Los retos del 2022: crisis política, ambiental, desinformación y extrema derecha
El 2021 ha sido un año sin duda convulso. En realidad, este inicio de década ha mostrado sin tapujos las problemáticas estructurales que las sociedades humanas deben enfrentar en un presente y futuro inmediato. Es importante reflexionar sobre los principales ámbitos de conflicto actuales y los retos que estos mismos conllevan para un 2022 en el cual se atisban retos imponentes.
La pandemia mundial, una huella imborrable
Sin duda, la gran protagonista de este 2021 ha sido la pandemia mundial protagonizada por la COVID19. Otro año más, más cansados, más asustados, más crispados y con más incertidumbre, la pandemia ha seguido haciendo estragos a nivel planetario. Y como el Premio Nobel de literatura Albert Camus ya reflexionaba en su obra cumbre La peste, en muchos aspectos, la pandemia ha sacado a la luz los grandes defectos de una sociedad que, pese a su insistente defensa del ideal de progreso continuo, está estancada en algunos ámbitos fundamentales.
La pandemia ha mostrado como los intereses económicos y/o privados son totalmente hegemónicos, sin discusión, frente al bienestar social. De esta forma, se ha antepuesto el interés de unos pocos grupos minoritarios frente a la vida y la salud.
Las vacunas, la principal garantía y protección frente al virus SARS-CoV-2, siguen siendo proporcionadas a los gobiernos por entidades privadas y el supuesto libre mercado, pero la realidad es que las grandes farmacéuticas se mueven en el contexto de la pandemia como entidades monopolísticas y poco solidarias. La punta de lanza de un problema global en forma de pandemia que se intenta gestionar desde el punto de vista individual y a través del interés de unos pocos grupos o colectivos.
Es decir, un problema comunitario que se intenta resolver desde unas lógicas individuales y endogrupales. En realidad, parece que lejos de querer resolverse lo más pronto y salvando la vida del mayor número de personas posibles, lo que más a interesado en estos años de pandemia, más incluso que salvar vidas humanas, ha sido hacer negocio.
A principios de 2021, la mayoría de países pobres del mundo ya avisaban en la Organización Mundial del Comercio (OMC) sobre la dificultad que estaban teniendo e iban a tener en un futuro para poder vacunar a su población en porcentajes adecuados para frenar la pandemia y sus efectos. Una de las soluciones que se propuso fue la liberación de patentes para que la fabricación y elaboración de las vacunas fuera posible en el mayor número de laboratorios con capacidad de elaborarlas. Una decisión que, si bien tiene sus pros y sus contras, habría ayudado a una mayor cantidad de personas, especialmente en países en vías de desarrollo, tuvieran más fácil el acceso a la vacuna y a los tratamientos necesarios para frenar la enfermedad.
Sin embargo, la decisión de los países ricos, aquellos países donde casualmente tienen su sede la mayoría de farmacéuticas propietarias de las vacunas, se negaron a realizarlo. Pese a que casi 400 organizaciones internacionales reclamaron medidas para garantizar un acceso igualitario y universal a la vacuna, países como Estados Unidos, Japón o la Unión Europea no accedieron a liberalizar las patentes, dejando un mensaje muy claro: la vida de las personas sigue estando por debajo de los intereses económicos y empresariales.
Desinformación, negacionismo de los problemas y extremismo
La tesitura descrita en el párrafo anterior ha provocado en la sociedad miedo, inseguridad, impotencia, desesperación y un profundo sentimiento de injusticia. Las libertades que antes se daban por sentadas han tenido que sacrificarse por el bien común: los confinamientos, la renuncia a parte de la vida relacional y, en general, el condicionamiento de las vidas cotidianas por la pandemia ha sido algo que ha desgastado a la población.
De este modo, lo descrito en el párrafo anterior ya de por sí resulta un génesis de problemáticas como pueden ser el aumento de problemas de salud mental, estrés, ansiedad, comportamientos agresivos, impulsivos e irracionales.
Una tesitura caótica que aumenta por el altavoz y el mal uso comunicativo que gran parte de los medios de comunicación han realizado en cuanto a la cobertura de la pandemia, ya sea de manera intencionada o inconscientes, las coberturas mediáticas y la información del cuarto poder. Es decir, los medios de comunicación, ha sido como poco, irresponsable.
