¿Fue el fascismo francés pionero? Del siglo XIX al régimen de Vichy
Michel Vidal, personaje ficticio de la aclamada serie francesa, Baron Noir, dice en uno de los episodios que “la fuerza del fascismo y del totalitarismo es robar nuestras palabras, las palabras de una revolución popular”.
Además, añade que se puede encontrar en el uso de esa técnica, adueñarse de las palabras y la fuerza de la revolución popular, en el motivo por el que los héroes comunistas franceses, el Círculo Proudhon o los socialistas blanquistas terminaron apoyando a personajes y movimientos ultraderechistas como Georges Boulanger o Acción Francesa, o directamente aceptando y defendiendo ideas antisemitas y racistas.
El político dice lo anterior delante de una joven generación de militantes de izquierdas antifascistas que le miran expectante. Lo dice con tono de advertencia. Sabe perfectamente que de igual forma que ocurrió puede volver a ocurrir. Y, efectivamente, viendo cómo la nueva derecha radical se multiplica en Europa y gana enteros en los sondeos en Francia de cara a los próximos comicios, probablemente vuelva a pasar.
Por ello, a pesar de que el personaje y la serie son parte de una ficción, esa escena, y las palabras de ese político francés, contienen un enorme grado de certeza y de realidad.
No obstante, Francia, como cuna de los estados de derecho basados en un sistema de democracia representativa de tipo liberal, y como punto de partida de varios movimientos políticos, incluyendo la extrema derecha moderna a partir de la escuela de la Nouvelle Droite, o de la derecha conservadora dura de tipo gaullista, merece la pena ser estudiada en profundidad, incluyendo las características y el origen del fascismo francés, yendo desde sus primeras manifestaciones y como se fue desarrollando y convirtiendo en todo un movimiento político de masas en el siglo XIX, hasta desembocar finalmente en el régimen de Vichy.
Zeev Sternell y el nacimiento del pre fascismo francés
Comúnmente, se afirma que el fascismo nació como tal en Italia con Benito Mussolini y creció y se desarrolló en Alemania con el nazismo de Adolf Hitler, en España con el falangismo y el nacionalcatolicismo de Francisco Franco, en Portugal con el corporativismo católico de António de Oliveira Salazar… entre otros ejemplos, dejando a potencias como Francia, Estados Unidos o Reino Unido no solo exentas de fascismo, sino también como víctimas del mismo, mostrándose frente al mundo como las democracias que lo derrotaron.
Según Zeev Sternhell, uno de los historiadores más reconocidos en lo referente al estudio del fascismo, difiere un tanto en cuanto a estas posturas. El historiador postula que Francia no sólo no habría sido inmune a la ideología fascista, idea que además es bastante popular en muchos sectores intelectuales del país, sino que se podría encontrar los orígenes de la ideología fascista en ese mismo país. Es decir, que el fascismo francés sería en realidad uno de los gérmenes del fascismo en sí mismo, a la ideología fascista en su totalidad.
La tesis de Sternhell es que el fascismo surgiría efectivamente en el país galo en el siglo XIX como síntesis de dos ideologías ideológicamente contrapuestas, pero que debido a factores históricos y contingentes consiguieron confluir hasta eventualmente formar suerte de prefascismo, anterior incluso que las ideas de Mussolini.
Estas dos corrientes serían tanto de izquierdas como de derechas: por un lado, una derecha revolucionaria y, por otro lado, una izquierda que tras una revisión del marxismo terminaría aceptando tesis nacionalistas.
El autor explica que esta derecha revolucionaria surgiría como resultado de una unión entre diferentes tipos de movimientos de derecha del país que, debido al fenómeno de la sociedad de masas, terminaría derivando hacia posturas populistas. Aunque suene extraño, ideas similares ya surgieron en Alemania durante los años posteriores a la Primera Guerra Mundial bajo el nombre de Konservative Revolution.
