No es una conspiración: la realidad es mucho peor
Las teorías de la conspiración están a la orden del día. Como cada vez que hay una crisis grande, máxime si es global, los planes secretos y ocultos se ponen de moda. No hay nada al azar, ni casual: los acontecimientos históricos deben ser producto de algunas mentes perversas para afianzar o conseguir poder a costa de la pobre gente indefensa.
Aunque se hablen mucho de ellas debido a la pandemia, en realidad llevan existiendo desde siempre. Teorías sobre organizaciones secretas, nuevos órdenes mundiales e illuminatis varios llevan en el mundo ya más de un siglo. Hay muy poco de original en ellas, en realidad.
Tuvieron, de hecho, un fuerte auge con la llegada de Internet a los hogares y una buena explosión durante la crisis financiera de 2008, amén de otros puntos históricos de envergadura como el 11 de septiembre o la llegada del ser humano a la Luna en 1969.
Después de mucho leer e investigar sobre estas teorías, en general, todas cumplen con más o menos los mismos elementos:
1- Existencia de un plan llevado por un grupo poderoso, normalmente un conjunto de élites económicas y/o políticas con amplios poderes en todos los ámbitos (mediático, político, social, cultural…). La típica “mano en la sombra”.
2- Una hipotética verdad o realidad que es ocultada, silenciada o tergiversada por este grupo con diferentes objetivos (mantenerse en el poder, obtener beneficios o por no alterar el orden establecido). Lo que “no quieren que sepas”.
3- El rechazo sistemático al statuo quo, los consensos establecidos, las fuentes e instituciones oficiales y lo que se tiene como verdad. De hecho, las teorías de la conspiración se han definido también como “teorías contra el saber o el conocimiento popular”. Es el “nos engañan como quieren”, el “nos mienten constantemente”.
4- Parten de una premisa real, cierta y/o demostrable. Es decir, se asientan sobre una base de verdad. Los “datos que lo demuestran”.
Un ejemplo es la teoría de la “plandemia”, tan de moda. Aunque, en realidad, la “plandemia” podría decirse que es una metateoría, es decir, un conjunto de teorías, a veces incluso contradictorias entre sí.
Pero bueno, en general sostiene que la pandemia es o bien mentira (el virus no existe o en realidad es más débil de lo que se dice) o bien creada (el virus fue creado en laboratorio) por élites económicas y políticas (la ONU, la OMS, las farmacéuticas…) para provocar una situación en la cual la gente acepte medidas coercitivas y/o de control y/o de experimentación humana, ya sea a través de decisiones políticas o bien de las vacunas.
Esta paranoia mental tiene todos los elementos: un plan (engañar a la gente con un virus) por un grupo poderoso (la ONU, la OMS, las farmacéuticas…) que oculta y/o tergiversa una supuesta verdad (que el virus no existe o es más débil, o que las vacunas son experimentales o tienen sustancias nocivas y/o de control) para obtener beneficios (instaurar medidas en favor de un “nuevo orden mundial”).
¿Cuál es la base de verdad en esta teoría? El hecho de que las conexiones entre gobiernos, grandes empresas (incluyendo farmacéuticas) y la propia OMS, así como sus acciones y decisiones, no dan precisamente lo que se dice confianza. Y esto es así.
Una vez sabemos cuáles son los elementos de una teoría de la conspiración, es justo decir que las hay de varios tipos. No me voy a detener en clasificaciones estériles, ya que sobre esto se ha escrito mucho, pero a mí me interesa diferenciar las que son peligrosas de las que no lo son.
Conspiración: la religión del Siglo XXI
¿Por qué la gente cree en conspiraciones? Aunque parezca increíble, ofrecen una explicación simple, llana e intelectualmente poco exigente a problemas muy complejos que provocan miedo, incertidumbre, preocupación y ansiedad, y que por falta de conocimiento y/o sentido crítico, no se terminan de comprender bien.
Además, refuerzan aspectos emocionales importantes (seguridad, sensación de control…) y contribuyen al desarrollo de una identidad propia y grupal: nosotros, los que sabemos “la verdad”, contra el resto del mundo, que vive manipulado o engañado.
