El peligroso legado de una década de populismo
De acuerdo con la Real Academia Española de la Lengua (RAE), populismo en su segunda acepción hace referencia a: “tendencia política que pretende atraerse a las clases populares”. Sin embargo, el significado anterior no contempla la problemática del populismo como doctrina política. La materia en cuestión gira en torno a una manera específica de hacer política, que es necesario analizar en profundidad.
Los acontecimientos políticos de calado internacional de la última década comparten una impronta que según el punto cardinal tendrá mayor o menor intensidad, pero siempre será notable la presencia de elementos políticos que articulen estrategias populistas que en su materialización en el poder tenderá a producir una involución en materia de derechos y libertades, cercana al autoritarismo en definitiva.
Los regímenes democráticos desde el más completo hasta el más deficiente se caracterizan por estar compuestos por un número limitado de ideologías que se canalizan mediante un número mayor o menor de partidos políticos que juegan en la alternancia del poder.
Este funcionamiento, tal y como está planteado, presenta una cierta rigidez que varía según el país (no es lo mismo Estados Unidos que Dinamarca) que constriñe el espacio electoral e impide la entrada en juego de actores que emanan de sensibilidades excluidas del escenario electoral.
Los actores excluidos, en su afán por participar de la pugna electoral, tienden a estirar el espectro político, que se rige según consensos y bases establecidas, mediante su cuestionamiento, incluso cuando se centran en aspectos específicos, como es el caso de los partidos ecologistas.
¿Qué es el populismo?
Partiendo de un análisis terminológico, el populismo no es per se un fenómeno negativo. Asumiendo que todo sistema diseña tanto su funcionamiento como su pervivencia (en el caso de una democracia plena se entiende que su legitimidad está basada en sus múltiples opciones de elección) no es reprobable que opciones ideológicas que se encuentran fuera del tablero pugnen por formar parte de él y competir democráticamente.
En base a este punto de vista, hay que desmarcar del populismo aquellos hechos históricos que han producido transformaciones sociopolíticas a partir del cuestionamiento del régimen imperante. Sin embargo hoy en día revela unas importantes carencias en las democracias liberales.
La primera teorización del populismo en la política moderna tuvo lugar a raíz de los movimientos obreros de masas. Las tesis defendidas por el filósofo Karl Marx y Friedrich Engels sobre la emancipación y los derechos de la clase trabajadora, lo que luego se empezó a denominar marxismo (y que ha derivado en multitud de teorías políticas, algunas muy diferenciadas entre sí), consiguieron llegar a las clases populares de una forma muy sorprendente durante la segunda mitad del siglo XIX.
Sin embargo, uno de sus teóricos más importantes (y de la Ciencia Política en general), Antonio Gramsci, entendió que para sumar a todo el grueso de una población era necesario acudir a su sugestión, es decir, al plano social que condiciona su percepción de la vida, en términos marxistas, lo que se denomina superestructura, dimensión que abarca planos sociopolíticos como la cultura o la religión.
Desde que las tesis gramscianas fueron asumidas por todos los actores políticos indistintamente de su signo político, la política es el juego de condicionar las subjetividades humanas con el fin de atraerlas hacia la opción que se representa. Esta doctrina se conoce como la creación de hegemonía y que hoy en día ha cobrado también diferentes nombres y generado nuevas etiquetas: batalla cultural, relato…
Reconocidas teóricas contemporáneas como la belga Chantal Mouffe han teorizado sobre el populismo como doctrina política tan legítima como cualquier otra. En la autora, el populismo consiste en la creación de significantes vacíos.
El significante vacío es un concepto de gran poder aglutinador de masas en base a moral de grupo. Puesto que Mouffe se autoubica en la izquierda progresista, ha identificado significantes vacíos que puedan favorecer un populismo de izquierdas (en sus propios términos), el significante vacío del populismo de izquierdas es por antonomasia: pueblo, articulándolo según la dialéctica antagonista ante las élites. Observamos por tanto que el populismo ha contribuido a dejar atrás algunos de los viejos dogmas de la política más ideológica cuyo máximo esplendor tuvo lugar en el pasado siglo.
Es decir, ha sido utilizado como una herramienta que favoreciera la unión social para la consecución de cambios políticos que, en la práctica, terminaran mejorando la calidad de vida de la gente a partir del logro del reconocimiento de derechos y libertades, una mayor democracia, la reducción o el fin de ciertos privilegios…
El populismo actual: la alt-right
Por otra parte, los populismos de hoy son notablemente diferentes. Pese a que comparten origen, esto es, decadencia o total colapso del sistema político, es necesario separar los populismos según el actor que lo emplee. Para su estudio, cabe descomponerlos según sus pilares básicos: estrategia, financiación y plano mediático.
Los movimientos populistas actuales, como acertadamente apunta el intelectual francés Pierre Rosenvallon son auténticas reacciones de ira y se perciben principalmente debido a su lenguaje violento y ultra antagonista.
Mediante este uso de la dialéctica, se consigue deslegitimar al adversario político, restándole su condición de interlocutor válido del juego político. Mediante esta dialéctica antagónica se consigue extraer del elector un criterio plenamente emocional, desprovisto de la racionalidad que cuestionaría su apoyo al actor político en cuestión.
Hay una anécdota política que simboliza a la perfección esta estrategia. En plena campaña de las elecciones de noviembre de 2019, el líder del partido ultraderechista Vox, Santiago Abascal, en una entrevista con el periodista de ideas similares Federico Jiménez Losantos, apuntaba: “Nos votan porque nosotros decimos las cosas como las dice la gente en la sobremesa de casa”.
Muy lejos de ser un inocente comentario, es una frase muy reveladora. Pese a que la política debe siempre acometer el esfuerzo de llegar de manera fácil al entendimiento de la ciudadanía, lo que significa “como las dice la gente en la sobremesa de casa” es una conexión directa entre un mensaje político sintetizado y reducido casi al absurdo, con el instinto más básico del ciudadano, sin que requiera reflexión alguna.
El mensaje, articulado de esta forma, requiere de canales de transmisión eficaces. Aquí entran en juego los mass media y sus formas de financiación masiva. Para que un mensaje así enunciado no sea desmontado con la elementalidad mediante la que se compone, es necesario repetirlo infinitamente y por los máximos canales posibles.
Esta estrategia comunicativa, a la que se añaden otros muchos elementos, es conocida como la nueva derecha radical o alt-right, que nació durante de la segunda mitad de la presente década, teniendo como hecho abanderado la campaña electoral de Donald Trump de 2016 y como ideólogo a su asesor de campaña, Steve Bannon, a su vez relacionado con el medio ultraderechista y difusor de fake news Breitbart News.
Consecuencias del populismo: la erosión de la democracia
La consecuencia de este tipo de populismo está íntimamente ligada a su causa, es decir, se trata de proyectos políticos casi imposibles de enmarcar en la democracia, lo que supone de forma inevitable que, una vez en el poder, estos proyectos erosionen y transformen las democracias de las que se apoderan.
Este es un proceso lento y calculado pues las democracias se constituyen mediante sistemas de contrapesos que refuerzan su solidez, como la separación de poderes.
El proceso de transformación de una democracia plena en una democracia defectiva o iliberal, como ahora se le llama desde ciertas posturas derechistas, es conocido como autocratización.
Consiste en el mantenimiento de los elementos procedimentales más básicos de la democracia mientras se dejan de observar el conjunto de cualidades que convierten a un sistema en una democracia plena.
Se trata de una transformación evolutiva y progresiva que desemboca en el ejercicio del poder de manera arbitraria sin adversidades dentro del propio Estado de Derecho, al tiempo que se implanta una agenda política y social reaccionaria.
Esta conjugación entre los elementos procedimentales de la democracia y el ejercicio de poder arbitrario da lugar a los regímenes híbridos. Uno de los casos más representativos es el de Hungría.
El estado centro-europeo fue uno de los países con mayor éxito en su proceso de democratización tras el colapso del bloque del Este. Pese a su poca tradición democrática, se emprendieron múltiples reformas que modernizaron el país y posibilitaron su pertenencia a organismos como la Unión Europea.
Desde la llegada al poder en 2010 de su actual presidente Viktor Orbán se ha producido una más que notable involución democrática. El líder de la FIDESZ ha ido acometiendo progresivamente prácticas de socavamiento de los contrapoderes institucionales, lo que le posibilita un cómodo ejercicio del poder despótico, eso sí, sobre el colchón de una holgada mayoría absoluta.
Un hecho notable tuvo lugar durante la primera ola de la COVID19. Mientras el mundo se encontraba sumido en el caos y Europa con la mayoría de sus estados habían declarado el estado de emergencia, Viktor Orbán aprovechó su mayoría parlamentaria para una reforma constitucional que permitiría la declaración y ejercicio del estado de emergencia sin control parlamentario alguno.
De alta gravedad también son los ataques llevados a cabo contra minorías sociales como refugiados o LGTBI+, colectivo este último al que ha decidido excluir del marco jurídico de protección de sus derechos sustanciales. Tampoco ha titubeado a la hora de echar pulsos a la UE en la aplicación de las políticas comunitarias.
Sin embargo, ha conservado las estructuras mínimas procedimentales de la democracia húngara, encontrando un equilibrio entre el ejercicio arbitrario del poder y los estándares mínimos de democracia para el desempeño de su proyecto político conservador y ultranacionalista.
La segunda mitad de la década 2010-2020 revolucionó el plano geopolítico por completo. Cambiando de región, en el último lustro se ha visto el derrumbe de los regímenes enmarcados en el proceso histórico de la Marea Rosa en América Latina.
El triunfo electoral del militar ultraderechista Jair Bolsonaro en 2018 y el golpe de estado en Bolivia en 2019 simbolizan la extensión populista a lo largo de las distintas regiones del mundo.
La situación desencadenada por la COVID19 parece haber mermado las fuerzas del populismo por haber mostrado que en política las grandes crisis no tienen soluciones fáciles, no es descabellado afirmar que la caída de Trump se deba a la pandemia. Aunque todavía es pronto para afirmar una tendencia general.
No obstante, en el caso de que este retroceso del populismo sea real, es innegable el efecto corrosivo que ha tenido para las instituciones allá donde ha tenido acceso a ellas.
El asalto al Capitolio por seguidores de Donald Trump el pasado 6 de enero cambió de arriba a abajo el paradigma político en los Estados Unidos. La amenaza se materializó y, por primera vez en décadas de estabilidad democrática, la soberanía popular se vio completamente contra las cuerdas tras meses de polarización, crispación y erosión política.
La respuesta fue un contundente cierre de filas a favor del funcionamiento democrático y el respeto por la legitimidad de los procesos electorales que trascendió entre los polos políticos, si bien al menos un 45% de los votantes del Partido Republicano consideran legítima la toma del Capitolio, lo que da una idea de lo profundas que pueden llegar a ser estas heridas.
Es necesario permanecer alerta ante la posibilidad de que estos actores populistas vuelvan a conseguir aunar a una masa social que pueda poner en jaque las democracias actuales que, aunque imperfectas, son mucho mejor que lo que nos espera con este nuevo auge de populismo ultraderechista. Y ello requiere defenderlas todos los días.
Autor: Juan Francisco Simón Silva.
Cuenta de Instagram: @jfssilva_
Enlaces, fuentes y bibliografía:
– Foto de portada: Asalto al Capitolio de EEUU por seguidores de Trump. Autor: Tyler Merbler, 01/06/2021. Fuente: Flickr (CC BY 2.0.)
– MASCIA, C. (2020, 14 de noviembre): “Se ha subestimado durante mucho tiempo el aspecto ‘positivo’ del populismo”. El País.
– SZMOLKA VIDA, I. (2010): “Los regímenes políticos híbridos: democracias y autoritarismos con adjetivos. Su conceptualización, categorización y operacionalización dentro de la tipología de regímenes políticos”. Revista de Estudios Políticos, 147, enero-marzo: 103-135.
– SZMOLKA VIDA, I. (2016): “Los procesos de cambio político: conceptualización teórica, tipología y análisis”.
– MORLINO, L. (2009): “¿Democracias sin calidad?, en Democracias y democratizaciones. Madrid: Centro de Investigaciones Sociológicas.
– TUSELL COLLADO, A. (2015): “La calidad de la democracia y sus factores determinantes. Un análisis comparado de 60 países”. Política y Sociedad, 52, 1: 179-204.
– Freedom House (2020): Global Freedom Status. Consultar en: https://freedomhouse.org/explore-the-map?type=fiw&year=2020
– Amnistía Internacional (2020): Estudio individualizado sobre la situación política en cada país. Consultar en: https://www.amnesty.org/es/countries/
– Mouffe, C., Laclau, E. (1985). Hegemonía y estrategia socialista. Madrid.
– Gramsci, A. (1929-1935). Escritos (Antología).