Desmontando las mentiras de la ultraderecha sobre el cambio climático
El cambio climático no solo es el gran tema ambiental y social de la época actual, sino también uno de los problemas de mayor importancia al cual se enfrentan todas las sociedades del mundo. Se tiende a pensar de hecho que es una temática únicamente de índole ecologista o ambiental, pero lo cierto es que se trata de una cuestión de actualidad política, climática y económica, presente en muchos aspectos de la vida diaria.
Asimismo, el aumento de la temperatura media del planeta de manera tan relativamente repentina traerá consecuencias insospechadas que afectarán a la vida de todos los seres vivos, incluyendo a los seres humanos: desplazamiento de especies, extinciones masivas, desaparición de ecosistemas, migraciones, falta de recursos, sequías, conflictos bélicos, surgimiento y expansión de enfermedades… los retos son, por lo tanto, mayúsculos.
Sin ir más lejos, hace uno días, la crisis climática volvió a azotar Occidente. La DANA en Valencia, en forma de lluvias torrenciales e inundaciones, puso en evidencia cómo las medidas han sido insuficientes y cómo los gobiernos capitalistas no tienen interés ni capacidad para comprender y gestionar lo que está sucediendo.
Coetáneamente a la DANA sufrida en el País Valencià, Donald Trump ganaba las elecciones al otro lado del charco. Trump, negacionista del cambio climático, subido a lomos de la mayor potencia militar y económica del mundo, presenta un camino de ecofascismo y darwinismo social radical frente a la realidad social de la crisis climática. En Europa, los partidos conservadores y de extrema derecha capitalizan este mismo discurso, poniéndose de espaldas frente al cambio climático o azuzando medidas insolidarias, dando a entender que el futuro que el futuro estará sometido a sus propias ideologías neofascistas, allanado por un mar de mentiras sobre la situación climáticas y que instrumentalizarán la situación ecológica para llevar a cabo su agenda reaccionaria, aumentando la represión hacia la clase trabajadora.
Por poner algunos ejemplos a los que se añade la reciente DANA de Valencia: En 2022 la ola de calor pulverizó todos los récords de temperatura en Europa, donde en una semana murieron en España 510 persona a causa de las altas temperaturas. En 2023, los incendios en Grecia y España arrasaron vastas áreas naturales, afectando especialmente a Evros, Rodas y las islas Canarias, además de varias zonas de Andalucía y Galicia, poniendo en peligro áreas urbanas y destruyendo hectáreas de bosque.
Ese mismo año, las lluvias intensas en Emilia-Romaña, Italia, provocaron inundaciones que dejaron miles de desplazados y severos daños en infraestructuras y cultivos. En 2022, una ola de calor extremo se extendió por Francia, Reino Unido, España e Italia, estableciendo nuevos récords de temperatura y desencadenando incendios forestales y sequías prolongadas. Ese mismo año, la tormenta Eunice golpeó el noroeste de Europa, especialmente Reino Unido, con vientos de casi 200 km/h, causando daños a viviendas, cortes de energía y afectando la vida cotidiana de miles de personas.
Recientemente, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) elaboró un informe donde, una vez más, alerta de las funestas consecuencias del cambio climático. En general, la evidencia científica que se ha ido acumulando deja muy claro que es un fenómeno real y que es consecuencia de la actividad humana.
La importancia del cambio climático se entiende mejor si, directamente, se afirma que está en juego el futuro de la especie humana y, como mínimo, el modelo de producción y consumo global. De esta manera, la respuesta adaptativa de nuestras sociedades a una amenaza ambiental como esta es la implantación de un modelo social basado en la sostenibilidad medioambiental y en la justicia social. Esto indica, por tanto, que la civilización actual se encuentra frente a una espada de Damocles, pues se afronte o no el reto ambiental, las transformaciones venideras serán de enorme calado, en un sentido o en otro.