Esto se debe al elemento número tres, el rechazo sistemático al statu quo: si algo es mayoritario, oficial, consensuado socialmente… es porque no es peligroso para los poderosos, para el sistema. Si una creencia se vuelve hegemónica, se desconfía automáticamente.
Así, cuanto más me rechace la gente, cuanto más me señalen, más voy a reforzar mis creencias y mi postura. Este efecto se acrecienta si, además, me veo reforzado por mi propio grupo, por “los míos”, la gente que “hemos despertado”.
En realidad, las teorías de la conspiración se parecen mucho a las pseudociencias y las creencias religiosas: la gente que se aferra a ellas lo hace por cuestiones emocionales y personales, y toda su supuesta evidencia se basa en correlaciones e interpretaciones que ha pasado un sesgo de confirmación brutal y que rebota en interminables cámaras de eco.
Por ejemplo, los creyentes de la “plandemia” dan crédito al Informe Campra, un texto que no ha pasado por los mínimos filtros del método científico, desacreditado por cualquiera que sabe un mínimo de ciencia, para sostener la peligrosidad de las vacunas. A este informe, no se le hace una mínima exigencia. Se da por válido casi automáticamente.
Sin embargo, el resto de datos y estudios científicos sostenidos por la comunidad científica y publicaciones de reconocido prestigio, son ignorados sistemáticamente, o bien se les señala en base a falacias lógicas, normalmente ad hominem (son expertos en matar al mensajero).
¿Cuál es la diferencia entre ambas cuestiones? Que la primera confirma sus creencias y la segunda no.
Llegado a este punto, normalmente distingo entre dos tipos de conspiraciones: las peligrosas y las no peligrosas. Y me explico. Aunque es posible que cualquier creencia puede ser susceptible de hacer daño, algunas tienen mucho más potencial para ello.
Por ejemplo, hay mucha gente que cree que los gobiernos nos ocultan la existencia de extraterrestres. Sinceramente, es una teoría de la conspiración incluso divertida: todo el mundo hemos dudado alguna vez de esto y nos hemos tragado decenas de vídeos de YouTube y algún que otro programa de Íker Jiménez.
Sin embargo, no recuerdo que estas teorías hayan conducido a turbas de gente a asaltar el Capitolio o la sede de un sindicato, o rechazar medidas sanitarias como la vacunación o el uso de mascarilla, pensadas para salvar vidas.
¿Cuál es el elemento que diferencia a unas de otras? En realidad, muchos, pero me gustaría poner el foco en un rasgo de las teorías de la conspiración que no he mencionado anteriormente: el negacionismo.
El negacionismo: el quinto elemento de la conspiración
¿En qué consiste el negacionismo? Básicamente, en rechazar postulados científicamente demostrados. No hay una descripción enrevesada: el negacionismo implica dar la espalda a una realidad objetiva, sin medias tintas.
Mi experiencia me dice que el peso que tenga el negacionismo dentro de una teoría de la conspiración, y la realidad que se decida negar, van a definir en gran medida el potencial de peligrosidad de la misma.
Volviendo al ejemplo anterior, las teorías conspirativas acerca de extraterrestres no se basan en ningún negacionismo extremo ni radical. Más bien, consisten en afirmar que los alienígenas existen y que los gobiernos lo ocultan. El elemento negacionista aquí es la evidencia científica acerca de la vida en otros planetas y de lo que son los OVNI (siglas de Objeto Volador No Identificado), pero es tan vaga y tan dada a interpretaciones, que no tiene especial importancia.
De hecho, al igual que las religiones suelen ofrecer respuestas a incógnitas que la ciencia (de momento) no puede responder, tiene lógica que existan también teorías de la conspiración que cumplan una función similar.
Sin embargo, cuando estas teorías dan la espalda a realidades objetivas demostradas una y otra vez, el papel del negacionismo cobra un protagonismo esencial. Y es aquí cuando todo se vuelve extremadamente peligroso, probablemente porque se necesita un alto grado de dogmatismo (y fanatismo) para escupir a la realidad de esa forma.
