada de ultraconservadores seguidores de Trump.
Electoralmente la segunda opción podría ser más eficiente que la primera, pero hay muchos intereses de por medio.
El gobierno de Trump
Muchos esperaban una moderación del presidente al alcanzar el poder y un incumplimiento de sus promesas electorales, algo habitual en los canddiatos populistas. No pasó.
El Presidente volcó sus esfuerzos en cumplir su agenda extremista y en ahondar en ciertos valores conservadores sobre los que había pasado de puntillas en campaña, pero que obedecían a los intereses de sus aliados más radicales.
Por ejemplo, nada más llegar al poder, quitó la parte LGTB de la web de la Casa Blanca y emprendió al año una cruzada legal contra los derechos de las personas LGTB, pese a que en campaña no profundizó en este tema y aseguró que tenían nada que temer. También eliminó el castellano de los sitios web oficiales del gobierno de los EEUU.
Siguiendo la estrategia de la extrema derecha, hizo del «nosotros contra ellos» la principal fe de su mandato, siendo el «nosotros» sus votantes y el «ellos» todos los que no apoyaban al mandatario. Es decir, se dedicó en cuerpo y alma en construir un relato de confrontación social y política, donde los rivales políticos urdían extraños y pintorescos planes para arrebatarle el poder y socavar los valores estadounidenses mientras que él y sus seguidores eran los salvadores de la patria que «Harían América grande otra vez».
En este caso es interesante el caso de la desigualdad racial. Un problema sobre el que Trump ha sido en el mejor de los casos equidistante, ya que su base electoral está llena de supremacistas blancos, como los Proud Boys.
Además de desactivar medidas de la administración Obama en este sentido, realizó muchas actividades simbólicas, como la defensa de las banderas confederadas en las bases militares o sus declaraciones en el atentado de Charlottesville
Allí un grupo supremacista convocó una manifestación racista. Manifestantes antifascistas y antirracistas acudieron. El conflicto no fue a más hasta que un neonazi atropelló con su vehículo a una multitud de manifestantes antirracistas. El FBI lo calificó de terrorismo interno.
Donald Trump dijo que habían personas malas y buenas en ambos lados y que ambos habían cometido errores.
Podría disparar a alguien en mitad de la Quinta Avenida y no perdería a ningún votante – Donald Trump.
Otra de las características de su mandato es que cada paso o acción va en clave nacional dedicado exclusivamente a sus votantes.
De hecho el presidente ignoró la agenda internacional donde los EEUU salieran constantemente beneficiados, un órdago que no ha podido mantener.
Pero ha resultado ser una estrategia exitosa. La desaprobación del mandato de Trump siempre ha sido mayor que su aprobación, pero sorprendentemente, estos valores han sido constantes. Esto significa que los votantes no se movían de sus posiciones pese a los escándalos y exabruptos. Y el año 2020, con una crisis pandémica y unas elecciones, ha sido el mejor ejemplo de esto.
2020: el año en que la polarización estalla
2020 se presentaba como un buen año para Donald Trump. En febrero, todas las encuestas de las elecciones de se año daban como ganador al Presidente.
El aparato demócrata se negaba a presentar al socialista democrático Bernie Sanders, por lo que elegía como candidato de transición a Joe Biden, un veterano político de 78 años con escasas posibilidades de vencer a Trump. Dada la poca probabilidad de que Trump no consiguiera revalidar su mandato, como viene sucediendo en casi todos los casos (pues la mayoría de presidentes están al menos dos legislaturas), tendrían cuatro años por delante para preparar a una joven promesa demócrata que aprovechara el fin de Trump para 2024, ya que la Constitución de EEUU prohíbe estar más de 8 años en la Casa Blanca.
Donald Trump se encontraba ya en precampaña electoral, usando las primarias republicanas, que ese año eran una mera formalidad. Fiel a su estilo, el discurso del Presidente dibujaba una América para los suyos, tratando de afianzar el apoyo popular conseguido previamente.
Y, en ese momento apareció la Covid19. Trump, más preocupado por la reelección y por la economía como su principal baza para la ganar las elecciones, se negó a aplicar medidas de aislamiento y minusvaloró la enfermedad, desoyendo los consejos de la comunidad científica y dando alas a absurdas teorías conspirativas que, a su vez, alimentaban la polarización, enfrentando a sectores sociales diferentes.
Con esto, se consiguió lo imposible: la enfermedad se convirtió en un fenómeno político polarizado. Mientras los republicanos se negaban a las medidas de confinamiento y renegaban de la enfermedad, valiéndose para ello de teorías de la conspiración como la Plandemia, los demócratas apostaban por las restricciones de movilidad y la distancia social, además de validar lo aportado por la ciencia.
