Cómo diferenciar la nueva derecha radical del fascismo clásico
El análisis de los movimientos, corrientes e ideologías políticas es, en líneas generales, complejo y requiere de conocimientos profundos y análisis rigurosos. Y, aún así, casi siempre queda espacio para la discrepancia y el debate. Pese a todo, desde diferentes disciplinas, como la ciencia política, la sociología y la historia, se ha procurado clasificar y definir los diferentes grupos y líderes políticos, y a sus decisiones, de forma que puedan ser identificables, como en todo ámbito científico.
Tradicionalmente, las ideologías políticas se definen en parte por su ubicación en el llamado “espectro político”, un amplio abanico de etiquetas que van desde la extrema izquierda hasta la extrema derecha, desde sus posiciones más radicales hasta las más moderadas.
Sin embargo, a lo largo de las décadas y con el devenir histórico, estas definiciones se han ido desdibujando muy a pesar de los intentos de la ciencia política por definir cada posición de este espectro. Como suele suceder, la terminología académica se distorsiona y tergiversa cuando llega al gran público, bien por desconocimiento, bien por intereses particulares, especialmente cuando, además, se trata de conceptos tan abstractos y con tantos matices como son las ideologías políticas.
Así, no es raro que se tache al otro de extremista o de radical, con acepciones como “rojo”, “facha” o “terrorista”, lo sea realmente o no. Curiosamente, tampoco es extraño lo contrario: muchas personas y organizaciones buscan “superar” dicho espectro y acogerse, bien a definiciones más concretas, bien a otras más amplias, o bien a ninguna.
Por supuesto, otra dificultad añadida es que la política es muy dependiente del contexto social, político y cultural del momento. Lo que era radical en el siglo XIX puede no serlo ahora. Y, además, el mundo ha ido experimentando una complejidad creciente a medida que nuevos problemas han saltado a la arena política, como las cuestión medioambiental o el papel de las llamadas nuevas tecnologías, que ya no son tan nuevas.
Debido a esto, las definiciones también varían según el lugar. Así, por ejemplo, ser liberal en Estados Unidos equivale a ser progresista, mientras que en Europa equivale a ubicarse en el lado derecho del espectro político. Esto es porque en Estados Unidos entienden el liberalismo aplicado al plano social y en Europa se entiende el término aplicado al plano económico. Y esto sucede porque el liberalismo económico está mucho más interiorizado en el país norteamericano que en el viejo subcontinente.
También hay que tener en cuenta que las organizaciones políticas no son estancas. A menudo, abarcan un conjunto de ideas y/o evolucionan a lo largo del tiempo. O incluso tienen corrientes ideológicas muy diferenciadas. Aquí un ejemplo podría ser Fidesz (Hungría) o Alternativa para Alemania, que han ido evolucionando progresivamente de ser fuerzas políticas de derecha conservadora ha identificarse con la ultraderecha.
Pese a todo, igual que las disciplinas académicas evolucionan y se adaptan a las problemáticas actuales, la ciencia política también intenta definir qué es cada etiqueta y qué lo caracteriza, intentando alejarse de todo lo posible de definiciones interesadas.
Actualmente, con la aparición de la denominada “nueva derecha radical” o alt-right y los movimientos libertarios, donde la extrema derecha se cobija con una imagen y un discurso renovados consiguiendo así multiplicar sus éxitos, se hace más necesario que nunca identificar y definir sus características. Pero no cabe quedarse únicamente ahí: es importante también realizar un diagnóstico diferencial.
Por un lado, hay que diferenciar a la derecha liberal y conservadora tradicional de la extrema derecha pero, por otro lado, también hay que saber diferenciar a la nueva derecha radical, también llamada «derecha alternativa» o alt-right, del fascismo clásico, que fue durante buena parte del siglo XX la principal corriente representativa de la ultraderecha.
Evidentemente, la extrema derecha en general, representa una gran variedad de ideas, corrientes y opciones políticas. Dentro del propio fascismo mismo existen también diferencias: no es lo mismo el carlismo, que el falangismo, que el nazismo alemán o el fascismo italiano. Incluso el neofascismo presenta diferencias con los movimientos que asolaron Europa en los años 20 y 30 en forma de totalitarismos represivos y genocidas.
No obstante, si que se dan ciertos rasgos o características definitorias, más o menos comunes, que además son diferentes de lo que podemos ver en personalidades como Viktor Orbán (Hungría), Jair Bolsonaro (Brasil), Donald Trump (Estados Unidos), Marine Le Pen (Agrupación Nacional) o Santiago Abascal (España).
La alt-right: cuando la ultraderecha se disfraza de modernidad
La «derecha alternativa» o alt-right, también llamada coloquialmente «nueva derecha radical», es un concepto relativamente moderno y muy abordado en los últimos años, ya que es un paraguas teórico que ha acogido a diferentes grupos, organizaciones, personalidades y discursos de carácter ultraconservador, tradicionalista, ultranacionalista, antipolítico, supremacista y autoritario que ha irrumpido con fuerza en los últimos años en el panorama político global, especialmente en Europa y en Estados Unidos, pero con influencia de carácter internacional.
Se cae habitualmente en el error de considerar a la extrema derecha moderna como una ideología política estanca, cuando lo más correcto es hablar de movimiento con unos rasgos definitorios que pueden variar en función del contexto social y político y multitud de variables. Tanto es así, que el debate sobre si considerarlo extrema derecha o simplemente derecha conservadora sigue vigente. Y es que es evidente que no es lo mismo Agrupación Nacional, Vox, Hermanos de Italia, el Partido del Progreso de Noruega o las corrientes del Partido Republicano afines al trumpismo.
