No eres de Vox, solo estás enfadado
Llegas a casa después de pasar horas trabajando. Cansado, te sientas en el sofá después de dejar la chaqueta y los zapatos intentando no pensar en la factura de la luz del mes pasado y en cómo será la de este mes. Enciendes la televisión tratando de evadirte. Y ahí está otra vez. El Perro Sánchez diciendo tonterías sobre no sé qué transición energética, o la Irene Montero hablando de en qué se va a gastar los miles de millones que te han dicho que tiene su ministerio. Antes de que terminen de hablar, lo tienes claro: hay que echar a esa gentuza y, aunque estás harto de que los políticos te mientan, seguramente irás a votar a la única persona que parece que dice algo coherente: Santiago Abascal, líder de Vox.
Te han dicho que es de extrema derecha, que es radical, que va en contra tus intereses. Te han llamado facha una y otra vez solo por decir que te gusta como habla y por tener una bandera de España pequeña en el coche o de pulsera. Y sí, es verdad que hay muchas cosas de Vox que no ves claras. Al fin y al cabo, no deja de ser un partido político con sus propias metas particulares. Pero al menos no pactarán con hereros de ETA o con separatistas y denuncian lo que tienen que denunciar. ¿Verdad?
El voto es más emocional que racional
Hablando una vez con mi madre de política, comprendí mucho acerca de por qué vota la gente a uno u otro candidato. Corría el año 2008 y yo entonces me interesaba por estos temas porque ya podía ir a votar. Recuerdo leerme atentamente los programas políticos de los partidos, escuchar a los candidatos, leer sobre su trayectoria y revisar hemeroteca de diferentes medios.
Evidentemente, mi madre no hizo nada de eso. Le bastó apenas un pequeño instante para decidirlo. Mientras observaba una noticia donde hablaba el entonces presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero, declaro: «cómo voy a votar a Zapatero, ¿has visto las cejas que tiene?». Y hasta ahí su análisis político.
Desde mi humilde punto de vista, poca gente ha entendido mejor esta circunstancia que la extrema derecha. Desde posiciones desde las cuales tenemos cierta conciencia política, a grandes rasgos, intentamos o bien realizar sesudas racionalizaciones acerca de por qué no conviene que personalidades como Abascal o Le Pen tomen el mando de un país, o bien intentar que sus potenciales votantes tengan miedo y/o se sientan mal por esta opción de voto.
Sin embargo, por mucho que incidamos en esta idea, Abascal no es Hitler ni Franco, y las personas que han decidido votar a Vox ven muy absurdo que le tildemos de extrema derecha. No en vano, si siempre se ha considerado «de fachas» llevar una banderita de España, por descontado seguro que desde la izquierda o desde posiciones más moderadas se está haciendo exactamente lo mismo con Vox. Esta analogía es bastante fácil de hacer y es reforzada por ciertos medios de comunicación que se resisten a llamar a las cosas por su nombre, con un blanqueamiento atroz.
Hay otro dato que creo que pasa desapercibido para la mayoría de analistas políticos. El auge de la extrema derecha moderna ha coincidido con una pandemia de depresión y de ansiedad sin precedentes. El miedo, la incertidumbre o la inseguridad son estados mentales que nublan el juicio y te hacen tomar decisiones todavía más viscerales, máxime cuando ciertas opciones políticas no solo fabrican enemigos ficticios frente a los cuales ofrecen soluciones mágicas, sino que, además, niegan la existencia de cualquier problema mínimamente complejo, como el cambio climático o la violencia de género.
Por supuesto, las campañas de «fake news» y de bulos que han asolado los medios a instancias de estas fuerzas políticas no ayudan en absoluto. La cantidad de gente de mi alrededor, especialmente familiares y de cierta edad, que acude a mí a ver si lo que le han pasado por Whatsapp es cierto o no, ha crecido de manera exponencial en los últimos años. La mayoría, son burdas mentiras. Pero para alguien profano en estas lides, y viendo la acotación que aparece en la parte superior del mensaje donde se puede leer «Reenviado muchas veces», está claro que cuelan.