Por un lado, los medios de comunicación hegemónicos han realizado una cobertura excesiva y omnipresente, un bombardeo constante de especiales sobre el virus. El morbo, el amarillismo, y el sensacionalismo genera audiencia. Los medios son conscientes y no han dudado en abusar de horas y horas de emisión sobre la COVID19, generando una esfera mediática un tanto kafkiana y claustrofóbica donde la salud mental de la población era la principal víctima.
Por otro lado, la desinformación ha sido otro rasgo característico de este 2021 y otro reto que vendrá en un 2022. La consolidación de las redes sociales y el avance de ellas como modo de interacción y relación entre las personas y agentes sociales y, por tanto, de comunicación social, presentan un paradigma que ha llegado para quedarse. Un contexto en el que la desinformación, los bulos, las fake news y los discursos de odio son los principales retos.
Muchas de estas herramientas de desinformación son utilizadas por las ideologías más reaccionarias o de extrema derecha para captar adeptos. En contextos difíciles como una pandemia mundial donde, como es lógico, todo el mundo está inseguro, la extrema derecha aprovecha para engrosar sus filas a través de una estrategia que ha utilizado desde su génesis: las teorías de la conspiración.
En los últimos años se ha podido observar cómo estos discursos tienen su principal cuota de actividad en las redes y el entorno online. Sin embargo, es preocupante encontrar estas mismas inercias en los medios hegemónicos: televisión, radio, prensa, periódicos, etc. La proliferación de este tipo de productos de desinformación es cada vez mayor.
Los presentes discursos de desinformación niegan de manera sistemática los problemas sociales y retos más acuciantes: el cambio climático, la pandemia, la violencia de género, el racismo estructural, etc. Se niegan estas problemáticas ya que detrás de estos discursos que instrumentaliza la extrema derecha lo que se pretender es conservar las cosas como están. Es decir, no mover ni un solo ápice de las estructuras de poder insertas en la sociedad. Se dicen antisistemas, pero lo que buscan es mantener el statu quo y los privilegios de quienes están en lo más alto de la pirámide del sistema.
Por ejemplo, detrás del discurso antifeminista y negacionista de la violencia de género se encuentra una reacción de las ideologías más conservadoras que no quieren ceder los privilegios que históricamente han pertenecido a los hombres heterosexuales. Con la criminalización del movimiento antirracista se encuentra una tesitura similar, negando una problemática histórica que, si es afrontada, puede cambiar las estructuras de poder capitalistas, pues tanto la variable etnia como la variable género son dos pilares fundamentales de dominación en el capitalismo actual. No en vano, detrás la Guerra de Secesión en Estados Unidos estaba el mantenimiento del sistema esclavista de la población afroamericana para poder mantener privilegios económicos y sociales por parte de los Estados Confederados que, por suerte, perdieron la guerra.
Por otra parte, con el negacionismo del cambio climático se encuentra el mismo esquema, pues existen intereses detrás de grandes empresas del sector de los combustibles fósiles u otros ámbitos que se verán afectados por la necesidad de cambiar de manera radical la manera de producir y consumir. Negar la problemática ambiental, también conlleva en su lógica la justificación de no hacer nada al respecto. No es casualidad que los partidos de extrema derecha sean los que más en contra están de reconocer este gran problema, como sucede con Vox o el expresidente Donald Trump.
Como último ejemplo está el negacionismo más reciente, relacionado con negar la pandemia, la eficacia de las vacunas y demás factores relacionados con la COVID19, desde que el virus no existe y todo es un montaje, pasando por decir que en las vacunas hay chips para controlar a la población, que tienen veneno o que son vacunas experimentales, entre otras muchas lindezas.
Un negacionismo que puede entenderse como un campo de desinformación abierto por ciertos partidos políticos y demás sectores oportunistas que se están aprovechando del miedo, la incertidumbre y la falta de herramientas de algunos segmentos de la población para hacer frente al contexto de inseguridad y desconcierto que ha generado la pandemia. Así pues, a través de dichos discursos se está conduciendo a personas que simplemente buscan una respuesta sobre lo que está pasando a su alrededor hacia una de las versiones más oscuras de la humanidad, como es la extrema derecha, entremezclando elementos del discurso negacionista con el discurso reaccionario.