Los Estados, según su signo político, optaron por medidas contra la CoVid19 o no, o más o menos lazas. Lamentablemente, lo que se sabe ahora es que, no se salvaron vidas ni la economía.
Además, otro problema endémico de EEUU tomó protagonismo. En junio, el afroamericano George Floyd moría estrangulado por un policía blanco. Su muerte fue la chispa que encendió una serie de protestas raciales que reavivaron el movimiento Blacks Lives Matter (BLM).
Aunque la primera reacción de Trump fue amenazar con utilizar la Guardia Nacional e incluso el ejército, éste último se negó participar en actividades civiles.
Estas protestas encendieron el país durante meses, causando una reacción. Aparecieron milicias de derechas, portando símbolos libertarios o directamente supremacistas, que se enfrentaron con violencia a los manifestantes del BLM, a los antifascistas y a la izquierda. Las peleas, tiroteos, heridos y muertes aumentaron. También aparecieron milicias ligadas al BLM en los últimos meses, aunque según los expertos, la proporción es de 5 a 1 a favor de las milicias derechistas.
En vez de intentar apaciguar los ánimos, el Presidente Trump condenó cualquier actuación del BLM mientras justificaba las acciones de las milicias derechistas. Preparándose para la campaña, prometió una política de ley y orden. De hecho, en el debate electoral, se negó a condenar a los Proud Boys y a las milicias supremacistas.
Incluso hubo una polarización con el voto por correo. En todo momento Trump desaconsejó usar este método porque sería usado para un fraude masivo contra él mientras los demócratas pedían usarlo para evitar que aumentaran los contagios, es decir, como medida de prevención.
De este modo, el magnate creaba un relato que justificase lo que decían todas las encuestas: que sería derrotado por Joe Biden. Y así pasó.
El plan de Trump, que fue denunciado incluso por Bernie Sanders, era poner en tela de juicio un sistema de voto, como es el voto por correo, aceptado desde siempre por ambos partidos, debido a que estos votos se cuentan siempre al final, tras el conteo del voto presencial. Así, al haber votado la gran mayoría de demócratas por correo y la mayoría de republicanos de manera presencial, seguramente la primera noche daría como ganador provisional a Donald Trump, momento que aprovecharía el mandatario para realizar acusaciones de fraude y proclamarse como ganador.
Finalmente, Trump fue derrotado.
Analistas coinciden en que la mayor explicación de su derrota viene por la gestión de la crisis sanitaria. El Presidente Trump desoyó la pandemia pensando que si la economía iba bien hubiera sido reelegido. Posiblemente es el mayor error político en tiempo.
Si hubiese apostado por el confinamiento y la distancia social, es posible que hoy Trump hubiera sido reelegido. En cambio, perdió y a 8 de enero EEUU encabeza el podio mundial de muertes por Covid19 con 365.000 fallecimientos.
Pero a la pandemia se le sumó el conflicto racial y el rechazo hacia su persona. Si bien Trump consiguió recibir más votos que en las anteriores elecciones donde ganó, su rival Biden reunió todo el voto anti Trump. Y el mandatario perdió. Pero no en su cabeza.
Revertir las elecciones y las teorías de la conspiración
Y es que nada más perder las elecciones, tal y como Bernie Sanders había advertido, el Presidente denunció un fraude masivo y se lanzó a una ofensiva judicial para revertir los comicios. Sus abogados prometieron decenas de pruebas que demostrarían dicho fraude.
De la misma manera las redes se llenaban de bulos y teorías de la conspiración donde vídeos sin fecha ni lugar ni contexto eran “pruebas del fraude” mientras se presentaban teorías de la conspiración absurdas, como que las papeletas estaban marcadas con una impronta porque Trump sabía que había fraude, vendiendo la idea de que Trump tenía un gran plan mediante el cual, casi mágicamente, la verdad saldría a la luz y se desmontaría la conspiración demócrata.
Una a una, las demandas se perdían en los tribunales al no poder mostrar pruebas, pero esto no desanimaba a los seguidores del mandatario, que en redes defendían que podía ganar y presentaban todo tipo de estrategias descabelladas para su victoria.
El habitual proceso de traspaso de poderes que normalmente no genera ningún interés se convirtió en un calvario donde el mandatario intentó retorcer cada ley para mantenerse en el poder, al tiempo que aprovechaba los últimos días de su mandato para indultar y colocar a los suyos en puestos clave de la administración, ahondando cada día en la crispación y polarización social.
