La crisis climática: el gran reto de nuestra época
La crisis climática, o emergencia climática, es uno de los términos de moda. Se utiliza, grosso modo, para definir el punto de inflexión sobre el fenómeno del cambio climático, antes conocido como calentamiento global, esto es, un momento en el que urge más que nunca adoptar medidas y acciones profundas para evitar las consecuencias (al menos, las más graves) de dicho fenómeno, que surge como consecuencia de la actividad humana.
Sin embargo, abordar la crisis climática implica entender muchos otros conceptos y responder a otras muchas incógnitas, incluyendo por qué se produce, de dónde viene y qué relación guarda con el sistema económico actual.
Comprendiendo el sistema capitalista
El capitalismo es el sistema social, económico y político de la gran mayoría de las sociedades actuales. Existen diferentes propuestas de cómo y cuándo surgió el capitalismo; también de cómo se ha ido desarrollando y cuáles han sido los aspectos más importantes para su progreso y la consecución de las diferentes etapas que lo componen.
Sin embargo, pese a los debates, la mayoría de expertos coincide en que se pueden dividir cuatro grandes etapas para describir dicho sistema: El capitalismo comercial (S. XV y XVIII), el capitalismo industrial (S. XVIII), el capitalismo financiero (S. XX) y el capitalismo tecnológico (S. XXI). Todas estas etapas están en continua disputa como objetos de estudio en las ciencias humanas y sociales, tanto en su terminología como en la temporalidad de las mismas e incluso en sus propios rasgos y características. Y es que, por su complejidad, las barreras que delimitan estas etapas no son absolutas ni categóricas.
Las sociedades humanas siempre se han caracterizado por tener la capacidad de influir en su entorno a través de la actividad productiva. Principalmente, a través del trabajo, extrayendo materias primas de los entornos naturales para transformarlas mediante un proceso productivo en un producto o mercancía. Esta dimensión intrínseca a la manera de relacionarse con el entorno de las sociedades humanas cobra una escala sin precedentes con el surgimiento de la Revolución científica e industrial.
El origen de dicho fenómeno histórico se encuentra en una serie de cambios y descubrimientos tecnológicos que revolucionaron de manera trascendental los sistemas de producción de la Inglaterra del siglo XVIII. Estos cambios pasaron a la vez que ocurría una transición de un sistema social hegemónico durante siglos, el feudalismo, hacia otro sistema social que perdura hasta la actualidad, el capitalismo.
Asimismo, la Revolución industrial se entiende como un fenómeno que produce y a su vez es producido por el capitalismo. Sin embargo, no es el único, pues los descubrimientos geográficos, el aumento de la acumulación de capital, el nacimiento y consolidación de la burguesía como clase social predominante, el mercantilismo, el Renacimiento o la Reforma protestante son también acontecimientos esenciales para comprender los orígenes del sistema social actual. Es decir, no se trata únicamente de un sistema económico, sino de cómo las sociedades se han ido organizando en todo su conjunto.
Pese a esto, la Revolución industrial y las transformaciones tecnológicas posteriores se presentan como puntos clave para comprender no solo el inicio, sino también los diferentes avances y nuevas etapas dentro del capitalismo. Por ejemplo, en la actualidad, la Revolución digital protagonizada por el descubrimiento de las nuevas tecnologías e Internet, ha supuesto un cambio de paradigma en cuanto a la producción, comunicación y manera de relacionarse de las personas.
La esfera político-social se ha visto influenciada de manera copernicana por las nuevas tecnologías, haciendo que gran parte de las ciencias sociales bauticen el presente inmediato como la era de digital o TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación). Esto sería la ejemplificación más reciente de un cambio tecnológico que afecta a toda una estructura productiva, social y económica.
Recapitulando lo descrito, se puede observar la complejidad y la gran cantidad de elementos que entran en juego para comprender las lógicas que marcan el paso de un sistema social a otro. Concretamente, en el capitalismo, las revoluciones industriales son una pieza fundamental. Pues acaban influenciando en las demás dimensiones sociales.
Comprendido esto, se puede abordar mejor el tema principal: la crisis climática. Una crisis que está ligada paradójicamente a las revoluciones industriales.