Pero el reto del campo comunicativo va más allá de la desinformación. Un acontecimiento que ha cerrado el año y que demuestra lo comprometido que está el futuro de la democracia a causa de la mala praxis informativa ha sido el caso de Julian Assange. Todo apunta a que el activista australiano finalmente será extraditado para ser juzgado por desvelar información confidencial del gobierno norteamericano. Una información que filtró a través del portal informativo WikiLeaks donde desvelaba gran parte de las acciones del ejercito estadounidense en Irak y otras partes de Oriente Medio. En las filtraciones se observaban entre otros escalofriantes episodios el asesinato premeditado de civiles iraquíes. Y, más recientemente, se destaparon miles de documentos que apuntaban a una presunta financiación de la extrema derecha española desde la secta ultracatólica El Yunque y sus asociaciones pantalla, como Hazte Oír.
Por tanto, el contexto de este caso que ha tenido una repercusión mundial, presenta a una persona que ha desenmascarado como un gobierno, o parte de sus representantes, consintieron y ocultaron el asesinato de civiles en Oriente Medio, torturas en la cárcel de Guantánamo y una gran cantidad de episodios que vulneraban los derechos humanos, sea considerado como un terrorista y, sin embargo, la otra parte implicada, la parte que además vulneró los derechos humanos de manera sistemática, no se vea afectada de manera judicial, arroja como poco, dudas sobre la moralidad de los sistemas parlamentarios actuales.
El derecho a la información y el derecho a que la ciudadanía tenga herramientas para enfrentarse a un contexto cada vez más tecnológico, complejo e interconectado, son aspectos fundamentales para hacer frente de manera colectiva y, sobre todo, coherente a los retos sociales.
Una de las claves de la democracia es que otorga un valor fundamental al poder de decisión individual. Pero, para que esto sea algo bueno y fomente el bienestar social, cada ciudadana y ciudadano debe tener a su disposición información veraz, ética y contrastada.
Además, es deber de los gobiernos dotar a la ciudadanía de una educación enfocada a enfrentar este reto de la desinformación, como decía el ya fallecido divulgador, científico y astrofísico Carl Sagan: «Vivimos en una sociedad profundamente dependiente de la ciencia y la tecnología en la que nadie sabe nada de estos temas. Esto constituye una fórmula segura para el desastre.»
En la actualidad, se observa que lo que reclamaba Carl Sagan en sus últimos años de vida a través de obras como El mundo y sus demonios (1995). Es decir, la necesidad imperante que la ciudadanía sea una ciudadanía crítica, empoderada y conocedora real del entorno en el que vive, es algo fundamental y un reto necesario que abordar para poder afrontar de manera coherente las decisiones colectivas que el futuro exigirá.
La ciudadanía busca respuestas a las adversidades que le toca vivir, si las instituciones públicas no garantizan derechos democráticos básicos como el derecho a una educación digna, de calidad y enfocada a empoderar una ciudadanía. O, por otro lado, los medios de comunicación no se comprometen frente al derecho ciudadano de acceder a una información veraz, transparente y que no esté hecha premeditadamente para desinformar, avanzar como democracia será muy difícil.
Hablamos a los niños de Papá Noel y el Ratoncito Pérez por razones que creemos emocionalmente sólidas, pero los desengañamos de estos mitos antes de hacerse mayores. ¿Por qué retractarnos? Porque su bienestar como adultos depende de que conozcan el mundo como realmente es. Nos preocupan, y con razón, los adultos que todavía creen en Papá Noel.
Carl Sagan, El mundo y sus demonios (1995)
Crisis política y económica
La crisis política y económica está relacionada con todos los apartados expuestos. En general, se puede resumir que las problemáticas descritas en los párrafos anteriores tienen un hilo conductor: los intereses de unos pocos colectivos que tienen grandes cuotas de poder económico y político se anteponen al bienestar social.
