Julian Assange y Donald Trump: una paradoja pesimista sobre la desinformación
La desinformación es una maleta de mano que se ha ido asentado en las sociedades actuales. El surgimiento de las nuevas tecnologías, la globalización y como se ha ido interconectando la sociedad, dificulta entender la realidad social, ya que se puede acceder a un volumen de información casi infinito. Este mismo hecho destapa la complejidad de muchos de los contextos colectivos. Es decir, muestra lo complicado que es entender los contextos políticos, económicos, sociológicos, socioambientales, etc.
Además, a dicha tesitura se le debe añadir un contexto informativo en crisis donde el código deontológico periodístico y, en general, el paradigma comunicativo se está viendo sometido a muchos cambios y problemáticas como la proliferación de las fake news, bulos o noticias falsas y la consolidación de la posverdad, una suerte de burbuja comunicativa, informática y social que distorsiona la realidad para adaptarse a las ideas de cada cual.
De esta manera, como se ha nombrado antes, es cierto que la sociedad hoy en día se ha vuelto altamente compleja, pues las personas no solo tienen que lidiar con la realidad material, es decir, la realidad a la que se accede a través de los sentidos y las vivencias cotidianas físicas, sino que además se tiene que lidiar con otra realidad paralela: la realidad online o digital. Una dimensión que se asemeja mucho a las descripciones platónicas del mito de la caverna.
En esta famosa alegoría del filósofo griego Platón (427-347 a. C.), se describía una caverna donde las personas estaban maniatadas contra la pared de una cueva mientras otros las manipulaban con sombras y demás engaños premeditados. Lamentablemente, hoy en día, dicha reflexión puede verse reflejada en parte de los medios de comunicación y cómo estos difunden de manera premeditada noticias sesgadas, generadas con mala praxis y con un trasfondo que se aleja de la objetividad y la información veraz.
Estas maneras de desinformar caen en la subjetividad y el apoyo a discursos que siguen los intereses concretos de una minoría, condicionando a través del poder económico o político la realidad y el derecho a una información ética y veraz que debería tener toda persona.
Y es que el surgimiento de las nuevas tecnologías de la información, las redes sociales y la digitalización, ha conllevado un impacto tan trascendental en la sociedad tal cual aún se están midiendo las consecuencias de dichos procesos.
La revolución digital ha soltado una bomba nuclear de datos y material informativo, tanto de carácter audiovisual como escrito. No obstante, la forma, la calidad y la intención de esta información presenta una gran problemática. Es decir, la sociedad actual es la que más información tiene a su alcance de la historia y, sin embargo, está muy desinformada, quizá más que hace décadas, al menos en comparación a todas las herramientas que existen para obtener información veraz y de calidad.
El astrofísico y divulgador Carl Sagan advertía ya en los años 90 el peligro que existía en caer en una situación antidemocrática para una sociedad que estaba evolucionando de manera técnico-científica a pasos agigantados que, no obstante, no estaba sabiendo educar, informar y preparar a la población para los retos futuros venideros. En palabras de Sagan: “vivimos en una sociedad profundamente dependiente de la ciencia y la tecnología en la que casi nadie sabe nada de estos temas”. Pero Sagan no hablaba solo de saberes científicos como las matemáticas, la física o la biología, también nombraba otras disciplinas importantes como las ciencias sociales, el derecho, la economía o la propia filosofía.
Respecto a lo planteado por Sagan, surgen varías cuestiones que tienen un interés más actual que nunca: ¿a cuántas personas se les da formación en los colegios para detectar bulos, información sesgada, anticientífica, discursos de odio, históricamente falsa, falacias y un largo etcétera? A muy pocas, por no decir a ninguna.
El problema no sería tan grave, quizá, si los canales comunicativos comunicaran de manera ética y rigurosa, pero aquí llega otro gran apoyo hacía la desinformación: las instituciones que se encargan de informar tienen un gran problema con el código deontológico del periodismo. Con esto no se quiere decir que no existan muchos periodistas honestos, pero el problema dentro del campo informativo frente a la cantidad de bulos y fake news que se crean de manera intencionada es como poco alarmante, denunciado de hecho por muy buena parte del periodismo.