Primero, intentó demostrar un fraude electoral inexistente.
Segundo, una vez agotada la vía anterior, intentó convencer a los legisladores republicanos para que no certificaran los resultados.
Si los resultados no se certificaban antes del 14 de diciembre, entonces cada estado tenía un voto para elegir al Presidente y los republicanos contaban con mayoría. Por supuesto, los legisladores no se acogieron a esta vía escasamente legal, por muy republicanos que fueran.
En tercer lugar, intentó que los representantes del colegio electoral no fueran los escogidos normalmente, sino que los senadores republicanos escogieran electores republicanos.
En cuarto lugar y fallado esto, Trump pensó en aplicar la ley marcial para ignorar las elecciones o incluso en una salida que incumbiera al ejército. Los generales avisaron de que no se iban a inmiscuir, al tiempo que los ex Secretarios de Defensa del país que todavía siguen vivos publicaron una carta conjunta que avisaban de las intenciones del todavía presidente. Ese mismo día, The Washington Post publicó unas grabaciones telefónicas filtradas donde Donald Trump resionaba al Secretario de Estado de Georgia para que sumara 11.780 votos a su candidatura, lo que le serviría para sumar los 16 electores de Georgia a su total.
Durante todo este proceso, desde su cuenta de Twitter y redes sociales el mandatario seguía diciendo que le habían robado las elecciones y llamando a luchar para evitar el robo mediante la consigna Stop the steal, alimentando aún más la polarización.
En este proceso defenestró a muchos de sus viejos aliados que certificaron que no había habido fraude a favor de los que seguían su narrativa: la cadena Fox, su principal aliada, fue sustituida por Newsmax y One America News (OAN). Varios altos cargos del pentágono fueron destituidos, al igual que el Fiscal Barr.
Una política de tierra quemada que le valdría para reforzar su narrativa y volver a presentarse en 2024 bajo el pretexto del robo de las elecciones.
El asalto al Capitolio
Con todas las opciones defenestradas, Trump presionaba a su vicepresidente para una última vía escasamente legal: que el vicepresidente descartara los votos del Colegio electoral y le nombrase candidato.
Así, el mismo día de la certificación, Trump convocó a sus seguidores a las puertas para ejercer presión. En el mitin ante ellos dijo “si él hace lo correcto, ganamos”, refiriéndose a Mike Pence, su vicepresidente.
Pence, por su parte, se distanció de su compañero y declaró que no podía hacer nada para evitar el proceso. Y el resto ya es historia: una masa antidemocrática de seguidores de Trump se coló armada en el Capitolio para impedir la ratificación de Joe Biden como presidente electo, hecho que consiguieron durante unas horas hasta que, finalmente, la Guardia Nacional y los SWAT desalojaron el edificio y se impuso un toque de queda para controlar la situación. Así, a las 2 de la mañana (Greenwich), Biden era por fin presidente de los Estados Unidos.
Este hecho es simplemente impensable, y muestra hasta qué punto una parte de la población está dispuesta a seguir las palabras de un líder que no ha podido demostrar nada ante la justicia.
Esta parte de seguidores está encerrada en una cámara de eco, donde solo escuchan lo que les refuerza. Cada palabra que dice lo contrario, se convierte en el enemigo y en un miembro de esa élite a la que señalar como enemiga, sean rivales tradicionales como los demócratas o cualquiera que no actúe bajo los designios de Trump, como el FBI o los jueces, etc..
El escenario de polarización de EEUU tiene una difícil vuelta atrás. Aunque el Presidente ha aceptado su derrota (parcialmente) la crispación y la división social fraguada durante años no termina con la derrota de Trump.
Él mismo puede seguir con su retórica del robo, enardeciendo a las bases republicanas. Por su lado, Joe Biden ha prometido sanar las heridas de América. Una tarea realmente difícil y que quizás no esté al alcance de su mano.
Hoy los conflictos raciales y partidistas dividen el país. Muchos analistas hablan de un posible conflicto civil, un suceso que, aunque de momento parece improbable, no es del todo descartable.
La polarización es un mal de este tiempo. Y más si se blanquea a los autócratas populistas que solo desean mantener el poder a costa de la polarización.
Director de Al Descubierto. Estudiante de Ciencias Políticas y máster en Política Mediática. Apasionado del estudio y análisis del hecho político, con especial interés en el fenómeno de la extrema derecha, sobre la que llevo formándome desde 2012. Firme defensor de que en política no todo es opinable y los datos, fuentes y teorías de la ciencia social y política deben acompañar cualquier análisis.
Excellent artículo