Negar el cambio climático implica ignorar un problema gravísimo que tenemos cada vez más cerca; negar la pandemia supone no aceptar que vivimos en una crisis sanitaria con muchas vidas en juego; negar la efectividad de las vacunas puede suponer un desastre sanitario.
Y hago un inciso: como he dicho antes, no solo importa el peso que cobre el negacionismo en una conspiración, sino también aquello que se niega. Por ejemplo, en el “terraplanismo” o en los negacionistas de la nieve, el componente negacionista es absoluto, pero no supone a prori un gran peligro.
No lo supone, eso sí, a prori. ¿Que quiero decir? Creo que, pese a todo, el negacionismo puede ser un problema en sí mismo. Este es un tema que he tratado en mis entrevistas con David Saavedra, escritor de Memorias de un exnazi, y con Carles Tamayo, investigador de sectas coercitivas.
Por un lado, el negacionismo es un elemento común de otras creencias que son en sí mismas un peligro para la Humanidad. Por ejemplo, la extrema derecha y todas sus vertientes y movimientos (fascismo, nazismo, falangismo, alt-right…) se apoyan en el negacionismo. De hecho, no se puede sostener el nazismo o el fascismo sin ser negacionista y sin creer en teorías de la conspiración.
Por otro lado, asumir el negacionismo de una teoría de la conspiración te abre la puerta a creer en otras creencias que sí tienen ese potencial de peligrosidad del que hablaba antes. Como decía Carles Tamayo, nadie se levanta un día siendo “terraplanista”: empieza poco a poco, en entornos amables, desconfiando en los gobiernos, en las instituciones… y terminas pensando que bebiendo lejía puedes curarte del coronavirus. Es la puerta al fanatismo.
Cuando tú ya empiezas a creerte que el 5G igual no es muy bueno y demás, dejas el teléfono móvil lejos no vaya a ser que tengan razón estos porque es que ya no te crees nada.
Carles Tamayo, entrevista para Al Descubierto
Luego te vienen con las vacunas, que tengas cuidado por si eso te puede matar, o lo que sea, entonces piensas que quizá mejor no ponértela de momento o hacerlo en un futuro.
Y ahora, claro, no te has puesto la vacuna pero de algún modo te tienes que proteger, pues te voy a dar este remedio homeopático, o te voy a dar lejía… así poco a poco llega un momento que todo lo que tú crees está ligado a creencias que no tienen ningún tipo de fuente, que te lo dice solo tu grupo de amigos o tu círculo cercano y poco más…
¿El problema cuál es? Que si estos mismos te dicen que la Tierra es plana, o que los dinosaurios no existen, tú te lo vas a creer porque las fuentes son las mismas. Si me he creído lo del 5G, ¿por qué lo de la Tierra plana no? Nadie se levanta de un día para otro diciendo que la Tierra es plana.
El negacionismo es pues el hilo conductor que une a muchas teorías de la conspiración, discursos de ultraderecha y grupos que actúan como sectas coercitivas. De hecho, las conexiones entre los movimientos negacionistas de la pandemia y la extrema derecha son tan evidentes que asustan.
“Pero hay gente de extrema izquierda que también cree en conspiraciones”. Sí, cualquier persona de cualquier ideología puede creer en conspiraciones.
La diferencia es que las corrientes de extrema izquierda, para sostener sus teorías y creencias políticas, no necesitan basarse en pseudociencias, ya que parten (total o parcialmente) del materialismo histórico de Karl Marx, que se centra en cuestiones sistémicas y estructurales (el sistema capitalista, las dinámicas de producción, el capital…). Pueden apoyarse en conspiraciones, pero no lo necesitan.
Esto aleja al marxismo, al anarquismo, al socialismo… de los elementos característicos de las teorías de la conspiración, mientras que la extrema derecha siempre señala de forma prioritaria a personas o grupos concretos (las feminazis, los progres, los judíos…).