Así que, con lo descrito en los párrafos anteriores se presenta una tesitura de doble filo. Por un lado, desde el ámbito educativo a las personas se les dota de pocas herramientas para afrontar y entender una realidad cada vez más interconectada y compleja. Por otro lado, parte importante de las instituciones, ámbitos y medios de comunicación que se encargan de informar, paradójicamente, desinforman intencionadamente para favorecer unos intereses particulares que no son los de la amplia mayoría.
El derecho a la información ética, de calidad y contrastada, debería ser un factor que vertebre las sociedades democráticas. Sin embargo, existe una auténtica lucha por quien y cómo se emite la información hoy en día. En pocas palabras, quien tiene el control de los canales mediáticos (televisión, radio, redes sociales), también tiene un control sobre cómo se presenta la realidad, o al menos, como la percibe una parte importante de la ciudadanía.
Es precisamente por este motivo, que, en la sociedad de la información, los ciudadanos y ciudadanas estás expuestos a un peligro de desinformación muy alto, pues, aunque exista una sociedad hiperconectada a nivel tecnológico, los grandes volúmenes de información están siendo manejados por los intereses económicos de las élites financieras y grupos de poder dueños de los medios de comunicación.
Por tanto, en lugar de recibir una información objetiva para poder tomar decisiones colectivas coherentes, las personas reciben desinformación premeditada que busca satisfacer los intereses económicos de una minoría. Es decir, desinformar en favor de unos pocos colectivos y a través de lógicas de intereses privados. Con esta tesitura surge un paradigma informativo no democrático.
En cierta manera esto se logra a través de la generación y proliferación de bulos, noticias falsas, sesgadas, etc. Además, aunque el problema descrito es conocido por los partidos políticos y otros agentes supuestamente democráticos que deben velar por el interés común, no se hace nada al respecto, pero más grave aún es que muchos partidos políticos usan estas mismas técnicas para engañar y captar votos.
En la esfera política este fenómeno siniestro de convertir lo colectivo en una especie de caverna platónica donde se juega a engañar y confundir, se observa en la llamada posverdad. Este interesante concepto se refiere a la distorsión intencionada de la realidad, sobre todo cuando se intenta influenciar en la percepción de otra persona a través de su parte más irracional y emocional. En realidad, esta faceta del humano ya ha sido muy explotada por campos como las religiones, las sectas o la propia publicidad. Pero esta misma manera de comunicar que tiene una clara connotación manipulativa se ha vuelto algo bastante habitual en las redes sociales y en el discurso político actual.
Políticos vinculados a la extrema derecha como Donald Trump o Jair Bolsonaro, por poner dos de los ejemplos más internacionalmente conocidos, han usado y usan este tipo de estrategias. Lanzan mensajes incendiarios, muchas veces anticientíficos, mentiras, bulos o burdas generalizaciones. Sin embargo, aunque sus relatos luego se destapen y queden como mentiras, la sensación en gran parte de la población es que sus mensajes son verdad. Porque no se trata de una o dos declaraciones, sino de transmitir en su conjunto unas emociones y sensaciones concretas que terminan asentándose en la gente.
Donald Trump ha criminalizado de manera flagrante a colectivos como los latinoamericanos o musulmanes mediante sesgadas declaraciones racistas que sembraban una gran polémica. El propio expresidente de Estados Unidos ha llegado a tachar a estos grupos poblaciones como delincuentes.
Por otro lado, Trump y Bolsonaro también articularon posturas negacionistas y anticientíficas sobre el COVID-19, siendo muchas de sus afirmaciones criticadas o desmentidas por científicos e incluso cargos públicos del sector sanitario de sus respectivos países. Sin ir más lejos, un estudio de la Cornell University ha catalogado a Donald Trump como la persona pública que más desinformación ha causado sobre la pandemia.
Poner en duda la eficacia de la mascarilla, hablar de remedios como un supuesto desinfectante que mataba al virus en un minuto o decir que, en realidad, el COVID-19 no era más peligroso que un resfriado son algunas de sus afirmaciones públicas. Por otro lado, el presidente de Brasil Bolsonaro, por ejemplo, ha llegado afirmar que existía una relación entre las vacunas del COVID-19 y el desarrollo del SIDA.
Sin embargo, con todo lo narrado en los párrafos anteriores, dichos políticos, aunque muchas veces queden retratados, han llegado a gobernar. La posverdad a día de hoy se ha asentado como norma, se vive en una doble realidad, la digitalización ha creado una nueva capa de interacción. De esta forma, la realidad mediática que muchas veces se presenta en el plano online genera junto con la realidad tangible dos niveles interconectados pero que muchas veces cuentan relatos totalmente dispares.
La desinformación: una lucha por la democracia
Julian Assange y Donald Trump representan dos caras de una misma moneda. Dos caras de una sociedad de la información que demasiado a menudo premia al que miente y castiga al que busca la verdad.
Por situar el contexto: Julian Assange es un programador, periodista y activista de Internet nacido en Australia conocido por ser el fundador, editor y portavoz del sitio web WikiLeaks. Se trata de una organización sin ánimo de lucro a escala global y que se encarga principalmente de publicar hilos, informes, documentos y otros productos comunicativos filtrados, todo esto a través de preservar de manera concienzuda la identidad de las fuentes de dichas filtraciones.
Esta organización se ha visto en el ojo del huracán del debate político y social sobre el trato de la información. Parece vital, que, en una era hiperconectada, donde la información, una variable que históricamente siempre ha estado ligada a los colectivos con más poder en una sociedad, pueda democratizarse, creando una sociedad informativa más transparente, donde la diferencia al acceso y control de la información no sea una manera de someter la población hacia los intereses de unos pocos frente a la soberanía y el interés popular.
WikiLeaks estuvo desde el primer momento en el punto de mira de los estados y otros agentes sociales de gran poder económico y político por el peligro que representa una organización así, pues dicha plataforma informativa es una herramienta radical que destapa toda la opacidad de las actividades de los estados en cuanto a guerras, complots, movimientos antidemocráticos o, en general, estrategias geopolíticas moralmente muy cuestionables y que a menudo se ocultan al gran público..
En la actualidad, y a causa de una sentencia de la justicia británica, es muy posible que Assange sea extraditado a Estados Unidos para ser juzgado por filtrar documentos clasificados del gobierno norteamericano. Concretamente, WikiLeaks filtró 400.000 reportes sobre la guerra de Irak, 90.000 sobre la guerra en Afganistán, 800 desde la prisión de Guantánamo y más de 250.000 cables diplomáticos redactados en varias partes del mundo. En dichos archivos se mostraba la verdadera cara de los conflictos bélicos en Oriente Medio, llegando incluso a filtrarse videos donde militares estadounidenses mataban a civiles desarmados de manera premeditada.
A causa de la filtración de dichos documentos, Assange ha sufrido décadas de persecuciones políticas y judiciales, viviendo encerrado en la embajada de Ecuador siete años, hasta que fue arrestado por el gobierno británico al ser finalmente expulsado de la embajada a causa de un cambio de postura por parte de Ecuador.
Aunque la versión de Estados Unidos es la de catalogar a Assange como un terrorista que desveló secretos de estado y que trabaja para la inteligencia rusa, lo cierto es que no existen indicios de esto último. Además, aunque exista el debate legal sobre lo que hizo Assange, el debate moral deja pocas dudas a la reflexión.
Una persona que ha desenmascarado como un gobierno, o parte de sus representantes, consintieron y ocultaron el asesinato de civiles en Oriente Medio, torturas en la cárcel de Guantánamo y una gran cantidad de episodios que vulneraban los derechos humanos, sea considerado como un terrorista y, sin embargo, la otra parte implicada, la parte que además vulneró los derechos humanos de manera sistemática, no se vea afectada de manera judicial, arroja como poco, dudas sobre la moralidad de las democracias parlamentarias actuales.