El cambio climático: un sistema complejo
Profesionales en economía, en sociología, antropología o cualquier científico o científica social siempre se alejarán de realizar previsiones sobre el futuro. Esto se debe a la enorme complejidad de sus objetos de estudio, normalmente multifuncionales y repletos de variables que influyen de manera interconectada e inesperada. La economía, la sociedad o las expresiones culturales son altamente imprevisibles en sus acontecimientos venideros, incluso con las estimaciones aparentemente más objetivas, claras y generosas.
Traspasando esta misma reflexión al cambio climático, se puede decir que existe un amplio discurso (intencionado o no) que explica y entiende este fenómeno en parámetros únicamente cortoplacistas y puramente meteorológicos, ignorando la totalidad de la evidencia científica disponible.
Por ejemplo, si hay un año muy caluroso, se confirma; si es templado, se pone en duda. Al igual que la economía y la sociedad, el clima terrestre es un sistema infinitamente complejo por lo que hay que huir de la pretensión de entenderlo a través de los parámetros descritos. Además, no se puede comprender la magnitud del tiempo de los ciclos climatológicos terrestres que explican el cambio climático utilizando únicamente los intervalos de tiempo cotidianos ya que no son análogos a los tiempos vitales de los seres humanos: 70-100 años frente a 10.000 o incluso más.
Estas percepciones son, en cierto modo, normales, ya que entender el problema en su globalidad exige un esfuerzo extraordinario de abstracción y conocimiento, algo de lo que se aprovecha la ultraderecha a la hora de soltar sus discursos negacionistas.
De este modo, la ultraderecha ataca sistemáticamente los discursos contrahegemónicos contrarios al statu quo y a los sectores sociales privilegiados, como el socialismo (o la izquierda en general), el feminismo y, por supuesto, el ecologismo. De hecho, una de sus armas argumentativas frente al movimiento ecologista es negar el cambio climático (entre otros fenómenos y otras acciones, como evitar la financiación de las energías renovables).
Dos argumentaciones básicas que sostienen el discurso negacionista son: o bien que no hay pruebas o evidencias suficientes (sosteniéndose en el cortoplacismo y la falsedad de datos), o bien que el cambio climático forma parte de los ciclos climáticos naturales de La Tierra y que el papel del ser humano en él no tiene absolutamente nada que ver (o, a lo sumo, tiene una influencia muy poco importante, por lo que en realidad no hay nada que se puede hacer al respecto).
La evidencia científica recopilada y comprobada hasta ahora indica que ambos argumentos (entre otros) son fácilmente desmontables. Uno de los mayores expertos en materia climática de España, Ramon Folch, doctor en Biología, socioecólogo y fundador de la consultoría ambiental estratégica ERF, así como profesor de la Universidad de Barcelona y de la Cátedra UNESCO/FLACAM y consultor ambiental de la UNESCO (París), explica cómo se deben superar estas dos falacias sobre el cambio climático:
El cambio climático debe ser abordado bajo estas premisas. Es un fenómeno complejo que afecta a un planeta complejísimo. Hay que entender, además, que ha habido muchos cambios en el clima del planeta, desde las relativamente recientes glaciaciones, cuando los primeros humanos corríamos la tierra, hasta la amplia paleta de temperaturas y precipitaciones registradas a partir del inicio de los tiempos, centenares de millones de años antes de que los humanos hiciésemos acto de presencia. Este es el detalle: El cambio climático que se nos viene encima es un modestísimo cambio climático, pero altera enormemente nuestras oraciones y, además, lo estamos provocando nosotros mismos al modificar las condiciones con que opera el efecto invernadero terrestre. (Folch, 2011, p. 65)
Así, se puede ver el argumento burdo que soltó el entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump, señalando que la costa este batió récords de bajas temperaturas en el año nuevo de 2017; o a Vox minimizando las consecuencias de la ola de calor diciendo en la Asamblea de Madrid que si les pilla en la calle, se metan en un centro comercial o en una iglesia.
