Homonacionalismo: cómo la extrema derecha convierte la diversidad en un arma
‘’Sea hombre o mujer, heterosexual u homosexual, cristiano, judío o musulmán, primero que todo, somos franceses’’. Con estas palabras se dirigía Marine Le Pen a sus simpatizantes el 1 de mayo de 2011 en uno de sus primeros actos públicos tras relevar a su padre, Jean-Marie Le Pen, en el liderazgo del Frente Nacional. En ellas, la ultraderechista francesa sintetiza a la perfección la deriva hacia el homonacionalismo de parte de la extrema derecha occidental.
En su operación de ‘’desdiabolización’’, como ella misma la llamaba, del partido extremista de su padre, fundado en los años 70 con la participación de fascistas antiguos colaboracionistas del régimen de Vichy, la región del país que rendía pleitesía a la Alemania nazi, Le Pen se convirtió en una pionera en la instrumentalización de la causa LGTB.
Si bien Jean-Marie sostenía públicamente que la homosexualidad era una ‘’anomalía biológica y social’’, su hija aprendió de los errores y vio una doble oportunidad para ampliar la limitada base electoral de su padre y, al mismo tiempo, extender un ideario xenófobo y etnocentrista mediante una supuesta tolerancia del colectivo LGTB.
Esta maniobra de la ultraderechista francesa, en la que llegó a expulsar a Jean-Marie del partido y cambiarle el nombre por el de Agrupación Nacional, ha ayudado sin duda a su familia política a cosechar los mejores resultados electorales en 50 años en el país galo. Así pues, el éxito de esta operación la ha llevado a ser replicada, con mayor o menor éxito, en diversos lugares.
A continuación, se exponen las raíces del homonacionalismo, sus ramificaciones posteriores y la particularidad del caso español.
Las raíces del homonacionalismo
El significado que se le da actualmente al homonacionalismo, entendido como una aproximación de la extrema derecha a los derechos LGTB, no se corresponde exactamente con el que nació. La teórica queer Jasbir K. Puar apreció a inicios de los 2000 una reconfiguración de las actitudes de los sistemas políticos liberales hacia la comunidad LGTB en el panorama político que se abrió tras los atentados terroristas del 11-S.
Puar escribe Ensamblajes Terroristas. El Homonacionalismo en Tiempos Queer en 2005 para alertar sobre una articulación particular y novedosa del ‘’choque de civilizaciones’’ y el ‘’choque de sexualidades’’. En este sentido, la autora acuña el término homonacionalismo para hacer referencia a una incorporación de los sujetos queer al Estado-nación para convertirlos en sujetos productivos a las lógicas estatales del siglo XXI.
Es decir, el homonacionalismo, como lo entiende Puar, no es una ideología personal que pueda ser escogida o rechazada. Por el contrario, la teórica queer rebate la concepción hegemónica en los 90 en la teoría feminista y queer de que el Estado-nación es esencialmente heteronormativo y que por ello los ciudadanos LGTB serían siempre proscritos o ajenos a él, para proponer una nueva visión de las lógicas estatales en relación con los sujetos queer.
La periodista inglesa Shon Faye explica que para comprender la propuesta de Puar es crucial tener presente que los movimientos por los derechos LGTB llevan aparejados ciertas ideas de progreso social y modernidad. En este sentido, la incorporación de los sujetos LGTB a las dinámicas institucionales de los estados, mediante por ejemplo la legalización del matrimonio igualitario o la adopción para padres LGTB, refuerza la idea de que el Estado-nación es capaz de incorporar progresivamente a los colectivos minoritarios y de ser un eficiente protector para todos sus habitantes.
Puar desmonta esta premisa exponiendo que los Estados-nación encuentran su razón de ser en garantizar la obtención de algunos derechos y de la ciudadanía a un sector poblacional determinado a expensas de negárselo a su vez a otros, especialmente a las personas racializadas. Esta lógica, que se acentuó tras el choque de civilizaciones originado por el 11-S, habría quedado enmascarada bajo la nueva configuración del choque de sexualidades que incorpora a los sujetos LGTB en el seno del aparato estatal.