Por eso, más de la mitad de la gente que rechaza vacunarse votó a Alternativa para Alemania en las últimas elecciones. Por eso, las regiones que votaron por Trump en 2020 presentan más tasas de mortalidad por COVID19. Por eso, los distritos que votaron a favor del Brexit, también. Por eso, Alex Jones, uno de los mayores teóricos de la conspiración de Estados Unidos, dueño del portal InfoWars, apoyó a Trump.
Por eso, un tipo que me dijo en Twitter que antes era de izquierdas, ha terminado compartiendo contenido de reconocidos fascistas como Jaime Villamor o Pablo Lucini. Por eso los grupos de Telegram negacionistas están repletos de soflamas ultraconservadoras y vídeos de Pedro Varela. ¿Qué crees que hizo cuando le señalé que estaba dando voz a neonazis? Ignorarlo. No mirar arriba.
El objetivo y el éxito de este discurso y de estas teorías de la conspiración reside, además de su potencial para dar respuestas, en que el negacionsimo confluye en un mismo punto: el rechazo a una realidad compleja que es mucho, mucho peor que la que sostienen.
La realidad es mucho peor
Voy concluyendo esta breve ponencia regresando al título de la misma. Aunque suene terrible, decir que todo es mentira y que en verdad todo es culpa de un grupo (o varios) da mucha tranquilidad.
Si puedo identificar a mi enemigo, señalarlo, verlo y explicarlo todo debido a su existencia, entonces ya lo veo todo más claro. Es más fácil entender eso y decir que “todos los políticos son iguales” o que “las farmacéuticas son malas malísimas” que desentrañar la compleja maraña de datos con que se nos bombardea día a día.
Es más fácil eso que las ambiguas y prudentes respuestas de los científicos. Respuestas como “lo estamos estudiando”, “podría ser posible”, “entre un 60 y un 80 por ciento”, “hay un porcentaje que sí y uno que no”, “necesitamos estudiarlo más”… pierden frente a “esto es malo y esto es bueno”. Es más fácil “TRUST THE PLAN” que reconocer que Trump perdió de forma legítima.
Es decir, las teorías de la conspiración y el negacionismo ponen frente a la gente una falsedad que distrae de terribles realidades. Porque, fíjate, no conozco absolutamente ninguna teoría de la conspiración que señale como un problema las dinámicas de producción capitalistas, el racismo, el machismo, la desigualdad, los problemas medio ambientales, la pobreza estructural, la homofobia, la pérdida de biodiversidad, la extinción de las especies, la contaminación…
Sí, a veces se señala a personas poderosas o a empresas, pero no se señala al sistema que hay detrás. Lo siento mucho por los creyentes de estas teorías, pero los grandes problemas a los que nos enfrentamos no son por culpa de un grupo en la sombra que lo maneja todo y hace y deshace a su antojo.
Estos problemas son consecuencia del sistema en el que vivimos. Por supuesto, en este sistema, hay determinadas personas que tienen una mayor responsabilidad, pero la dinámica social y económica es la misma para todo el mundo.
El cambio climático, los problemas medioambientales, la desigualdad e incluso la propia pandemia, son consecuencia del modo de vida que tenemos. Y eso quiere decir que está en nuestra mano construir un mundo mejor y exigir a esas élites económicas y políticas que tomen las decisiones necesarias para no abocarnos al desastre.
No vacunarse, asaltar el Capitolio o criticar el “globalismo” no solo no sirve para nada, sino que, además, ayuda a que todo vaya peor. Las teorías de la conspiración son una invitación constante que No Mires Arriba.
La realidad es todavía peor: no solo es todo terriblemente complejo, incierto y negativo; además, si crees en teorías de la conspiración, que sepas que te han engañado para que todo siga siendo así y para que esa élite que tanto criticas no pierda sus privilegios.
Y que, cuando en un tiempo la pandemia pase y todas esas creencias se caigan a pedazos, puede que sea demasiado tarde.
Jefe de Redacción de Al Descubierto. Psicólogo especializado en neuropsicología infantil, recursos humanos, educador social y activista, participando en movimientos sociales y abogando por un mundo igualitario, con justicia social y ambiental. Luchando por utopías.