Solo el estas últimas semanas, nos hemos desayunado con bulos de alto calibre como la desaparición de la Filosofía en las aulas o los tropecientos millones para chiringuitos del Ministerio de Igualdad. Incluso después de desmentidos, siguen insistiendo. Por no hablar de que Putin ahora resulta que es comunista después de que líderes de Vox hubieran halagado su figura durante años.
Tampoco ayuda en nada que en los últimos diez años las siete plagas bíblicas hayan asolado el mundo. Crisis económicas, cruentas guerras en Oriente Medio con sus crisis de refugiados, la peor pandemia vírica en cien años y ahora la guerra en Ucrania. Estos problemas no solo han contribuido en erosionar la salud mental de la gente, sino que también ha favorecido que parte de la población se agarre a pseudociencias, teorías de la conspiración y el negacionismo.
Un terreno donde la extrema derecha se mueve como pez en el agua. Porque si puedes fabricar un enemigo que no existe en lugar de señalar los problemas estructurales de un sistema que navega a la deriva, ¿por qué no hacerlo?
Estos mensajes funcionan tan bien que gente de largos apellidos compuestos, buena cuna, familias de bien y reconocidos grandes empresarios y magnates han convencido a millones de personas de que se preocupan por los intereses de las clases trabajadoras, medias y pequeños negocios. Donald Trump consigue convencer a quien dirige una panadería de que ambos son empresarios, cuando Trump se descojona ante la sola idea de pensar algo así.
El desencanto, el cansancio y el hastío de la política
Décadas de PP y PSOE no han resuelto nada. Tampoco el 15M, ni Podemos. Tampoco que las parrillas televisivas se hayan llenado de tertulias y debates políticos. La realidad es que las principales preocupaciones de la gente de a pie en muchos casos continúa. Claro que se han dado pasos importantes, pero como quien sale de una película de Martin Lawrence esperando encontrarse una obra monumental en lugar de simplemente reírse, las expectativas de la «nueva política» han sido despedazadas.
Convengamos, pues, que la mayoría de la gente que decide votar a Vox, o a cualquier otro partido de derecha radical, lo hace impulsado por este hastío y por aferrarse a la burbuja emocional de seguridad que le proporciona Abascal pegando gritos en el Congreso. Una persona que le dice que eso del racismo, el machismo o lo de repensar el consumo son tonterías para ganar cuatro votos, que está genial que saque la bandera y que ellos se van a ocupar de lo que importa.
La realidad, es que mucha de la gente que decide votar a Vox, incluso la gente que se presenta en sus listas, está a favor del matrimonio homosexual, o a favor de la igualdad entre hombres y mujeres. A mucha de la gente que decide votar a Vox le preocupan los derechos laborales, la sanidad o la educación, y no están a favor de privatizaciones o de subidas impositivas injustas.
Mucha gente que decide votar a Vox no aplaude a todos sus líderes, ni todo lo que dicen. Te puedes encontrar a alguien que le gusta Abascal pero que no soporta a Rocío Monasterio y en Madrid votaría a Ayuso. O que en su municipio vota una cosa, en la autonomía otra y para las generales otra.
Dicho de otra manera, quien vota a Vox no es necesariamente de extrema derecha. Puede que sea conservador o liberal, o una mezcla de ambas. Puede que simplemente le atraigan ciertas ideas. Y por supuesto habrá quien vote convencidísimo de todo lo que defienden, desde la A hasta la Z.
Pero hay un porcentaje nada desdeñable de personas que, si se leyeran las propuestas de Vox de sus diferentes programas electorales, viesen lo que han votado en el Congreso y lo analizaran fríamente, se darían cuenta de que, en realidad, no son de Vox. Solo están enfadadas.
Por supuesto, es una percepción personal. Me he encontrado ya a demasiadas personas que simpatizan con Vox por unos pocos puntos muy determinados y que ignoran el 80% restante del partido, pero puntos que tienen para ellas un gran significado emocional: las protestas contra las medidas higiénico-sanitarias, la oposición al «globalismo», el patriotismo, la unidad de España… mientras que, al mismo tiempo, han lanzado una negra sombra sobre el resto de partidos, también en base a unos pocos puntos: los socios etarras de Perro Sánchez, el socialcomunismo narcovenezolano, el casoplón del coletas…
Todo gira alrededor de cuestiones muy emocionales, de hombres de paja y de sesgos de confirmación brutales que hacen muy difícil cualquier intento de contraposición de ideas.