Por otro lado, esa izquierda nacionalista, explica, rechazaría las tesis internacionalistas del primer marxismo y comenzaría un proceso de revisión de las ideas materialistas y racionalistas propias de la teoría de Karl Marx hasta desvincularse totalmente del proyecto ilustrado, característico de la izquierda del país.
Es preciso recordar que el internacionalismo, esto es, la idea de que las personas trabajadoras comparten unas mismas desigualdades independientemente de la nación o del país y que por eso deben unirse y reivindicar sus derechos por encima de los intereses del país, forma parte intrínseca del espectro de la izquierda. En Rusia, Alemania e Italia también habían surgido corrientes e ideas similares que rechazaban el internacionalismo, que luego desembocarían en el nacionalbolchevismo.
Los que ambas ideologías compartían en un primer momento era un común rechazo a la democracia política de la época y a la ideología liberal, pero poco a poco, según el autor, comenzarían a aceptar ideas de corte más reaccionario que acabarían conformando las bases de lo que sería la futura ideología fascista. Esta es la idea central de ese pre fascismo francés y que no se dio, en principio, en Alemania o en Italia, o al menos no de la misma forma y en ese momento.
Algunas de estas ideas serían el darwinismo social, el racismo y antisemitismo, un elitismo antidemocrático, un conservadurismo antirrepublicano, la crítica a la modernidad y una obsesión por la teórica decadencia de la sociedad y civilización occidental.
Pero, ¿por qué si estas corrientes ya estaban o se daban de forma similar en otros países, en Francia tuvieron un desarrollo diferente? Además de los factores puramente ideológicos, dos eventos políticos e históricos precedieron y aceleraron el desarrollo de este fascismo francés primigenio: primero, el movimiento político del boulangerismo, y segundo, el affaire Dreyfus.
En primer lugar, el boulangerismo fue un movimiento nacional populista liderado por el general Georges Boulanger, surgido en una situación de enorme crisis social, política, económica y de régimen de la III República francesa, en la década de 1880.
Este movimiento fue fundamental para la génesis del futuro fascismo debido a que representó una de las primeras experiencias de movimiento político de masas erigido en torno a un líder estrictamente populista.
Entre las novedades que introdujo se puede citar un nacionalismo belicista marcado por una crítica constante a la corrupción de las élites. Este nacionalismo tenía la peculiaridad de que por primera vez en la historia política de la derecha francesa introducía elementos y reivindicaciones sociales para conseguir el apoyo popular. Además, otro elemento novedoso fue la difusión de ideas y propuestas mediante medios de propaganda modernos, concretamente a través del uso de fotografías y canciones. Un claro antecedente de lo que haría más tarde el fascismo, pero unos 40 años antes.
Por tanto, la experiencia del boulangerismo fue pionera a la hora de usar una serie de elementos políticos combinados, como fueron el ultranacionalismo belicista, un populismo social, y el uso de propaganda masiva, que posteriormente serían pilares fundamentales para la ideología fascista del siglo XX. La derecha antirrepublicana, monárquica y católica vio en el general una esperanza para sus propósitos. Por su parte, los republicanos temían la llegada de una dictadura, con una especie de renovado Luis Napoleón.
Sin embargo, Boulanger no llegó a hacer realidad sus deseos. Tras su triunfo en París en enero de 1889, ya que fue el candidato más votado con notable diferencia, sus seguidores se echaron a la calle generando un movimiento de masas que lo acercó al poder. Los sectores más reaccionarios de la vida política francesa le animaron a hacerlo, pero él no quiso dar un verdadero golpe de Estado. El gobierno aprovechó la indecisión de Boulanger, y actuó rápidamente, poniendo en marcha un proceso judicial contra él, bajo la acusación de vulnerar la ley. Boulanger decidió marcharse a Bruselas y se suicidó en 1891 a causa de la depresión que le produjo la muerte por tuberculosis de su amante.
En segundo lugar, el affaire Dreyfus hace referencia a un episodio histórico de antisemitismo en el cual el capitán, Alfred Dreyfus, fue acusado injustamente, como consecuencia de un complot de los altos mandos del ejército francés, y mediante el uso de pruebas falsificadas, de alta traición y espionaje contra su país.