Las personas LGTB no son simplemente instrumentalizadas, sino que se ven asimismo envueltas en estas relaciones de dominación, ya que para obtener el reconocimiento estatal deben aceptar y perpetuar sus herramientas de exclusión: casarse para obtener la nacionalidad, obtener un pasaporte acorde con su sexo al transicionar, etc. Ello no implica que las personas LGTB deban rechazar estos derechos o que no haya que pelear por el reconocimiento de otros nuevos. Tampoco hay una intención tras estas tesis de jerarquizar luchas u opresiones.
En cambio, Puar pretende hacer consciente a la sociedad de cómo las lógicas del Estado-nación están arrastrando a las personas LGTB hacia sus instituciones y procedimientos al mismo tiempo que el ente estatal se legitima como garante del progreso y el avance social, cuando en realidad continúa excluyendo y marginando a la población racializada o a las minorías étnicas (entre otros colectivos, según el caso).
La reconversión homonacionalista de la alt-right
Si bien el concepto de homonacionalismo nació con este espíritu, se ha popularizado con otro algo distinto. Por si no fuese suficiente con haber sido instrumentalizado por el Estado-nación para perpetuar sus lógicas excluyentes, el colectivo LGTB ha sido objeto de atención por parte de la «derecha alternativa» en su empeño en renovar sus discursos, estética y simbología para que su mensaje llegue a grupos sociales que antaño le eran reacios.
Aunque el caso francés es paradigmático por el alcance internacional de Le Pen, los primeros experimentos con el homonacionalismo se llevaron a cabo en tierras neerlandesas. Como explica el periodista argentino Pablo Stefanoni en su obra ¿La rebeldía se volvió de derechas?, Países Bajos fue un país pionero tanto en el reconocimiento institucional del colectivo LGTB, al convertirse en 2001 en el primer país en legalizar el matrimonio igualitario, como en albergar un partido de extrema derecha que se aproximase políticamente al colectivo.
El neerlandés Pim Fortuyn se hizo popular a comienzos de los años 2000 en su país por su oposición frontal a la tradición de consenso político en Países Bajos, también conocida como modelo Polder, motivada por sus discrepancias con sus colegas parlamentarios en materia religiosa y de política migratoria.
Fortuyn, abiertamente gay y ultracatólico, utilizó su orientación sexual para atacar al islam con un discurso homonacionalista. El neerlandés consideraba que en su país se estaba produciendo una islamización, alineándose con las tesis de la teoría de la conspiración de El Gran Reemplazo. Concebía el islam como ‘’una ideología homófoba y hostil a nuestra cultura’’. Cuando se le acusaba de caricaturizar y desconocer la cultura musulmana, él contestaba: ‘’Claro que sí, hasta los he tenido en mi cama’’.
Fortuyn destapó con ello una veta que sería explotada por la extrema derecha ultracatólica para defender su supremacismo religioso, étnico y cultural. Cuando se critica al islam por su supuesta naturaleza homófoba, en contraposición a la supuesta tolerancia cristina, se señala que los países de predominancia islámica tienden a ser menos garantes de los derechos LGTB. Sin embargo, se obvia interesadamente que esta mayor aceptación del colectivo LGTB en los países de raíces cristianas se ha efectuado gracias a un proceso de secularización profundo y a expensas de la ferviente oposición de la iglesia cristiana a estos avances.
En todo caso, Fortuyn abrió un nuevo campo discursivo por el que difundir un ideario etnocentrista en la sociedad neerlandesa. Tras su asesinato unos días antes de las elecciones, su sucesor político Geert Wilders tomó el relevo con un discurso aún más vehemente contra el islam.
Wilders, quien gobernó en coalición con el actual primer ministro neerlandés Mark Rutte, ha llegado a comparar el Corán con el Mein Kampf de Hitler, propugna la censura del libro en Países Bajos y aboga por prohibir la construcción de mezquitas. A pesar de que se declaraba contrario al fascismo francés e italiano y decía no pretender aliarse con Le Pen o con los ‘’mussolinis italianos’’, su formación Partido por la Libertad se ha adherido recientemente al grupo parlamentario europeo de Le Pen y Salvini.
Desde entonces, las vías del homonacionalismo han sido exploradas por las diferentes derechas alternativas en su intención de alcanzar el poder. El expresidente estadounidense Donald Trump, quien con su victoria en las elecciones presidenciales de 2016 dio el pistoletazo de salida a una ola reaccionaria a lo largo y ancho del globo, contó con el apoyo de miembros del colectivo LGTB en su campaña electoral.
Uno de sus mayores aliados en esta empresa ha sido Milo Yiannopoulos, periodista y antiguo editor de Breitbart News, el medio digital dirigido entonces por Steve Bannon, quien fuera asesor de Trump en la campaña de 2016. Como explica el periodista Álex Maroño, Yiannopoulos tuvo un gran peso en la creación del lobby Gays for Trump que apoyó al republicano en la campaña de 2016, un lobby que declara abiertamente su rechazo a la población musulmana. Las polémicas que han envuelto a Yiannopoulos, expulsado de Twitter y Facebook por ciberacoso y despedido de Breitbart News por hacer apología de la pedofilia, acabaron con su meteórica carrera como creador de contenido y altavoz de la alt-right más informal.
Asimismo, el periodista y corresponsal de la Casa Blanca Lucian Wintrich trató de poner en marcha un fenómeno similar con un reportaje fotográfico publicado bajo el nombre de Twinks for Trump en el que se exhibía a esbeltos modelos gays semidesnudos luciendo el lema del expresidente Make America Great Again. Una vez en la Casa Blanca, el supuesto apoyo al colectivo LGTB de Trump se desvaneció, emprendiendo una decidida acción legislativa contra ellos facilitando su despido o prohibiendo la entrada al baño a las personas trans con la Bathroom Bill, entre otros.
También se pueden encontrar casos sonados de homonacionalismo en las extremas derechas de Austria, Alemania o Israel. El caso austríaco fue uno de los originarios y con más repercusión, ya que Jörg Haider, el líder de la extrema derecha austriaca y gobernador de Carintia, casado y padre de dos hijos, falleció en 2008 en un accidente de coche por conducir tras haber bebido en exceso en un bar gay que frecuentaba. Su sucesor, Stefan Petzner, hizo público tras su muerte que ambos mantenían una relación sentimental.
En el caso alemán, la líder actual del partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD) Alice Weidel es abiertamente lesbiana y tiene dos hijos con su mujer. Ello no es un impedimento para que se declare admiradora de Margaret Thatcher, postule la salida de Alemania de la Unión Europea si llega al gobierno y defienda que Angela Merkel debería ser juzgada por acoger personas refugiadas.
Por su parte los israelíes han sabido labrarse una imagen global de país tolerante con los derechos LGTB. A pesar de sus fuertes corrientes homofóbicas, que hacían que la revista gay Spartacus desaconsejase visitar su capital Tel Aviv, esta se ha posicionado como uno de los principales atractivos de la industria del turismo gay. Los mensajes publicitarios sobre la capital rezan: ‘’Incluso si no estás de acuerdo con la política israelí, ven a divertirte a Tel Aviv’’ o ‘’Israel, el encanto de Oriente Medio con la libertad de Occidente’’.
Como se aprecia en el último lema, detrás de la política pro-LGTB del Estado de Israel se esconde algo más que un acercamiento al poder económico de los gays blancos. Como explica el periodista francés Jean Stern en su libro Mirage gay à Tel Aviv, el Estado de Israel ha buscado legitimarse ante la opinión internacional, poco favorable a su política con respecto al pueblo palestino, erigiéndose en reflejo de Occidente en su batalla contra el mundo árabe musulmán. De esta forma, el ejército israelí es uno de los más respetuosos a nivel mundial con las minorías sexuales, al tiempo que ha sido señalado por vulnerar los derechos humanos del pueblo palestino.
Ahora bien, este acercamiento al colectivo de LGTB de la extrema derecha no tiene por qué traducirse en un apoyo a su causa. A modo de ejemplo, Donald Trump tan solo obtuvo un 14% de voto del colectivo LGTB, frente al 78% de los demócratas. Tan solo algunos miembros, que no todos, de la minoría adinerada y blanca del colectivo LGTB, se decantan por las derechas. Más que por el escaso número de votos que pueden pescar, pareciera que la extrema derecha utiliza al colectivo LGTB para desprenderse de la etiqueta de extremistas que la mayoría del electorado acostumbra a despreciar.
Si bien huelga decir que este no es un fenómeno universal en la extrema derecha, que en países como Hungría, Polonia o Brasil la ultraderecha mantiene al colectivo LGTB como uno de sus principales puntos de mira en su discurso de odio, es habitual que en los países con una amplio consenso en favor de los derechos LGTB la extrema derecha modere sus posiciones al respecto y lo aproveche para redoblar su discurso xenófobo.
De hecho, incluso en partidos donde el homonacionalismo ha tenido cierto triunfo con un candidato como Trump o Marine Le Pen, este ha estado a punto de romperse en pezados con la llegada de movimientos más radicales, como las milicias neonazis afines a Trump que boicotean los espectáculos drag o la llegada de Reconquista de Eric Zemmour.
La llegada del homonacionalismo a España
El panorama político español representaba, hasta no hace mucho, una excepción en el mapa europeo al no albergar ningún partido político de extrema derecha desde el ‘’viaje al centro’’ de Alianza Popular emprendido por José María Aznar. El espacio de la extrema derecha fue en buena medida acaparado por el Partido Popular y el resto de formaciones extremistas se encontraban divididas e incapaces de conectar con una mayoría deseosa de cambio tras 40 años de dictadura franquista.
Mientras tanto, la sociedad española experimentó un profundo proceso de modernización y secularización, gracias al cual pasó en unas décadas de ser uno de los países más atrasados económica, social y culturalmente a alcanzar los primeros puestos en los rankings europeos en algunas materias como laicismo, antirracismo o aceptación del colectivo LGTB. Esto se tradujo en una mayoría parlamentaria que ha permitido aprobar, en el parlamento estatal y en los autonómicos, leyes muy avanzadas especialmente en materia LGTB.
Así pues, España se convirtió en el cuarto país a nivel mundial en aprobar el matrimonio igualitario en 2005 y reconoce la autodeterminación de género en 12 comunidades autónomas, gracias a leyes aprobadas tanto por el PSOE, Podemos o IU como por el PP o Ciudadanos.
Casualmente, en 2005 se inauguraba el CIE de Zapadores, en València, donde se encarcela a las personas en situación irregular administrativa. Durante estos años de avances LGTB, se continuó tejiendo todo un entramado institucional destinado a la persecución de las personas migrantes, llegando incluso a internarlas sin haber cometido ningún delito penal, como ocurre en los CIE.
Sin embargo, los consensos en materia LGTB también se rompieron con la irrupción de la extrema derecha en el panorama político. Fundado en 2013 por antiguos militantes populares, Vox pasó sin pena ni gloria por la política española durante años clamando contra el estado autonómico, las políticas en materia de inmigración o lo que ellos consideran la destrucción de la familia tradicional.
Todos ellos problemas que no estaban por aquel entonces en la agenda de la sociedad española, preocupada por la corrupción de los dos principales partidos y por la ineficacia del modelo económico español de ladrillo y playa. No sería hasta el recrudecimiento del conflicto catalán que Vox conseguiría entrar en las instituciones, capitalizando el descontento de una parte de la derecha con el Partido Popular por su gestión de este asunto, entre otros.
Es decir, los ultraderechistas españoles no requirieron de una renovación tan profunda como la de algunos de sus homólogos europeos para ‘’desdiabolizarse’’ ante la opinión pública. La centralidad que ocupaba por entonces el conflicto catalán en el debate político les permitió ocultar su posición retrógrada en lo social. En consecuencia, aunque se pueden apreciar algunas de las características de la derecha alternativa en el discurso de Vox, que se ha inspirado en buena medida en Trump o Le Pen, estos no han seguido la moda de la alt-right de aproximarse al colectivo LGTB.
Esto también se explicaría en que Vox se encuentra más cercano a la vertiente ultracatólica, encontrando a sus mejores aliados en Europa entre los partidos fuertemente antiLGTB, como Ley y Justicia (PiS) en Polonia o Fidesz-Unión Cívica Húngara de Víktor Orbán. Así pues, Santiago Abascal se manifestó en prime time en el programa El Hormiguero en contra de permitir la adopción a padres LGTB, proponiendo discriminarlos frente a las parejas heterosexuales.
Macarena Olona y su diferenciación de Vox
Sin embargo, una de sus líderes exploró recientemente un discurso homonacionalista. Macarena Olona, exportavoz de Vox y recientemente apartada del partido, dedicó buena parte de su campaña en Andalucía a denunciar el supuesto clima de inseguridad que había generado la llegada de migrantes a España.
En esta identificación de la población migrante con la criminalidad que realizan recurrentemente desde las filas de Vox, Olona introdujo una nueva variante: alertaba de que esto suponía un riesgo sin precedentes para las mujeres y para las personas LGTB.
A pesar de que los datos no sustentan esta afirmación, ya que España ha reducido en los últimos años sus índices de criminalidad y se encuentra entre los países más seguros de Europa, Olona intentó acercarse al voto femenino y LGTB tratando de transmitir una sensación de inseguridad mediante un mensaje supremacista. ‘’Hay culturas que son incompatibles con nuestro Estado de derecho’’ decía en el debate electoral con un discurso similar al de Le Pen. De hecho, esta instrumentalización de la igualdad de género para asumir posiciones supremacistas también tiene nombre: feminacionalismo, tal y como lo describe la autora Sara R. Farris en su libro En nombre de los derechos de las mujeres. El auge del feminacionalismo.
No obstante, los votantes andaluces no compraron este discurso y los ultraderechistas obtuvieron un resultado modesto. Tras ello, las desavenencias con la dirección hicieron que Olona fuese apartada de la dirección. Una vez se dio cuenta de que sus antiguos compañeros no tenían ninguna intención de volver a darle puestos de responsabilidad, Olona ha buscado diferenciarse en vías de montar un proyecto propio.
En esta estrategia de diferenciación ha decidido, entre otros, redoblar su homonacionalismo en el discurso. De esta forma, mientras las legiones tuiteras de la formación verde criticaban un anuncio publicitario por retratar a una persona trans y a su familia apoyándola, Olona manifestó su comprensión hacia las personas trans y su simpatía por el anuncio. Eso sí, siempre que se exprese dentro de la unidad familiar.
Pareciera que esta es una Macarena Olona radicalmente distinta a la Olona que en sede parlamentaria decía ‘’ser mujer es nacer con sexo femenino’’ y que no pestañeaba al ridiculizar a las personas trans diciendo ‘’La metamorfosis autodestructiva del feminismo imperante actual cabalga sobre un concepto artificial: la ideología de género, que solo Vox rechaza y según el cual con independencia del sexo con el que se nace uno es hombre o mujer según se siente, a veces según se siente cada día, incluso según la hora del día’’.
En síntesis, la perspectiva de que el homonacionalismo se extienda en España es limitada. Por un lado, el proyecto de Macarena Olona parece por el momento abocado al fracaso, sin suficiente apoyo de la sociedad civil y sin hueco en el espacio derechista, ya bastante competido entre Vox, PP y Cs. Por su parte, Vox está ocupado en criticar fervientemente al ministerio de igualdad, también en su agenda de aumentar derechos para el colectivo LGTB, como con la ley trans.
Hasta el momento, la irrupción de la extrema derecha ha supuesto una regresión en materia LGTB, entre otros muchos aspectos. La intención en última instancia de la formación ultraderechista, no es tanto abrirse a un electorado más moderado para intentar llegar a la Moncloa, sino intentar condicionar al resto de partidos, especialmente al PP, para que acaben comprando sus marcos, discurso y agenda ultraderechista.
Ahora bien, aunque la deriva al homonacionalismo en España no tenga las mismas posibilidades de expansión que en otros contextos políticos, siempre hay que estar alerta ante la instrumentalización de causas justas para fines perversos.
Articulista. Apasionado por la Sociología y la Ciencia Política. Periodismo como forma de activismo. En mis artículos veréis a la extrema derecha Al Descubierto, pero también a mí.