Discursos de odioEuropa

La construcción del odio: racismo e inmigración en el discurso político

El domingo 14 de julio, Mikel Oyarzabal marcó en el minuto 86 el gol de la victoria para España en la final Eurocopa. Los balcones de los barrios rugían mientras las calles se llenaban de coches y pitidos, los servicios de mensajería se colmaban de comentarios, memes y conversaciones y la prensa centraba su atención en un único punto. La selección española de fútbol era campeona de Europa por cuarta vez y, la gente, inmersa en el ritual futbolístico, uno de los más interesantes para analizar desde la sociología del deporte, se sumergía en ese éxtasis momentáneo. Un éxtasis que no fue ajeno a la dosis cada vez más habitual de racismo y xenofobia, especialmente por parte de ciertos sectores de la sociedad.

Dos chavales racializados, Nico Williams y Lamine Yamal, habían deleitado a todo su país desde la banda derecha e izquierda respectivamente. Ambos tienen historias humildes de superación: ambos provienen de familias africanas que se asentaron en España. Y los dos también han sido y son un ejemplo perfecto del racismo subyacente en la sociedad actual, específicamente en la española.

Sus figuras cristalizaron y sacaron a relucir el racismo intrínseco de todo el espectro político: desde el burdo relato de odio de la extrema derecha, donde se les cuestiona como españoles debido a su etnia y rasgos fenotípicos (como su color de piel), vinculando la noción de raza y de nación, hasta un discurso muy diferente, que esconde un racismo inconsciente, espoleado por la socialdemocracia y la centro izquierda de la política española.

En este último caso, Yamal y Williams fueron utilizados de manera reiterada como ejemplos de una suerte de meritocracia. Es decir, se argumentaba que los dos chicos eran un orgullo no solo por ser españoles, sino por ser un ejemplo de éxito y ser unos ganadores que salieron del barrio y alcanzaron la cima deportiva.

Aquí se revela un imaginario basado en el racismo quizá no tan evidente, ya que de manera velada dicha narrativa señala que la aceptación de las identidades inmigrantes o racializadas está ligada al éxito, como si los chavales racializados o inmigrantes que están condenados a vivir una vida precaria y sin éxitos del tamaño de ganar una Eurocopa (que son además la gran mayoría) no tuvieran el mismo derecho a no recibir odio y a ser aceptados.

Es decir, se envía el mensaje de que si una persona migrante (especialmente las que tienen cierto color de piel y/o pertenecen a cierta etnia) quiere ser considerada española, tiene que alcanzar auténticas proezas que, además, vaya en consonancia con los valores españoles. Lo contrario te aboga a ser una persona que te quita el trabajo y/o las ayudas, que contribuye a aumentar la inseguridad y las agresiones sexuales a mujeres o que te ocupa la casa.

En consecuencia a los párrafos escritos, se deduce una premisa: y es que la inmigración se está planteando sistemáticamente como un problema, incluso como un peligro. Esto es un síntoma de cómo la extrema derecha y sus marcos narrativos ganan terreno inexorablemente sobre la clase trabajadora y parte de la opinión pública.

La inmigración, como fenómeno social pero también sistémico, esto es, consecuencia de las relaciones económicas y de poder, existe y ha existido prácticamente desde que el ser humano es ser humano. No obstante, esta narrativa de la inmigración como problema a resolver, así como las causas y las consecuencias de la misma, también han cambiado mucho en los dos últimos siglos, precisamente por esa interdependencia con el sistema económico, social y político imperante y, por tanto, con el mismo funcionamiento del mundo.

Por eso mismo, en las siguientes líneas se intentará hacer una breve aproximación al racismo como proceso irresoluble del capitalismo y su mediación dentro de las relaciones sociales. Solo de esta manera se puede y debe abordar un proceso sociológico intrínseco a las sociedades humanas como la inmigración.

Capitalismo y racismo: fenómenos indisociables

Protesta antirracista en Londres. Fuente: Unplash

La historia de la humanidad es una historia de violencia. El rastro ineludible de las agresiones de unos grupos frente a otros recorre desde nuestro génesis hasta la actualidad. Las visiones supremacistas modernas basadas en el racismo biológico comienzan a vertebrarse durante el siglo XVIII, en pleno auge del imperialismo, proceso iniciado con la expansión europea y el colonialismo a partir del siglo XV.