El proceso judicial terminó con una condena perpetua con pena de exilio para el capitán judío, la cual no fue rectificada por la justicia francesa tras revelarse con el paso de los años los entresijos de dicha conspiración. Este suceso dividió a Francia en dos bandos: los defensores de la inocencia del militar y los defensores de su culpabilidad, y conformó un enorme sentimiento antisemita en el imaginario colectivo de la sociedad francesa.
Este sentimiento llegaría también a la vida política, siendo predominante en los sectores derechistas del país, pero también frecuente en ciertos sectores izquierdistas, los cuáles acusarían a la población judía de formar parte, o de apoyar, a la burguesía del país, convirtiéndose casi en un prejuicio estructural y transversal a la vida y sociedad francesas.
De nuevo, esta experiencia antisemita marcaría la historia posterior de Francia permitiendo a los posteriores movimientos fascistas canalizar el descontento y sentimientos negativos de la población contra los sectores judíos, tal y como se sabe que sucedió en Alemania y que fue el primer paso del genocidio judío, conocido como el Holocausto.
Limitaciones y críticas a la tesis de Sternhell
Sternhell continúa su argumentación afirmando que los elementos prefascistas anteriormente expuestos conectarían necesariamente con el posterior régimen de Vichy de los años 40, una región francesa que impondría un estado fascista títere de la Alemania Nazi tras la invasión de Hitler del país galo tras una batalla de breve duración a las órdenes de Phillipe Petáin.
Existiría un hilo, a su juicio, entre los primeros elementos ideológicos y la posterior plasmación práctica. Entre medias, se situaría el periodo entreguerras, donde los pequeños círculos intelectuales mencionados pasarían a convertirse en grandes partidos de masas gracias a movimientos políticos como los Camisas Verdes de Henry Dorgéres o el Partido Popular Francés de Jacques Doriot.
No obstante, esta hipótesis del autor ha sido criticada por diversos historiadores, los cuáles no ven tan evidente el vínculo entre ese primer fascismo francés y el posterior régimen de Vichy.
Muchos autores consideran que Sternhell se centra demasiado en los factores ideológicos y no dota de la suficiente importancia a un elemento fundamental para el desarrollo del fascismo: el estallido de la Primera Guerra Mundial y la posterior crisis que esta desencadenó.
En esta línea, autores como George L. Mosse, Emilio Gentile, o Enzo Traverso señalan que la crisis de civilización que produjo la Primera Guerra Mundial es condición sine qua non para entender el salto de pura ideología a movimiento de acción en el desarrollo de la ideología fascista, y no tanto los antecedentes que se dieron décadas atrás.
Estos señalan que la Gran Guerra significó el hundimiento definitivo del Antiguo Régimen europeo, instaurado en el Congreso de Viena de 1815, la reinterpretación del orden liberal, y la transformación hacia posturas más agresivas, imperialistas y militarizadas de la ideología nacionalista, lo que consideran variables más firmes a la hora de entender la vertebración social e ideológica del régimen de Vichy.
Por lo tanto, sería gracias a este periodo histórico, y a su posterior crisis, que los elementos prefascistas se articularían en, ahora sí, movimientos fascistas.
Como añadido, un elemento fundamental de la tesis de Sternhell, la síntesis entre corrientes de izquierda y de derecha, ha sido igualmente puesto en duda. En esta línea, otros historiadores consideran que dicha unión solo se encuentra presente en el caso francés e italiano, pero no sería un elemento puramente inherente a la formación del fascismo, ni tampoco del fascismo francés. Por ejemplo, ni en el fenómeno nacionalsocialista ni en el franquista, dos de las variantes más importantes de inspiración fascista, podemos encontrar dicha unión entre izquierda y derecha.
Por lo tanto, esa idea podría, en todo caso, permitir estudiar y entender el surgimiento del fascismo francés e italiano, pero no puede ser una hipótesis generalizable al conjunto de la ideología fascista en sí misma, por lo que podría no tener tanta relevancia en la creación del fascismo a escala global tal y como plantea Sternhell.