Desmontando el bulo negacionista de la ultraderecha
La consecuencia del cambio climático es un aumento global de temperatura a causa a su vez de un incremento del efecto invernadero (por lo que hace años se le conocía más por el nombre de «calentamiento global»).
El efecto invernadero es algo crucial para la vida tal y como se la conoce hoy en día. A través de él, las radiaciones solares son retenidas por la superficie terrestre y parte de ellas son enviadas hacia el exterior, pero muchas de estas son devueltas con sus longitudes de onda modificadas y esto causa que algunas no puedan cruzar la atmósfera y, por tanto, rebotan de nuevo contra la corteza terrestre generando un calentamiento, al igual que sucede en el interior de un invernadero artificial o cuando se deja un coche completamente cerrado bajo el calor del sol. A causa de esto, La Tierra mantiene temperaturas templadas y reduce las distancias térmicas entre el día y la noche, ayudando a las condiciones de vida del planeta.
De esta manera, el efecto invernadero no es un problema. Lo es el aumento drástico de éste a causa de la emisión de gases potenciadores de él: Metano (CH4) y dióxido de carbono (CO2). La concentración de CO2 se mantuvo estable en 280 ppm (partes por millón) antes de la Primera Revolución Industrial alrededor del siglo XVIII. Empezó a subir a mediados del Siglo XIX de 290 a 330 ppm, hasta 1950 con 390 ppm. De entonces, la concentración no deja de aumentar y para 2070 se superarán los 500-520 ppm. (Folch, 2011)
En correlación con esto, la temperatura media del planeta también ha aumentado: en el siglo XVII era de 14,0 °C; entre 1950 y 2006 era de 14,5°C y, si la progresión sigue así, en 2070 pasarán los 15°C. (Folch, 2011). Todos estos datos oficiales ya demuestran por sí mismo la falta de veracidad de los bulos de la ultraderecha. Existe una correlación más que probada entre el inicio de la industrialización de la humanidad y, por tanto, del surgimiento de las fábricas y otras industrias generadoras de gases de efecto invernadero, con el aumento de estos gases en la atmósfera y el crecimiento de la temperatura global como consecuencia directa.
Es más, se estima que el límite que no se debe sobrepasar para evitar los efectos más desastrosos del cambio climático es de entre 1,5 y 2 ºC. Algunos estudios afirman que dicho límite podría superarse incluso antes, entre 2030 y 2052, fecha que se acelera a medida que pasa el tiempo y las emisiones continúan aumentando.
Por otro lado, cuando se observan los ciclos terrestres comparando millones de años de vida del planeta o, por ejemplo, los ciclos solares (pues también podría ser que una mayor actividad solar provoque un aumento de la temperatura global), de un rápido vistazo se ve que no solo el sistema solar se encuentra en un periodo de baja actividad, sino que no hay ningún patrón que haga coincidir el actual aumento de temperatura con un ciclo natural del planeta.
Además de que la única explicación de las oscilaciones de temperatura se han debido a un aumento o un descenso de los gases de efecto invernadero (por diferentes causas), la evidencia ha ido descartando cualquier otra causa ajena a la actividad humana en cuanto al aumento reciente de este tipo de gases. Y aunque ha habido algún estudio que ha intentado demostrar lo contrario, más tarde no se han podido replicar, ya sea por fallos metodológicos, en los datos o en otros puntos.
También existen datos acerca de la reducción de los glaciares del planeta, el aumento del nivel del mar o la acidificación de los oceános. Y todos los datos coinciden con ese aumento de la temperatura provocado por el crecimiento exponencial de gases de efecto inverandero que se relacionan con la actividad humana. Es decir, existe una línea causal demostrada científicamente a lo largo de los años que ha acumulado cada vez más y más evidencia.
Por supuesto, también hay formaciones políticas de ultraderecha que, incluso aunque no nieguen de forma explícita el cambio climático, tiran por tierra las medidas para luchar contra él tildándolas de dictatoriales, es decir que, con la excusa del cambio climático (sea o no real), la extrema izquierda o el «consenso progre» quiere imponer su agenda política.