La regresión de la extrema derecha
Desde la izquierda, hemos abrazado cual oso amoroso a ese marco de debate fabricado por la extrema derecha a martillazo limpio sobre el «gran auge y avance» que han protagonizado en todo el mundo. Y lo hemos abrazo por una razón: no solo han conseguido victorias históricas en los últimos diez años, sino que además han conseguido implantar sus ideas de tal forma que han sido reproducidas incluso por personalidades y grupos políticos de todo el espectro político.
Porque sí, es una realidad que ahora es aceptable cuestionar los derechos fundamentales de ciertos colectivos o mentir descaradamente sobre tu rival político. La crisis de valores en un mundo atravesado por el nihilismo y la depresión es evidente. No obstante, mientras a la izquierda se le machaca con que haga autocrítica por vigésimo cuarta vez, a la extrema derecha le encanta convertir cada paso que da en una victoria aunque haya pisado un excremento del tamaño de un elefante. Lo cual nos debería hacer reflexionar, aunque sea un ratito.
Quizá deberíamos poner el foco en las derrotas de la extrema derecha, que también son unas cuantas, muchas de ellas después de haber gobernado. Donald Trump fue uno de los poquísimos presidentes de Estados Unidos que cayó tras cuatro años de mandato; parece que Jair Bolsonaro en Brasil correrá la misma suerte; el Partido de la Libertad de Austria (FPO) perdió 20 escaños y la mitad de los votos tras su gobierno de coalición; el Partido de la Libertad de Países Bajos (PVV) no ha conseguido pasar de los 20 escaños desde que llegara a un pacto con la derecha para apoyar su gobierno; en Bulgaria, tras un gobierno de coalición con hasta tres fuerzas políticas de extrema derecha, en las siguientes elecciones se convirtieron en partidos marginales y extraparlamentarios.
Y es que es una consecuencia bastante lógica. Las fuerzas políticas impulsadas a base de arrebatos emocionales se terminan desinflando cuando les toca tomar decisiones políticas y gestionar un país. Incluso suponiendo que lleguen a hacer realidad algunas de las propuestas estrella si gobiernan como derogar la Ley Integral de Violencia de Género, prohibir los partidos políticos soberanistas o aprobar una ley de desahucios más injusta aún que la actual, la alegría inicial de sus votantes se deshará como un azucarillo en un café del tiempo demasiado caliente para ser llamado como tal a los pocos días. Y luego, ¿qué?¿Cuál es el plan?
¿Qué sucederá cuando las personas que han votado a Vox se den cuenta no solo de que sus propuestas insignia no les van a afectar en lo más mínimo en su día a día, sino que además el resto de sus decisiones van a perjudicar sus derechos y sus intereses? Seguramente, una parte seguirá reforzando su propio sesgo de confirmación y cayendo en una profunda burbuja de autoengaño.
Pero otra parte se dará cuenta de que Vox no es ningún partido antisistema, ni rebelde, ni va a cambiar nada. Algunos, hasta se darán cuenta de que fueron vilmente engañados. La cuestión es que las mentiras tienen las patas muy cortas, y más pronto que tarde, como ha pasado históricamente, la extrema derecha tocará su techo, aunque por el camino lastre a los países por los que pasen.
Si estás enfadado, cabreado, hastiado y mal con la situación social, política o económica que te rodea, Vox no es la solución. Vox se está aprovechando de tu situación personal, de tu visión y de tus ideas para que votes en contra de tus intereses. Te está engañando, y de la peor manera. No eres de Vox. Solo estás enfadado.
Jefe de Redacción de Al Descubierto. Psicólogo especializado en neuropsicología infantil, recursos humanos, educador social y activista, participando en movimientos sociales y abogando por un mundo igualitario, con justicia social y ambiental. Luchando por utopías.
Estoy totalmente de acuerdo. En muchas casas hay un botiquín pero no lo hay para cuestiones psicológicas y no es suficiente lo de «psicología de la calle» que sólo sirve para que no te engañen en pequeños detalles cotidianos.
Excelente, artículos así ayudan a mejorar la comprensión y mejorar la comunicación con otras personas.
Hay que evitar que se repita la historia. Aun estamos a tiempo.
¡Me encanta el artículo!¡Genial!