Comprendiendo la crisis climática
Como se ha descrito en el apartado anterior, las revoluciones industriales están ligadas irresolublemente a la crisis climática. Esto es debido al enorme aumento de la cantidad de consumo energético que se produjo e instauró a través de estas.
Anteriormente, las sociedades humanas funcionaban con la energía endosomática. Es decir, la energía que podía producir la fuerza humana o animal, aunque a veces potenciada por maquinaría concreta, como por ejemplo la polea o el molino. Sin embargo, el gasto y la disponibilidad energética era centenares de veces menor que después de la primera Revolución industrial y sus consecutivas hermanas.
De esta forma, con el descubrimiento del motor de vapor y, posteriormente, con el surgimiento del motor de combustión y el uso de los combustibles fósiles, el aumento exponencial de la disponibilidad energética hizo que se produjera una revolución no solo industrial sino social, política y existencial. En unas pocas décadas, las organizaciones sociales, sobre todo occidentales, cambiaron de manera drástica.
En aquellos primeros años de industrialización, el modo de producción capitalista necesitaba materias primas como nunca antes las había necesitado ningún sistema social, pues su consumo de energía era centenares de veces mayor que en el feudalismo. Esta tesitura produjo la expansión militar y territorial de las potencias industriales en busca de estas materias primas, siendo el imperialismo la máxima expresión militar, social y geopolítica de la Revolución industrial.
También condujo a nuevas formas de entender y organizar la fuerza de trabajo, que se trasladó progresivamente del campo a las fábricas, desarrollándose nuevas relaciones de poder que prácticamente permanecen inalterables hasta la actualidad.
Este es un ejemplo de cómo una revolución tecnológica que, a su vez, es una revolución energética, produce drásticos cambios en las tesituras sociales. Y no solo la transición de un sistema a otro (del feudalismo al capitalismo), sino también cambios en las posiciones sociales de poder entre países (relaciones norte-sur/centro-periferia), nuevas clases sociales (burguesía y proletariado) y los eventos más radicales del siglo XX como la Primera Guerra y la Segunda Guerra Mundial.
Pero, la Revolución industrial además de cambiar las estructuras sociales, económicas, militares y políticas, también inició un proceso que se mantuvo al margen de la palestra hasta que su importancia fue del todo evidente: el cambio y el surgimiento del capitalismo, las sociedades industriales y, posteriormente, la sociedad de consumo globalizada, tuvo y tiene una profunda influencia en el ecosistema terrestre.
Como se ha esbozado en párrafos anteriores, desde las primeras andaduras de la humanidad, la capacidad para cambiar el entorno donde se llevan a cabo las actividades sociales ha sido una característica básica de las sociedades humanas. Sin embargo, antes de la era industrial la capacidad humana de influenciar en el entorno natural era a escala local, concentrada en lugares concretos, con lo cual, el impacto general era mínimo.
Pero hoy en día, cuando se habla de crisis climática se hace referencia a un fenómeno a escala global, provocado por las emisiones de gases de efecto invernadero (dióxido de carbono o metano, entre otros) que la actividad productiva/económica genera. Dichos gases acaban aumentando el fenómeno natural conocido como efecto invernadero, un proceso que consiste en la retención de la radiación térmica provocada por la radiación solar cuando calienta la superficie terrestre.
Este calor emitido es retenido por los gases de efecto invernadero, los cuales son fundamentales para mantener la Tierra en temperaturas viables para la vida. No obstante, la ampliación de este efecto causa un aumento en la temperatura global del planeta, desencadenando el bautizado calentamiento global o cambio climático.
El fenómeno explicado desestabiliza y pone en jaque toda la biosfera terrestre, pues genera cambios drásticos en todos los ecosistemas. Unos cambios que se producen en un tiempo récord, propiciando que los seres vivos que conforman dichos espacios no puedan adaptarse: sequía, aumento del riesgo de incendios, pérdida de suelo fértil, reducción de la biodiversidad, falta de recursos hídricos y un largo etcétera serían algunos de los efectos más devastadores de dicho fenómeno.
La cuestión aquí es que la estabilidad del clima es más débil de lo que parece: tal y como han descrito numerosos estudios científicos, el cambio de la media de la temperatura global en tan solo uno o dos grados ya es más que suficiente para alterar el clima. Es decir, ni siquiera son necesarios grandes cambios, sino la alteración en muy poco tiempo de dicha estabilidad.