Esta problemática genera que los medios de comunicación que deben informar desinformen, manipulen o cuenten una realidad sesgada. No se debe olvidar que la gran mayoría de los medios hegemónicos son propiedad de las grandes fortunas, capitales y fondos de inversión. Aquellos mismos grupos que tienen intereses en hacer negocio con las vacunas o en que la extrema derecha, paladín del statu quo, crezca, siembre odio y violencia para dinamitar aun más la política conduciéndola hacia sus propios intereses.
La redistribución de la riqueza quizá sea el principal problema y reto económico que viene en este 2022, pues es el génesis de problemáticas como la pobreza, la exclusión o la desigualdad social. La política sigue los intereses de unos pocos con la intención de concentrar la riqueza en pocas manos. Una riqueza que genera toda la sociedad pero que disfruta una pequeña minoría. Sin duda, lo descrito es injusto, inmoral y antidemocrático.
El problema está tan arraigado en la raíz del sistema económico y político actual que la mala distribución de la riqueza se observa en todos los niveles, de lo local a lo global. Es decir, desde una ciudad y sus barrios con condiciones materiales y de vida tan diferentes, hasta los países pobres y ricos. La Cañada Real, en ese aspecto, no tiene nada que envidiar a una ciudad pobre de Etiopía, salvando las diferencias estructurales.
Esta expresión tan característica de la desigualdad capitalista muestra como la redistribución injusta de la riqueza es algo intrínseco a las lógicas económicas actuales, viéndose reflejado en prácticamente todos los niveles de organización social y territorial: barrios, ciudades, comunidades autónomas y estados.
Además, cabe añadir que con lo expuesto sería lógico pensar en la función clave de los gobiernos supuestamente democráticos para paliar o hacer frente a esta problemática. Pero, lo cierto es que no es así. La política y sus mayores representantes, los partidos políticos, aceptan el juego de las grandes élites y capitales económicos, en mayor o menor medida, y con honrosas excepciones.
La política se parece cada vez más a un gran teatro, un teatro para entretener, para captar el voto y, posteriormente, negociar de puertas para adentro con los grandes empresarios o los fondos de inversión cediéndoles a la carta como desean gobernar el país.
Por supuesto no todos los partidos son iguales, ni tienen las mismas intenciones de base. Pero en realidad, todo apunta a que los parlamentos y congresos, las cámaras representativas de las democracias parlamentarias, pierden con fuerza su credibilidad, otra vez por algo que ya se ha nombrado repetidas veces: porque anteponen el interés de unos pocos, las élites, al bienestar de todos, por tanto, al bienestar social, por infinidad de motivos y de variables.
El reto de 2022
En forma de conclusión se puede observar que los retos del 2022 son abundantes y mayúsculos. El reto por excelencia que apunta a marcar la hoja de ruta de las próximas décadas será el reto medioambiental. Un reto que va a requerir que la lógica colectiva se anteponga por primera vez en muchas décadas a la individual. Además, a una escala planetaria. Queda poco tiempo, parece un mantra repetido hasta la saciedad, pero es la verdad.
Por otro lado, los gobiernos pasan de puntillas, juegan a su teatro, no sellan compromisos reales o lo suficientemente contundentes. Sin embargo, la ciudadanía y el movimiento ecologista cobra fuerza. La concienciación es cada vez mayor, quizá, porque las consecuencias están empezando a sentirse de manera drástica en las vidas de la gente: sequía, crisis migratorias, extinción masiva de especies, pérdida de hábitats milenarios, falta de recursos, contaminación, etc.
En definitiva, para hacer frente a los retos del 2022 se deberá luchar contra los intereses de unos pocos, pero que controlan las esferas políticas, económicas y mediáticas. Apoyados por partidos tradicionales, conservadores y de extrema derecha que no dudarán en hacer todo lo posible para que todo siga igual, aunque eso cueste muy caro, pues como se ha ido reflexionando en el presente artículo, la clave es que por una vez el bienestar colectivo prime por encima del interés de unos pocos.
Articulista. Sociólogo y gestor medioambiental, con suerte de poder compartir vocación y formación. Las Ciencias Sociales son una parte muy importante de mi vida. Considero la divulgación a través de la sociología como una gran herramienta para destapar las injusticias sociales y arrojar luz sobre la actualidad diaria contribuyendo así a ser un poco más libres y justos.
muy interesante-colega-Álvaro.