Fue en este siglo XV cuando los europeos empezaron a clasificar a las personas que encontraban en América, África y Asia como inferiores, justificando así la esclavitud y la explotación. Posteriormente, asentadas las relaciones de explotación desde las metrópolis hacia las colonias, las narrativas racistas hacia las poblaciones colonizadas sirvieron para justificar el maltrato, las violaciones, los genocidios y la esclavitud.

Un poso histórico que llega hasta la actualidad, donde explicaciones de las relaciones Norte-Sur, como el sistema-mundo de Wallerstein o la aproximación marxista basada en la obra de Vladimir Lenin, advierten de cómo, lejos de terminar este tipo de relaciones, la exportación de capital se vuelve crucial en el capitalismo moderno, y los países desarrollados invierten en colonias y territorios menos desarrollados para obtener mayores ganancias. Esto genera alianzas y asociaciones internacionales entre los capitalistas de diferentes países, lo que facilita la repartición del mundo entre las grandes potencias económicas.

Esta repartición no es estática y genera conflictos y guerras imperialistas para redistribuir las antiguas colonias y las esferas de influencia. Es una premisa necesaria para comprender los conflictos actuales que aplican el racismo cultural y étnico para la deshumanización y posterior aplicación de políticas racistas y estigmatizadoras sobre dichas poblaciones.

Solo hay que echar un vistazo a la Historia. La primera gran crisis del capitalismo, en 1873, también conocido como Pánico de 1873, se saldó con las potencias europeas lanzándose en la búsqueda de nuevos mercados para dar salida a la profunda crisis de stock que padecían y que desencadenó la debacle económica. Este proceso imperialista acabaría con la repartición de África, el auge de los nacionalismos modernos y el desarrollo de teorías pseudocientíficas, como el darwinismo social, la eugenesia o las teorías raciales, que justificaron el dominio por la fuerza de otros pueblos y estados. En última instancia, estos factores terminaron por provocar el estallido de la Primera Guerra Mundial y en moldear las tesis que constituirían el génesis de los fascismos clásicos.

Cuando en el apartado anterior se hacía referencia a Nico Williams y a Lamine Yamal como un síntoma inequívoco de que los discursos racistas están insertos en el pensamiento colectivo, cabe añadir que, después de este resumen exprés de los procesos económicos y productivos del capitalismo desde su origen, la evidencia de estos discursos debe ser entendida por su funcionalidad dentro del sistema productivo y económico de libre mercado.

Es decir, el racismo está ligado a las estelas sociohistóricas de los pueblos y etnias (su evolución a lo largo de la historia) y su papel dentro del capitalismo a nivel global. Las relaciones Norte-Sur siguen vertebrando los imaginarios racistas, ocultando además toda evidencia de esto y mercantilizando el antirracismo con eslóganes baratos, donde el derecho a habitar dentro de un estado-nación se gana a través del esfuerzo meritocrático, cuando debería ser una cuestión de derechos fundamentales.

La concepción descrita puede parecer evidente para muchas personas. Sin embargo, es fundamental para entender por qué la extrema derecha lo tiene tan fácil para azuzar una y otra vez bulos racistas, discursos de odio, amenazas, vejaciones y señalamientos constantes a la población inmigrante (del Sur global casi en su totalidad).

Es a través de esta noción superficial que se acaba formando una comprensión superflua, alienada y falsa de la realidad. Es así, con una comprensión que se nutre de identidades nacionales, cómo se crean fácilmente los chivos expiatorios.

No podemos ver la clase como una posición subjetiva o identitaria, sino como la expresión y encarnación de la relación social de producción.

– Iniciativa Comunista, Un hilo rojo atraviesa a las mujeres: 97).

Las falsas narrativas de odio

Protesta antirracista en EEUU (2018). Fuente: Pixabay

Mark Fisher, en su libro Realismo capitalista: ¿No hay alternativa?, plantea que el contexto actual está monopolizado de manera totalizante por lo que denomina ideología capitalista. La hegemonía es tal en la época actual que resulta muy difícil comprender procesos críticos al capitalismo, básicamente porque es muy complicado desprenderse de sus paradigmas.

Fisher continúa de alguna manera los planteamientos del escritor italiano Antonio Gramsci quien, en su intento por responder por qué tantas personas de clase trabajadora votaban a partidos políticos de derecha y de extrema derecha, sugirió que existía un componente sociocultural (e ideológico por lo tanto), una serie de valores, creencias… transmitidas por los procesos de socialización que justificaba las injusticias del sistema capitalista.