El fascismo francés y sus movimientos en el periodo entreguerras
El periodo posterior al fin de la Primera Guerra Mundial se preveía beneficioso para el país galo, parte del bando vencedor del conflicto militar y uno de los principales beneficiarios del polémico Tratado de Versalles, que supuso un grandísimo coste moral y económico para las potencias perdedoras, especialmente para Alemania.
Gracias a la victoria militar, Francia pudo recuperar las históricas provincias de Alsacia y Lorena, perdidas en la Guerra Franco-Prusiana de 1870, y agrandar sus conquistas imperialistas a costa de dos de los perdedores, Alemania y Turquía. Pero la realidad es que el coste humano, material y económico asumido durante el conflicto, sumado a la inestabilidad histórica del régimen de la III República como consecuencia de la corrupción sistemática, provocó un caldo de cultivo para que movimientos revolucionarios pudieran desarrollarse gracias a la enorme crisis que arrasaba el país y Europa.
En este sentido, debido a la falta de alternativas propuestas por la izquierda del país, se fundaría el Partido Comunista Francés en 1920 tras una escisión de los sectores marxistas más radicales procedentes del Partido Socialista Francés y la Sección Francesa de la Internacional Obrera. Esta nueva formación, en la línea de las tesis antiimperialistas e internacionalistas del marxismo, propuso una serie de cuestiones que no terminaron de ser bien aceptadas por la población del país galo, sumido en una situación social y económica crítica.
Algunas de estas cuestiones fueron pedir renunciar al “Imperio de Ultramar”, apoyar las insurrecciones locales en las colonias de Marruecos, Indochina o Argelia, o exigir el fin del Tratado de Versalles, acuerdo alcanzado tras el fin de la guerra que imponía condiciones abusivas a Alemania, y que según expertos en historiografía fue fundamental para la posterior emergencia de Hitler y el nacionalsocialismo alemán.
El Partido Comunista Francés y toda la izquierda radical francesa iniciaron un periodo revolucionario en el país a través de huelgas y manifestaciones, surgiendo movimientos milicianos de entre sus filas, como, por ejemplo, la Unión Cívica, unidad de excombatientes de la Primera Guerra Mundial que apoyaban a los obreros franceses durante las huelgas ocupando sus puestos de trabajo.
Pero, poco a poco, y ante el desgaste paulatino de la izquierda revolucionaria en el país, donde el PCF pasó de obtener 26 escaños en las elecciones francesas de 1924 a sacar únicamente 11 en 1928, y la creciente polarización el país, surgirían escisiones nacionalistas de entre las filas combatientes de la izquierda revolucionaria.
Así, nacieron milicias ultranacionalistas como los Jeunesses Patriotes (Jóvenes Patriotas en castellano), los cuáles se asemejaban e inspiraban en los Camisas Negras de Mussolini. Este grupo paramilitar se enfrentaría en las calles contra los comunistas y socialistas durante todo este periodo, muriendo varios de sus militantes en dichos enfrentamientos.
Estos jóvenes se inspirarían en el modelo fascista italiano expuesto en 1919, pero no fue su única referencia, ya que también tenían influencia de movimientos autóctonos país como, por ejemplo, Acción Francesa, partido fundado en 1899 por el periodista Charles Maurras, quién comenzaría defendiendo ideas socialistas pero que, con el paso de los años, y tras el surgimiento del fascismo italiano, comenzaría a simpatizar con esta nueva ideología política, reuniendo al grueso de los intelectuales católicos franceses.
Además, el fascismo francés gozaba de otros padres intelectuales y espirituales procedentes de su propio territorio, como, por ejemplo, Jules Sury, George Valois, o Maurice Barrés y George Sorel, cuyas obras, Nacionalismo Socialista y Reflexiones sobre la Violencia, respectivamente, inspirarían al propio Benito Mussolini.