Que la extrema derecha juegue todo el tiempo a la indefinición ideológica y busque apropiarse de conceptos y causas que podría defenderte cualquier ideología, incluso de elementos del discurso izquierdista, tampoco ayuda. Pero esto no es casual: el fascismo de los años 20 y 30 también se configuró mimetizándose con el entorno social y político: la Falange Española y de las JONS, de ideología nacionalsindicalista, usó para su logotipo los colores del sindicato anarquista Confederación Nacional del Trabajo (CNT), mientras que el Partido Nacional Socialista Obrero Alemán (NSDAP o, simplemente, partido nazi) incluyó la palabra «socialista» en el nombre y también se apropió del color rojo usado por los comunistas.
Esta estrategia tampoco es espontánea, sino que hunde sus raíces en los años 60. La mayoría de investigaciones converge en señalar a Alain de Benoist como uno de los padres de la extrema derecha moderna. Autor del libro La Nueva Derecha (1981) e impulsor del think tank GRECE, trató de aplicar las tesis del marxista Antonio Gramsci para conseguir que la agenda ultraderechista, defenestrada tras la Segunda Guerra Mundial por haber amparado los crímenes del fascismo, tuviera aceptación social. Llegaron a llamarse «gramscianos de derecha».
Alain de Benoist se dio cuenta de que, aunque la izquierda perdiera frente a los comicios electorales, conseguía que la derecha conservadora adaptara su agenda. Es decir, no vencían, pero convencían. Al autor francés le interesaba más un concepto que hoy en día resulta familiar: la guerra o batalla cultural, el hecho de que los valores ultraconservadores sean asumidos por una mayoría social en detrimento de los ideales progresistas.
Escritores como Paul Gottfried en Estados Unidos, Alexander Duguin en Rusia o Jorge Vestrynge en España bebieron de la influencia de Benoist y contribuyeron a impulsar lo que se conoce como la Nouvelle Droite (Nueva Derecha) y que estuvo tras los programas políticos y discursos del Frente Nacional de Francia o Fuerza Nueva de Blas Piñar en España.
No obstante, no es hasta hace unos diez años cuando la alt-right empieza a ganar notoriedad gracias en buena medida al auge de Internet, donde el discurso irreverente, el hastío y el descontento es capitalizado por medios de comunicación generadores de bulos y «fake news» como Radix Journal o Breitbar News, dirigidos en su momento por el supremacista blanco Richard B. Spencer o por Steve Bannon, respectivamente, ambos considerados los ideólogos de la nueva derecha radical. Steve Bannon llegó a ser el asesor de Trump en las elecciones de 2016 y sentó las bases de la alt-right en cuanto a sus aspectos comunicativos y estratégicos.
Sin embargo, pese a esta adaptación del discurso, siguen existiendo rasgos comunes con la ultraderecha clásica que permiten identificarlo, todavía, como extrema derecha.
Fascismo y alt-right: rasgos comunes
El parlamentarismo, incluso en manos de las fuerzas más conservadoras, poco podía hacer para frenar el avance de ciertas manifestaciones populares a principios del siglo pasado. Cuando de lo que se habla es de tomar las calles y apropiarse de los medios de producción, no basta con hacer política conservadora, sino que se debe ir más allá.
Tras la Primera Guerra Mundial (1914 – 1918), en Alemania, se dio el Levantamiento Espartaquista en 1919, una sublevación obrera que tomó las calles de Berlín y que finalmente fue sofocada por el ejército y las Freikorps, grupos paramilitares formados por excombatientes y veteranos de la guerra que usaban la violencia para fines políticos y que simpatizaban con valores ultranacionalistas y tradicionalistas.
Aunque las Freikorps serían ilegalizadas en 1920, durante unos dos años fueron permitidas porque venía bien tener una fuerza de choque en las calles que detuviera las aspiraciones de la izquierda, especialmente ante el mermado ejército alemán. Más tarde, las Freikorps nutrirían las Sturmabteilung o SA (o “camisas pardas”), la milicia del Partido Nacional Socialista Obrero Alemán a partir de 1921.
Paralelamente, en Italia, aparecieron las Fasci Italiani di Combatimento (o “camisas negras”), un movimiento nutrido también por excombatientes (los arditi) e inspirado en movimientos revolucionarios de izquierda, pero para oponerse a las aspiraciones comunistas, socialistas y anarquistas. Este movimiento sería el núcleo del Partido Nacional Fascista y daría lugar al fascismo, con Benito Mussolini como líder.
En España, por su parte, existió la Falange Española y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (FE de las JONS), movimiento inspirado en el fascismo que también usaba la violencia para oponerse tanto al parlamentarismo como al movimiento obrero.
Los tres movimientos y formaciones políticas tenían aspectos en común que serían heredados por la extrema derecha moderna y que configuraron lo que hoy en día la ciencia política define como fascismo o movimientos e ideas de inspiración o de carácter fascista:
1. Rechazaban el espectro político tradicional, considerándose tanto contrarios al liberalismo económico (mostrándose partidarios de la intervención económica e incluso de la economía dirigida por el estado) como al comunismo, acuñando el término “tercera posición” o “tercerposicionismo”. En este sentido, la alt-right cae estrictamente en este punto y, además, de manera muy generalizada. A veces, se definen como “libertarios” o “a favor de la libertad”. A veces utilizan otros eufemismos, como «extrema necesidad».
2. En la práctica, a pesar de que en muchas ocasiones se definieron como anticapitalistas y en contra de las élites, se aliaron con las facciones conservadoras, yendo incluso en coalición a las elecciones como en el caso del partido fascista italiano, o votando conjuntamente leyes represesivas, como la Ley Habilitante de 1933 y que convirtió a Alemania en una dictadura totalitaria en manos de Adolf Hitler. Durante sus gobiernos, las clases altas mantuvieron y gozaron de sus privilegios.