Gramsci ha sido estudiado por los impulsores ideológicos de la nueva derecha radical, como Alain de Benoist, dando nuevas retóricas al racismo y a otros elementos ideológicos de la ultraderecha (su grupo de estudio llegó a llamarse a sí mismo «gramscianos de derechas»), y a esto le debemos el discurso de la «batalla cultural».

En consecuencia, las explicaciones y los marcos teóricos capitalistas crecen y proliferan con facilidad. Actualmente, vivimos una crisis sistémica, donde el capitalismo, a nivel político, se está volviendo cada vez más represivo y reaccionario.

Las ideologías de extrema derecha (cada vez más radicalizadas) no paran de ganar adeptos y fortalecer sus postulados, cada vez con más aceptación. Occidente se enfrenta a una crisis de legitimidad sin precedentes, donde sus posturas cada vez más reaccionarias, la vulneración de los derechos humanos y la participación directa o indirecta en conflictos atroces, como el genocidio de Gaza, el genocidio del Congo o la guerra en Sudán, son solo los últimos episodios (de los más dantescos) de la cara más violenta y cruda del capitalismo.

Además, la crisis climática, la violencia sistémica y directa de los estados hacia la clase trabajadora y el aumento de la retórica y los planteamientos belicistas entre potencias imperialistas como la OTAN y Rusia, generan un contexto muy complicado de asimilar a nivel psicológico. No en vano, las nuevas generaciones son las que peor perspectiva tienen de tener un futuro digno.

En este contexto, que sufren mucho más las poblaciones del Sur global, el racismo, subido a lomos del chivo expiatorio, bombardea una y otra vez los discursos en Occidente. La inmigración, presentada como una amenaza, se utiliza para construir todo un discurso unidireccional. De eso trata básicamente crear Hombres de Paja o Chivos Expiatorios: de dirigir y personificar acontecimientos o fenómenos que solo pueden ser abordados desde una perspectiva estructural y dialéctica hacia minorías o grupos concretos. O lo que es lo mismo: culpar de todos los problemas de un país a los colectivos más vulnerables.

Es de esta forma cómo se teje una red de mantras desde esta perspectiva sesgada y superficial. ¿Hay paro? Los inmigrantes nos quitan el trabajo. ¿Hay agresiones sexuales? Es la cultura machista de los inmigrantes. ¿Hay más hurtos? Es la cultura violenta de los inmigrantes. ¿No hay dinero para ayudas? Nos las quitan los inmigrantes. Una retórica que prácticamente no tiene fin.

A estos, hay que sumar expresiones que vislumbran un racismo de carácter aún más agresivo, como “Jovenlandeses”, “¿Comen jamón?”, “MENAS” y expresiones de índole similar, las cuales tienen connotaciones claramente peyorativas hacia las personas de origen magrebí, principalmente jóvenes a los que se les vincula con la delincuencia y la inseguridad de manera generalizada.

Estas expresiones son la cara más evidente de cómo el discurso racista de la extrema derecha tiene una consecuencia muy peligrosa: la deshumanización. Pues dichas expresiones conllevan a catalogar la totalidad de personas de origen magrebí en una identidad concreta: la del enemigo, la del otro grupo, la del inminente peligro.

Un discurso que, en el caso de España, ha llevado a Vox a tomar acciones políticas contundentes. El reparto de unos 350 menores migrantes desde Canarias al resto del estado español como parte de un acuerdo entre PP y PSOE le ha valido a la dirección del partido ultraconservador para romper los gobiernos autonómicos de los que formaba parte con el Partido Popular.

Resulta dantesco suponer que 350 menores magrebíes de edad van a suponer un problema grave para nadie, máxime cuando de otras etnias han entrado decenas de miles en los últimos años, como es el caso de refugiados de la invasión de Rusia a Ucrania. Pero el problema, como ya se ha relatado, no es tanto la inmigración, sino el tipo de inmigración: pobre, etnia africana/magrebí, color de piel oscuro, del Sur global…

Sin embargo, la realidad es muy diferente a la de estos relatos racistas. Para empezar, haciendo referencia a las cifras, el problema en su totalidad deja de ser algo objetivamente preocupante. De hecho, esa llamada inseguridad creciente por parte de la extrema derecha no tiene mucho sentido en uno de los países más seguros del mundo, como es el caso de España.