Así, con el paso de los años comenzarían a surgir más milicias fascistas, como, las Juventudes Patrióticas, escisión de la anticomunista y ultranacionalista Liga de los Patriotas, o los Camisas Verdes de Henri Dorgeres, el cuál trataría de canalizar el descontento y rabia procedentes de las zonas más rurales de Francia.
Pero sin duda, una de las milicias fascistas más importante de este periodo fueron las Croix de Feu, o Cruces de Fuego, surgidas a finales de la década de 1920 por Francois de La Roque, la cuál comenzó a funcionar únicamente con ex combatientes militares pero que posteriormente fue ampliando sus bases mediante su penetración en círculos universitarios y la creación de juventudes y secciones femeninas.
Este grupo paramilitar destacaba por su hostilidad frente al marxismo, por su ultranacionalismo, y como la mayoría de los movimientos fascistas posteriores a la Primera Guerra Mundial, por su marcada intención de incorporar la mentalidad del combatiente a la vida civil del país.
La Légion, fundada en 1924 por Antoine Rédier, excombatiente de la Gran Guerra, fue el primer movimiento fascista de la historia de Francia. Rédier fundó este movimiento paramilitar, exclusivo para excombatientes de guerra, con el objetivo de frenar la revolución comunista del país. Los militantes del movimiento se caracterizaban por ser personas de clase media con un marcado carácter católico.
El primer partido fascista al uso fundando en Francia sería Le Fascieau de George Valois en 1925, posteriormente renombrado como Le Francisme por Marcel Bucard, partido que adoptaría al pie de la letra el ideario fascista italiano, y cuya milicia, los Ancien Combattant, estaba compuesta también de veteranos del ejército.
Por otro lado, Francois Coty también formaría su propio partido fascista, Solidarité Francoise, que llegaría a tener cerca de 200.000 afiliados.
El fascismo francés comenzaría a organizarse cada vez más gracias al clima de incertidumbre y corrupción del país galo, escenario favorable al que hay que se sumaba el éxito político de sus homólogos italianos y alemanes. Pero, a pesar de su insistencia y creciente organización, los primeros movimientos fascistas franceses no fueron capaces de ser suficientemente relevantes en la vida política francesa.
Por estos motivos, a partir de la década de 1930, el fascismo francés evolucionaría, dejando algo atrás la mística de la guerra y del excombatiente, hacia posiciones más puramente políticas mediante la adopción del modelo político de masas, copiando los éxitos de sus homólogos alemanes e italianos.
Uno de los grandes eventos en los que participaron tuvo lugar a principios de 1934, momento en el que la oposición al gobierno francés convocaría una manifestación en la Plaza de la Concordia de París contra los múltiples escándalos de corrupción surgidos en los últimos meses. Poco a poco esta concentración se transformaría en una ocupación de la plaza dirigida por los sectores comunistas y socialistas del país.
Tras un mes, las organizaciones fascistas de la Cruz de Fuego, Acción Francesa y las Juventudes Patriotas se sumarían a la concentración, asaltando fallidamente la Asamblea Nacional junto a algunas organizaciones de izquierdas.
Tras agravarse las crisis políticas en el país, en el año 1936 el Front Populaire, o Frente Nacional, coalición de izquierdas conformada por partidos como el PCF, la SFIO, el Partido Radical, la Liga de los Derechos del Hombre, el Movimiento Contra la Guerra y el Fascismo y el Comité de Vigilancia de los Intelectuales Antifascistas, alcanzaría el poder en las elecciones al conseguir 378 diputados frente a los 200 de la derecha.
Este hecho radicalizaría aún más a los movimientos fascistas franceses que, lejos de lograr alcanzar el poder del país, veían como sus enemigos mortales, la izquierda marxista revolucionaria, conseguía imponerse en su lucha política y cultural.
El Partido Popular Francés: el último intento del fascismo francés
Por este motivo, en el año 1936, Jacques Doriot, fundaría junto con Victor Barthélemy el Partido Popular Francés, partido fascista que nació como reacción y alternativa al gobierno de izquierdas en el poder y, concretamente, al Partido Comunista Francés.
La figura de Jacques Doriot es históricamente interesante puesto que había sido durante muchos años uno de los miembros más destacados del propio Partido Comunista, así como Mussolini lo fue del Partido Socialista.
Primero, en la década de 1920, fue nombrado secretario de las Juventudes Comunistas del País, pasando a ser nombrado delegado del partido en China con el objetivo de reforzar los lazos con el Partido Comunista de Mao Tse-Tung, hasta que finalmente fue nombrado alcalde de París.
Doriot, desde sus primeros momentos en el partido, se mantuvo crítico con la política internacional de la Unión Soviética y denunciaba las injerencias del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) y de su líder, Iósif Stalin, en el Partido Comunista Francés.
Las constantes críticas le llevaron a tener serios problemas internos en el partido, siendo detenido junto a otros compañeros durante la VIII Asamblea Parlamentaria del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, hasta que, tras ser alcalde en París, fue obligado a viajar a la URSS para “reeducarse”.
Ante la sospecha de una posible purga contra su persona, decidió abandonar el partido y la ideología marxista, abrazando la ideología fascista posteriormente.
Así, en el Partido Popular Francés presentó un programa ideológico puramente fascista: defendía una concepción del Estado de carácter corporativista, usaba un discurso anticomunista, antisemita y ultranacionalista, y defendía una “proletarización” del campo y de la industria y la creación de un frente común contra la URSS, entre otros postulados anclados en la extrema derecha y duramente reaccionarios.
El partido recibió el apoyo de diversos intelectuales franceses de la época, entre los que destacan, Abel Bonnard, Alexis Carrel, Bertrand de Jouvenel o Pierre Drieu La Rochelle.
A pesar a que diferentes historiadores como Antonio Costa Pinto o Robert O. Paxton, han señalado que el Partido Popular Francés fue el partido fascista francés con mayor carácter obrerista, debido principalmente a su discurso anticapitalista y a la procedencia marxista de su líder, el mismo recibió una enorme financiación de la élite económica del país, preocupada por la llegada al poder del Frente Popular y deseosa de una alternativa de carácter nacionalista al comunismo. Así, como otras tantas organizaciones fascistas, a pesar de su discurso antiliberal y antisistema, recibieron el claro apoyo social, político y económico de las élites burguesas y capitalistas, de las clases privilegiadas y de las organizaciones políticas conservadoras.
Debido al fracaso del Partido Popular Francés para finalmente alcanzar el poder, al fascismo no le quedó otra forma que la invasión y conquista militar para lograr implantar su ideología política en Francia.
Es por este motivo que historiadores como Robert O. Paxton hablan de “fracaso del fascismo de entreguerras” a la hora de referirse al desarrollo del fascismo francés.
El régimen de Vichy: la instauración de un régimen fascista
Tras la invasión de Polonia por la Alemania nazi en 1939, Francia y Gran Bretaña, tras años evitando el enfrentamiento con la bestia fascista a base de más y más concesiones, finalmente se vieron obligados a declarar la guerra a Adolf Hitler. Así comenzaba la tan temida Segunda Guerra Mundial.
La declaración de guerra de Francia no duraría mucho, puesto que en poco tiempo las tropas nazis ocuparían Países Bajos y Bélgica camino al país galo. Tras ello, Francia se vio sorprendida por la ofensiva nazi y sus nuevas tácticas de guerra. En en cuestión de apenas seis semanas, Alemania ya se había hecho cargo de tres quintos del territorio francés y cercaba París.
Ante esta situación y la imposibilidad de hacer frente a los ejércitos nazis, el gobierno conservador de Paul Reinaud dimitió, sustituyéndole el mariscal Petáin, quién inmediatamente solicitó a Adolf Hitler un armisticio mediante el cual entregaba a la Alemania nazi el control de dos terceras partes de su territorio y su imperio colonial al completo.
En la zona restante, la Francia meridional “libre”, el Mariscal implantaría un régimen totalitario con marcado carácter fascistoide, el cual entra dentro de la categoría de fascismo de ocupación. Pétain pretendía de este modo adaptarse ante el escenario que parecía más probable: el surgimiento de un nuevo orden mundial autoritario liderado por el fascismo.
El nuevo régimen anunció una profunda “Revolución Nacional”, mediante la cual la democracia y las elecciones quedaban abolidas frente al surgimiento de un nuevo sistema de valores renovado: un retorno a los valores morales tradicionales, el soterramiento del conflicto social mediante la implantación del corporativismo y la defensa de las “comunidades naturales”. Todo ello bajo el lema de “Trabajo, Familia y Patria”, y el caudillismo incuestionable del militar francés. Una copia de los gobiernos totalitaristas de Italia o Alemania.
El nuevo estado francés buscaba devolver “Francia a los franceses” e implantó un nuevo régimen jurídico para la población judía, por lo que el antisemitismo se volvió ley. El propio régimen clasificaba a las personas como “responsables” e “irresponsables”, es decir, una consideración no igualitaria del ser humano en función de rasgos biológicos y sociales.
Por si todos esos elementos no fueran suficientes, el régimen de Vichy se caracterizó por ser colaboracionista con la Alemania nazi. Además, como era de esperar, los propios ciudadanos franceses no estaban a salvo, ya que se implantó el servicio de trabajo obligatorio y las persecuciones, detenciones y purgas se convirtieron en la normalidad, además de una dura represión donde las libertades básicas, como de expresión, prensa, reunión, asociación, huelga… quedaron virtualmente abolidas.
Poco a poco, el régimen, que en un principio contó con el beneplácito de un pueblo francés indefenso y víctima del miedo frente a Alemania, fue perdiendo el apoyo popular.
La ineficacia de la Francia de Vichy, los abusos sistemáticos de la aliada nazi (los alemanes incumplieron sus promesas de devolver a los prisioneros de guerra, de reducir los gastos de ocupación, o de levantar el embargo a los productos francés) y el surgimiento de una resistencia interior y exterior, liderada por el Partido Comunista Francés y Charles de Gaulle, respectivamente, fueron los principales motivos por los que el gobierno de Petáin fue perdiendo el beneplácito popular.
Finalmente, en el año 1944, gracias a la llegada de las Fuerzas Aliadas a Francia y las acciones de la Resistencia Francesa, el país galo fue poco a poco liberado, por lo que Pétain huiría del país junto a miembros del régimen de Vichy hacia el exilio.
Esto significó el final del régimen fascista impuesto en Francia, el cuál transitaría posteriormente hacia la democracia mediante el nacimiento de la IV República.
Sin embargo, si bien esto significó una dura herida para el fascismo francés, al menos desde un punto de vista clásico, varios elementos perduraron a lo largo de las siguientes décadas. En los años 60, Francia comenzaría un largo y lento pero seguro proceso de renovación de la extrema derecha clásica a través de figuras y autores como Alain de Benoist, desembocando en el Frente Nacional de Jean Marie Le Pen fundado en 1972 y liderando la Nouvelle Droite, una renovación y reconversión de la ultraderecha surgida del think tank GRECE y que ha sido una de las guías fundamentales de la nueva derecha radical.
Así, 80 años después de la caída de Vichy, la extrema derecha vuelve a tener posibilidades no solo de llegar al poder en un tercio del país, sino de hacerse con el control de toda Francia.
Enlaces, fuentes y bibliografía:
– Foto de portada: El mariscal Petain y Adolf Hitler en mitad de un saludo en 1940. Autor: Heinrich Hoffman, 24/10/1940. Fuente: Bundesarchiv, Bild 183-H25217 (CC BY-SA 4.0)
Articulista. Estudiante de cuarto de Ciencias Políticas y apasionado de la investigación. Experiencia en movimientos estudiantiles y sociales. En mis artículos intento ofrecer un enfoque analítico más orientado a las ideologías y teoría política.