Lo mismo le pasa a la nueva derecha radical y a los movimientos e ideas que pivotan a su alrededor: son más cercanos a las facciones conservadoras que a las progresistas. Ven con buenos ojos a las élites económicas e incluso a personalidades de alto poder adquisitivo y suelen afirmar premisas conservadoras. Influencers han llegado a entrevistar y tratar de forma amistosa a líderes ultraderechistas como Santiago Abascal en España o a Jair Bolsonaro en Brasil.
3. Surgieron como una reacción a la ola revolucionaria del movimiento obrero y ante la incapacidad de las jóvenes democracias y del parlamentarismo para detenerla. Por su parte, la nueva derecha radical también ha surgido como una reacción a los avances sociales promovidos desde los sectores progresistas y ante la incapacidad de los gobiernos por solventar las crisis económicas y políticas. Un ejemplo se puede ver en el movimiento independentista de Cataluña, en la crisis de refugiados de la Guerra Civil de Siria o en las leyes igualitarias, que son tachadas por la alt-right de «ideología de género».
4. Se aprovecharon de las leyes y del sistema establecido del momento para torcer las tornas a su favor, aprovechando las herramientas democráticas para hacerse con el poder absoluto. Lo mismo sucede con la nueva derecha radical, si bien aprovechando en este caso estas herramientas para dar altavoz a ideas retrógadas. Por ejemplo, intentan retorcer el discurso de odio para, en lugar de defender a sectores sociales discriminados, defender su derecho a hacer apología de ideas antidemocráticas.
5. Se apropiaron de elementos de la izquierda para tratar de captar el apoyo de la clase obrera y de la población más empobrecida, como se ha explicado anteriormente. En el caso de la alt-right se puede ver, por ejemplo, en el discurso anti-élites y anti-establishment, muy utilizado por Donald Trump durante su campaña de las elecciones 2016. Marine Le Pen también se ha señalado como ejemplo de tener un discurso muy centrado en el obrero y en los barrios marginales.
6. Se basaron en teorías de la conspiración y en pseudociencias para sostener su discurso político. Así, fabricaron enemigos y agendas políticas ocultas inexistentes, como el ataque a la población judía en el caso del nazismo o la “conspiración judeo-masónica-marxista internacional” en el caso del franquismo; y sostuvieron teorías sociales inciertas, como el darwinismo social, la eugenesia o el supremacismo basado en la superioridad de la raza aria.
En el caso de la nueva derecha radical, fabrican enemigos y agendas políticas ocultas inexistentes, como que la OMS la maneja China, que entidades supranacionales y las productoras de cine buscan adoctrinar a la población con una agenda oculta progre (llamada incluso “dictadura progre”) o que las mujeres se organizan para denunciar en falso a hombres por maltrato, por mencionar algunos ejemplos. El negacionsimo del cambio climático es otro ejemplo clásico, o la gran cantidad de negacionistas del coronavirus y grupos antivacunas que ha generado incluso choques con la derecha tradicional.
7. Emplearon discursos de odio y la llamada antipolítica, esto es, el ataque indiscriminado a los colectivos más vulnerables a partir de la fabricación de enemigos del estado, la contraposición al sistema político imperante, considerado decadente e ineficaz, y el ataque al rival político. Hacían una diferencia entre el Yo y el Otro, dividiendo y generando fuertes dicotomías sociales.
En el caso de la nueva derecha radical, este discurso está más dirigido a los movimientos sociales que intentan defender a los colectivos más vulnerables de la sociedad, lo que les permite justificar eliminar las leyes y servicios que buscan corregir desigualdades estructurales. Así, el discurso de estos sectores políticos gira alrededor del ataque al feminismo, al antirracismo, al movimiento LGTB y al progresismo en general, así como a colectivos vulnerables, además del ataque peyorativo al rival, a la burla y al meme constante. Aunque a menudo dicen adherirse “a la ley” o a “la Constitución”, sus propuestas suelen atentar contra principios constitucionales básicos.
8. Se apoyaron en ideas muy similares basadas en un enaltecimiento exagerado de “la nación”, en postulados muy conservadores que proponían la vuelta a posiciones políticas muy antiguas y casi extintas para volver a un pasado glorificado, en la transformación radical del sistema basado en el retroceso de libertades fundamentales y en el supremacismo étnico, cultural, religioso y/o racial.
Por su parte, aunque es cierto que las corrientes más libertarias huyen de esto, a menudo afines a la alt-right sí afirman que las personas migrantes y/o las minorías étnicas (o tradicionalmente discriminadas, como la población negra) en realidad no sufren discriminación o que incluso tienen privilegios. Es decir, niegan las desigualdades estructurales, convirtiendo a la víctima en verdugo. Para la nueva derecha radical, lo que está en peligro es «la libertad», en general, y los derechos y libertades de los hombres blancos y heterosexuales en particular.
9. Justificaron prácticamente cualquier método con tal de ostentar el poder, adaptándose a lo que las circunstancias requirieran, desde la violencia a la persecución política. En este sentido, se apoyaron y glorificaron el uso de la fuerza, así como en el ejército, especialmente en el caso de España.
La nueva derecha radical también coincide en este punto con los fascismos clásicos. Por ejemplo, justifican la ilegalización de partidos, el aumento de las penas de cárcel para delitos políticos (por ejemplo, castigar la quema de banderas, las pitadas al himno o a los movimientos soberanistas) e incluso llegan a ejercer o justificar la violencia o el acoso, como las concentraciones en la casa del vicepresidente segundo de España y líder de Podemos Pablo Iglesias.
Con esta particular idiosincrasia, los fascismos clásicos ostentaron el poder en sus respectivos países imponiendo dictaduras de carácter totalitario y corporativista donde los derechos fundamentales estaban suspendidos, el gobierno buscaba controlar todos los aspectos de la sociedad y donde se cometieron atrocidades y crímenes que a día de hoy se recuerdan, como el Holocausto, además de provocar la Segunda Guerra Mundial, con un balance de unos 80 millones de muertes.
Sin embargo, y donde ya se empiezan a ver las primeras diferencias, la nueva derecha radical no lleva a cabo las mismas acciones políticas ni provoca las mismas consecuencias sobre la población en general. Y es probablemente este punto el que conviene conocer.
Fascismo y alt-right: principales diferencias
Como suele suceder, analizar las principales diferencias entre dos corrientes ideológicas puede dar lugar a complejos y largos textos. De la misma forma sucede con la gran variedad de corrientes dentro de la extrema izquierda. Desde los diferentes tipos de anarquismo, pasando por las vertientes comunistas hasta las socialistas, la bibliografía es increíblemente extensa.
Conviene pues hacer énfasis en las cuestiones más observables, de mayor importancia a la hora de considerar un determinado movimiento o partido y, sobre todo, abordarlas de una manera pedagógica, sencilla y práctica.
Revolución Vs Parlamentarismo
El parlamentarismo o sistema parlamentario se define como un sistema de gobierno en el cual la democracia y, por lo tanto, la representación de la voluntad popular, reside en un parlamento, esto es, en un grupo reducido de personas, normalmente elegido por sufragio, que se reúnen para tomar decisiones políticas.
A menudo, los parlamentos ostentan el poder legislativo y, además, en los sistemas de democracia liberal, son un contrapeso frente al poder ejecutivo que emana del gobierno y al poder judicial que descansa en los jueces. En un sentido estricto, el parlamentarismo otorga un protagonismo central al parlamento, hasta el punto de tener la capacidad de cambiar y sancionar al gobierno, contraponiéndose a los sistemas presidencialistas, donde el jefe del gobierno tiene mayores competencias.
También suele definirse como parlamentarismo a las ideologías, corrientes y actos políticos que defienden este mismo sistema. Aunque adherirse a los valores democráticos no implica per se la defensa del parlamentarismo, lo cierto es que los fascismos arremetieron con fuerza contra él.
En general, el nazismo alemán, el fascismo italiano y el falangismo español defendieron la toma del poder por la vía revolucionaria y por el uso de la fuerza. Francisco Franco orquestó junto al ejército, las oligarquías y sectores de la Iglesia Católica un golpe de estado para derribar la Segunda República en 1936; Benito Mussolini organizó la Marcha sobre Roma con las milicias del Partido Nacional Fascista, las «camisas negras», con el objetivo de presionar al gobierno y al rey para ser nombrado jefe del gobierno; Adolf Hitler y el NSDAP intentaron un golpe de estado en 1923 y se apoyaron en una continua violencia en las calles para amedrentar a sus rivales políticos, y se sabe que la aceptación por parte de Gregor Strasser, cabecilla del partido en Berlín y del sector más izquierdista del partido, del juego parlamentario contribuyó en gran medida a la enemistad entre ambos. En la llamada «Noche de los cuchillos largos», él y otros tantos rivales políticos serían asesinados por los nazis.
Esto no significa que los partidos fascistas no se presenten a procesos electorales. Pero su objetivo no es el debate político y ganar las elecciones aceptando las reglas del juego, sino dinamitar las instituciones y las normas legales por la vía violenta, la represión, el amedrentamiento, la amenaza y el uso de la fuerza. De hecho, es habitual que las organizaciones fascistas se doten de una milicia, brazo armado o, en su defecto, una banda de criminales que haga el trabajo sucio. El terrorismo de extrema derecha, que es una de las principales amenazas para la seguridad en estos momentos en Alemania, procede en su gran mayoría de grupos neofascistas y neonazis.
Sin embargo, la nueva derecha radical ha renunciado al uso de la violencia y acepta, al menos en cierta medida, el juego parlamentario. Aunque es cierto que emplea un discurso bastante destructivo, antipolítico y enfocado en conseguir crispación y polarización, su principal vía para lograr el poder no es apoyarse en la violencia, sino ganar procesos electorales. De hecho, la renuncia y el señalamiento de la violencia explícita se utiliza para distanciarse de la extrema derecha clásica y también para criminalizar a sus rivales políticos.
También existen casos en los cuales se recurre a la violencia y al uso de la fuerza, como se vio en el asalto al Capitolio de Estados Unidos el pasado 6 de enero por seguidores de Trump, pero en general son momentos puntuales, hasta cierto punto disfrazados y como un camino que se encuentra en un segundo o incluso un tercer plano. Disfrazarse de legalidad, constitucionalidad y sentido de común es uno de los rasgos de esta nueva derecha radical, por lo que relacionarse con cabezas rapadas que se dedican a dar palizas a personas migrantes no es buena idea, incluso aunque exista cierta complicidad implícita o explícita entre ambos.
Totalitarismo Vs Democracia iliberal
Uno de los objetivos del fascismo es acabar con el sistema democrático liberal para sustituirlo por una dictadura totalitaria que controle todos los aspectos de la sociedad y de la vida de los individuos con el objetivo de construir un mundo a su imagen y semejanza. Si bien es cierto que las dictaduras de cada país que estuvo en manos del gobiernos de inspiración fascista presentan bastantes diferencias entre sí en este punto, tienen en común que se puso fin a los procesos electorales, se ilegalizaron todos los partidos excepto uno, se concentraron todos los poderes en dicho partido y/o en el líder del mismo y se pusieron fin a todas las libertades fundamentales de forma flagrante, entre otras medidas.
El grado en el cual los gobiernos fascistas llegaron a controlar cada aspecto de la vida de las personas sigue siendo objeto de estudio e inspirando numerosas obras de ficción. Aunque se pone al nazismo como el ejemplo clásico, el resto de dictaduras ultraderechistas poco tienen que envidiar a este, incluyendo la de Francisco Franco (1939 – 1975), la de Benito Mussolini (1921 – 1944), la de Anastasio Somoza (1950 – 1956), la de Antonio de Oliveira Salazar (1932 – 1968) o la de Ante Pavelic (1941 – 1945), entre muchos otros, cada uno con su idiosincrasia.
En cambio, el objetivo de la nueva derecha radical no es la de instaurar una dictadura totalitaria, ni tan siquiera cualquier otro tipo de dictadura. En realidad, la principal meta de la alt-right no es el poder en sí mismo, sino mantener bajo control la hegemonía cultural para conservar y, si es posible, devolver mayores privilegios a los sectores que los ostentan. Buscan frenar el avance del progresismo y de las ideologías afines a él, y para eso utilizan dos vías: por un lado, la llamada batalla cultural o de las ideas y, por el otro, hacerse con el control de las instituciones y herramientas que ostentan el poder de facto.
Para eso, no necesitan acabar con el sistema democrático liberal, pero sí buscan torcerlo y moldearlo para que sirva a sus intereses. Para ello, toman decisiones que diezman la calidad democrática de los países donde consiguen gobernar, reduciendo la separación de poderes, manipulando los medios de comunicación o aplicando leyes que disminuyen las libertades y los derechos básicos hasta el punto de dificultar y poner enormes trabas a las alternativas políticas.
A estos regímenes se les denomina democracias iliberales, si bien reciben también el nombre democracia de baja intensidad, democracia vacía, democracia dirigida, democracia parcial, regímenes híbridos o autoritarismos competitivos, ya que la esencia del sistema sigue perdurando (hay elecciones, hay oposición política, se conservan unas libertades mínimas…). Aunque todavía es un término un tanto vago, una definición aceptada sería esta: modelos donde la elección del gobierno y del parlamento realiza mediante sufragio universal y por el voto mayoritario, pero donde los derechos civiles, la separación de poderes y las libertades individuales no están protegidas, o incluso padecen limitaciones importantes.
Estos nuevos gobiernos aceptan el peso de unas elecciones democráticas, que en muchos casos pueden estar en duda, y las convierten en un instrumento que legitiman todas sus acciones, desechando todo lo demás: la separación de poderes, poniendo a su afines en los puestos de mando de manera masiva; la independencia de los medios, actuando en general contra los medios de comunicación y organismos supranacionales; y los derechos de las minorías, generalmente con discursos racistas, xenófobos y/o supremacistas donde ciertos sectores sociales son considerados ciudadanos de segunda, cuando no directamente ni forman parte del estado.
Por lo tanto y, por el momento, su uso más común es el de las democracias representativas que reducen progresivamente su calidad democrática en base a los preceptos señalados anteriormente.
Como ejemplos, se puede encontrar a los gobiernos de Polonia con Ley y Justicia (PiS), de Hungría con Fidesz y Viktor Orbán o de Rusia con Vladímir Putin y Rusia Unida.
En sus más de diez años de gobierno al frente del ultraconservador Fidesz, Orbán ha transformado el país, modificando más de una decena veces la Constitución, atacando a la prensa, remodelando el poder judicial para poner exclusivamente a sus jueces expulsando al resto y ahora pretende crear un Ministerio de Justicia paralelo, directamente al servicio del poder político. En general, en una sola década, Hungría ha descendido varios puestos en cuanto a calidad democrática en todos los indicadores y ha sido señalado por la Unión Europea por estas decisiones hasta el punto de ser expulsado del Partido Popular Europeo.
La incansable aliada de Hungría, Polonia, gobernada por Ley y Justicia desde 2015, ha transformado rápidamente el país. Bajo su gobierno, el rechazo total a la inmigración fue una bandera. Una vez restringida la inmigración al mínimo, su objetivo fueron las personas LGTB, hoy bajo asedio en el país. De la misma manera, la separación de poderes se ha visto atacada, así como los medios de comunicación. Varios trabajos también confirman el descenso de la calidad democrática de Polonia, señalado además como uno de los peores países para ser LGTB.
Muchas de las propuestas políticas de la nueva derecha radical, por otro lado, no ocultan este ataque a las instituciones democráticas. Sin ir más lejos, Vox en España propone la disolución de los parlamentos autonómicos para la concentración del poder en Madrid, la ilegalización de partidos políticos independentistas, nacionalistas regionales y comunistas, la reducción de derechos LGTB, del derecho a huelga y de la libertad de expresión, y endurecer el código penal en diferentes delitos, entre otras medidas que atacan directamente los derechos fundamentales.
Corporativismo Vs Proteccionismo / Neoliberalismo
Otra de las grandes diferencias entre fascismo y nueva derecha radical es su propuesta económica. El fascismo, que a veces llega incluso a reivindicar una suerte de estatismo y planificación económica que a veces tilda de antiliberal, anticapitalista y de «socialismo nacionalista», apuesta en realidad por lo que se denomina «corporativismo».
El corporativismo implica una planificación económica a través del aparato del estado pero adoptando una rígida estructural social vertical donde cada grupo económico y social dentro de la producción asume un papel en las decisiones, como si el Estado fuera una gran empresa. En estos modelos, la relación y los conflictos entre los trabajadores y los empresarios se resuelve a través de sindicatos verticales, esto es, organizaciones sindicales tuteladas por el Estado que representan al mismo tiempo al personal asalariado y a los jefes y propietarios, cuya afiliación sería obligatoria. En el caso de España, por ejemplo, el falangismo propugna que el poder del Estado esté legitimado a través de los sindicatos verticales.
Si bien a menudo se argumenta de forma muy errada que comunismo y fascismo se parecen en cuanto a que el Estado dirige la economía, el corporativismo fascista busca legitimar las jerarquías y las relaciones de poder establecidas en el capitalismo a través de la tutela de una dictadura totalitaria, de forma que se conservan los privilegios de clase y ciertos aspectos del libre mercado, siempre y cuando sirvan a los objetivos del Estado. No en vano, grandes empresas como Bayer o Hugo Bosch crecieron económicamente durante la Alemania Nazi.
La nueva derecha radical no persigue instaurar un modelo económico corporativista. De hecho, la alt-right en líneas generales se mueve en la indefinición económica, basando su discurso en una suerte de populismo que mezcla medidas proteccionistas, estatistas, neoliberales e incluso libertarias según el contexto, el momento y el país.
Por ejemplo, el Partido del Progreso en Noruega ha adoptado un modelo económico muy liberal, centrado en la reducción drástica de impuestos y del papel del Estado en la economía, siguiendo la estela de la corriente libertaria de derechas y que hoy en día se identifican con la Bandera de Gadsen, una serpiente enroscada sobre fondo amarillo, y que ha sido acogido por un sector de la alt-right.
Sin embargo, Marine Le Pen y Agrupación Nacional en Francia, agitan un programa económico intervencionista y centrado en las necesidades de los trabajadores franceses. Suele defender los servicios públicos, atacar los tratados internacionales, defender a los productores y empresarios nacionales frente a los extranjeros, los aranceles, el comercio local e incluso ciertas protecciones sociales (solo para franceses, eso sí).
En España, en cambio, el programa económico de Vox sigue la estela del neoliberalismo, la etiqueta bajo la cual se ha situado las propuestas económicas de la Escuela de Chicago (Milton Friedman) y de Austria (Friedrich Von Hayek) y que apuesta por una progresiva privatización de servicios y coberturas sociales, como el sistema de pensiones, una reducción impositiva para las clases altas y un retroceso en los derechos de los trabajadores.
En general, el programa económico de la alt-right está supeditado, por un lado, a lo que favorece en un determinado momento a los propietarios y empresarios del país y, por otro lado, al populismo, es decir, a lo que puede aumentar la masa de votantes en detrimento de fuerzas izquierdistas. Sin embargo, en general, las cuestiones económicas suelen quedar en un segundo plano por detrás de la agenda social y cultural, que es donde dedican sus mayores recursos.
Supremacismo racial Vs Supremacismo étnico
Si por algo se distingue la extrema derecha es por hacer una diferencia entre las personas inmigrantes y/o no nativas y las nacidas en el país. No en vano, el discurso antiinmigración es un nexo común que atraviesa prácticamente la ola de la nueva derecha radical y se puede encontrar en los discursos de Donald Trump, Santiago Abascal, Marine Le Pen, Matteo Salvini (La Liga, Italia) o Geert Wilders (Partido por la Libertad, Países Bajos), entre muchos otros. Que la extrema derecha haya crecido exponencialmente en Europa tras la crisis de refugiados por la Guerra Civil de Siria en 2015 no es ninguna casualidad.
El rechazo a la inmigración en general está fundamentado en muchos argumentos falaces. Se les relaciona con la criminalidad, como sucede con el ataque constante a los menores tutelados en España, y se les acusa de acaparar recursos que deberían ir, a su juicio, primero a los nativos. Sin embargo, uno de los principales señalamientos reside en intentar sostener que la gente que viene de fuera a buscarse la vida trae consigo valores e ideas que son incompatibles con los del país o incluso con la propia cultura occidental, y que esto desencadena crímenes como hurtos, asaltos con violencia o incluso violaciones.
Por supuesto, unas supuestas élites progresistas estarían amparando e incluso forzando la llegada de personas migrantes por intereses particulares, a las que estarían dotando de privilegios. Seguidores de la alt-right llegan a defender absurdas teorías conspirativas, como el Plan Kalergi, donde el objetivo sería poder tener mano de obra más dócil y barata, o «El Gran Reemplazo», un texto publicado en 2012 que sostiene que estas mismas élites persiguen socavar la cultura y los valores occidentales a través de los flujos migratorios desde países orientales. Expertos en este tipo de movimientos, como el ex nazi David Saavedra, sostienen que el negacionismo y la creencia en conspiraciones son el nexo común que los une.
Según el politólogo Cas Mudde, Alain de Benoist fue pionero en este argumentario, tratando de reconducir el racismo y la xenofobia de forma que resultaran aceptables socialmente. En los años 70, el autor francés argumentó que él no consideraba que hubieran razas superiores o inferiores, pero que el desarrollo óptimo de cada «raza» o «etnia» se daba por necesidad en su propio entorno. Es decir, que lo mejor para cada persona es que se quedara en el lugar donde había nacido, y que lo ideal para un mejor desarrollo económico, social y cultural es que los grupos étnicos no se desplazaran de la zona geográfica donde habían crecido.
Benoist vino a decir, en jerga actual, que «no era racista, era ordenado». Él lo llamó «etnopluralismo»: el respeto mutuo y la cooperación entre todas las razas y etnias, pero sin mezclarse entre ellas.
Y esta es la principal diferencia con el fascismo clásico. Especialmente el nazismo, pero también otras doctrinas fascistas y neofascistas, desarrollaron extensas y complejas teorías apoyadas en pseudociencias que argumentaban la superioridad e inferioridad de ciertas razas en base a sus características biológicas y/o genéticas.
Los nazis, por ejemplo, argumentaron que la «raza aria«, una hipotética civilización que estaría en los orígenes de todos los pueblos de Europa y Asia y que conservaría una suerte de «pureza» racial, era superior al resto en capacidades físicas y cognitivas. Y que, por tanto, cuanto más cercana estuviera una raza a estos antecesores, mejor sería en líneas generales con respecto a otras razas.
Así, los nazis argumentaron que los pueblos nórdicos, entre ellos los germanos, descendían directamente de esta raza aria, seguidos de los pueblos europeos y dejando en último lugar a la población negra y otras minorías étnicas.
Por supuesto, los fascismos en general sostienen que el orden social debe obedecer a un «orden natural», y que este orden natural obedece a características biológicas y genéticas. En base a unas supuestas características individuales adquiridas y heredadas biológicamente, justifican el racismo, la xenofobia, el machismo y la estructura vertical y desigual de la sociedad, así como el darwinismo social (la legitimidad de la competencia y la supervivencia del más fuerte), la eugenesia (la esterilización forzosa de grupos raciales y étnicos) o la segregación (la separación a través de barreras físicas y sociales de grupos sociales en base a características étnicas y biológicas, como el color de piel).
Básicamente, los fascismos justificaron, y justifican, los prejuicios, las discriminaciones y las desigualdades adquiridos en base a procesos de socialización y al contexto social y cultural argumentando que tienen su base en características biológicas y que, por lo tanto, tratar de acabar con ellos es una aberración de la naturaleza. Para el fascismo o el nazismo, por ejemplo, las desigualdades estructurales no son consecuencia de dinámicas sociales, sino de genética. Las mujeres tienen que tener hijos y dedicarse a cuidarlos y los hombres a trabajar porque es su función biológica, por ejemplo.
Evidentemente, la ciencia ya calificó todas estas hipótesis raciales de pseudociencias, por lo que, un siglo después de su aparición, han perdido mucha fuerza, pero en su momento fueron ampliamente defendidas y difundidas.
Así pues, los fascismos suelen sostener una suerte de supremacismo racial basado en las características biológicas que fundamenta en teorías pseudocientíficas, mientras que la nueva derecha radical se apoya en el supremacismo étnico o cultural, fundamentado en valores culturales y religiosos. De hecho, en su génesis, los fascismos no fueron especialmente adeptos a la religión.
Es importante resaltar, no obstante, que esto puede variar en función del contexto y el país. Por ejemplo, la alt-right estadounidense tiene un importante componente de supremacismo racial, no en vano, los conflictos entre la población negra y blanca forman parte del día a día y tienen antecedentes históricos todavía demasiado cercanos. Por ejemplo, las últimas leyes que todavía diferenciaban a negros y blancos se derogaron en los años 70.
Por otro lado, a pesar de que el supremacismo de la derecha alternativa y que bebe directamente del concepto de etnopluralismo de Benoist se fundamenta en la defensa de la cultura y de los valores occidentales, continúa relacionando estas características étnicas en cuestiones biológicas como el color de piel. Esto puede verse en el movimiento identitario o identitarismo, que se refleja en asociaciones como PEGIDA, que centran su discurso en el ataque a la inmigración y, especialmente, al islam.
Por ejemplo, desde Vox se ha amenazado con deportar del país a personalidades como la diputda ceutí Fátima Hossain o el líder del sindicato mantero Serigne Mbayé, cuando en realidad tienen la nacionalidad española y, de hecho, Fátima nació en España. Y el motivo no tiene nada que ver con la nacionalidad, sino con prejuicios racistas, como de hecho señaló el asesor de Vox Bertrand Ndongo al calificar de racismo este tipo de declaraciones.
Existe, de hecho, una corriente de la nueva derecha radical basada en el supremacismo y el nacionalismo blanco, que busca desarrollar una identidad nacional alrededor de la raza blanca a través de la defensa de unos valores y características culturales comunes. Estas tesis son defendidas por Richard B. Spencer, director de Radix Journal y del think tank supremacista Instituto de Política Nacional (NPI) y precursor del concepto de «derecha alternativa». Autores como Daniel Conversi han abordado estos movimientos (Journal of Ethnic and Migration Studies, 2004), que funcionan a menudo como punto de encuentro entre las teorías raciales neonazis y el discurso de la extrema derecha moderna.
Y es que, aunque existe una clara diferencia entre el racismo defendido por los fascistas y nazis y el defendido por la nueva derecha radical, es cierto que los preceptos básicos son en esencia los mismos, solo que en un caso se da prioridad y se fundamenta en que existen características biológicas superiores e inferiores, y otro en la defensa de los valores culturales y rasgos diferenciadores.
Simbología uniforme Vs Simbología sutil
Alternativa para Alemania, el principal partido de extrema derecha de Alemania, tiene como una de sus normas internas el no relacionarse con agrupaciones neonazis. De hecho, en líneas generales, los ex militantes del Partido Nacionaldemócrata de Alemania (NPD), considerado heredero de la ideología nazi, no son bienvenidos.
En 2018, el Frente Nacional de Francia cambió su nombre a Agrupación Nacional, y modificó su logotipo, una llama de antorcha vertical que recordaba bastante el Movimiento Social Italiano (MSI), fundado en 1946 y heredero del Partido Nacional Fascista tras su disolución al acabar la Segunda Guerra Mundial.
Son solo dos ejemplos, pero es más que evidente que la estrategia de la derecha alternativa es disolver en la medida de lo posible toda relación con los elementos más característicos del fascismo y alejarse de los grupos que promueven estas ideas. No se convence a una masa crítica de la población y no se ganan elecciones si tus ideas principales siguen asociadas a la estética skinhead, a la violencia y al genocidio.
Como parte de esta adaptación a la modernidad y de la construcción de esta nueva cara, más amable, se encuentra el desligarse de los viejos símbolos asociados a la ultraderecha clásica. En líneas generales, los fascismos adoptaron una simbología muy clara, muy uniforme y muy presente. Los partidos y grupos fascistas (y posfascistas de la actualidad) tendían a adoptar una imagen, unos colores y unos símbolos y portarlos en casi todo momento, en todos los actos públicos, y organizar desfiles y perfomances elaboradas para demostrar su disciplina, su poderío y su fuerza.
Se puede citar por ejemplo los mítines del NSDAP en la Alemania de los años 20 y 30, pero también en el ya desaparecido partido griego Amanecer Dorado. Sin embargo, la nueva derecha radical no solo se ha deshecho de estos viejos símbolos, sino que tampoco se apoya en este despliegue de medios. Aunque por supuesto que utilizan su propia iconografía, a menudo es más bien informal o no oficial, como la Bandera de Gadsen en el caso de los libertarios de derechas o Pepe The Frog, o se utilizan como parte de formaciones políticas orientadas a las campañas electorales y no como un elemento de cohesión, disciplina y disolución de la individualidad, como puede ser el logotipo de cualquier partido.
Si bien es cierto que en manifestaciones y protestas organizadas por partidos de esta nueva extrema derecha pueden verse símbolos asociados a los fascismos (por ejemplo, una bandera del periodo franquista en una manifestación convocada por Vox en España, o una bandera confederada en una concentración en favor de Trump), esto no es alentado ni sostenido por el propio partido en cuestión. En general, los partidos de la alt-right prefieren adoptar iconografía basada en los símbolos nacionales, como los colores de la bandera oficial del país.
Lo fundamental es que, si bien las imágenes oficiales empleadas por los movimientos de la derecha alternativa pueden ser muy variadas, la diferencia más importante que presenta con el fascismo clásico es que, además del empleo de símbolos diferentes, la forma de utilizarlos tampoco es igual. La imagen cobra un papel fundamental y primordial en los fascismos como elemento aglutinador, mientras que esto no sucede en la nueva derecha radical.
De hecho, una característica de los movimientos fascistas es la existencia de unos colores, unos uniformes (o forma de vestir) e incluso un saludo que caracteriza a sus miembros, algo que ha desaparecido casi por completo en la alt-right. Y lo cierto es que cada vez está menos presente en los grupos posfascistas.
Otras diferencias y conclusiones finales
Las diferencias anteriormente mencionadas son, en líneas generales, las consideradas más relevantes e importantes, pero no son las únicas. También existe diferencia en el papel del liderazgo. En los movimientos fascistas existe un culto al líder, quien ejerce su poder de forma prácticamente absoluta y llega a encarnar la imagen del grupo, estando muy presente en todo momento, mientras que la derecha alternativa no presenta gran diferencia con respecto a otros partidos políticos en este punto. Aunque pueden llegar a asumir liderazgos muy personalistas, como es el caso de Donald Trump, de Bolsonaro o de Orbán, también adoptan liderazgos corales y colectivos, como es el caso de Vox en España o de Alternativa para Alemania.
También existe diferencia en los medios y los instrumentos utilizados para llegar a la gente. El discurso de la nueva derecha radical es muy irreverente, informal e incluso coloquial y mundano, buscando acercarse al común denominador ciudadano, y en ocasiones rozando lo esperpéntico. Sin embargo, el discurso del fascismo, aunque también es antipolítico, suele ser más técnico y más correcto, con un lenguaje más politizado.
Por ejemplo, la alt-right recurre mucho al meme, a la broma y al troleo a través de Internet en foros y redes sociales, mientras que el fascismo clásico se aleja de estas cuestiones. El supremacista Richard B. Spencer tuvo sus diferencias con Steve Bannon por estas mismas cuestiones, ya que la postura del primero es más cercana a las posturas tradicionales de la extrema derecha.
Además, mientras que el fascismo es bastante estricto en sus dogmas, discursos e ideas (por ejemplo, los puntos iniciales del NSDAP aprobados en 1921 no se cambiaron nunca ni una coma), la nueva derecha radical es bastante flexible, cambiante y adaptable.
Amén de estas y otras diferencias, es muy importante también entender que todas las corrientes de la extrema derecha evolucionan, se adaptan y se influencian entre sí. Los partidos de la nueva derecha radical se ven influenciados por los movimientos neofascistas y neonazis y viceversa, y ambos pueden llegar a presentar elementos del otro. Los movimientos identitarios son un claro ejemplo de ello.
Por lo tanto, como se ha indicado al principio del artículo, estos rasgos y estas diferencias no son estancas, ni estáticas, ni absolutas, sino que pueden presentar diferencias según el caso y el momento. Vox, por ejemplo, en el plano económico es muy similar a la derecha conservadora tradicional, mientras que en los aspectos más sociales guarda estrecha relación con el nacionalcatolicismo franquista, al tiempo que en su estrategia comunicativa y su modelo de Estado son cercanos al trumpismo. Y con la creación del sindicato Solidaridad, buscan adoptar el discurso de Marien Le Pen, más centrado en el obrero medio.
Como suele suceder en ciencias sociales, estas categorizaciones deben siempre cogerse como una guía o una referencia, para después estudiar cada caso por separado, teniendo en cuenta además los contextos sociales y culturales.
No obstante, se puede afirmar que el fascismo y la alt-right presentan suficientes diferencias como para que mucha gente llegue a afirmar que partidos como UKIP en Reino Unido o Fidesz no son de extrema derecha, por lo que cobra importancia no solo definir sus rasgos, sino establecer las principales semejanzas y diferencias entre ambas corrientes políticas y, así, dejarlas Al Descubierto.
Enlaces, fuentes y bibliografía:
– Foto de portada: Montaje: Donald Trump (izquierda). Autor: Gage Skidmore, 04/10/2016. Fuente: Flickr (CC BY-SA 2.0) / Adolf Hitler (derecha). Autor: Desconocido, 1938. Fuente: Bundesarchiv, Bild 183-H1216-0500-002 (CC-BY-SA 3.0)
Jefe de Redacción de Al Descubierto. Psicólogo especializado en neuropsicología infantil, recursos humanos, educador social y activista, participando en movimientos sociales y abogando por un mundo igualitario, con justicia social y ambiental. Luchando por utopías.