No obstante, esta supuesta agenda política oculta que, según las teorías de la conspiración de la ultraderecha y de la nueva alt-right, se intenta imponer en todos los ámbitos de la sociedad por parte de una «élite progre» (y que ha usado Trump para abandonar los Acuerdos de París sobre el clima o Bolsonaro para atacar a la activista Greta Thunberg), no hace más que seguir las recomendaciones extraídas de la comunidad científica.
Es decir, en realidad, no existe un beneficio económico o político detrás del ecologismo, más allá del llamado greenwashing de ciertas empresas o de aquellas organizaciones que se dedican a la «economía verde» (y que no son ni por asomo mayoría). De hecho, la adopción de políticas medioambientales normalmente va en contra de todo beneficio político y económico a corto plazo que explica precisamente por qué la extrema derecha se muestra en contra, y por qué cuesta tanto que los gobiernos las adopten, incluso cuando compran el discurso ecologista total o parcialmente.
Y es que es muy difícil adoptar políticas ecologistas sin plantear cierto freno a la actividad productiva, o incluso plantear directamente lo que se ha denominado «decrecimiento económico», es decir, adoptar un sistema económico en el cual se reduzca la actividad económica para dar paso a la sostenibilidad planetaria, poniendo de manifiesto que el sistema capitalista es incompatible con el hecho de que los recursos del planeta son finitos.
Detener a la extrema derecha para detener el cambio climático
Dada la gravedad y la evidencia al respecto, es fundamental combatir los bulos negacionistas sobre el cambio climático, pues cada vez queda menos tiempo. Sin embargo, dirigentes como Donald Trump (EEUU), Jair Bolsonaro (Brasil), partidos conservadores y de ultraderecha de todo el mundo (Vox en España, AfD en Alemania, La Liga en Italia…), sostienen discursos negacionistas en mayor o menor medida.
¿Por qué sucede esto en un momento en el que hasta la mayoría de partidos de derecha aceptan los efectos del cambio climático e incluso muchas empresas se suman a la adopción de «políticas verdes»? Detrás de estas posiciones se encuentran, como se ha dicho anteriormente, los intereses de (ciertas) grandes empresas e industrias: cárnicas, energéticas, petroleras… a las cuales no les beneficia nada aceptar un problema de tal magnitud, ya que la propia solución deriva necesariamente en un cambio en la manera de producir y de consumir global, algo que las dejaría de lado.
No hay que olvidar que el ecologismo trata directamente estos problemas de una manera teórica y práctica. Es por eso que es rechazado y estigmatizado por la extrema derecha. Los postulados ecologistas abren caminos de reflexión y acción para afrontar el cambio climático, la degradación de ecosistemas, la generación desbordante de residuos, la deforestación, la extinción masiva de especies y la reducción de biodiversidad, consecuencias más o menos directas de una actividad productiva sin límites.
Además, las tesituras globales en la actualidad han demostrado uno de los preceptos más básicos de las teorías ecologistas: la necesidad de comprender la naturaleza y la sociedad como partes de una relación intrínseca. De este modo, es necesario entender que las características del medio físico influyen a las sociedades y, al revés, la forma en que las sociedades se organicen socialmente influye en el medioambiente.
El sistema capitalista, por su propia idiosincrasia al entender que evitar la regulación de los mercados y de la actividad económica es la mejor forma de organizar la sociedad y distribuir los recursos disponibles, es claramente nocivo en cuanto a que se basa en la explotación, una explotación que se reproduce desde la dominación de clases a la dominación de la naturaleza.
Y, en periodos de crisis política, social y económica, cuando el sistema por sí mismo o los partidos conservadores tradicionales no pueden hacer frente a ciertos movimientos que abogan por cambios de carácter progresista, se da rienda suelta (con excepciones) a la extrema derecha para que juegue su papel de movimiento reaccionario, tal y como sucedió en los años 20 y 30 con el nazismo y el fascismo o en los 60 y los 70 con el Plan Cóndor, o actualmente en casos como el golpe de estado en Bolivia. Por el mismo motivo, la ultraderecha agita también la bandera del antifeminismo o el rechazo al movimiento LGTBI, el antirracismo o el antifascismo.
De hecho, la extrema derecha tiende a acogerse a teorías pseudocientíficas o alejadas del cientifismo (asumiendo incluso posturas antiintelectuales) para poder justificar así su propia agenda política. Es por eso que también está detrás de la mayoría de teorías de la conspiración sobre el coronavirus o se ha adherido a pseudociencias como la eugenesia o el darwinismo social.
La extrema derecha también se centra en aquellos discursos basados en la libertad individual para poder atacar al ecologismo. Desde los gobiernos y partidos tanto de izquierda como de derecha, y también desde la sociedad civil, se ha puesto énfasis en aquellos comportamientos que puede hacer la gente para contribuir a reducir el cambio climático: reciclar, adquirir coches eléctricos, consumir menos carne… lo que la extrema derecha ha utilizado para argumentar que se está atacando a la libertad de las personas a cambio de que los que más tienen puedan seguir actuando como quieran.
Y la realidad es que, aunque es cierto que se promueven estas conductas, una política ambiental profunda exige precisamente que las clases altas, los grandes propietarios y las multinacionales sean precisamente las que más pongan de su parte, ya que son las que mas contribuyen al cambio climático. De la misma forma, los países ricos son los que, en porcentaje, más emisiones de gases invernado provocan… y han provocado a lo largo de su Historia, lo que plantea un agravio muy grande hacia las potencias emergentes.
Así, para mejorar la relación de los seres humanos con la naturaleza y afrontar los grandes retos climáticos venideros, los propios seres humanos deberán crear una sociedad más inclusiva, igualitaria y tolerante y mejorar las relaciones sociales haciéndolas más justas y conscientes de su entorno. Es decir, es necesario presentar más consideración frente al resto de la especia humana, de los seres vivos y frente a los ecosistemas del mundo.
La realidad del cambio climático es tal, que incluso han surgido corrientes dentro del neofascismo que abogan por políticas ecologistas, como el ecofascismo, que busca instaurar un sistema totalitario y jerárquico que imponga medidas de protección medioambiental. Ya existen, de hecho, elementos ecologistas en algunos discursos de la nueva derecha radical, como es en el caso de Marine Le Pen. Y es que, probablemente, ciertos líderes populistas de ultraderecha empiezan a plantearse que, frente al meteorito que cae sin remedio como en el film No mires arriba, la extrema derecha debe plantear también una alternativa.
En conclusión, es de vital importancia que la civilización humana se organice teniendo en cuenta todo aquello con lo que se comparte un mismo hogar. De esta manera, las mentiras y los bulos ambientales de la ultraderecha deben ser combatidos, detectados y rechazados, pues presentan una gran amenaza para iniciar el largo camino hacia la sostenibilidad que queda aún por recorrer. Y que, esa organización, surja de modos y formas democráticas, que respeten los derechos humanos y que no quede, una vez más, en manos de los de siempre.
Enlaces, fuentes y bibliografía:
– Folch, R (2011). La quimera del crecimiento: la sostenibilidad en la era postindustrial. Editorial RBA.
Articulista. Sociólogo y gestor medioambiental, con suerte de poder compartir vocación y formación. Las Ciencias Sociales son una parte muy importante de mi vida. Considero la divulgación a través de la sociología como una gran herramienta para destapar las injusticias sociales y arrojar luz sobre la actualidad diaria contribuyendo así a ser un poco más libres y justos.
El título de esta redacción de mierda debería ser mezclando patatas con nabos…
Muy buenas.
¿No es cierto entonces que la extrema derecha asume posiciones negacionistas y anticientíficas?
Un saludo.
Y el título a tu comentario estúpido e insultó cuál debería ser? MIERDA a secas?
Me flipa lo que escribís. ¡Seguid así!
Comentario lleno de insultos editado