El caso de Assange es a día de hoy una de las imágenes más pesimistas de un mundo que premia a los asesinos y encarcela a quienes les denuncian.
Un ejemplo totalmente antagónico al de Assange es el de Donald Trump. Un político populista y de extrema derecha que consiguió ganar las elecciones presidenciales en Estados Unidos apoyado en gran parte sobre la desinformación y las fake news. Las redes sociales fueron su gran baluarte, en sus cuentas de Facebook y Twitter Trump expandía una gran cantidad de bulos y desinformación de manera directa.
Los foros y otras plataformas online de comunicación reforzaron sus mensajes, creando a día de hoy, aunque Trump sea ya expresidente, un pozo de cultivo peligrosísimo lleno de radicalismo, teorías de la conspiración, supremacismo blanco, violencia e irracionalidad que se mueven por la red captando adeptos estadounidenses.
La gravedad de dichas acciones irresponsables de desinformación es muy alta, directamente se podría considerar que dichas actitudes por parte de personajes públicos tan importantes como el presidente de Estados Unidos, ponen en duda todo un modelo democrático occidental que está ya de por sí en horas muy bajas.
Es más, en el caso estadounidense las consecuencias que puede traer la desinformación se vieron claramente en el asalto al Capitolio. Estados Unidos estuvo a punto de enlazar una serie de acontecimientos que podrían haber desatado una escala de violencia muy alta, más aún de la que se observó en dicho episodio.
De esta forma, comparado con Assange, las acciones de Trump respecto al uso irresponsable y antidemocrático de la información son moralmente mucho peores. Sin embargo, las consecuencias judiciales son de momento prácticamente nulas comparado con el contexto de Assange. Una prueba más de que la democracia no está sabiendo afrontar este nuevo contexto donde el uso ético de la información debe ser tratado como una variable fundamental para garantizar una democracia digna y real.
Pero, además, otra de las consecuencias, quizá la más grave de que políticos de extrema derecha utilicen estas estrategias, es la negación de la realidad por parte de la ciudadanía y, por tanto, el aumento de los comportamientos irracionales. Pues este tipos de discursos políticos apoyados en la posverdad y la desinformación, discursos enarbolados por políticos como Trump y Bolsonaro, pero también el propio Santiago Abascal o Isabel Díaz Ayuso en España o Javier Milei en Argentina (y, en general, por la mayoría de políticos de extrema derecha) provocan que la gente que cree dichos argumentos pierda la total confianza en absolutamente todo lo que le rodea: instituciones, todos los medios de comunicación, todos los políticos, todo el discurso científico y, en definitiva, todo aquello que se puede entender como sentido común o consensos y saberes colectivos.
En conclusión, en esta realidad paralela de redes sociales, programas telebasura, estancamiento educativo, auge de la extrema derecha y el uso de desinformación intencionada como arma política, la verdad se vuelve cada vez más difusa y las cavernas platónicas enfocadas al engaño son más fáciles y propensas.
La facilidad de crear, difundir, manipular una mentira y que se asiente como real es pasmosa. Además, ha dicho aspecto se le une algo no menos importante: la sociedad actual tiene un déficit enorme para protegerse de estos productos comunicativos creados para engañar. La sociedad necesita reforzar urgentemente su pensamiento crítico. Se tiene que huir de esa propensión desgraciadamente cada vez más asentada de consumir información basura, píldoras informativas que nos ofrecen una solución fácil, sencilla y universal para explicaciones o fenómenos altamente complejos.
Unas píldoras que conducen hacia el camino más profundo y confuso de la caverna de Platón.
Articulista. Sociólogo y gestor medioambiental, con suerte de poder compartir vocación y formación. Las Ciencias Sociales son una parte muy importante de mi vida. Considero la divulgación a través de la sociología como una gran herramienta para destapar las injusticias sociales y arrojar luz sobre la actualidad diaria contribuyendo así a ser un poco más libres y justos.
muy interesante-colega-Álvaro.