En el último estudio global de esta índole, el informe Institute for Economics & Peace, España se sitúa en el puesto 15 de países más seguros del mundo. Además, otro informe global de 2024 realizado por la consultora turística Asher & Lyric Ferguson, sitúa a España como el país más seguro para que una mujer viaje en solitario de todo el planeta. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), desde 2018 la criminalidad se ha reducido considerablemente: un 11,5% en cuanto a delitos contra el patrimonio (robo con violencia, hurto, sustracción de vehículos…) y, a cierre de 2022, la criminalidad convencional se ha reducido en 1,6%.

Esto no quiere decir que no haya problemáticas ligadas al crimen o la inseguridad, pero sí advierte que el relato de la extrema derecha y la culpabilización de la población migrante como epicentro de inseguridad es falso, pues de hecho la inseguridad es menor que hace años.

Sin ir más lejos, en el epicentro de estos discursos, Barcelona, una ciudad que la extrema derecha tilda como un lugar anárquico e inseguro a causa de la población magrebí, la criminalidad ha bajado de 200.225 infracciones penales en 2019 a 166.710 en 2023. Una comparación donde se omiten los años 2020 y 2021 por el confinamiento y la pandemia. No obstante, lo descrito advierte que todo el relato de la ola de criminalidad es falso y está basado únicamente en juicios subjetivos.

Además, para desmontar aun más el relato de que la población magrebí, concretamente proveniente de Marruecos, tienden a un comportamiento delictivo, las cifras de personas marroquíes detenidas en España representan tan solo un 8,39% del conjunto de detenciones totales, habiendo aumentado en un 4% desde el año 2010, una cifra pequeña si se tiene en cuenta que la población marroquí ha aumentado en los últimos 20 años de 370.000 habitantes en 2003 a 872.759 personas en 2023.

De esta manera, queda demostrado que ni el relato de la extrema derecha es cierto en cuanto a que vivimos un contexto de criminalidad en auge, ni que la población migrante delinque de una manera más asidua. Sin embargo, este relato parece imparable en la opinión pública, la cual está totalmente infestada de islamofobia y racismo. Pero, como se ha visto ya en este apartado, la dimensión de lo objetivo tiene poco que ver aquí. Hay otras dimensiones actuando en paralelo, una dimensión que Georg Simmel quizá pueda explicar.

Extranjería y la clase social: nociones entrelazadas

El sociólogo Georg Simmel advertía en su obra sociológica que la noción de extranjería era bastante más compleja y albergaba más dimensiones que el aparentemente definitorio “persona nacida en otro país”. Detrás de la construcción identitaria de extranjería hay todo un entramado que nos conduce a cómo históricamente los grupos se han relacionado con personas pertenecientes a otros grupos.

Por tanto, la concepción de extranjería no tiene sentido de una manera aislada: se es extranjero para y porque alguien lo ve así o hace sentir de esa manera al extranjerizado en cuestión. Es por este mismo motivo que ser extranjero es en su conjunto una construcción social, donde muchas variables entran en juego y pueden generar un proceso de desarraigo, rechazo y estigma: las creencias, la orientación sexual, el físico, el género, la clase social, etc. Centenares de variables pueden construir en el otro un relato de otredad.

Asimismo, si esta noción es aplicada al contexto actual, se debe comprender que la construcción de otredades, es decir, de identidades identificadas como algo externo a lo que debe ser la identidad “correcta” y hegemónica, está mediada actualmente por las relaciones capitalistas. En otras palabras, la derecha y la extrema derecha construyen sus relatos racistas articulando siempre la noción de clase. En el caso de la extrema derecha, especialmente ligada a los fascismos, entra en juego también el concepto de raza.

Un claro ejemplo de esto se observa en cómo no se hace absolutamente ningún reproche a la gran cantidad de inmigrantes europeos blancos que vienen a España en el llamado turismo de borrachera, un turismo masivo y descontrolado que afecta a cada vez más ciudades, que ha catapultado la especulación con la vivienda, expulsando a la clase trabajadora de las ciudades y precarizando su vida aún más.

Cabe añadir que este tipo de turismo también trae consigo comportamiento incívico y delictivo: peleas, agresiones sexuales y violaciones, consumo de drogas, etc. Todo es ignorado por la extrema derecha, que no reprocha absolutamente nada de este contexto que ha movilizado en manifestaciones masivas a muchas regiones de España. Más allá: se han inventado un concepto nuevo, el de turismofobia, para tildar las protestas hacia las consecuencias del turismo de rechazo irracional.