Pero no sólo la actividad industrial o agrícola a gran escala han causado dicho aumento global de las temperaturas, sino que en general el modo de vida capitalista, totalmente ligado a los combustibles fósiles (carbón, gas natural, petróleo), y todas las dimensiones materiales que se han ido construyendo en el capitalismo actual, se han tejido alrededor de la ventaja que proporcionaba una gran cantidad de energía exosomática. Es decir, energía que se usa en una actividad exterior del cuerpo biológico, dada por los combustibles fósiles, que jamás se había tenido.
En la actualidad, los combustibles fósiles proporcionan más del 80% de la energía primaria mundial, también el transporte o las actividades agrícolas consumen más de un 80% de energía proveniente de los combustibles fósiles.
Sin duda, lo descrito muestra una situación peliaguda como poco, pues el sistema social que se ha asentado en los últimos siglos ha articulado todo su dinamismo en un pico de energía que ha provocado una crisis climática sin precedentes que, a su vez, va a propiciar la desaparición de este sistema por los límites materiales que dicha crisis va a causar.
La crisis climática es el gran tema socioambiental de la actualidad, la trascendencia de dicho fenómeno es transversal e irremediable, no solo por los cambios drásticos y trastornos que provoca y provocará, sino también por los cambios que causará en el modelo productivo y de consumo.
La crisis climática: el final de un modelo político
En el apartado anterior se ha hablado de cómo la Revolución industrial fue parte indispensable para el surgimiento del capitalismo y, también, para generar la crisis climática actual. Sin embargo, el sistema capitalista desde sus inicios fue concebido bajo unas premisas de recursos infinitos y una proyección de crecimiento, producción, consumo y acumulación de capital también infinita; lo cierto es que las propias lógicas económicas de dicho sistema lo hacen insostenible medioambientalmente.
El planeta tiene recursos finitos y la falsa idea de progreso lineal es un espejismo muy peligroso. De esta manera, a pesar de los centenares de estudios sobre la tesitura medioambiental, ¿por qué se continúa negando la evidencia científica y material más alarmante de la época?
Por un lado, existe un evidente interés y beneficio (a corto plazo) por parte del sistema capitalista y los agentes socioeconómicos que tienen más poder en él, cómo las transnacionales petroleras o los grandes fondos de inversión. Dichos agentes económicos usan parte de sus beneficios en promocionar un discurso mediático contrario a la verdad, engañando y omitiendo la crisis climática.
Este proceso de financiación y difusión de un discurso negacionista del cambio climático ha sido históricamente promovido por las grandes corporaciones ligadas al sector de los combustibles fósiles. También ha sido apoyado por grandes fondos de inversión o empresas financieras ligadas a dichas transnacionales. Además, otras empresas altamente contaminantes ligadas al sector agroalimentario, concretamente a la agricultura intensiva, los monocultivos, las macrogranjas… igualmente se han visto involucradas en episodios de esta tipología.
Un ejemplo de lo narrado en el párrafo anterior se puede observar en el caso de la petrolera francesa Total Energies. En la actualidad, a través de diversas investigaciones periodísticas se probó como la empresa tenía informes a principios de los años 70 donde se advertía de las consecuencias de sus actividades. Sin embargo, decidieron ocultarlo y financiar investigaciones que promovieran dudas sobre el calentamiento global. A partir de los 90, cuando la evidencia era innegable, buscaron un giro en su estrategia, optando por intentar retrasar las políticas de restricción o control sobre los combustibles fósiles influenciando en la esfera política y legislativa.
El ejemplo del párrafo anterior se une con otra esfera, la política, la cual también ha tenido desde ciertos sectores una intención clara: defender los beneficios de estas grandes empresas negando el cambio climático y las consecuencias medioambientales provocadas por los combustibles fósiles.
Los partidos políticos antiecologístas abarcan un gran espacio ideológico, incluso en muchas formaciones progresistas esta tesitura no es una dimensión que vaya en la primera línea de su agenda política. No obstante, los partidos conservadores han sido los que tradicionalmente más han abanderado el discurso antiecológico o, por lo menos, reacio a reconocer el cambio climático.
Sin embargo, con el paso de los años y el aumento de la fuerza en el consenso social por dicha problemática, muchos partidos de derechas han ido aceptando este discurso y adoptándolo en su retórica, aunque solo sea de una manera discursiva, ya que en el plano práctico implementan políticas alejadas del ecologismo. Pero, además, con el auge de la extrema derecha esta última década en todo el globo, dichas organizaciones políticas han empezado a abanderar un discurso abiertamente negacionista o, al menos, que tergiversa la realidad climática.
Sin ir más lejos, Donald Trump, el expresidente de EEUU, ha utilizado un discurso abiertamente negacionista del cambio climático. En el Foro Económico Mundial de Davos en 2020 llegó a declarar: “hay que olvidar los mensajes apocalípticos” o “no dejaremos que los radicales socialistas nos destruyan”, haciendo referencia a la crisis climática y a los grupos ecologistas respectivamente. Trump ha protagonizado constantes mensajes de este tipo, mensajes directamente negacionistas, e incluso ha intentado sacar rédito político de ello.
No hay que olvidar que la extrema derecha es una reacción ultraconservadora frente a los posibles cambios en el statu quo de las élites, unas ideologías que son instrumentalizadas por grandes corporaciones para frenar discursos o propuestas que defiendan una justicia social y puedan afectar a sus multimillonarios beneficios. En este caso, existen evidencias de como el propio Trump ha ayudado de manera directa a grupos de presión encabezados por grandes empresas petroleras. Una prueba más de la poca ética de las grandes multinacionales, principales causantes de la crisis climática actual, pero también de la función política de la extrema derecha: mantener los privilegios intactos de las élites empresariales.
La propuesta del decrecimiento sobre la crisis climática
Hasta ahora se ha descrito en toda la argumentación del texto aspectos descriptivos sobre el contexto de crisis climática actual. No obstante, es necesario también aportar ideas que vayan proyectadas a cómo afrontar el futuro y el presente inmediato.
Por un lado, parece obvio que existe una disputa por el modelo social, político y económico que la crisis climática va a exigir a toda la humanidad. Desde un punto de vista general se distinguen dos aristas fácilmente diferenciables. La primera de ellas estaría ligada hacia un giro autoritario de los gobiernos, algo bastante factible y posiblemente fácil de justificar viendo la gran competencia entre países, la inestabilidad geopolítica y militar actual y, en general, la insolidaridad intrínseca de un sistema, el capitalista, que gobierna sobre los intereses de una élite a pesar de que eso pueda abocar al desastre más absoluto.
Sin duda, la extrema derecha puede jugar un papel clave en este escenario, no solo como alternativa directa en los gobiernos, sino también como un ámbito político que a través de la guerra cultural que lleva décadas realizando (desgraciadamente con éxito en muchas zonas) termine normalizando discursos, imaginarios y formas de enfocar el problema de la crisis climática que sean insolidarios, violentos y autoritarios.
No hará falta que Donald Trump, Marine Le Pen o Santiago Abascal gobiernen en sus respectivos países si se normaliza y se va aceptando una visión ecofascista sobre la crisis climática. Esto último tarde o temprano tentará a muchos gobiernos actualmente democráticos y será el deber de la ciudadanía y demás agentes político-sociales denunciar dichas posturas proponiendo a la vez alternativas.
Por otro lado, cambiando hacia las alternativas progresistas que pueden realizarse para afrontar la crisis climática, se encuentra el decrecimiento. La crisis ambiental ha puesto patas arriba la creencia obsoleta de la superioridad humana frente al resto de seres vivos e incluso del propio ecosistema del que forman parte.
Esta idea de superioridad construyo unos sólidos, pero a la vez estúpidos cimientos sobre el gran crecimiento económico y el progreso que se dieron desde la Revolución industrial hasta la actualidad. Este progreso dejó de estar dirigido hacia una evolución conjunta de las sociedades, sus culturas y el medio biofísico donde se vive de manera sostenible, ya que estaba traspasado por la falsa lógica del crecimiento sin límites.
El economista Nicholas Georgescu Roegen fundador de la economía ecológica o bioeconomía, escribió en su obra La ley de la entropía y el proceso económico (1971) sobre esta perspectiva del decrecimiento. Una perspectiva que muy seguramente deberá pasar por una especie de economía sostenible, la cual esté constantemente reflexionando alrededor de los costes ambientales de las actividades económicas humanas.
Asimismo, el trabajo planteado por el economista rumano se sustentaba en las leyes de la termodinámica aplicadas a la economía. En concreto, se centraba en la segunda ley de la termodinámica: “la cantidad de entropía del universo tiende a incrementarse con el tiempo”. Este aspecto físico que hace referencia a los procesos relacionados con la materia y su tendencia al desorden, aplicado a la economía como hizo Georgescu, viene a argumentar que la energía, la materia y los recursos utilizados en el proceso de producción y, en general, en los procesos económico-productivos de la humanidad están sujetos a la segunda ley de la termodinámica. Por tanto, a causa de la entropía tienden a dispersarse o a perderse (al menos parte de ellos).
De esta manera, Georgescu desarrolló la cuarta ley de la termodinámica para aplicarla a la bioeconomía: “la materia disponible se degrada de forma continua e irreprensiblemente en materia no disponible de forma práctica”. Este nuevo planteamiento aplica lo propuesto por la segunda ley de la termodinámica, pero en lugar de aplicarlo a la materia lo hace sobre la energía. Siguiendo este planteamiento, los recursos y la energía que mueve el ecosistema terrestre tienen unos límites marcados por la entropía; límites que se acortan a pasos agigantados si las actividades humanas consumen de manera galopante no solo energía y recursos sino ecosistemas enteros.
Otros economistas ecólogos como Hermán Daly, los cuales han seguido la rama de estudio abierta por Georgescu, han planteado nuevas formas de afrontar el decrecimiento. Por ejemplo, el propio Daly es un defensor de la sustentabilidad. Es decir, deconstruir la economía actual hacia otro tipo de modelo donde el crecimiento siempre esté regulado por el mantenimiento del capital natural del planeta. Por tanto, las actividades económicas tendrán que garantizar la regeneración de recursos y la absorción y procesamiento ecológico de sus desechos.
De este modo, la propuesta del decrecimiento no pasa por una negación de la economía, sino más bien una deconstrucción de ella y el surgimiento de nuevas propuestas sostenibles. En este texto se han explicado algunos conceptos básicos para entender la tesitura global de la crisis climática, las fuerzas sociales que van a entrar en juego y las opciones que lucharán en la palestra por salir adelante.
Para ir concluyendo, es necesario remarcar cómo se tiende a plantear la cuestión del decrecimiento desde un punto conceptual negativo. Dicho argumento cobra fuerza dentro de la cultura capitalista y los imaginarios colectivos que se han presentado como hegemónicos y que han propiciado el contexto climático actual.
En el sistema capitalista parece que la palabra decrecer se relaciona de manera autómata con el imaginario de “menos”: menor producción, consumo y beneficios. Es algo que obviamente genera conflicto pues el sistema actual ha naturalizado que las pautas vitales, tanto económicas como sociales, se articulen desde un punto de vista infinito e irreal. Es decir, siempre desde el “más” y presentando al “menos” como algo negativo; recursos ilimitados, producción continua, consumo masivo y crecimiento siempre al alza es el esquema propuesto (un esquema insostenible).
Así pues, para enfrentar la crisis climática no solo habrá que realizar una transición ecológica basada en avances tecnológicos e implementación de nuevas formas de obtener energía, sino que a su vez se deberá cambiar el modo de vida. Un modo de vida que no tiene que ser peor, ni menor, sino sostenible y diferente.
En definitiva, se debe empezar a entender que el decrecer no es algo negativo, ni algo que debamos omitir; básicamente es una dimensión inevitable que se tiene que afrontar, es un cambio y no tiene que ser ni entenderse ni mucho menos como negativo, todo lo contrario, es un cambio para poder avanzar en un futuro inmediato.
Articulista. Sociólogo y gestor medioambiental, con suerte de poder compartir vocación y formación. Las Ciencias Sociales son una parte muy importante de mi vida. Considero la divulgación a través de la sociología como una gran herramienta para destapar las injusticias sociales y arrojar luz sobre la actualidad diaria contribuyendo así a ser un poco más libres y justos.