De esta manera, queda demostrado que los turistas no son considerados inmigrantes por parte de la extrema derecha a causa de su situación de clase. No son extranjeros, son clientes, negocio, dinero y, por tanto, bienvenidos. Estos extranjeros sin estigma son normalmente europeos blancos y ricos (ricos al menos comparados con la clase trabajadora del sector turístico).

De hecho, la división norte-sud de Wallerstein, que describía cómo las relaciones entre los países estaban mediadas por la posición que estos ocuparan dentro de la gran cadena de producción y revalorización del capital, cristaliza en las empresas turísticas (hoteles, cruceros, etc.). Como la periodista Anna Pacheco apunta en su último ensayo:

La raza como principio ordenador. Ninguna jerarquía aquí es natural. La mayor parte de los altos rangos que intervienen son europeos y blancos. También quienes reciben los premios. O como dice Pilar: “Los españoles, siempre p’arriba, aquí más blanquito más posibilidades de escalar”»

– Anna Pacheco, Estuve aquí y me acordé de nosotros. Una historia sobre turismo, trabajo y clase, pp. 26-27).

También se encuentran ejemplos como los conflictos armados. Mientras que el relato de buena parte de la ultraderecha se empeña en justificar los crímenes del Estado de Israel contra la población palestina con un discurso deshumanizador, se defiende a Ucrania de la invasión de Rusia. O, directamente, no se presta atención al conflicto, debido a que el espectro de la ultraderecha es amplio y conviven diferentes posturas. Y esto coincide con lo ya descrito: el conflicto entre Rusia y Ucrania no obedece a ese eje Norte-Sur ni a una diferencia étnica importante.

Racismo, xenofobia y capitalismo: conclusiones

Los inmigrantes del sur global en los países europeos enfrentan condiciones existenciales extremadamente adversas, formando parte del precariado, un estrato social caracterizado por la precariedad constante y más severa que la del resto de la población. Ocupan los peores trabajos, los menos remunerados y los más duros, aquellos que la clase trabajadora local más privilegiada rechaza.

Dando la espalda a esta realidad, la inmigración se plantea como un problema, un peligro para la identidad y los valores nacionales. La extrema derecha se presenta como la salvadora de los países dignos de bonanza y seguridad en Occidente, creando así un relato ficticio y paralelo donde ni siquiera se contemplan la estigmatización y las duras condiciones existenciales de gran parte de las minorías migrantes.

De esta forma, se crean debates absurdos y problematizaciones superficiales amparado en el racismo, incluso en el seno de esa izquierda parlamentaria que a menudo entra en el debate de la extrema derecha y cae en sus marcos teóricos. Quizá, como apunta Mark Fisher, porque está totalmente monopolizada por el Realismo Capitalista y, al no creer en una alternativa real superadora, acaba por abrazar marcos reaccionarios. O, directamente, opta por no prestar atención a los discursos xenófobos y no crear una narrativa propia que les haga frente.

Así, la normalización de un odio banal, basado en conjeturas y en narrativas centradas en el discurso del miedo, se hace cada vez más fuerte. La relación negativa con la otredad, con el extranjero de Simmel, se manifiesta en todos los niveles. La diferencia se convierte en el eje vertebrador del miedo, la precariedad y el sufrimiento de toda una clase trabajadora, canalizado por una ideología capitalista que, sin complejos, azuza el odio hacia los más débiles, hacia ese precariado migrante, dando alas al racismo y a la xenofobia.

Bibliografía:

– Anna Pacheco, Estuve aquí y me acordé de nosotros. Una historia sobre turismo, trabajo y clase. Editorial Anagrama (2024).
– Iniciativa Comunista, Un hilo Rojo Atraviesa a las Mujeres (2024).
– Mark Fisher, Deseo Postcapitalista, las últimas clases. Editorial Caja Negra (2024).

La construcción del odio: racismo e inmigración en el discurso político

Álvaro Soler

Articulista. Sociólogo y gestor medioambiental, con suerte de poder compartir vocación y formación. Las Ciencias Sociales son una parte muy importante de mi vida. Considero la divulgación a través de la sociología como una gran herramienta para destapar las injusticias sociales y arrojar luz sobre la actualidad diaria contribuyendo así a ser un poco más libres y justos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *